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Teodoro Hernández

LAS TINAJAS DE ULÚA

Juan Sarabia y su odisea


La figura de Juan Sarabia es de las de mayor relieve en !a Revolución Mexicana. Su actuación en el terreno cívico se destacaba de singular manera como púgil de la idea.

Con el ingeniero Camilo Arriaga, Librado Rivera y otros liberales de San Luis Potosí, organiza el Congreso Liberal en dicha ciudad, que inaugura sus sesiones el 5 de febrero con delegados de clubes formados en todo el país a miciativa del Club Potosino Ponciano Arriaga centro director de ellos.

Los pnmeros fuegos de la Revolución se lanzaron en ese Congreso liberal, en el que se hicieron severos cargos al gobierno del general Porfirio Diaz por su política de conciliación que permitía se infringieran las leyes de Reforma.

En ese Congreso se llegó a conclusiones de trascendencia política y social. Se expuso la situación del país principalmente respecto a la guardada por el elemento campesino que seguía viviendo bajo los trágicos auspicios del feudalismo rural.

El Congreso adoptó resoluciones encaminadas a despertar las masas para que interviniesen más activamente en la vida política del país. Los congresistas no fueron molestados por las autoridades potosinas; pero al regresar a sus lares, fueron encarcelados unos, golpeados otros y aun asesinados por esbirros de los caciques.

Al año siguiente de 1902, el 24 de enero, estando en sesión el Club Ponciano Arriaga, fue asaltado por el diputado Heriberto Barrón a la cabeza de gendarmes y soldados disfrazados de paisanos, resultando la aprehensión del ingeniero Arriaga, de Juan Sarabia y de Librado Rivera, presidente y secretarios, respectivamente de dicho Club. Una vez en libertad, los primeros se trasladaron a la ciudad de México para instalar el Club Ponciano Arriaga el 5 de febrero de 1903, lanzando un Manifiesto a la Nación, en el que se sostenía la continuación de la obra interrumpida por los atentados contra los clubes en 1902. Además del Ponciano Arriaga, existía en la capital otro Club de nombre Redención, presidido por Santiago de la Hoz, teniendo como órgano al periódico Excélsior.

Sarabia fue director del periódico El Hijo del Ahuizote cuya campaña oposicionista fue de gran significación, causándole desprestigio al régimen imperante que decidió acabar con él, empezando por encarcelar en Belén a todos los redactores y aún a los obreros de la imprenta, y después haciendo que los tribunales pronunciaran un fallo prohibiendo la circulación del periódico.

En verdad las persecuciones contra los clubes liberales y los periódicos que como El Hijo del Ahuizote y El Colmillo PÚblico exhibían las lacras políticas y sociales y caricaturizaban con el notable pincel del artista Jesús Martínez Carrión, a los prohombres del régimen dictatorial, sólo sirvieron para hacer más efectiva y más intensa la propaganda contra dicho régimen desde los Estados Unidos, adonde se habían trasladado, al salir de la cárcel, Sarabia, Flores Magón, Arriaga, Santiago de la Hoz y otros. En 28 de septiembre de 1905 se empezó a dar forma a trabajos revolucionarios, constituyéndose una Junta en la que figuraba Sarabia como vicepresidente. La táctica propuesta a los simpatizantes era la constitución de agrupaciones secretas en las localidades respectivas y su comunicación con la Junta. Así es como se organizó el movimiento revolucionario de 1906 que tuvo como bandera el programa lanzado en los Estados Unidos por la Junta el 12 de julio de ese año, redactado en gran parte por Sarabia y en el que ya figuraban postulados sociales y de reivindicación de la tierra que después fueron consignados en la Constitución de 1917.

Aprehendido Sarabia y varios de sus compañeros en Ciudad Juárez en donde iban a dar el grito de rebelión, se les llevó a la capital de Chihuahua para juzgarlos.

Sarabia se defendió por sí mismo y en la audiencia pública celebrada el 8 de enero de 1907, con motivo del proceso que se le instruyó por el delito de rebelión, hizo su defensa en términos enérgicos que le conquistaron las mayores simpatías de los circunstantes.

Publicamos algunos párrafos de esa defensa de Sarabia que constituyó un documento histórico de la Revolución Mexicana.

C. Juez de Distrito:

No con el humilde continente del criminal que lleva sobre su conciencia el peso de tremendos delitos, sino con la actitud del hombre honrado que sólo por circunstancias especialísimas se ve ante los tribunales de la justicia humana, vengo a defenderme de los múltiples cuanto absurdos cargos que contra mí se formulan en el proceso que se me ha instruido. y en el que fui considerado en un principio como político, para convertirme a última hora en una especie de terrible Masolino culpable de casi todos los crímenes que prevén y castigan las leyes penales existentes.

Ciertamente esperaba yo ser tratado con rigor en este proceso, porque de tiempo atrás el Gobierno de la rebelión de Tuxtepec, me ha hecho el honor de considerarme como una amenaza para su autoridad y su poder, y era de suponerse que no se desaprovechara la oportunidad de castigar mis antiguas rebeldías; pero nunca imaginé que se desplegara contra mí tal inquina, como la que demuestra el Ministerio Público en el pedimento que ha formulado; nunca creí que se llegara a los límites de lo absurdo en las acusaciones que se me hacen y se tratara de despojar mis actos del carácter político que claramente presentan para convertirlos en vulgares y vergonzosos desafueros del orden común.

Ha sucedido sin embargo lo que no hubiera previsto nadie que en achaques de leyes tuviera algún conocimiento, y que yo fuera aprehendido por tener participación en un movimiento revolucionario y que fui procesado por cargos en que se me imputan mil crímenes y en que se trata de degradarme a la categoría de rapaz y desalmado bandolero.

Me hace cargos en efecto, el Ministerio Público, por los delitos de homicidio, robo de valores o caudales de la Nación y destrucción de edificios públicos en el grado de conato y por ultrajes al Presidente de la República, y rebeldía en calidad de delitos consumados. Tal parece que el promotor Fiscal, al formular sus acusaciones, no examinó mis actos para ver qué artículos del Código Penal eran aplicados en justicia, sino que se puso a buscar en el Código para imputarme casi todos los delitos en él enumerados.

Una rebelión abarca necesariamente muchos hechos y se desarroila en un período de tiempo relativamente largo: este fenómeno social que las leyes incluyen en el número de los delitos pero que los pueblos glorifican muchas veces, está constituido siempre por una serie no interrumpida de actos diversos, tremendos unos, otros insignificantes, éstos sangrientos, aquéllos inofensivos; pero todos encaminados a un mismo fin. todos tendiendo a la persecución del mismo ideal, todos ligados entre sí, formando el acontecimiento único y magno, que según el éxito o la derrota, será enaltecido o condenado por los tributarios.

La publicación de mi impreso revolucionario, lo mismo que el más sangriento de los combates, forman por igual parte de una rebelión y son inherentes a ella, pues nunca se ha visto ni se verá probablemente, que exista, una revolución sin que haya propaganda de idea, como preliminar, y derramamiento de sangre como medio inevitable de decidir la suerte de la empresa.

Siendo ésta una verdad, comprobada por los hechos en todos los casos que presenta la historia de los pueblos, es claro que la rebelión, al ser considerada como delito cuando no tiene éxito, debe considerarse comprendida en el citado artículo 28 del Código Penal y al juzgar a un reo por este delito, no se le deben acumular responsabilidades por las varias violaciones de la Ley, que son inherentes a toda rebelión, sino que se le debe aplicar únicamente el precepto penal que como rebelde le corresponda.

¿Soy un facineroso que me disfrazo de rebelde para perpetuar atrocidades? ¿Soy un bandolero que me acogí a la revolución para evitar un condigno castigo de mis crímenes?

Nada de esto soy, y en conciencia de mis conciudadanos, inclusive los que me juzgan, y sin exceptuar a los que me han injuriado por halagar al Gobierno que me teme, está la convicción de mi patriotismo, probado en seis años de vida pública, consagrada a la defensa de los oprimidos; en seis años de constantes trahajos políticos realizados desinteresadamente, a través de persecuciones y de infortunios. Hace seis años que he venido sosteniendo en ia prensa las ideas que formaron el programa de la revolución frustrada por ahora y en que tuve el honor de figurar. Mi carácter político está perfectamente comprobado, no sólo por mi carrera periodística de años anteriores, sino por el cargo de Vicepresidente de la Junta Organizadora del Partido Liberal, que tenía al tiempo de mi aprehensión.

El acusador no prueba que yo era un delincuente común ni prueba tampoco que la frustrada revolución fuera una empresa de encubierto bandolerismo; en cambio, está probando que el intentado movimiento revolucionario tendía honradamente a la realización de altos y legítimos ideales y estaba sólo inspirado en el bien público.

La propaganda de ideas, que es obligado preliminar de toda revolución verdadera, ha existido notoriamente, en México.

Por años enteros, la prensa liberal ha estado censurando sin tregua los actos de nuestros malos funcionarios, que forman falange; ha estado denunciando injusticias, flagelando infamias y pidiendo sin resultado a los insensibles mandatarios un poco de respeto a la ley y una poca de piedad para el pueblo. Todos los dispersos elementos de oposición al actual Gobierno después de mil campañas infructuosas, después de mil impulsos hacia la libertad ahogados por la mano férrea del despotismo, se reunieron para reorganizar el Partido Liberal, formándose desde luego la Junta Directiva del mismo, de la que tengo el honor de ser Vicepresidente. El órgano de la Junta, Regeneración, aparte de otros periódicos liberales, continuó enérgicamente la campaña contra la administracion porflrlsta, captandose a la vez las simpatías del pueblo y el odio del elemento oficial.

Organizado el Partido según las bases establecidas por la Junta en su Manifiesto a 28 de septiembre de 1905, fue natural que pensara en formar el Programa del Partido, como es de rigor en toda Democracia, y tal cosa se llevó a efecto con la cooperación de los miembros del Partido a quienes se convocó, para que dieran sus opiniones, y al efecto de que el Programa fuera la genuina expresión de las aspiraciones populares. Tras de los trámites necesarios, el Programa guedó formulado por la Junta Organizadora del Partido Liberal el primero de julio del año pasado y circulado, posteriormente, con profusión por toda la República Mexicana.

El objeto de la Revolución que después se organizó, era llevar a la práctica ese Programa, cuyos puntos principales tratan de la división territorial para beneficio del pueblo y del mejoramiento de la clase obrera por medio de la disminución de horas de trabajo, de aumento de jornales y de otras medidas que han adoptado otros gobiernos que algo se preocupan por el trabajador.

Estos son los antecedentes de rebelión, que han dado lugar a mi proceso y de ello no se desprende, por cierto, que yo sea un criminal, sino que, en cambio, se robustece la convicción de que mis actos no tienen ni pueden tener sino un carácter meramente político.

... es verdad que firmé, y aún escribí ese documento que exhibe en toda su desnudez las lacras de la actual administración y que contiene cargos tremendos, aunque fundados; reproches acerbos, aunque justos, contra el funcionario que al frente de ella se encuentra. Si se me procesara únicamente por las responsabilidades que de estos hechos pudieran restarme, el cargo podría parecer fundado, y mi defensa se reduciría a demostrar que al obrar como lo hice, ejercité simplemente la prerrogativa constitucional qUe autoriza a todo ciudadano mexicano para calificar, como lo merece, los actos del Gobierno y censurar la conducta de los malos servidores de la Nación.

Funda sus cargos el Ministerio Público en mis propias declaraciones en las de Vicente de la Torre y en las de Adolfo Jíménez Castro y Zeferino Reyes. Ahora bien: de estas declaraciones, con ligeras diferencias, de que en seguida me ocuparé, se desprende, que se intentó atacar la plaza de Ciudad Juárez por los medios usuales de la guerra con el objeto, como era natural, de substituir con nuevas autoridades a las autoridades porfiristas, ocupando los revolucionarios, los edificios y demás propiedades de la Nación, que estaban en manos de las autoridades derribadas.

En todo este proyecto no se descubre la intención de cometer ningún crimen del ladrón común, sino de entablar simplemente, contra el Gobierno, la lucha que constituye la rebelión.

Es tópico vulgar, a cada paso repetido y de todos los labios escuchado, que en México no hay más ley que la voluntad del general Díaz, y hasta servidores del Gobierno, Diputados como Francisco Bulnes, Manuel Calero y Sierra y otros, en obras y discursos que son del dominio público, han proclamado con verdad patente que el actual Gobierno no es más que una Dictadura. Así es en efecto. El general Díaz dispone a su antojo de nuestra Patria, nombra a los funcionarios de elección popular, invade a la soberanía de los Estados, es árbitro de todas las cuestiones y ejerce en suma, un poder absoluto que le envidiaría el mismo autócrata de todas las Rusias. El pueblo es una nulidad, la República un sarcasmo, las instituciones un cadáver ...

Es de advertirse que el fiscal de la causa lo fue Juan Neftalí Amador, que pronunció una requisitoria formidable contra los que trataban de alterar el orden y de derribar la sacra, gloriosa, intangible y nunca vista administración de don Porfirio Díaz. Este mismo Amador que ha de haber pertenecido a la categoría de los que saben manejar la técnica de simular méritos a la sombra de todos los gobiernos, cuando murió alcanzó la honra de que se le tendiera en la Secretaría de Relaciones visto como el revolucionario sin mancha ...

Sarabia con los demás aprehendidos fue remitido a Ulúa en donde por su significación en la lucha contra la dictadura se le hizo el blanco principal, por consigna, de las mayores arbitrariedades por parte de los esbirros. Se cuenta que alguna vez se le flageló por negarse a cargar la cuba de las inmundicias, que para humillarlo se trató en una ocasión de que se vistiera con los andrajos de uno de los reos comunes que había muerto de tuberculosis.

De cuerpo endeble, pero de espíritu gigante, Sarabia reaccionaba vigorosamente contra los ultrajes que se le hacían inspirado en sus mismos dolores con arrebatos de cóleras sublimes. Así brotaron de su numen los versos A Mis Verdugos, que hacían vibrar de emoción a los demás reos políticos, sus compañeros de infortunio. La mayor parte del tiempo de su cautiverio la pasó Sarabia, con admirable estoicismo, en los calabozos más horripilantes de Ulúa.

Es pertinente recordar aquí lo que el Doctor Pedro de Alba dijo en el discurso que pronunció en la velada promovida por grupos de estudiantes en 1932, para conmemorar el aniversario de la muerte de Juan Sarabia.

El orador mencionado expresó:

Casi no hay ninguna Revolución en que no se nos presente la odisea de los precursores, de los primitivos y de los idealistas, como más sugestiva que aquella en que se está desarrollando la epopeya, y más importante todavía que la época de la realización, y es que, como en toda empresa humana, puede decirse que la ilusión siempre supera a la realidad, y en verdad señoras y señores, si alguna etapa de la Revolución Mexicana ha sido radiosa, bella e inmaculada, ha sido la etapa de los precursores.

La Revolución Mexicana tiene adquirido un cOmpromiso histórico y moral de lo más solemne; tiene que hacer honor a aquellos hombres que se adelantaron para desafiar la dictadura, como unos quimeristas y como unos locos, enfrentándose con todos los riesgos, desafiando todas las dificultades, sufriendo todas las persecuciones.

Los que no supimos de esas luchas y de esas fatigas y de esas amarguras nos conturbamos al acercarnos a la figura de Sarabia, cuando lo hacemos nos sentimos profundamente humildes, mediocres, como si no tuviéramos derecho de alegar ningún merecimiento ni a reclamar para nosotros ningún beneficio; aquellos hombres todo lo dieron y nada reclamaron.

Y es pertinente transcribir aquí también, la semblanza hecha de Sarabia por el licenciado Armando Z. Ostos, que fuera compañero suyo en la tormentosa XXVI Legislatura, y también de encierro en la Penitenciaría al dar el golpe de Estado Victoriano Huerta.

En 1906, sonó entre las víctimas políticas de la implacable dictadura, el nombre de un joven humilde que, al lado de Juan josé Ríos, de Manuel Diéguez, de Librado Rivera, y de otros arrojados, se había atrevido a proclamar las necesidades populares y la urgencia de destronar al general Díaz. Se supo en esa época que, por medio de una cruel sentencia, ese joven caminaba con paso firme y estoico, no al cuadro de un fugaz fusilamiento, sino hacia un lugar quizás más hórrido. Se supo que se le sumergía en las terribles tinajas de San Juan de Ulúa, donde la muerte no le llegaría con la rapidez fulminante de una guillotina, sino con los pasos lentos de la tortura; es decir, con martirio espantoso de una tuberculosis o de una ceguera, derivada inevitablemente de la infernal falta de higiene de ese nefasto presidio, inadecuado no sólo para los hombres. ni aún para las fieras.

Ese joven luchador se llamaba Juan Sarabia. Estaba marcada la ruta de su destino. A pesar de los grandes sufrimientos de que a diario era víctima en su encierro y no obstante que estuvo privado deluz por varios años, Sarabia resistió a la muerte, hasta que en 1911 fue definitivamente salvado por la revolución maderista para volverlo a la vida cívica sin compromisos, ni tampoco con grilletes para la majestad de su pensamiento.

¡Sarabia quedó libre! Pero era notorio que su largo y estupendo cautiverio había herido su integridad física, a tal grado, que a las claras se veía que tempranamente bajaría al sepulcro.

En el nuevo ambiente de 1911, Sarabia no buscó el acomodo con los prohombres. Amaba la libertad, en todos los aspectos. Se alineó en las fuilas de los liberales extremistas. Estos anhelaban que la revolución no se estancara con los formulismos de la ley, sino que siguiera hacia adelante en su obra de mejoramiento o redención.

Fue electo diputado por un Distrito de San Luis Potosí, de donde era originario. Su credencial estaba limpia de toda mancha. Fue aprobada por la votación unánime de la asamblea. Los de la mayoría y los de la minoría lo recibieron con agrado, máxime cuando todos conocíamos su entereza, su probidad y su patriotismo. ¡Era un carácter y un enemigo inquebrantable de las dictaduras. Recordamos que en octubre de 1912, a raíz del cuartelazo de Félix Díaz, pronunció un vibrante discurso en la Cámara, asentando en frase final y categórica: No puedo sentir más que repugnancia por este movimiento de Veracruz que no representa ningún ideal, que no significa ningún anhelo verdaderamente popular.

Fue activo oposicionista a la usurpación huertiana y en los tremendos instantes de la disolución de la Cámara, en 10 de octubre de 1913, sin arredrarse frente a las bayonetas del 29° Batallón, arengó al pueblo desde una de las ventanas del recinto parlamentario. Fue encarcelado como muchos diputados. En el cruel encierro jamás decayó su ánimo. La entereza y el espíritu radical de Sarabia ameritan que se le pase lista de presente entre los qUe anhelan el bienestar del pueblo.
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