Indice de Las tinajas de Ulúa de Teodoro Hernández Cómo se vivía y moría en las mazmorras Cipriano Medina relata sus torturasBiblioteca Virtual Antorcha

Teodoro Hernández

LAS TINAJAS DE ULÚA

Lo que escribió César E. Canales en su cautiverio


La cárcel de Belén, con todos sus horrores, de los que supimos los que en ella fuimos aherrojados, era incomparable con el presidio de San Juan de Ulúa.

Ricardo Flores Magón escribió sobre la cárcel de Belén:

Alguna vez, cuando aÚn era joven, fui internado durante varias semanas en un calabozo obscuro, tan obscuro que me impedía verme las manos. El calabozo tenía por pavimento una capa de fango, de tres o cuatro pulgadas de espesor, mientras que las paredes rezumaban un flúido espeso que impedía secar las expectoraciones que negligentemente habían arrojado sobre ellos los incontables y descuidados ocupantes anteriores. Del techo pendían enormes telarañas, desde las que acechaban negras y horribles arañas. En un rincón estaba el albañal, que era un agujero abierto por donde entraba el aire. Ese era uno de los calabozos en los cuales se acostumbraba arrojar a los opositores, con la esperanza de quebrantar sus espíritus ... En mi horrible morada pude soportar el viscoso contacto de las paredes -a cuyo recuerdo me estremezco ahora-; mis pulmones, entonces jóvenes y sanos, pudieron resistir el veneno de aquella tumba; mis nervios, aunque sensibles, pudieron ser amaestrados por mi voluntad para responder con sólo un leve estremecimiento a los asaltos y mordiscos de las ratas en la obscuridad ,.. Mi petate estaba húmedo, así como mi indumentaria; de vez en cuando un golpe en el petate o en el fango, o de mañana en mi cuerpo, me indicaba que una araña había caído y un estremecimiento recorría mi sistema ...

César E. Canales, extinto ya, quien tomó parte activa en la revolución inicial, escribió desde su cautiverio en Ulúa en 18 de mayo de 1909, las siguientes líneas que respiran la más profunda amargura, y que basta ahora se publican para compararlas con lo escrito por Flores Magón:

CONSECUENCIAS DE LA TIRANIA.
DOS CENTENARES DE REOS POLITICOS, DESTINADOS A MORIR LENTA Y DISFRAZADAMENTE

Si es verdad que el grado de civilización de un pueblo se mide por la situación de la mujer, no es menos cierto que también se puede medir por el trato que en él reciben los reos políticos y aun los delincuentes del orden común. Vemos, por ejemplo, que si en Guatemala se encarcela y martiriza a quien osa levantar la voz contra un gobierno despótico, se fusila despiadadamente a patriotas estudiantes y se arma un brazo para suprimir al que refugiado en país vecino aclama una gran cantidad de sus conciudadanos, en España se honra y liberta al viejo León Necker, y en Alemania se pone en departamentos especiales, se trata razonablemente y se absuelve al fin, a quien sin miedo ni tacha levanta el velo que escondía asquerosa podredumbre.

Hoy toca mi humilde turno, y aunque bien sé que al mostrar de un modo rudo nuestra incultura, seré calificado injustamente de antipatriota por mis desleales y miopes enemigos, levanto serena y decididamente los velos que tengo a mano, para decir a nuestro pueblo, a la humanidad entera: mira los resultados de la tiranía, cobra experiencia, vigoriza tus energías, levántate, anda.

Pronto hará tres años que habiendo pretendido sacudir el yugo del actual gobierno ilegítimo, fuimos aprehendidos en los Estados septentrionales y en el de Veracruz y tras de los asesinatos de algunos compañeros, despojados de cuanto teníamos, quemados hogares y sembrados, y conducidos al presidio de San Juan de Ulúa, donde se nos ha escarnecido y escarnece de una manera que me es imposible por ahora de modo minucioso detallar; se nos rapó y vistió con el infamante traje del presidio; por algún tiempo mezclados con asesinos y ladrones, apaleóse a algunos de nosotros; separados poco después los más responsables, estuvimos el año pasado entero, rigurosamente incomunicados, con pretexto de habérsenos interceptado cartas que por tratar en ellas de asuntos íntimos, no queríamos fuesen leídas por nuestros guardianes. Aun muy de lejos en lejos, tenemos la dicha de escribir a nuestros desventurados padres, esposas e hijos, que viviendo en el abandono y la miseria, ni siquiera reciben el consuelo antes de morir agotados por e! hambre, de tener amplias noticias nuestras. Bien podemos decir que nuestra incomunicación ha sido indefinida.

Como arriba dije, imposible me es por ahora describir minuciosamente las vejaciones y arbitrariedades de que hemos sido víctimas, las veces que nuestra Carta Magna y todos los Códigos han sido pisoteados, ni hacemos un estudio del pésimo régimen que aquí, como, en la mayor parte de las cárceles nacionales se observa, porque además de no estar en condiciones a propósito, es un trabajo que pensamos hacer más tarde unos u otros de los reos políticos que sobrevivamos.

Haré en consecuencia, sólo un ligero bosquejo de nuestra situación, no sin manifestar de antemano para que se comprenda hasta dónde pueden haber llegado los atropellos a nuestras personas, que en una ocasión én que protestando contra los abusos cometidos, alegábamos en nuestro favor, lo prescripto por la Carta Fundamental y los Códigos, nos contestó textualmente el jefe del fuerte, entonces coronel José M. Hernández, hoy general brigadier: ¡Bah! Para las leyes, los muelles.

Los calabozos en que nos han tenido, verdaderas pocilgas, estrechos, inventilados, obscuros, húmedos, pestilentes y llenos de bichos, tienen nombres hasta sugestivos, tales como Gloria, Purgatorio, Infierno, Limbo. En este último está asilado más de un año ha, nuestro buen amigo don Juan Sarabia. Todos estos calabozos afectando la forma de enormes nichos o tumbas con bóvedas y muros de ocho pies de espesor, son elocuentes vestigios de la Edad Media y muy dignos del Santo Oficio. ¡De cuántas escenas terribles, desesperadas, habrán sido testigos mudos! ¡Cuántos lamentos se habrán deslizado por las estrechísimas rendijas, cuántas lágrimas se habrán mezclado en el lodoso suelo con el agua que en éste brota, y cuánta sangre habrá salpicado las paredes húmedas, relucientes y viscosas!; y no obstante, el año pasado, en lo más riguroso de nuestra incomunicación, cuando para soportar el calor teníamos que desnudarnos, el señor Federico Gamboa, actual Subsecretario de Relaciones Exteriores, escritor de mucho talento y que goza fama de hombre observador e intachable, habiendo visitado estos nuestros calabózos, y cuando saliendo preparábase para atravesar otro que conduce al patio del presidio, nos lanzó al rostro, aunque hablando con sus acompañantes esta frase: ¡Qué fresco, parece que estamos en la playa! Frase que nos pareció un despiadado amén a nuestra situación.

El forzamiento a tomar el baño, hoy iba a tener consecuencias desastrosas e inmediatas: siendo los últimos los aislados en el calabozo Gloria, arribamos a los fosos cuando el agua estaba ennegrecida; ante tan repugnante circunstancia, los compañeros manifestaron deseos de no bañarse, pero maltratados brutalmente por el Mayor Victoriano Grinda, que como interino Segundo Jefe de la Prisión, vigilaba la escena, empezaron a desnudarse. Uno de los compañeros, el señor Román Marín, que respetuosamente insistió en sus deseos de no bañarse, fue soezmente ultrajado por Grinela y golpeado por el capitán Chávez. Este último es ayudante en el fuerte. Ambos militares tienen muchos puntos de contacto. Ibamos algunos enfermos; acerquéme al irascible Mayor y serena y respetuosamente también. manifestele que no era posible bañarme; que si él no podía resolver de acuerdo con mi necesidad, se dignara permitirme hablar con el señor general Hernández, quien estaba cerca; pero aquél, tras de un torrente de obcenidades y tras de gritarme que nada le importaba mi enfermedad, echóseme al cuello para arrancarme a tirones la chaqueta. Sin perder serenidad manifestéle que no eran necesarios tales extremos, que obedecería, pero que puesto que ni de ellos, ni del Gobierno podría obtener justicia. me quejaría a la prensa. Después supe que cuando el Mayor me estrujaba y llevaba su puño a mi rostro, uno de los compañeros, indignado y sin poderse dominar, levantó el brazo para descargarlo sobre mi ofensor; afortunadamente otro compañero mío dueño de sí detuvo a aquél, evitando de esa manera una dolorosísima tragedia.

Terminado el baño, el señor Ramón Marin y yo, como si hubiéramos cometidó algún crimen, fuimos encerrados por disposición del Jefe del fuerte en El Infierno. Omito describir este antro, por haberlo hecho antes otros infortunados, sólo agregaré que es el peor de todos, que no tiene en lo absoluto luz ni ventilación y que si la baja puerta de madera que tiene, se supliera por otra de cal y canto, estaríamos verdaderamente emparedados. En el momento que esto escribo, el calor nos sofoca y es de tal manera estrecha nuestra cripta, que si extendiera e! brazo, tocaría indispensablemente la cuba plétora de inmundicia.

Como no hay vigilancia que más tarde o más temprano no se burle, supimos que el 9 del corriente, centenario de la muerte de Fray Melchor de Talamantes, mártir de la libertad, que falleció en una de estas mazmorras, efectuóse una fiesta (no sabemos si a iniciativa privada o del Gobierno) con motivo de la inauguración de un monumento erigido a la memoria de aquella gran víctima. Indudablemente deben haberse pronunciado oraciones en honor de! héroe y de su obra, lanzando vítores a la libertad, a la paz, etc. Es indudable también que a la fiesta asistieron nuestros fieros guardianes y rindieron su homenaje. ¿No resulta esto triste, ridícula y desvergonzada farsa? Fuera falsas modestias y expresémonos claramente. Nosotros, aunque pequeños y humildes, quisimos como aquellos sublimes varones de nuestra primera independencia, sacudir un yugo, romper la cadena que vergonzosamente nos sujeta, ofrecer en fin por la libertad del pueblo nuestra sangre en holocausto a la patria. ¡Y los hombres que -dóciles instrumentos- coadyuvan con el Gobierno ilegal, a tiranizarnos, que nos oprimen, escarnecen, vilipendian y acortan la vida, loan y bendicen al mártir de 1809, a quienes otros verdugos, como ellos, escarnecieron y asesinaron!
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