Índice de Los anales de TácitoLIBRO QUINTOSegunda parte del LIBRO SEXTOBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SEXTO

Primera parte



Usa Tiberio en Capri de feas y secretas lujurias.- Son acusados muchos, entre los cuales Marco Terencio se defiende valerosa y libremente. - Muere Lucio Pisón, prefecto de Roma, y trátase del origen y progreso de este oficio. - Consúltase sobre el admitir ciertos versos sibilinos. - Causa sedición en Roma la carestía. - Casa César dos hijas de Germánico. - Usureros acusados. - Modéranse las usuras y remédianse otros daños de este género por la liberalidad de Tiberio. - Nuevas acusaciones de majestad, y mueren a este título muchos de los que conspiraron con Seyano. - Cásase Calígula, y dase cuenta de sus costumbres y astuta disimulación para con su abuelo, el cual pronostica el imperio a Sergio Galba, y otras cosas a Calígula, por haber aprendido en Rodas astrologia de Trasulo. Muere miserablemente Druso, hijo de Germánico, y tras él Agripina.




ESTE LIBRO COMPRENDE LA HISTORIA DE SEIS AÑOS

AÑO DE ROMA
AÑO CRISTIANO
CÓNSULES
785
32, D. C.
Cneo Domicio Aenobarbo
M. Furio Camilo Escriboniano
786
33, D. C.
Ser. Sulpicio Galba
L. Cornelio Sila
787
34, D. C.
Paulo Fabio Pérsico
L. Vitelio
788
35, D. C.
C. Cestio Galo
M. Servilio
789
36, D. C.
Q. Plaucio
Sex. Papino
790
37, D. C.
Cn. Acerronio
C. Poncio

I. Había comenzado el consulado de Cneo Domicio y Camilo Escriboniano. César, pasado el estrecho que hay entre Capri y Sorrento, costeando la Campania, dudoso sobre ir o no ir a Roma, o que procurase dar a entender que quería entrar en ella, quizá porque tenía resuelto lo contrario, visitando muchas veces los lugares vecinos, y llegando hasta los jardines, riberas del Tíber, de nuevo se volvió a sus peñascos y a la soledad de su mar; avergonzándose de sus propias maldades y vicios deshonestos, de los cuales ardía tan desenfrenadamente, que al uso de los reyes bárbaros iba violando juventud más noble, apeteciendo no sólo la hermosura y gallardía de los cuerpos, sino de unos la modestia y vergüenza pueril, y de otros la nobleza y antigüedad de sangre le servía de incentivo para sus lujurias. Inventáronse entonces los nombres nunca antes oídos de selarios y espintros, infames por la suciedad del lugar y por los varios modos de sufrir, teniendo esclavos diputados para buscarle y traerle estos mozos, los cuales pagaban muy bien a los voluntarios y amenazaban a los remitentes. Y si acaso eran defendidos por sus padres o por sus parientes, los arrebataban a toda su voluntad y los llevaban por fuerza, como si fueran prisioneros de guerra.

II. Mas en Roma, al principio del año, como si se comenzaran a descubrir entonces las maldades de Livia, y como si no estuvieran ya castigadas, se daban nuevas y crueles sentencias contra sus estatuas y contra todo lo que era memoria suya. Y entonces los Escipiones propusieron que los bienes de Seyano quitados del Tesoro público se aplicasen al fisco. Esto mismo, casi con las propias palabras o poco diversas, decían con particular exageración los silanos y los casios, cuando de improviso Togonio Galo, queriendo injerir la bajeza de su sangre con los nombres de semejantes personajes, se hizo oír con mucha risa, porque en su voto rogaba al príncipe que escogiese un número de senadores, de los cuales, sacados por suerte veinte, asistiesen armados en guardia de su persona todas las veces que entrase en el Senado. Y no era maravilla, si había dado crédito a la carta de Tiberio en que pedía uno de los dos cónsules para poder venir seguro desde Capri a Roma. Con todo eso, Tiberio, acostumbrado a mezclar donaires con los negocios graves, agradeció a los senadores aquella muestra de voluntad, y añadió: Sepamos cuáles tengo de tomar o cuáles dejar. ¿Serán siempre unos mismos, o irlos hemos mudando? ¿Serán de los que han gozado ya de los honores, o de los que aspiren a ellos? ¿De los senadores particulares, o de los magistrados? Donoso espectáculo será verlos ceñir las espadas en el patio del Senado. De mí sé decir que no me será gustosa la vida desde el día que me parezca necesario haberla de guardar con las armas. Con estas palabras mortificó a Togonio, sin pasar adelante en anular su consejo.

III. A quien reprendió ásperamente fue a Junio Galión (1), porque votó que se permitiese a los soldados pretorianos que, en siendo jubilados, pudiesen asentarse en las catorce gradas del teatro, y preguntábale como si le tuviera presente: ¿Quién le mete a Galión con la gente de guerra, la cual de sólo el emperador debe recibir los mandatos y los premios? ¿Habrá hallado Galión por ventura lo que no supo hallar Augusto, si no es que como ministro de Seyano busca la discordia y la sedición, y so color de honores y premios estudia en granjear aquellos ánimos incultos y pervertir las costumbres militares?. Éste fue el premio que tuvo Galión por su bien pensada lisonja, y el ser privado luego del oficio de senador, y poco después echado de Italia. Y porque se dijo que sufría fácilmente el destierro, habiendo escogido el residir en Lesbos, isla noble y amena, fue vuelto a Roma y guardado en las casas de los magistrados (2). Con las mismas cartas y con gran gusto de todo el Senado barajó César también a Sexto Pagoniano, varón pretorio, llamándole arrogante, malintencionado, curioso, especulador de los secretos ajenos y escogido de Seyano para poner asechanzas a Cayo César. Descubierto esto, se descubrieron también los rencores concebidos de antes, y hubiera sido condenado a muerte, si no se dejara entender que tenía una acusación.

IV. Como después se declaró, contra Catinio Laciar, aborrecidos igualmente el acusador y el reo, conque dieron gratísimo espectáculo. Laciar, como he dicho, fue el primer autor de la caída de Ticio Sabino, y el primero también a pagar la pena.

Entretanto, Haterio Agripa reprendió a los cónsules del año antecedente, porque habiéndose acusado el uno al otro, callaban entrambos. El miedo y la conciencia cargada -decía él- los ha hecho conciliar entre sí, mas no conviene ni se puede disimular una cosa oída una vez por los senadores. Régulo dijo que quedaba todavía tiempo para solicitar el castigo de Irion, y que él continuaría su causa delante del príncipe. Respondió Irion que era mejor olvidarse de los enojos con los colegas y de lo que se habían dicho, arrebatados, de sus discordias. Mas apretando Agripa, Sanquinio Máximo, varón consular, rogó al Senado que no quisiese con nuevos remordimientos aumentar cuidados y dar nuevos disgustos al príncipe, el cual, sin otra ayuda, bastaba para poner remedio a mayores inconvenientes. De esta manera se salvó Régulo y se le dilató la muerte a Irion. Quedó con esto tanto más aborrecido Haterio, cuanto él, entregado al ocioso sueño o a las vigilias de sus lujurias, dado que por su bajeza de ánimo estaba exento de la crueldad del príncipe, andaba entre las rameras y los estupros maquinando con tanta mayor malicia la destrucción y ruina de los hombres ilustres.

V. Tras esto, Cota Mesalino, autor de las más crueles sentencias y caído por ello en un arraigado y envejecido aborrecimiento, fue acusado de muchas cosas en la primer ocasión que se ofreció; y entre otras, de haber dicho que no sabía si Cayo César era hombre o mujer; que comiendo con los sacerdotes el día del nacimiento de Augusta, había llamado a aquella cena novendial (3), y que doliéndose del gran poder que alcanzaban Marco Lépido y Lucio Aruncio, para quienes traía pleito civil, dijo: Si ellos son defendidos del Senado, yo lo seré de mi Tiberillo. No se tardara mucho en convencerle con testigos de los principales de la ciudad, si por huir la instancia que le hacían no apelara para el emperador, de quien poco después llegaron cartas, en las cuales, en forma de defensa, contaba el principio de la amistad entre él y Cota y gran número de servicios que le había hecho, pidiendo que no se le atribuyesen a delito las palabras mal entendidas, ni la sencillez de los donaires de la mesa.

VI. Fue notable el principio de esta carta, que comenzaba con estas palabras: ¿Qué os escribiré yo, padres conscriptos?, o ¿cómo os escribiré?, o, por mejor decir, ¿qué dejaré de escribiros en estos tiempos? Los dioses y las diosas me hagan morir de peor muerte que la que pruebo cada día, si yo lo sé. De tal manera se le convertían en tormentos sus sucesos y sus propias maldades. No en vano solía afirmar aquél excelente entre todos los sabios (4) que si los corazones de los tiranos pudiesen verse con los ojos, se verían también los golpes y las heridas, porque así como el cuerpo de los azotes, asimismo el alma queda acribillada de la crueldad, de la lujuria y de los malos pensamientos; no defendían a Tiberio la fortuna ni la soledad, de suerte que no se hallase obligado a confesar sus propias penas, y los potros y tocas que padecía su espíritu.

VII. Y entonces, habiendo dado al Senado facultad de resolver la causa de Ceciliano, senador, que había sacado a plaza muchas cosas contra Cota, prevaleció el voto de que se condenase con la misma pena que se dio a Sanquinio y Aruseyo, acusadores de Lucio Aruncio; que fue la mayor honra que se pudo hacer a Cota (de noble linaje a la verdad, aunque pobrísimo por sus desórdenes y excesos no menos que infame por sus maldades), el igualarle en la dignidad de la venganza con la suma virtud y las santas costumbres de Aruncio. Después de esto se propusieron en el Senado Quinto Serveo y Minucio Termo. Serveo había sido pretor y uno de los amigos de Germánico; Minucio era de linaje de caballeros y habíase gobernado modestamente con la amistad de Seyano, digno por esto de mayor compasión. Mas Tiberio, reprendiéndolos como si fueran los principales instrumentos de todo aquel mal, mandó a Cestio, pretor, que refiriese en el Senado lo que le había escrito. Tomó Cestio a su cargo la acusación, cosa calamitosa de aquellos tiempos, pues los más aparentes del Senado emprendían hasta las más bajas acusaciones, algunos a la descubierta, otros en secreto; no se discernía el extraño del pariente, el amigo del no conocido, ni los casos recién hechos de los obscurecidos ya con la antigüedad. De cualquier cosa que se hablase en la plaza y en los convites al punto se cuajaba una acusación, anticipándose cada cual en acusar al compañero por escaparse de ser acusado de él; muchos lo hacían por asegurarse a sí mismos; pero a los más arrebataba la contagión, como suele una peligrosa y fiera pestilencia; y hasta Minucio y Serveo, condenados, se reservaron para acusar con ellos a otros. Al mismo peligro llegaron Julio Africano, natural de Saintes, ciudad de la Galia, y Seyo Quadrato. No tengo noticia del origen de esta causa; aunque sé bien que casi todos los escritores han dejado de escribir los castigos y los peligros de muchos, cansados de la gran abundancia, o temerosos por ventura de que, así como para ellos eran materias pesadas y tristes, lo serían también para quien las leyese. Con todo, habiéndome venido a las manos algunas particularidades dignas de memoria, no me ha parecido dejarlas de notar, aunque veo que por otros han sido pasadas en silencio.

VIII. En el tiempo que fingidamente se habían retirado todos los demás de la amistad de Seyano, Marco Terencio, caballero romano, acusado de este delito, tuvo atrevimiento de confesarlo, hablando en el Senado así: Por ventura será menos provechoso al estado de mis cosas el confesar la culpa que el negarla; mas, venga lo que viniere, yo me resuelvo en decir que he sido amigo de Seyano, que lo deseé mucho ser y que me alegré infinito cuando llegué a serlo. Habíale visto compañero de tu padre en el gobierno de las cohortes pretorias, y poco después ejercitar juntamente el de la ciudad y el de la milicia. Yo veía que los parientes y amigos de Seyano eran promovidos a grandes cargos y dignidades, y que no estaba ninguno seguro de la gracia de César hasta tener la de Seyano; y en contrario se me representaban ante los ojos los que él aborrecía, azotados de un continuo temor, miserables y tristes. No es mi intento servirme aquí del ejemplo de alguno; con mi peligro sólo defenderé a todos los que no habemos tenido parte en estos últimos consejos. Porque ellos y yo, ¡oh César!, no honrábamos a Seyano el Volseno, sino a una parte de la familia Claudia y Julia, con las cuales había contraído estrecho vínculo de afinidad; a un yerno tuyo, a un colega en tu consulado y, finalmente, a uno que hacía siempre tu parte en los negocios de la República. No es dado a nosotros el juzgar quién es la persona a quien tú engrandeces sobre las demás, ni las causas que te mueven a ello. Dado te han a ti los dioses suma prudencia y juicio para todo, y a nosotros nos han dejado la gloria y el descanso que trae consigo el obedecer. En lo demás no consideramos otra cosa que lo que vemos ante los ojos, es, a saber, la persona a quien tú das las riquezas y las honras, y cuál es el que tiene en su mano los medios de aprovechar y de destruir, y de que ambas cosas estuvieron en Seyano, ninguno lo negará; las resoluciones escondidas del príncipe y lo que en secreto intenta, dado que no es lícito ni seguro investigarlo, es al fin afán perdido. No consideréis, padres conscriptos, el último día de Seyano; considerad, os pido, los dieciséis años antecedentes, cuando de tal manera venerábamos a Satro y Pomponio, que se tenía a gran reputación el ser un hombre conocido de sus porteros y de sus libertos. ¿Infiero de aquí por ventura que a todos indiferentemente aproveche esta mi defensa? No, por cierto, antes digo que se le den sus justos límites y excepciones, y se castiguen las asechanzas contra la República y los consejos de muerte contra el emperador. Mas cuanto al deber y a la amistad, la misma intención, ¡oh César!, nos absolverá a nosotros y a tí.

IX. La generosa constancia de esta oración y el haberse hallado uno que representase lo que todos tenían en el corazón pudieron tanto, que, añadidos a sus acusadores los delitos viejos, fueron todos castigados con destierro o con muerte. Después de esto comparecieron otras cartas de Tiberio contra Sexto Vestilio, varón pretorio, carísimo a Druso, su hermano, cuando le acompañaba como uno de los de su cohorte. La causa de hallarse ofendido Tiberio de Vestilio fue, o por haber hecho ciertos versos contra Cayo César, arguyendo su deshonestidad, o porque prohijándosele estos escritos, creyese que habían sido hechos por él. Y como por esta causa se le vedase el ir a comer a la mesa del príncipe, después que con sus manos, débiles por la vejez, tentó, aunque en vano, en quitarse la vida, se ató las venas; y habiendo antes pedido con un papel perdón, vista la respuesta del príncipe, áspera y cruel, se las abrió del todo. Sigue una tropa de acusados de majestad, es, a saber, Anio Polión, Apio Silano, Escauro Mamerco y Sabino Calvisio, añadido Viciniano a su padre Polión, todos nobles, y algunos de los más honrados, con gran espanto de los senadores; porque ¿cuál había entre todos ellos que por su sangre o por amistad no participase con alguno de tantos ilustres y excelentes personajes? Mas Celso, tribuno de una cohorte urbana, entonces uno de los acusadores, libró del peligro a Apio y a Calvisio. César, por ver junto con el Senado la causa de los otros tres, la difirió, dando algunas tristes señales contra Escauro.

X. No quedaban las mujeres libres de esta persecución, y porque no podían ser acusadas de haber querido ocupar la República, lo eran de las lágrimas que habían derramado. Entre otras fue hecha morir Vicia, ya vieja, por haber llorado la muerte de Fusio Gémino, su hijo. Éstas fueron acciones del Senado. No eran diversas las del príncipe allá donde estaba, pues hizo matar a Vesculario Ático y Julio Marino, dos de sus más viejos amigos y compañeros indivisibles en Rodas y en Capri. A Vesculario, como medianero en la traición contra Libón; a Marino, como partícipe con Seyano cuando se trazó la ruina de Curcio Ático: cosa que se oyó con gusto universal, viendo caer sobre las cabezas de los consultores los daños que habían procurado para otros. En este mismo tiempo Lucio Pisón (5), prefecto de la ciudad, murió de su muerte natural, cosa bien rara para un hombre de tanta calidad y nobleza. De éste se puede decir que de su voluntad no fue jamás autor de algún consejo servil, y cuando la necesidad la constreñía, procuraba moderados con tiento y prudencia. Tuvo, como he dicho, el padre censor, y vivió hasta edad de ochenta años. Mereció en Tracia el honor del triunfo; pero lo que le ocasionó mayor gloria fue que, siendo últimamente prefecto de Roma, templó con maravillosa modestia su continua potestad, tanto más grave cuanto estaba menos en uso la obediencia.

XI. Porque antiguamente, ausentándose los reyes y después de ellos los magistrados, para que la ciudad no quedase sin gobierno, se elegía algún personaje grave que por cierto tiempo administrase justicia y proveyese a los casos repentinos. Y dicen que Rómulo dejó a Dentre Romulio, Tulo Ostilio a su sobrino Ruma Marcio, Tarquino el Soberbio a Espucio Lucrecio. Usaron tras esto del mismo estilo los cónsules, y dura hoy en día esta semejanza, cuando por causa de las ferias latinas se elige uno que toma a su cargo el oficio consular. Mas Augusto, durante las guerras civiles, mandó ejercer el cargo de prefecto en Roma y por toda Italia a Clinio Mecenas, del estamento militar. Hecho después señor de todo, viendo la gran multitud del pueblo y que la ayuda de las leyes era sobradamente tardía, eligió de entre los consulares quien refrenase a los esclavos y aquella suerte de ciudadanos que por su atrevimiento harían insolencia si no temiesen la fuerza. Mesala Corvino fue el primero que tuvo este magistrado, aunque pocos días, como no apto para él. Ejercitóle después egregiamente Tauro Estatilio, aunque ya muy viejo. Últimamente le administró espacio de veinte años Lucio Pisón con universal aplauso, cuyo entierro mandó el Senado que fuese honrado con exequias públicas.

XII. Quintiliano, tribuno del pueblo, dio después cuenta al Senado de un libro de la Sibila (6), que Caninio Galo, uno de los quince varones, pedía se admitiese entre los demás de aquella profetisa, y que sobre éste se interpusiese decreto del Senado. Y habiéndose concedido por discesión (7), escribió César reprendiendo algún tanto al tribuno que, como mozo, supiese poco de las costumbres antiguas, dando en rostro a Galo con que, envejecido en la ciencia y en las ceremonias, antes de tener el voto del colegio, sin leer, como se acostumbra, los versos, no examinados aún por el magistrado y de incierto autor, hubiese tratado de ella en Senado, y ése no pleno. Advirtióle también de que Augusto, porque debajo de nombres célebres se iban publicando muchas cosas vanas, había ordenado los días dentro el número de los cuales habían de ser presentadas al pretor de la ciudad; y que semejantes cosas no era lícito que las tuviese gente ordinaria: lo que había sido decretado también por nuestros mayores después que en la guerra social (8) se abrasó el Capitolio, haciendo buscar en Sama, en Ilio, en Eritre y en África, como también en Sicilia, y por todas las colonias de Italia, los versos de la Sibila, o una o más que hayan sido; dando cargo a los sacerdotes de reconocer los verdaderos cuanto con fuerzas humanas fuese posible. Entonces también se sometió el conocimiento de este libro al juicio de los quince varones.

XIII. En el mismo consulado estuvo para suceder sedición respecto a la carestía, habiéndose continuado muchos días el pedir en el teatro varias cosas con mayor licencia de lo que se acostumbraba contra los emperadores. De que conmovido Tiberio, reprendió a los magistrados y senadores de que no hubiesen refrenado al pueblo con la autoridad pública; añadiendo de cuáles provincias y cuánta cantidad de grano les había hecho traer más que Augusto. Por lo cual se hizo en el Senado un decreto conforme al antiguo rigor, para tener a raya al pueblo. No se mostraron perezosos los cónsules en publicarlo, ni Tiberio se declaró más en esta materia, dado que no se atribuyó su silencio a modestia, como él pensaba, sino a pura soberbia y arrogancia.

XIV. A la fin del año fueron hechos morir por el delito de la conjuración Geminio, Celso y Pompeyo, caballeros romanos; de los cuales Geminio, por la prodigalidad y regalo de vida, era amigo de Seyano, no ya para las cosas graves; Julio Celso, tribuna, tirando a sí la cadena con que estaba aprisionado, pudo dar de golpe con la cabeza en la pared y hacérsela pedazos. Mas a Rubrio Fabato, el cual, inculpado de que, como desesperado de las cosas de Roma, se huía a la misericordia de los partos, fueron dobladas las guardias. Éste, hallado a la verdad en el estrecho de Sicilia y vuelto del camino por un centurión, no sabía dar alguna causa probable a su larga peregrinación; con todo eso escapó la vida, antes por olvido que por benignidad.

XV. En el consulado de Sergio Galba y Lucio Sila, César, después de haber pensado largamente las personas con quien le estaba bien casar a sus sobrinas, viéndolas ya en edad para ello, eligió a Lucio Casio y Marco Vinicio (9). Los predecesores de Vinicio habitaron en villas fuera de Roma, y traían su origen de Cales (10); fue de padre y abuelo consulares, aunque de allí arriba no más que caballeros. Él, de su natural apacible y de agradable facundia. Casio, de linaje plebeyo, aunque romano y harto antiguo. Crióle su padre con severa disciplina, y fue loado antes de fácil que de industrioso. A éste dio a Drusila y a Vinicio a Julia, hijas de Germánico, y escribió al Senado loando escasamente a los mozos. Y luego, habiendo dado algunas causas harto insubsistentes de su ausencia, se volvió a las cosas más graves acerca de las enemistades que había cobrado por la pública, pidiendo que Macrón, prefecto, y algunos centuriones y tribunos le acompañasen todas las veces que entrase en el Senado; sobre que se hizo un amplísimo decreto sin alguna limitación, ni en la calidad ni en el número. Mas no sólo no fue a público consejo, pero tampoco entró en la ciudad, rodeándola por caminos inusitados, antes dudoso que resuelto de no entrar en su patria.

XVI. Durante este tiempo se levantó una gran tropa de acusadores contra los que prestaban dinero a usura con mayor ganancia de lo que les concedía la ley de César dictador, la cual trataba del modo de prestar dineros y de tener posesiones en Italia; olvidada ya por el mal uso de preferir siempre al útil público el particular. Este abuso de los logros ha sido siempre una continua y antigua peste en Roma, y una funesta ocasión de discordias y sediciones, a cuya causa se procuró siempre reprimir en aquellos tiempos que gozaron de menos estragadas costumbres. Porque primero se ordenó en las leyes de las doce tablas que no se llevase más de uno por ciento al mes, como quiera que antes la usura era al gusto de los ricos. Después, por una ley del tribuno, se redujo a medio por ciento. Finalmente se prohibió del todo, y con participación del pueblo se atajaron también los fraudes, que, vistos y remediados tantas veces, volvían a renacer con artificios dignos de admiración. Mas Graco, entonces pretor, a quien tocó esta causa, oprimido de la muchedumbre de los interesados, la remitió al Senado; el cual, amedrentado también, no hallándose alguno de los senadores sin culpa en este delito, pidió perdón al príncipe, y concediéndosele, se dio a cada uno año y medio de tiempo en que acomodar las cuentas para lo de adelante, conforme a la ordenanza de la ley.

XVII. Nació de aquí gran penuria de dinero contante, procurando cobrar cada cual sus créditos, y también porque vendiéndose los bienes de tantos condenados, todo el dinero caía en manos del Fisco o en el Erario. Acudió a esto el Senado, ordenando que los deudores pudiesen pagar a sus acreedores, dándoles, de lo procedido por las usuras, las dos partes en bienes raíces en Italia. Mas ellos lo querían por entero: ni era justo faltar la fe y la palabra a los convenidos. Comenzó con esto a haber grandes voces ante el Tribunal del pretor. Y las cosas que se habían buscado por remedio venían a hacer el efecto contrario, a causa de que los usureros tenían reservado todo el dinero para comprar las posesiones. A la abundancia de los vendedores siguió la vileza de los precios, y cuando cada uno estaba más cargado de deudas, tanto vendía con más dificultad. Muchos quedaban pobres del todo, y la falta de la hacienda iba precipitando también la reputación y la fama, hasta que César lo reparó poniendo en diversos bancos dos millones y quinientos mil ducados (cien millones de sestercios) para ir prestando sin usura a pagar dentro de tres años, con tal que el pueblo quedase asegurado del deudor en el doble de sus bienes raíces. Con esto se mantuvo el crédito, y poco a poco se iban hallando también particulares que prestaban. La compra de los bienes raíces no fue puesta en práctica conforme al decreto del Senado, porque semejantes cosas, aunque al principio se ejecutan con rigor, a la postre entra en lugar del cuidado la negligencia.

XVIII. Volvieron después los mismos temores, siendo acusado de majestad Considio Próculo, el cual, celebrado sin sospecha alguna el día de su nacimiento, fue a un mismo punto arrebatado, llevado al Senado, condenado y muerto; y su hermana Sancia, bandida con la usada privación de agua y fuego. Fue el acusador Quinto Pomponio, hombre inquieto de costumbres, que con esta y semejantes hazañas pretendía ganar la gracia del príncipe, deseoso de remediar el peligro de Pomponio Secundo, su hermano. Fue desterrada también Pompeya Macrina, cuyo marido, natural de Argos, y el suegro, lacedemonio de los principales de Acaya, habían sido ya afligidos de César. Su padre, ilustre caballero romano, y su hermano, varón pretorio, viendo ya cercana la condenación, se mataron con sus manos. Hacíaseles cargo de que Cneo Pompeyo magno había tenido por amigo intrínseco a Teófanes Mitileneo (11), su bisabuelo, y que al mismo Teófanes, después de muerto, le había atribuído honores celestes la griega adulación.

XIX. Después de éstos, Sexto Mario (12), el más rico de las Españas, acusado de haber cometido incesto con su propia hija, fue despeñado de la roca Tarpeya; y porque no se estuviese en duda de que sus riquezas le habían ocasionado aquel trabajo, Tiberio tomó para sí sus minas de oro, aunque ya estaban confiscadas. Encarnizados después con tantas muertes, mandó matar a todos los que estaban presos por amigos de Seyano. Mostrábase un estrago grande de toda edad y de todo sexo; nobles y plebeyos, esparcidos y amontonados; ni podían los parientes ni los amigos llegarse a ellos, derramar lágrimas, ni tan solamente mirarlos con atención. Estaban puestas guardias que, notando el sentimiento de cada uno, seguían los ya podridos cuerpos muertos mientras se arrastraban al Tíber; donde ni los que iban sobreaguados, ni los que la corriente del agua arrojaba a las orillas se podían tocar, cuanto y más quemarse. Había la fuerza del temor de tal manera interrumpido el comercio de la humana naturaleza, que cuanto más crecía la crueldad, tanto más iba menguando la compasión.

XX. En este tiempo Cayo César (13), acompañando a su abuelo, que partía de Capri, se casó con Claudia, hija de Marco Silano, cubriendo la fiereza de su ánimo con una maliciosa modestia; porque ni de la condenación de su madre ni del destierro de sus hermanos se le oyó jamás hablar palabra; antes de tal manera mostraba conformarse con el humor de su tío, que no estudiaba sino en imitarle, usando el mismo traje, el mismo aspecto y casi las mismas palabras. A cuya causa no tardó mucho en divulgarse el dicho del orador Pasieno¡ es, a saber: Que no se había visto jamás mejor criado ni peor señor que Calígula. No pasaré tampoco en silencio el pronóstico que Tiberio hizo de Sergio Galba, entonces cónsul; porque llamándole, después de haberle tentado con diversas pláticas, a la postre, en lengua griega, le dijo estas palabras: y tú también, Galba, alguna vez gustarás del Imperio; dando a entender que su grandeza sería tardía y de poca dura. Quedóle este conocimiento de la ciencia del arte de los caldeos, aprendida en el ocio de Rodas de su maestro Trasulo, a quien experimentó de esta manera.

XXI. Todas las veces que quería consultar sobre algún negocio, se iba al lugar más alto de su casa acompañado de sólo un liberto, de quien se fiaba. Éste, ignorante de toda suerte de letras y de fuerza aventajada, iba por caminos inusitados y despeñaderos (siendo como era la casa situada sobre altísimos peñascos) delante de aquel cuya ciencia quería experimentar; y si a la vuelta lo hallaba con muestras de vanidad o sospechoso de engaño, le hacía echar en la mar desde aquellos precipicios, porque no le descubriese sus secretos. Llevado, pues, Trasulo por las mismas breñas, después de haberle respondido a sus preguntas, pronosticándole el imperio y manifestándole con gran sutileza las cosas por venir, le volvió a preguntar Tiberio si había jamás calculado su propio nacimiento y el peligro que aquel año y aquel día se le aparejaba. Él, considerados los aspectos de las estrellas y medidos los espacios, comenzó primero a estar suspenso, después a mostrar temor, y cuanto más lo miraba, tanto más se iba arrebatando de admiración, y miedo. Finalmente, comenzó a gritar que se hallaba en el punto más dudoso y por ventura el último de su vida. Tiberio, entonces, abrazándole, se alegró con él de que hubiese sido pronóstico de su propio peligro, y asegurándole tuvo después por oráculo todo lo que le había dicho, y a él entre sus amigos más íntimos.

XXII. Mas cuando oigo estos y semejantes casos, no me atrevo a juzgar con certidumbre si las cosas de los mortales son gobernadas por el hado y necesidad inmutable, o por accidente y caso fortuito; porque tú hallarás a los más sabios de los antiguos y a los secuaces de sus sectas muy diversos entre sí; y muchos (14) son de opinión que de nuestros fines, y finalmente de nosotros mismos, no tienen ningún cuidado los dioses; y que es ésta la causa por qué muchas veces padecen tristezas y trabajos los buenos cuando los ruines están gozando de mil felicidades. Otros (15), en contrario, confiesan que interviene y concurre el hado, y niegan que esto sea por medio de los planetas, sino de los principios y trabazón de las causas naturales: que, sin embargo, nos dejan la elección en la forma y manera de vivir, la cual, una vez escogida, hay un cierto orden de cosas que forzosamente nos han de suceder; y añaden que ni el verdadero mal ni bien son los que el vulgo tiene por tales, porque, a la verdad, hay muchos dichosos, a quien juzgamos que viven combatidos de mil desdichas, y otros infelicísimos, aunque cargados de infinitas riquezas; y esto viene de que los unos sufren constantemente sus infortunios, y los otros usan de sus propiedades con imprudencia; en lo demás, no se quita que no se haya destinado a muchos lo por venir por el principio de su nacimiento, ni que sucedan muchas cosas diversas de lo pronosticado por defecto de los que dicen lo que no saben; con que se desacredita una ciencia de la cual la edad antigua y la nuestra han producido clarísimas experiencias. Cosa cierta es que por el hijo del mismo Trasulo fue pronosticado el imperio de Nerón, como diré a su tiempo, por no alejarme ahora de la empresa comenzada.

XXIII. Durante los mismos cónsules se divulgó la muerte de Asinio Galo. No se pone duda en que fue de hambre; pónese en si fue violenta o voluntaria. Y consultado con César sobre si gustaba de que fuese enterrado, no se avergonzó de dar licencia para ello, ni de dolerse de los accidentes que le habían quitado de las manos aquel reo antes que pudiese ser convencido; como si durante el espacio de tres años hubiera faltado tiempo para despachar la causa de un viejo consular y padre de tantos consulares. Acabó, finalmente, la vida Druso después de haberse sustentado nueve días con miserables alimentos, comiendo la lana del lecho en que dormía. Han escrito algunos que Macrón tuvo orden, caso que Seyano tentase las armas, de sacar de la cárcel a Druso, porque estaba detenido en palacio, y darlo por cabeza al pueblo; mas después, porque supo que había pasado voz de que César se reconciliaba con Agripina y con Druso, quiso antes ser culpado de crueldad que de arrepentimiento.

XXIV. Y, lo que es más, habló muy mal del muerto, reprochándole la deshonestidad de su cuerpo, que era pernicioso a los suyos, y de mal ánimo para con la República. Mandó tras esto que se recitasen sus hechos y dichos, notados día por día, sin que pueda ofrecerse cosa más cruel que haberle tenido a los lados quien por discurso de tantos años notase su rostro, sus gemidos y sus secretas murmuraciones, sino el poderlo escuchar, leer y publicar su propio abuelo. Pareciera imposible, si no se leyeran las mismas notas del centurión Actión y de Dídimo, liberto, que nombraban los esclavos según que cada uno de ellos ponía las manos en Druso al salir de su cámara o le espantaba con amenazas, habiendo el centurión notado como hecho heroico hasta sus mismas palabras llenas de crueldad dichas a Druso, y las que él le respondía cercano ya al fin de su vida. El cual, fingiéndose al principio loco, maldecía a Tiberio, y después, viéndose ya sin esperanza de vivir, en su sano juicio blasfemaba de él con razones bien compuestas, rogando a los dioses que, así como había muerto a su nuera, al hijo de su hermano y a sus propios nietos y llenado su casa de homicidios, asimismo le diesen el castigo conveniente a la fama de sus mayores y grandeza de sus descendientes. Hacían ruido los senadores en la curia como detestando el oír tales cosas; mas suspendiólos el temor y la admiración de ver a un hombre tan astuto y acostumbrado a tener escondidas sus maldades haber llegado a tanta confianza, que casi derribadas las paredes, mostraba a su nieto, debajo del azote del centurión y entre los golpes de los esclavos, pedir en vano con ruegos lastimosos los últimos alimentos de la vida.

XXV. No estaba aún acabado este luto cuando se comenzó a oír hablar de Agripina, la cual, justiciado Seyano, creería yo que había vuelto a alimentar las esperanzas de vivir, y que viendo todavía en su punto la crueldad se dejó de este cuidado, resolviéndose en dejar la vida, si ya no es que, negándole los alimentos, se procuró dar a entender que ella misma se había muerto con no quererlo tomar; porque Tiberio no cesaba de infamarla feamente, acusándola de impudicia y de adulterio con Asinio Galo, queriendo inferir que después de su muerte había ella aborrecido la vida. Mas, a la verdad, Agripina, no contenta con el deber y deseosa de mandar, con los pensamientos de hombre se había desnudado de los vicios de mujer. Añadió César que se debía notar cómo moría en el propio día en que dos años antes había sido castigado Seyano, jactándose de que no la había hecho dar un garrote ni mandado echar su cuerpo en las Gemonias. Diéronsele por estas cosas gracias en el Senado, donde se hizo un decreto que cada año, el día de los diecisiete de octubre, que fue en el que sucedieron estas dos muertes, se consagrase un don a Júpiter.




Notas

(1) Era hermano de Séneca.

(2) A veces se encerraba a las personas de distinción en casa y bajo la vigilancia de los magistrados, y hasta en la de los particulares y bajo su responsabilidad.

(3) Llamábase así al festín que se celebraba nueve días después de la muerte de un pariente o de un amigo.

(4) Se refiere a Sócrates, según las palabras que Platón pone en boca de su maestro, Gorgias 524 E.

(5) El padre de los dos jóvenes a quienes Horacio dedica el Arte Poética conocida universalmente con el nombre de Epístola a los Pisones.

(6) Una mujer desconocida -dice Burnouf-, que el pueblo creyó ser la Sibila de Cumas, vendió a Tarquino el Soberbio tres libros de pretendidos oráculos. El monarca, que por ventura había suscitado la profetisa y hecho escribir los libros, confió su custodia a dos ciudadanos de la más alta nobleza. En el año 387 de Roma fue elevado a diez el número de los guardadores, hasta que por fin Sila dispuso aumentarlos hasta quince. Dichos libros se guardaban encerrados en un cofre de piedra, debajo de una bóveda del Capitolio, y sólo se les consultaba en las grandes calamidades públicas o cuando estallaba alguna sedición peligrosa. Es fácil adivinar que en uno y otro caso los jefes del Estado no leían en ellos más que las predicciones que a su política convenía. Es probable que al aumentar el número de los encargados de su custodia, se había querido hacer más difícil el soborno; mas esto no impidió que, al pretender César que le fuese concedido el título de rey, se hallase un colegio de quindecimviros que declarase que, según los libros sibilinos, los partos no podían ser vencidos sino por un rey.

(7) Era una manera de dar el voto que se hacía levantándose el votante y pasándose a sentar junto al que había hecho la proposición.

(8) Lo fue durante la guerra civil entre Mario y Sila. ¿Se ha de atribuir este error a descuido de los copistas, o fue que Tácito quiso, a sabiendas y con intención, substituir la palabra socialis a civilis?

(9) Este personaje, que es el mismo a quien dedica Veleyo Patérculo su historia, había sido cónsul en 783. Fue envenenado por Mesalina, por haberse resistido a sus impúdicos deseos.

(10) Cales, hoy Calvi, en la provincia de Campania.

(11) El amigo e historiógrafo de Pompeyo. Habiendo éste devuelto a instancias suyas a los lesbios la libertad que perdieran por haber abrazado el partido de Mitrídates, agradecidos a tamaño favor, le decretaron honores divinos.

(12) La causa de su muerte fueron sus minas de oro, y el pretexto el haber alejado a su hija, que era muy hermosa, para substraerla a las violencias de Tiberio.

(13) Calígula.

(14) Epicuro y sus discípulos.

(15) Los estoicos.

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