Índice de Los anales de TácitoSegunda parte del LIBRO SEGUNDOSegunda parte del LIBRO TERCEROBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO TERCERO

Primera parte



Agripina, con las cenizas de Germánico, llega a Brindis y de allí a Roma. - Druso vuelve al Ilírico. - Pisón, vuelto a Roma, es acusado de venenos y de majestad ofendida; a cuya causa, viendo por todas partes rigor y desconfianza, se priva de la vida. - Tacfarinas renueva la guerra en África, y es vencido por Lucio Apronio, procónsul. - Emllia Lépida es acusada y condenada de venenos y adulterios. -Templa Tiberio la ley Papia Popea, ejercitada hasta allí con rigor. - Vuelve otra vez a inquietar el África, Tacfarinas, para cuya defensa se nombra a Junio Bleso. - Son condenados algunos caballeros romanos por el delito de majestad.




ESTE LIBRO COMPRENDE LA HISTORIA DE TRES AÑOS

AÑO DE ROMA
AÑO CRISTIANO
CÓNSULES
773
20, D. C.
M. Valerio
C. Aurelio
774
21, D. C.
Cl. Tiberio Nerón
Druso César
775
22, D. C.
C. Sulpicio Galba
D. Haterio Agripa

I. Agripina, navegando en el rigor del invierno sin jamás tomar puerto, llegó a Corcira, isla frontera de Calabria (1); allí se detuvo algunos pocos días, procurando componer el ánimo, precipitosa en el llanto y no acostumbrada a sufrir. Sabida en tanto su venida, los amigos más íntimos de Germánico y muchos soldados que habían militado con él, y otros también no conocidos de las villas vecinas, parte pensando hacer servicio al príncipe, parte por hacer como los otros, acudieron a Brindis, como al puerto más célebre y más seguro que podía tomar la armada. Donde no tan presto fue descubierta en alta mar, que no sólo el puerto y las riberas vecinas, sino los muros, los tejados y los lugares más altos se cubrieron de gente llorosa y afligida, preguntándose unos a otros si habían de recibirla con aclamaciones o con silencio. Estaba todavía en duda cuál de estas dos cosas convenía hacer en aquella ocasión, cuando poco a poco se llegó la armada, no con los remeros alegres, como acostumbra cuando toma puerto, sino todos llenos de general tristeza. Mas en saliendo del bajel Agripina con sus dos hijos, abrazada con la urna fúnebre, y con los ojos clavados en el suelo, se comenzó un llanto universal indistinto, sin que pudiera conocerse cuál era de amigos o de extranjeros, cuál de hombres o de mujeres, sino que los nuevos en el dolor prevalecían a los que venían con Agripina, cansados ya del continuo llanto.

II. Había enviado César dos cohortes de su guardia con orden que los magistrados de Calabria, de Pulla y de Campania hiciesen los últimos honores a las cenizas de su hijo, las cuales, traídas en hombros de los tribunos y centuriones, marchaban delante las banderas descompuestas y los lictores con los fasces al revés; y como iban pasando por las colonias, concurría el pueblo vestido de luto, y los caballeros con sus trabeas (2), y los demás, conforme a la posibilidad del lugar, quemaban vestiduras, olores y otras cosas que se acostumbra quemar en los mortuorios. De las villas apartadas del camino salían a él, hacían altares, ofrecían víctimas a los dioses manes, testificando lo íntimo de su dolor con lágrimas y voces. Fuele a encontrar Druso a Terracina con Claudio, hermano de Germánico, y con los hijos que había dejado en Roma. Los cónsules Marco Valerio y Marco Aurelio, que habían comenzado ya a ejercer su oficio, el Senado y gran parte del pueblo cubrían el camino y, esparciéndose acá y acullá conforme a sus afectos, lloraban sin adulación alguna; porque a todos era notorio lo mal que podía disimular Tiberio el contento que le causaba la muerte de Germánico.

III. No salieron en público Tiberio ni Augusta, juzgando que no convenía a la majestad imperial el llorar públicamente o porque, expuestos a los ojos de todos, no se descubriese el fingimiento de sus aspectos. No hallo que por los escritores o por las memorias de cada día (3) se haga mención de haber hecho alguna señalada demostración Antonia, madre de Germánico, hallando nombrados a Agripina, a Druso, a Claudio y a los demás parientes; quizá por hallarse enferma aquellos días, o porque, vencida del dolor, no le bastase el corazón a ver con los ojos la grandeza del mal. Yo creería que la detuvieron consigo Tiberio y Augusta, y que como ellos no salieron de casa, gustaron de acreditar su sentimiento por el mismo camino que le mostraba la madre del difunto.

IV. El día que las cenizas se encerraron en el sepulcro de Augusto parecía Roma, ora un desierto por el silencio, ora un infierno por los llantos. Las calles ocupadas, el campo Marcio lleno de hachas encendidas, los soldados armados, los magistrados sin sus insignias ordinarias, el pueblo, dividido en sus tribus, gritando que era llegada la ruina de la República y que ya no les quedaba esperanza; y esto tan pronta y descubiertamente como si del todo se hubieran olvidado de que tenían señor. Pero ninguna cosa penetró más el corazón de Tiberio que el aplauso de la gente en general para con Agripina, a quien llamaban honra de la patria, residuo de sangre de Augusto, único ejemplo de la antigüedad; y vueltos al cielo rogaban por salud para su descendencia y que viviese más que los ruines.

V. Había quien deseara la pompa pública de aquellas funeralias conforme a las honras y magnificencias que hizo Augusto a Druso, padre de Germánico, que le salió a recibir hasta Pavía en medio del invierno asperísimo y sin apartarse jamás del cuerpo; que entró acompañándole en Roma, con el túmulo rodeado de estatuas de Claudios y de Julios; que fue llorado en el foro, alabado en los rostros (4); y que, finalmente, se hizo cuanto inventaron nuestros mayores o acrecentaron los modernos. Donde, en contrario, a Germánico no se le hicieron cumplidamente las honras debidas y acostumbradas a cualquier hombre noble; que hubiese sido quemado bien o mal el cuerpo en tierras extranjeras, respecto al largo viaje, no era maravilla; mas tanto había de ser mayor la honra después, cuanto la suerte se lo había negado antes. No salió su hermano más adelante de una jornada, ni su tío se dignó de salirle a encontrar siquiera hasta la puerta. ¿Dónde están los antiguos institutos?; ¿dónde la efigie sobre el túmulo?; ¿dónde los versos en memoria de las virtudes del difunto, los loores, las lágrimas y las demás apariencias siquiera de tristeza?

VI. Sabíalo todo Tiberio, y por tapar la boca al vulgo, le amonestó por un edicto, diciendo en substancia: Que habían muerto muchos ilustres romanos en servicio de la República, y que ninguno había sido tan deseado universalmente, cosa señalada y de gran honra para él y para todos con tal que no excediese los límites de la razón; porque no convienen o que ellas mismas cosas a los príncipes y a un pueblo que manda, que a las casas y ciudades inferiores; que había estado en su lugar dar el debido sentimiento al reciente dolor, y no lo estaría menos el buscar algún alivio a tanta tristeza; que era ya tiempo de retirar el ánimo a su quietud y fortalecerle, como hizo el divo Julio perdida su hija única, y el divo Augusto arrebatados del mundo sus sobrinos, los cuales procuraron echar de sí todo desconsuelo; que no había necesidad de valerse de ejemplos antiguos, ni acordarse de cuántas veces sufrió constantemente el pueblo romano las rotas de sus ejércitos, la muerte de sus capitanes y la extirpación de sus antiguas y nobles familias; que eran los príncipes mortales, mas la República eterna. Por tanto, que volviese a sus acostumbrados ejercicios, y, acercándose ya el tiempo de los juegos Megalenses (5), tornasen a gozar de sus gustos y pasatiempos.

VII. Rompidas con esto las vacaciones (6), se volvió a los negocios, y Druso partió para los ejércitos del Ilírico, estando todos con el ánimo levantado en pedir venganza contra Pisón. Dolíanse de que entre tanto se anduviese él recreando por los lugares amenos de Asia y de Acaya, por subvertir con esta arrogante y maliciosa detención las pruebas de sus maldades, porque ya se sabía que aquella Martina, famosa hechicera, enviada, como he dicho, por Cneo Sencio, era muerta súbitamente en Brindis, y que le habían hallado el veneno escondido en las trenzas de los cabellos, sin señal alguna en su cuerpo de haberse quitado ella misma la vida.

VIII. Mas Pisón, enviando delante a Roma a su hijo con instrucción de ir mitigando el ánimo del príncipe, vuelve de nuevo a donde estaba Druso, esperando no hallarle más riguroso para con él a causa de la muerte de su hermano, que favorable por haberle librado de tal competidor. Tiberio, para mostrar la entereza de su justicia recibiendo al mozo benignamente, usó con él de la misma liberalidad que acostumbraba usar con los demás hijos de personas tan nobles. Druso respondió a Pisón que si era verdad lo que se publicaba, no podía dejar de tener particular sentimiento; mas que deseaba fuese todo falso y vano para que la muerte de Germánico no pudiese ocasionar la ruina de nadie. Todo esto dijo en público, sin concederle audiencia secreta; y no se puso duda en que tuvo instrucción de su padre, porque siendo en las demás cosas poco advertido y fácil por la juventud, usaba en aquella ocasión de astucias de viejo.

IX. Pisón, atravesado el mar de Dalmacia y dejando sus bajeles en Ancona, por la Marca, y después por la vía Flaminia, alcanzó la legión que se hacía venir de Panonia a Roma, para de allí enviarla de guarnición a la provincia de África, de donde después nació la voz de que en la ordenanza y en viaje había hecho muchas veces ostentación de sí a los soldados. De Nami, por no dar sospecha o porque a quien teme todos los consejos son inciertos, haciéndose llevar por la Nera al Tíber, acrecentó el enojo del vulgo el ver su barca abordada al túmulo de los césares (7) en un día que acertó a ser solemne, y en aquella frecuencia, desembarcando él con gran acompañamiento de criados y clientes, y Plancina de mujeres, todos con muestras de gran alegría. Provocaba también el odio universal su casa levantada sobre la plaza, amada como para una gran fiesta, banquete copioso, viandas exquisitas, y por el concurso y publicidad del lugar nada escondido.

X. El día siguiente, Fulcinio Trion (8) citó a Pisón ante los cónsules. Por otra parte, Vitelio, Veranio y los otros que habían acompañado a Germánico decían que Trion no tenía para qué entrometerse en aquello, ni ellos como acusadores, sino como testigos, querían dar los indicios del hecho y declarar lo que les había encargado Germánico; por lo cual, dejando Trion de seguir este cabo del proceso, alcanzó el poder acusar a Pisón de su vida pasada, y pidióse al príncipe que se encargase del conocimiento de toda la causa, de que no le pesó al reo por el temor con que estaba del favor del pueblo y del Senado. Donde, en contrario, sabía que Tiberio solía hacer poco caso de los rumores populares, y que se hallaba interesado en los secretos consejos de su madre; fuera de que discierne mejor las cosas verdaderas y las dudosas un juez solo, pudiendo demasiado acerca de los muchos el aborrecimiento y la envidia. No ignoraba Tiberio el peso que tomaría sobre sus espaldas con encargarse del conocimiento de la causa, ni la fama que corría de él; y así, llamando algunos pocos de sus más familiares, oyó de una parte las amenazas de los acusadores, y de la otra los ruegos del reo. Hecho esto, remitió enteramente la causa al Senado.

XI. Entretanto, volviendo Druso del Ilírico, sin embargo de que los senadores habían decretado de que entrase en Roma con el triunfo de la ovación, por haber recibido a merced a Maroboduo y por las demás cosas hechas el verano antes, difiriendo aquel honor para otra ocasión, entró en la ciudad privadamente. Tras esto, pidiendo Pisón por abogados a Lucio Aruncio, Fulcinio, Asinio Galo, Esernino Marcelo y Sexto Pompeyo, y rehusándolo ellos con varias excusas, obtuvo en su lugar a Marco Lépido, Lucio Pisón y Liveneyo Régulo; y así estaba con atención toda la ciudad por ver la fidelidad con que se gobernaban los amigos de Germánico, en qué confiaba el reo, y si Tiberio sabía esconder y reprimir bastantemente sus afectos, o si se le echaban de ver. Atento a estas cosas, el pueblo hablaba, aunque secretamente, con más libertad que nunca contra el príncipe, de quien hasta con el silencio publicaba ruines sospechas.

XII. El día que se juntó el Senado para esta causa, César con prevenida templanza, habló así: A Pisón, ya en otro tiempo legado y amigo de mi padre, di, con parecer vuestro, por coadjutor a Germánico en la administración de las cosas de Oriente. Si allí con desobediencia o emulación ha exasperado el ánimo del mozo, alegrándose de su muerte o finalmente dádosela con maldad y traición, bien es que se juzgue con entereza, porque si el legado ha excedido los límites de su oficio, perdido el respeto a su superior y alegrádose de su muerte y de mi llanto, le aborreceré, le privaré de mi casa y vengaré las enemistades particulares, no como príncipe. Mas si se prueba delito tan atroz, que deba satisfacerse con la muerte de alguno, dad a vosotros mismos, a los hijos de Germánico y a mí, que soy su padre, el justo consuelo que necesitamos. Considerad juntamente si a la verdad Pisón ha incitado el ejército a inquietudes; si movido de ambición ha procurado ganar el favor de los soldados y vuelto a entrar armado en la provincia; averígüese si estas cosas son falsas o engrandecidas por los acusadores, de cuyo sobrado afecto y diligencias excusadas me duelo con razón. Porque, ¿a qué propósito poner desnudo en una plaza el cuerpo de Germánico, y manosearle a vista del vulgo, publicar hasta entre los extranjeros que murió atosigado, si estaba todavía en duda, y como veis se investiga la verdad? Confiésoos que lloro a mi hijo y que lo lloraré siempre; mas no por esto prohíbo al reo que deje producir todo lo que pueda ayudar a su justificación, aunque sea redargüir a los acusadores con alguna maldad de Germánico. Y ruégaos que no porque esta causa es tan conjunta, como veis con mi dolor, os resolváis en admitir por probados los delitos solamente imputados al reo. Si el parentesco y la confianza le han proveído a Pisón de abogados, ayudadle en su peligro muy en buen hora con la elocuencia y cuidado que pudiéredes. Al mismo trabajo y a la misma distancia me ha parecido también exhortar a los acusadores. Excedamos en esto sólo a las leyes en honra de Germánico; es, a saber, que la causa tocante a su muerte se vea en la curia y no en el foro, por el Senado y no por los jueces; sea tratado lo demás con igual modestia y templanza. Ninguno tenga respeto a las lágrimas de Druso, a mi tristeza, ni tampoco a lo que puede fingirse contra nosotros.

XIII. Asignaban después de esto dos días para producir la acusación, y al cabo de otros seis, tres al reo para dar sus defensas. Entonces Fulcinio declaró que había gobernado a España con ambición y avaricia; delitos viejos y vanos que, probados, no le dañaban purgados los nuevos, ni defendidos, le absolvían de los más graves. Después de él, Servio, Veranio y Vitelio, con igual afecto, aunque Vitelio con más elocuencia, expusieron: Que Pisón, por odio de Germánico y deseo de novedades, con dar sobrada licencia a la gente de guerra y con disimular las injurias hechas a los pobladores de la provincia, había sobornado los ánimos militares hasta hacerse llamar por los más ruines padre de las legiones; que, en contrario, había usado mil crueldades con la gente más granada, especial con los amigos y compañeros de Germánico; y, últimamente, que no había dudado de quitarle la vida con hechizo y con veneno. Que a este efecto habían hecho él y Plancina mil sacrificios y nefandas inmolaciones; que empuñó después las armas contra la República; tal, que para llegar a poderse conocer de sus excesos había sido fuerza pelear con él y vencerle en batalla.

XIV. Estaba su defensa dudosa en los demás cabos; porque ni el ganar a los soldados con ambición, ni el haber recibido en la provincia gente facinerosa, ni las injurias hechas a Germánico, podían negarse. Sólo el delito del veneno parecía purgado, porque ni aun los mismos acusadores lo confirmaban bien con decir que estando una vez junto a Germánico, por quien fue convidado a un banquete, con achaque de servirle le había atosigado la vianda; pareciendo absurdo y disparate grande el pensar que se pudiese atrever a tal, rodeado de criados ajenos, con tantos ojos sobre sí, sin los del mismo Germánico; y el reo ofrecía que fuese interrogada su familia, pidiendo ministros para la tortura; mas los jueces, por diversas cosas, se mostraban implacables. César por la guerra movida a la provincia, el Senado por no acabarse de persuadir a que Germánico era muerto sin engaño, murmurándose que no negaba menos esta verdad Tiberio que Pisón. Oíanse fuera las voces del pueblo, afirmando que emplearían las manos, caso que Pisón se librase del juicio de los senadores; habiendo entretanto arrastrado sus estatuas a las Gemonias, y las despedazaran si no las hubiera defendido y vuelto a su lugar la autoridad del príncipe. Pisón, pues, metido en una litera fue vuelto a llevar por un tribuno de las cohortes pretorias; creyendo unos que iban por guardia de su persona y otros para quitarle la vida.

XV. El mismo aborrecimiento universal había contra Plancina; pero alcanzaba más favor, y a esta causa se estaba en duda de lo que César emprendería contra ella. La cual, mientras Pisón tuvo algunas esperanzas, se ofrecía de acompañarle en cualquier fortuna, y si el caso lo pedía, hasta en la misma muerte. Mas en obteniendo ella perdón por secretos ruegos de Augusta, comenzó poco a poco a separarse del marido y a dividir las defensas; lo que tomado de Pisón por señal mortal, estando a esta causa en duda si gastaría tiempo en ayudarse, animado por sus hijos se resolvió en entrar de nuevo en el Senado; donde hallando renovada la acusación, los senadores más alterados y toda cosa contraria y cruel, nada le desanimó tanto como el ver a Tiberio sin piedad y sin ira, obstinado y cubierto por no declarar sus afectos. Llevado otra vez a su casa a título de querer pensar nuevas defensas, escribió algunas cosas, y, selladas, las dio a un liberto suyo. Atendió después al usado cuidado del cuerpo, y pasada buena parte de la noche, en saliendo su mujer del aposento, mandó cerrar las puertas, y al nacer del día fue hallado en tierra degollado y la espada cerca de él.

XVI. Acuérdome haber oído decir a los muy viejos que fue visto muchas veces en manos de Pisón un papel no divulgado por él; mas decían sus amigos que era de letra de Tiberio, y que contenía los mandatos contra Germánico; el cual estuvo resuelto de producirle en el Senado y de argüir con él al príncipe; y lo hiciera, si con unas promesas no se lo disuadiera Seyano. Y que no se mató él mismo, sino que se envió quien le quitase la vida. No me atreveré a afirmar ninguna de estas cosas; mas no he querido callar la relación de aquellos que vivieron hasta nuestra juventud. César, mostrado en lo exterior disgusto de que con esa muerte se había pretendido hacerle aborrecible al Senado, con continuas preguntas iba investigando de la manera que Pisón había pasado aquel último día y aquella noche. Y habiéndole dicho sobre esto su hijo muchas cosas con prudencia y muchas con inconsideración, leyó finalmente el memorial hecho por su padre, dictado casi en esta substancia: Oprimido de la conspiración de mis enemigos contra mí y del odio del falso delito, pues que ni mi verdad ni mi inocencia tienen lugar, llamo a los dioses inmortales por testigos de cómo he vivido para contigo, ¡oh César!, siempre fiel, y no con menor afición para con tu madre; a entrambos encomiendo mis hijos, de los cuales a Cneo Pisón, por haber estado siempre en Roma, no le debe tocar parte de mi mala fortuna. Marco Pisón me disuadió el volver a Siria, y pluguiera a los dioses que hubiera cedido yo antes a mi hijo mozo que él a su padre viejo; por lo cual tanto más apretadamente pido que mi culpa y mi temeridad no arrebaten también al inocente. Ruégote, pues, por mis servicios de cuarenta y cinco años, por el consulado que ejercimos tú y yo juntos, con aprobación del divo Augusto, tu padre, y gusto particular tuyo, y por la memoria de un amigo que ya no te puede pedir otra merced, que me la hagas de conceder la vida a mi infelice hijo. De Plancina no hizo mención alguna.

XVII. Después de esto Tiberio absolvió al mozo Pisón del delito de la guerra civil, diciendo que no le había sido lícito desobedecer a su padre. Tuvo también compasión a la nobleza de aquel linaje y a la infelicidad de Pisón, aunque en todas maneras merecida. Fue baja y vergonzosa cosa que defendiese a Plancina, poniendo por excusa el habérselo rogado su madre, contra la cual se encendían las secretas pláticas de todos los buenos, diciendo: ¿Es posible que pueda ver una abuela delante de sí la matadora de su nieto, y que ésta la hable y la libre de las manos del Senado? ¡Que a sólo Germánico se niegue lo que conceden las leyes a cualquier ciudadano! ¡Que sea llorado César por Vitelio y por Veranio, y por el emperador y por su madre defendida Plancina! Convierta y emplee de hoy más Plancina los venenos y encantos tan a su salvo experimentados contra Agripina y sus hijos, para que la venerable abuela y generoso tío se acaben de hartar de la sangre de esta más que infelice casa. Pasáronse con esto dos días, so color de hacer el proceso de Plancina, instando Tiberio con los hijos de Pisón a encargarse de la defensa de su madre. Y aunque los testigos y acusadores gritaban a porfía contra ella, sin que nadie respondiese, pudo finalmente más la misericordia que el aborrecimiento. Pidióse primeramente el voto al cónsul Aurelio Cota (porque cuando César proponía, hacían también los magistrados oficio de consejeros votando en las causas) (9), y fue de parecer que el nombre de Pisón se rayase de los fastos; que una parte de sus bienes se confiscase y la otra se hiciese gracia de ella a su hijo Cneo Pisón, con tal que mudase su sobrenombre (10). Que Marco Pisón, degradado del Senado dejándole solamente ciento veinticinco mil ducados (cinco millones de sestercios) de hacienda, fuese desterrado por diez años, y que Plancina fuese absuelta, mediante los ruegos de Augusta.

XVIII. Fueron moderadas por el príncipe muchas cosas de esta sentencia: que no se borrase el nombre de Pisón de los fastos, pues quedaba el de Marco Antonio habiendo hecho guerra a la patria, y el de Julio Antonio, que violó la casa de Augusto. Libra a Marco Pisón de aquella ignominia, concediéndole toda la hacienda de su padre, mostrándose, como he dicho atrás, harto firme en menospreciar el dinero, y ya entonces, por la vergonzosa absolución de Plancina, mucho más aplacado. Prohibió que se pusiese estatua de oro en el templo de Marte Vengador, como había aconsejado Valerio Mesalino, y altar a la Venganza, como quería Cecina Severo, con decir que estas cosas se suelen consagrar por las victorias ganadas de los extraños, y que los males de casa deben cubrirse con la tristeza. Había añadido Mesalino que en honra de la venganza de Germánico se diesen gracias a Tiberio, a Augusta, a Antonia, a Agripina y a Druso, olvidándose el nombrar a Claudio, a cuya causa Lucio Asprenate, en pleno Senado, preguntó a Mesalino si había sido voluntario aquel olvido, y entonces se añadió en el decreto el nombre de Claudio. Verdaderamente que cuanto más voy observando las cosas nuevas e investigando las antiguas, tanto más se me representa ante los ojos la locura y vanidad de los mortales en cualquier cosa que sea; no había hombre de quien tan poco se acordase la fama, a quien se estimase en menos, ni de quien se tuviesen menos esperanzas que éste a quien la fortuna escondidamente nos tenía guardado para príncipe.

XIX. Pocos días después el Senado, con orden de Tiberio, dio la dignidad de sacerdotes a Vitelio, Veranio y Severo. A Fulcinio prometió su favor siempre que se opusiese a los honores, advirtiéndole que procurase no precipitar su elocuencia con la sobrada violencia en el hablar. Éste fue el fin que tuvo la venganza de la muerte de Germánico, de la cual se discurrió variamente no sólo entre los hombres de aquellos tiempos, sino también en los que siguieron después. Tan inciertas y dudosas son las cosas grandes: mientras unos tienen por cierto todo lo que oyen, otros vuelven en contrario la verdad, y al fin se van aumentando con el tiempo ambas opiniones. Druso, saliendo de Roma por hacer su entrada con majestad y buen agüero (11), tornó luego a entrar en triunfo de ovación, y pocos días después murió Vipsania, su madre, sola la cual, entre todos los hijos de Agripa, dejó de morir de muerte violenta, porque los demás, o descubiertamente murieron a hierro, o, como se creyó, de veneno y de hambre.

XX. En este año, Tacfarinas, vencido, como dije, el año pasado por Camilo, renovó la guerra de África, primero con corredurías no prevenidas por la presteza, después con arruinar villas y hacer grandes presas, y a lo último sitiando junto al río Pagida (12) una cohorte romana. Gobernaba aquel puesto Decrio, soldado valeroso y práctico, el cual, teniendo a deshonra el estar sitiado, y exhortando a los suyos a pelear en campaña, los saca fuera del alojamiento en ordenanza. Mas siendo al primer ímpetu rota la cohorte y puesta en huida, mientras en medio de las armas y tiros arrojadizos detiene a los que huyen y da voces a los alféreces que se avergüencen de volver las espaldas a gente fugitiva y desordenada, herido y perdido un ojo, aunque todavía fiero contra el enemigo, no cesó de pelear hasta que, desamparado de los suyos, dejó la vida.

XXI. Sabido este suceso por Lucio Apronio, que había sucedido a Camilo, ofendido más de la vileza de los suyos que de la reputación que ganaba el enemigo, hizo matar con las varas a todos los que salieron diezmados de aquella vergonzosa cohorte, castigo hecho raras veces en aquel tiempo, aunque muy usado por los antiguos. Y aprovechó de suerte este rigor, que una sola bandera de quinientos veteranos puso en rota después a la misma gente de Tacfarinas que había ido sobre la fortaleza de Tala (13). En esta batalla Rufo Elvio, soldado ordinario, ganó la honra de haber salvado la vida de un ciudadano, en premio de lo cual le dio Apronio los collares de oro y una lanza. El César le añadió la corona cívica, doliéndose, no que le pesase, de que Apronio no se la hubiese dado con la autoridad de procónsul. Mas Tacfarinas, viendo a los númidas perdidos de ánimo, dejándose de sitiar tierras, comienza a dividir la guerra, retirándose cuando era seguido, y de nuevo acometiendo a las espaldas. Todo el tiempo que siguió este consejo, sin recibir daño, cansaba y burlaba a los romanos; mas, mientras vuelto a los lugares marítimos se estaba en los alojamientos a guardar la presa, Apronio Cesiano, enviado por su padre con la caballería y auxiliarios junto con los infantes sueltos de las legiones, peleó con él prósperamente, haciéndole retirar a los desiertos.

XXII. Mas en Roma, Lépida, la cual, fuera de la reputación del linaje Emilio, tuvo por bisabuelos a Lucio Sila y a Cneo Pompeyo, fue acusada de haber fingido la preñez y el parto de Pubio Quirino, hombre rico y sin hijos, añadiéndole adulterios, venenos y haber investigado cosas por vía de caldeos en daño de la casa de César, defendiendo su causa Manio Lépido, su hermano. Quirino, aborreciéndola aun después de haberla repudiado, puesto que infame y culpada la hacía digna de compasión. No se pudo conocer con facilidad en esta causa la intención del príncipe; de tal manera supo confundir y entremezclar las demostraciones de ira y de clemencia, habiendo rogado el primero al Senado que no se tratase aquella causa como delito de majestad; mas después apercibió a Marco Servilio, varón consular, y a otros testigos para que dijesen lo que había mostrado desear que se callase. Tras esto hizo entrega en manos de los cónsules a los criados de Lépida, que hasta entonces había estado con guardia de soldados, si bien no consintió que fuesen examinados con tortura por lo que tocaba a él y a su casa. Quitó a Druso, que estaba nombrado para cónsul, el privilegio de votar primero, atribuyéndolo algunos a humanidad y modestia, por no necesitar a los otros a seguir su parecer, y otros a crueldad, por poderle hacer arrimar después al voto que tratase de condenarla.

XXIII. Lépida, compareciendo en el teatro en los juegos que se hacían aquellos días que se veía su causa, acompañada de mujeres nobles, con miserables lamentos, llamando sus antecesores y al mismo Pompeyo, cuyas eran aquellas memorias y estatuas que allí se veían, movió a tanta piedad al pueblo, que, deshecho en lágrimas, decía mil males de Quirino, a cuya vejez, privada de sucesión y de nobleza, hubiese sido dada una mujer destinada para serlo de Lucio César, y nuera del divo Augusto. Mas después que con la confesión de los criados en el tormento se sacaron a la luz sus maldades, fue aprobado el parecer de Rubelio Blando, es a saber, que fuese privada de agua y de fuego. A este voto se arrimó Druso, si bien hubo muchos que juzgaron más mansamente. Poco después, a instancia de Escauro, que de ella tenía una hija, se le concedió que no se le confiscasen los bienes. y entonces descubrió Tiberio haber sabido con certidumbre, hasta de los criados de Quirino, que Lépida le había querido atosigar.

XXIV. Esta adversidad de estas dos familias ilustres, habiendo casi en el mismo tiempo perdido los Calpurnios a Pisón y los Emilios a Lépida, tuvo algún alivio con la gracia que se hizo a Decio Silano, restituyéndole al linaje de los Junios. Contaré brevemente este suceso. Así como en las cosas públicas tuvo Augusto a la fortuna favorable, asimismo fue en las de su casa poco dichoso, por la deshonestidad de su hija y de su sobrina, que fueron desterradas por él de Roma, y los adúlteros castigados con muerte o con destierro; porque llamando al pecado público entre hombres y mujeres con el grave nombre de ofendida religión o majestad, excedía los límites de la clemencia de sus predecesores y de las propias leyes hechas por él. Contaré los sucesos de los otros y las cosas de aquella edad, si, acabadas éstas que traigo entre manos, me sobrare vida para escribir más. Decio Silano, pues, adúltero de la sobrina de Augusto, aunque no se hizo otra demostración contra él que privarle de la amistad de César, conoció bien que tácitamente se le declaraba el destierro: ni Marco Silano, hermano suyo, estimado por su gran poder, calidad y elocuencia, se abrevió a impetrar perdón del Senado ni del príncipe hasta que imperó Tiberio. El cual, dándole Silano las debidas gracias, le respondió en presencia de los senadores que se holgaba también él de que hubiese vuelto su hermano de tan larga peregrinación, y que lo había podido muy bien hacer no habiendo sido desterrado por decreto del Senado ni por ley. Si bien para con él quedaban vivas las mismas ofensas hechas a su padre, no habiendo la vuelta de Silano derogado la voluntad de Augusto. Vivió después en Roma sin alcanzar jamás honor ni dignidad alguna.

XXV. Trátase después de esto de moderar la ley Papia Popea (14), hecha por Augusto siendo ya viejo, después de las leyes Julias (15), por aumentar las penas a los que no se casaban y alimentar el Erario, si bien no por eso se aumentaban los casamientos ni la crianza de los hijos, prevaleciendo el uso del celibato; tal, que de día en día crecía la muchedumbre de los que se ponían voluntariamente al riesgo de la pena, visto que muchas casas estaban destruidas y acabadas por la interpretación de los acusadores, de suerte que como en otro tiempo daba cuidado la muchedumbre de los vicios, no le daba menor en éste la multiplicación de las leyes. Esto nos convida a discurrir desde más atrás del principio que tuvo la administración de la justicia, y el modo en que se ha venido a esta infinita variedad y cantidad de leyes.

XXVI. Vivían los primeros hombres sin ningún siniestro apetito, sin vituperio o maldad alguna, y a esta causa, sin penas y sin necesidad de corrección; no había tampoco necesidad de premio, apeteciéndose lo justo y lo honesto por su propia causa, y donde nada se deseaba contra el deber, nada tampoco era vedado con el temor. Mas después que se fueron despojando de esta igualdad y en vez de la templanza y de la vergüenza entraron la fuerza y la ambición, comenzaron a establecerse los señoríos, perpetuándose acerca de diversos pueblos; y a muchos, o luego o después de haber experimentado el dominio real, agradaron las leyes. Éstas al principio eran sencillas y sin artificio, respecto a reinar en los ánimos de los hombres estas mismas calidades, celebrando mucho la fama las de los cretenses, dadas por Minos, de los espartanos, por Licurgo, y después de éstas las que Solón dio a los atenienses, más exquisitas y en mayor número. A nosotros nos gobernó Rómulo a su voluntad. Obligó después Numa al pueblo a la religión y al derecho divino. Talo y Anco inventaron algunas; pero sobre todos fue Servio Tulio el principal inventor de las leyes a quien los reyes obedeciesen también.

XXVII. Desposeído Tarquino, el pueblo, por defender la libertad y establecer la paz, ordenó muchas cosas contra los bandos y ligas de los senadores. Creáronse los diez varones, y recogidas por todas partes las más famosas leyes, se compusieron las doce tablas, compendio de toda equidad y justicia; porque si bien las leyes que se hicieron después fueron algunas veces en orden a castigar delitos, no hay duda en que las más se fueron estableciendo por fuerza o por disensiones entre los estamentos, o por adquirir honras ilícitas, o, finalmente, por echar de la ciudad a los varones de mayor esplendor, y por otras cosas ruines semejantes a éstas. Con este dolor fueron alborotadores del pueblo los Gratos y los Saturninos: ni Druso se mostró menos pródigo en nombre del Senado, cohechando a sus aliados con la esperanza, o engañándolos con varios impedimentos y oposiciones. Después, ni por las guerras de Italia, ni por las civiles que siguieron luego, se dejaron de hacer muchas y diversas leyes, hasta que Lucio Sila, dictador, anuladas o corregidas las primeras y añadiendo otras muchas más, dio algún breve reposo a esta ocupación, hasta que sobrevinieron las sediciosas leyes de Lépido, y poco después la licencia restituida a los tribunos de barajar el pueblo a toda su voluntad. Y ya desde entonces, no sólo en común, sino contra particulares, se hacían estatutos; tal, que nunca se vio más estragada la República que cuando tuvo más número de leyes.

XXVIII. Cneo Pompeyo entonces fue elegido tercera vez cónsul (16) a título de reformar las costumbres: el cual, usando de remedios más rigurosos que el propio mal, fue él mismo autor y destruidor de sus leyes, perdiendo por las armas lo que procuró defender con ellas. Después, siguiéndose una continua discordia de veinte años (17), no quedó rastro de justicia ni de buena costumbre, y no sólo quedaban las maldades sin castigo, pero muchas veces se aplicaba a las cosas honestas y a la virtud. Finalmente, César Augusto, en el sexto consulado, seguro de su poder, anuló todo lo que había ordenado en su triunvirato, y dio leyes para que nos sirviésemos de ellas en tiempo de paz y debajo del gobierno de un príncipe. Fuéronse tras esto apretando las ataduras de las leyes, especial en la observancia de la Papia Popea, hasta dar salarios y premios a los espías y acusadores, para que si alguno moría sin haber sido padre sucediese el pueblo romano como padre universal. Pero ellos excedían de sus comisiones, despojaban a Roma, a Italia y a los ciudadanos doquiera que los hallaban, de tal manera que tenían ya destruidos a muchos y atemorizados a todos, cuando Tiberio determinó de remediarlo, sacando por suerte cinco sujetos que habían sido cónsules, cinco del orden pretorio y otros tantos de lo restante del Senado: éstos, desatando muchos nudos y varias implicaciones de aquella ley, fueron por entonces de algún alivio.

XXIX. En este tiempo, no sin risa de los oyentes, rogó Tiberio a los senadores que tuviesen por bien de habilitar a Nerón, hijo de Germánico, entrado ya en la juventud, para que, sin haber ejercitado el oficio del magistrado de los veinte varones (18), pudiese ser admitido al de cuestor cinco años antes de lo que permitía la ley, alegando que a él y a su hermano se había concedido lo mismo a instancia de Augusto; mas ni aun entonces pienso que dejarían de burlar secretamente de semejante demanda, con ser al nacimiento de la grandeza de los Césares, y hallarse más cercanos a las antiguas costumbres, con el parentesco menos estrecho de los antenados para con el padrastro, que del abuelo para con el nieto. Añadiósele el pontificado, y el primer día que compareció en la plaza se dio un donativo al pueblo, alegre y regocijado de ver ya a un hijo de Germánico en edad juvenil. Acrecentó la alegría poco después el matrimonio de Nerón con Julia, hija de Druso; y a esta medida fue el sentimiento universal de que al hijo de Claudio se le destinase Seyano por suegro, pareciendo que con aquello se manchaba la nobleza de aquel linaje, y que levantado ya de suyo Seyano a excesivas esperanzas, se le daba ocasión para esperar más.

XXX. A la fin del año murieron dos varones señalados, es a saber: Lucio Volusio y Salustio Crispo. Volusio, de antiguo linaje, aunque sus pasados no habían llegado a más que a ser pretores, él alcanzó el consulado, y fue censor para la elección de las decurias de la gente de a caballo, y el que comenzó a juntar las grandes riquezas de que aun hoy en día florece aquella casa. Crispo fue de linaje de caballeros, aceptado en la familia de aquel Cayo Salustio, excelente historiador de las cosas de Roma, como nieto de su hermana. Éste, aunque pudo fácilmente tener entrada a los honores y oficios honrados de la República, todavía deseando imitar a Mecenas, siguió el mismo estilo, y sin llegar a ser senador se adelantó en autoridad a muchos que habían triunfado y sido cónsules: fue diverso de la antigua forma de vivir en el ornato de su persona y en el aliño y regalo de su casa, y por la abundancia de riqueza casi pródigo. Tuvo con todo eso el ánimo vigoroso, apto para negocios grandes, y tanto más despierto, cuanto procuraba mostrarse más soñoliento y para poco. Viviendo Mecenas fue la segunda persona y después la primera de quien se confiaron los más íntimos secretos de los emperadores, y uno de los que supieron de la muerte de Póstumo Agripa. En llegando a la vejez, retuvo más la apariencia que la fuerza de la privanza del príncipe, como sucedió también a Mecenas: cosa fatal que la privanza de corte sea raras veces durable; quizá porque los príncipes se avergüenzan de haber acabado de dar todo lo que pueden, o los privados se empalagan viendo que no les queda ya más que desear.

XXXI. Sigue el cuarto consulado de Tiberio, y el segundo de Druso, memorable por la compañía de padre e hijo; porque dos años antes tuvo Germánico el mismo honor con Tiberio, no tan amable al tío ni tan conforme a su naturaleza. El cual, al principio de este año, so color de recrearse y mirar por su salud, se retiró en el país de Campania; mas, a la verdad, él pensaba continuar por mucho tiempo aquella ausencia de Roma, quizá porque Druso, faltándole el padre, ejerciese solo los negocios del consulado; y casualmente una cosa bien ligera, aunque después fue ocasión de notable contraste, la dio al mozo para hacerse bienquisto con el pueblo. Domicio Corbulón, varón pretorio, se quejó en el Senado de Lucio Sila, mancebo notable, porque en el espectáculo de gladiatores no le había dado su lugar. Tenía de su parte Corbulón la edad, la costumbre de la patria y el favor de los senadores más viejos: en contrario, Mamerco Escauro, Lucio Aruncio y otros parientes de Sila abogaban por él. Contendióse con largas oraciones, contando ejemplos antiguos en que con gravísimos decretos se habían castigado los desacatos juveniles, hasta que Druso comenzó a discurrir sobre la materia con tanta discreción y razones tan acomodadas a quietar los ánimos alterados, que Mamerco, tío y padrastro de Sila, fecundísimo orador de aquella edad, se resolvió en dar satisfacción a Corbulón. El mismo Corbulón, exclamando después que por negligencia de los magistrados y por fraude de los arrendadores obligados al aderezo de los caminos estaban infinitos por toda Italia del todo impracticables, recibió con gusto la comisión que se le dio de aquel negocio; el cual no salió después tan provechoso para el uso público, cuanto calamitoso a muchos, contra cuyas honras y haciendas con penas y confiscaciones se encruelecía.

XXXII. Poco después escribió Tiberio a los senadores cómo hallándose la provincia de África en trabajo por las corredurías de Tacfarinas, convenía que el Senado eligiese un procónsul experto en la milicia y de salud robusta para ejercitar aquella guerra. Esto dio ocasión a Sexto Pompeyo de desfogar el odio que tenía concebido contra Marco Lépido, llamándole hombre de poco, pobre, afrenta de su linaje, y por esto digno también de ser privado de concurrir ni entrar en suerte para el gobierno de Asia. El Senado, en contrario, excusaba a Lépido, juzgando que lo que en él parecía poquedad y descuido no era sino una cierta bondad y llaneza natural, y que la poca hacienda que le dejó su padre y su nobleza, sustentada sin reproche, debían causar en él antes honor que vituperio. Y así fue enviado a Asia. En cuanto al gobierno de África, se decretó que César nombrase a quien le diese gusto.

XXXIII. Mientras se trataba de estas cosas, aconsejó Severo Cecina que no permitiese a ningún gobernador de provincia el llevar consigo a su mujer, habiendo primero muy a lo largo dado cuenta de cómo vivía él en paz y en concordia con la suya, de quien había tenido seis hijos. Sin embargo, había observado en su casa lo que aconsejaba que se estableciese para servicio público, dejando siempre a su mujer en Italia, aunque por espacio de cuarenta años le había sido forzoso salir diversas veces y a varias provincias. Decía que no sin causa ordenaron los antiguos que no se llevasen las mujeres a las tierras de los aliados ni a provincias extranjeras; que donde están las mujeres, embarazan y estorban muchas veces la paz con sus excesos y disoluciones, y la guerra con su temor, reduciendo la ordenanza romana a una semejanza del marchar bárbaro; que este sexo es no solamente flaco y poco apto para los trabajos, pero si se le deja la rienda, cruel, ambicioso y deseoso de mandar; huélgase de marchar entre los soldados y de tener a su devoción los centuriones: testigo Plancina, que no se avergonzaba de presidir a los ejercicios militares de las cohortes y a las decursiones de las legiones (19); que lo pensasen bien y hallarían que de todas las quejas de residencia, las culpas principales se imponen de ordinario a las mujeres, a causa de arrimarse a su favor de ellas los más ruines de las provincias; que emprenden todos los negocios y los concluyen a su voluntad; que son necesarias dos Cortes y dos Tribunales, siendo las mujeres mucho más obstinadas y rigurosas en sus mandatos; las cuales, antiguamente puestas en regla por las leyes Oppias y otras (20), limados ya los hierros, no habían parado hasta tomar la superintendencia de las cosas, de los negocios y de los ejércitos.

XXXIV. Fueron oídas estas cosas con aprobación de pocos, y muchos las reprobaban y contradecían, tanto por no haber sido hecha proposición, como por no parecerles Cecina digno censor de cosa de tanto momento. Tomó, pues, la mano Valerio Mesalino, hijo de Mesala, en quien vivía la imagen de la elocuencia de su padre, y respondió: Que muchas cosas antiguas, duras y enojosas, se hallaban trocadas en otras mejores y más apacibles el día presente, en el cual no estaba Roma, como entonces, rodeada de guerras, ni con las provincias enemigas; que se conceden algunas cosas por la necesidad de las mujeres, que no son cargosas a sus propios maridos, cuanto más a las provincias. Todo lo demás es común entre los dos, y no trae consigo algún impedimento a la paz: que a la guerra no hay duda en que se debe ir sin embarazos, pero volviendo un hombre de los trabajos de ella, ¿cuál recreación más honesta puede concedérsele que su propia mujer? Que a la verdad han caído algunas en ambición y avaricia; mas sepamos, ¿cuántos y cuántos hombres constituidos en magistrados habemos visto sujetos a mil pasiones desordenadas? ¿Será bien dejarse de enviar por esto quien gobierne las provincias? Concedamos que se han estragado muchos maridos por los defectos y vicios de sus mujeres; ¿por ventura hase de inferir de aquí que todos los por casar serán enteros y justos gobernadores? Agradaron ya las leyes Oppias por pedirlo así los tiempos de la República; mas no por eso se dejaron de moderar y mitigar después, cuando y como pareció conveniente. En vano vamos procurando dar otros nombres a nuestra flojedad, si la culpa de que las mujeres excedan de sus límites la tienen sólo los maridos, por lo cual sería sin justicia privar a todos del consuelo y recíproca participación en las cosas prósperas y adversas, por la bajeza de ánimo de algunos, y no menor temeridad el dejar aquel sexo naturalmente débil y flaco en poder de sus excesos y de los deseos desordenados de los otros. Si apenas con la vigilante guardia del marido vemos que se conservan sin ofensión los matrimonios, ¿qué será si por discurso de años, casi como en forma de divorcio, las desamparamos y nos olvidamos de ellas? Remédiense, pues, los excesos que se cometen en otras partes de tal manera que no nos olvidemos de los que se hacen en Roma. Añadió Druso algunas pocas cosas de su matrimonio, diciendo que muchas veces conviene a los príncipes ir a visitar hasta los lugares más apartados del Imperio, y las que el divo Augusto había ido acompañado de Livia al Oriente o al Occidente, ya que él había ido también al Ilírico, y si el caso lo pidiese, iría ni más ni menos a otras; mas no siempre con el ánimo quieto si le había de ser forzoso el dividirse de su amada mujer, de quien tenía tantos hijos. Así, fue rechazado el consejo de Cecina.

XXXV. En el siguiente Senado, Tiberio, después de haber por indirectas reprendido a los senadores de que dejaban todos los cuidados a cargo del príncipe, nombró a Marco Lépido y a Junio Bleso para que el Senado proveyese en uno de ellos el proconsulado de África. Oyéronse entonces los discursos de ambos a dos, excusándose Lépido con su poca salud, con la edad de sus hijos y con tener una hija para casar; entendiéndosele a más de esto mucho mejor lo que callaba; es, a saber: que siendo como era Bleso tío de Seyano, forzosamente había de ser más favorecido. También hizo Bleso como que se excusaba, aunque mostrando menos resolución que Lépido: con todo eso, fue oído con gran aplauso por los aduladores.

XXXVI. Después de esto, las quejas conservadas en los corazones de muchos salieron finalmente a luz. Habíase introducido una licencia a los más ruines de decir injurias y vituperios a gente noble y virtuosa, con sólo el refugio de poderse asir a una estatua de César (21). Y hasta los libertos y esclavos, atreviéndose a decir malas palabras y aun amenazar a señores y patronos, comenzaban ya a hacerse temer. Sobre lo cual Cayo Cesio, senador, discurrió diciendo: Que verdaderamente los príncipes están en la tierra en lugar de los dioses, los cuales no oyen los ruegos de los suplicantes si no son justos, ni se concede el acudir por refugio al Capitolio y a los demás templos de Roma para servirse de ellos los ruines como de escudo de sus maldades y atrevimientos; que las leyes debían de estar ya del todo aniquiladas y pervertidas, pues que Ania Rufilia, convencida por él y condenada de falsedad en juicio, osaba injuriarle y amenazarle en la plaza y a la puerta de palacio, sin atreverse él a invocar el favor de la justicia por estar asida a una estatua del emperador. Comenzando otros a contar semejantes cosas y aún más ofensivas, se levantó un gran murmurio, rogando incesantemente a Druso que se dignase de hacer sobre ello un castigo ejemplar: el cual, llamada y convencida Rufilia, mandó que fuese llevada a la cárcel pública.

XXXVII. Fueron castigados después de esto Considio Equo y Cello Cursar, caballeros romanos, no menos con la autoridad del príncipe que con decreto del Senado, por haber puesto falsa acusación de majestad a Magio Ceciliano, pretor. Ambas cosas resultaron en gran loor de Druso; además de que con estarse en Roma y dejarse tratar y conversar familiarmente, hacía que se sintiese menos la condición retirada y escabrosa de su padre. Ni sus excesos y disoluciones se echaban a mala parte, diciendo que era mejor gastar el día en espectáculos y la noche en banquetes, que estarse solo y sin poderse divertir con algún pasatiempo, de mil cuidados dañosos.

XXXVIII. Pues esto bastaba que lo tuviesen a su cargo Tiberio y sus fiscales; en cuya prueba Ancario Prisco acusó a Cesio Cardo, procónsul de la isla de Creta, de dineros mal llevados, con la añadidura acostumbrada de aquellos tiempos a todas las acusaciones; es, a saber: de majestad ofendida. Ni más ni menos Tiberio, viendo que Antistio Vétere, de los más principales de Macedonia, había sido absuelto del delito de adulterio, reprendió ásperamente a los jueces, y le volvió a citar para que se defendiese del de majestad ofendida, teniéndole por hombre sedicioso, y que había participado en los consejos y empresas de Rescuporis cuando habiendo muerto a su hermano Coti (22) trató de hacernos la guerra. Por lo cual le fue prohibido el agua y el fuego, desterrándole a una isla lejos de Macedonia y de Tracia. Porque la Tracia, dividida entre Remetalce y los hijos de Coti, de los cuales, por su menor edad, había sido nombrado tutor Trebeliano Rufo, estaba combatida de varias discordias por el mal gobierno de los nuestros, culpándose no menos a Remetalce que a Trebeliano de no haber castigado los agravios hechos a la gente de aquellos pueblos. Los coletos, odrusios (23) y otras naciones poderosas tomaron las armas debajo de varios capitanes, iguales entre sí en bajeza de sangre, causa bastante para no acabarse de unir jamás ni hacer cosa de momento. Una parte de esta gente comenzó a inquietar los lugares vecinos, otros pasaron el monte Heno para levantar los pueblos más remotos. Los más y mejor en orden sitiaron al rey en Filipópoli, ciudad edificada por Filipo, rey de Macedonia.

XXXIX. Sabido esto por Publio Veleyo, que gobernaba el ejército más cercano, envió algunas tropas de caballos con la gente suelta de las cohortes contra los que esparcidos iban robando o recogiendo socorros. Él, con el nervio de su infantería, marchó en socorro de los sitiados. Ambas cosas sucedieron prósperamente, porque los robadores fueron degollados; y moviéndose disensión entre los que sitiaban a Filipópoli, hizo el rey una salida tan valerosa, que con ella y con la llegada de la legión se acabó de ganar la victoria. No es mi intento dar a este suceso nombre de batalla, no muriendo en ella sino gente vagabunda y medio armada, sin pérdida de una gota de sangre nuestra.




Notas

(1) Burnouf observa con razón que la isla de Corcira, hay Corfú, solamente es fronteriza de la de Calabria. En cuanto la Calabria antigua, llamada también Nessapia y Yapigia, era mucho más extensa que la actual, puesto que camprendia la punta de Italia que se adelanta en el mar Jonia al sudeste de la Apulia.

(2) Especie de toga hecha toda de púrpura o adornada de muchas tiras horizontales de este color. La primera era el vestido sagrado con que se envolvía a las deidades; la segunda era un trale real adoptado por Rómulo y sus sucesores, de los cuales pasó a los cónsules, que la llevaban en ciertas solemnidades públicas, y a los caballeros, que se la ponían para presentarse al censor en la fiesta de los idus de julio y en circunstancias especiales como la de que se habla en el texto.

(3) Eran las actas oficiales del pueblo romano, donde, al modo que en nuestras gacetas o boletines, se apuntaban los hechos políticos, los juicios, las fundaciones de edificios, los nacimientos, matrimonios, divorcios y muertes de los personajes lustres.

(4) Dábase este nombre a la tribuna establecida en el foro romano, a la cual subían los oradores para hablar al pueblo, llamada así por estar adornada con los espolones de las naves (rostra) cogidos a los volscos de Ancio en la guerra latina.

(5) Los juegos en honor de la gran diosa, Cibeles. Celebrábanse en el circo o en el teatro el 5 de abril.

(6) El participio rompido, por roto, es frecuente en los clásicos. Baste recordar a Luis de León: Un no rompido sueño.

(7) Este sepulcro se hallaba situado en el Campo de Marte, entre el Tíber y la vía Flaminia.

(8) Delator célebre que Tácito caracteriza en el libro II, cap. 28 de los Anales. Acusado posteriormente de ser cómplice de Seyano se dio muerte.

(9) Los magistrados, que en tiempo de la República no tenían derecho a emitir su opínión en el Senado, la daban en el nuevo gobierno, si bien no podían hacerlo hasta que el emperador hubiese puesto a discusión el asunto.

(10) Tomó el de Lucio.

(11) Como los generales romanos tenían que deponer el mando al entrar en Roma, era indispensable, para que Druso pudiese verificar su ovación, que saliese de la ciudad, adonde habia ido para celebrar los funerales de su hermano, y que tomase de nuevo el mando y consultase los auspicios.

(12) Río de África, probablemente de Numidia.

(13) Ciudad de Numidia situada no lejos del desierto, si bien se ignora cuál era a punto fijo el lugar que ocupaba. Fue arruinada en la guerra de César contra Juba.

(14) Fue promulgada en el año 762 bajo los cónsules subrogados M. Papio Mutilo y Q. Popeo Segundo. El objeto de esta ley era proteger los matrimonios otorgando numerosos e importantes privilegios a los casados con hijos, y desposeyendo de algunos derechos a los célibes de uno y otro sexo, cuyo número crecía, con harto perjuicio de las costumbres y hasta de la misma sociedad. Véase acerca de dicha ley a Heine, CCII. ant.roman., etcétera, III, f. 25; a Montesquieu, Esprit des lois, XXXIII, 21; a Hugo, Hist. du droit romain, Cap. 295, 296, y la nota 11 al libro XV de los Anales.

(15) La Lex Julia de maritandis ordinibus, fue promulgada por Augusto en 736 con igual objeto que la de que acabamos de hablar, y porque se creía, por medio de ella, reparar las inmensas bajas que había tenido la población a consecuencia de las guerras civiles, que habían costado a la República, tan sólo en soldados, más de 80.000 hombres.

(16) Había sido nombrado cónsul en 702 de Roma, con el encargo de reformar el Estado. Entre las varias leyes que en aquella ocasión promulgó, fue una de ellas el poner en vigor la que obligaba a los candidatos a solicitar en los comicios los sufragios en persona. Hizo confirmar por el pueblo el senado consulto, por el cual se prohibía que se diesen las provincias a los cónsules y a los pretores hasta cinco años después de haber desempeñado su cargo, y por último hizo otra ley sobre cohecho, que se extendía a los delitos cometidos después de veinte años. Ahora bien: él mismo violó la primera, autorizando a César para pedir el consulador estando ausente; la segunda, haciéndose prorrogar por cinco años el Gobierno de España y, la tercera, arrancando a la acción de la Justicia a su cuñado Scipión Metelo, a quien se hacian los más severos cargos. Tácito alude a estas violaciones cuando dice en seguida: Suarumque legum auctor idem et subversor.

(17) Desde el tercer consulado de Pompeyo hasta la batalla de Accio, en el 723.

(18) Denominación colectiva que comprendía cuatro clases de magistrados; a saber: los triumviri capitales, los triumviri monetales, los quattuorviri viales y los decemviri litibus judicandis, o presidentes de las diferentes secciones del Tribunal de los centumviros.

(19) Decursiones eran ciertas maniobras o alardes que, armados de todas armas, hacían cada semana los soldados romanos.

(20) La ley Oppia fue promulgada en el año 541 de Roma, durante la segunda guerra púnica, por el tribuna C. Oppio. Por ella se prohibía a las mujeres poseer para su uso más de media onza de oro, llevar vestidos de varios colores y hacerse llevar por Roma o a mil pasos de distancia de ella en carruaje tirado por caballos, como no fuese para ir a los sacrificios públicos. Esta ley fue revocada en 559 a pesar de la oposición de Catón entonces cónsul.

(21) No sólo se aseguraba la impunidad a los que se refugiaban cerca de la estatua del emperador reinante, sino hasta a los que tenían una imagen suya en las manos.

(22) La palabra latina frater debe tomarse aquí por próximo pariente; según el mismo Tácito (A. II, 64), Coti era sobrino de Rescuporis.

(23) Los primeros habitaban, divididos en dos tribus, los unos al pie del monte Heno (hoy día cadena de los Balcanes) y los otros al pie del Rodopo. Los odrusios resldian más cerca de las fuentes del Hebro, en el país llamado en la actualidad la Maritza.

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