Índice de Los anales de TácitoSegunda parte del LIBRO DÉCIMOTERCEROSegunda parte del LIBRO DÉCIMOCUARTOBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO DÉCIMOCUARTO

Primera parte



Nerón, enfadado de su madre, al fin la mata. - Excúsase de este hecho en el Senado, que no sólo se lo perdona, pero se lo alaba. Quita tras esto la represa a toda maldad, vicio y bajeza. - Guía carros y canta en el teatro. - Juegos quinquenales instituidos en Roma, con varios pareceres del vulgo. - Rubelio Plauto es desterrado. - Gobiérnase en Arrnenia egregiamente Corbulón.- Toma a Tigranocerta y pone por rey a Tigranes. -Entra Suetonio Paulino en la isla de Mona, en Inglaterra. - Revuélvese la isla.




ESTE LIBRO COMPRENDE LA HISTORIA DE CUATRO AÑOS

AÑO DE ROMA
AÑO CRISTIANO
CÓNSULES
812
59, D. C.
C. Vipstano Aproniano
C. Fonteyo Capitón
813
60, D. C.
Nerón Claudio César IV/center>
Coso Cornelio Léntulo
814
61, D. C.
C. Cesorio Peto
C. Petronio Turpilano
815
62, D. C.
P. Mario Celso
L. Asinio Galo

I. Siendo cónsules Cayo Vipstano y Fonteyo, no dilató más Nerón la maldad que muy de atrás tenía pensada; aumentándosele la osadía con la costumbre de ser emperador, y ardiendo cada día más en el amor de Popea; la cual, no esperando que él se casase con ella ni que repudiase a Octavia mientras vivía Agripina, usaba muchas veces de palabras picantes, y otras por vía de donaire culpaba al príncipe, llamándole pupilo, como aquél que, sujeto a las órdenes ajenas, no sólo no era emperador, pero tampoco libre. Porque, ¿a qué ocasión difería tanto sus bodas? ¿Desagradábale acaso su hermosura?, ¿ofendíale la grandeza de sus abuelos, honrados con tantos triunfos?, ¿temía su fecundidad y entereza de ánimo, o que, efectuado el casamiento, descubriese los agravios hechos al Senado, y el enojo del pueblo contra la soberbia y avaricia de su madre? Si es así -decía ella- que Agripina no puede sufrir una nuera que no sea molesta y enojosa a su hijo, restitúyanme a mi marido Otón, con quien iré de muy buena gana a cualquier parte del mundo, a trueque de oír y no ver las afrentas que se hacen al emperador, y excusar que no vayan tan mezcladas con mis peligros. Estas y otras semejantes palabras, que lágrimas y artificios eficaces de la adúltera hacían más penetrativas, no eran prohibidas por nadie, deseando todos ver menoscabado el poder de Agripina, y no persuadiéndose alguno a que el aborrecimiento de su hijo pudiera llegar a quitar la vida a su propia madre.

II. Escribe Cluvio que Agripina, con el ardiente deseo que tenía de conservar su grandeza, llegó a tal término, que cuando pasado medio día se hallaba Nerón más encendido con las viandas y el vino, y finalmente borracho, le visitaba muchas veces ofreciéndosele compuesta y aparejada para cometer con él abominable incesto, y que echando de ver los que le estaban cerca por los besos deshonestos y caricias lascivas, los mensajeros de tan feo delito, Séneca, contra los regalos mujeriles, había buscado remedios que lo fuesen también, haciendo que la liberta Acte, mostrándose congojada, no menos de la infamia de Nerón que de su propio peligro, le dijese: que estaba ya muy divulgado el incesto; que se alababa de ello su madre, y que los soldados no estaban puestos en sufrir un príncipe menospreciador de la religión. Fabio Rústico dice que no nació este deseo de Agripina, sino de Nerón, y que fue apartado de él por astucia de la misma liberta. Mas en lo que escribe Cluvio convienen los demás autores, a que también se inclina la fama; o porque Agripina hubiese concebido en su ánimo un deseo tan desordenado y tan contra naturaleza, o porque cualquier apetito sensual es más creíble en una mujer que en los años de su niñez, movida de deseo de mandar, había consentido a los apetitos deshonestos de Lépido (1), entregándose después por la misma causa a Palante, y habituada a cualquier maldad desde que se casó con su tío.

III. Nerón, pues, comienza a recatarse de estar a solas con ella; y cuando, por su recreación, se iba a los huertos y quintas que tenía en Túsculo y en Ancio, la alababa de que buscaba la quietud y desterraba de sí la ociosidad. Finalmente, habiéndole acabado de enfadar del todo, en cualquier parte que estuviese, determinó de matarla, consultando solamente si la mataría con veneno o con hierro, o con otro género de violencia. Agradóle al principio el veneno; mas si se le daba en la mesa del príncipe, no se podía atribuir al caso, y más con el reciente ejemplo de la muerte de Británico; fuera de la dificultad grande que traía consigo el tentar los ministros y criados de una mujer que, con la experiencia y uso de tantas maldades, vivía tan advertida contra cualquier asechanza, que usando de remedios preservativos tenía ya hecho el cuerpo a prueba de cualquier ponzoña. Si se mataba con hierro, juzgaban todos que era imposible ocultar el delito; dudándose también de hallar persona que dejase de rehusar el cometerle. Mas Aniceto, liberto, capitán de la armada que residía en Miseno, y ayo que había sido de Nerón en su niñez, movido de enemistad particular con Agripina, propuso cierta invención de fabricar una galera con tal artificio, que abriéndose por una parte la anegase en la mar antes que ella pudiese caer en el engaño. Añadió Aniceto que no había cosa tan sujeta a los casos fortuitos como la mar; y que, viéndola perecer por naufragio, ¿quién sería tan maligno que atribuyese a traición el daño ocasionado por el viento y sucedido en el agua? Y más pudiendo después el príncipe dedicarle templo, ofrecerle altares y cubrirse con otras semejantes muestras de piedad.

IV. Contentó la industria de Aniceto, ayudada también del tiempo con la ocasión de los quincuatruos (2), fiestas dedicadas a Minerva, que Nerón celebraba en Baya; con que pudo sacar de Roma a su madre, usando de halagos y persuasiones, y diciendo que se habían de sufrir los enojos paternos, y que era justo hacer los hijos todo lo de su parte para aplacarles el ánimo; y hacialo él por que, pasando voz de que madre e hijo se habían reconciliado, viniese ella a su poder con mayor confianza; cebándola también con aquellas fiestas y regocijos, cosa con que se engaña más fácilmente la natural credulidad de las mujeres. Sale tras esto a recibirla a la marina, porque ella venía de Ancio, y dándole la mano al saltar en tierra, y abrazándola, la lleva a Baulo -así se llamaba la casa de placer que, bañada del mar, se asienta en aquella ensenada, entre el cabo de Miseno y el lago de Baya-. Estaba entre las galeras una la más adornada y compuesta, como si hasta esto hubiera hecho aparejar Nerón en honra de su madre, la cual solía gustar de que la llevasen por aquellas costas en alguna galera, con la mejor gente de marina por remeros. Túvosele aparejado un banquete de cena para que la noche ayudase también a encubrir la maldad. Es cierto que Agripina fue advertida de la traición, y que, mientras estuvo dudosa en si le daría crédito, mostró gustar de que la llevasen en silla a Baya. Mas recibida aquella noche con mucho amor, y puesta por su hijo en el lugar más honrado de la mesa, las caricias y regalos grandes le aliviaron el miedo; porque discurriendo Nerón con su madre, unas veces familiarmente y entreteniéndola con conversaciones juveniles y otras componiendo el rostro con severidad, dando a entender que trataba con ella cosas muy graves, entretuvo la cena lo más que pudo; y acabada la acompañó hasta la mar, clavando a la despedida los ojos en ella, y abrazándola con mayor ternura de lo que acostumbraba, o por cumplir en todo con la disimulación, o porque aquella última despedida de su madre que iba a morir le enterneciese algún tanto el ánimo, aunque fiero y cruel.

V. Permitieron los dioses que hiciese una noche muy serena y que estuviese la mar muy sosegada para convencer mejor aquella maldad. No se había alargado mucho la galera, llevando consigo Agripina dos de sus criados, de los cuales Creperio Galo estaba en pie cerca del timón, y Aceronia, recostada junto a los pies de Agripina, que acababa de echarse en una camilla, contaba con gran regocijo el arrepentimiento de Nerón y con cuánta facilidad había la madre vuelto a cobrar su gracia, cuando, dada la seña, cae el techo de aquella parte que venía bien cargado de plomo, y cogiendo debajo a Creperio le mata al punto. Agripina y Aceronia fueron defendidas por ser de su parte las paredes que sostenían el techo más altas y casualmente más fuertes, y así no cayeron, aunque doblaron con la fuerza del peso. No seguía tras esto el acabarse de abrir la galera, como estaba trazado, por la confusión grande en que se hallaban todos, y porque los ignorantes del engaño, que eran los más, impedían a los sabedores y ejecutores de él, los cuales tomaron por partido dar a la banda y trabucar la galera. Mas no pudiendo concertarse todos en un caso tan repentino, cargando los que no sabían el intento a la otra parte, dieron lugar a que la galera no se anegase tan presto, y que con menos peligro pudiesen tratar todos de salvarse, arrojándose en la mar. Mas a Aceronia, poco discreta, mientras dice a voces que es Agripina, y pide ayuda para la madre del príncipe, con las batayolas, con los remos y con las demás armas navales que se hallaban a mano, le quitaron la vida. Agripina callando, y presto, menos conocida, se salvó aunque herida en una espalda. Y procurando ganar a nado la orilla, fue socorrida por algunas barquillas de la costa que llegaron al ruido, en las cuales, por el lago Lucrino, fue llevada a su quinta.

VI. Donde considerando y discurriendo en sí el fin para que había sido llamada con cartas tan engañosas, el fingimiento de tantas honras y caricias tan particulares, y que la galera había naufragado junto a la costa sin fuerza de viento ni choque de escollo, y comenzando a abrirse por la parte superior, como si fuera edificio terrestre, advirtiendo la causa de la muerte de Aceronia y su propia herida, juzgó por último remedio para evitar las asechanzas, fingir no haberlas entendido. Con esto envió un recado a su hijo por un liberto suyo llamado Agerino, diciéndole: cómo por la benignidad de los dioses y en virtud de la buena fortuna del príncipe había escapado de tan grave accidente; pidiéndole que sin dejarse llevar del amor que le tenía, ni atemorizándose del peligro de su madre, difiriese el visitarla por entonces, que necesitaba mucho de reposo. Entretanto, fingiendo seguridad de ánimo, atiende a curar la herida y a restaurar las fuerzas del cuerpo. Mandó tras esto que se buscase el testamento de Aceronia, y que se inventariasen y sellasen sus bienes, que fue sólo lo que hizo sin disimulación.

VII. Mas Nerón, que aguardaba el aviso de que se hubiese ejecutado la maldad, sabe que se había escapado su madre herida livianamente, y que el caso había pasado de manera que no se podía dudar del autor. Entonces, perdido del todo el ánimo, juraba con la fuerza del temor que ya estaba cerca de allí su madre; que venía sin duda a tomar venganza; que armaría los esclavos, o incitaría la cólera y furor de los soldados contra él; que acudiría al favor del Senado y del pueblo, representando el naufragio, la herida, la muerte de sus amigos; que no le quedaba ya remedio si Burrho y Séneca no se la buscaban con la agudeza de sus ingenios.

A éstos había hecho llamar en sabiendo el suceso; dúdase si estos dos personajes tuvieron antes noticia del trato de Aniceto. Entrambos estuvieron gran rato suspensos y sin hablar palabra, por no trabajar en vano disuadiéndole su determinación; echando de ver por otra parte que había ya llegado el negocio a término que el no asegurarse de Agripina era condenar a muerte a Nerón. Con todo eso, Séneca, aunque solía ser más pronto en responder, pone los ojos en Burrho como si le preguntara si se debía encomendar a sus soldados aquella muerte. Él, entendiéndole, respondió: que hallándose los pretorianos tan obligados a toda la casa de los Césares y a la memoria de Germánico, no tendrían ánimo para emprender una crueldad como aquélla con su propia hija; que acabase Aniceto de ejecutar lo que había prometido. El cual, sin dilación alguna, pide que se le encargue la última ejecución de aquella maldad. Animado con estas palabras, Nerón confiesa que aquel día se le daba el Imperio, no avergonzándose de reconocer tan gran dádiva de un liberto. Dícele que se dé prisa, y que lleve gente de confianza y sobre todo obediente. Aniceto, oyendo decir que había venido Agerino enviado por Agripina, apareja en su fantasía un paso de comedia que representar él mismo para dar mejor color a su maldad; y fue hacer como que alzaba del suelo un puñal de los pies de Agerino, mientras refería su embajada, y luego, como si le hubiera cogido en el delito de haber venido a matar al príncipe, ase de él y le manda poner en hierros, para poder fingir con esto que Agripina había trazado a su hijo la muerte, y que, avergonzada de que se hubiese descubierto tan gran maldad, se la había dado ella a sí misma.

VIII. Divulgado en tanto el peligro de Agripina, como si hubiera sucedido acaso, todo el mundo corría a la ribera de la mar desde donde le tomaba la voz. Unos subían sobre los muelles, otros se embarcaban en los primeros barcos que topaban; muchos entraban por el agua delante de todo lo que podían apear, y desde allí ofrecían las manos a los que venían, procurando salvarse a la orilla. Al fin toda aquella costa se hinchió de lamentos, de gritos, de votos, y de demandas y respuestas inciertas y confusas, concurriendo gran multitud de gente con luces; y como entendieron que Agripina era viva y estaba libre del peligro, se preparaban para irse a alegrar con ella, cuando al comparecer de una gruesa escuadra de gente armada que los amenazó, se esparcieron todos a diferentes partes. Aniceto, habiendo rodeado de soldados la quinta donde estaba Agripina, y derribando la puerta, se fue asegurando de todos los esclavos y criados que encontraba hasta llegar a la de la cámara en que dormía guardada de pocos, habiéndose huido los demás, medrosos de los que impetuosamente iban entrando. Había dentro de la cámara una luz harto pequeña y sola una esclava; y Agripina por momentos se iba afligiendo más, viendo que ni le enviaba a visitar su hijo ni Agerino volvía. Casi en aquel punto había mudado de aspecto la marina, dejándola sola y desierta toda aquella confusa muchedumbre de gente; de otra parte estruendo y ruidos repentinos, indicios del último trabajo que se le aparejaba. Tras esto, yéndose también de allí la esclava, al punto que Agripina le decía ¿Y tú también me desamparas?, vio entrar en su cámara a Aniceto, acompañado de Hercúleo, capitán de una galera, y de Oloarito, uno de los centuriones de la armada; y vuelta a Aniceto, le dijo que si venía a visitarla, podría volverse y decir que estaba mejor; mas que si era su venida a cometer alguna maldad, no pensaba creer que fuese con orden de su hijo el mandarle a él ejecutar tan injusto parricidio. No respondiendo a esto los matadores y rodeando todos la cama, fue Hercúleo el primero que la hirió en la cabeza con un bastón. Ella, viendo al centurión que con la espada desnuda venía para matarla, descubrió el vientre y dijo a grandes voces: hiéreme aquí; y de esta suerte, dándole muchas heridas, la acabaron de matar.

IX. En esto convienen todos los autores. Mas que Nerón después consideró el cuerpo de su madre muerta y alabó su hermosura, habiendo algunos que lo afirman, hay otros que lo niegan. Fue quemado su cuerpo la misma noche en una camilla donde se solía reclinar para comer y con viles exequias.

Y mientras Nerón imperó no se recogieron ni enterraron sus cenizas. Después, por diligencia de algunos criados suyos, alcanzaron un ordinario sepulcro entre el camino que va al monte Miseno y la quinta de César dictador, que colocada en altísimo sitio señorea aquellos senos de mar que tiene debajo. Después de encendida la hoguera, un liberto suyo llamado Mnester se atravesó con su espada el pecho: no se sabe si por amor que tuviese a su señora, o por miedo de otra muerte más cruel. Tenía Agripina creída y menospreciada muchos años antes la muerte de que acabó; porque consultando con los caldeos sobre la fortuna que había de tener Nerón, le respondieron que sería emperador y que mataría a su madre. Y ella respondió: Mate, con tal que reine.

X. Mas César no acabó de conocer el exceso de su maldad hasta que la hubo cometido. Pasando lo que quedaba de la noche, unas veces pensativo y sepultado en silencio, otras atemorizado y como fuera de sí, saltaba del lecho, esperando la luz con tanto asombro y alteración como si el día le hubiera de traer una muerte violenta y cruel; hasta que, yendo por consejo de Burrho los centuriones y tribunos a besarle la mano y a darle el parabién de que hubiese escapado del peligro no antevisto y de la maldad de su madre, comenzó a cobrar ánimo a fuerza de adulaciones. Fueron después los amigos a dar gracias a los dioses por su salud; y a su ejemplo las villas circunvecinas de la provincia de Campania, con sacrificios en los templos y embajadas que le enviaban, dieron muestras de su alegría. Él, con varias disimulaciones, no sólo fingía estar triste, pero en orden a declarar el sentimiento que le causaba la muerte de su madre, quería con lágrimas dar a entender que aborrecía su propia vida.

XI. Mas como no se mudan las formas y figuras de los lugares como los rostros de los hombres, aborreciendo la vista infelice de aquel mar y de aquellas riberas (había también algunos que afirmaban oírse en las cumbres de aquellos collados horribles trompetas y llantos alrededor del túmulo materno), se retiró a Nápoles y de allí escribió al Senado una carta en esta sustancia: Que Agerino, uno de los más favorecidos libertos de su madre, había sido enviado por ella con armas secretas para quitarle la vida; y que ella, con el remordimiento de conciencia, había pagado la pena, cual se debía a tan gran maldad. Añadía después otros delitos viejos: que había querido hacerse compañera con él en el Imperio; que las cohortes pretorias prestasen el juramento en manos de una mujer; que hiciesen la misma indignidad el Senado y el pueblo, y que después de haber procurado estas cosas en vano, con el aborrecimiento que cobró a los soldados, al Senado y a la plebe, disuadía el donativo y el congiario, maquinando contra la vida de los ciudadanos más ilustres. Ponderaba lo que le había costado el remediar que no entrase en el Senado y que no respondiese a las embajadas de las naciones extranjeras. y tomando de aquí ocasión para vituperar los tiempos de Claudio, imputaba todas las maldades de aquel Imperio a su madre, diciendo que su muerte se debía contar entre las felicidades de la República. Y, finalmente, relataba el naufragio con gran desenfado. Mas, ¿quién había de ser tan simple que lo tuviese por caso fortuito, ni creyese que una mujer escapada por milagro enviase a un hombre solo para romper con un puñal las cohortes y armadas imperiales? Tal, que no sólo Nerón, cuya crueldad vencía a las quejas de todos, pero también Séneca quedaba inculpado, cuando no por otra cosa, a lo menos porque con aquel modo de escribir había firmado de su nombre la confesión del delito.

XII. Mas con todo eso, con espantos a competencia de aquellos grandes, se decretó que se hiciesen procesiones y plegarias públicas por todos los templos y altares de los dioses; que los cinco días festivos llamados Quincuatruos, en los cuales se había descubierto la traición, se celebrasen cada año con juegos públicos; que se pusiese una estatua de oro de Minerva en la Curia y a su lado otra del príncipe, y que el día en que nació Agripina fuese contado entre los infelices y de mal agüero. Trasea Peto, acostumbrado a dejar pasar las adulaciones de los otros o con silencio o con ligero consentimiento, se salió entonces del Senado, con que se causó a sí mismo graves peligros y no dio a los demás principios de libertad. Sucedieron muchos prodigios aunque vanos y sin efecto. Una mujer parió una culebra; a otra mató un rayo estando en el acto venéreo con su marido. Oscurecióse repentinamente el sol y fueron heridas de fuego del cielo catorce partes de la ciudad. Todas las cuales cosas sucedían tan sin cuidado y providencia de los dioses, que continuó Nerón muchos años en el Imperio y en sus maldades; el cual, por hacer más aborrecible la memoria de su madre, y por dar a entender que faltando ella sería más benigno, restituyó a la patria a Junia y Calpurnia, mujeres ilustres, y a Valerio Capitón y Licinio Gábolo, que habían sido prefectos, desterrados por Agripina. Permitió ni más ni menos que se trajesen a Roma las cenizas de Lolia Paulina y se le hiciese sepulcro, librando de la pena a Titurio y a Calvisio, desterrados poco antes por él; porque Silano había acabado sus días en Tarento, de vuelta de aquel su apartado destierro, o porque comenzaba ya a declinar la grandeza de Agripina, por cuya enemistad había padecido aquel trabajo, o porque se le había ya pasado el enojo.

XIII. Mientras Nerón, entreteniéndose por los lugares de Campania, alargaba su partida para Roma, dudoso de cómo había de entrar en ella, si procurando confirmar la obediencia del Senado o granjeando el favor del pueblo, los ruines que le andaban cerca, de los cuales no se vio jamás corte tan bien proveída, en contrario de todo esto, le decían: Que el nombre de Agripina era tan aborrecido en Roma que con su muerte se había encendido más para con él el amor popular; que fuese sin temor y experimentase el respeto y la veneración en que era tenido. Tras esto, pidiéndole que vaya delante quien avise de cómo va el príncipe, hallaron a la entrada todas las cosas más bien dispuestas de lo que habían prometido. Saliéronle a recibir las tribus, el Senado en hábito de fiesta, cuadrillas de mujeres casadas y de sus hijos, repartidas conforme a la edad y al sexo. Veíanse todas las calles por donde iba pasando con gradas y tablados, donde se hacían todas las diferencias de juegos y fiestas que se suelen hacer en los triunfos. Con esto, lleno de arrogancia y soberbia y como victorioso de la pública servidumbre, entra en la ciudad, sube al Capitolio, y allí da gracias a los dioses y ofrece sacrificios. Quita después la represa a todo aquel género de desórdenes y apetitos, que, aunque mal corregidos, le había ido obligando a diferir el respeto de su madre, aunque siempre le tuvo poco.

XIV. Cosa vieja era ya en él gustar de entretenerse en guiar carros de cuatro caballos; tenía también otro estudio poco menos vergonzoso, que era cantar al son de la cítara cuando cenaba, de la manera que suelen los que cantan en las comedias y otras fiestas públicas; calificándolo con decir: que habían hecho aquello muchas veces los reyes y capitanes antiguos; que era muy celebrada la música de los poetas, los cuales se servían de ella para alabar a los dioses, porque la música estaba consagrada al dios Apolo. Y que con el mismo traje de que él usaba en tales ocasiones se veía figurada aquella principal deidad, que pronostica las cosas por venir, no sólo en las ciudades de los griegos, pero también en los templos de Roma. Y ya no era posible irle más a la mano, cuando les pareció a Séneca y a Burrho que era cordura concederle una de estas dos cosas, porque no las quisiese a entrambas; y así le hicieron cercar de muros un espacio de tierra en el valle Vaticano, donde pudiese correr y regir caballos a su gusto, sin comunicarse a los ojos de todos. Mas él, poco después hizo convocar al pueblo romano, el cual comenzó a darle mil loores, como es la costumbre del vulgo apetecer deleites y pasatiempos, especial cuando es el príncipe el que los incita y provoca. Mas aunque publicaba él mismo su propia vergüenza, no sólo no le causó, como pensaron, hartura y empalago, antes le sirvió de incentivo para apetecer estas cosas con mayor afecto. Y pareciéndole buen camino para disminuir su infamia el tener compañeros en ella, hizo que muchos descendientes de familias nobles saliesen a representar en el teatro, comprándolos con dinero para este vil ejercicio; cuyos nombres me ha parecido callar, por ser ya muertos y en honra de sus mayores; y porque toda la culpa queda en quien gastaba dineros, antes por incitarlos al mal que porque no le cometiesen. Forzó también con grandes dádivas a algunos caballeros romanos bien conocidos a ofrecer sus personas para salir a los juegos y ejercicios del anfiteatro, si ya no concedemos que los precios de quien puede mandar obran ló mismo que la fuerza y necesidad de obedecer.

XV. Mas con todo eso, por no quitarse de golpe el velo de la vergüenza, presentándose personalmente en el teatro, ordenó los juegos llamados Juveniles (3), para cuyo ejercicio daban a porfia sus nombres todos, y se hacían alistar, sin que la nobleza, la edad, ni las honras alcanzadas fuese de impedimento alguno para dejar de ejercitar el arte de los histriones griegos y latinos, hasta llegar a hacer gestos y meneos mujeriles; y aun las mujeres ilustres no imaginaban sino cosas torpes y feas. En la alameda que hizo plantar Augusto junto al lago en que por su orden se representó una batalla naval, se edificaron cantidad de tabernas y bodegones para que en ellas se vendiese todo aquello que pudiese servir a incitar la gula y la lujuria, contribuyendo para ello indiferentemente todos los buenos por fuerza y los disolutos por ostentación y vanidad. Fue creciendo con esto la maldad y la infamia de suerte que, en el tiempo en que más estragadas estuvieron las costumbres, no se vio tan abominable avenida de lujurias como las que concurrieron en este abismo de suciedades. Si la vergüenza es una virtud que se conserva con dificultad aun en los actos y estudios honestos, bien se puede juzgar lo que sería en donde todas las competencias se fundaban sobre quién tendría más vicios, y el lugar que se le daría a la virtud, a la honestidad, a la modestia, o a cualquier otra buena y loable costumbre. Últimamente, el mismo Nerón, acompañado de todos sus privados y familiares, se presentó en el tablado, templando con gran arte y atención las cuerdas de su instrumento, y pensando lo que había de cantar. Habíase llegado también a la fiesta la cohorte que estaba de guardia, y los centuriones y tribunos; y Burrho, aunque triste y corrido de ver un acto tan vil, no se atrevía a dejarle de loar como los demás. Entonces, primeramente fue cuando se escribieron en lista los caballeros romanos llamados augustanos (4), notables todos por su edad juvenil, fuerza y gallardía; parte de los cuales se movieron a ello por ser naturalmente libres y sin vergüenza, y los demás por la esperanza que les daba para engrandecerse el seguir el gusto del príncipe. Todos éstos andaban hundiendo las calles de día y de noche, dando grandes palmadas en señal de regocijo, y celebrando con títulos y nombres divinos la hermosura y voz de Nerón, conque vinieron a hacerse conocer y estimar de todos, más que si toda su vida hubieran resplandecido en ejercicios de virtud.

XVI. Mas por que no se publicasen del emperador solamente esas habilidades en juegos y pasatiempos, dio en mostrar afición a componer versos, juntando, no sólo a los excelentes en esta profesión, sino a cuantos sabía tener algunos principios de poesía. A todos éstos hacía sentar cabe sí, los cuales tomando los versos que Nerón iba componiendo de repente, y mezclándolos con los que ya ellos traían pensados, los trababan unos con otros y hacían de todos juntos una poesía, supliendo a las palabras en cualquier manera que él las pronunciase; confusión que se echa bien de ver en los mismos versos, flojos, traídos por los cabellos, sin elegancia o ímpetu poético, y al fin partos de diferentes entendimientos. Gastaba también parte del tiempo, después de levantadas las mesas, en oír disputas de filósofos, por el gusto que le daba el ver la variedad de sus opiniones; y no faltaban algunos que, aunque profesores de gravedad en el rostro y en la voz, deseaban ser vistos entre los pasatiempos imperiales.

XVII. En este mismo tiempo, de una ocasión harto ligera nació una matanza bien grande entre los habitantes de Nocera y Pompeya, en el juego de gladiatores que se hacía por orden de Livineyo Régulo, aquél que, como dije, fue privado de la dignidad de senador. Porque provocándose estos dos pueblos uno a otro con injurias, por medio de la licencia que se suele tomar la plebe en semejantes concursos, llegaron primero a tirarse piedras, y después a menear las armas; prevaleciendo la parte de los pompeyanos, donde se hacía la fiesta. Fueron, pues, llevados a Roma muchos de los nucerinos heridos y estropeados, donde llegaron otros llorando la muerte de sus hijos y de sus padres. Remitió el príncipe el conocimiento de esta causa al Senado, y el Senado a los cónsules; de los cuales vuelta de nuevo al Senado, se prohibió a los pompeyanos el hacer semejantes juntas por tiempo de diez años, y se deshicieron los colegios que habían instituido contra las leyes. Livineyo y los otros movedores de la revuelta fueron castigados con destierro perpetuo.

XVIII. Pedio Bleso fue privado de la dignidad senatoria, acusado por los cirenenses de haber violado el tesoro de Esculapio, y que en cierta leva que había hecho de soldados se había dejado cohechar con intercesiones y con dineros. Estos mismos cirenenses acusaban también a Acilio Estrabón, a quien envió Claudio con autoridad pretoria a componer las diferencias movidas por las tierras que fueron del rey Apion (5); las cuales, dejadas por él, junto con el reino, al pueblo romano, usurpaban mucha parte de ellas los confrontantes, fundados en una larga, aunque tiránica posesión, con la misma porfía que si las poseyeran con buen título. Y así, por haber sentenciado contra ellos Estrabón, cobraron gran aborrecimiento al juez; y el Senado respondió, que, no teniendo noticia de las comisiones que Estrabón había recibido de Claudio, era fuerza consultado con el príncipe. El cual, sin embargo que aprobó la sentencia, escribió que con todo eso quería ayudar a los confederados, y que les hacía merced de lo que ya ellos se habían usurpado.

XIX. Poco después murieron Domicio Atro y Marco Servilio, varones ilustres, que en su tiempo florecieron alcanzando los supremos honores y singular elocuencia. Domicio fue famoso en defender causas en público. Servilio se acreditó siguiendo largo tiempo el foro, y después escribiendo los sucesos de Roma; vivió una vida llena de gentileza y aseo, con que acrecentó su renombre; y así como igualó en el ingenio a Domicio, asimismo fue muy diferente de él en las costumbres.

XX. Siendo cónsules la cuarta vez Nerón y Comelio Coso, se instituyeron en Roma los juegos quinquenales (6) a la usanza de los combates griegos. De esto se hablaba variamente en el pueblo, como siempre sucede en las cosas nuevas. Porque algunos decían que Cneo Pompeyo había sido también culpado por los antiguos porque hizo el teatro de asiento y firme; porque antes para semejantes juegos se solían hacer los asientos y las gradas en la ocasión, y pasada la fiesta se deshacían; y que si se traían a la memoria los tiempos más antiguos, se hallaría que acostumbraba el pueblo a mirar los espectáculos en pie, teniendo consideración a que si se sentaban gastarían todos los días floja y ociosamente.

Mas que con no observarse después el estilo antiguo, jamás se había visto que los pretores en las fiestas que celebraban hubiesen obligado a ciudadano alguno, no sólo a entrar en ellas, pero tampoco a mirarlas. En lo demás -decían éstos- desusadas poco a poco las costumbres de la patria, se acaban de arruinar del todo con los vicios que se traen de fuera; tal, que ya se ve en nuestra ciudad cuanto puede corromper y ser corrompido; y nuestra juventud, degenerando de su antigua nobleza, anda desalentada por los ejercicios extranjeros, cursando las escuelas de las luchas, profesando una vida ociosa, amores torpes y, lo que es peor, dando por autores de ello al príncipe y al Senado.

Y no se engañan, pues no sólo permiten estos vicios, pero fuerzan a que se hagan, obligando a recitar a los principales de Roma a que, so color de oraciones y poesías, manchen sus honras entrando en el tablado. Con que no les falta ya sino desnudarse en carnes, embrazar los cestos (7) y estudiar las tretas de este vil ejercicio, en vez de la milicia y las armas. ¿Aprenderán con esto por ventura la ciencia de los agüeros, la forma de guiar las decurias de los caballeros, el oficio noble del juzgar, o basta para todo ello el entender bien los quebrados de la música y admirar la dulzura de los instrumentos y suavidad de las voces? Y por remate, por que no quede momento de tiempo que dar a la vergüenza y al recato, han añadido las noches a los días, a fin de que en aquella confusa mezcla de gente, todo atrevido y desvergonzado, con la comodidad de la noche, pueda poner las manos en lo que apeteció de día.

XXI. Agradaba en contrario a muchos aquella libertad; mas no atreviéndose a alabarla descubiertamente, la cubrían con honestos títulos, diciendo: que tampoco los antiguos, según la fortuna de entonces, aborrecieron el gusto de semejantes juegos y espectáculos, en cuya prueba fueron ellos los que hicieron venir de Toscana a los representantes llamados histriones; de los turios los combates de a caballo (8), y después de conquistadas Asia y Acaya habían celebrado los juegos públicos con mayor aparato y curiosidad, sin que por esto se hubiese visto ningún hombre de calidad tan poco cuidadoso de su honra, que se atreviese a mezclarse en los ejercicios del teatro en doscientos años que habían pasado desde el triunfo de Lucio Mummio, que fue el primero que dio a los romanos este linaje de entretenimientos; que el teatro perpetuo se había hecho por ahorrar el gasto de levantarle y edificarle cada año; que no se consumían por esto las haciendas propias de los magistrados, ni se daba ocasión al pueblo de pedir los combates al uso griego, haciéndose todo a costa de la República; que las victorias de los oradores y poetas servían de despertar los ingenios de la juventud; que a ninguno, por grande que sea el cargo de su judicatura, debe ser desagradable el acomodar los oídos a los ejercicios honestos y al pasatiempo permitido, que aquellas pocas noches que cada cinco años se conceden, en las cuales con tantas luces no se puede encubrir cosa ilícita, eran más para recrear los ánimos que para iniciar a vicio y disolución. Y a la verdad pasaron estas fiestas sin alguna notable honestidad, ni el pueblo anduvo demasiado en sus competencias; porque aunque volvieron a salir al tablado los pantomimos, se les prohibió el intervenir en las contiendas sagradas. Ninguno llevó el premio de la elocuencia; sólo a César declararon por vencedor; y entonces se dejaron de traer vestidos a la usanza de los griegos que habían usado muchos aquellos días.

XXII. Pareció en estos mismos días un cometa, de los cuales tiene por opinión el vulgo que pronostican mudanza de rey. Y así, como si hubieran acabado con Nerón, no se discurría sino sobre quién sería bueno para emperador; celebrando todos a una voz a Rubelio Plauto, que por parte de madre descendía de la familia Julia. Vivia éste a lo antiguo, y deleitábase en vestir un traje grave y severo, y de tener su casa llena de castidad y apartada de conversaciones. Y cuanto más encogido le tenía el miedo, en tanto mayor estima se conservaba su reputación. Aumentó este rumor otra interpretación no menos vana que se hizo de un rayo: porque estando Nerón comiendo junto a los estanques Simbruinos en una casa de placer llamada Sublaco (9), tocó a las viandas y derribó las mesas. Y porque fue en los confines de Tívoli, donde Plauto tenía su origen de parte de padre, creían que le destinaban los dioses la grandeza del Imperio. Y de hecho comenzaron a favorecerle muchos que por una desordenada ambición, las más veces engañosa y falsa, suelen irse tras las cosas nuevas y peligrosas. Turbado de esto, Nerón escribió a Plauto que mirase por sí, y procurase apartarse de los que con malignidad le infamaban. Y que, pues tenía en Asia muchas posesiones heredadas de sus abuelos, podía pasar allá seguramente y sin cuidado su juventud; y así con su mujer Antistia y algunos pocos de sus familiares se retiró a aquellas partes. En estos días, el desordenado deseo que tenía Nerón de satisfacer en todo sus apetitos le ocasionó vituperio y peligro grande: porque habiendo entrado a nadar en la fuente del agua Marciana (10), que se había traído a la ciudad, parecía que con haberse lavado en ella se hubiesen profanado aquellas sacras bebidas y la religión de aquel lugar con que, sobreviniéndole una enfermedad muy peligrosa, se atribuía la causa de ella a la ira de los dioses por aquel desacato.

XXIII. Corbulón, después de haber destruido la ciudad de Artajata, pareciéndole a propósito el valerse de aquel terror para apoderarse de Tigranocerta, con cuya ruina se acabaría de amedrentar el enemigo, o perdonándola ganaría él para sí fama de clemente, caminó la vuelta de allá con su ejército, no dando muestras de enojo con hacer daño en la tierra, por no quitarle la esperanza de perdón, ni yendo tampoco sin su acostumbrada vigilancia; teniendo bastante noticia de la poca firmeza de aquella gente, y de que así como era vil en los peligros, asimismo era infiel en viendo la ocasión. Los bárbaros, según la inclinación y naturaleza de cada año, unos se iban entregando voluntariamente, y otros desamparaban los lugares retirándose a sitios fuertes y montuosos. Y hubo muchos que con sus mujeres y cosas de más estima se escondieron en cuevas. Y asimismo, el capitán romano procedía diversamente con ellos, mostrándose piadoso con los humildes, diligente con los fugitivos, y con los que buscaban escondrijos fiero y cruel, abrasándolos dentro con henchir las bocas y respiraderas de las cuevas de fajina y sarmientos encendidos. Al pasar por los confines de los mardos (11), le acometió aquella gente, acostumbrada a robar a los caminantes y a retirarse luego, tomando por guardia la aspereza de los montes. A éstos destruyó Corbulón, echándolos en su tierra a los iberos; con que a costa de sangre extranjera castigó la temeridad de los enemigos.

XXIV. Pero él y su ejército, aunque no recibieron daño por las armas, no dejaron de padecer muchos trabajos por falta de vituallas; tal, que cuando por buena suerte hallaban algún ganado eran forzados a matar el hambre con carne sola. Añadíase la gran falta de agua y ardor del estío. Mas todo esto y el fastidio de tan larga jornada no era posible mitigarlos con otra cosa que con la paciencia del general, y el verle sufrir más incomodidades y trabajos que al menor soldado. Con esto llegaron al fin a tierras cultivadas, donde segaron los panes; y de dos castillos donde se habían retirado los armenios, tomaron el uno al primer asalto, y el otro, que hizo resistencia, se hubo de rendir con cerco. Pasados de allí a las tierras de los tauranicios, escapó Corbulón de un notable y no antevisto peligro; porque no lejos de su tienda fue hallado un bárbaro con armas, persona de alguna cuenta entre ellos; el cual, examinado con tormentos, confesó la orden de la traición, el modo con que pensaban ejecutarla y los cómplices de que él era cabeza, y, después de convencidos, fueron castigados los que con fingidas muestras de amistad tramaban la maldad. Poco después llegaron los diputados de Tigranocerta ofreciendo las llaves de su ciudad, y el pueblo pronto a obedecer al capitán romano, a quien, en señal de que le admirarían en fiel hospedaje, le presentaron una corona de oro. Recibióla Corbulón, y con grande honra a los diputados, despachándolos seguros de que no quitarían privilegio alguno a la ciudad para que con mayor prontitud se conservasen enteros en su obediencia.

XXV. Mas entrando en ella, no fue posible ganar sin batalla el castillo real donde se había recogido la juventud feroz con intento de defenderle; la cual, atreviéndose a salir a pelear fuera de los reparos, rechazó al principio valerosamente los asaltos, mas cedió al fin. Sucedían todas estas cosas con tanta facilidad por hallarse los partos ocupados en la guerra con los hircanos, los cuales habían enviado embajadores al príncipe pidiéndole que los admitiese en su confederación, alabándose de que por prendas de esta amistad inquietaban y entretenían a Vologeso. Y volviendo ya estos embajadores de Roma, Corbulón, por que pasado el Éufrates, no cayesen en manos de las guardias que allí tenía el enemigo, los hizo acompañar de buena escolta hasta las orillas del mar Bermejo (12); desde donde, procurando apartarse de los confines de los partos, volvieron finalmente a su patria.

XXVI. Y habiéndose sabido que entraba Tiridates por las tierras de los medos, en los últimos límites de Armenia, enviado delante al legado Verulano con la gente de socorro, siguiéndole Corbulón con las legiones a diligencia, le forzó a retirarse bien lejos y a dejar los pensamientos de la guerra. Estaba Corbulón comenzando a dar a saco la tierra y destruyendo a fuego y sangre todas las que había visto que nos eran contrarias y seguían la voz del rey, y finalmente tomando la posesión de Armenia y usando de ella como de cosa propia, cuando llegó elegido por Nerón para el dominio de aquel reino Tigranes, nieto del rey Arquelao, de la nobleza de Capadocia¡ aunque por haber estado en Roma muchos años en rehenes, había abatido su ánimo hasta mostrar una paciencia servil. Éste no fue recibido con gusto de todos, durando todavía la afección en algunos para con los del linaje Arsácido; sin embargo, aborreciendo los más la soberbia de los partos, querían antes el rey dado por los romanos. Añadiósele a Tigranes un presidio de mil legionarios, tres cohortes auxiliarias y dos bandas de caballo. Y por que más fácilmente pudiese defender el nuevo reino, se ordenó a Trasípoli, Aristóbulo y Antíoco que, cada uno por su parte confinante, cuando fuese necesario, acudiesen a su defensa. Tras esto, sucediendo la muerte de Ummidio, legado de Siria, se dio aquella provincia a Corbulón, para donde se partió.

XXVII. En aquel año, Laodicea, una de las más ilustres ciudades de Asia, arruinada por un terremoto, se restauró con sus propias riquezas, sin ayuda ni socorro nuestro. Y, en Italia, la antigua ciudad de Puzol alcanzó de Nerón el privilegio y nombre de colonia (13). Los veteranos señalados para poblar en Tarento y en Ancio no suplieron la falta que había de moradores, habiéndose huido muchos a las provincias donde habían militado, y muchos no acostumbrados al matrimonio (14) ni a criar los hijos, dejaban las casas yermas y sin sucesión. Porque no se juntaban ya para fundar una colonia, como antes solían, las legiones enteras con tribunos, centuriones y con todas las órdenes militares, para que, unidos y aficionados entre sí, formasen una República; sino de diversas escuadras, sin conocerse unos a otros, sin cabezas, sin amor recíproco, los juntaban repentinamente como si fueran hombres de otro mundo, tal que con razón se podía llamar antes muchedumbre que colonia.

XXVIII. Puso orden el príncipe en las elecciones de pretores que se acostumbraban hacer a voluntad del Senado; y esto a causa de las grandes negociaciones, favores y sobornos con que se hacían, dando el gobierno de tres legiones a tres de aquellos pretendientes que excedían el número de las plazas vacantes.

Aumentó también la dignidad de los senadores, mandando que los que apelasen de los jueces particulares al Senado corriesen riesgo de pagar la misma cantidad de dinero que solían pagar los que apelaban al emperador; porque antes era esta apelación libre y sin pena alguna. Al fin de este año, Vivio Secundo, caballero romano, acusado de los mauritanos, fue condenado por la ley de residencia y desterrado de Italia, valiéndole para no llevar mayor pena el favor de su hermano Vivio Crispo.

XXIX. En el consulado de Cesonio Peto y Petronio Turpilianú recibieron los romanos una gran rota en Inglaterra, donde, como tengo dicho, no había el legado Avito hecho otra cosa que conservar lo ganado. Y a su sucesor Veranio, habiendo con ligeras corredurías saqueado las tierras de los silures, le atajó la muerte los progresos de la guerra; hombre tenido, mientras vivió, por famoso en severidad y entereza; mas, por lo que se coligió después de las últimas palabras de su testamento, muy ambicioso. Porque después de largas lisonjas para con Nerón, añadía: que si le durara la vida dos años más, le hubiera acabado de sojuzgar aquella provincia, Gobernaba entonces a Inglaterra Paulino Suetonio, en ciencia militar y en fama acerca del pueblo, que no deja ninguno sin darle competidor, igual a Corbulón; y deseaba, con domar a aquellos rebeldes, igualar la gloria de haber el otro recuperado el reino de Armenia. Y así, resuelto en acometer la isla de Mona (15), llena de valerosos pobladores y receptáculo de fugitivos, hizo fabricar naves chatas, respecto al poco fondo y mal seguro de aquel mar, para con ellas pasar la infantería. Siguiendo, pues, los caballos por aquellos bajíos, y donde hallaban las aguas altas nadando, pasaron a la isla.

XXX. Estaban los enemigos a la lengua del agua en varios escuadrones espesos de hombres y de armas, corriendo entre ellos mujeres con el cabello suelto, en hábito fúnebre, como se suelen pintar las furias infernales, con hachas encendidas en las manos. Y los dmidas, dando vueltas alrededor de los suyos, alzaban las manos al cielo, concitando con horribles imprecaciones la ira de los dioses contra los soldados romanos; los cuales, con la novedad de aquellos aspectos, quedaron al principio tan asombrados, que casi con los cuerpos y miembros pasmados, y sin movimiento ni defensa, se ofrecían a las heridas enemigas. Mas animándolos el general, avergonzándose unos de otros para no temer a un ejército mujeril ni a vanos asombros, pasan adelante con las banderas, y embistiendo a los que hacían resistencia, los envuelven en sus mismos fuegos. Puso tras esto Paulino buena guarnición en los lugares vencidos, y mandó talar aquellos bosques consagrados con crueles supersticiones; porque tenían por cosa lícita sacrificar allí los cautivos, bañar con su sangre los altares, y consultar a los dioses por medio de las entrañas humanas. Mientras Suetonio Paulino andaba ocupado en esta empresa, tuvo aviso de una repentina rebelión de la provincia.




Notas

(1) M. Emilio Lépido, favorito de Calígula y esposo de Drusila, había tenido relaciones criminales con las dos otras hermanas Julía Livila y Agripina.

(2) Se celebraban del 19 al 23 de marzo inclusive, sobre todo en el interior del hogar, por eso Nerón invita engañosamente a su madre. Horacio las recuerda, Epístolas, II, 2, 197, por ser éstos los días de Minerva, festivos para los niños y moros:

Puer et festus quinqualtribus olim;
Exiguo gratoque fruaris tempore raptim:

y Simaco en el libro V, Nempe Minerva, etc. Las ferias se hacían con el fin de divertir a los niños, y los espectáculos de gladiadores para esparcimiento de los mozos. Ovidio en los Fastos III, 809, hace mención de ellos, diciendo:

Sanguine prima vaeat, nee fas concurrere ferro, etc.

(3) Según Dion, LXI, 19, Neron instituyó estos juegos al nacerle barbas, cuyos pelos consagró a Júpiter Capitalino, después de haberlos encerrado en una cajita de oro.

(4) Esa tropa, cuyo número se elevó hasta cinco mil, se reclutaba entre el pueblo. Los mejores, si no únicos títulos para entrar en ella, eran la robustez de los pulmones y la sonoridad de la voz. Los jefes recibian cuarenta mil sestercios de paga.

(5) Descendiente de los Lagidas. Fue el último soberano de esa parte de la Libia, en la cual había las ciudades de Berenice. Tolemaída y Cirine, pues legó sus estados al pueblo romano en el año 660 de Roma.

(6) Existen monedas de Nerón en las que se ve una mesa con corona y una paldera, con esta inscripción: CERTA. QUINQ. ROM. CONS. o sea, certamen quinquenale Romae constituit. Lipsio, de quien es esta nota, presume que Nerón tomó la idea de estos juegos de los napolitanos, los cuales los habían instituído en honor de Augusto.

(7) Dábase este nombre a una especie de manoplas, que se usaban para el pugilato, y que consistian en correas que se ataban alrededor de las manos y de los puños, y que subian a veces hasta los codos, armadas de pedazos de plomo o de clavos de metal.

(8) También dice Livio, lib. I, 31, que el juego de caballos trae su origen de los tuscos: Ludicrum fuit, etc., y siendo antiquisimo en Roma este certamen, apenas se puede creer que hubiera venido de países tan distantes, particularmente cuando la Grecia Magna y toda aquella región en que estaban situados los turios no era tan conocida de los romanos, y esto le movió a Lipsio a separarse de Tácito, dando a entender que los turios eran vecinos de los tarentinos, vencidos por éstos, según cuenta Estrabón, los cuales tenian un lugar llamado Sibaris, célebre por su amenidad.

(9) Tácito menciona los montes Simbruinos en el lib. XI, 13. Plinio, III, 17 (12) Y tres lagos formados por el Anio o Teverón, que han dado nombre al Sublaqueum.

(10) Era uno de los más célebres acueductos de la antigua Roma. Plinio. XXXI, 3, le supone construido por el rey Anco Marcio, y dice que fue restaurado por el pretor Q. Marcio Rex, y más tarde por Agripa. Pero lo más probable es que Quinto Marcio lo mandase construir, siendo pretor, en el año 608 de Roma, y que su sobrenombre de Rex por un lado y por otro la vanidad romana bastaron para acreditar la opinión contraria. Todavía se ven en Roma imponentes ruinas de ese magnífico acueducto.

(11) Según Anquetil Duperron, era un pueblo pastor, que habitaba primitivaniente al este del mar Caspio, y que, a consecuencia de emigraciones totales o parciales, se estableció sucesivamente en la Carmania desierta, en las puertas Caspias, en la Media Atropatene, al norte del Euxino, y que al través de la ruina de los imperios y bajo las dominaciones de los persas, de los griegos, de los partos y de los romanos, supo, a favor de su vida nómada y de sus costumbres salvajes, conservar su nacionalidad e independencia.

(12) Los antiguos comprendían bajo este nombre no sólo los golfos Arábigo y Pérsico, sino hasta una parte del mar de las Indias.

(13) ¿Alcanzaron los puteolos el derecho de colonia? Este lugar, según dicen Livio y Veleyo, hacía mucho tiempo que gozaba de este derecho, y comenzó esta colonia de los puteolos a los 560 años de la fundación de Roma, siendo cónsules P. Escipión Africano y Tit. Sempronio; lo confirman algunas inscripciones.

(14) Antes del emperador Severo, el soldado romano no podía contraer el conjugium o matrimonio, según las leyes romanas, que tan sólo podía verificarse entre un ciudadano y una ciudadana y que era el único por el cual se transmitían a los hijos los titulos y los derechos de sus padres. Permitiase con todo a los soldados una especie de unión, llamada mammonium, acaso porque los hijos que de él nacían no tenían más estado que el de la madre, matris. A esas mujeres se las llamaba, sin embargo, uxores, esposas, y el soldado podía tenerlas en los diferentes paises donde servia, y como los hijos que de ellas nacían no podían ser ciudadanos, sino que permanecían extranjeros o esclavos, sus padres no se tomaban el trabajo de mantenerlos (neque liberís alendis sueti), sino que los abandonaban o vendían. El abate Brotier menciona dos licencias otorgadas, la una por Galba y la otra por Domiciano, a dos soldados extranjeros que habían servido con distinción por espacio de veinticinco años en las cuales se ve que, al darles el titulo de ciudadanos para ellos y sus descendientes, se les concedía como una recompensa el conjugium romanum con las esposas con que estaban unidos al recibir la licencia. Si tenían muchas, no se autorizaba el matrimonio más que con una.

(15) Existen dos islas de este nombre, una de que habla César, y es la llamada en el día Man, y otra, que es la mencionada en este pasaje por Tácito, y corresponde a la que es conocida con el nombre de Anglesey.

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