Índice de Los anales de TácitoSegunda parte del LIBRO DUODÉCIMOSegunda parte del LIBRO DÉCIMOTERCEROBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO DÉCIMOTERCERO

Primera parte



Silano, procónsul de Asia, muerto con veneno por fraude de Agripina. - Muere también Narciso, liberto. - Claudio, enterrado con exequias censorias, es alabado del príncipe. - Buenos principios de Nerón, que deja muchas cosas al arbitrio del Senado. - Los partos aspiran al reino de Armenia, a quien se opone Domicio Corbulón. - Ama Nerón a la liberta Acte, con enojo grande de su madre, Agripina, a cuya causa le quita el hijo mucha parte de su poder y de su gracia. - Palante, liberto, acusado, es removido de sus cargos. - Británico, muerto con veneno, y su enterramiento acelerado. Agripina, acusada de deseo de novedades y absuelta por su hijo. - Lascivias y desórdenes nocturnos de Nerón. - Contiéndese sin resolución sobre el volver a la servidumbre a los libertos ingratos. Condenaciones y muertes de muchos hombres ilustres.




ESTE LIBRO COMPRENDE LA HISTORIA DE CUATRO AÑOS

AÑO DE ROMA
AÑO CRISTIANO
CÓNSULES
808
55, D. C.
Nerón Cludio César
L. Antistio Veto
809
56, D. C.
Q.Volusio Saturnino
P. Cornelio Escipión
810
57, D. C.
Nerón Claudio César III
L. Carpurnio Pisón
811
58, D. C.
Nerón Claudio César III
M. Valerio Mesala

I. El primero que corrió fortuna en el nuevo principado fue Junio Silano (1), procónsul de Asia, a quien maquinó la muerte Agripina, sin sabiduría de Nerón, no porque se la hubiese concitado con viveza de ingenio, siendo persona descuidada, simple, y tan despreciada de los emperadores pasados, que Cayo César le solía llamar oveja de oro (2); mas porque habiendo Agripina trazado la muerte a Lucio Silano, su hermano, temía no tomase él a su cargo la venganza. Murmurábase públicamente entre el vulgo que a Nerón, salido apenas de pañales y llegado al Imperio con infames medios, se le antepondría un hombre como Silano, de edad madura, inculpable, de gran nobleza, y, lo que entonces se estimaba en mucho, descendiente de los Césares; porque también Silano era rebisnieto de Augusto (3).

Ésta fue la causa de su muerte. Los ministros fueron Publio Célere, caballero romano, y Elio, liberto, procuradores en Asia de la hacienda particular del príncipe. Éstos dieron el veneno al procónsul en un banquete, con más publicidad de la que hubiera menester para tenerlo secreto. Con la misma presteza fue derribado Narciso, liberto de Claudio, de cuyo contraste con Agripina he ya tratado arriba. Hízose poniéndole primero en una dura y áspera prisión, y reduciéndole a tal necesidad y miseria, que hubo de tomar voluntariamente la muerte.

Fue esto sin sabiduría del príncipe; con cuyos vicios, hasta entonces disimulados, de avaricia y prodigalidad, admirablemente se conformaba.

II. Y hubiéranse ejecutado otros muchos homicidios semejantes, si Afranio Burrho y Anneo Séneca no se interpusieran. Estos ayos y guías de la juventud del príncipe, conformes entre sí en la partición de la autoridad, eran por diversos caminos igualmente grandes.

Burrho le instruía en los cuidados militares, severidad y gravedad de costumbres; Séneca en los preceptos de la elocuencia y en una cortés y honesta humanidad; ayudándose el uno al otro para sostener más fácilmente le peligrosa edad del príncipe con deleites permitidos, cuando se resolviese a menospreciar el camino de la virtud. Ambos tenían perpetua guerra contra la ferocidad de Agripina, la cual, ardiendo de todos los perversos apetitos que pueden caber en un mal gobierno, tenía de su parte a Palante, autor de sus bodas incestuosas y de la infeliz adopción, por cuyo medio encaminó Claudio su propia ruina. Mas ni Nerón se domesticaba con esclavos, ni Palante, excediendo los límites serviles, dejaba de enfadarle cada día más con su desapacible arrogancia. Con todo esto honraba César en lo público cuanto le era posible a su madre. Y al tribuno, que según la costumbre militar le pidió una vez el nombre (4), le dio éste: madre bonísima. Decretó también el Senado que la acompañasen los lictores, y que fuese hecha sacerdotisa flamínica de Claudio, cuyas exequias se hicieron como se acostumbraban hacer las de los censores; y tras ellas fue consagrado y puesto en el número de los dioses.

III. El día de las exequias recitó el príncipe sus alabanzas; mientras se entretuvo en engrandecer su nobleza, contar sus consulados y triunfos de sus predecesores, él y todos los oyentes estuvieron con grande atención. También se oyeron con aplauso el amor que tuvo a las artes liberales, y lo que exageró la tranquilidad en que había estado la República durante su gobierno; mas después que pasó a tratar de su providencia y sabiduría, no hubo quien pudiese templar la risa, sin embargo del mucho artificio con que Séneca compuso aquella oración, habiendo poseído aquel gran hombre un ingenio apacible y acomodado a los oídos de aquel tiempo. Notaban los viejos, cuya ociosa ocupación no pasa de comparar las cosas pasadas con las presentes, que Nerón fue el primero entre los emperadores que hubo menester valerse de elocuencia ajena. Porque César, dictador, fue émulo de los oradores antiguos; Augusto de pronta y desembarazada elocuencia conveniente a un príncipe; Tiberio sabía también perfectamente el arte con que iba pesando sus palabras y declarar su conceptos, unas veces en sentido eficaz y varonil, y otras cerrado y ambiguo. Ni en Cayo César pudo la lesión del entendimiento impedirle la fuerza de la elocuencia. Claudio, finalmente, cuando hablaba de pensado hablaba bien y con elegancia; mas Nerón, desde sus tiernos años torció a otras cosas la viveza de su ingenio; a esculpir, pintar, a entretenerse en la música y ejercitarse a caballo; y tal vez cuando componía versos daba muestras de tener algunos principios de letras.

IV. En lo demás, acabados que fueron todos los fingimientos de tristeza, entrando Nerón en el Senado y dichas algunas cosas de la autoridad de los senadores y de la unión de los soldados para con él, dio cuenta de sus designios y de los ejemplos que quería imitar para gobernar bien la República; y que no teniendo instruida su juventud en armas civiles ni en discordias domésticas, no conservaba aborrecimientos, ni memoria de ofensas, ni deseo de venganzas. Discurrió tras esto sobre la forma de gobierno que pensaba seguir en el futuro principado, apartándose de todo aquello cuyo aborrecimiento estaba todavía corriendo sangre. Porque no era su intención adjudicarse todas las cosas, para evitar que encerrándose dentro de una casa los acusadores y los reos, no se diese el absoluto dominio de todos al gobierno de pocos. En su corte no habría cosa vendible, ni en ella se abriría camino a la ambición, porque eran dos cosas separadas y distintas su casa y la República: que tuviese el Senado muy en buen hora sus ordinarios tuidados y antigua autoridad: que Italia y las provincias públicas viniesen a pedir justicia al tribunal de los cónsules, y que tocase a ellos el introducirlos y darles audiencia en el Senado (5); que él no quería para sí otra ocupación que cuidar de los ejércitos que se enviasen a las provincias.

V. Y cumplió su palabra, porque muchas cosas se remitieron al arbitrio del Senado, y entre otras que ninguno se vendiese por dinero, presentes o promesas para orar en favor de alguno o defender su causa; que ni tampoco los nombrados para cuestores fuesen obligados a celebrar a su costa el espectáculo de gladiatores (6). Cosa que el Senado obtuvo a pesar de Agripina, que defendió el voto contrario so color de que se anulaban y pervertían los decretos de su marido. Juntábanse a título de tratar de esto en palacio los senadores, para que dando muestras de tener cerradas las puertas, pudiese ella asistir sin ser vista, y oír por detrás de una cortina lo que se tratase; y hasta una vez, orando los embajadores de Armenia sobre cierta causa de su gente ante Nerón, ella se iba a subir al mismo asiento imperial con intención de presidir juntamente con él en este acto; y lo hiciera si Séneca, viendo a los demás turbados y medrosos, no hubiera advertido a Nerón que saliese al encuentro a su madre; con que, so color de reverencia, se remedió aquella deshonra.

VI. Hacia la fin del año llegaron a Roma unas nuevas que a toda la ciudad pusieron en revuelta y turbación; es a saber, que los partos habían bajado otra vez al reino de Armenia y echado de él a Radamisto; el cual, habiéndose apoderado muchas veces del reino y huido otras tantas de él, últimamente se había resuelto también en desamparar la guerra. Discurríase a esta causa en Roma, pueblo amigo de juzgarlo todo, diciendo unos que cómo era posible que un príncipe, salido apenas de los diez y siete años en su edad, tuviese fuerzas para sustentar sobre sus hombros tan gran peso o discreción para rehusarle. Júzguese -decían ellos- el recurso que puede tener la República a un mozo gobernado por una mujer, sino en remitir las batallas, los sitios de tierras y los demás oficios militares a la administración de sus ayos y pedagogos. Decían otros en contrario que antes se podía tener por felicidad grande el suceder aquella inquietud en el tiempo presente y no en el de Claudio, pues su débil vejez y natural flojedad, que le hacían incapaz de sufrir los trabajos de la guerra, no se la dejaran gobernar sino por las órdenes y mandatos de sus esclavos y libertos; mas que Burrho y Séneca eran al fin conocidos y probados en el manejo de muchos negocios¡ que le faltaba poco al emperador para llegar a la edad robusta, visto que Cneo Pompeyo, de dieciocho años, y Octaviano César, de diecinueve, sostuvieron el peso de las guerras civiles; que se ejecutaban mejor muchas cosas de los grandes príncipes con el favor de la fortuna y con el buen consejo que con las armas y con la mano; que era buena ocasión aquélla para echar de ver si quería servirse de buenos o de ruines amigos, introduciendo sin pasión alguna antes un capitán tan insigne y valeroso, que otro rico y levantado por medio de favores, sobornos y ambición.

VII. Mientras, en el vulgo se hacían éstos y semejantes discursos, manda Nerón que la juventud escogida en las provincias vaya en suplemento de las legiones orientales, y que las mismas legiones se arrimen todo lo posible al reino de Armenia¡ que los dos antiguos reyes Agripa y Antíoco (7), con sus gentes, entren en las tierras de los partos; que se fabriquen puentes sobre el Éufrates; y finalmente que la Armenia Menor se dé a Aristóbulo, y a Sohemo la región de Sofenes, con insignias y ornamentos reales. Mas habiéndosele descubierto en buena ocasión un competidor a Vologeso en el reino, no menos que su propio hijo Vardanes, dejaron los partos a la Armenia casi difiriendo la guerra.

VIII. Mas en el Senado, todas estas cosas se amplificaban por la adulación de los que votaron que se hiciesen procesiones en acción de gracias, y que el príncipe en aquellos días usase de vestiduras triunfales; que entrase en Roma con el triunfo de ovación, y que su estatua, de igual grandeza que la de Marte vengador, se colocase en el mismo templo. Decretaron todas estas cosas los senadores, además de su acostumbrada adulación, alegres de ver que había escogido para la defensa de Armenia a Domicio Corbulón, pareciendo que con aquello se abría un ancho camino al valor y a la virtud. Las fuerzas de Oriente se dividieron de esta manera: que una parte de los auxiliarios con dos legiones quedasen en Siria a cargo del legado Quadrato Ummidio, y a Corbulón se le diesen otros tantos soldados romanos y confederados, añadiendo las cohortes y bandas de caballos que invernaban en Capadocia. Diose orden que los reyes confederados obedeciesen conforme a las necesidades de la guerra, puesto que todos servían de mejor gana debajo de la mano de Corbulón, el cual, por corresponder a su fama, que es cosa que ayuda mucho en las nuevas empresas, apresurando su camino, encontró a Quadrato en Egea (8), ciudad de Cilicia. Habíase adelantado Quadrato a recibirle allí porque si acaso Corbulón entraba en Siria para hacerse cargo de la gente asignada, no llevase tras sí los ojos de todos con la grandeza de cuerpo y magnificencia de palabras; siendo hombre que, a más de su experiencia y sabiduría, procuraba ganar el favor del vulgo hasta con la ostentación de semejantes vanidades.

IX. Sin embargo, enviaron entrambos mensajeros a Vologeso, persuadiéndole a que escogiese antes la paz que la guerra, y a que, dados rehenes, continuase la acostumbrada reverencia y el antiguo respeto que sus antecesores solían tener al pueblo romano.

Y así Vologeso, o por aparejarse a la guerra con más comodidad y juntar fuerzas iguales al enemigo, o por ventura deseando apartar de sí con nombre de rehenes a los que tenía por sospechosos en el Estado, entrega a los romanos todos los más principales de la familia Arsacida, recibidos del centurión Ostorio, enviado por Ummidio, que acaso se hallaba cerca de aquel rey, con quien había ido a tratar otros negocios anteriores. Sabido lo cual por Corbulón, envió luego a Arrio Varo, prefecto de una cohorte, para encargarse de ellos.

Nació de aquí contienda y malas palabras entre el prefecto y el centurión; mas por no hacerse espectáculo de aquellos extranjeros, convinieron en remitirse al arbitrio de los mismos rehenes y de los embajadores que los llevaban; los cuales, por la reciente gloria de Corbulón y por una cierta inclinación para con él hasta en sus enemigos, le prefirieron a Ummidio; de que se movió discordia entre los generales, doliéndose Ummidio de que se le quitase de las manos el fruto de lo que se había alcanzado por su consejo y solicitud. Mas Corbulón protestaba en contrario que no se había dispuesto el rey a ofrecer los rehenes hasta que, por la elección que se hizo de su persona para general de aquella empresa, se le convirtió la esperanza en temor.

Nerón, por acomodar las diferencias entre ellos, mandó que se publicase cómo por los prósperos sucesos de Quadrato y de Corbulón se había podido añadir la corona de laurel a los fasces imperiales (9). He puesto juntas todas estas cosas, aunque sucedieron en el siguiente consulado.

X. En este mismo año pidió César al Senado que con su decreto se dedicase una estatua a Cneo Domicio, su padre, y que se diesen las insignias consulares a Labeón Asconio, que había sido su tutor; y juntamente prohibió que a él se le dedicasen estatuas de oro y plata macizas, como se le ofrecieron. Y aunque ordenaron los senadores que de allí adelante se contase el principo del año desde el primer día de diciembre, en que nació Nerón, quiso con todo eso conservar la antigua religión de comenzarle en las calendas de enero; y no consintió que se admitiese la acusación que cierto esclavo hacía contra Carinate Célere, senador; ni quiso que se tratase de castigar a Julio Denso, caballero inculpado de que favorecía a Británico.

XI. Siendo cónsules Claudio Nerón y Lucio Antistio, como jurasen los magistrados de observar y obedecer los actos, esto es, las leyes y ordenanzas de los príncipes, no consintió que Antistio, su colega, jurase de obedecer a los suyos (10), con grandes alabanzas que le dieron los senadores, para que el ánimo juvenil, levantado con la gloria de las cosas livianas, lo fuese continuando en las mayores. Poco después dio otras nuevas muestras de benignidad con Plaucio Laterano, restituyéndolo al orden senatorio de que había sido privado por el adulterio de Mesalina, prometiendo clemencia en sus ordinarias oraciones, las cuales Séneca, o por testificar la bondad de la doctrina que le enseñaba, o por ostentación de su ingenio, publicaba por boca del príncipe.

XII. Menoscabada en tanto poco a poco la autoridad de Agripina, se enamoró Nerón de una liberta llamada Acte (11), haciendo participantes del secreto a Otón y a Claudio Seneción, bellísimos mozos: Otón de familia consular, y Seneción hijo de un liberto de César; al principio, sin sabiduría de la madre, y después, a pesar suyo. No lo contradecían los amigos más viejos y criados más graves del príncipe, porque desfogando sus deseos con esta mujercilla sin agravio de nadie (visto que, o por su destino, o porque de ordinario prevalecen los gustos ilícitos, no se inclinaba a Octavia, noble verdaderamente y de señalada bondad) temían que cuando se le impidiese encaminase su gusto a estupros de mujeres ilustres.

XIII. Bramaba Agripina de haber de sufrir el tener por émula a una liberta y por nuera una esclava, y de semejantes consideraciones mujeriles; y sin tener paciencia ni aguardar a que su hijo se arrepintiese o se empalagase, cuanto más le daba en rostro con su bajeza, tanto más fieramente le encendía; hasta que, vencido de la fuerza del amor, acabó de romper con su madre, entregándose del todo a Séneca. De cuyos amigos, Anneo Sereno (12), con fingirse enamorado de la misma liberta, había al principio encubierto los amores del mozo, prestándole el nombre, para poder dar en público a la liberta todo lo que el príncipe le daba de secreto. Entonces Agripina, encaminando sus astucias por otra vía, acomete al hijo con lisonjas, ofreciéndole su propia cámara y su mismo regazo para encubrirle los apetitos de la juventud y de la suma grandeza. Confesando a más de esto haber sido fuera de propósito su sobrada severidad, y pidiendo que se valiese de sus riquezas, poco menores que las imperiales. Y así como se había mostrado antes excesiva en refrenar al hijo, así ahora lo era también en sometérsele y humillarse demasiado. No engañó a Nerón esta mudanza; antes fue causa de que, temerosos sus mayores amigos y privados, le rogasen que se guardase de las asechanzas de aquella mujer, terrible siempre y atroz, y en aquella ocasión también falsa. Acaso aquellos días, visitando Nerón la recámara donde conservaban los arreos y atavíos con que las mujeres y madres de emperadores solían resplandecer a vista del pueblo, escogiendo algunos vestidos y joyas de valor, hizo de ello un presente a su madre; sin mostrarse escaso, visto que, como se lo daba de buena gana, procuró enviar de lo mejor y de lo más estimado. Mas Agripina se alteró mucho, diciendo que no se hacía aquello para aumentar sus arreos, sino para excluirla de todos los demás; y que su hijo daba y repartía lo que enteramente le había dado ella.

XIV. No faltaron algunos que refirieron estas palabras aun en peor sentido a César; el cual, enojado contra aquéllos en quienes estribaba la soberbia de su madre, quitó a Palante el cargo que le dio Claudio, por cuyo medio le había hecho árbitro y superintendente universal del Imperio. Díjose que saliendo este liberto de palacio con grande acompañamiento, y viéndole Nerón, le motejó harto a propósito, diciendo así: Parece que va Palante a renunciar el oficio (13). Verdad sea que Palante había hecho pacto con el príncipe que no se le pudiese hacer cargo de cosas pasadas, y que las cuentas entre él y la República se tuviesen por fenecidas sin alcance de una parte ni de otra. Desatinada con esto Agripina, comienza a despeñarse en amenazas, no absteniéndose de amedrentar al príncipe y de decir a sus propios oídos que ya era hombre Británico, verdadera sucesión y digno heredero del imperio paterno, gobernado ahora por un injerto adoptivo que debía su grandeza a los agravios y engaños hechos por su madre. No quiero de hoy más -decía- procurar que no se manifiesten todos los desastres de esta infelice casa, y en primer lugar mis bodas, mis venenos. Sólo este consuelo me han dejado los dioses, que vive mi antenado; iré con él a los alojamientos militares; veráse de esta parte la hija de Germánico, y de aquélla, Burrho, infame y vil, Y el desterrado Séneca; el uno con su mano cortada y el otro con la lengua de maestro de escuela pretender el gobierno del género humano. Alzaba tras estas palabras las manos al cielo, añadiendo injurias, invocando al ya consagrado Claudio, a las almas infernales de los Silanos, y tantas otras maldades que no le habían sido de provecho.

XV. Turbado por estas cosas Nerón y acercándose el día en que Británico cumplía los catorce años de su edad, comenzó a considerar entre sí mismo, unas veces el ímpetu violento de su madre, otras el gentil natural y amable condición del mozo, habiendo poco antes experimentado en cierta ocasión la gran parte que tenía en la gratitud y amor del pueblo. Fue el caso que en los días de las fiestas de Saturno, entre los otros juegos en que se recreaban los de aquella edad, sacando por suerte el oficio de rey y tocándole a Nerón, mandó a los otros diversas cosas capaces de poderse hacer sin vergüenza. Llegado a mandar a Británico, le ordenó que, levantado en pie y en medio de todos, comenzase a cantar alguna cosa, creyendo que, no acostumbrado a saberse gobernar entre personas sobrias, cuanto y más entre borrachos, había de dar ocasión a que se burlasen de él; mas Británico, con generoso atrevimiento, comenzó a cantar unos versos, en que vino a significar cómo había sido echado de la suma grandeza y de la silla de su padre; cosa de que nació una general compasión, tanto más a la descubierta cuanto la noche y la licencia de los juegos había quitado la obligación de disimular. Nerón, pues, conocido el cargo que se le hacía, comenzó a aborrecer a Británico, de suerte que apretándole cada día más las amenazas de Agripina, no hallándose delitos que acumularle, ni atreviéndose a hacer matar descubiertamente a su hermano, trazó de hacerlo de secreto. Para lo cual manda aparejar el veneno por obra de Polión Julio, tribuna de una cohorte pretoria, que tenía en guardia a la malvada Locusta, condenada por inventora de venenos y famosa por sus maldades; porque ya mucho antes estaba prevenido que ninguno de los que asistían al servicio de Británico hiciese caso de honra ni de lo que debía a su obligación. Diósele el primer veneno por mano de sus mismos ayos; al cual, o por no ser demasiado vehemente, o porque se hubiese preparado de operación lenta y tardía, causándole alteración de vientre, lo echó de sí. Mas Nerón, impaciente de sufrir tanto la ejecución de su maldad, amenaza al tribuna y manda que se dé la muerte a la hechicera; porque mientras miraban al decir de la gente y a prevenirse de defensas retardaban su seguridad; y ofreciéndole después ellos de hacerle morir con la misma presteza que si le mataran a hierro, junto a la cámara del príncipe se hizo el compuesto del veneno, escogiéndole entre otros muchos que se probaron por el más violento.

XVI. Acostumbrábase en aquel tiempo que los hijos del príncipe comiesen en mesa aparte, con aparato más moderado, en compañía de otros nobles de su edad, a vista de sus parientes más cercanos. Comiendo, pues, así Británico, porque a su vianda y bebida se hacía de ordinario la salva, por no causar sospecha con dejar esta costumbre, ni manifestar el delito con la muerte de dos, se inventó este engaño. Trájosele a Británico la bebida sana y sin veneno, y hecha la acostumbrada salva, aunque tan caliente, que no pudiéndola beber, se templó con agua fría atosigada; y en bebiendo, de tal manera penetró por todos los miembros, que en un instante perdió la voz y el espíritu. Medrosos los que comían con él, los menos discretos huyeron, y los de más entendimiento quedaron atónitos y con los ojos clavados en Nerón; el cual, recostado en la mesa, como si aquélla no fuera obra de sus manos, dijo que sin duda era aquél uno de los desmayos o mal de corazón que Británico padecía desde su niñez, y que poco a poco le volvería el sentido y la vista.

Mas en Agripina se echó de ver tal espanto y un ánimo tan alterado, por más que procuró encubrirlo con el semblante del rostro, que se vio bien claro que no era más cómplice en el delito que Octavia, hermana de Británico, la cual (Agripina) perdió en él su postrer refugio, y conoció con este ejemplo la maldad del parricidio. Octavia también tuvo particular terror del caso, dado que en aquella tierna edad se había enseñado a encubrir el dolor, el amor y los demás afectos y pasiones del ánimo. Así, pues, tras un pequeño espacio de silencio se volvió al regocijo del banquete.

XVII. Ocurrieron la muerte y el entierro de Británico en una misma noche, estando ya prevenido el aparato fúnebre, que fue bien moderado. Sepultóse con todo eso en el campo Jarcio, con una tempestad de agua tan grande, que creyó el vulgo pronosticar la ira de los dioses contra aquella maldad, de la cual era el autor disculpado por muchos, considerando las discordias antiguas de ambos hermanos y que el reino es incompatible. Refieren muchos escritores de aquellos tiempos que Nerón, algunos días antes de la muerte de Británico, se había aprovechado sucia y torpemente de él diversas veces; tal, que no podía parecer antes de tiempo ni cruel el homicidio, aunque abusando con él la santa libertad de la mesa, sin darle tiempo tan solamente de abrazar a su hermana y despedirse de ella, y hecho delante de los ojos de su enemigo en aquella última sangre de los Claudios, manchada antes con estupro que con veneno. Excusóse con un edicto César de haber hecho apresurar las exequias de Británico, mostrando que era instituto de los mayores el quitar presto delante de los ojos los muertos en tan tierna edad, sin entretenerlos a vista del pueblo con oraciones y con las acostumbradas pompas funerales. Y que habiendo perdido él socorro y ayuda de un hermano y reduciendo todas sus esperanzas a la República, debían tanto más los senadores y el pueblo amparar a un príncipe, residuo de aquella familia, nacida para la suma grandeza.

XVIII. Hizo después grandes dádivas y mercedes a sus mayores amigos, y no faltó quien vituperase a los que, haciendo profesión de gravedad y entereza, se dividieron entre sí, como si fueran despojos de enemigos, las casas, las heredades y las quintas. Otros fueron de opinión que los forzó a ello el príncipe, como quien sabía en su conciencia la maldad que había cometido, y pensaba borrar la memoria de ella obligando con beneficios a los grandes y poderosos.

No se mitigaba la ira de Agripina con ninguna largueza ni liberalidad; antes amparaba y favorecía a Octavia, y hablaba muy a menudo y en secreto con los amigos. Y a más de su natural avaricia, recogiendo dineros por todas vías como en socorro de sus trabajos, acariciaba a los tribunos y centuriones, honrando el nombre y la virtud de los nobles que habían quedado en la ciudad, a modo de introducir parcialidades y buscar cabeza. Cayendo en esto, Nerón mandó que se le quitase la guardia de soldados que antes tenía como mujer de emperador, y entonces como madre, y juntamente la de germanos (14) que se le había añadido para honrarla más. Y por que no fuese frecuentada de la muchedumbre de gente que iba a cortejarla, apartó casa, aposentando a su madre en las que fueron de Antonia; y todas las veces que iba a visitarla se hacía acompañar de una buena tropa de centuriones, y en saludándola se despedía.

XIX. No hay cosa entre los mortales tan deleznable y perecedera como la fama y reputación de grandeza no sostenida con sus mismas fuerzas. Al momento desampararon todos los umbrales de Agripina. Ninguno iba a visitarla, ninguno a consolarla, salvo algunas pocas mujeres; y ésas está todavía en duda si lo hacían por amor o por aborrecimiento. Una de las cuales era Julia Silana, aquélla que, como dice arriba, fue casada con Cayo Silio y repudiada de él por obra de Mesalina, mujer de señalada nobleza, de hermosura lasciva, y que había sido largo tiempo amada de Agripina hasta que se desavinieron con secretas ofensas; porque Agripina había divertido a Sestio Africano, mozo noble, del matrimonio con Silana, diciendo de ella que era deshonesta y que inclinaba ya a la vejez; no porque ella quisiese para sí a Africano, sino porque él no gozase de sus grandes riquezas, hallándose ella sin herederos. Y así, ofreciéndosele a Silana esperanza de vengarse, apareja por acusadores a Titurio y Calvisio, dos de sus allegados, para que, dejando a una parte las cosas viejas de que tantas veces se le había hecho cargo, como el haber llorado la muerte de Británico y divulgado los malos tratamientos de Octavia, la acusasen de que había determinado de levantar y engrandecer para cosas nuevas a Rubelio Plauto (15), el cual por su madre descendía del divo Augusto en el mismo grado que Nerón, y, casando con él, apoderarse otra vez del Imperio y afligir de nuevo a la República. Confirieron esto Titurio y Calvisio con Atimeto, liberto de Domicia, tía de Nerón; el cual, alegre del aviso, porque entre Domicia y Agripina había celos y enemistades sobre la privanza, constriñó a Paris, representante, liberto también él de Domicia, a poner con presteza estas cosas en los oídos del príncipe, y a agravar el delito.

XX. Había ya pasado gran parte de la noche, y Nerón estaba todavía dado al vino, cuando entró Paris, como solía entrar otras veces a aquellas horas, para asistir a los vicios y desórdenes del príncipe y acrecentarlos. Y aparejándose primero a representar en el rostro una gran tristeza, declaró punto por punto todos los indicios del caso, como se los habían pintado a él. Con que puso a Nerón en tal terror, que no sólo determina de dar la muerte a su madre y a Plauto, sino también quitar a Burrho el cargo de los pretorianos, como hechura de Agripina y persona que deseaba pagarle por aquel camino el beneficio. Escribe Fabio Rústico que ya se había escrito a Cecina Tusco que viniese a encargarse de aquellas guardias, mas que por obra de Séneca fue conservado Burrho en su dignidad. Plinio y Cluvio dicen que no se dudó jamás de la fe del prefecto. A la verdad, hallo a Fabio muy inclinado a loar a Séneca, con cuya amistad floreció. Yo, que acostumbro a escribir llanamente todo aquello en que los autores concuerdan, en viéndolos discordes entre sí, pienso calificar las opiniones poniendo sus nombres. Amedrentado Nerón y deseoso de dar la muerte a su madre, no lo difiriera si Burrho no le hubiera prometido de hacerla morir en el mismo punto en que fuese convencida del hecho. Mas que a nadie, cuanto más a su madre propia, se podían negar las defensas: que no habían comparecido aún los acusadores, ni se había oído otra cosa que el dicho de un enemigo respecto a la casa en que vivía; que no alababa las resoluciones tomadas de noche, y más en noche de banquete, pues cuanto se hiciese en ella estaba más cerca de ser tenido por temeridad que por prudencia.

XXI. Mitigado con esto el temor del príncipe, y venido el día, se va el prefecto a notificar la acusación a Agripina para que se justifique o pague la pena. Llevó Burrho comisión de hacer la embajada delante de Séneca, asistiendo también algunos libertos para notar las palabras que se dirían. Y habiendo Burrho declarado los delitos y sus autores, usó después de grandes amenazas. Mas Agripina, no pudiendo olvidar su fiereza natural y sobrado brío: No me maravillo -dijo- que Silana, que jamás parió, ignore los afectos y pasiones maternales. No se pueden trocar y olvidar tan fácilmente los hijos por las madres, como por las mujeres deshonestas los adúlteros. Y si Titurio y Calvisio, después de haber consumido en glotonerías sus haciendas, quieren dar a una vieja este último contento de tomar a su cargo el acusarme, no por eso es razón que yo quede expuesta a la infamia del parricidio o en el pecho de César la sospecha de él. Daría gracias por cierto a Domicia hasta del mal que me desea, si toda su emulación para conmigo fuese sobre cuál de las dos quiere más a mi Nerón. ¿Qué tiene que ver este cuidado, con estarse ella ahora en compañía de su adúltero Atimeto y de su Paris, comediante, inventando fábulas, como si hubiera de representarlas en el teatro? Estábase ella labrando sus estanques y pesqueras de Bayas cuando con mi consejo se procuraba la adopción, la autoridad proconsular, la nominación para ser cónsul, y se aparejaban las demás cosas que me parecían a propósito para que Nerón obtuviese el Imperio. Si hay alguno que presuma convencerme de haber en Roma solicitado los ánimos militares, o procurado que en las provincias se falte a la fidelidad debida al Imperio romano, o finalmente que he sobornado a los esclavos y libertas en orden a cometer tan gran maldad, dígame: ¿pudiera yo vivir debajo del imperio de Británico, de Plauto o de cualquier otro que hubiese gobernado la República? ¿Faltarán por ventura en este caso acusadores que pusieran por delante, no sólo las palabras dichas inadvertidamente por impaciencia de amor materno, sino delitos de que no puede ser absuelta una madre sino de su propio hijo?. Movidos los que asistían con estas palabras, y haciendo todo lo posible por mitigar su cólera, pidió verse con su hijo, delante del cual no quiso tratar de su inocencia por no mostrar que tenía necesidad de defenderse, ni de los beneficios que la había hecho por no zaherírselos. Sólo pidió y obtuvo castigo para los acusadores y premio para los amigos.

XXII. A Fenio Rufo se dio la superintendencia de las provisiones; a Aruncio Stela la comisión de ordenar las fiestas que preparaba César, y a Cayo Balbilo (16) el gobierno de Egipto. Designóse también para el gobierno de Siria a Publio Antevo, aunque, burlado con diversos artificios, al fin no salió de Roma. Silana fue desterrada perpetuamente, y lo mismo Calvisio y Titurio, aunque por tiempo limitado. A Atimeto se dio pena de muerte, y fuera lo propio de Paris si no le librara lo mucho que pudo con el príncipe el ser éste uno de los principales ministros de sus lujurias. De Plauto no se trató cosa por entonces.

XXIII. Fueron acusados poco después de esto Palante y Burrho de haber consentido en hacer emperador a Camelia Sila, no menos por la claridad y nobleza de su sangre, que por la afinidad que tenía con Claudio, como marido de su hija Antonia. Autor de esta acusación fue un cierto hombre llamado Peto, harto conocido por el oficio que tenía de cobrar y vender los bienes de los deudores al tesoro público, y después mucho más por la vanidad y mentira que usó en este negocio. Sin embargo, no fue tan agradable la inocencia de Palante, cuanto insufrible y demasiada su arrogancia, porque nombrados sus libertas por cómplices, con quien él confería estos intentos, respondió que en su casa no acostumbraba mandar cosa alguna sino por señas, o con la cabeza, o con las manos, y cuando era necesario declarar muchas tomaba por expediente el darlas por escrito por no acompañar su voz con la de gente tan baja. Burrho, aunque culpado en esta causa, concurrió entre los jueces y dio su voto. Fue al fin desterrado el acusador, y quemáronse unos papeles suyos en que iba sacando a luz las memorias ya olvidadas del erario.

XXIV. Al fin de este año se quitó el cuerpo de guardia de una cohorte que solía asistir cuando se celebraban fiestas en el teatro para dar aquella apariencia de libertad, y porque los soldados, quitada la ocasión de mezclarse en la licencia de los teatros, viviesen con mayor disciplina; y juntamente por probar si la plebe se conservaba en modestia sin aquel freno. También César, por consejo de los arúspices, purificó la ciudad con sacrificios, habiendo tocado un rayo en los templos de Júpiter y de Minerva.

XXV. Siendo cónsules Quinto Volusio y Publio Escipión gozaban los de fuera de una ociosa paz, y dentro de Roma se padecía grandemente por las crueles, feas y pesadas travesuras que andaba haciendo de noche Nerón, vestido en traje de esclavo por no ser conocido, discurriendo desenfrenadamente por las calles, tabernas y burdeles de la ciudad, acompañado de muchos que robaban las cosas que estaban para venderse, hiriendo a los que encontraban, tan sin conocerse unos a otros, que en cierta escarapela sacó muy bien señalada la cara el mismo Nerón. Mas después que se supo que era él quien hacía estos robos y desafueros, comenzaron a ir en aumento las injurias contra hombres y mujeres de calidad; porque muchos con esta licencia, y aprovechándose del nombre de Nerón, en tropas y en cuadrillas hacían lo mismo: tal, que en siendo de noche estaba la ciudad como entrada por enemigos y dada a saco. A Julio Montano, del orden senatorio, mas que no había aún comenzado a ejercer oficios públicos, acometido acaso en una noche oscura por el príncipe, porque haciendo rostro le rechazó valerosamente, y conociéndole después le pidió perdón, como si con aquello le diera en rostro y le ofendiera, le forzó a que se diese la muerte. Hecho con esto Nerón más temeroso y más cauto, usó de allí adelante el acompañarse de soldados y gladiatores, ordenándoles que le dejasen a él comenzar las pendencias como solo a solo, y hallada resistencia demasiada se mostrasen con sus armas. Hizo también con no castigar los delitos, y aun con dádivas, que las diferencias de los juegos y fiestas públicas, y las parcialidades de los representantes llamados histriones, se redujesen casi a batallas formadas, recreándose de estar escondido a verlo, y muchas veces descubierto, hasta que creciendo los desórdenes del pueblo con las parcialidades, y temiéndose mayores inconvenientes, no se halló otro remedio sino echar de Italia a los histriones y volver a poner en el teatro la guardia de soldados.

XXVI. Por este mismo tiempo se trató en el Senado de los engaños que hacían los libertos a sus señores, y se pidió con gran instancia que contra los que fuesen ingratos al beneficio de su libertad se diese poder a los señores para revocársela; y no faltaban senadores que fuesen de este parecer. Mas no atreviéndose los cónsules a hacer esta proposición sobre el caso sin sabiduría del príncipe, le avisaron de la intención del Senado por si gustaba hacerse autor de aquel decreto, visto que no había sino pocos senadores de contrario parecer, siendo muchos los que murmuraban y se quejaban a voces de que hubiese llegado a tal término el atrevimiento de los libertos, que consultaban entre sí sobre si ofrecerían voluntariamente las espaldas a los azotes, o resistirían con fuerza cuando tratasen de darles aquella su ordinaria pena los mismos que disuadían ahora su castigo: ¡Qué otra cosa -decían- se concede al dueño ofendido que desterrar al liberto fuera de las cinco leguas de la ciudad a las riberas de Campania! Las demás acciones iguales y comunes las tienen con los otros ciudadanos. Necesario es señalar contra ellos alguna arma que no pueda ser menospreciada, ni a los libertos mismos les debe ser enojoso el conservar la libertad por la misma obediencia y sumisión con que la ganaron. Con razón, pues, deben ser vueltos a la servidumbre los convencidos notoriamente de ingratitud, para que obre el temor lo que no pudo el beneficio.

XXVII. En contrario, decían otros que la culpa de pocos había de dañar a solos ellos, sin perjudicar al común de todos los libertos, cuyo cuerpo estaba muy extendido por la ciudad, habiendo salido de él mucha parte de las tribus, las decurias, los ministros de magistrados y de sacerdotes, y gran número de cohortes levantadas en la ciudad; que de ellos descendían muchos caballeros y no pocos senadores; que si se apartaban los libertinos de entre los demás se echaría de ver la falta de gente bien nacida (17); que no sin causa, dividiendo los antiguos las órdenes y los grados de calidad entre los ciudadanos de Roma (18) habían dejado al arbitrio de cada uno el dar libertad a los esclavos, para que tuviese lugar el arrepentimiento, o la nueva gracia; que aquéllos a quienes su señor no hacía libres delante de los magistrados arrastraban todavía sus hierros de la servidumbre. Y que así, que considerase cada cual los méritos de su esclavo antes de darle lo que una vez concedido no se podía quitar. Y al fin prevaleció esta opinión. César escribió al Senado que se examinasen bien en particular las cosas de los libertos cuando fuesen acusados por sus señores; mas que en común no se innovase cosa alguna contra aquella gente. No mucho después se le quitó a Domicia, tía de Nerón, el poderío sobre su liberto Paris, con color de que se seguía en aquello derecho civil, no sin vituperio del príncipe por cuya orden se había ventilado y resuelto la causa de su libertad.

XXVIII. Quedaba con todo eso una cierta apariencia de República; porque movida diferencia entre Vibulio, pretor, y Antistio, tribuno del pueblo, sobre que el tribuno había hecho librar a ciertos insolentes fautores de los histriones presos por orden del pretor, los senadores aprobaron la captura y reprendieron al tribuno de su presunción. Prohibió se tras esto a los tribunos del pueblo el usurpar la autoridad de los pretores y de los cónsules, y de citar a su tribunal persona alguna de Italia con quien se pudiese proceder conforme a las leyes municipales; y Lucio Pisón, nombrado para cónsul, añadió: que tampoco pudiesen los tribunos en sus propias casas castigar a ninguno. Y que los cuestores del erario no pusiesen en los libros públicos las condenaciones hechas por ellos antes de cuatro meses, y que fuese lícito a los condenados dentro de este término contradecirlas, y esperar lo que conforme a justicia resolviesen los cónsules. Reformóse más estrechamente la potestad de los ediles, y ordenóse lo que podían prendar los curules y los plebeyos, y hasta qué cantidad hacer pagar de penas. Esto dio ocasión a Elvidio Prisco, tribuno del pueblo, de mostrar la enemistad particular que tenía con Obultronio Sabino, cuestor del erario: tomando por capa el haberse gobernado ásperamente contra los pobres, haciéndoles vender al encante sus propios bienes para pagar las penas confiscadas.

XXIX. Después de esto el príncipe pasó el cuidado de los libros de las rentas públicas de los cuestores a los prefectos, habiéndose variado diversas veces la forma de esto. Porque Augusto concedió al Senado que pudiese elegir los prefectos a cuyo cargo estuviese el tesoro público. Después, sospechando de la negociación de los votos, se sacaron por suerte de entre los del orden pretorio. Tampoco duró esto mucho, cayendo tal vez la suerte en personas inméritas. Entonces, Claudio restituyó de nuevo en este cargo a los cuestores, concediéndoles otros honores y oficios públicos, por que no ejerciesen el suyo con negligencia de miedo de ofender a algunos. Mas por ser éste el primer magistrado que se daba a la gente moza, venía a faltar la ayuda del juicio que se adquiere con la edad; y así, Nerón escogió después hombres que hubiesen sido pretores, y de conocida y larga experiencia.

XXX. Debajo de estos mismos cónsules fue condenado Vipsanio Lenate por haber gobernado con avaricia la provincia de Cerdeña. y Cestio Próculo fue absuelto en su residencia, renunciando la causa los acusadores. Clodio Quirinal, prefecto de la chusma de la armada que asistía en Ravena, habiendo con la crueldad y con la lujuria tiranizado a Italia como si fuera la nación más ínfima y de menor nombre, previno la condenación dándose la muerte con veneno. Aminio Rebio, tenido por uno de los más célebres jurisperitos de la ciudad y de excesivas riquezas, no pudiendo sufrir los trabajos y dolores de una vejez enferma, se libró de ella cortándose las venas y despidiendo el espíritu con la sangre, contra lo que se esperaba de un hombre infame y afeminado como él; pues nadie creyó que tuviera fortaleza de ánimo para quitarse la vida con sus manos. Mas Lucio Volusio pasó de esta vida con egregia fama, después de haber vivido noventa y tres años, dejando gran hacienda y bien ganada, y conservando la amistad de tantos emperadores sin ofensa de nadie.




Notas

(1) Como en Tácito se hace frecuente memoria de los Silanos, nos ha parecido oportuno dar noticia de los principales individuos de esta familia, según el orden de los tiempos, principiando desde los que florecieron en el reinado de Tiberio. C. Junio Silano. Hijo de Cayo. Fue cónsul con Dolabela reinando Augusto y en el año 763 de Roma; procónsul de Asia en tiempo de Tiberio; condenado por defraudador de las rentas públicas y últimamente desterrado a la isla de Citeres. Tac., An. Lib. III, 66 y sig. M. Junio Silano, hijo de Marco. Fue cónsul en el reinado de Tiberio en 771, y procónsul de África en el de Calígula. Tac., Hist. IV, 48, de quien fue suegro. Se suicidó por orden del mismo. Décimo Junio Silano, hermano del anterior. Fue desterrado por crimen de adulterio con Julia, nieta de Augusto. Habiéndosele levantado más adelante el destierro por influencia de su hermano Marco, volvió a Roma, donde vivió sin alcanzar nuevos honores. Tac. An. III, 224. Appio Junio Silano. Fue cónsul en tiempo de Tiberio en 780, consuegro, según Suetonio, de Claudio; procónsul de España, esposo primero de Emilia Lépida y después de Domicia Lépida, madre de Mesalina, y una de las víctimas de Claudio. L. Junio Silano, hijo del anterior. Estuvo casado con Octavia, hija de Claudio. Viose obligado por Agripina a darse la muerte. An. XII, 4, 8. M. Junio Silano, el que se cita en el pasaje a que se refiere esta nota, hermano del anterior. Fue cónsul con Valerlo Asiático en 796, y procónsul de AsIa. Murió envenenado por Nerón, según Plinio, y según Tácito, por Agripina. D. Junio Silano Torcuato, cónsul en 806. Fue víctima también de Nerón. An. XII, 58, y XV, 35. Algunos le creen hermano de los dos anteriores. L. Junio Silano, sobrino de Torcuato. Fue condenado a muerte por el mismo emperador. An. XVI, 9. (Lipsio).

(2) Por las riquezas.

(3) Como aparece del siguiente árbol genealógico sacado por Justo Lipsio.

(4) Esto es, la señal o tablilla que se daba a los tribunos, o como diríamos en el día, el santo y seña. Daban esta seña el cónsul o pretor, O el jefe superior del ejército, pero el tribuno del pretorio sólo la recibía del príncipe.

(5) Estableció que los cónsules introdujesen en el Senado a los que viniesen de las provincias a pedir justicia. Esta oración de Séneca fue tan agradable a los senadores que, como dice Jifilino, se esculpió en una columna de plata, y se leía todos los años al tomar posesión los cónsules; ni era este modo de decretar nuevo en el Senado: lo único que había de singular era el esculpirlo en plata, pues siempre, aun en las oraciones de los príncipes se esculpían en bronce y se leían en las calendas de Enero. (Lipsio.)

(6) Alude a la abolición del decreto de Claudio, el cual por consejo de Dolabela estableció que se celebrasen los juegos gladiatorios todos los años con el dinero de los que conseguían la cuestura. Este decreto de Nerón lo abolió por la segunda vez Domiciano. (Lipsio.)

(7) Este Agripa es el hijo del otro Agripa, llamado el joven, que fue rey de la Galilea Traconitide (región de la Palestina entre el monte Líbano y el lago de Tiberiades) y parte de la Judea. De éste habla Josefo, libro 20. Antioco era rey de Comagena, parte de la Cilicia, y el mismo que menciona el citado escritor en el libro 19.

(8) Ciudad marítima de la Cilícia, no lejos de Iso. Créese que debió estar sítuada donde está hoy el fuerte de Arás, en el golfo de Alejandreta.

(9) Cuando un general había alcanzado una victoria, dice en su Dic. Rich., se adornaban con hojas de laurel las haces que llevaban delante de él, y los emperadores añadían también una corona o un ramo de laurel a las suyas en honor de sus generales que se hubiesen hechos dignos de aquella distinción. Más adelante, empero, como observa Lipsio, se vino a corromper esta costumbre por la adulación, y se estableció que las haces de los príncipes estuviesen siempre laureadas para que se distinguiesen de las de los demás magistrados. No se sabe a punto fijo cuándo se principiaron a usar las haces laureadas; lo cierto es que poco a poco se fueron introduciendo no sólo laureadas sino también doradas. Claudiano en su panegírico al sexto consulado de Honorio (versos 644-46) dice:

Agnoseunt Rostra curules
Auditas quondam proavis, desuetaque cingit
Regíus auratis fora fascibus Ulpía líctor
.

(10) No sé -dice Lipsio- que en los tiempos de la libertad se jurase nunca por los actos de nadie; jurábase, sí, por las leyes. En cuanto a los actos de los magistrados eran sometidos, al ser relevados éstos de su cargo, al juicio del Senado, que los confirmaba o anulaba. Los triunviros fueron los primeros que establecieron el jurar ellos mismos y hacer jurar a los demás que mirarían como inviolables y sagrados los actos de Julio César. Este juramento tuvo lugar el 1 de enero del año 712.

(11) Esta mujer era oriunda del Asia, y Nerón, para ennoblecerla, decía que descendía del rey Atalo.

(12) Prefecto de las guardias nocturnas, y según Plinio de la guardia de Nerón. Séneca habla de él como de su amigo, y como a talle dedicó sus libros De tranquillitate. Algunos han deducido de la semejanza de su nombre que podía ser pariente del filósofo.

(13) El texto dice ut ejuraret; acción que hacían todos los magistrados cuando expiraban sus oficios, jurando que se había gobernado con entereza; y para esto acostumbraban ir muy acompañados. Nerón tiene presente la acepción de ut ejuraret por presentarse a quiebra un comerciante.

(14) Así como el príncipe tenía dos géneros de guardias, así también Agripina, la cual se componía de soldados pretorianos, germanos o alemanes según Suetonio. Hacía mucho tiempo que los germanos tenían este honor, pero antes de ellos lo tuvieron los españoles. El mismo Suetonio dice que Julio César tenía para su guardia una cohorte de españoles, y Augusto de Calagurritanos (de Calahorra), los cuales fueron despedídos y recibidos en su lugar los germanos; pero éstos fueron también separados por la sospecha que hizo concebir al príncípe la desgracia de Varo. Lipsio es de opinión que Augusto los volvió a recibir. Tiberio los tuvo al principio de su reinado, y después de él otros emperadores hasta Galba.

(15) Era hijo de Rubelio Blando, esposo de Julia, hija de Druso y nieta de Tiberio. Asi pues, era descendiente en cuarto grado de Augusto, aunque por adopción y como sigue: Augusto; 1. Tiberio, hijo adoptivo; 2. Druso, hijo de Tiberio y de Vipsania Agripina; 3. Julia, hija de Druso y de Uvia, esposa de Rubelio Blando; 4. Rubelio Plauto. Rubelio, denunciado junto con Agripina, escapó esta vez; pero fue por poco tiempo, como puede verse en el mismo Tácito, libro XIV, 22 Y 58, donde cuenta su destierro y después su muerte.

(16) Séneca, Quaest. natur, IV, 2, le llama el mejor de los hombres y el más extraordinario en todo género de conocimientos.

(17) Montesquieu, El espíritu de las leyes, XV, comenta de esta suerte la idea de Tácito. Déjase comprender claramente -dice- que cuando en el gobierno republicano hay muchos esclavos es necesario emanciparlos en gran número. El mal está en que si existen demasiados esclavos pueden difícilmente ser contenidos, y si se tienen muchos libertos no pueden vivir y se convierten en una carga para la República, la cual corre además de esto un grave peligro, ya sea de la abundancia de éstos, ya de la multitud de aquéllos. Conviene, pues, que la ley atienda a remediar ambos inconvenientes, y las muchas que se hicieron en Roma en favor o en contra de los esclavos, ora para facilitar, ora para dificultar las emancipaciones, manifiestan con sobrada evidencia lo embarazado que se hallaba el gobierno acerca de este particular. Hasta hubo épocas en que no se atrevió a legislar sobre este punto; y así, por ejemplo, citando en tiempo de Nerón se pidió al Senado que se permitiese a los dueños volver a la esclavitud a los siervos ingratos, el emperador escribió que era mejor resolver los casos particulares que tomar una medida general.

(18) Este es uno de los varios pasajes que hay en la versión de Coloma que no se entienden o se entienden mal, a menos de conocer el latín y poder buscar en el original la claridad de que la traducción carece. Dice Tácito, que para eso se establecieron dos especies de manumisiones a fin de dar lugar al arrepentimiento o a un nuevo beneficio, ya que el esclavo no manumitido por vindicta quedaba en cierto modo sujeto todavia a la servidumbre, etcétera. De dos maneras -dice Lipsio- se daba la libertad, unas veces pública y otras privadamente, que también se llamaban justa e injusta: la pública o justa para la que se hacía por medio de la vindicta, censo o testamento; la particular o injusta la que se hacía entre amigos, bien por carta o bien en el banquete. Los que recibían la libertad con la manumisión, quedaban enteramente libres; los otros aún quedaban con algún género de sujeción y podían volver a la esclavitud. Puteano cita cierto fragmento antiguo de un jurisconsulto, que dice: Hi qui domini, etc., y añade: sed nune habent; así, por el miedo de esta segunda servidumbre (de que se habla también en la Novela LXXVIII) dice Plauto: sed meliore est opus auspido, liber perpetuo ut siem.

Índice de Los anales de TácitoSegunda parte del LIBRO DUODÉCIMOSegunda parte del LIBRO DÉCIMOTERCEROBiblioteca Virtual Antorcha