Índice de Vida de los doce Césares de SuetonioAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

GALBA

Segunda parte


XII

Precedióle una doble reputación de avaricia y crueldad, motivada por los grandes tributos que había impuesto en las Españas y en las Galias a las ciudades morosas en declararse por él; por haber castigado a algunas que destruyeron sus murallas; por haber hecho ejecutar por mano del verdugo a los oficiales de las guarniciones y a los agentes del fisco, con sus esposas e hijos; porque, habiéndole ofrecido los tarraconenses una corona de oro que pesaba quince libras, sacada de un antiguo templo de júpiter, la hizo fundir, y habiendo resultado tres onzas menos, exigió lo que faltaba. Esta reputación se robusteció y aumentó desde los primeros días de su entrada en Roma. En efecto, quiso reducir a su antigua condición de simples remeras a los soldados de marina a quienes había concedido Nerón la categoría de legionarios; y como resistían sus órdenes y reclamaban enérgicamente sus águilas y enseñas, los hizo dispersar por la caballería y en seguida los diezmó. Licenció la cohorte germana que en otro tiempo formaron los Césares para la guardia de su persona y cuya fidelidad había permanecido inquebrantable en medio de tantas pruebas, y hasta envió aquellos soldados a su patria sin ninguna recompensa, acusándolos de ser afectos a Cn. Dolabella, cuyos jardines estaban próximos a su campamento. Referían de él rasgos de avaricia, verdaderos o falsos, que lo pOnían en ridículo: que había lanzado profundo suspiro al ver su mesa abundantemente servida; que habiéndole presentado las cuentas un día su intendente, le regaló un plato de legumbres para recompensar su celo y exactitud; que queriendo dar al flautista Cano una prueba de su admiración, fue él mismo a sacar de su caja particular cinco dineros, con los que le gratificó.


XIII

Su llegada no fue, por consiguiente, muy agradable a los romanos, y pudo conocerlo en el primer espcctáculo que se dió. Habiendo comenzado los actores en una atelana a entonar esta conocida canción: He aquí que ha vuelto Simo (1) de su campaña, todos los espectadores cantaron el resto del coro, repitiendo muchas veces el verso.


XIV

En el ejercicio del poder no encontró el favor y la consideración que lo llevaron a él; no porque no hiciese muchas cosas que le acreditaban como un excelente príncipe, sino porque apreciaban menos sus buenas cualidades que odiaban las malas. Estaba gobernado por tres favoritos que vivían en el palacio, que no se separaban de su lado y a los que llamaban corrientemente sus pedagogos. Eran T. Vinio, su legado en España, hombre desenfrenadamente codicioso; Cornelio Laco, convertido de asesor (2) en prefecto del pretorio y cuya arrogancia y necedad eran intolerables, y en fin, el liberto Icelo, honrado desde hada poco con el anillo de oro y con el sobrenombre de Marciano, y que aspiraba ya a la dignidad más alta del orden ecuestre. Estos tres hombres, cuyos vicios eran diferentes, gobernaban despóticamente al viejo emperador, que se había abandonado a ellos sin reserva,y ya no se mostraba consecuente consigo mismo, unas veces demasiado severo y demasiado económico para un príncipe elegido, otras demasiado débil e indulgente para un príncipe de su edad. Condenó sin oírles y por ligeras sospechas a ciudadanos ilustres de los dos órdenes. Rara vez concedió los derechos de ciudadanía romana, y a una o dos personas solamente, el privilegio de tres hijos, y esto por tiempo limitado. Habiéndole rogado los jueces que añadiese una sexta decuria a las cinco existentes, no solamente se negó a ello, sino que les quitó el derecho que les concedió Claudio de no ser convocados durante el invierno ni al principio del año.


XV

Creíase también que pensaba reducir a dos años la duración de los cargos desempeñados por senadores y caballeros, y darlos solamente a aquellos que no los necesitasen o los rechazasen. Revocó todas las liberalidades de Nerón, y encargó a cincuenta caballeros romanos que persiguiesen la restitución, excepto una décima parte, con el derecho, si los actores o atletas habían vendido los regalos que se les habían hecho y no podían devolver el valor, de recogerlos a los compradores. En cambio, dejó a sus libertos y consejeros vender a su gusto todos los oficios, o dispensar todos los favores: la cobranza de impuestos, las inmunidades, la condenación de los inocentes, la impunidad de los culpables. Hay más: habiéndole pedido el pueblo romano el suplicio de Haloto y de Tigelino, los más crueles de todos los agentes de Nerón, fueron los únicos a quienes dejó impunes, y hasta concedió a Haloto un cargo importantísimo, reprendiendo al pueblo, en un edicto, por la crueldad que mostraba con Tigelino.


XVI

Esta conducta le enajenó casi todas las voluntades, y no tardó en atraerse especialmente el odio de los soldados. Sus oficiales les habían recibido por él, en su ausencia, el juramento de fidelidad, prometiéndoles donativo más considerable que de costumbre, pero no cumplió la promesa, y hasta repitió muchas veces que acostumbraba a levantar soldados, pero no a comprarlos, palabras que exasperaron a todo el ejército. Suscitó también el temor y la indignación de los pretorianos, de los que alejó a la mayor parte como sospechosos o como cómplices de Nimfidio. En fin, profunda indignación animaba a las legiones de la Alta Germania, que se veían privadas de las recompensas que esperaban por sus campañas contra los galos y contra Vindex. Por esta razón fueron las primeras que se atrevieron a romper todo lazo de obediencia, y en las calendas de enero solamente prestaron juramento al Senado, y en seguida enviaron una diputación a los pretorianos para declararles que no querían al emperador elegido en España, y que ellos mismos debían hacer una elección que conjugase las simpatías de todos los ejércitos.


XVII

Enterado de esta trama, creyó Galba que no lo despreciaban tanto por la edad, como por no tener hijos; y como hada largo tiempo amaba mucho al joven pisón Frugi Liciano. notable por su mérito y linaje, habiéndole inscrito siempre en su testamento como heredero de sus bienes y de su nombre, lo tomó de pronto por la mano en medio de una multitud de cortesanos, lo llamó hijo, lo llevó al campamento y lo adoptó en presencia de los soldados, sin mencionar para nada el donativo prometido. Este nuevo rasgo de avaricia ayudó a M. Salvio Otón en la ejecución de su empresa, durante los seis días que siguieron a la adopción.


XVIII

Prodigios tan elocuentes como numerosos, habían anunciado a Galba desde el principio de su principado cuál debía ser su fin. Como inmolaban víctimas en todas las ciudades por donde pasaba para regresar a Roma, un toro, herido de un hachazo, rompió las cuerdas, se precipitó sobre el carro del emperador, y levantándose sobre sus patas lo llenó de sangre. En el momento en que se apeaba Galba, un guardia, impulsado por la muchedumbre, estuvo a punto de herirle con su lanza. A su entrada en Roma y en el palacio de los Césares, sintió temblar la tierra y oyó un ruido parecido a un mugido. A estas advertencias siguieron muy pronto presagios más claros aun. Había elegido en el tesoro imperial un collar de perlas y piedras preciosas con el que quería adornar su estatua de la Fortuna, en Túsculo, mas creyéndole digno de una divinidad más augusta lo dedicó a la Venus del Capitolio. A la siguiente noche se le apareció en sueños la Fortuna, se quejó de la ofensa que le había inferido y lo amenazó con quitarle en seguida todo lo que le había dado. Asustado por este ensueño, en cuanto amaneció mandó a Túsculo a hacer los preparativos de un sacrificio expiatorio, y en seguida acudió él mismo; pero solamente enconttó sobre el altar carbones medio apagados, y cerca de allí vió un anciano vestido de negro, que tenía incienso en una vasija de vidrio y vino en un vaso de arcilla. Observóse también, en las calendas de enero, que se le cayó la corona de la cabeza mientras sacrificaba, y que las gallinas sagradas volaron mientras interrogaba los auspicios. El día en que adoptó a Pisón, cuando se disponía a arengar a los soldados, no encontró delante de su tribunal la silla militar que se colocaba en estas ocasiones, y en el Senado habían derribado su silla curul.


XIX

En la mañana del día en que lo mataron, le había advertido muchas veces el arúspice, mientras sacrificaba, que un peligro lo amenazaba y que no estaban lejos los asesinos. Un momento después le informaron que Otón era dueño del campamento. Aconsejáronle que marchase a él inmediatamente, pudiendo ser decisivas su presencia y autoridad; pero decidió encerrarse en su palacio, y fortificarse en él con algunos destacamentos de legionarios, acantonados muy lejos unos de otros. Revistióse, sin embargo, con una coraza de lino, aunque confesando que era débil defensa contra tantas espadas. Falsos rumores, que esparcían a propósito los conspiradores, bastaron para atraerlo fuera de Roma; decían que la sublevación estaba terminada y castigados los culpables y que los otros acudían en tropel para felicitarlo y asegurarle su obediencia. Quiso acudir a recibirles, y salió con tanta confianza, que encontrando a un soldado que se vanagloriaba ante él de haber dado muerte a Otón, le preguntó: ¿Por orden de quién? En seguida avanzó hacia el Foro, y los jinetes que estaban encargados de matarlo lanzaron sus caballos en esta dirección, separando la turba de civiles, divisándolo desde lejos, se detuvieron un momento; en seguida emprendieron otra vez la carrera, y viéndolo abandonado por los suyos, lo acribillaron a golpes.


XX

Algunos escritores refieren que exclamó en los primeros momentos: ¿Qué hacéis, compañeros de armas? Soy vuestro como vosotros míos, y que hasta les prometió un donativo. Mas, la mayor parte pretende que presentó voluntariamente el cuello, diciéndoles que ejecutasen sus órdenes y lo hiriesen, puesto que así lo querían. Lo más sorprendente es que ninguno de los que presenciaban el hecho trató de socorrer al emperador, y que todas las tropas a quienes mandó venir despreciaron sus órdenes, exceptuando un escuadrón del ejército de Germania. En efecto, los soldados de este cuerpo le eran muy adictos, a causa del cuidado que recientemente había tenido con ellos cuando se encontraban enfermos y extenuados de fatiga, Volaron, pues, en socorro suyo; pero no conociendo los caminos, tomaron el más largo y llegaron demasiado tarde. Galba fue degollado cerca del lago Curcio y abandonado en el sitio. Un soldado que vivía de la distribución de granos, habiéndole visto, arrojó la carga al suelo y le cortó la cabeza. No pudiendo tomarla por los cabellos (3) ocultóla debajo de sus vestidos, y metiéndole el pulgar en la boca, se la presentó a Otón. Étste la abandonó a los vivanderos y criados del ejército, que la clavaron en una lanza y la pasearon alrededor del campamento con grande algazara y diciendo a intervalos: Galba, dios del amor, goza de tu juventud. Fundábase este chiste feroz, en que se había dicho pocos días antes que, habiéndole felicitado uno por su buen aspecto y muestras de salud, le contestó: Mis fuerzas están aún enteras. Un liberto de Patrobio Neroniano compró a aquellos hombres la cabeza de Galba por cien dineros de oro, y la colocó en el mismo sitio donde mataron a su amo por orden del emperador. Más tarde, en fin, su intendente Argio sepultó la cabeza con el resto del cuerpo en los jardines particulares de Galba, cerca de la vía Aureliana.


XXI

Su estatura era mediana; tenía la cabeza calva, ojos azules, nariz aguileña, y los pies y las manos tan desfigurados por la gota, que no podía soportar calzado ni sostener o desenrollar un volumen. Tenía, además, en el costado derecho, una excrecencia tan considerable de carne que apenas podía contenerla un vendaje.


XXII

D1cese que era gran comedor, y en invierno comía antes de amanecer. En la cena le servían tantos manjares que hacia pasar los restos de mano en mano hasta el extremo de la mesa para distribuirlos a los que asistían de pie. Su pasión lo impulsaba hacia los varones: pero los quería vigorosos y maduros. Se contaba que en España, cuando Icelo, uno de sus antiguos compañeros de orgías, fue a anunciarle la muerte de Nerón, no contento con abrazarlo indecentemente delante de todos, le rogó que se depilara en el acto y se lo llevó a solas consigo.


XXIII

Pereció a los setenta y tres años de edad, después de siete meses de principado. El Senado le decretó, en cuanto fue posible, una estatua, que debían erigir sobre una columna rostral, en el paraje del Foro donde lo asesinaron. Pero Vespasiano revocó este decreto, persuadido de que Galba había enviado desde España a Judea asesinos encargados de matarlo.


Notas

(1) Créese que este nombre es de algún avaro de la comedia.

(2) Los asesores eran los jurisconsultos que formaban el consejo de los magistrados.

(3) Galba era completamente calvo.

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