Índice de Vida de los doce Césares de SuetonioAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

NERÓN

Primera parte


I

Las dos ramas más ilustres de la familia Domicia fueron los Calvino y los Enobarbo. Los Enobarbo reconocían por tronco de su origen y de su nombre a L. Domicio, quien, al regresar un día del campo, encontró, según cuentan, dos jóvenes de majestuoso semblante que le mandaron anunciar al Senado y al pueblo una victoria incierta aun; y queriendo probarle su divinidad, le tocaron las mejillas y dieron a su barba, que era negra, color amarillo bronceado. Este distintivo lo heredaron sus descendientes, teniendo casi todos la barba de este color. Honrados con siete consulados, el triunfo, dos censuras y recibidos en el número de los patricios, conservaron el apelativo y jamás tomaron otros nombres que los de Cneo y Lucio, que se trasmitían en orden bastante curioso, llevando estos nombres tres miembros seguidos de esta familia, y alternativamente los miembros siguientes: así, pues, los tres primeros Enobarbo se llamaron Lucios; los tres siguientes Cneos, y los demás alternativamente Lucio y Cneo. Conveniente es conocer algunos de ellos, con objeto de que pueda verse cuánto degeneró Nerón de las virtudes de sus mayores, y por otra parte, qué vicios recibió de cada uno como heredados e innatos.


II

Así, pues, remontando algo más arriba, citaré a su bisabuelo Cn. Domicio, quien irritado porque los pontífices habían elegido durante su tribunado a otro ciudadano que a él para la plaza de su padre, hizo pasar de su colegio al pueblo el derecho de elegir los sacerdotes. Habiendo vencido durante su consulado a los alóbroges y a los arvernios, atravesó las provincias de su mando montado en un elefante y seguido de multitud de soldados, como en la solemnidad del triunfo. De él dijo el orador Licinio Craso que no era extraño que tuviera barba de bronce, puesto que tenía una boca de hierro y un corazón de plomo. Siendo pretor su hijo citó a Julio César, después de su consulado, para que contestase ante el Senado a la acusación de haber ejercido sus funciones contra los auspicios y las leyes. Cónsul él mismo, trató de retirarle el mando de los ejércitos de la Galia; y nombrado sucesor suyo por el partido de Pompeyo, cayó prisionero en Corfino al principiar la guerra civil. Puesto en libertad, marchó a sostener con su presencia a los marselleses sitiados; mas los abandonó de pronto, y al fin pereció en la batalla de Farsalia. Era arrogante, pero carecía de firmeza: cuando la situación fue desesperada, temiendo la muerte, quiso dársela él mismo y tomó veneno; pero tal fue su espanto, que lo vomitó y dió libertad a su médico, que, previendo el arrepentimiento, había cuidado de disminuir la dosis. Cuando Pompeyo consultó a sus legados acerca de cómo había de tratarse a los que permaneciesen neutrales, Domicio fue el único que opinó juzgarlos como enemigos.


III

Dejó un hijo, que fue, sin duda, el mejor de esta familia. Envuelto, aunque inocente, en la condenación de la ley Pedia contra los asesinos de César, se retiró con Casio y Bruto, de quienes era pariente. Después de la muerte de estos dos jefes, supo conservar y hasta aumentar la flota que le habían confiado, y no la entregó a Marco Antonio hasta la completa derrota de su partido y por convenio voluntario, agradeciéndoselo tanto, que fue el único de todos los condenados por aquella ley que volvió a la patria y llegó a las dignidades más elevadas. Cuando comenzó de nuevo la guerra civil fue legado de Antonio, ofreciéndole entonces el mando los que se avergonzaban de obedecer a Cleopatra; pero como se encontraba enfermo, no atreviéndose a aceptar ni a rehusar, concluyó por pasar al partido de Augusto, muriendo pocos días después con su reputación algo empañada, porque Antonio pretendía que le abandonó por el deseo de ver a su amante Servilia Naida.


IV

De este Domicio nació el que debía ser ejecutor testamentariO de Augusto; tan conocido desde su juventud por su habilidad para guiar carros, como célebre más adelante por los ornamentos triunfales que se le concedieron después de la guerra de Germania. Arrogante, pródigo y cruel, obligó, no siendo más que edil, al censor L. Planco a cederle el paso; durante su pretura y su consulado, hizo presentarse en la escena a caballeros romanos y mujeres distinguidas para representaciones mímicas; dió en el circo y en todos los barrios de la ciudad cacerías de fieras y combates de gladiadores, y desplegó en ellos tanta barbarie, que Augusto, que inútilmente le había reconvenido en particular, tuvo que reprenderle en un edicto.


v

Tuvo de Antonia, la mayor, un hijo que fue el padre de Nerón, y cuya vida fue completamente detestable. Habiendo acompañado al Oriente al joven C. César, mató a un liberto que se negaba a beber tanto como le mandase. Excluído por este asesinato de la sociedad de sus amigos por César, no se condujo con mayor moderación. En la vía Apia aplastó a un niño, sacando expresamente a galope sus caballos. En Roma reventó un ojo, en pleno Foro, a un caballero romano que discutía vivamente con él. Tenía tan mala fe, que no pagaba a los vendedores el precio de lo que compraba, y durante su pretura defraudó del premio a los aurigas vencedores, si bien las burlas de su hermana y las quejas de los jefes de los diferentes partidos le obligaron a establecer que en lo sucesivo los premios se pagarían en el acto. Acusado a fines del reinado de Tiberio del crimen de lesa majestad, de muchos adulterios y de incesto con su hermana Lépida, no escapó sino merced al cambio de reinado. Murió de hidropesía en Pirgi, dejando de Agripina, hija de Germánico, un hijo, que fue Nerón.


VI

Nerón nació en Anzio, nueve meses después de la muerte de Tiberio, el día dieciocho antes de las calendas de enero, al salir el sol, cuyos rayos lo tocaron casi antes que él tocase la tierra. Entre muchas conjeturas espantosas que se hicieron en el instante de su nacimiento, se consideró como presagio la contestación de su padre Domicio a las felicitaciones de sus amigos, cuando dijo que de Agripina y él no podía nacer más que algo detestable y fatal para el mundo. Observóse también, el día de la purificación, un pronóstico igualmente fatal: C. César, ante quien insistía su hermana para que diese a aquel niño el nombre que quisiera, viendo pasar a su tío Claudio, que más adelante adoptó a Nerón, contestó que le daba el de aquél, diciendo esto en broma y para contrariar a Agripina que, en efecto, se opuso a ello, porque Claudio era entonces el ludibrio de la Corte. A los tres años perdió a su padre, y nombrado heredero de sus bienes por un tercio, ni siquiera obtuvo esta parte, porque Calígula, su coheredero, se apoderó de todo. Desterrada en seguida su madre, quedó reducido, por decirlo así, a la indigencia, y fue educado en casa de su tía Lépida, siendo sus maestros un bailarín y un barbero. Pero bajo el principado de Claudio recobró la fortuna de su padre, y hasta se enriqueció con el caudal de su suegro Crispo Pasieno. La influencia de su madre, llamada del destierro, le hizo subir tanto, que corrió el rumor de que Mesalina, esposa de Claudio, había querido hacerle estrangular dormido, como a peligroso rival de Británico. Se dice también que huyeron los asesinos espantados al ver una serpiente que salía de su lecho. Dió lugar a esta fábula el haber encontrado un día cerca de su almohada fragmentos de una piel de serpiente. que su madre le hizo llevar algún tiempo en un brazalete de oro puesto en el brazo derecho. Más adelante abandonó este brazalete, que le traía a la memoria importuno recuerdo, y cuando lo pidió en la época de su último infortunio, no lo encontraron.


VII

Desde temprana edad fue, en las solemnidades del circo, uno de los actores más asiduos de los juegos troyanos, y recibió numerosos testimonios del favor público. Tenía once años cuando lo adoptó Claudio, dándole por maestro a Anea Séneca que ya era senador. Dícese que Séneca soñó a la noche siguiente que tenía a Calígula por discípulo, y Nerón no tardó en justificar este ensueño con precoces muestras de su detestable carácter. Habiéndole llamado Enobarbo su hermano Británico, por costumbre, después de su adopción, esforzóse en probar a Claudio que Británico no era hijo suyo; abrumó con su testimonio, delante de los tribunales, a su tía Lépida, para congraciarse con su acusadora Agripina, que quería perderla. El día en que fue a tomar la toga en el Foro distribuyó el congiario al pueblo y el donativo a los soldados; después, habiendo ordenado a los pretorianos un ejercicio militar, marchó él mismo a la cabeza con el escudo en la mano; en fin, en el Senado dirigió un discurso de graclas a su padre adoptivo. Defendió en latín ante Claudio, cónsul entonces, a los habitantes de Bolonia; y en griego, a los de Rodas y a los troyanos. Investido con la prefectura de Roma, durante las ferias latinas, y con la jurisdicción unida a este cargo, el primero que se le confió, vió llegar diariamente a su tribunal, presentados por los abogados más célebres, no los negocios corrientes y fáciles, como se acostumbra durante estas fiestas, sino los más graves y complicados, a pesar de la expresa prohibición de Claudio. Poco tiempo después casó con Octavia, y dió en el circo juegos y el espectáculo de una cacería.


VIII

Tenía diecisiete años cuando al divulgarse la muerte de Claudio, marchó en busca de los guardias entre la sexta y séptima hora, único momento de aquel día nefasto en el que se hubiese podido tomar auspicios. Saludado emperador en las gradas del palacio, marchó en litera al campamento, reunió apresuradamente a los soldados y lo llevaron al Senado, de donde no salió hasta la tarde, no habiendo rehusado ninguno de los excesivos honores de que le colmaron, exceptuando el título de Padre de la patria, inconveniente para su edad.


IX

Cómenzó su reinado con demostraciones de piedad filial: hizo magníficos funerales a Claudio, pronunció su oración fúnebre y lo puso en la categoría de los dioses; tributó grandes honores a su padre Domicio y entregó a su madre autoridad ilimitada. El primer día dió por contraseña al tribuno de guardia: óptima madre, y en lo sucesivo se le vió frecuentemente en público con ella en la misma litera. Estableció una colonia en Ancio, compuesta de veteranos pretorianos y de los primipilarios más ricos, a quienes hizo renunciar a su domicilio, construyendo también allí un puerto que costó grandes sumas.


X

Para probar mejor aun sus buenaS disposiciones; anunció que reinaría según los principios de Augusto, y no perdió ocasión de mostrar dulzura y clemencia. Abatió o disminuyó los impuestos demasiado onerosos. Redujo a la cuarta parte las recompensas asignadas a los que denunciaran a los infractores de la ley Papia. Hizo distribuir al pueblo cuatrocientos sestercios por persona. Aseguró a los senadores de elevado nacimiento, pero sin fortuna, una renta anual que se elevaba para algunos hasta quinientos mil sestercios. Estableció para las cohortes pretorianas distribuciones de trigo mensuales y gratuitas. Un día qüe le pedían, según costumbre, que firmase la sentencia de muerte de un criminal, dijo: Quisiera no saber escribir. Saludaba a los ciudadanos de todos los órdenes por su nombre y de memoria. Al Senado. que le dirigía acciones de gracias, contestó: Me las daréis cuando las merezca. Admitía hasta al populacho a los ejercicios del Campo de Marte. Declamó frecuentemente en público, y leyó versos suyos, no solamente en su casa, sino también en el teatro, cosa que produjo regocijo tan general, que se decretaron acciones de gracias a los dioses, y aquellos versos, grabados en seguida en letras de oro, fueron dedicados a Júpiter Capitolino.


XI

Dió espectáculos numerosos y variados; tales como los juegos llamados juveniles, fiestas en el circo, representaciones teatrales y combates de gladiadores. En los juegos de la juventud, hizo presentarse ancianos consulares y madres de familia de avanzada edad. En los juegos del circo, destinó a los caballeros. puestos distinguidos e hizo correr cuadrigas arrastradas por camellos. En los que celebró por la eternidad del Imperio, y a los que llamó Grandes Juegos, se vió a la nobleza de ambos sexos desempeñar papeles de bufones. Un caballero romano muy conocido corrió en la liza sobre un elefante; representóse Una comedia de Afranio intitulada El incendio, y se abandonó a los actores el pillaje de una casa entregada a las llamas. Cada día distribuyó al pueblo provisiones y regalos de toda especie: pájaros por millares, manjares con profusión, bonos pagaderos en trigo, trajes, oro, plata, piedras preciosas, perlas, cuadros, esclavos, fieras domesticadas, en fin, hasta naves, islas y tierras.


XII

Contemplaba estos juegos desde lo alto del proscenio. Hizo construir en menos de un año, en el Campo de Marte, un anfiteatro de madera para un espectáculo de gladiadores en el que no permitió matar a ninguno de los combatientes, ni aun a los criminales. Pero hizo combatir en él a cuatrocientos senadores y seiscientos caballeros, algunos de los cuales gozaban de considerable fortuna y elevada posición. Eligió también, en los mismos órdenes, ciudadanos para que lucharan con las fieras y para que cumplieran las distintas funciones en la arena. Dió una naumaquia en la que se vieron monstruos marinos nadando en las aguas del mar. Hizo bailar la pínica por efebas y después del baile ofreció a cada uno de ellos diploma de ciudadanos romanos. Entre esos bailes, un toro se abalanzó sobre una ternera de madera en la que la multitud creía que estaba encerrada Pasifae. Un ícaro fue a caer, al primer vuelo, cerca del palco de Nerón y lo llenó de sangre. Al principio, rara vez ocupaba en el espectáculo el puesto de honor, acostumbrando verle por pequeñas aberturas; pero más adelante se sentó en la parte del anfiteatro más distinguida y más a la vista. Fue el primero que estableció en Roma juegos quinquenales, compuestoS, como entre los griegos, de tres géneros de diversiones, músicas, carteras de caballos y juegos gimnásticos, y los llamó neronianos. En la dedicación de sus baños y de un gimnasio nuevo, hizo presentar el aceite a los senadores y a dos caballeros, y quiso que designara la suerte entre los consulares los que habían de presidir, en los asientos mismos de los pretores, durante todo el concurso. En seguida bajó a la orquesta, en medio de los senadores, y recibió la corona de la elocuencia y de la poesía latina, por voto unánime hasta de sus mismos competidores, que eran los ciudadanos más ilustres de Roma. La que le otorgaron los jueces como premio al mejor ejecutante de lira la dedicó a Augusto y la hizo llevar al pie de la estatua de aquel príncipe. En los júegos gímnicos que dió en el Campo de Marte, y durante los preparativos del sacrificio, se hizo cortar la primera barba, la encerró en un cofrecillo de oro adornado con pedrería, y la consagró al Capitolio. Invitó a las vestales a concurrir a las luchas atléticas, porque en Olimpia las sacerdotisas de Ceres tenían también el derecho de asistir a este espectáculo.


XIII

Pondré también en el número de los espectáculos el que dió al entrar en Roma el rey Tiridates. Había hecho venir a este rey de Armenia, a fuerza de promesas y había designado por un edicto el día en que quería mostrarlo al pueblo, ceremonia que el mal tiempo hizo aplazar. Mas en la primera ocasión favorable, mandó colocar cohortes armadas alrededor de los templos próximos al Foro, y marchó a sentarse al lado de los Rostros en una silla curul vistiendo traje de triunfador, en medio de las banderas militares y de las águilas romanas. Tiridates subió las gradas del estrado. y se arrodilló delante de Nerón, que levantándole y abrazándole, recibió su petición, le quitó la tiara y lo coronó con una diadema, mientras que un pretor antiguo explicaba al pueblo, traduciéndolos, los ruegos del extranjero. Desde allí lo llevaron al teatto, donde el emperador, después de recibir otra vez su homenaje, lo colocó a su derecha. La asamblea saludó entonces a Nerón con el título de emperador; y él mismo llevó una corona de laurel al Capitolio, y cerró el templo de Jano, como si no quedase ninguna guerra por terminar.


XIV

Fue cónsul cuatro veces: la primera durante dos meses, la segunda y la última durante seis y la tercera durante cuatro. Su segundo y tercer consulado fueron consecutivos: el primero y el último separados de los otros por intervalos de un año.


XV

Nunca contestó a las demandas de los litigantes sino al día siguiente y por escrito. En sus audiencias prohibió los discursos seguidos, escuchando alternativamente a las partes sobre cada punto del litigio. Cuando se retiraba para deliberar, no consultaba a sus asesores en común ni delante de los demás, sino que, habiendo leído las sentencias de cada uno en silencio, prescindía de las opiniones escritas de los jueces, y pronunciaba la sentencia que le agradaba, como si fuese resultado de la mayoría de votos. Durante mucho tiempo no admitió en el Senado a los hijos de los libertos, y no concedió dignidad alguna a los que habían hecho ingresar los emperadores anteriores. A los candidatos que excedían del número de las magistraturas, les daba para compensarles por la dilatación el mando de algunas legiones. Ordinariamente confería el consulado por seis meses. Habiendo muerto un cónsul cerca de las calendas de enero, no lo reemplazó, censurando el ejemplo que se dió en otro tiempo en la persona de Canino Rebilo, que fue cónsul un solo día. Concedió los ornamentos triunfales a cuestores antiguos y hasta a algunos caballeros, y no siempre por servicios militares. Cuando dirigía discursos al Senado sobre un asunto cualquiera, ordinariamente hacía que los leyese un cónsul, aunque este oficio pertenecía al cuestor.


XVI

Trazó un plan nuevo para la construcción de edificios en Roma, e hizo levantar a costa suya pórticos delante de todas las casas, fueran particulares o de renta, con objeto de que se pudiese desde lo alto de las terrazas combatir los incendios. Quería también prolongar hasta Ostia las murallas de Roma y hacer llegar el mar a la ciudad por un canal. Bajo su reinado se reprimieron y castigaron muchos abusos, y se dictaron reglamentos muy severos. Puso límites al lujo: los festines que se daban al pueblo quedaron convertidos en distribuciones de víveres: prohibióse que se vendiese ningún alimento cocinado en las tabernas, exceptuando legumbres, cuando antes se vendía en ellas toda clase de manjares. Los cristianos, clase de hombres llenos de supersticiones nuevas y peligrosas, fueron entregados al suplicio. Púsose freno a la licencia de los aurigas, a quienes un antiguo uso autorizaba a vagabundear por la ciudad, engañando y robando a los ciudadanos para divertirse. Desterraron a los pantomimos y a los que intrigaban en favor o en contra de ellos.


XVII

Imaginóse contra los falsificadores la precaución de no emplear más que tablillas horadadas en muchos puntos, y no se imprimía el sello hasta después de pasar tres veces los cordones por los agujeros. Decretóse que en los testamentos se presentarían en blanco a los testigos las dos primeras páginas, y que solamente se escribiría en ellas el nombre del testador; que el que escribiese el testamento de otro no podría asignarse ningún legado; que los litigantes pagarían salario equitativo y moderado a sus abogados, y no darían absolutamente nada por los derechos de presencia de los jueces, debiendo atender el Estado a que fuesen gratuitos los juicios; en fin, que los procesos del fisco se llevarían al Foro, y ante los jueces ordinarios de esta clase de asuntos, y que todas las apelaciones pasarían al Senado.


XVIII

Nunca abrigó la esperanza o la tentación de aumentar o extender el Imperio: pensó hasta en retirar las legiones de la Bretaña, y solamente le detuvo el temor de que pareciera que atacaba a la gloria de su padre. Contentóse con reducir a provincia romana el reino del Ponto que le cedió Polemón, y el de los Alpes después de la muerte de Cotio.


XIX

No emprendió más que dos viajes, uno a Alejandría y otro a Acaya. Pero renunció al primero el mismo día de la partida, asustado por siniestro presagio; porque habiéndose sentado en el templo de Vesta, después de haber visitado todos los otros, fue retenido por la toga al levantarse y se le obscureció la vista hasta el punto de no distinguir nada. En Acaya quiso abrir el istmo, y habiendo arengado a los pretorianos para exhortarles a aquel gran trabajo, hizo que una trompeta diese la señal; descargó él mismo el primer golpe de azadón, y se cargó al hombro una espuertecita llena de tierra. Meditaba también una expedición hacia las Puertas Caspianas, y con este objeto había levantado una legión de reclutas italianos compuesta de hombres de seis pies de estatura, a la que llamaba falange de Alejandro Magno. He reunido aquí todas sus acciones, de las que unas son superiores a todo elogio, y las otras a toda censura, con objeto de separarlas de las infamias y crímenes, cuyo relato voy a comenzar.


XX

La música era una de las artes en que le habían instruído en la infancia; y en cuanto fué emperador, hizo venir al palacio a Terpnum, el mejor citarista de la época, sentándole a su lado, durante muchos días, después de la comida de la tarde, para oírle cantar hasta muy avanzada la noche. Poco a poco dióse a meditar sobre este arte y a ejercitarse en él, no omitiendo ninguna precaución de las que emplean ordinariamente los artistas de este género para conservar o amplificar la voz, como la de acostarse sobre la espalda, con el pecho cubierto con una hoja de plomo: tomar lavativas y vomitivos, y abstenerse de frutas y de alimentos reputados contrarios. Contento en fin de sus progresos (aunque tenía la voz débil y sorda), quiso presentarse en la escena, y no cesó de repetir a sus cortesanos este proverbio griego: La música no es nada si se la tiene oculta. Exhibióse por primera vez en Nápoles, y a pesar de un terremoto que conmovió repentinamente el teatro, no dejó de terminar la canción comenzada. Con frecuencia cantó durante varios días, y después tomó algún descanso para rehacer la voz; pero impaciente por hacerse oír en público, presentóse de pronto en el teatro, al salir del báño: y comiendo en la orquesta, en presencia de numeroso público, decía en griego: que ofrecería algunos sones delicados cuando hubiese bebido algo. Agradándole en extremo los aplausos que le tributaron en cadencia los habitantes de Alejandría, a quienes el comercio de granos había traído en considerable número a Nápoles, hizo venir a otros muchos. Y no fue esto sólo, sino que eligió jóvenes de familias ecuestres y más de cinco mil plebeyos mozos y vigorosos, que, divididos en varios grupos, aprendieron las diferentes maneras de aplaudir (llamadas bombos, tejas y castañuelas), para que le ayudasen siempre que cantara; distinguíanse por su abundante cabellera, elegante traje, y porque no usaban anillo en la mano izquierda; los jefes de éstos ganaban cuatrocientos mil sestercios.


XXI

Como su principal deseo era cantar en Roma, hizo celebrar en ella los juegos neronianos antes de la época designada; y habiendo pedido todo el mundo con instancia oir su voz celestial, contestó que accedería a este deseo en sus jardines. Pero los soldados que estaban entonces de guardia unieron sus ruegos a los de la multitud, y les prometió (éste era su deseo más vehemente) cantar aquel mismo día en el teatro; y en seguida mandó inscribir su nombre en la lista de los músicos que debían concurrir, hizo ponerle en la urna para que le sacaran por suerte con los otros y entró en escena a su vez; los prefectos del pretorio le llevaban la lira; detrás venían los tribunos militares, y en derredor suyo sus amigos más íntimos. Cuando fijó su postura y terminó el preludio, hizo que el consular Cluvio Rufo anunciase que iba a cantar Níobe, y permaneció en escena hasta la décima hora. Con objeto de tener más ocasiones de cantar, aplazó para el año siguiente los premios de canto y demás partes del concurso. Pero este plazo le pareció muy largo y no cesó de presentarse en el teatro. Tampoco vaciló en representar con los actores en los espectáculos que daban los particulares; y un pretor le ofreció un día un millón de sestercios. También representó personajes de tragedia, poniendo por condición que las máscaras de los héroes y los dioses se le pareciesen, y las de las heroínas y diosas a la mujer que más amaba. Entre otros papeles, cantó Canacea en el parto, Orestes asesino de su madre, Edipo ciego, y Hércules furioso. Cuéntase que en la representación de esta última, un soldado joven, que estaba de guardia a la entrada del teatro, viéndole cargado de cadenas, como exigía el asunto, acudió para ayudarle.


XXII

Desde la edad juvenil le apasionaron los ejercicios de caballos, y su conversación más frecuente era acerca de las carreras en el circo, a pesar de la prohibición que se le había impuesto. Un día que deploraba con sus condiscípulos la desgracia de un auriga verde, a quien habían arrastrado sus caballos, habiéndble reprendido su maestro, le dijo que hablaba de Héctor. En los comienzos de su reinado divertíase en hacer rodar sobre una mesa de juego cuadrigas de marfil, y desde el fondo de su retiro acudía hasta a las menores solemnidades del circo, primero en secreto, después públicamente; de manera que nadie dudaba que se lo vería presentarse el día designado para los juegos. Al fin, anunció que quería aumentar el número de los premios, por lo que, multiplicadas las carreras, el espectáculo duró hasta la noche, y los jefes de los diferentes partidos no quisieron en lo sucesivo llevar sus aurigas sino para día entero. También quiso Nerón guiar carros, y tomó parte muchas veces en espectáculos. Después de haberse ensayado durante algún tiempo en sus jardines, delante del pueblo y del populacho, presentóse en el circo máximo, a los ojos de todos los romanos, siendo un liberto quien agitó el lienzo desde el mismo punto en que lo hacen ordinariamente los magistrados. No contento con haber demostrado en Roma su habilidad, marchó, como ya hemos dicho, a mostrarla en Acaya. Las ciudades donde se celébraban concursos de música, acostumbraban a mandarle las coronas de todos los vencedores, y tanto le agradaba este homenaje, que los diputados que venían a presentárselas, no solamente eran los primeros que recibía en sus audiencias, sino que los admitía en sus comidas particulares, y habiéndole rogado un día algunos de ellos que cantase en la mesa y prodigado toda clase de elogios, exclamó: que solamente los griegos sabían escuchar y eran dignos de su voz. Partió, pues, sin detenerse, y en cuanto desembarcó en Casiope, cantó delante del altar de Júpiter Casio; después, a partir de este momento se presentó en todos los concursos.


XXIII

Con este objeto reunió en un mismo año los espectáculos ordinarios que se daban en épocas muy diferentes; quiso que se repitiesen algunos, y ordenó, contra la costumbre, abrir en Olimpia un concurso de música. Nada pudo separarle ni distraerle de este género de placer, y habiéndole escrito su liberto Helio que los asuntos de Roma exigían su presencia (1), contestó: En vano opinas y quieres que regrese prontamente; mejor es que desees que vuelva digno de Nerón. No estaba permitido cuando cantaba salir del teatro. ni siquiera por los motivos más imperiosos: así es que algunas mujeres dieron a luz en el espectáculo, y muchos espectadores, cansados de oír y aplaudir, saltaron furtivamente por encima de las murallas de la ciudad, cuyas puertas estaban cerradas, o se fingieron muertos para que los sacasen. Imposible es creer el terror y ansiedad que mostraba en la lucha, su envidia a sus rivales y su temor a los jueces. A sus competidores los observaba, los espiaba sin cesar y los desacreditaba en secreto, como si fuesen de la misma condición que él. Algunas veces llegaba hasta a injuriarlos cuando los encontraba, y si se presentaba alguno más hábil que él, tomaba el partido de corromperle. En cuanto a los jueces, les dirigía antes de comenzar respetuosa y humilde alocución. Había hecho, decía, todo lo que podía hacer; pero el éxito dependía de la Fortuna, y a ellos, hombres prudentes e instruídos, correspondía excluir todo lo fortuito. Y cuando le exhortaban a tener confianza se retiraba algo más tranquilo; mas no pudiendo desterrar toda su inquietud, atribuía a malevolencia y envidia el silencio que algunos de ellos guardaban por pudor, y decía que les tenía por sospechosos.


XXIV

Durante el certamen se sometía a todas las leyes del teatro, hasta el punto de no atreverse a escupir ni a secarse con el brazo el sudor de la frente. Habiendo en una tragedia dejado caer el cetro, recogiólo en el acto con mano inquieta y temblorosa; tanto temía que por esta falta se lo expulsase del concurso. Necesario fue para tranquilizarlo que su mímico le asegurase que no se habla visto aquel movimiento en medio del regocijo y aplausos del pueblo. Él mismo se proclamaba vencedor, por cuya razón concurrla igualmente por todas partes como heraldo. Queriendo borrar para siempre toda traza y recuerdo de otras victorias que las suyas, hizo derribar, arrastrar por las calles con ganchos y arrojar a las letrinas las estatuas y los bustos de todos los vencedores. Disputó también el premio de la carrera de carros y en los juegos olimpicos guió uno arrastrado por diez caballos, aunque habla censurado en sus versos esta misma pretensión del rey Mitrídates. Pero arrojado del carro y colocándole dentro otra vez, no pudo resistir y bajó de él antes de terminar la lucha; lo cual no le impidió ser coronado. Antes de partir concedió la libertad a toda la provincia y a los jueces una cantidad considerable y el derecho de ciudadanla romana. Él mismo anunció estos favores desde el centro del estadio el día de los juegos ístmicos.


XXV

Al regresar de Grecia entró en Nápoles, teatro de sus primeros triunfos artísticos, en un carro arrastrado por caballos blancos, y, según el privilegio de los vencedores en los juegos sagrados, por una brecha abierta en la muralla. De la misma manera entró en Ancio, en su propiedad de Albano, y en Roma. En esta última hizo su entrada en el carro que sirvió para el triunfo de Augusto, con traje de púrpura, clámide sembrada de estrellas de oro, la corona olímpica en la cabeza y en la mano derecha la de los juegos pitios, precedido por un cortejo que llevaba sus otras coronas, con inscripciones que declan dónde las había ganado, contra quién, en qué obras y en qué canciones. Detrás del carro se agrupaban los aplaudidores asalariados, exclamando como en las ovaciones que eran los augustianos y los soldados de su triunfo. En seguida demolieron una arcada del Circo Máximo, y se dirigió por el Velabro y el Foro hacia el templo de Apolo, sobre el Palatino. Por todas partes se inmolaban víctimas a su paso, se cubrían las calles de polvo de azafrán y lanzaban pájaros, cintas y pastelillos. Colgó las coronas sagradas en sus alcobas, alrededor de sus lechos; llenó sus cámaras de estatuas que le representaban con traje de citarista, e hizo acuñar una medalla que le representaba con esa efigie. Lejos de enfriarse con el tiempo para con su arte y de abandonarlo, cuidó, para conservar la voz, de no dirigir proclamas a los soldados como no fuera sin aparecer o por la voz de otro; y en cualquier asunto que emprendiese, grave o no, tenía constantemente a su lado su maestro de declamación que le advertía cuidarse del pecho y tener un pañuelo delante de la boca; en fin, muchas veces reguló su amistad o su odio por las mayores o menores alabanzas que le tributaban.


XXVI

Su libertinaje, su lujuria, su petulancia, su avaricia y su crueldad se manifestaron al principio por grados y de manera clandestina, así que quisieron hacerlas pasar como errores de juventud, pero sin que al fin pudiese dudar nadie que eran vicios del carácter y no de la edad. En cuanto obscurecía cubríase la cabeza con un gorro de liberto o con un manto, recorría las tabernas de la ciudad y vagaba por todos los barrios causando daños. Lanzábase sobre los transeúntes que regresaban de cenar, los hería cuando resistían y los precipitaba en las cloacas. Rompía las puertas y saqueaba las tiendas; y había establecido en su casa una cantina donde disipaba el producto del botín, que había vendido por lotes y en subasta. En estas luchas corrió muchas veces riesgo de perder los ojos y la vida. Un senador, a cuya esposa había insultado, estuvo a punto de matarlo a golpes; así es que, desde aquel lance, no salió ya a aquellas horas sin que le siguiesen a lo lejos y en la sombra los tribunos de su guardia. Durante el día se hacía llevar al teatro en litera cerrada, y desde lo alto del proscenio animaba con el gesto y con la voz los tumultos que promovían los mímicos, y cuando llegaban a las manos y se lanzaban piedras y bancos rotos, él también los arrojaba al público, y una vez hirió en la cabeza al pretor.


XXVII

Pero desarrollándose muy pronto sus vicios, desdeñó los placeres secretos, no se tomó el trabajo de disimular y se atrevió a cosas más importantes. Prolongaba sus comidas desde mediodía hasta medianoche, y de vez en cuando tomaba baños calientes, o, durante el estío, baños refrescados con nieve. Algunas veces cenaba en un sitio público, que cerraban, como en las naumaquias, el Campo de Marte o el Circo Máximo, haciéndose servir allí por todas las prostitutas de la ciudad y bailarinas de Roma. Siempre que iba a Ostia por el Tíber, o que pasaba navegando cerca del pueblo de Baias, establecían a lo largo de las riberas y las playas hosterías y parajes de desorden, en los que mujeres distinguidas, imitando los incitantes modales de las posadera, y cortesanas, le invitaban aquí y allá a abordar. Algunas veces también se invitaba a cenar en casa de sus amigos, y a uno de ellos costó más de cuatro millones de sestercios un manjar preparado con miel, y a otro más aun uno con rosas.


XXVIII

Sin hablar de su comercio obsceno con jóvenes libres y de sus adulterios con mujeres casadas, violó a la vestal Rubria. Poco faltó para que se casase legítimamente con su liberta Actea, habiendo sobornado con este objeto a consulares que afirmaron bajo juramento que tenía origen real. Hizo castrar a un joven llamado Esporo, y hasta intentó cambiarlo en mujer, lo adornó un dia con velo nupcial, le constituyó una dote, y haciéndoselo llevar con toda la pompa del matrimonio y numeroso cortejo, lo trató como su esposa, lo que ocasionó que dijese alguien saúricamente: que hubiese sido gran fortuna para el género humano que su padre Domicio se hubiera casado con una mujer como aquélla. Vistió a este Esporo con el traje de las emperatrices; se hizo llevar con él en litera a las reuniones y mercados de Grecia, y durante las fiestas Sigilarias de Roma, dándole besos por momentos. Es cosa averiguada que quiso tener relaciones con su madre, disuadiéndole de ello los enemigos de Agripina, por temor de que mujer tan imperiosa y violenta tomase sobre él, por aquel género de favor, absoluto imperio; y nadie dudó de aquello porque en seguida recibió entre sus concubinas una cortesana que se parecía mucho a Agripina; y se asegura que antes de este tiempo, siempre que paseaba en litera con su madre, satisfacía su pasión incestuosa, como lo demostraban las manchas de su ropa.


Notas

(1) Decíale Helio que se tramaban conjuraciones en contra suya y le instaba a regresar; Nerón le mandó, por el contrario, que fuese a reunirse con él en Grecia.

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