Índice de Vida de los doce Césares de SuetonioPresentación de Chantal López y Omar CortésSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

Julio César

Primera parte

I

Cayo Julio César tenía dieciséis años de edad cuando perdió a su padre; al año siguiente, habiéndosele nombrado flamen de Júpiter, repudió a Cossucia, hija de una familia ecuestre aunque extremadamente rica, y a la que había desposado cuando todavía llevaba la toga pretexta, tomando por esposa a Cornelia, hija de Cinna, que había sido cónsul cuatro veces, y de la que poco después nació Julia; sin que a ningún precio pudiese conseguir el dictador Sila que la repudiase. Por esa razón lo despojó del sacerdocio, del dote de su esposa y de las herencias de su casa, poniéndolo entre el número de sus enemigos, a tal punto que tuvo que ocultarse, y, aunque enfermo de fiebre cuartana, veíase obligado a cambiar de asilo casi todas las noches y a rescatarse a precio de oro de manos de los que le perseguían; hasta que por medio de las vírgenes vestales, de Mamerco Emilio y Aurelio Cota, parientes y aliados suyos, consiguió el perdón. Es cosa cierta que Sila lo negó durante mucho tiempo a las súplicas de sus mejores amigos y de los personajes más importantes, y que vencido al fin por la perseverancia de éstos, exclamó como movido por adivinación o secreto presentimiento: Vencéis y lo lleváis con vosotros; regocijaos, mas sabed que llegará un día en que ése, que tan caro os es, destruirá el partido de los nobles, que todos juntos hemos defendido, porque en César hay muchos Marios.


II

En Asia hizo sus primeras armas en el estado mayor del pretor Marcos Termo, y enviado por éste a Bitinia en busca de una flota, detúvose en casa de Nicomedes, corriendo el rumor de que se prostituyó a él, rumor que aumentó a causa de haber regresado pocos días después a Bitinia so pretexto de hacer entregar a un liberto, cliente suyo, cierta cantidad de dinero que le debían. El resto de la campaña favoreció más a su fama; y en la toma de Mitilene, Termo le otorgó una corona cívica.


III

Sirvió también en Cilicia, a las órdenes de Servilio Isáurico, aunque por poco tiempo; porque al tener noticia de la muerte de Sila, contando con las nuevas agitaciones provocadas por Marco Lépido, se apresuró a regresar a Roma. Sin embargo, aunque Lépido le hizo ventajosos ofrecimientos, negóse a secundar sus proyectos, porque desconfiaba de sus condiciones, y no le parecía tan propicia la ocasión como aquél creía.


IV

Calmada la sedición civil, acusó de concusión a Cornelio Dolabella, varón consular a quien se habían concedido los honores del triunfo; y absuelto el acusado, decidió César retirarse a Rodas, tanto para sustraerse a la envidia, como para oír durante este período de inacción y de ocio al esclarecidísimo maestro Apolonio Molón. Durante la navegación, que hizo en los meses de invierno, lo capturaron unos piratas cerca de la isla Farmacusa, y, presa de la mayor indignación, permaneció en poder de ellos cerca de cuarenta días, sin más compañía que su médico y dos cubicularios; porque en el primer momento había enviado a todos sus compañeros y a sus otros esclavos a buscar el dinero necesario para el rescate. Elevóse éste a ciento cincuenta talentos, y en cuanto le desembarcaron, persiguió a los piratas al frente de una flota, apresándolos y sometiéndolos al suplicio con que muchas veces los había amenazado como en broma. Devastaba por entonces Mitrídates las regiones inmediatas, y no queriendo parecer César inactivo frente al peligro de los aliados, partió de Rodas; pasó al Asia, y con los auxilios que encontró en ella, expulsó de la provincia al prefecto del rey y robusteció la fidelidad de las vacilantes ciudades.


V

De regreso a Roma, la primera dignidad con que le invistió el voto del pueblo fue la de tribuno militar, ayudando entonces con todas sus fuerzas a los que intentaban restablecer el poder tribunicio, disminuído por Sila. También hizo votar la ley Plocia, para la repatriación de L. Cinna, hermano de su esposa, y de todos aquellos que, en las turbulencias civiles, se adhirieron, como él, a Lépido, y se refugiaron en las filas de Sertorio después de la muerte de aquel cónsul y hasta pronunció un discurso sobre este asunto.


VI

Siendo cuestor, pronunció en la tribuna de las arengas, según la costumbre, el elogio de su tía Julia y de su esposa Cornelia, que acababan de morir. En el primero estableció de esta manera la doble ascendencia de su tía y de su propio padre: Por su madre, mi tía Julia descendía de reyes; por su padre, se vincula con los dioses inmortales; porque de Anco Marcio desCendían los reyes Marcios, cuyo nombre llevó mi madre; de Venus descendían los Julios, y nosotros somos una rama de esa familia. Se ven, pues, unidas en nuestra familia, la majestad de los reyes, que son los dueños de los hombres, y la santidad de los dioses, de quienes los reyes dependen. Después de la muerte de Cornelia, casó con Pompeya, hija de Q. Pompeyo y nieta de L. Sila, de la que más adelante se divorció por sospecha de adulterio con P. Clodio, a quien tan públicamente se acusaba de haberse introducido en sus habitaciones, disfrazado de mujer, durante las ceremonias religiosas, que el Senado ordenó una investigación por presunción de sacrilegio.


VII

Durante su cuestura, obtuvo la España Ulterior, donde, al visitar las asambleas de esta provincia, para administrar justicia por delegación del pretor, llegando a Cádiz y viendo cerca de un templo de Hércules la estatua de Alejandro Magno, suspiró profundamente como deplorando su inacción; y lamentando no haber realizado todavía nada grande a la edad en que Alejandro había conquistado ya el universo, dimitió inmediatamente su cargo para regresar a Roma y esperar alli ocasión de grandes cosas. Los augures acrecentaron sus esperanzas, interpretando un sueño que había tenido la noche precedente y que turbaba su espíritu (porque había soñado que violaba a su madre), prometiéndole el imperio del mundo: porque -según ellos- aquella madre que había visto sometida a él, no era otra que la tierra, que es considerada nuestra madre común.


VIII

Habiendo partido antes del tiempo señalado, visitó las colonias latinas que pretendían el derecho de ciudadanía romana; y las hubiera impulsado a intentar alguna audaz empresa, si, previniendo sus proyectos, los cónsules no hubiesen retenido algún tiempo las legiones destinadas a la Cilicia.


IX

Mas no por esto dejó de meditar vastos proyectos que pOco después habían de estallar en la misma Roma. En efecto, pocos días antes de tomar posesión de la edilidad, se tuvo h sospecha de que conspiraba -con M. Craso, varón consular, y con P. Sila y L. Autronio, condenados estos dos por cohecbo, después de haber sido designados cónsules- para que al principio del año atacasen al Senado, degollasen algunos de sus miembros, ya señalados, y diesen la dictadura a Craso, que nombraría a César jefe de caballería; y después de organizar a su modo el Estado, devolver a Sila y a Autronio el consulado que les había quitado. Tanusio Gémino en su historia, M. Bíbulo en sus edictos y C. Curión, padre, en sus discursos, hablan de esta conjuración. Hasta el mismo Cicerón parece que alude a ella en una carta a Axio, donde dice que César se aseguró durante su consulado la soberanía que proyectó siendo edil. Tanusio añade que Craso, bien por miedo, bien por arrepentimiento, no se presentó el día designado para la matanza, y que por esta razón no dió César la señal convenida. Esta señal, dice Curión, era dejar caer del hombro la toga. El mismo Curión y también M. Actorio Nasón le atribuyen otra conspiración con el joven Cn. Pisón, y pretenden que por las sospechas que despertaron los manejos de éste en Roma, le dieron, a título de comisión extraordinaria, el gobierno de España, concertando, sin embargo, promover movimientos simultáneos, el uno fuera y el otro en la misma Roma por medio de los ambrones y los transpadanos, pero que la muerte de Pisón destruyó ambos proyectos.


X

Siendo edil, no se limitó a adornar el Comicio, el Foro y las basílicas, sino que también decoró el Capitolio, donde hizo construir pórticos provisionales, en los que exhibió al público parte de los numerosos objetos de arte que había reunido. Unas veces con su colega y otras separadamente, ofreció juegos y cacerías de fieras, consiguiendo recabar para sí toda la popularidad por gastos hechos en común; por cuya razón, su colega M. Bíbulo decía que le había ocurrido lo mismo que a Pólux, pues así como se acostumbraba a designar con el solo nombre de Cástor el templo erigido en el Foro a los dos hermanos, llamábanse magnificencias de César las liberalidades de César y de Bíbulo. César añadió a estas liberalidades un combate de gladiadores, en el que, sin embargo, hubo algunas parejas menos de las que él hubiera deseado; porque tantos había hecho llegar de todas partes, que, alarmados sus enemigos, hicieron limitar, por una ley expresa, el número de gladiadores que, en lo venidero, podría un ciudadano poseer en Roma.


XI

Habiéndose captado de ese modo el favor popular, trató, por la influencia de algunos tribunos, de que se le diese, mediante un plebiscito, el gobierno de Egipto; encontrando ocasión para obtener un mando extraordinario debido a que los habitantes de Alejandría habían expulsado a su rey, llamado amigo y aliado por el Senado, conducta generalmente reprobada. El partido de los optimates hizo fracasar las pretensiones de César, quien, para debilitar entonces la autoridad de éstos por todos los medios posibles, reconstruyó los trofeos de C. Mario sobre Yugurta, los cimbrios y teutones, monumentos que en tiempos anteriores destruyó Sila; y cuando se formó proceso a los sicarios, hizo figurar entre los asesinos, no obstante las excepciones previstas por la ley Cornelia, a todos aquellos que, durante la proscripción, recibieron dinero del erario público como precio por las cabezas de ciertos ciudadanos romanos.


XII

Encontró también quien acusase de crimen capital a C. Rabirio, que algunos años antes ayudó más que nadie al Senado a reprimir las sediciones suscitadas por el tribuno L. Saturnino: y designado por la suerte como juez, con tanta pasión condenó, que nada sirvió tanto como esta parcialidad al reo en su apelación al pueblo.


XIII

Perdida la esperanza de obtener una provincia, pretendió el pontificado máximo, y tales larguezas prodigó, que alarmado por la enormidad de sus deudas, parece que dijo a su madre, besándola, antes de acudir a los comicios, que no volvería sino como pontífice. Y así venció a sus dos competidores, aunque muy temibles y superiores a él por edad y dignidad, obteniendo él solo más sufragios en sus propias tribus que las que consiguieron ellos en todas las demás.


XIV

Era pretor César cuando se descubrió la conjuración de Catilina; y habiéndose acordado por unanimidad en el Senado la muerte de los conjurados, él solo opinó que se les debía tener custodiadqs separadamente en las ciudades municipales confiscándoles los bienes. Más aun: a los que habían propuesto castigos severísimos, les aterró de tal manera con la reiterada amenaza del odio de la plebe que algún día se desencadenaría contra ellos, que Décimo Silano, cónsul designado, se atrevió a dulcificar por medio de una interpretación el voto que dignamente no podía modificar, y que habían entendido, según dijo, en un sentido mucho más riguroso que el que él le había dado. César iba a triunfar: muchos senadores se habían puesto a su lado, y con ellos Cicerón, hermano del cónsul; y la victoria hubiera sido segura, si el discurso de Catón no hubiese infundido energía al vacilante Senado. Pero lejos de mitigar su oposición, de tal manera persistió César en ella, que un grupo de caballeros romanos que guardaba armado el salón del Senado amenazó darle muerte: espadas desnudas se dirigieron contra él, de suerte que los senadores que estaban sentados cerca de él se apartaron, y sólo apenas algunos amigos, teniéndole en sus brazos y cubriéndole con sus togas, consiguieron salvarle. Dominado entonces por el miedo, no sólo cedió, sino que en todo el resto del año se abstuvo de asistir al Senado.


XV

El primer día de su pretura citó ante el pueblo a Q. Catulo, encargado de la reconstrucción del Capitolio, y propuso que se confiriese a otro el cuidado de esos trabajos. Mas viendo que los optimates, en vez de acudir a saludar a los nuevos cónsules marchaban apresuradamente a la asamblea para oponerle tenaz resistencia, considerándose demasiado débil frente a ellos, desistió de la empresa.


XVI

Con grandísimo ardor y pasión sostuvo al tribuno Cecilio Metelo, autor de las leyes más turbulentas contra el derecho de oposición de sus colegas; hasta que un decreto del Senado suspendió a ambos en sus funciones públicas. César tuvo la audacia de permanecer en posesión de su cargo y de administrar todavía justicia. Mas cuando supo que se preparaban a emplear con él la violencia y las armas, despidió a los lictores, se despojó de la pretexta, y se retiró secretamente a su casa, decidido, en mérito a las circunstancias, a permanecer tranquilo. Dos días después calmó a la multitud que espontáneamente se había aglomerado delante de su puerta ofreciéndole tumultuosamente su apoyo para restablecerlo en su dignidad. Asombrados ante aquella moderación, los senadores, que ante la noticia del tumulto se habían reunido apresuradamente, enviaron para darle gracias a los más ilustres de entre ellos; luego fue llamado a la Curia, donde se le tributaron pomposos elogios, restableciéndolo en su cargo y retirando el primer decreto.


XVII

No tardaron en sobrevenirle nuevos disgustos, pues fue denunciado como cómplice de Catilina ante el cuestor Novio Niger por L. Vettio Judex, y ante el Senado por Q. Curión, a quien se concedieron recompensas públicas por haber sido el primero en revelar los proyectos de los conjurados. Curión pretendía saber por Catilina lo que decía, y Vettio prometía presentar un autógrafo de César dado por éste a Catilina. Entonces creyó César que no debía tolerar aquellos ataques, e imploró el testimonio de Cicerón para demostrar que él mismo le había suministrado espontáneamente algunos detalles acerca de la conjuración, consiguiendo privar a Curión de las recompensas que le habían ofrecido: en cuanto a Vettio, a quien se había pedido caución de comparencia, se lo despojó de sus muebles, se lo maltrató personalmente y estuvo a punto de que lo despedazasen en la asamblea, al pie de la tribuna de las arengas; después, César le hizo encarcelar y consiguió lo mismo con respecto al cuestor Novio por haber consentido que se acusase ante su tribunal a un magistrado superiór a él.


XVIII

Al terminar su pretura, fue designado por sorteo para la España Ulterior; pero retenido por sus acreedores, no se vió libre de ellos hasta que prestó fianzas; y sin esperar que, según las costumbres y las leyes, se hubiese dispuesto todo lo concerniente a las provincias, partió, bien para librarse de una acción judicial que querían intentarle al cesar en su cargo, bien para llevar más protito socorros a los aliados que imploraban la protección de Roma. Cuando hubo pacificado su provincia, regresó con igual precipitación y sin esperar a su sucesor, pidiendo a la vez el triunfo y el consulado. Mas, estando señalado ya el día de los comicios, no podía presentarse su candidatura si no entraba en la ciudad como simple particular; y cuando trató que se le exceptuase de la ley, encontró vigorosa oposición, por lo que tuvo que renunciar al triunfo para no quedar excluído del consulado.


XIX

De sus dos competidores al consulado, L. Luceyo y Marco Bíbulo, unióse al primero, que gozaba de poca influencia, pero que poseía considerable fortuna, a condición de que uniría el nombre de César al suyo en sus larguezas a las centurias. Enterados los nobles de este pacto, cuyas consecuencias temían, y persuadidos de que César, investido con la magistratura más alta del Estado y con un colega de acuerdo con él, no pondría límites a su audacia, quisieron que hiciese Bíbulo iguales promesas a las centurias, y la mayor parte de ellos contribuyeron con dinero para conseguirlo; diciendo el mismo Catón que por aquella vez la corrupción sería provechosa a la República. Así, pues, César fue nombrado cónsul con Bíbulo, y los optimates no pudieron hacer otra cosa que asignar a los futuros cónsules cargos sin importancia, como la inspección de bosques y caminos. Movido César por esta injuria, no perdónó medio alguno para atraerse a Cn. Pompeyo, irritado entonces contra los senadores, que vacilaban en aprobar sus actos, después de sus victorias sobre el rey Mitrídates, reconciliándole también con M. Craso, que continuaba siendo su enemigo desde las violentas querellas que habían tenido durante su consulado, concluyendo con ellos una alianza en virtud de la cual nada se haría en el Estado que desagradase a cualquiera de los tres.


xx

Lo primero que ordenó al tomar posesión de su dignidad, fue que se consignasen en un diario todos los actos del Senado y del pueblo, y que se publicasen. Restableció también la antigua costumbre de hacerse preceder por un ujier y seguir por sus lictores, durante los meses en que tuviese los haces el otro cónsul. Promulgó también una ley Agraria, y no pudiendo vencer la resistencia de Bíbulo, lo arrojó del Foro a mano armada. Al día siguiente produjo éste sus quejas ante el Senado, pero no se encontró nadie que se atreviese a informar acerca de aquella violencia o a proponer alguna de aquellas resoluciones vigorosas que con tanta frecuencia se habían adoptado en peligros mucho menores: y desesperado Bíbulo, se retiró a su casa, donde permaneció oculto todo el tiempo de su consulado, no ejerciendo oposición más que por medio de edictos. Solo desde aquel momento, dirigió César todos los asuntos del Estado a su arbitrio; hasta el punto de que algunos, antes de firmar sus documentos, los fechaban por burla, no en el consulado de César y Bíbulo, sino de Julio y de César, haciendo así dos cónsules de uno solo, separando el nombre y el cognombre; y también se hicieron circular estos versos:

Non Bibulo quiddam nuper, sed Casare factuin est:
Nam Bibulo fieri consule nit memini (1).

El territorio de Stella consagrado al Estado por nuestros mayores, y los campos de Campania sometidos a impuesto para las necesidades de la República, quedaron distribuídos, sin sorteo, entre veinte mil ciudadanos padres de familia con tres o más hijos. Pidieron reducción los arrendatarios del Estado; César les perdonó la tercera parte de los arrendamientos, y les exhortó en público a no encarecer inconsideradamente la próxima adjudicación de impuestos. De la misma manera obraba en todo, concediendo generosamente cuanto se le pedía, porque nadie osaba oponérsele, y si alguno se atrevía era víctima de su venganza. Un día le apostrofó Catón, y mandó a un lictor que lo sacase del Senado y le condujese a prisión. Habiéndole resistido L. Lúculo con energía, tanto le asustaron sus imputaciones calumniosas, que le pidió perdón de rodillas. Por haber deplorado Cicerón en un juicio el estado de los asuntos de la República, el mismo día, a la hora nona, hizo pasar al orden plebeyo al patricio P. Clodio, su enemigo, que desde mucho antes lo solicitaba en vano. Queriendo en fin terminar con sus adversarios, instigó a uh delator a fuerza de oro para que declarase que algunos de éstos le habían incitado a matar a Pompeyo y para que, llevado al Foro, nombrase, de acuerdo a sus indicaciones, a algunos de los pretendidos autores de la trama; pero habiéndose confundido sobre uno o dos nombres, pronto se sospechó el fraude, y desesperando César del éxito de aquella imprudente empresa, hizo, según se cree, envenenar al denunciador.


XXI

Por este tiempo se casó con Calpumia, hija de L. Pisón, que iba a sucederle en el consulado, y dió en matrimonio a Cn. Pompeyo su hija Julia, repudiando a su prometido esposo Servilio Cepión, que poco antes le había ayudado más que nadie a combatir a Bíbulo. Después de esta nueva alianza, comenzó en el Senado a tomar en primer lugar el parecer de Pompeyo, cuando acostumbraba a interrogar a Craso antes que a ningún otro, y era costumbre que el cónsul conservase todo el año el orden establecido por él mismo en las calendas de enero para recibir los dictámenes.


XXII

Apoyado, pues, por su suegro y su yerno, eligió entre todas las provincias romanas la de las Galias, que, entre otras ventajas, ofrecía recursos y vasto campo de triunfos. Recibió en primer lugar la Galia Cisalpina con la Iliria, en virtud de la ley Vatinia; y después le dió el Senado la Galia Transalpina, persuadido de que el pueblo había de dársela, si los senadores se la negaban. No pudiendo dominar la alegría que lo embargaba, pocos días después se jactó en pleno Senado de haber llegado al colmo de sus deseos, a pesar de la resistencia y las lamentaciones de sus enemigos, y exclamó que en adelante marcharía sobre sus cabezas: y habiendo dicho un senador para afrentarle: Eso no será fácil a una mujer, respondió como en broma: En Siria, sin embargo, reinó Semíramis, y las Amazonas poseyeron gran parte del Asia.


XXIII

Terminado su consulado, los pretores Cayo Memio y Lucio Domicio pidieron que se examinasen los actos del año precedente, llevando César el asunto al Senado. Pero como éste no se encargaba del asunto, después de tres días de inútiles discusiones, partió para su provincia; inmediatamente, para perjudicarle, procesóse a su cuestor por varios crímenes. Poco después le citó a él mismo el tribuno del pueblo L. Antistio, pero gracias a la intervención del colegio de los tribunos consiguió no ser acusado por estar ausente en servicio de la República. Para ponerse en adelante al abrigo de aquellos ataques, tuvo gran cuidado en atraerse, por medio de favores, a los magistrados de cada año, y en no ayudar con su influencia, ni dejar que ascendiesen a los honores más que a aquellos que se comprometiesen a defenderlo durante su ausencia; no vaciló en pedir a algunos juramento y hasta promesa escrita.


XXIV

Así, pues, habiéndose vanagloriado públicamente L. Domicio, que aspiraba al consulado, de realizar como Consul lo que no había podido hacer como pretor, y de quitar además a César el ejército que mandaba, llamó a Craso y Pompeyo a Luca, ciudad de su provincia, exhortándoles a que pidiesen ellos también el consulado, para apartar a Domicio, y hacer en seguida prorrogar su mando por cinco años, consiguiendo las dos cosas. Tranquilo por este lado, añadió otras legiones a las que había recibido de la República, y las mantuvo a su costa; formó otra en la Galia Transalpina, a la que conservó el nombre gajo de Alauda, adiestrándola en la disciplina romana, armándola y equipándola al uso de la República y concediendo después a toda ella el derecho de ciudadanía. En lo sucesivo no dejó escapar ninguna ocasión de hacer la guerra, por injusta y peligrosa que fuese, atacando indistintamente a los pueblos aliados y a las naciones enemigas o salvajes; hasta que el Senado decretó enviar comisarios a las Galias para que le informasen del estado de aquella provincia, llegando a proponer algunos que se le entregase a los enemigos. Pero el próspero éxito de todas aquellas empresas hizo que se le tributaran rogativas públicas más frecuentes y por mayor número de días que las que habían conseguido otros generales antes que él.


xxv

Durante los nueve años que desempeñó su mando, he aquí lo que hizo. Toda la Galia comprendida entre los Pirineos. y los Alpes, las Cevenas, el Ródano y el Rin, y cuyo contorno mide alrededor de tres millones doscientos mil pasos, la redujo a provincia romana, exceptuando las ciudades aliadas y amigas, imponiendo al territorio conquistado tributo anual de cuarenta millones de sestercios. Fue el primero que, después de echar un puente sobre el Rin, atacó a los germanos al otro lado de este río, y consiguió sobre ellos señaladas victorias. Atacó también a los bretones, desconocidos hasta entonces, los venció y les exigió dinero y rehenes: y en medio de tantos triunfos solamente sufrió tres reveses; uno en Bretaña, donde una tempesrad estuvo a punto de destruir su flota; otro en la Galia, delante de Gergovia, donde fue derrotada una legión; y el tercero en el territorio de los germanos, donde perecieron en una emboscada sus legados Titurio y Aurunculeyo.


XXVI

Durante estas expediciones, perdió primeramente a su madre, después a su hija, y poco más adelante a su nieto. Entre tanto, la muerte de P. Clodio había ocasionado disturbios en Roma, y el Senado pensaba no nombrar más que un cónsul, y designar a Cn. Pompeyo. Los tribunos del pueblo querían darle por colega a César; mas éste, no queriendo regresar por esta candidatura antes de terminar la guerra, se entendió con ellos para que el pueblo le concediese permiso de solicitar, ausente, su segundo consulado, cuando estuviese para expirar el plazo de su mando. Concediósele este privilegio; y concibiendo desde entonces proyectos más vastos y más elevadas esperanzas, nada omitió para atraerse partidarios, a fuerza de favores públicos y privados. Con el dinero extraído a los enemigos comenzó la construcción de un Foro, cuyo terreno solamente costó más de cien millones de sestercios. Prometió al pueblo, en memoria de su hija, un combate de gladiadores y un festín, cosa desusada y sin ejemplo; y para satisfacer la impaciencia pública, empleó en los preparativos de aquel festín a particulares, pese a que había encomendado a contratistas. Tenía en Roma comisionados que, por la fuerza, se apoderaban de los gladiadores más famosos, en el momento en que los espectadores iban a pronunciar su sentencia de muerte, para reservárselos a él. Y en cuanto a los gladiadores jóvenes, no les hacia preparar en escuelas o por lanistas, sino en casas particulares y por caballeros romanos, y hasta por senadores diestros en el manejo de las armas, a quienes suplicaba, como muestran sus cartas, que se encargaran ellos mismos de la enseñanza de aquellos gladiadores y dirigieran sus ejercicios. César duplicÓ a perpetuidad el sueldo de las legiones. En los años abundantes, distribuía el trigo sin regla ni medida, y algunas veces se le vió dar a cada hombre un esclavo tomado del botín.


XXVII

Con objeto de conservar el apoyo de Pompeyo con nueva alianza, ofrecióle a Octavia, nieta de su hermana, aunque estaba casada con C. Marcelo, y le pidió la mano de su hija, destinada a Fausto Sila. A cuantos rodeaban a Pompeyo y a la mayoría de los senadores, los había hecho deudores suyos, sin exigirles interés o siendo éste muy módico; haciendo también magníficos regalos a los ciudadanos de otras clases que acudían a él invitados o espontáneamente. Sus liberalidades se extendían hasta los libertos y esclavos, según la influencia que tenían sobre el ánimo de su señor o patrono. Los acusados, los ciudadanos agobiados de deudas, la juventud pródiga, encontraban en él seguro apoyo, a menos que las acusaciones fuesen demasiado graves, la ruina demasiado completa, o los desórdenes demasiado grandes para que pudiese remediarlos: a éstos les decía francamente que necesitaban una guerra civil.


XXVIII

No desplegó menor cuidado en atraerse el favor de los reyes y las provincias en toda la extensión de la tierra, ofreciendo a unos, a título de obsequio, millares de cautivos, mandando a otros tropas auxiliares, donde y cuando querían, sin consultar al Senado ni al pueblo. Decoró con magníficos monumentos, no solamente las ciudades más importantes de la Italia, las Galias y las Españas, sino también las de Grecia y Asia; y todo el mundo comenzaba a presentir con terror el fin de tantas empresas, cuando el cónsul M. Claudio Marcelo publicó un edicto, por el cual, después de anunciar que se trataba de la salvación de la República, proponía al Senado dar sucesor a César antes de que expirase el tiempo de su mando, y, puesto que había concluído la guerra y estaba asegurada la paz, que licenciase al ejército victorioso; pidió también que en los próximos comicios no se tuviese en cuenta a César ausente, puesto que el mismo Pompeyo había anulado el plebiscito dado en favor suyo. En efecto, había ocurrido que en la ley acerca de los derechos de los magistrados, en el capítulo en que se prohibía a los ausentes la petición de honores, se olvidó exceptuar a César; error que Pompeyo no corrigió hasta que la ley estuvo ya grabada en bronce y depositada en el Tesoro. No contento Marcelo con quitar a César sus provincias y sus privilegios, opinó también, apoyado en la ley Vatinia, que se retirase a los colonos que había establecido en Novocomo el derecho de ciudadanía que les concediera movido por su ambición y en contra de las leyes.


XXIX

Conmovido por estos ataques, y persuadido como muchas veces se le había oído decir, que sería más difícil, cuando ocupase el puesto supremo del Estado, hacerle descender al segundo lugar que desde éste hasta el último, resistió. con todo su poder a Marcelo, oponiéndole unas veces los tribunos, otras veces el otro cónsul, Servio Sulpicio. Al año siguiente, habiendo sucedido en el consulado Cayo Marcelo a su primo hermano Marco, el cual persistía en el mismo empeño, se proporcionó defensores, por medio de considerables larguezas, en Emilio Paulo y Cayo Curión, tribunos violentísimos. Pero encontrando en todas partes obstinada resistencia, y viendo que los cónsules designados le eran contrarios también, escribió al Senado conjurándole que no le quitase el beneficio acordado por el pueblo, o al menos que ordenase que los demás generales dejasen también sus ejércitos; confiando, según se cree, que reuniría cuando quisiese a sus veteranos más fácilmente que nuevos soldados Pompeyo. Ofreció, sin embargo, a sus adversarios licenciar ocho legiones, dejar la Galia Transalpina y conservar la Cisalpina con dos legiones, o la Iliria con una sola, hasta que fuese nombrado cónsul.


XXX

Pero negándose el Senado a sus peticiones y rehusando sus enemigos someter a un pacto los asuntos de la República, pasó a la Galia Citerior, y después de celebrar los comicios provinciales, detúvose en Ravena, dispuesto a vengar con la fuerza de las armas a los tribunos partidarios suyos, si el Senado tomaba medidas violentas con ellos. Éste fue efectivamente el pretexto de la guerra civil, mas créese que tuvo otras causas. Cn. Pompeyo decía que, no pudiendo César terminar los trabajos comenzados, ni satisfacer con sus recursos personales las esperanzas que el pueblo había fundado en su regreso, quiso trastornarlo y agitarlo todo. Otros aseguran que temía que le obligaran a dar cuenta de lo que había hecho en contra de las leyes, contra los auspicios e intercesiones durante su primer consulado: porque M. Catón declaraba con juramento que lo citaría en justicia en cuanto licenciasen al ejército; y generalmente se decía que, si regresaba en condición privada, veríase obligado, como Milón, a defenderse delante de los jueces rodeados de soldados armados; dando probabilidad a esta opinión lo que Asinio Polión refiere, esto es, que en la batalla de Farsalia, contemplando a sus adversarios vencidos y derrotados, pronunció estas palabras: Ellos lo quisieron; después de realizadas tantas empresas me hubiesen condenado, a mí, a Cayo César, si no hubiera pedido auxilio a mis soldados. Otros opinan, en fin, que le dominaba la costumbre del mando, y que habiendo comparado las fuerzas de sus enemigos y las suyas, creyó propicia la ocasión de apoderarse del poder soberano, que codiciaba desde su juventud. Así, según parece, lo creía también Cicerón, que, en el libro tercero del Tratado Sobre los deberes, dice que César tenía siempre en los labios los versos de Eurípides que tradujo de esta manerá:

Nam si violandum est jus, regnandi gratia
Violandum est: aliis rebus pietatem colas (2).


XXXI

Cuando supo que, rechazada la intércesión de los tribunos, éstos habían tenido que salir de Roma, hizo avanzar algunas cohortes secretamente para no despertar sospechas; y con objeto de disimular, presidió un espectáculo público, ocupóse del plano de una construcción para un circo de gladiadores, y se entregó como de costumbre a los regocijos del festín. Pero en cuanto se ocultó el sol hizo enganchar a su carro los mulos de una tahona inmediata, y con corto acompañamiento, tomó ocultos caminos: consumidas las antorchas, extravióse y vagó por mucho tiempo al azar, hasta que al amanecer, habiendo encontrado un guía, siguió a pie estrechos senderos hasta el Rubicón, que era el límite de su provincia, donde le esperaban sus cohortes; detúvose breves momentos, y reflexionando en las consecuencias de su empresa, dijo, dirigiéndose a los más inmediatos: Todavía podemos retroceder, pero si cruzamos ese puentecillo, todo habrán de decidirlo las armas.


XXXII

Mientras vacilaba, lo decidió un prodigio. Un hombre de estatura y hermosura extraordinarias apareció de pronto sentado, a corta distancia, tocando la flauta: además de los pastores, soldados de los puestos inmediatos, y entre ellos trompetas, acudieron a escucharle, y arrebatando a uno la trompeta, encaminóse hacia el río, y arrancando enérgicos sonidos de aquel instrumento, llegó a la otra orilla. Entonces, dijo César: Marchemos a donde nos llaman los signos de los dioses y la iniquidad de los enemigos. La suerte está echada.


XXXIII

Cuando el ejército hubo pasado el río, hizo presentarse a los tribunos del pueblo, que, arrojados de Roma, habían venido a su campamento, arengó a los soldados e invocó su fidelidad llorando y rasgándose las ropas sobre el pecho. Creyóse también que había prometido a cada uno el censo del orden ecuestre, error que se debió a que, durante la arenga, mostró con frecuencia el dedo anular de la mano izquierda, afirmando que estaba dispuesto a darlo todo con gusto, hasta su anillo, por aquellos que defendiesen su dignidad; de suerte que los que se encontraban en las últimas filas, en mejores condiciones para ver que para oír, dieron a aquel movimiento una significación que no tenía; y no tardó en divulgarse el rumor de que César había prometido a sus soldados los derechos y rentas de caballeros, es decir, cuatrocientos mil sestercios.


XXXIV

El orden y resumen de lo que hizo después es el siguiente. Ocupó en primer lugar el Piceno, la Umbría y la Etruria; a Lucio Domicio, nombrado sucesor suyo durante los disturbios, y que defendía con una guarnición a Corfinio, le hizo rendirse, y dejándole en libertad, costeó el mar Adriático y marchó sobre Brindis, donde se habían refugiado los cónsules de Pompeyo, con propósito de pasar cuanto antes el mar. Después de intentarlo todo inútilmente para impedir la realización de este proyecto, dirigióse a Roma, convocó el Senado, y corrió a apoderarse de las mejores tropas de Pompeyo, que estaban en España a las órdenes de los tres legados M. Petreyo, L. Afranio y M. Varrón; habiendo dicho a los suyos antes de partir que iba a combatir a un ejército sin general para volver a combatir a un general sin ejército. Y aunque retrasado por el sitio de Marsella, que le había cerrado sus puertas, y por la extraordinaria escasez de víveres, consiguió, sin embargo, muy en breve su propósito.


XXXV

En seguida regresó a Roma, pasó a Macedonia. acometió a Pompeyo, manteniéndole encerrado durante cuatro meses detrás de formidables fortificaciones, y al fin lo venció en Farsalia, persiguiéndole en su fuga hasta Alejandría, donde le encontró asesinado. Allí tuVo que hacer al rey Ptolomeo, que le tendía también a él asechanzas, una guerra dificilísima, muy peligrosa para él por las desventajas del tiempo y el lugar; el riguroso invierno, la actividad de su enemigo, provisto de todo en el recinto de su capital, y su propia desnudez en una lucha que estaba. muy lejos de prever. Vencedor, dió el reino de Egipto a Cleopatra y a su hermano menor, no queriendo hacerlo provincia romana, por temor de que algún día, en manos de un gobernador turbulento, pudiera dar ocasión a nuevas discordias. De Alejandrfa pasó a Siria, y de allí al Ponto, donde le llamaban urgentes mensajes, porque Farnaces, hijo del gran Mitrídates, aprovechaba los disturbios para hacer la guerra, habiendo conseguido ya numerosos triunfos que le habían enorgullecido mucho. Bastaron a César cuatro horas de combate al quinto día de su llegada, para destruir a aquel enemigo, por cuya razón se burlaba con frecuencia de los triunfos de Pompeyo, que había debido en mucha parte su gloria militar a la debilidad de tales enemigos. En seguida venció a Escipión y a Juba, que habían recogido en Africa los restos del partido adverso, y deshizo a los hijos de Pompeyo en España.


XXXVI

Durante estas guerras civiles no experimentó reveses más que en las personas de sus legados; de ellos, C. Curio pereció en Africa, C. Antonio cayó en manos de sus enemigos en la Iliria, P. Dolabella perdió en la misma Iliria su flota, y Cn. Domicio Calvino su ejército en el Ponto. En cuanto a él, vencedor siempre, no le abandonó la fortuna más que dos veces: en Dirraquio, donde, rechazándole Pompeyo y no persiguiéndole, dijo que aquel adversario no sabía vencer; y otra en el último combate librado en España, donde su causa estuvo tan desesperada que pensó en darse la muerte.


XXXVII

Terminadas las guerras, gozó cinco veces de los honores del triunfo, cuatro en el mismo mes, después de la victoria sobre Escipión, con algunos días de intervalo, y la quinta después de la derrota de los hijos de Pompeyo. El triunfo primero y más brillante fue el de las Galias; después el de Alejandría, el Ponto, Africa, y en último lugar el de España, siempre con aparato y fausto diferentes. En su triunfo sobre las Galias, cuando pasaba por el Velabro, casi fue lanzado del carro por haberse roto el eje, y subió al Capitolio a la luz de las antorchas que llevaban encerradas en linternas cuarenta elefantes alineados a derecha e izquierda. Cuando celebró su victoria sobre el Ponto, veíase entre los demás ornamentos triunfales un cartel con las palabras veni, vidi, vici (vine, vi, vencí), que no expresaban como las demás inscripciones los acontecimientos de la guerra, sino su rapidez.


XXXVIII

Además de los dos mil sestercios que había dado a cada infante de las legiones de veteranos al principio de la guerra civil, les dió, a título de botín, veinticuatro mil sestercios, asignándoles también terrenos, aunque no cercanos, para no despojar a los propietarios. Distribuyó al pueblo diez modios de trigo por cabeza y otras tantas libras de aceite, con trescientos sestercios, en cumplimiento de una antigua promesa, a los cuales agregó cien más por la demora. Rebajó el alquiler de las casas: en Roma hasta la suma de dos mil sestercios, en el resto de Italia hasta la de quinientos. A todo esto añadió distribución de carnes, y después del triunfo sobre España dos festines públicos, y no considerando el primero bastante digno de sus magnificencias, el que ofreció cinco días después fue abundantísimo.


XXXIX

Dió también espectáculos de varios géneros: combates de gladiadores; comedias en todos los barrios de la ciudad, desempeñándolas actores de todas las naciones y tOdos los idiomas; además, juegos en el circo, atletas y una naumaquia. En el Foro combatieron entre los gladiadores, Furio Leptino, de familia pretoria, y Q. Calpeno, que había formado parte del Senado y defendido causas delante del pueblo. Los hijos de muchos príncipes de Asia y de Bitinia bailaron la pírrica. El caballero romano Décimo Liberio representó en los juegos un mimo de su composición, recibiendo quinientos sestercios y un anillo de oro y pasó después desde la escena por la orquesta a sentarse entre los caballeros. En el circo se ensanchó la arena por ambos lados; abrióse alrededor un foso, que llenaron de agua, y jóvenes nobilísimos corrieron en aquel recinto cuadrigas y bigas, o saltaron en caballos adiestrados al efecto. Niños divididos en dos bandos, según la diferencia de edad, ejecutaron los juegos llamados troyanos. Dedicáronse cinco días a combates de fieras, y finalmente se dió una batalla entre dos ejércitos, cada uno de los cuales comprendía quinientos infantes, treinta jinetes y veinte elefantes. Con objeto de dejar a las tropas mayor espacio, habían quitado las barreras del circo, formando a cada extremo un campamento. Durante tres días lucharon atletas en un estadio construído expresamente en las inmediaciones del campo de Marte. Abrióse un lago en la Codeta menor (3), y allí trabaron combate naval: birreb1es, trirremes y cuatrirremes, figurando dos flotas, una tiria y otra egipcia, cargadas de soldados. El anuncio de estos espectáculos había atraído a Roma prodigioso número de forasteros, cuya mayor parte durmió en tiendas de campaña, en las calles y plazas, y muchas personas, entre ellas dos senadores, fueron aplastadas o asfixiadas por la multitud.


Notas

(1) No es Bíbulo sino César quien ha hecho últimamente tal cosa; pues el cónsul Bíbulo ¿qué hace? Nada, que yo sepa.

(2) Si hay que violar el derecho, violadlo todo por reinar: pero en los otros casos, respetad la justicia.

(3) Un lugar del otro lado del Tiber.

Índice de Vida de los doce Césares de SuetonioPresentación de Chantal López y Omar CortésSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha