Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO TERCERO.


CAPÍTULO SEXTO.

Entran los españoles en Cholúla, donde procuran engañarlos con hacerles en lo exterior buena acogida: descubrese la traicion que tenian prevenida, y se dispone su castigo.


La entrada que los Españoles hicieron en Cholúla fue semejante a la de Tlascála: innumerable concurso de gente, que se dexaba romper con dificultad: aclamaciones de bullicio: mugeres que arrojaban y repartian ramilletes de flores: Caciques y sacerdotes que freqüentaban reverencias y perfumes: variedad de instrumentos, que hacian mas estruendo que música, repartidos por las calles: y tan bien imitado en todos el regocijo, que llegaron a tenerle por verdadero los mismos que venian rezelosos. Era la ciudad de tan hermosa vista, que la comparaban a nuestra Valladolid, situada en un llano desahogado el por todas partes del horizonte, y de grande amenidad: dicen que tendria veinte mil vecinos dentro de sus muros, y que pasaría de este número la poblacion de sus arrabales. Freqüentabanla ordinariamente muchos forasteros, parte como santuario de sus dioses, y parte como emporio de su mercancía. Las calles eran anchas y bien distribuidas: los edificios mayores y de mejor arquitectura que los de Tlascála, cuya opulencia se hacia mas suntuosa con las torres, que daban a conocer la multitud de sus templos. La gente menos belicosa que sagaz: hombres de trato, y oficiales: poca distincion, y mucho pueblo.

El alojamiento que tenian prevenido se componia de dos o tres casas grandes y contiguas, donde cupieron Españoles y Zempoales, y pudieron fortificarse unos y otros, como lo aconsejaba la ocasion, y no lo estrañaba la costumbre. Los Tlascaltécas eligieron sitio para su quartel poco distante de la poblacion; y cerrandole con algunos reparos, hacian sus guardias, y ponian sus centinelas, mejorada ya su milicia con la imitacion de sus amigos. Los primeros tres o quatro días fue todo quietud y buen pasage.

Los Caciques acudian con puntualidad al obsequio de Cortés, y procuraban familiarizarse con sus Capitanes. La provision de las vituallas corria con abundancia y liberalidad, y todas las demostraciones eran favorables, y convidaban a la seguridad; tanto, que se llegaron a tener por falsos y ligeramente creidos los rumores antecedentes: facil a todas horas en fabricar o fingir sus alivios el cuidado. Pero no tardó mucho en manifestarse la verdad; ni aquella gente acertó a durar en su artificio hasta lograr sus intentos: astuta por naturaleza y profesion; pero no tan despierta y avisada, que se supiesen entender su habilidad y su malicia.

Fueron poco a poco retirando los víveres: cesó de una vez el agasajo y asistencia de los Caciques: los Embajadores de Motezuma tenian sus conferencias recatadas con los sacerdotes: conociase algun género de irrision y falsedad en los semblantes; y todas las señales inducian novedad, y despertaban el rezelo mal adormecido. Trató Cortés de aplicar algunos medios para inquirir y averiguar el ánimo de aquella gente; y al mismo tiempo se descubrió de sí misma la verdad, adelantandose a las diligencias humanas la providencia del cielo tantas veces experimentada en esta conquista.

Estrechó amistad con Doña Marina una India anciana, muger principal, y emparentada en Cholúla. Visitabala muchas veces con familiaridad, y ella no se lo desmerecia con el atractivo natural de su agrado y discrecion. Vino aquel dia mas temprano, y al parecer, asustada o cuidadosa: retiróla misteriosamente de los Españoles, y encargando el secreto con lo mismo que recataba la voz, empezó a condolerse de su esclavitud, y a persuadida: Que se apartáse de aquellos estrangeros aborrecibles, y se fuese a su casa, cuyo alvergue la ofrecia como refugio de su libertad. Doña Marina, que tenia bastante sagacidad, confirió esta prevencion con los demás indicios: y fingiendo que venía oprimida, y contra su voluntad entre aquella gente, facilitó la fuga, y aceptó el hospedage con tantas ponderaciones de su agradecimiento, que la India se dió por segura, y descubrió todo el corazon. Dixola: Que convenía en todo caso que se fuese luego, porque se acercaba el plazo señalado entre los suyos para destruir a los Españoles; y no era razon que una muger de sus prendas pereciese con ellos: que Motezuma tenia prevenidos a poca distancia veinte mil hombres de guerra para dar calor a la faccion: que de este grueso habian entrado ya en la ciudad a la deshilada seis mil soldados escogidos: que se habia repartido candad de armas entre los paisanos: que tenian de repuesto muchas piedras sobre los terrados, y abiertas en las calles profundas zanjas, en cuyo fondo habian fixado estacas puntiagudas, fingiendo el plano con una cubierta de la misma tierra, fundada sobre apoyos frágiles, para que cayesen y se mancasen los caballos: que Motezuma trataba de acabar con todos los Españoles; pero encargaba que le llevasen algunos vivos para satisfacer a su curiosidad y al obsequio de sus dioses; y que habia presentado a la ciudad una caxa de guerra, hecha de oro cóncavo, primorosamente vaciado, para excitar los animos con este favor militar. Y ultimamente Doña Marina, dando a entender que se alegraba de lo bien que tenian dispuesta su empresa, y dexando caer algunas preguntas, como quien celebraba lo que inquiria, se halló con noticia cabal de toda la conjuracion. Fingió que se queria ir luego en su compañia, y con pretexto de recoger sus joyas, y algunas preséas de su peculio, hizo lugar para desviarse de ella sin desconfiarla. Dió cuenta de todo a Cortés; y él mando prender a la India, que a pocas amenazas confesó la verdad entre turbada y convencida.

Poco despues vinieron unos soldados Tlascaltécas recatados en trage de paisanos, y dixeron a Cortés de parte de sus Cabos: Que no se descuidáse, por que habian visto desde su quartel que los de Cholúla retiraban a los lugares del contorno su ropa y sus mugeres: señal evidente de que maquinaban alguna traicion. Súpose tambien que aquella mañana se habia celebrado en el templo mayor de la ciudad un sacrificio de diez niños de ambos sexos: ceremonia de que usaban quando querian emprender algun hecho militar; y al mismo tiempo llegaron dos o tres Zempoales, que saliendo casualmente a la ciudad, habian descubierto el engaño de las zanjas, y visto en las calles de los lados algunos reparos y estacadas que tenían hechos para guiar los caballos al precipicio.

No se necesitaba de mayor comprobacion para verificar el intento de aquella gente; pero Hernan Cortés quiso apurar mas la noticia, y poner su razon en estado que no se la pudiesen negar, teniendo algunos testigos principales de la misma nacion que hubiesen confesado el delito: para cuyo efecto mandó llamar al primer sacerdote, de cuya obediencia pendian los demás, y que le truxesen otros dos o tres de la misma profesion: gente que tenia grande autoridad con los Caciques, y mayor con el pueblo. Fuélos examinando separadamente, no como quien dudaba su intencion, sinó como quien se lamentaba de su alevosia; y dandoles todas las señas de lo que sabía, callaba el modo, para cebar su admiracion con el misterio, y dexarlos desvariar en el concepto de su ciencia. Ellos se persuadieron a que hablaban con alguna deidad que penetraba lo mas oculto de los corazones, y no se atrevieron a proseguir su engano; antes confesaron luego la traicion con todas sus circunstancias, culpando a Motezuma, de cuya orden estaba dispuesta y prevenida. Mandólos aprisionar secretamente, porque no moviesen algun ruido en la ciudad. Dispuso tambien que se tuviese cuidado con los Embajadores de Motezuma, sin dexarlos salir, ni comunicar con los de la tierra: y convocando a sus Capitanes, les refirió todo el caso, y les dió a entender quánto convenia no dexar sin castigo todo aquel atentado: facilitando la faccion, y ponderando sus conseqüencias con tanta energía y resolucion, que todos se reduxeron a obedecerle, dexando a su prudencia la direccion y el acierto.

Hecha esta diligencia, llamó a los Caciques Gobernadores de la ciudad, y publicó su jornada para otro dia; no porque la tuviese dispuesta, ni fuese posible, sinó por estrechar el término a sus prevenciones. Pidióles bastimentos para la marcha, Indios de carga para el bagage, y hasta dos mil hombres de guerra que le acompañasen, como lo habian hecho los Tlascaltécas y Zempoales. Ellos ofrecieron con alguna tibieza y falsedad los bastimentos y Tamenes, y con mayor prontitud la gente armada que se les pedia, en que andaban encontrados los designios: pediala Cortés para desunir sus fuerzas, y tener en su poder parte de los traidores que habia de castigar; y los Caciques la ofrecian para introducir en el exército contrario aquellos enemigos encubiertos, y servirse de ellos, quando llegáse la ocasion. Ardides ambos que tenian su razon militar; si pueden llamarse razon este género de engaños que hizo lícitos la guerra, y nobles el exemplo.

Dióse noticia de todo a los Tlascaltécas, y orden para que estuviesen alerta, y al rayar el dia se fuesen acercando a la poblacion, como que se movian para seguir la marcha: y en oyendo el primer golpe de los arcabuces entrasen a viva fuerza en la ciudad, y viniesen a incorporarse con el exército , llevandose tras sí toda la gente que hallasen armada. Cuidóse tambien de que los Españoles y Zempoales tuviesen prevenidas sus armas, y entendida la faccion en que las habian de emplear. Y luego que llegó la noche, cerrado ya el quartel con las guardias y centinelas a que obligaba la ocurrencia presente, llamó Cortés a los Embajadores de Motezuma, y con señas de intimidad, como quien les fiaba lo que no sabian, les dixo: Que habia descubierto y averiguado una gran conjuracion que le tenian armada los Caciques y ciudadanos de Cholúla: dióles señas de todo lo que ordenaban y disponian contra su persona y exército: ponderó quanto faltaban a las leyes de la hospitalidad, al establecimiento de la paz, y al seguro de su Príncipe. Y añadió: que no solamente lo sabía por su propia especulacion y vigilancia; pero se lo habian confesado ya los principales conjurados, disculpandose del trato doble con otra mayor culpa: pues se atrevian a decir que tenian orden y asistencias de Motezuma para deshacer alevosamente su exército: lo qual ni era verisímil, ni se podia creer semejante indignidad de un Príncipe tan grande. Por cuya causa estaba resuelto a tomar satisfaccion de su ofensa con todo el rigor de sus armas: y se lo comunicaba para que tuviesen comprehendida su razon, y entendido, que no le irritaba tanto el delito principal, como la circunstancia de querer aquellos sediciosos autorizar su traicion con el nombre de su Rey.

Los Embajadores procuraron fingir como pudieron, que no sabian la conjuracion, y trataron de salvar el credito de su Príncipe, siguiendo el camino en que los puso Cortés con baxar el punto de su queja. No convenia entonces desconfiar a Motezuma, ni hacer de un poderoso resuelto a disimular, un enemigo poderoso y descubierto: por cuya consideracion se determinó a desbaratar sus designios, sin darle a entender que los conocia, tratando solamente de castigar la obra en sus instrumentos, y contentandose con reparar el golpe sin atender al brazo. Miraba como empresa de poca dificultad el deshacer aquel trozo de gente armada que tenia prevenida para socorrer la sedicion, hecho a mayores hazañas con menores fuerzas; y estaba tan lejos de poner duda en el suceso, que tuvo a felicidad (o por lo menos asi lo ponderaba entre los suyos) que se le ofreciese aquella ocasion de adelantar con los Mexicanos la reputacion de sus armas. Y a la verdad, no le pesó de ver tan embarazado en los ardides el ánimo de Motezuma, pareciendole que no discurriria en mayores intentos quien le buscaba por las espaldas, y descubria entre sus mismos engaños la flaqueza de su resolucion.

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