Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO PRIMERO.


CAPÍTULO TERCERO.

Refierense las calamidades que se padecian en España cuando se puso la mano en la conquista de Nueva España.


Corria el año de mil y quinientos y diez y siete, digno de particular memoria en esta Monarquia, no menos por sus turbaciones, que por sus felicidades. Hallabase a la sazon España combatida por todas partes de tumultos, discordias y parcialidades, congojada su quietud con los males internos que amenazaban su ruina, y durando en su fidelidad mas como reprimida de su propia obligacion, que como enfrenada y obediente a las riendas del gobierno; y al mismo tiempo se andaba disponiendo en las Indias occidentales su mayor prosperidad con el descubrimiento de otra Nueva España, en que no solo se dilatasen sus términos, sinó se renováse y duplicáse su nombre. Asi juegan con el mundo la fortuna y el tiempo: y asi se succeden, o se mezclan con perpétua alternacion los bienes y los males.

Murió en los principios del año antecedente el Rey Don Fernando el Católico: y desvaneciendose con la falta de su artífice las lineas que tenia tiradas para la conservacion y acrecentamiento de sus estados, se fue conociendo poco a poco en la turbacion y desconcierto de las cosas públicas la gran pérdida que hicieron estos Reynos; al modo que suele rastrearse por el tamaño de los efectos la grandeza de las causas.

Quedó la suma del gobierno a cargo del Cardenal Arzobispo de Toledo Don Fray Francisco Ximenez de Cisneros, varon de espíritu resuelto, de superior capacidad, de corazon magnánimo, y en el mismo grado religioso, prudente y sufrido, juntandose en él, sin embarazarse con su diversidad, estas virtudes morales, y aquellos atributos heroycos; pero tan amigo de los aciertos, y tan activo en la justificacion de sus dictámenes, que perdia muchas veces lo conveniente, por esforzar lo mejor; y no bastaba su zelo a corregir los ánimos inquietos, tanto como a irritarlos su integridad.

La Reyna Doña Juana, hija de los Reyes Don Fernando y Doña Isabel, a quien tocaba legitimamente la succesion del Reyno, se hallaba en Tordesillas retirada de la comunicacion humana, por aquel accidente lastimoso que destempló la armonía de su entendimiento, y del sobrado aprehender, la truxo a no discurrir, o a discurrir desconcertadamente en lo que aprehendia.

El Príncipe Don Carlos, primero de este nombre en España, y quinto en el Imperio de Alemania, a quien anticipó la corona el impedimento de su madre, residia en Flandes: y su poca edad, que no llegaba a los diez y siete años, el no haberse criado en estos Reynos, y las noticias que en ellos habia de quan apoderados estaban los ministros Flamencos de la primera inclinacion de su adolescencia, eran unas circunstancias melancólicas que le hacian poco deseado aun de los que le esperaban como necesario.

El Infante Don Fernando su hermano se hallaba, aunque de menos años, no sin alguna madurez, desabrido de que el Rey Don Fernando su avuelo no le dexáse en su último testamento nombrado por principal Gobernador de estos Reynos, como lo estuvo en el antecedente que se otorgó en Burgos: y aunque se esforzaba a contenerse dentro de su propia obligacion, ponderaba muchas veces, y oía ponderar lo mismo a los que le asistian, que el no nombrarle pudiera pasar por disfavor hecho a su poca edad; pero que el excluirle despues de nombrado era otro género de inconfidencia que tocaba en ofensa de su persona y dignidad: con que se vino a declarar por mal satisfecho del nuevo gobierno, siendo sumamente peligroso para descontento, porque andaban los ánimos inquietos; y por su afabilidad, y ser nacido y criado en Castilla, tenia de su parte la inclinacion del pueblo, que, dado el caso de la turbacion, como se rezelaba, le habia de seguir, sirviendose para sus violencias del movimiento natural.

Sobrevino a este embarazo otro de no menor cuerpo en la estimacion del Cardenal: porque el Dean de Lovaina Adriano Florencio, que fue despues Sumo Pontífice, sexto de este nombre, habia venido desde Flandes con título y apariencias de Embajador al Rey Don Fernando; y luego que sucedió su muerte, manifestó los poderes que tenia ocultos del Príncipe Don Carlos, para que en llegando este caso, tomáse posesion del Reyno en su nombre, y se encargáse de su gobierno: de que resultó una controversia muy reñida sobre si este poder habia de prevalecer, y ser de mejor calidad que el que tenia el Cardenal. En cuyo punto discurrian los políticos de aquel tiempo con poco recato, y no sin alguna irreverencia, vistiendose en todos el discurso del color de la intencion. Decian los apasionados de la novedad, que el Cardenal era Gobernador nombrado no por otro Gobernador, pues el Rey Don Fernando solo tenia este título en Castilla despues que murió la Reyna Doña Isabel. Replicaban otros de no menor atrevimiento (porque caminaban a la exclusion de entrambos) que el nombramiento de Adriano padecia el mismo defecto: porque el Príncipe D. Carlos, aunque estaba asistido de la prerogativa de heredero del Reyno, solo podia, viviendo la Reyna Doña Juana su madre, usar de la facultad de Gobernador de la misma suerte que la tuvo su avuelo: con que dexaban a los dos Príncipes incapaces de poder comunicar a sus magistrados aquella suprema potestad que falta en el Gobernador, por ser inseparable de la persona del Rey.

Pero reconociendo los dos Gobernadores que estas disputas se iban encendiendo con ofensa de la Magestad, y de su misma jurisdiccion, trataron de unirse en el gobierno: sana determinacion, si se conformáran los genios; pero discordaban, o se compadecian mal la entereza del Cardenal con la mansedumbre de Adriano, inclinado el uno a no sufrir compañero en sus resoluciones, y acompañandolas el otro con poca actividad, y sin noticia de las leyes y costumbres de la Nacion. Produxo este imperio dividido la misma division en los subditos; con que andaba parcial la obediencia, y desunido el poder, obrando esta diferencia de impulsos en la República lo que obrarían en la nave dos timones, que aun en tiempo de bonanza formarian de su propio movimiento la tempestad.

Conocieronse muy presto los efectos de esta mala constitucion, destemplandose enteramente los humores mal corregidos de que abundaba la República. Mandó el Cardenal (y necesitó de poca persuasion para que viniese en ello su compañero) que se armasen las ciudades y villas del Reyno, y que cada una tuviese alistada su milicia, exercitando la gente en el manejo de las armas, y en la obediencia de sus cabos; para cuyo fin señaló sueldos a los Capitanes, y concedió exenciones a los soldados. Dicen unos que miró a su propia seguridad; y otros, que a tener un nervio de gente con que reprimir el orgullo de los Grandes. Pero la experiencia mostró brevemente que en aquella sazon no era conveniente este movimiento: porque los Grandes y Señores heredados (brazo dificultoso de moderar en tiempos tan revueltos) se dieron por ofendidos de que se armasen los pueblos, creyendo que no carecia de algun fundamento la voz que habia corrido de que los Gobernadores querian examinar con esta fuerza reservada el origen de sus señorios, y el fundamento de sus alcavalas. Y en los mismos pueblos se experimentaron diferentes efectos: porque algunas ciudades alistaron su gente, hicieron sus alardes, y formaron su escuela militar; pero en otras se miraron estos remedos de la guerra como pension de la libertad, y como peligros de la paz: siendo en unas y otras igual el inconveniente de la novedad; porque las ciudades que se dispusieron a obedecer, supieron la fuerza que tenian para resistir; y las que resistieron se hallaron con la que habian menester para llevarse tras sí a las obedientes, y ponerlo todo en confusion.

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