Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO TERCERO.


CAPÍTULO SEGUNDO.

Procura Motezuma desviar la paz de Tlascála: vienen los de aquella Republica a continuar su instancia; y Hernan Cortés executa su marcha, y hace entrada a la ciudad.


En el discurso de los seis dias que se detuvo Hernan Cortés en su alojamiento para cumplir con los Mexicanos, se conoció con nuevas experiencias el afecto con que deseaban la paz los de Tlascála, y quanto se rezelaban de los oficios y diligencias de Motezuma. Llegaron dentro del plazo señalado los Embajadores que se esperaban, y fueron recibidos con la urbanidad acostumbrada. Venian seis caballeros de la familia Real con lucido acompañamiento, y otro presente de la misma calidad, y poco mas valor que el pasado. Habló el uno de ellos, y, no sin aparato de palabras y exageraciones, ponderó: Quánto deseaba el supremo Emperador (y al decir su nombre hicieron todos una profunda humiliacion) ser amigo y confederado del Príncipe grande, a quien obedecian los Españoles, cuya magestad resplandecia tanto en el valor de sus vasallos, que se hallaba inclinado a pagarle todos los años algun tributo, partiendo con él las riquezas de que abundaba, porque le tenia en gran veneracion, considerandole hijo del sol, o por lo menos señor de las regiones felicisimas donde nace la luz; pero que habian de preceder a este ajustamiento dos condiciones. La primera, que se abstuviesen Hernan Cortés y los suyos de confederarse con los de Tlascála; pues no era bien, que hallandose tan obligados de sus dádivas, se hiciesen parciales de sus enemigos. Y la segunda, que acabasen de persuadirse a que no era posible ni puesto en razon el intento de pasar a México: porque segun las leyes de su imperio, ni él podia dexarse ver de gentes estrangeras, ni sus vasallos lo permitirian. Que considerasen bien los peligros de ambas temeridades; porque los Tlascaltécas eran tan inclinados a la traicion y al latrocinio, que solo tratarian de asegurarlos para vengarse de ellos, y aprovecharse del oro con que los habia enriquecido; y los Mexicanos tan zelosos de sus leyes, y tan mal acondicionados, que no podria reprimirlos su autoridad, ni los Españoles quejarse de lo que padeciesen, tantas veces amonestados de lo que aventuraban.

De este género fue la oracion del Mexicano, y todas las embajadas y diligencias de Motezuma paraban en procurar que no se le acercasen los Españoles. Mirabalos con el horror de sus presagios; y fingiendose la obediencia de sus dioses, hacia religion de de su mismo desaliento. Suspendió Cortés por entonces su respuesta, y solo dixo: Que seria razon que descansasen de su jornada, y que los despacharia brevemente. Deseaba que fuesen testigos de la paz de Tlascála; y miró tambien a lo que importaba detenerlos, porque no se despecháse Motezuma con la noticia de su resolucion, y tratáse de ponerse en defensa: que ya se sabía su desprevencion, y no se ignoraba la facilidad con que podia convocar sus exercitos.

Dieron tanto cuidado en Tlascála estas embajadas, a que atribuían la detencion de Cortés, que resolvíeron los del gobierno, por última demostracion de su afecto, venir al quartel en forma de Senado para conducirle a su ciudad; o no volver a ella sin dexar enteramente acreditada la sinceridad de su trato, y desvanecidas las negociaciones de Motezuma.

Era solemne y numeroso el acompañamiento, y pacífico el color de los adornos y las plumas. Venian los Senadores en andas o sillas portátiles sobre los hombros de ministros inferiores; y en el mejor lugar Magiscatzín, que favoreció siempre la causa de los Españoles, y el padre de Xicotencál, anciano venerable, a quien había quitado los ojos la vejez; pero sin ofender la cabeza, pues se conservaba todavia con opinion de sabio entre los Consejeros. Apearonse poco antes de llegar a la casa donde los esperaba Cortés: y el ciego se adelantó a los demás, pidiendo a los que le conducian que le acercasen al Capitan de los Orientales. Abrazóle con extraordinario contento, y despues le aplicaba por diferentes partes el tacto, como quien deseaba conocerle, supliendo con las manos el defecto de los ojos. Sentaronse todos, y a ruego de Magiscatzín habló el ciego en esta substancia:

Ya valeroso Capitan, seas o no del género mortal, tienes en tu poder al Senado de Tlascála, última señal de nuestro rendimiento. No venimos a disculpar el yerro de nuestra nacion; sinó a tomarle sobre nosotros, fiando a nuestra verdad tu desenojo. Nuestra fue la resolucion de la guerra; pero tambien ha sido nuestra la determinacion de la paz. Apresurada fue la primera, y tarda es la segunda; pero no suelen ser de peor calidad las resoluciones mas consideradas; antes se borra con trabajo lo que se imprime con dificultad: y puedo asegurar que la misma detencion nos dió mayor conocimiento de tu valor, y profundó los cimientos de nuestra constancia. No ignoramos que Motezuma intenta disuadirte de nuestra confederacion: escuchale como a nuestro enemigo, sinó le considerares como tirano, que ya lo parece quien te busca para la sinrazon. Nosotros no queremos que nos ayudes contra él, que para todo lo que no eres tú nos bastan nuestras fuerzas: solo sentirémos que fies tu seguridad de sus ofertas; porque conocemos sus artificios y maquinaciones, y acá en mi ceguedad se me ofrecen algunas luces que me descubren desde lejos tu peligro. Puede ser que Tlascála se haga famosa en el mundo por la defensa de tu razon; pero dexemos al tiempo tu desengaño: que no es vaticinio lo que se colige facilmente de su tiranía y de nuestra fidelidad. Ya nos ofreciste la paz: ¿si no te detiene Motezuma, qué te detiene? ¿Por qué te niegas a nuestras instancias? ¿Por qué dexas de honrar nuestra ciudad con tu presencia? Resueltos venimos a conquistar de una vez tu voluntad y tu confianza, o poner en tus manos nuestra libertad: elige, pues, de estos dos partidos el que mas te agradáre: que para nosotros nada es tercero entre las dos fortunas, de tus amigos o tus prisioneros.

Asi concluyó su oracion el ciego venerable, porque no faltáse algun Apio Claudio en este consistorio, como el otro que oró en el Senado contra los Epirótas: y no se puede negar que los Tlascaltécas eran hombres de mas que ordinario discurso, como se ha visto en su gobierno, acciones y razonamientos. Algunos escritores poco afectos a la nacion Española tratan a los Indios como brutos incapaces de razon, para dar menos estimacion a su conquista. Es verdad que se admiraban con simplicidad de ver hombres de otro género, color y trage: que tenian por monstruosidad las barbas, accidente que negó a sus rostros la naturaleza: que daban el oro por el vidrio: que tenian por rayos las armas de fuego, y por fieras los caballos; pero todos eran efectos de la novedad, que ofenden poco al entendimiento: porque la admiracion, aunque suponga ignorancia, no supone incapacidad; ni propiamente se puede llamar ignorancia la falta de noticia. Dios los hizo racionales; y no porque permitió su ceguedad, dexó de poner en ellos toda la capacidad y dotes naturales que fueron necesarios a la conservacion de la especie, y debidos a la perfeccion de sus obras. Volvamos, empero, a nuestra narracion, y no autoricemos la calumnia sobrando en la defensa.

No pudo resistir Hernan Cortés a esta demostracion del Senado, ni tenia ya que esperar, habiendose cumplido el término que ofreció a los Mexicanos; y asi respondió con toda estimacion a los Senadores, y los hizo regalar con algunos presentes, deseando acreditar con ellos su agrado y su confianza. Fue necesario persuadirlos con resolucion para que se volviesen: y lo consiguió, dandoles palabra de mudar luego su alojamiento a la ciudad, sin mas detencion que la necesaria para juntar alguna gente de los lugares vecinos que conduxesen la artillería y el bagage. Aceptaron ellos la palabra, haciendosela repetir con mas afecto que desconfianza; y partieron contentos y asegurados, tomando a su cuenta la diligencia de juntar y remitir los Indios de carga que fuesen menester: y apenas rayó la primera luz del dia siguiente, de quando se hallaron a la puerta del quartel quinientos Tamenes tan bien industriados, que competian sobre la carga, haciendo pretension de su mismo trabajo.

Tratóse luego de la marcha: pusose la gente en esquadron, y dando su lugar a la artillería y al bagage, se fue siguiendo el camino de Tlascála con toda la buena ordenanza, prevencion y cuidado que observaba siempre aquel pequeno exército: a cuya rigurosa disciplina se debió mucha parte de sus operaciones. Estaba la campaña por ambos lados poblada de innumerables Indios, que salian de sus pueblos a la novedad: y eran tantos sus gritos y ademanes, que pudieran pasar por clamores o amenazas de las que usaban en la guerra, sinó dixera Doña Marina que usaban tambien de aquellos alaridos en sus mayores fiestas, y que, celebrando a su modo la dicha que habian conseguido, victoreaban y bendecian a los nuevos amigos: con cuya noticia se llevó mejor la molestia de las voces, siendo necesaria entonces la paciencia para el aplauso.

Salieron los Senadores largo trecho de la ciudad a recibir el exército con toda la ostentacion y pompa de sus funciones públicas, asistidos de los nobles, que hacian vanidad en semejantes casos de autorizar a los ministros de su República. Hicieron al llegar sus reverencias; y sin detenerse caminaron delante, dando a entender con este apresurado rendimiento lo que deseaban adelantar la marcha, o no detener a los que acompañaban.

Al entrar en la ciudad resonaron los víctores y aclamaciones con mayor estruendo; porque se mezclaba con el grito popular la música disonante de sus flautas, atabalillos y bocinas. Era tanto el concurso de la gente, que trabajaron mucho los ministros del Senado en concertar la muchedumbre, para desembarazar las calles. Arrojaban las mugeres diferentes flores sobre los Españoles, y las mas atrevidas o menos recatadas se acercaban hasta ponerlas en sus manos. Los sacerdotes arrastrando las ropas talares de sus sacrificios, salieron al paso con sus braserillos de copal; y sin saber que acertaban, significaron el aplauso con el humo. Dexábase conocer en los semblantes de todos la sinceridad del ánimo; pero con varios afectos: porque andaba la admiracion mezclada con el contento, y el alborozo templado con la veneracion. El alojamiento que tenian prevenido con todo lo necesario para la comodidad y el regalo, era la mejor casa de la ciudad, donde habia tres o quatro patios muy espaciosos, con tantos y tan capaces aposentos, que consiguió Cortés sin dificultad la conveniencia de tener unida su gente. Llevó consigo a los Embajadores de Motezuma, por mas que lo resistieron, y los alojo cerca de si: porque iban asegurados en su respeto, y estaban temerosos de que se les hiciese alguna violencia. Fue la entrada, y última reduccion de Tlascála en veinte y tres de Setiembre del mismo año de mil y quinientos y diez y nueve: dia en que los Españoles consiguieron una paz con circunstancias de triunfo, tan durable y de tanta conseqüencia para la conquista de Nueva España, que se conservan hoy en aquella provincia diferentes prerogativas y exenciones obtenidas en remuneracion de aquella primera constancia. Honrado monumento de su antigua fidelidad.

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