Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO QUINTO.


CAPÍTULO VIGÉSIMO TERCERO.

Celebran los mexicanos su victoria con el sacrificio de los Espanoles. Atemoriza Guatimozín a los confederados,y consigue que desamparen muchos a Cortés; pero vuelven al exército en mayor número, y se resuelve tomar puestos dentro de la ciudad.

Hicieron sus entradas al mismo tiempo Gonzalo de Sandoval y Pedro de Alvarado, hallando en ellas igual oposicion, y con poca diferencia en los progresos de ambos ataques: ganar las puentes, cegar los fosos, penetrar las calles, destruir los edificios, y sufrir en la retirada los últimos esfuerzos del enemigo. Pero faltó el contratiempo del foso grande, y fue la pérdida menor, aunque llegarían a veinte los Españoles que faltaron de ambas entradas: sobre los quales hacen la cuenta los que dicen que perdió Hernan Cortés mas de sesenta en la de Cuyoacán.

El Tesorero Julian de Alderete, a vista de los daños que habia ocasionado su inobediencia, conoció su culpa, y vino desalentado y pesaroso a la presencia de Cortés, ofreciendo su cabeza en satisfaccion de su delito; y él le reprehendió con severidad, dexandole sin otro castigo, porque no se hallaba en tiempo de contristar la gente con la demostracion que merecia. Fue preciso alzar por entonces la mano de la guerra ofensiva, y se trató solo de ceñir el asedio, y estrechar el paso a las vituallas, entretanto que se atendia con particular cuidado a la cura de los heridos, que fueron muchos, y mas faciles de numerar los que no lo estaban.

Pero se descubrió entonces la gracia de un soldado particular, llamado Juan Catalán, que sin otra medicina que un poco de aceyte, y algunas bendiciones, curaba en tan breve tiempo las heridas, que no parecia obra natural. Llama el vulgo a este género de cirugía curar por ensalmo, sin otro fundamento que haber oido entre las bendiciones algunos versos de los salmos. Habilidad, o profesion no todas veces segura en lo moral, y algunas permitida con riguroso examen. Pero en este caso no sería temeridad que se tuviese por obra del cielo semejante maravilla, siendo la gracia de sanidad uno de los dones gratuitos que suele Dios comunicar a los hombres; y no parece creible que se diese concurso del demonio en los medios con que se conseguia la salud de los Españoles, al mismo tiempo que procuraba destruirlos con la sugestion de sus oráculos. Antonio de Herrera dice que fue una muger Española (que se llamaba Isabel Rodriguez) la que obró estas curas admirables; pero seguimos a Bernal Diaz del Castillo, que se halló mas cerca; y aunque tenemos por infelicidad de la pluma el tropezar con estas discordancias de los Autores, no todas se deben apurar: porque siendo cierta la obra, importa poco, a la verdad, la diferencia del instrumento.

Volvamos empero a los Mexicanos, que aplaudieron su victoria con grandes regocijos. Vieronse aquella noche desde los quarteles coronados los adornos de hogueras y perfumes: y en el mayor (dedicado al díos de la guerra) se percibían sus instrumentos militares en diferentes coros de menos importuna disonancia. Solemnizaban con este aparato el miserable sacrificio de los Españoles que prendieron vivos: cuyos corazones palpitantes (llamando al Dios de la verdad mientras les duraba el espíritu) dieron el último calor de la sangre a la infeliz aspersion de aquel horrible simulacro. Presumióse la causa de semejante celebridad, y las hogueras daban tanta luz, que se distinguia el bullicio de la gente; pero se alargaban algunos de los soldados a decir que percibian las voces, y conocian los sugetos. ¡Lastimoso espectáculo! y a la verdad no tanto de los ojos, como de la consideracion; pero en ella tan funesto, y tan sensible, que ni Hernan Cortés pudo reprimir sus lagrimas, ni dexar de acompañarle con la misma demostracion todos los que le asistian.

Quedaron los enemigos nuevamente orgullosos de este suceso, y con tanta satisfaccion de haber aplacado al ídolo de la guerra con el sacrificio de los Españoles, que aquella misma noche, pocas horas antes de amanecer, se acercaron por las tres calzadas a inquietar los quarteles, con ánimo de poner fuego a los bergantines, y proseguir la rota de aquella gente, que, no sin particular advertencia, consideraban herida y fatigada; pero no supieron recatar su movimiento; porque avisó de él aquella trompeta infernal que los irritaba, tratando a manera de culto la desesperacion: y se previno la defensa con tanta oportunidad, que volvieron rechazados, con la diligencia sola de asestar a las calzadas la artillería de los bergantines, y de los mismos alojamientos, que disparando al bulto de la gente, dexó bastantemente castigado su atrevimiento.

El dia siguiente dió Guatimozin, por su propio discurso, en diferentes arbitrios de aquelrbs que suelen agradecerse a la pericia militar. Echó voz de que habia muerto Hernan Cortés en el paso de la calzada, para entretener al pueblo con esperanzas de breve desahogo. Hizo llevar las cabezas de los Españoles sacrificados a las poblaciones comarcanas, para que, acabandose de creer su victoria, tratasen de reducirse los le que andaban fuera de su obediencia: y ultimamente divulgó, que aquella deidad, suprema entre sus ídolos, cuyo instituto era presidir a los exércitos, mitigada ya con la sangre de los corazones enemigos, le habia dicho en voz inteligible que dentro de ocho dias se acabaria la guerra, muriendo en ella quantos despreciasen este aviso. Fingiólo asi, porque se persuadió a que tardaria poco en acabar con los Españoles: y tuvo inteligencia para introducir en los quarteles enemigos personas desconocidas que derramasen estas amenazas de su dios entre las naciones de Indios que militaban contra él. Notable ardid, para melancolizar aquella gente, desanimada ya con la muerte de los Españoles, con el estrago de los suyos, con la multitud de los heridos, y con la tristeza de los Cabos.

Tenian tan asentado el credito las respuestas de aquel ídolo, y era tan conocido por sus oraculos en las regiones mas distantes, que se persuadieron facilmente a que no podian faltar sus amenazas; haciendo tanta batería en su imaginacion el plazo de los ocho dias, señalado por término fatal de su vida, que se determinaron a desamparar el exército: y en las dos o tres primeras noches faltó de los quarteles la mayor parte de los confederados: siendo tan poderosa en aquellas naciones esta despreciable aprehension, que hasta los mismos Tlascaltécas y Tezcucanos se deshicieron con igual desorden; o porque temieron el oráculo como los demás, o porque se los llevó tras sí el exemp!o de los que le temian. Quedaron solamente los Capitanes, y la gente de cuenta, puede ser que con el mismo temor; pero si le tuvieron, fue menos poderosa en ellos la defensa de la vida que la ofensa de la reputacion.

Entró Hernan Cortés en nueva congoja con este inopinado accidente, que le obligaba poco menos que a desconfiar de su empresa; pero luego que llegó a su noticia el origen de aquella novedad, envió en seguimiento de las tropas fugitivas a sus mismos Cabos, para que las detuviesen, contemporizando con el miedo que llevaban, hasta que pasados los ocho dias señalados por el oráculo, llegasen a conocer la incertidumbre de aquellos baticinios, y fuesen mas fáciles de reducir al exército. Diligencia de notable acierto en el discurso de Hernan Cortés; porque pasados los ocho dias, llegó a tiempo la persuasion, y volvieron a sus quarteles con aquel género de nueva osadía, que suele formarse del temor desengañado.

Don Hernando, el Príncipe de Tezcúco, envió a su hermano por los de aquella nacion, y volvió con ellos, y con nuevas tropas, que halló formadas para socorrer el exército. Los Tlascaltécas desertores (que fueron de la gente mas ordinaria) no se atrevieron a proseguir su viage, temiendo el castigo a que iban expuestos; y estuvieron a la mira del suceso, creyendo que podrian unirse con los fugitivos de la rota imaginada; pero al mismo tiempo que se desengañaron de su vana credulidad, tuvieron la dicha de incorporarse con un socorro que venia de Tlascála, y fueron mejor recibidos en el exército.

De este aumento de fuerzas con que se hallaba Cortés, y del ruido que hacia en la comarca el aprieto de la ciudad, resultó el declararse por los Españoles algunos pueblos, que se conservaban neutrales o enemigos: entre los quales vino a rendirse, y a tomar servicio en el exército la nacion de los Otomies, gente, como diximos, indómita y feroz, que á guisa de fieras se conservaba en aquellos montes que daban sus vertientes a la laguna: rebeldes hasta entonces al imperio Mexicano, sin otra defensa que vivir en parage poco apetecido por esteril, y despreciado por inhabitable: con que llegó segunda vez el caso de hallarse Cortés con mas de doscientos mil aliados a su disposicion, pasando en breves dias de la tempestad a la bonanza, y atribuyendo, como solia, este poco menos que súbito remedio al brazo de Dios, cuya inefable providencia suele muchas veces permitir las adversidades, para despertar el conocimiento de los beneficios.

No estuvieron ociosos los Mexicanos el tiempo que duró esta suspension de armas, a que se hallaron reducidos los Españoles. Hacian freqüentes salidas, dexandose ver de dia y de noche sobre los quarteles; pero siempre volvieron rechazados, perdiendo mucha gente, sin ofender ni escarmentar. Supose de los últimos prisioneros que se hallaba en grande aprieto la ciudad: porque la hambre y la sed tenian congojada la plebe, y mal satisfecha la milicia. Enfermaba, y moria mucha gente de beber las aguas salitrosas de los pozos. Los pocos bastimentos que podian escapar de los bergantines, o entraban por los montes, se repartian por tasa entre los magnates, dando nUeva razon a la impaciencia del pueblo, cuyos clamores tocaban ya en riesgos de la fidelidad. Llamó Hernan Cortés a sus Capitanes, para discurrir con esta noticia lo que se debia obrar, segun el estado presente de la ciudad y del exército.

Hizo su proposicion, con poca esperanza de que se rindiesen los sitiados a instancia de la necesidad, por el odio implacable que tenian a los Españoles, y por aquellas respuestas de sus ídolos, con que le fomentaba el demonio: y se inclinó a que sería conveniente volver luego a las armas, por esta probable congetura, y porque no se deshiciesen otra vez aquellos aliados, gente de faciles movimientos; y que así como era de servicio en los combates, peligraba en el ocio de los alojamientos: porque siempre deseaban la ocasion de llegar a las manos: y no se hacian capaces de que fuese guerra el asedio que se practícaba entonces, ni ofensas del enemigo aquellas suspensiones de la cólera militar.

Vinieron todos en que se continuáse la guerra sin desamparar el asedio: y Hernan Cortés, que acabó de conocer en el suceso antecedente lo que padecia en aquellas retiradas, expuestas siempre a los últimos esfuerzos de los Mexicanos, resolvió, que reforzando la guarnicion de los quarteles y de la plaza de armas, se acometiese de una vez por las tres calzadas, y para tomar puestos dentro de la ciudad: los quales se habian de mantener a todo riesgo, procurando avanzar cada trozo por su parte, hasta llegar a la gran plaza de los mercados, que llamaban el Tlatelúco, donde se unirian las fuerzas, para obrar lo que dictáse la ocasion. Estuviera mas adelantada la empresa, o conseguida enteramente, si se hubiera tomado en el principio esta resolucion; pero es tan limitada la humana providencia, que no hace poco el mayor entendimiento en lograr la enseñanza de los malos sucesos, y muchas veces necesita de fabricar los aciertos sobre la correccion de los errores.

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