Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO CUARTO.


CAPÍTULO DÉCIMOCTAVO.

Marcha el exército recatadamente, y al entrar en la calzada, le descubren y acometen los Indios con todo el grueso por agua y tierra. Peléase largo rato, y ultimamente se consigue con dificultad y considerable pérdida, hasta salir al parage de Tacuba.

Envióse aquella misma tarde nuevo Embajador Mexicano a la ciudad con pretexto de continuar la proposicion que llevó a su cargo el sacerdote. Diligencia que pareció conveniente para deslumbrar al enemigo, dandole a entender que se corria de buena inteligencia en el tratado, y que a lo mas largo se dispondría la marcha dentro de ocho dias. Trató luego Hernan Cortés de apresurar las disposiciones de su jornada, cuyo breve plazo daba estimacion a los instantes.

Distribuyó las órdenes, instruyó a los Capitanes, previniendo con atenta precaucion los accidentes que se podian ofrecer en la marcha. Formó la vanguardia, poniendo en ella doscientos soldados Españoles con los Tlascaltecas de mayor satisfaccion, y hasta veinte caballos a cargo de los Capitanes Gonzalo de Sandoval, Francisco de Acebedo, Diego de Ordaz, Francisco de Lugo, y Andres de Tapia. Encargó la retaguardia con algo mayor número de gente y caballos a Pedro de Alvarado, Juan Velazquez de Leon, y otros Cabos de los que vinieron con Narbáez. En la batalla ordenó que fuesen los prisioneros, artillería y bagage con el resto del exército, reservando para que asistiesen a su persona, y a las ocurrencias donde llamáse la necesidad, hasta cien soldados escogidos con los Capitanes Alonso Dávila, Christoval de Olid, y Bernardino Vazquez de Tapia. Hizo despues una breve oracion a los soldados, ponderando aquella vez las dificultades y peligros del intento; porque andaba muy valída en los corrillos la opinion de que no peleaban de noche los Mexicanos, y era necesario introducir el rezelo para desviar la seguridad: enemiga lisonjera en las facciones militares, porque inclina los ánimos al descuido, para entregarlos a la turbacion; asi como suele prevenirlos el temor prudente contra el miedo vergonzoso.

Mandó luego sacar a una pieza de su quarto el oro y plata, joyas y preséas del tesoro que tenia en depósito Christoval de Guzman su camarero: y de él se apartó el quinto del Rey en los géneros mas preciosos, y de menos volumen: de que se hizo entrega formal a los Oficiales que llevaban la cuenta y razon del exército, dando para su conduccion una yegua suya, y algunos caballos heridos, por no embarazar los Indios que podian servir en la ocasion. Pasaria el residuo, segun el cómputo que se pudo hacer, de setecientos mil pesos: cuya riqueza desamparó con poca o ninguna repugnancia, protestando publicamente, Que no era tiempo de retirada, ni tolerable que se detuviesen a ocupar indignamente las manos, que debian ir libres para la defensa de la vida y de la reputacion. Pero reconociendo en los soldados menos aplaudido el acierto de aquella pérdida inexcusable, añadió al apartarse: Que no se debia mirar entonces la retirada como desamparo del caudal adquirido, ni del intento principal; sinó como una disposicion necesaria para volver a la empresa con mayor esfuerzo: al modo que suele servir al impulso del golpe la diligencia de retirar el brazo. Y les dió a entender, que no seria gran delito aprovecharse de lo que buenamente pudiesen: que fue lo mismo en la substancia que dexar la moderacion al arbitrio de la codicia: y aunque los mas, viendo en su poder aquel tesoro abandonado, cuidaron de quedar aligerados, y prontos para lo que se ofreciese, hubo algunos, y particularmente los de Narbáez, que se dieron al pillage con sobrada inconsideracion, acusando la estrechez de las mochilas, y sirviendose de los hombros contra la voluntad de las fuerzas. Dispensacion en que, al parecer, dormitaron las advertencias militares de Cortes; porque no pudo ignorar que la riqueza en el soldado no solo es embarazo exterior, quando llega el caso de pelear, sinó impedimento que suele hacer estorvo en el ánimo: siendo mas facil en los de pocas obligaciones desprenderse del pundonor, que desasirse de la presa.

No le hallamos otra disculpa que haberse persuadido a que podría executar su marcha sin oposicion: y si esta seguridad, que no parece de su genio, tuvo alguna relacion al vaticinio del Astrólogo, dado el error de haberle atendido, no se debe mirar como nuevo descuido, sinó como segundo inconveniente de la primera culpa.

Sería poco menos de media noche quando salieron del quartel, sin que las centinelas, ni los batidores hallasen que reparar o que advertir: y aunque la lluvia y la obscuridad favorecian el intento de caminar cautamente, y aseguraban el rezelo de que pudiese durar el enemigo en sus reparos, se observó con tanta puntualidad el silencio y el recato, que no pudiera obrar el temor lo que pudo en aquellos soldados la obediencia. Pasó el puente levadizo a la vanguardia, y los que le llevaban a su cargo, le acomodaron a la primera canal; pero aferró tanto en las piedras que le sustentaban con el peso de los caballos y artillería, que no quedó capaz de poderse mudar a los demás canales, como se habia presupuesto: ni llegó el caso de intentarlo; porque antes que acabáse de pasar el exercito el primer tramo de la calzada, fue necesario acudir a las armas, y se hallaron acometidos por todas partes, quando menos lo rezelaban.

Fue digna de admiracion en aquellos bárbaros la maestría con que dispusieron su faccion, y observaron con vigilante disimulacion el movimiento de sus enemigos. Juntaron, y distribuyeron sin rumor la multitud inmanejable de sus tropas: sirvieronse de la obscuridad y del silencio para lograr el intento de acercarse sin ser descubiertos. Cubrióse de canoas armadas el ámbito de la laguna, que venian por los dos costados sobre la calzada, entrando al combate con tanto sosiego y desembarazo, que se oyeron sus gritos, y el estruendo belicoso de sus caracoles, casi al mismo tiempo que se dexaron sentir los golpes de sus flechas.

Pereciera sin duda todo el exército de Cortés, si hubieran guardado los Indios en el pelear la buena ordenanza que observaron al acometer; pero estaba en ellos violenta la moderacion, y al empezar la cólera, cesó la obediencia, y prevaleció la costumbre, cargando de tropel sobre la parte donde reconocieron el bulto del exército, tan oprimidos unos de otros, que se hacian pedazos las canoas, chocando en la calzada; y era segundo peligro de las que se acercaban, el impulso de las que procuraban adelantarse. Hicieron sangriento destrozo los Españoles en aquella gente desnuda y desordenada; pero no bastaban las fuerzas al continuo exercicio de las espadas y los chuzos: y a breve rato se hallaron tambien acometidos por la frente, y llego el caso de volver las caras a lo mas executivo del combate; porque los Indios que se hallaban distantes, o los que no pudieron sufrir la pereza de los remos, se arrojaron al agua, y sirviendose de su agilidad y de sus armas, treparon sobre la calzada en tanto numero, que no quedaron capaces de mover las armas: cuyo nuevo sobresalto tuvo en aquella ocasion circunstancias de socorro; porque fueron faciles de romper, y muriendo casi todos, bastaron sus cuerpos a cegar el canal, sin que fuese necesario otra diligencia que irlos arrojando en él para que sirviesen de puente al exército. Asi lo refieren algunos escritores; aunque otros dicen que se halló dichosamente una viga de bastante latitud, que dexaron sin romper en la segunda puente, por la qual pasó desfilada la gente, llevando por el agua los caballos al arbitrio de la rienda. Como quiera que sucediese (que no son faciles de concordar estas noticias, ni todas merecen reflexion) la dificultad de aquel paso inexcusable se venció, mediando la industria o la felicidad: y la vanguardia prosiguió su marcha sin detenerse mucho en el último canal; porque se debió a la vecindad de la tierra la diminucion de las aguas, y se pudo esguazar facilmente lo que restaba del lago: teniendose a dicha particular que los enemigos, de tanta gente como les sobraba, no hubiesen echado alguna de la otra parte; porque fuera entrar en nueva y mas peligrosa disputa los que iban saliendo a la ribera fatigados y heridos, con el agua sobre la cintura; pero no cupo en su advertencia esta prevencion, ni al parecer, descubrieron la marcha; o sería lo mas cierto que no se hizo lugar entre su confusion y desorden el intento de impedirla.

Pasó Hernan Cortés con el primer trozo de su gente, y ordenando sin detenerse a Juan de Xaramillo que cuidáse de ponerla en esquadron como fuese llegando, volvió a la calzada con los Capitanes Gonzalo de Sandoval, Christoval de Olid, Alonso Dávila, Francisco de Morla, y Gonzalo Dominguez. Entró en el combate animando a los que peleaban, no menos con su presencia, que con su exemplo: reforzó su tropa con los soldados que parecieron bastantes para detener al enemigo por las dos avenidas: y entretanto mandó que se retiráse lo interior de las hileras, haciendo echar al agua la artillería para desembarazar el paso, y dar corriente a la marcha. Fue mucho lo que obró su valor en este conflicto; pero mucho mas lo que padeció su espíritu; porque le trahia el ayre a los oidos, envueltas en el horror de la obscuridad, las voces de los Españoles, que llamaban a Dios en el último trance de la vida: cuyos lamentos, confusamente mezclados con los gritos y amenazas de los Indios, le trahian al corazon otra batalla entre los incentivos de la ira, y los afectos de la piedad.

Sonaban estas voces lastimosas a la parte de la ciudad, donde no era posible acudir, porque los enemigos que andaban en la laguna, cuidaron de romper el puente levadizo antes que acabáse de pasar la retaguardia: donde fue mayor el fracaso de los Españoles, porque cerró con ellos el principal grueso de los Mexicanos, obligandolos a que se retirasen a la calzada, y haciendo pedazos a los menos diligentes, que por la mayor parte fueron de los que faltaron a su obligacion, y rehusaron entrar en la batalla, por guardar el oro que sacaron del quartel. Murieron estos ignominiosamente abrazados con el peso miserable que los hizo cobardes en la ocasion, y tardos en la fuga. Destruyeron su opinion, y dañaron injustamente al credito de la faccion, porque supusieron en el cómputo de los muertos, como si hubieran vendido a mejor precio la vida: y de buena razon no se habian de contar los cobardes en el número de los vencidos.

Retiróse finalmente Cortés con los últimos que pudo recoger de la retaguardia, y al tiempo que iba penetrando, con poca o ninguna oposicion, el segundo espacio de la calzada, llegó a incorporarse con él Pedro de Alvarado, que debió la vida poco menos que a un milagro de su espíritu y su actividad: porque hallandose combatido por todas partes, muerto el caballo, y con uno de los canales por la frente, fixó su lanza en el fondo de la laguna, y saltó con ella de la otra parte, ganando elevacion con el impulso de los pies, y librando el cuerpo sobre la fuerza de los brazos. Maravilloso atrevimiento, que se miraba despues como novedad monstruosa, o fuera del curso natural: y el mismo Alvarado, considerando la distancia y el suceso, hallaba diferencia entre lo hecho y lo factible. No quiso acomodarse Bernal Diaz del Castillo a que dexáse de ser fingido este salto; antes le impugnó en su Historia, no sin alguna demasia, porque lo dexa y vuelve a repetir, con desconfianza de hombre que temió ser engañado entonces, o que alguna vez se arrepintió de haber creido con facilidad. Y en nuestro sentir es menos tolerable que Pedro de Alvarado se pusiese a fingir en aquella coyuntura una hazaña sin proporcion ni probabilidad, que quando se creyese, dexaba mas encarecida su ligereza, que acreditado su valor. Referimos lo que afirmaron y creyeron los demás escritores, y lo que autorizó la fama, dando a conocer aquel sitio por el nombre del salto de Alvarado; sin hallar gran disonancia en confesar que pudieron concurrir en este caso, como en otros, lo verdadero y lo inverisímil: y a vista del aprieto en que se halló Pedro de Alvarado, se nos figura menos digno de admiracion el suceso, teniendole, no tanto por raro contingente negado a la humana diligencia, como por un esfuerzo extraordinario de la última necesidad.

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