Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO PRIMERO.


CAPÍTULO DÉCIMOPRIMERO.

Pasa Cortes con la armada a la villa de la Trinidad, donde la refuerza con número considerable de gente. Consiguen sus émulos la desconfianza de Velazquez, que hace vivas diligencias para detenerle.


Partió la armada del puerto de Santiago de Cuba en diez y ocho de Noviembre del año de mil quinientos y diez y ocho: y costeando la Isla por la banda del norte ácia el oriente, llegó en pocos dias a la villa de la Trinidad, donde tenia Cortés algunos amigos, que le hicieron grata acogida. Publicó luego su jornada, y se ofrecieron a seguirle en ella: Juan de Escalante, Pedro Sanchez Farfan, Gonzalo Mexía y otras personas principales de aquella poblacion. Llegaron poco despues en su seguimiento Pedro de Alvarado y Alfonso Dávila, que fueron Capitanes en la entrada de Juan de Grijalva, y quatro hermanos de Pedro de Alvarado, que se llamaban Gonzalo, Jorge, Gomez y Juan de Alvarado. Pasó la noticia a la villa de Santi Spíritus, que estaba poco distante de la Trinidad, y de ella vinieron con el mismo intento de seguir a Cortés Alonso Hernandez Portocarrero, Gonzalo de Sandoval, Rodrigo Rángel, Juan Velazquez de Leon, pariente del Gobernador, y otras personas de calidad, cuyos nombres tendrán mejor lugar, quando se refieran sus hazañas. Con este refuerzo de gente noble, y con otros cien soldados que se juntaron de ambas poblaciones, iba tomando considerable cuerpo la armada: y al mismo tiempo se compraban bastimentos, municiones, armas y algunos caballos, ayudando todos a Cortés con su caudal y con sus diligencias, porque sabía grangear los ánimos con el agrado y con las esperanzas, y ser superior, sin dexar de ser compañero.

Pero apenas volvió las espaldas al Puerto de Santiago, quando sus emulos empezaron a levantar la voz contra él, hablando ya en su inobediencia con aquel atrevimiento cobarde que suele facilitar los cargos del ausente. Oyólos Diego Ve1azquez, y aunque fue con desagrado, reconocieron en su ánimo una seguridad inclinada al rezelo, y facil de llevar ácia la desconfianza; para cuyo fin se ayudaron de un viejo que llamaban Juan Millán, hombre que sin dexar de ser ignorante, profesaba la Astrología: loco de otro género, y locura de otra especie. Este, inducido de los demás, le dixo con grandes prevenciones del secreto algunas palabras misteriosas de la incierta seguridad de aquella armada, dandole a entender que hablaban en su lengua las estrellas: y aunque Diego Velazquez tenia entendimiento para conocer la vanidad de estos pronósticos, pudo tanto el hablarle a propósito de lo que temia, que el despreciar al Astrólogo fue principio de creer a los demás.

De tan débiles principios como estos nació la primera resolucion que tomó Diego Velazquez de romper con Hernan Cortés, quitandole el gobierno de la armada. Despachó luego dos correos a la villa de la Trinidad con cartas para todos sus confidentes, y una orden expresa para que Francisco Verdugo, su cuñado, que entonces era su Alcalde mayor en aquella villa, le desposeyese judicialmente de la Capitania general, suponiendo que ya estaba revocado el título con que la servía, y nombrada persona en su lugar. Llegó brevemente a noticia de Cortés este contratiempo, y sin rendir el ánimo a la dificultad del remedio, se dexó ver de sus amigos y soldados, para saber como tomaban el agravio de su Capitan, y conocer si podia fiarse de su razon en el juicio que hacian de ella los demás. Hallólos a todos, no solo de su parte, sinó resueltos a defenderle de semejante injuria, sin negarse al último empeño de las armas. Y aunque Diego de Ordaz y Juan Velazquez de Leon estuvieron algo remisos, como mas dependientes del Gobernador, se reduxeron facilmente a lo que no pudieran resistir: con cuya seguridad pasó despues a verse con el Alcalde mayor, sabiendo ya lo que llevaba en su queja. Ponderóle quanto aventuraba en ponerse de parte de aquella sinrazon, disgustando a tanta gente principal como le seguia, y quanto se podia temer la irritacion de los soldados, cuya voluntad habia grangeado para servir mejor con ellos a Diego Velazquez, y le embarazaba ya para poder obedecerle: hablando en uno y otro con un género de resolucion, que sin dexar de ser modestia, estaba lexos de parecer humildad, o falta de espíritu. Conoció Francisco Verdugo la razon que le asistia; y poco inclinado, por su misma generosidad, á ser instrumento de semejante violencia, le ofreció, no solamente suspender la orden, sinó replicar a ella, y escribir a Diego Velazquez para que desistiese de aquella resolucion, que ya no era practicable por el disgusto de los soldados, ni se podria executar sin graves inconvenientes. Ofrecieron lo mismo Diego de Ordaz, y los demás que tenian con él alguna autoridad: cuyo medio se executó luego; y Hernan Cortés le escribió tambien, doliendose amigablemente de su desconfianza, sin ponderar su desayre, ni olvidar el rendimiento, como quien se hallaba obligado a quejarse, y deseaba no tener razon de parecer quejoso, ni ponerse en términos de agraviado.

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