Índice de Historia de la conquista de México. Población y progresos de la América Septentrional conocida con el nombre de Nueva España de Antonio de SolísAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO QUINTO.


CAPÍTULO DÉCIMO.

Marcha el exercito, no sin vencer algunas dificultades. Previenese de una embajada cautelosa el Rey de Tezcúco; de cuya respuesta, por los mismos términos, resulta el conseguirse la entrada en aquella ciudad sin resistencia.

Caminó aquel dia el exército seis leguas, y se alojó al caer del sol en el lugar de Tezmelúca: nombre, que significa en su lengua, el encinar. Era poblacion considerable, situada en los confines Mexicanos, y en la jurisdiccion de Guaxocingo, cuyo Cacique tuvo suficiente provision para toda la gente, y algunos regalos particulares para los Españoles. El dia siguiente se continuó la marcha por tierra enemiga, con todas las advertencias que parecieron necesarias. Tuvieronse algunos avisos de que habia junta de Mexicanos en la parte contrapuesta de una montaña, cuyos peñascos y malezas dificultaban por aquella parte la entrada en el camino de Tezcúco: y porque se llegó a este parage algunas horas despues de medio dia, y era de temer la vecindad de la noche para entrar en disputas de tierra quebrada y montuosa, hizo alto el exército, y se alojó lo mejor que pudo al pie de la misma sierra, donde se previnieron los ranchos de grandes fuegos, que apenas bastaron para que se pudiese resistir sin alguna incomodidad la destemplanza del frio.

Pero al amanecer empezó la gente a subir la cuesta, y a penetrar la maleza del monte al paso de la artillería; pero a poco mas de una legua, vinieron los batidores con noticia de que tenian los enemigos cerrado el camino con árboles cortados, y estacas puntiagudas embebidas en tierra movediza para mancar los caballos. Y Hernan Cortés (que no sabia perder las ocasiones de animar a los suyos) dixo en alta voz azia los Españoles: No parece que desean mucho estos valientes verse con nosotros, puesto que nos embarazan el uso de los pies, para que tardemos algo mas en venir a las manos. Y sin detenerse, mandó que pasasen a la vanguardia dos mil Tlascaltécas a desviar los impedimentos del camino: lo qual executaron con tanta celeridad, que apenas se pudo conocer la detencion en la retaguardia. Pasaron delante algunas compañias a reconocer los parages donde se podian temer emboscadas, y con el resguardo que pedian aquellos indicios de vecina oposicion, se caminaron dos leguas que faltaban hasta la cumbre.

Descubriase desde lo mas alto la gran laguna de México: y Hernan Cortés acordo a los suyos con esta ocasion lo que alli se habia padecido, sin olvidar las felicidades y riquezas que se poseyeron en aquella ciudad, mezclando entonces los bienes y los males, para dar calor a la venganza con los incentivos del interes. Descubrianse tambien algunos humos en las poblaciones distantes que se iban sucediendo con poca intermision: y aunque no se dudó que serian avisos de haberse descubierto el exército, se continuó la marcha con poco menor dificultad, y con el mismo rezelo; porque duraban las asperezas del camino, y franqueaba poca tierra la espesura del bosque.

Pero vencido este impedimento, se descubrió a largo trecho el exercito enemigo que ocupaba el llano sin moverse, con señas de aguardar en algun puesto de facil retirada. Alegraronse los Españoles, celebrando como felicidad la prontitud de la ocasion: y sucedió lo mismo a los Tlascaltécas; aunque a breve rato se hizo en ellos furor el contento, y fueron necesarias voces de Cortés, y diligencias de sus Capitanes para que no se desordenasen con el ansia de pelear. Estaban los Mexicanos a la otra parte de un barranco grande, o quiebra del terreno qúe necesariamente se habia de pasar, por donde iba profundando su camino un arroyo, que recogia las corrientes de la sierra, y llevaba entonces agua considerable. Tenia por aquella parte una puentecilla de madera para el uso de los pasageros, la qual pudieran haber cortado con facilidad; pero segun lo que se presumió despues, la dexaron de intento para ir deshaciendo a sus enemigos en el paso estrecho, teniendo por imposible que se pudiesen doblar de la otra parte con tanta oposicion. Asi lo discurrieron quando hacian la cuenta lejos del peligro; pero al reconocer el exército de Cortés, que no habian considerado tan numeroso, cayeron otras especies menos fantasticas sobre su imaginacion. Faltóles el ánimo para mantener aquel puesto: y deseando afectar el valor, o no descubrir el miedo, tomaron resolucion de irse retirando poco a poco sin volver las espaldas, reconociendo, al parecer, la diferencia que hay entre fuga y retirada.

Dió Hernan Cortés calor a la marcha: y al reconocer el barranco, tuvo a gran fortuna que se hubiese desviado el enemigo: porque, aun hallado sin resistencia, se pasó con dificultad. Dispuso que se adelantasen veinte caballos con algunas compañias de Tlascaltécas a entretener la marcha, sin entrar en mayor empeño, hasta que pasando el resto de la gente, los se aseguráse la faccion. Pero apenas reconocieron los Mexicanos que se iba doblando el exército a la otra parte de la zanja, quando perdieron toda su política, y se declararon por fugitivos, desuniendose a buscar atropelladamente las sendas menos holladas, o el refugio de los montes.

No quiso Hernan Cortés detenerse a seguir el alcance, porque le importaba ocupar brevemente a Tezcúco, y qualquiera dilacion se debía mirar como desvio del intento principal; pero se hizo de paso algun daño en los Mexicanos, que se hallaban escondidos entre la maleza del bosque. Y aquella noche; se alojo el exercito en un lugar recien despoblado, tres leguas de Tezcúco; donde se tomo por quarteles el descanso, dobladas las centinelas, y con las armas casi en las manos. Pero el dia siguiente, a poca distancia de este lugar, se reconoció en el camino una tropa de hasta diez Indios, al parecer, desarmados, que venian a paso largo, con señas de mensageros o fugitivos, y trahian levantada en alto una lamina de oro en forma de bandera, que se tuvo por insignia de paz. Era el principal de ellos un Embajador, por cuyo medio rogaba el Rey de Tezcúco a Cortés que no hiciese daño en los pueblos de su dominio: dando a entender que deseaba entrar en su confederacion, a cuyo fin tenia prevenido en su ciudad alojamiento decente para todos los Españoles de su exército, y serían asistidas fuera de los muros con lo que hubiesen menester las naciones que le acompañaban. Examinóle con algunas preguntas Hernan Cortés; y él, que no venia mal instruido, respondió a todas sin embarazarse: añadiendo que su amo estaba ofendido y quejoso del Emperador que reynaba entonces en México, porque no habiendose ajustado a votar por él en su eleccion, trataba de vengarse con algunas extorsiones indignas de su paciencia: para cuya satisfaccion estaba en ánimo de unirse con los Españoles, como uno de los mas interesados en la ruina de aquel tirano.

No dicen nuestros historiadores (o lo dicen con variedad) si reynaba entonces en Tezcúco el hermano de Cacumatzin, a quien dexámos preso en México, por haber conspirado contra Motezuma y contra los Españoles. Queda referido como se le dió la corona a su hermano, y el voto electoral a instancia de Cortés: y segun el suceso, parece que ya reynaba el desposeido, siendo muy creible que lo dispusiese asi el nuevo Emperador, mediando en su restitucion la circunstancia de ser enemigo capital de los Españoles, a cuya opinion hace algun viso la desconfianza de Cortés: porque apenas recibió la embajada, quando se apartó del Embajador para conferir con sus Capitanes la respuesta. Pareció á todos poco segura la proposicion, y que no se debia esperar tanto de un Príncipe ofendido; pero que supuesta la resolucion que llevaba de ocupar aquella ciudad por fuerza de armas, se podia tener a buena fortuna que les franqueasen la entrada: cuya primera dificultad excusarian admitiendo la oferta; y una vez dentro de los muros (en lo qual se debia llevar la misma cautela que si se acabaran de ganar por asalto) se obraria lo que pidiese la ocasion. Asi lo determinaron: y Hernan Cortés despachó al Enviado, respondiendo a su Príncipe, que admitia la paz, y aceptaba el alojamiento que le ofrecia: deseando corresponder enteramente a la buena inteligencia con que se solicitaba su amistad.

Volvió a marchar el exército, y aquella tarde se alojó en uno de los arrabales de la ciudad o village muy cercano a ella; dilatando la entrada para la mañana siguiente, por lograr el dia entero en una facdon, que segun los indicios, no podía caber en pocas horas: siendo uno de ellos el hallarse desamparado aquel pueblo; y otro de no menor consideracion, el no haberse dexado ver el Cacique, ni enviado persona que visitáse a Cortés. Pero no se oyó rumor de armas, ni se ofreció novedad, hasta que al salir del sol, se dieron las órdenes, y se dispuso el exército para el asalto, que ya se tenia por inexcusable; aunque se conoció poco despues que no era necesario, porque se halló abierta y desarmada la ciudad. Avanzaron algunas tropas a ocupar las puertas, y se hizo la entrada sin resistencia; pero Hernan Cortés, dispuesto a pelear, fue penetrando las calles, sin perder de vista las apariencias de la paz entre los rezelos de la guerra: y caminó en la mejor ordenanza que pudo, hasta que saliendo a una gran plaza, se dobló con la mayor parte de su gente, y ocupó con el resto las calles del contorno. Los paisanos, cuya muchedumbre se dexó ver algunas veces en el paso, andaban como asombrados, trayendo en el rostro mal encubiertos los achaques del ánimo: y se reparó en que faltaban las mugeres. Circunstancias que se daban la mano con los primeros indicios.

Pareció conveniente ocupar el adoratorio príncipal, cuya eminencia dominaba la ciudad, descubriendo la mayor parte de la laguna: y nombró Hernan Cortés para esta faccion a Pedro de Alvarado, Christoval de Olid y Bernal Diaz del Castillo, con algunas bocas de fuego, y bastante número de Tlascaltécas. Pero hallando aquel puesto sin guarnicion, avisaron desde lo alto que se iba escapando mucha gente de la ciudad, unos por tierra en busca de los montes, y otros en canoas la vuelta de México: cuya noticia no dexó que dudar en el engaño del Cacique. Mandó Hernan Cortés que le buscasen para traherle a su presencia: y por este medio averiguó que se habia retirado poco antes al exército de los Mexicanos, llevando consigo la poca gente que se quiso ajustar a seguirle, que (segun lo que decian aquellos paisanos) era de cortas obligaciones: porque la nobleza y el resto de sus vasallos aborrecian su dominio, y se quedaron con pretexto de buscarle despues. Averiguóse tambien que tenia resuelto agasajar a los Españoles hasta merecer su confianza, y conseguir su descuido, para introducir despues las tropas Mexicanas que acabasen con todos ellos en una noche; pero quando supo de su Embajador las grandes fuerzas con que le buscaba Hernan Cortés, le faltó el ánimo para mantener su estratagema; y tuvo por mejor consejo el de la fuga, dexando su ciudad y sus vasallos a la discrecion de sus enemigos.

Dió la felicidad en este suceso quanto pudieran la industria y el valor. Deseaba Hernan Cortes ocupar a Tezcúco, puesto ventajoso para su plaza de armas, y necesario para su empresa; y el ardid intentado por el Cacique le franqueó sin disputa las puertas de aquella ciudad. Su fuga le desvió un embarazo en que habia de tropezar cada instante la desconfianza o el rezelo: y el descontento de sus vasallos le facilitó el camino de traherlos a su devocion. Que quando se ha de acertar, todo es oportuno, y quizá por esta consideracion se puso lo afortunado entre los atributos de los Capitanes: en cuyas disposiciones obra el valor lo que ordenó la prudencia, y se hallan la prudencia y el valor, sucedido lo que facilitó la felicidad o la fortuna. Entendió mal, o no entendió la gentilidad este vocablo de la fortuna: dabale su adoracion como á deidad, aunque achacosa, y deslucida con sus ceguedades y mudanzas; pero nosotros conocemos por este mismo nombre las dádivas gratuitas de la divina beneficencia: con que viene a quedar mejor entendida la felicidad, mejor colocada la fortuna, y mejor favorecido el afortunado.

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