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Memorias de un socialista revolucionario ruso

Boris Savinkov

LIBRO CUARTO
CAPÍTULO SEGUNDO
SE DESCUBRE LA TRAICIÓN DE AZEV
TERCERA PARTE


El tribunal de honor, como ya he dicho más arriba, estaba compuesto de G. A. Lopatin, el príncipe P. A. Kropotkin y V. N .Fígner, designados por el Comité Central, de acuerdo con Burtsev. Los representantes del partido eran: V. M. Chernov, M. A. Natanson y yo. El tribunal empezó a fines de octubre y se reunió primero en el local de la Biblioteca Lavrov (50, rue Lhomond) y después en mi domicilio (32, rue Lafontaine).

Las primeras sesiones fueron dedicadas al informe de Burtsev. Este répitió lo que me había dicho en sus conversaciones particulares; la impotencia de la Organización de Combate y los numerosos encarcelamientos de los últimos años, particularmente la ejecución de Zilberberg y Suliatitski, las detenciones del 31 de marzo de 1907 y las de los miembros de] destacamento combativo volante del Norte (Karl Trauberg y otros) le habían convencido hacía tiempo de la existencia de un confidente en los organismos del partido y aun posiblemente en el Comité Central. Por el procedimiento de la exclusión, fijó precisamente su atención en Azev. Los informes relativos a Raskin y Vinográdov, comunicados por Bakai y la coincidencia de estos nombres con el de Azev le convencieron de que sus sospechas eran fundadas. Las manifestadones de Lopujin desvanecieron la última sombra de duda.

El informe de Burtsev hizo vacilar, por lo visto, a Kropotkin y Lopatin. Ni el uno ni el otro conocían a Azev; las consideraciones expuestas por Burtsev, y sobre todo, las manifestaciones de Lopujin, constituían, efectivamente, un material considerable para la acusación. Fígner conocía desde hacía mucho tiempo a Azev, y después del informe de Burtsev seguía creyendo firmemente en su inocencia.

Natanson, Chernov y yo pedimos la palabra para controvertir las manifestaciones de Burtsev.

Chernov, no sólo defendió a Azev, sino que acusó a Burtsev. Comenzó refutando sus pruebas una tras otra.Explicó las causas de la ejecución de Zilberberg y Suliatitski y de las detenciones indicadas por la acusación. En opinión suya y en la nuestra, no había por qué buscar dichos motivos en la provocación de Azev; las oetenciones habían podido ocurrir de un modo natural y por la vigilancia policiaca; la ejecución de Zilberberg y Suliatiski contra los cuales el tribunal no pudo aducir ninguna prueba, podía atestiguar, naturalmente, la existencia de la provocación, pero en ningún caso señalaba precisamente a Azev. Después Chernov se detuvo en la esencia misma de la acusación. Indicó que el origen de la misma eran dos personas, una de ellas, Bakai, exconfidente y agente de la Okrana, lo cual bastaba para acoger con desconfianza sus declaraciones. Pero además éstas adolecían de inexactitud; así, por ejemplo, al comunicar que en 1904 Raskin visitó a N. en Varsobia no fija con exactitud la fecha de dicha visita, con lo cual su declaración pierde todo valor. La otra persona es el exdirector del departament de policia Lopujin, de cuya competencia en cuestiones de provocaciones no se podría, naturalmente, dudar; pero que era dudoso que mereciera más confianza que Azev, que había militado durante tantos años en el partido. Che

nov renunció a a aclarar en todos los detalles la enigmática historia de las manifestaciones de Lupujin, pues no tenía datos para ello pero como una de las hipótesis admisibles, proponía lo siguiente: el gobierno hace ya tiempo que procura desmoralizar al partido, acusando de confidente a uno de sus caudillos preminentes. Asi fue en 1905, cuando se recibió la famosa carta anónima de origen policiaco; así fue en 1906, cuando tatarov acusó a Azev; así fue en 1907, cuando se recibieron en Sarátov informes relativos a un importante confidente llamado Valuiski (Azev). Así ocurre también, naturalmente, en la actualidad. La única diferencia consiste en que ahora el papel principal lo desempeñan Bakai y Lopujin, y Burtsev no es más que un juguete en sus manos. Hasta tal punto es así, que Burtsev, antes de comunicar sus sospechas al Comité Central, ha juzgado posible hablar de las mismas con militantes del partido, con lo cual ha perjudicado ya a éste, ha introducido la desmoralización en el mismo y ha servido los intereses del gobierno. Por este motivo, Chernov pidió que se acusara a Burtsev de ligereza y propuso se acordara estimar infundados y de origen poco fidedignos los hechos comunicados por él.

Natanson apoyó a Chernov, sobre todo en la parte del discurso en que éste puso de manifiesto la conducta incorrecta de Burtsev con respecto al partido y al Comité central.

Yo no estaba enteramente de acuerdo con Chernov y Natanson; consideraba, en primer lugar, que acusar a Burtsev de incorreción era tan insignificante, que fijar la atención en este punto significaba perder el tiempo en vano. El centro de gravedad estaba constituído por las sospechas contra Azev, a las cuales se habían de oponer los hechos de la biOgrafia revolucionaria de este último. Esto es lo que hice ante el tribunal. En segundo lugar, no estaba de acuerdo con la hipótesis de Chernov: no creía que Lopujin pudiera desempeñar el papel de provocador.

El tribunal, sin embargo, no se mostró convencido con nuestros discursos. Fígner continuaba teniendo la misma confianza de antes en Azev; pero Lopatin y Kropotkin vacilaban.

Una vez pregunté a Loputin:

- ¿Qué opina usted, German Alexándrovich?

Lopatin dijo:

- Lo que me parece es que con tales indicios a veces se mata a un hombre.

Kropotkin, por lo visto, admitía la posibilidad de un doble juego por parte de Azev; esto es, que engañara al mismo tiempo al Gobierno y a los revolucionarios. Para él, como para Lopatin, el único hecho importante en favor de Azev era el asunto X. Pero no podían relacionar su provocación con la participación en el atentado que no había sido descubierto contra el zar.

Era éste el único punto de nuestras objeciones que tenía un sentido a los ojos de los jueces. En cambio, las manifestaciones de Lopujin hacían inclinar la balanza de un modo determinado del lado de la acusación.

Lopatin, que había escuchado con gran atención nuestros discursos, me dijo en conversación particular:

- ¿Cómo explica usted el papel de Lopujin?

- A la izquierda. Lopujin, a la derecha Azev. Lopujin, naturalmente, no participa en la intriga policiaca aun en el caso de que ésta exista, de lo cual se puede dudar. Pero yo, comO es natural, me inclino más a dar crédito a Azev que a Lopujin.

Lopatin movió la cabeza.

- Lúpujin no está interesado en no decir la verdad.

- Sí -contesté yo-. Yo tampoco puedo comprender su actitud; pero tengo confianza en Azev, y estoy convencido de que no es culpable.

Dije también que, a mi juicio, todo este equívoco se explicaba no por una intriga policíaca, sino mucho más sencillamente: en parte por habladurías, en parte por coincidencias casuales, en parte, acaso, por errores sinceros. Como ya he dicho, yo me inclinaba por la suposición de que Lopujin se había equivocado.

La última reunión fue consagrada al interrogatorio de los testigos. Fueron llamadas algunas personas, entre ellas Bakai, cuya declaración fue la única que tuvo interés para el tribunal.

Bakai repitió lo que había contado ya Burtsev. Sin embargo, ni una sola vez identificó a Azev con Raskin o Vinográdov. Subrayó varias veces que de lo único que no dudaba era de la existencia de un confidente en los organismos centrales; pero que ignoraba quién era dicho confidente, Durante el interrogatorio se aclaró el carácter de la actividad anterior de Bakai, el cual cOnfesó que en 1900-1901 había estado al servicio de la policía en Yeknterinoslav en calidad de agente secreto.

Al interrogar a Bakai, Chernov, Natanson y yo intentábamos demostrar a los jueces que las palabras de aquél no merecían ningún crédito. Chernov, particularmente, indicó las contradicciones en que había incurrido en sus declaraciones. No conseguimos nuestro fin. Cuando pregunté a Kropotkin, juez ideal por su imparcialidad, qué impresión le había causado Bakai, contestó tranquilamente:

- ¿Qué impresión? Buena.

A Lopatin le parecía tambien que Bakai decía la verdad. Sólo Fígner estaba de acuerdo con nosotros.

Burtsev refutó nuestra opinión sobre Bakai, de cuya sinceridad estaba completamente convencido, Esta convicción se basaba no sólo en impresiones personales, sino también en hechos: Bakai comunicó a más de 50 personas confidentes del partido socialista polaco; había advertido en Petersburgo las detenciones de 31 de marzo de 1907 cuando se estaban preparando, pero esas advertencias no fueron utilizadas; informó de la vigilancia que se ejercía cerca del laboratorio socialdemócrata existente en Kuokkala, en Finlandia. Había sido detenido por sus relaciones con Burtsev, y deportado a la provincia de Tobolsk, de donde se fugó con la ayuda de Burtsev y no de una persona desconocida.

Estos hechos de la biografía de Bakai no nos convencieron a Natanson, a Chernov y a mí de la veracidad de sus palabras. No podíamos olvidar que Bakai fue confidente y después estuvo mucho tiempo al servicio de la Okrana.

Tras el interrogatorio de los testigos y de los discursos de Burtsev se nos concedió la palabra a Chernov, a Natanson y a mi. Intentamos nuevamente destruir las pruebas de Burtsev y oponer a las mismas los hechos indiscutibles de la acción terrorista de Azev.

El tribunal, después de escucharnos, interrumpió sus labores con el fin de interrogar a algunos testigos que se hallaban fuera de París y para procurarse los documentos necesarios, pues la carta anónima de 1905 y la comunicación de Sarútov estaban en el archivo del partido en Finlandia.

Habia que interrogar a Lopujin. Burtsev le escribió una carta, pidiéndole que viniera con este objeto al extranjero. Por nuestra parte, con la autorizaciÓn del tribunal, mandamos a Petersburgo al miembro del Comité Central Argunov, con el fin de que recogiera informes con respecto a Lopujin, a su actitud frente al Gobierno, a sus convicciones políticas, a su personalidad, a los motivos por los cuales no fue admitido en el partido constitucional-demócrata y en el Colegio de Abogados. Después de decidir la suspención de sus trabajos, los miembros del tribunal se fueron de Paris. Lopatin se marchó a Italia, Kropotkin regresó a Londres. Tanto el uno como el otro se llevaron consigo grandes dudas acerca de la honorabilidad de Azev, y nosotros esto lo sabíamos.

El tribunal, como yo lo había previsto, no sólo no fue útil para el partido., sino que, al contrario, amenazaba con provocar complicaciones poco deseables.

Chernov, Natanson y yo decidimos ir al conflicto directo con el tribunal, en caso de que Hurtsev fuera absuelto.

Azev no nos inspiraba aún la menor sospecha. Todas las acusaciones de Burtsev nos parecían, no sólo un equivoco lamentable y absurdo, ofensivo para el partido, para Azev y para nosotros, sino también faltas de todo fundamento e incluso de verosimilitud.

Durante el tribunal, Azev vivía en el Mediodia de Francia. Las acusaciones de Burtsev le inquietaban, y escribia cartas en las cuales no ocultaba esta inquietud, que yo me explicaba por su sentimiento de dignidad herida.

El 21 de octubre me escribía:

No acabo de comprender el modo cómo se ha planteado la cuestión. La acusación hubiera podido ser formulada así: ¿tenía derecho Burtsev, basándose en todos los datos que posee, a difundir, etc., etc.? Me imaginaba que las cosas irían más rápidamente. Burtsev declara todo lo que sabe, se examinan sus manifestaciones y se decide si tenía o no derecho a hacer lo que ha hecho. ¿A qué viene el interrogatorio de Bakui y de los testigos que se hallan fuera de París? Pero, en fin, vosotros sabréis lo que hacéis. De lo que estoy convencido es de que no incurriréis en error. Es casi seguro que escucharé tu consejo y no regresaré en seguida.

En otra carta, fechada el 26 de octubre en San Sebastián, decía:

Amigo mío:

Naturahnente, los jueces no son unos historiadores; tienen el deber de escucharlo y de comprobarlo todo y de exigir pruebas incluso a vosotros. Pero ... os halláis en posiciones desiguales: de una parte, vosotros; de la otra, la policía (me coloco en tu punto de vista sobre Bakai). Ahora bien: ¿cómo podréis demostrar a los jueces, por ejemplo, la afirmación de Bakai de que cuando Raskin llegó a Varsovia y tenía que visitar a N. en la Okrana se dió la orden de no vigilar a N., a fin de que los espías no vieran a Raskin? ¿Cómo demostrarlo? No lo entiendo. Con respecto a la carta escrita por Kremenetski, anda también a demostrar, aunque, a decir verdad sea más fácil, pues la explicación de que por ese acto no se hiciera mas que trasladar a un funcionario a Siberia, es bastante extrana. Lo que se podría, naturalmente, hacer es obligar a Burtsev a que, con ayuda de las relaciones que tiene en la Okrana, demostrara documentalmente que Kremenetski fue trasladado a Siberia precisamente después de aquella carta, es decir, de agosto de 1905. En general, me parece que es casi imposible para vosotros refutar todo lo que procede de la Okrana. Los jueces, como no son unos historiadores, tienen el deber de colocarse también en este punto de vista. Incluso en los juicios habituales se ha introducido la institución del Jurado, con el fin de decidir, no exclusivamente de un modo formal, sino tomando en consideración otras muchas cosas. Con este punto de vIsta hay en este tribunal muchas cosas incomprensibles para mí, sobre todo la interrupción para proceder a interrogatorios infinitos. No critico amigo mío; pero no lo veo todo con claridad, o, mejor dicho, en todo esto desempeña su papel mi estado de ánimo, mi subjetivismo. Quisiera haberme librado ya de una vez de todas esas porquerías; estoy ya de todo esto hasta la coronilla.

En noviembre llegó Azev a París.

Vino a verme muy abatido y fatigado. Tuvimos la conversación siguiente. Le repetí todas las acusaciones de Bakai (en nuestras conversaciones privadas Burtsev me concedió el derecho de hacerlo; contraje solamente el compromiso de no decir nada a propósito de las manifestaciones de Lopujin). Dije que tenía la impresión de que dos de los jueces, Lupatin y Kropotkin, daban crédito a Burtsev. Añadí que, además de la de Bakai, existía una declaración que no tenia derecho a revelar.

Azev se inquietó:

- ¿Otra vez un Bakai cualquiera?

- No, ningún Bakai.

- Pero, ¿un funcionario de la policía?

- No lo sé.

Azev cambió de conversación y dijo:

- - Si.

Azev se calló. Después, de repente, se puso a reír.

- Sí, naturalmente, no sois muy inteligentes para que no se os pudiera engañar.

Y tras unos minutos de silencio añadió:

- ¿Has dicbo que hay otra declaración? Seguramente es de origen policíaco, ¿verdad?

- No lo sé -contesté de nuevo.

Dije después a Azev que no acababa de comprender su conducta. Hubiera comprendido su renuncia al tribunal y el viaje a Rusia con los miembros de la Organización de Combate, con el fin de actuar, y no se había mostrado conforme Con ello. Hubiera comprendido asimismo su inhibición completa con respecto al tribunal y a la marcha de sus deliberaciones. Pero no hizo ni lo uno ni lo otro: deseaba que el tribunal se reuniera, y en las cartas que me dirigió procuraba influenciarlo. Además, conocía sólo una parte de la acusación: la principal la desconocía. Le dije que no comprendía cómo podía conciliarse con un estado de cosas tal; que, una de dos: o se juzga a Burtsev y no se tiene sospecha alguna respecto de la honorabilidad de Azev, y entonces deben ser comunicados a éste todos los materiales de la instrucción, o bien Azev es sospechoso, y entonces hay que juzgarlo a él y no a Burtsev. Dije, finalmente, que veía que los argumentos de Natanson, Chernov y míos no causaban ningún efecto a los jueces, y que éramos impotentes para defenderle. A mi juicio debía presentarse él mismo ante el tribunal, refutar a Burtsev y defenderse: sólo él podía defender su honor.

Azev dijo:

- Yo creía que, como compañeros, me defenderíais.

Contesté que habíamos hecho todo lo posible, y que no era culpa nuestra si no podíamos hacer más.

Azev guardó silencio durante largo rato. Después dijo:

- Así, pues, ¿crees que será mejor si comparezco ante el tribunal?

- Sí.

De nuevo tardó un rato en contestar.

- No. No puedo, no tengo fuerzas para ello.

Parecía completamente abatido. Yo callaba.

- ¿Y si me fuera a Rusia? -dijo de nuevo.

- Vamos.

- Pero, ¿y si os ahorcan a todos?

Le dije que no tuviera en cuenta eso.

- No -dljo-, esto no puedo hacerlo ...

Al marcharse me besó.

- ¿Sabes lo que te digo? Esta historia me matará ...

Unos dias después recibí la siguiente carta suya:

21 de diciembre.

Amigo mío:

Hoy he ido a tu casa, fuí tamblén ayer y te esperé toda la tarde. Quería decirte que Victor, el lunes, no podrá tomar parte en la reunión, y sobre todo, que he decidido no tomar parte en la misma por dos motivos: primero de las conversaciones preliminares con V. he comprendido que no puedo conocer todos los detalles del tribunal, y lo que pueda decir con respecto a los hechos que conozco, lo he dicho ya a ti y a Victor; temo que os pueda perjudicar incluso a todos vosotros, o mejor dicho, cohibiros. No conozco completamente ni el estado de la instrucción ni la psicología de los jueces, y seguramente tengo una idea errónea del procedimiento a seguir para nuestra defensa, y no quisiera que mi opinión (seguramente errónea) ejerciera una influencia sobre vosotros. Quiero evitar que se repita el reproche de que tomo una participación activa o insuficientemente activa en este asunto. En el transcurso de éste he mantenido siempre el criterio, con vuestra aprobación, de no mezclarme en nada (vuestro consejo era el siguiente: no te muevas y no pienses en esto, ya lo arreglaremos). No puedo considerar como una intervención activa el hecho de que a tu pregunta sobre la necesidad o inutilidad del tribunal contestara que me parecía mejor que el tribunal Se reuniera, pero al mismo tiempo os concedía el derecho de resolver la cuestiÓn a vosotros mismos y os decía que me asociaba completamente a vuestra decisión. Vosotros decidisteis. Mi actividad se manifestó sólo en el hecho de que expresé concretamente mi deseo de que tú formaras parte del tribunal, tal como lo deseabas. Son estos los dos motivos que me deciden a no participar en dicha reunión, es decir, que me inducen a renunciar en la iniciativa de la misma. Si consideráis necesario poneros de acuerdo, podéis hacerlo y tomar en consideración, si lo estimáis conveniente, lo que te he dicho a ti y a V. Después hay que acelerar el asunto, adoptar todas las medidas y tomar en consideración mi demanda de que la sensación (1) sea llamada a un careo. Con respecto a las indicaciones de hecho de los materiales, me he puesto ya de acuerdo con V.

Tu
Iván.

La entrevista relatada más arrlba y esta carta suscitaron en mí las primeras sospechas.



Nota

(1) Lopujin.
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