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Memorias de un socialista revolucionario ruso

Boris Savinkov

LIBRO CUARTO
CAPÍTULO PRIMERO
DETENCIÓN Y FUGA
SEXTA PARTE


Después de la disolución de la Duma de Estado (julio de 1906), el Comité Central decidió reanudar el terror. De los miembros de la Organización de Combate una parte se había marchado al extranjero y a provincias y otra había sido detenida. Correspondía a Azev la misión de reunirlos de nuevo y de completar la organización con nuevas fuerzas. Cuando llegué a Finlandia ésta estaba compuesta con exclusión de los detenidos entre abril y agosto -Tregubov, Pavlov, Gotz;, Yakóvliev, Nazárov, Dvoínikov, Kalóschnikov, Chíllerov (detenido en mayo en Vilna), Semen Sémenevich (detenido en mayo en Kiev), Moiseenko y Benévskaya- de los siguientes compañeros: al frente de la organización estaba Azev, yo era su ayudante inmediato. Zilberberg seguía al frente de los trabajos de química, ayudado por Rachel Lurié, Ksenia Zilberberg y Valentina Popova; del servicio de observación estaban encargados El Almirante, Ivanov, Gorinson, Smirnov, Piskariev. Pavla Levinson, Alexandra Sebastiánova y Vladimir Vnorovski. Samóilov, despues del atentado fracasado contra el general Min, se marchó a Petersburgo, y, que yo sepa, ya no tomó más parte en el terror. Sazónov se marchó asimismo a Ufa. Se unieron nuevos miembros a la organización: Suliatitski, Alexandr Felmand, Boris Uspienski, María Judatova y la esposa de Vladimir Vnorovski, Margarita Grundi.

Azev dirigía el atentado contra el primer ministro Stolypin. Este, después de la explosión de la casa de campo, vivía en el Palacio de Invierno e iba todos los días a ver al zar a Peterhof, en lancha por el Neva y después por el mar en un yacht, Los compañeros encargados de la observación no tardaron en dejar establecidos todos los detalles de las salidas de Stolypin: el primer ministro tomaba el bote en el canal de Leviaja e iba así hasta la fábrica del Báltico o el Lisi Nos. donde transbordaba al yacht. En éste había dos marinos socialistas revolucionarios, los cuales nos informaban de la hora de llegada del ministro y del sitio donde anclaba el yacht. Era imposible utilizar estos datos para el atentado, pues los recibíamos ya post-factum y servían únicamente de control para nuestras observaciones.

Entretanto, la debilidad de la Organización de Combate se había convertido en un tema de CrítiCa para todo el partido; incluso en el Comité Central no faltaba quien censurara nuestros procedimientos de lucha. En vista de esto, Azev y yo planteamos la cuestión de confianza en una de las sesiones del referido Comité. Esta confianza nos fue ratificada. Pero no nos limitamos a esto.

Veíamos que el asunto Stolypin avanzaba muy lentamente, y que, aunque las salidas y el trayecto del ministro nos fueran conocidas, nos hallábamos todavía lejos del atentado; arrojar una bomba desde el puente del palacio o el de Nikolaiev era poco posible; los puentes estaban muy bien guardados: organizar el ataque al bote en el Neva nos parecía muy difícil, sobre todo porque no teníamos ningún medio para ello. Después de explicar al Comité Central el estado en que se encontraban las cosas, dijimos que no tomábamos sobre nosotros la responsabilidad por el éxito del atentado y que, por consiguiente, no podíamos seguir al frente de la organización, solicitando que se nos relevara de nuestras funciones.

El Comité Central no se mostró de acuerdo con nosotros, obligándonos a continuar la preparación del atentado contra Stolypin.

Esta reunión tuvo lugar en septiembre de 1906, en Imatra, y participaron en ella, además de Azev y yo, los siguientes miembros del Comité Central: Chernov, Natanson. Sletov, Kraft y Prankeatov.

Nos' sometimos a la decisión del Comité Central. Yo me quedé en Finlandia. Azev iba con frecuencia a Petersburgo, con el fin de dirigir personalmente el servicio de observación. Aprovechando el tiempo relativamente libre de que disponía intenté en Helsingfors organizar, con ayuda de Esfir Lápina, un pequeño grupo terrorista para los actos de importancia secundaria, el llamado destacamento volante central.

Este debía hallarse bajo la dirección del Comité Central. Se proponía como objetivo inmediato matar al gobernador de Petersburgo, von der Launitz. Yo le daba también otra significación. Veía cómo la impreparación para la actuación combativa se reflejaba en el terror; me acordaba de nuestros fracasos durante el atentado contra Plehve, el fracaso del asunto Klelgels, la observación deficiente cerca de Durnovo, etc. etc. Creía que los compañeros que hubieran pasado por la escuela de un acto terrorista, aunque no fuera muy importante, adquirirían la experiencia necesaria para el terror central; que la labor común les oblIgaría a aproximarse entre sí, y, finalmente, que esta actuación común elevaría de un modo natural al papel dirigente a los compañeros más capaces de ello y dotados de iniciativa y energía. Por esto consideraba al destacamento volante como una especie de escuela para los terroristas, y estimaba que cada miembro de dicho destacamento era un candidato para la Organización de Combate.

A pesar de que mi opinión sobre la observación exterior como base de nuestra actuación había variado considerablemente, consideraba que los actos menos importantes, y, por conaiguiente menos difíciles, podían ser realizados de este modo. Por esto el atentado contra el general Launitz fue proyectado en un principio de acuerdo con el plan generalmente aceptado; al frente se hallaban Vela (Lápina) y su ayudante Rosa Rabinovich. Los observadores, en calidad de vendedores ambulantes, eran Serguei Nikoláievich, Moiseenko, hermano de Boris, un cerrajero de Yekaterinoslav llamado Alexandr y el dorador Sujov que, junto con Konoplianikova, había participado en la preparación del atentado contra el general Min. En octubre las personas mencionadas iniciaron el asunto Launitz; pero un mes y medio después se vieron obligados a renunciar al mismo. Serguei Moiseenko advirtió que se le seguia; Alexandr y el dorador, por motivos distintos, abandonaron más tarde la organización.

El atentado contra Stolypin tampoco progresaba. Los observadores seguían tomando nota de cada salida del ministro; pero, como antes, continuaba siendo imposible emprender el atentado. Sólo una tentativa de ataque abierto contra el primer ministro en el momento de su salida del Palacio de Invierno podía tener alguna esperanza de éxito. Pero, por varios motivos, tuvimos que renunciar también a este intento.

En primer lugar, no sabíamos con precisión cuándo tomaba el bote Stolypin, o, mejor dicho, no tenía horas fijas de salida de Palacio. Por consiguiente, los atacantes tenían que esperar su salida durante un tiempo indefinido y con bombas en las manos precisamente en los sitios en que estaba concentrada la vigilancJa policíaca; en la orilla de Palacio, en la Moika y en la Milionnaya. Era más seguro que los atacantes serían advertidos ya antes por los polizontes.

En segundo lugar, aun en el caso de que los atacantes burlaran la vigilancia de la policía, era difícil que el ataque se viera coronado por el éxito; Stolypin salía de la puerta de Palacio y, atravesando la acera, descendía al bote. Al primer disparo podía regresar al portal y buscar refugio en el Palacio de Invierno, inexpugnable. Esto no podíamos lmpedirlo.

Azev convocó una reunión de los miembros de la organización en Terioki, en la cual se decidió, por los motivos arriba mencionados, suspender temporalmente el asunto Stolypin. Yo me quedé en Helsingfors, donde me seguían sin cesar. Yo ignoraba las causas de esta vigilancia, y me la explicaba por mi encuentro casual en la calle con el agente de policía Grigoriev, que me detuvo en Sebastopol.

Fue entonces cuando me sucedió el siguiente caso:

Suliatitski' que, en calidad de vendedor de manzanas, vigilaba en el puente de Palacio las salidas de Stolypin, fue detenido y conducido a la Comisaría y después a la Okrana, donde le sometieron a un interrogatorio detallado. Subatitski dijo que era un campesino de la provincia tal y del distrito cual, que había venido a Petersburgo con el fin de buscar trabajo, y que no habiéndolo encontrado se dedicó a la venta ambulante; a todas las demás preguntas contestó diciendo que no sabía de qué le hablaban. Sin embargo, en la Okrana, si no dudaban de la veracidad de sus palabras, no estaban muy seguros de la autenticidad del pasaporte. Acompañado de un agente fue conducido al juez municipal, el cual tenía que enviarle a su pueblo de origen para comprobar su personalidad. Suliatitski se fugó del calabozo.

Azev acogió este relato con la misma desconfiaza con que había escuchado en otro tiempo el de Aron Schpaizman. Al quedarse solo conmigo, dijo:

- El relato de Maliutka (Suliatitski) no me gusta ... ¿Es verdad todo esto?

Yo, que conocía bien a Suliatitski, no dudé ni un instante de la veracidad de sus palabras; estaba convencido de que no podía mentir, y así se lo dije a Azev. Este movió la cabeza.

- Tú le conoces ..., naturalmente ... Pero ¿cómo? ¿Acaso los hombres más honrados no se han convertido en provocadores? ¿No hay muchos ejemplos de ello? ¿Acaso puedes responder de Maliutka?

Yo me sentí ofendido y dije de un modo terminante qua respondía de Suliatitski como de mí mismo.

Azev contestó perezosamente, arrastrando las palabras:

- Tú respondes de él, y yo, sin embargo, no le doy crédito. Fue detenido ..., llevado a la Comisaría ..., al juez ..., Se fugó ... Hay aquí algo que no me gusta. Me inhibo de toda responsabilidad por lo que a él se refiere.

Contesté que tomaba enteramente esta responsabilidad sobre mi.

Azev se calló y después dijo:

- No me has tranquilizado; sigo no creyendo a Maliutka ... Pero dejemos esto. ¿Cómo continuar la empresa?

Dije que, a mi entender, era indudable que la organización estaba completamente paralizada. Repetí después lo que había dicho a Gotz: que, a mi juicio, el único procedimiento radical para reforzar la organización y elevar el terror a la debida altura consistía en la aplicación de los inventos técnicos al mismo. Añadí que tanto él como yo estábamos cansados y no podíamos dirigir los asuntos con el éxito de antes, pues nuestra fatiga repercutía, indudablemente, en la marcha de ellos.

Azev se mostró de acuerdo conmigo.

- -dijo-. Yo también opino lo mismo. Hay que declarar al Comité Central que no podemos seguir dirigiendo la Organización de Combate.

Unos días después se celebró una segunda sesión del Comité Central, dedicada especialmente a la cuestión de la Organización de Combate. Asistían a dicha reunión, además de Azev y de mí, los compañeros Natanson, Chernov, Angunov, Sletov, Kraft y Rakítnikov. Yo hablé en mi nombre y en el de Azev, Indiqué detalladamente todos los defectos de nuestro método de trabajo, los fracasos de los atentados contra Durnovo y Stolypin. Declaré que, a mi juicio, la observación en la calle era impotente contra las medidas especiales de precaución tomadas por los ministros; que no había modo de cazar a Durnovo y que Stolypin viajaba por el agua; que el ataque abierto, de tipo maximalista, era inaccesible para nosotros, pues una organización basada en la observación en las calles carecía de agilidad y de iniciativa combativa; para el servicio de observación, naturalmente, se elige a gente resistente, paciente y pasiva; los elementos de iniciativa activa y audacia revolucionaria, no encontrando modo de ser utilizados en la Organización de Combate, se van con los maximalistas. Dije también que la causa de esto era la rutina de nuestro trabajo, y el motivo de esta rutina, el cansancio mío y el de Azev, y añadí que la solución radical del problema la veía en los perfeccionamientos técnicos; pero que, como paliativo, admitía el aumento de número de los miembros de la organización. Esto mejoraría el servicio de observación y lo elevaria acaso hasta un grado tal, que ninguna de las medidas tomadas por los ministros resultara suficiente. Dije, por fin, que ni Azev ni yo podíamos encargarnos de la dirección de la Organización de Combate, fuera la que fuera la forma que tomara, pues teníamos una gran necesidad de descanso.

El Comité Central resolvió acceder a nuestros deseos. El miembro de dicho Comité Sletov y el del Comité regional del Volga, Grozdov, declararon que estaban dispuestos a tomar sobre sí la responsabilidad por la dirección de la Organización de Combate.

Ya antes de que comunicáramos nuestra decisión al Comité Central, lo hicimos a nuestros compañeros de organización. La mayoría de ellos compartía nuestra opinión. Sólo algunos compañeros, principalmente Pavla Levinson, Vladimir Vnorovski y su mujer Margarita, no veían la causa de la debilidad de la Organización de Combate en el método adoptado. A su juicio, las causas residían más bien en la forma de la organización, en su estructura interna. Estimaban que el defecto fundamental de la Organización de Combate consistia en la dirección del mismo por un Comité dotado de atribuciones ilimit ilimitadas, es decir, por Azev y por mí. Suponían que la sustitución del Comité por una asamblea general de los miembros de la organización mejoraria considerablemente la situación, pues cada compañero se hallaría en condiciones de influir la decisión, apllcando su experiencia y su iniCiativa. La majoría de los compañeros, y yo entre ellos, considerábamos que no tenían razón. En primer lugar, la forma de organIzación adoptada por nosotros en las cuestiones tácticas, y que reservaba todas las atribuciones al Comite, no excluía la posibilidad de la utllización de ia iniciativa y de la experiencia de los distintos miembros. De hecho, ninguna resolución con respecto al asunto Plehve, al de Serguei, a los de Dubásov, Durnovo, Stolypn, etc., fue tomada sin que antes se celebraran consultas largas y detalladas con los companeros. Sazónov, Kaliáev, Boris Vnorovski y muchos otros emplearon en dichas empresas mucha iniciatlVa y energia personales. No se podía hablar ni mucho menos de cOhibición en este sentido. En las reuniones, en efecto, el talento práctico y la experiencia de Azev ejercian habitualmente, en fin de cuenta, una influencia mayor en la resolución tomada que la opinión de cualqUIer otro de los compañeros; pero todos ellos reconocían unánimemente la autoridad de Azev en los asuntos prácticos.

En segundo lugar, considerábamos que la labor de la organización de Combate exigía, por su carácter, una voluntad única que la dirigiera. En caso de divergencias con respecto a las cuestiones corrientes, sólo una voluntad así podía sacar a la organización del callejón sin salida de los debates interminables.

Finalmente, por motivos conspirativos, eran irrealizables las reuniones constantes de todos los miembros de la organización: era difícil reunir juntos al grupo químico y a los compañeros encargados del servicio de observacion, sobre todo cuando formaban parte de este último grupo cocheros y vendedores ambulantes. Semejantes reuniones provocarían, inevitablemente, detenciones.

Si por lo que refiere a esta cuestión existían algunas divergencias en las opiniones, todos los miembros de la Organización de Combate coincidían en lo siguiente: que esta última era tan débil, que no podía llevar a cabo en aquel momento ningún acto importante, y que para el éxito del terror era necesario introducir modificaciones esenciales en la organización. Todos los miembros de la Organización de Combate se negaron a actuar bajo la dirección de los compañeros Sletov y Grosdov, a los cuales no conocían personalmente.

Con nuestra salida, la organización se dividió en tres partes: Boris uspenski, Vsévolod Smirnov, Maria Judatova, Alexandr Felmani, Valentina Popova, Rachel Lurie y Alexandra Sebastianova, se retiraron completamente de la actuación; Vladimr Vnorovski, Margarita Grundi, Gorinson y Pavla Levinson se fueron a Odesa, donde, después de instituir el principio de las asambleas generales en la organización, intentaron efectuar un atentado contra el general Kaulbars, atentado que no fue llevado a la práctica. Zilberberg, su mujer, Suliatitski, El Almirante e Ivanov se quedaron en Petersburgo para realizar actos de importancia seeundaria, como, por ejemplo, la ejecución del procurador militar principal, general Pavlov. Al frente de dicho grupo estaba Zilberberg. Azev y yo nos marchamos al extranjero.
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