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Memorias de un socialista revolucionario ruso

Boris Savinkov

LIBRO TERCERO
LOS ATENTADOS CONTRA DUBASOV Y DURNOVO
CAPÍTULO QUINTO


Las primeras tentativas de atentado contra Dubásov tuvieron lugar los días 2 y 3 de marzo. Participaron en ellas Boris Vnoroyski y Chíileroy. Dubísov se fue a Petersburgo, y los dos le esperaron a su regreso, en el trayecto comprendido entre la estación de Nikolai y la casa del general-gobernador, a la llegada del tren rápido y del expreso. Vnorovski se apostÓ en la calle Domnikovskaya; Chilerov, en la Kalancrévsbya. Tanto en una ocasión como en la otra, no vieron a Dubásov.

A fines de marzo se hicieron nuevas tentativas, en las que participó también Vladimir Vnorovski. Los días 24, 25 y 26, los bombistas esperaron de nuevo el regreso de Dubásov en el callejón Ulanski y en las calles Domnikovskaya, Miasnítskaya, Kalanchevskayu y Bolschaya Spáskaya.

Boris Vnorovski hacía tiempo que había vendido el caballo y el trineo y vivía en Moscú como oficial del regimiento de dragones de Snmski. No tenía pasaporte, y a menudo no tenía donde pernoctar. Por prudencia evitaba hacerlo en domicilios particulares y pasaba con frecuencia la noche en la calle, en los restaurantes y en los jardines públicos.

No puedo recordar sin admiración la resistencia y el espíritu de sacrificio que manifestaron en estos días Chíllerov, y sobre todo Borís Vnorovski. A este último le correspondía desempeñar el pnpel más difícil y responsable. Se apostaba en los sitios más peligrosos, precisamente en aquellos por los que, según todas las probabilidades, tenía que pasar Dubásov. Era para él una cosa firmemente decidida que sería él y nadie más que él quien mataría al general-gobernador y, naturalmente, no podía tener la menor duda de que la muerte de Dubásov traería inevitablemente aparejada consigo su muerte. Todas las mañanas, el 24, 25 y 26 de marzo, se despidió de mí. Tomaba una bomba de seis libras envuelta en un papel de los que servían para envolver caramelos y ... iba con su paso ligero al sitio designado, habitualmente a la calle Domnikovskaya. Dos horas después volvía tan tranquilamente como se había marchado. Había visto yo la sangre fria de Schvéizer, conocía la decisión concentrada de Zilberberg, me había convencido de la audacia fría de Nazárov, pero la ausencia absoluta de afectación, la extraordinaria sencillez de Boris Vnorovski, aun después de estos ejemplos, me admiraba. En cierta ocasión le pregunté:

- Diga, ¿no está usted cansado?

Vnorovski me miró sorprendido.

- No, no lo estoy.

- Pero si se pasa usted noches enteras sin dormir.

- No; duermo.

- ¿Dónde?

- Ayer pasé la noche en el Ermitage (1).

Después de un rato de silencio, dije:

- ¿Ve usted? Lo que hay es que no tengo chanclas de goma, y esto es peor. Si no prestas atención, te caes.

- No se caerá usted.

El se sonrió.

- Yo también lo creo. Sin embargo, tengo miedo de caer.

Hablaba muy tranquilamente. Me imaginé cómo durante dos horas se paseaba arriba y abajo por la acera resbaladiza en espera de Dubásov y le pregunté de nuevo:

- ¿Quiere usted que le reemplacemos?

Vnorovski se sonrió de nuevo.

- No, no es nada. Lo que hay es que la mano se cansa de llevar el peso durante tanto tiempo.

Callamos otra vez durante un rato.

- Oiga -le dije-, ¿y si pasa Dubúsov con su mujer?

- Entonces no arroJaré la bomba.

- Por consigUIente, tendrá usted que esperar todavía muchas veces.

- Es igual: no la arrojaré.

No le hice ninguna objeción: estaba de acuerdo con él.

El resto del día habitualmente lo pasábamos juntos. Hablaba poco de su vida anterior, y si lo hacía era sólo para referirse a sus padres y familia. He visto raramente un amor como el que traslucía en sus palabras tranquilas acerca de sus padres. Con el mismo cariño hablaba de su hermano Vladimir.

Al que no haya participado en el terror le será difícil formarse una idea de la intranquilidad y del estado nervioso en que nos hallábamos después de una serie de tentativas fracasadas. Por esto eran tanto más significativas la tranquilidad y la decisión de Boris Vnorovski.

Hachel Lurié recordaba en mucho a Dora Briliant. Vivía en el hotel y, lo mismo que Dora, trabajaba en su cuarto. Esperé durante tanto tiempo la ocasión de tomar una participación activa en el terror, se había cansado tanto de esperar en domicilios clandestinos, que ahora casi se sentía feliz. Digo casi porque se notaba en ella el mismo rasgo femenino que distinguía a Dora Briliant. Creía en el terror, consideraba como un honor y un deber intervenir en el mismo, pero la sangre la inmutaba no menos que a Dora. Hablaba raramente de su vida interior, pero aun sin palabras se veía esta contradicción profunda y trágica de sus crisis espirituales. El 29 de marzo tomó una participación personal en la tentativa de atentado: acompañó a Boris Vnorovski a la estación de Nikolai. En dicho día, Dubásov tenía que ir de Moscú a Petersburgo. Pero esta vez escapó también al atentado.

A fines de marzo me marché a Helsingfors a fin de entrevistarme con Azev, con el cual quería cambiar impresiones a propósito de la situación de nuestros asuntos en Moscú. Le repetí que, según los informes obtenidos mediante nuestra observación, Dubásov no efectuaba salidas regulares, que nuestras tentativas repetidas para encontrarlo en el camino de la estación no habían dado resultado alguno, pero, no obstante, todos los miembros de la organización de Moscú creían en el éxito y estaban dispuestos a tomar todas las medidas, aun las más arriesgadas, para acelerar el atentado, que, finalmente, el plazo señalado por el Comité Central (antes de la convocación de la Duma de Estado) tocaba a su fin. Por esto le propuse realizar el intento el mismo día en que Dubásov tenía que salir inevitablemente de su casa, el sábado de Pasión, día de oficio solemne en el Kremlin. Le dije que teníamos la posibilidad de ocupar tres portales del Kremlin: el de Nicolski, el de Troitsld y el de Borovitski, y le pregunté si estaba conforme con este plan. Azev aprobó mi decisión.

Regresé a Moscú y este plan fue aprobado también por todos los miembros de la organización. Nos preparamos para el atentado. Boris Vnorovski se quitó el uniforme de oficial y se instaló con un pasaporte falso en el Hotel Nacional, en la Tverskaya. El miércoles, durante el día, nos encontramos en el Restaurante Internacional, situado en el bulevar Tverskoi. Nos llamaron la atención dos jóvenes que escuchaban nuestra conversación. Cuando salimos a la calle nos siguieron.

El jueves comuniqué a Chillerov el caso. En el hotel observé también que se me vigilaba.

A pesar de todo, la esperanza no nos abandonaba. Ignorábamos el carácter de dicha vigilancia, y como no comprendíamos sus motivos, suponíamos que podía ser casual. El viernes por la tarde celebramos una reunión en el restaurante Continental, a la cual asistían Bachel Lurié y Boris Vnorovski. Con Chíllerov, Vladimir, Vnoroski y Semen Sémenovich tenia que verme el día siguiente, que era sábado, por la mañana.

Con motivo de la Semana Santa, el restaurante estaba casi vacío. No tardamos en observar que la sala se iba llenando. Llegaron separadamente jóvenes y viejos bien vestidos y tomaron asiento de modo que nos pudieran ver. Salimos a la calle, yo el primero. Vi que detrás de mí salían Bachel Lurié y Vnorovski, que tomaron un trineo. De los que estaban estacionados cerca del restaurante vi que salían otros dos y que tomaban asiento en los mismos tres polizontes. Miré largo rato cómo avanzaba el trineo qUe conducía a Vnorovski y a Lurié, seguido de los polizontes. Convencido de que esa noche seria detenido, volví al hotel y me dormí.

Lurié y Vnorovski pasaron toda la noche huyendo de la persecución. A la madrugada consiguieron burlar a sus perseguidores. Por consejo de Vnorovski, Lurié no volvió al hotel, donde quedó sin dinamita. La sirvienta, viendo que Lurié no volvía, llevó la dinamita, junto con todos sus efectos, al subterráneo. Muchos meses después, esta dinamita hizo explosión por hallarse cerca del calorífero. Afortunadamente, dicha explosión no causó daño alguno a nadie y no hizo más que deteriorar las paredes del subterráneo.

El sábado me encontré con Chíllerov y Semen Sémünovich en la confitería Siu. Fui nuevamente el primero en salir, y me di cuenta de que los dos estaban vigilados. No cabía la menor duda de que toda la organización se hallaba en vísperas de ser destruída. Entonces se me planteó la cuestión, no ya del atentado contra Dubásov, sino de la conservación de la organización. Para las cinco tenia señalada una entrevista en La Rosa de los Alpes con Boris Vnorovski, con el cual quería cambiar impresiones. A su hermano Vladimir le advertí antes: debía esperarme con su trineo en el callejón de Dolgorruki a la una de la tarde. Di una ojeada a mi alrededor. Delante y detrás de mí, a los lados y por la otra parte del Kuznetski Most, paseaban algunos polizontes. Por sus maneras poco disimuladas comprendí que había orden de detenerme.

Eran las doce. Confiaba en que si no me detenían inmediatamente podría darme a la fuga en el vehículo de Vladimir Vnorovski. Así sucedió. A la una vi en el callejón de Dolgorruki la figura conocida del caballo blanco y del cochero de pequeña talla, fornido y de expresión bondadosa. Salté al trineo y volví la cabeza. Vi cómo los polizontes corrían de un sitio a otro por el callejón; pero por aquellas cercanías no había ni un solo coche.

Dije a Vladimir Vnorovski que vendiera el coche y el caballo y se marchara a Helsingfors. Le expliqué que se nos vigilaba, a lo cual respondió que, por su parte, no había observado nada.

Boris Vnorovski me esperaba en La Rosa de los Alpes. Después de la noche pasada sin dormir y de la persecución, estaba tranquilo como siempre. No observé ninguna huella de alarma o de emoción en su rostro. Me escuchó sin decir nada y convino conmigo en que era imposible continuar la empresa, y que para salvar la organización era necesario que todos sus miembros se fueran inmediatamente a Finlandia. Una vez resuelta esta cuestión, me preguntó inesperadamente:

- ¿Y la dinamita de Katia (Rachel Lurié)?

- ¿Qué dinamita?

- La que quedó en el hotel.

- Bueno; ¿y qué?

- Pues iré para que me la devuelvan.

Le miré asombrado.

- ¿Pero no ve usted que la detención es segura?

Vnorovski se sonrió.

- ¿Por qué? No cuesta nada intentarlo.

Conseguí persuadirle de que no debía realizar aquella tentativa. Aquel mismo día comuniqué nuestra resolución a Chillerov y Semen Sémenovich. Boris Vnorovski la transmitió a Lurié.

Unos días después nos hallábamos todos en Helsingfors.



Notas

(1) Teatro de MoscÚ, rodeado de jardines.-(N. del T.)
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