Indice de Memorias de un socialista revolucionario ruso de Boris SavinkovLIBRO TERCERO - capítulo segundoLIBRO TERCERO - Capítulo cuartoBiblioteca Virtual Antorcha

Memorias de un socialista revolucionario ruso

Boris Savinkov

LIBRO TERCERO
LOS ATENTADOS CONTRA DUBASOV Y DURNOVO
CAPÍTULO TERCERO


Como base para nuestra actuación terrorista, escogimos Finlandia. Como ya he dicho, en aquel tiempo en el país mencionado ninguno de nosotros podía ser entregado al Gobierno ruso, y, aun en el caso de que hubiese surgido la cuestión de nuestra extradición, se nos habría advertido inmediatamente y, por consiguiente, hubiéramos tenido tiempo de escondernos. En todas las instituciones gubernamentales finlandes8s, y aun en la policía, había miembros del partido de la resistencia activa, o elementos que simpatizaban con el mismo. Dichos finlandeses nos prestaron muchos y valiosos servicios. Hallabamos refugio entre ellos, compraban dinamita y armas para nosotros, las transportaban a Rusia, nos suministraban pasaportes finlandeses. etc. Entablamos un contacto particularmente estrecho con cuatro actívistas, valerosos y enérgicos y ardíentemente fieles a la revolución rusa. Aunque no hubieran entrado en la Organización de Combate, cada uno de nosotros podía contar siempre con su ayuda, aunque ésta trajera aparejada consigo un gran riesgo. Dichos activistas eran: la profesora de instituto Aino Malmbreg, Ewa Prokope, que estaba empleada en un despacho comercial; el arquitecto Karl Frankenheisel y el estudiante de la Universidad de Helsingfors, Walter Stenbek, que en 1905 contribuyó directamente a sacar de la cárcel a Lennart Hohental, que mató al fiscal Yonson. Se puede afirmar sin exageración que debemos a las condiciones libres de Finlandia y a la ayuda de las personas mencionadas la rápida reconstitución sin víctimas, de la Organización de Combate.

En cuanto se supo que el partido había resuelto reanudar el terror, los ex miembros de la Organización de Combate emprendieron el camino de Finlandia. Algunos de ellos participaron en actos aislados en provincias; así, por ejemplo, Boris Vnorovski tomó parte en la liberación de Yekaterina Ismailóvich de la cárcel de Minsk. Además de él, de Azev y de mí, llegaron a Helsingfors: Moiseenko, Chíllerov, Rachel Lurié y Zilberberg. En Petersburgo no quedó más que Petr Yvánovich, cochero, El Comité Central decidió que la Organización de Combate emprendiera simultáneamente dos atentados importantes: uno contra el ministro del Interior, Durnovo, y otro contra el general-gobernador de Moscú, Dubásov, pacificador de dicha ciudad. Por consideraciones de orden político se nos puso como condición que ambos atentados fueran llevados a término antes de la convocatoria de la primera Duma de Estado. Esta condición nos cohibía mucho: tanto una empresa como la otra eran difíciles y exigían mucho tiempo para su preparación. Además, los efectivos de la Organización de Combate eran demasiado reducidos para llevar a cabo en plazo breve, aunque no fuera más que uno de dichos atentados. Por esto, de lo primero que nos preocupamos fue de completar nuestra organización con nuevos miembros.

A principios de la primavera de 1906 formaban la Organización de Combate, además de las mencionadas, las personas siguientes: Vladimir Azev (hermano de Evguen Azev). María Benésbya, Vladimir Vnorovski (hermano de Boris). Boris Gomison, Abraham Rafailovich, Gotz (hermano de Mijail), Dvóinikov, Alexandra Sebastiánova, Vladimir Mijáilovich Zenzinov, Ksenia Zilberberg, Kudriátsiev (El Almirante). Kaláischnikov, Valentina Kolósova, Samoílov, Nazárov, Pávlov, Piskariev, Vsevobod, Smirnov, Zot Sazónov (hermano de Yégor), Pavla Levinson, Tregubov, Yákovliev y el obrero Semen Sémenovich, cuyo apellido yo ignoraba. En conjunto, en la Organización de Combate había entonces cerca de 30 personas.

Yo consideraba que una organización tan numerosa no hacía más que perjudicar nuestra obra, y más de una vez se lo indiqué a Azev. Este no se mostraba de acuerdo conmigo; por iniciativa suya y sólo con su aprobación fueron aceptados algunos de los elementos que he enumerado. Estos, dignos de todo respeto y dispuestos a lanzarse a cualquier empresa combativa, resultaban, sin embargo, superfluos en nuestros planes y permanecían inactivos.

De los nuevos compañeros fijé particularmente la atención en cuatro: Abraham Gotz. El Almirante, Fedor Nazárov y María Benévskaya. Cada uno de ellos representaba en sí no sólo una unidad de combate da primer orden, sino una individualidad original. V cada uno de ellos desempeñó a su manera un papel importante en la Organización de Combate.

Abraham Gotz era hijo de un comerciante muy rico. Tenía entonces veinticuatro años, era fuerte, tenía el pelo negro, ojos brillantes del mismo color. y recordaba en mucho a su hermano mayor. Poseía una energía revolucionaria inextinguible y su falta de experiencia era compensada por Un gran sentido práctico. De él partía constantemente la iniciativa de distintas empresas de combate y estaba continuamente absorbido por la preparación de todos los planes terroristas imaginables. Adepto convencido de Kant, sentía, sin embargo, una devoción casi religiosa por el terror y se dedicaba siempre con el mismo entusiasmo a cualquier labor terrorista, por ingrata que fuese. Por sus opiniones era un socialista-revolucionario que quería a la masa, pero este amor lo sacrificó conscientemente al terror por reconocer la necesidad del mismo y ver en él la forma más elevada de lucha revolucionaria. Le esperaba el destino de todos los terroristas capacitados: fue detenido demasiado pronto y no tuvo tiempo para ocupar en el terror el sitio que le correspondía por sus cualidades: el de jefe de la Organización de Combate.

El Almirante era un rubio de talla superior a la normal, con grandes ojos azules claros. Atraía inmediatamente por su firmeza tranquila. No tenía las cualidades brillantes de Gotz, pero era uno de esos raros hombres en los cuales se puede confiar completamente, con la seguridad de que no retrocederán en el momento decisivo. Llevaba más que nadie a la organización el espíritu de amor fraternal y de relación amistosa.

Fedor Nazárov, obrero de la fábrica de Sormovo, era, por su carácter. completamente lo contrario de El Almirante. Pertenecía también a la categoría de los hombres que, una vez decididos, dan su vida sin vacilar; pero los motivos de su decisión eran otros. El Almirante creía en el socialismo, y el terror era para él una parte inseparable del programa de los socialistas-revolucionarios. Es dudoso que Nazárov tuviera una creencia firme. Después de haber pasado por las barricadas de Sormovo, de haber asistido a la manifestación de los obreros bajo la bandera roja y de haber visto aquellos mismos obreros seguir la bandera tricolor nacional, se llevó de la fábrica el desprecio por la masa, por sus vacilaciones y su pusilanimidad. No creía en la fuerza creadora de dicha masa, y por ello debía inevitablemente llegar a la teoría de la destrucción, la cual armonizaba con su sentimiento interno. En sus palabras y en sus obras dominaba no el amor por los oprimidos y los hambrientos, sino el odio hacia los opresores y los hartos. Por su temperamento era anarquista, y por sus concepciones se hallaba lejos del programa de] partido. Tenía su filosofía original que había sacado de la vida, y que estaba inspirada en el espíritu del anarquismo individualista. En el terror se distinguía por una audacia verdaderamente excepcional y por el valor frío propio del hombre que se ha decidido a matar. Amaba a la Organización y a cada uno de sus miembros, y con tanto más amor cuanto mayor em su menosprecio por la masa y su odio por el Gobierno y la burguesía.

María Bcnévskaya, a la cual conocía ya desde mi infancia, procedía de una familia aristocrática y militar. Sonrosada, alta, de pelo claro y ojos azules y risueños, sorprendía por su alegría de vivir y su buen humor. Pero detrás de este exterior se ocultaba una naturaleza concentrada y profundamente consciente. A ella, más que a ninguno de nosotros, inquietaba la cuestión de la justificación moral del terror. Cristiana creyente, que no dejaba nunca el evangelio, había llegado por un camino desconocido y complejo a la afirmación de la violencia y a la necesidad de la participación persona] en el terror. Sus opiniones llevaban el barniz de su conciencia religiosa, y su vida personal, su actitud con respecto a los compañeros de la Organización, llevaba ese mismo carácter de dulzura cristiana y de amor activo. En el sentido estricto de la práctica terrorista, hizo muy poco, pero introdujo en nuestra vida un raudal de alegría radiante y, para algunos, problemas morales inquietantes.

En cierta ocasión, en Helsingfors le hice la pregunta habitual:

- ¿Por qué se entrega usted al terror?

No me contestó inmediatamente y vi cómo sus ojos azules se llenaban de lágrimas. Sin decir una palabra se acercó a la mesa y abrió el evangelio.

- ¿Por qué me entrego al terror? ¿No lo ve usted claro? Si alguien quiere salvar su alma, la perderá; pero si alguien pierde su alma por mí, la salvará.

Después de un rato de silencio, prosiguió:

- ¿Comprende usted? No es la vida lo que se pierde, sino el alma ...

Nazárov hablaba de otro modo. Le vi por primera vez en Moscú en el restaurante La Ola. Bebía cerveza, escuchaba la música, y tranquilamente, casi con pereza, contestaba a mis preguntas.

- A mi juicio, hay que mandar a todos al diablo con la bomba ... No hay verdad en la tierra ... ¡Cuánta gente murió durante la insurrección, cuántos niños abandonados! ... ¿Acaso esto se puede soportar? Sopórtalo, si quieres; yo, no.

El Almirante no decía nada. Compañero de M. A. Spiridónova, militante campesino del partido, veía aún ante sus ojos los ríos de sangre y los fajos de varas. Se acordaba todavía de Lugenovski, de Jdánov y de Abrámov y no podía perdonar a Laúnitz la pacificación de la provincIa de Tambov. Detrás de este silencio oía yo la pregunta que me había hecho Nazárov.

- ¿Acaso se puede soportar más?

La Organización de Combate no se había aún reconstituído, ni habían llegado todos los compañeros a Helsingfors, cuando inesperadamente Azev renunció a participar en el terror. Moiseenko, él y yo examinábamos el plan de nuestra campaña futura. En medio de la conversación, Azev de repente calló.

- ¿Qué te pasa?

Sin levantar los ojos de la mesa, dijo:

- Estoy cansado. Me temo que no podré trabajar más. Imagínate que estoy en el terror desde los tiempos de Guerchuni. Tengo derecho al descanso.

Y sin levantar los ojos prosiguió:

- Estoy persuadido de que esta vez no haremos nada. Otra vez cocheros, vendedores de cigarrillos, vigilancia en la calle ... Todo esto es absurdo ... He decidido dejar el trabajo. Opanás (Moiseenko) y tú podréis hacerlo todo sin mí.

Estas palabras nos asombraron: no veíamos entonces motivos para dudar del éxito de las empresas proyectadas. Yo dije:

- Si estás cansado, naturalmente deja el trabajo. Pero tú sabes que sin ti no trabajaremos.

- ¿Por qué?

Entonces Moiseenko y yo le declaramos con toda decisión que no nos sentíamos con fuerzas para tomar sobre nosotros, sin él, la respollsnbilidad por el terror central, que él era un jefe de la Organización de Combate designado por el Comité Central y no se sabía aÚn si los demás compañeros accederían a trabaJar baJo nuestra dIrección aun en el caso de que aceptáramos su propuesta.

Azev reflexionó. De repente levantó la cabeza.

- Está bien; será como vosotros queréis. Pero mi opinión es que no saldrá nada de nuestro trabajo.

Entonces trazamos el siguiente plan. Decidióse concentrar las fuerzas principales en Petersburgo: el asunto Durnovo nos parecía más difícil que el asunto Dubásov. Para los dos casos fue aceptado el método de observación exterior. Por motivos de orden conspirativo, la organización petersburguesa dedicada a observación se dividía en dos grupos independientes y relacionados entre sí por mediación de Azev: en un grupo de cocheros (Tregubov, Pávlov, Gotz) con el cual debia relacionarse directamente Zot Sazónov, y en un grupo mixto del cual formaban parte los cocheros El Almirante y Petr Yvanov, el vendedor de periodicos Smirnov y los vendedores callejeros Piskariev y Gornison. Las relaciones con este último grupo debía sostenerlas yo. Paralelamente con esto se creó, bajo mi dirección, el servicio de observación exterior, en Moscú, de las salidas del almirante Dubásov (Boris y Vladimir Vnorovski, Chíllerov). Además, Zenzínov se fue a Sebastopol con el fin de estudiar la posibilidad de un atentado contra el almirante Chujnin, que había sofocado la sublevación en el crucero Oohakov; Samoílov y Yakovliev habían sido destinados para un atentado contra el general Min y el coronel Riman, oficiales del regimiento de Semenov; Zilbelberg se puso al frente del grupo químico, del cual entraron a formar parte su mujer Kaenia, Benévskaya, Levinson, Kolósova, Lurié, Sebastiánova y Semen Sémenovich. Este grupo ocupó para el laboratorio una casa de campo de Teriok. Finalmente, Moiseenko, Kaláschnikov, Nazárov y Dvóinikov se quedaron por el momento en la reserva y vivían en Finlandia.

Transcurrió todo el mes de enero antes de que la organización emprendiera el trabajo. Azev y yo vivíamos en Helsingfors: el primero en el domicilio de Malmberg, yo alquilé una habitación en una familia finlandesa desconocida, con un pasaporte a nombre de León Rodé. Tenía muv raras ocasiones de estar en dicha habitación, pues constantemente viajaba entre Moscú y Petersburgo e iba a Helsingfors únicamente para entrevistarme con Azev.
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