Indice de Memorias de un socialista revolucionario ruso de Boris SavinkovLIBRO SEGUNDO - capítulo primero - Sexta parteLIBRO SEGUNDO - Capítulo segundo - primera parteBiblioteca Virtual Antorcha

Memorias de un socialista revolucionario ruso

Boris Savinkov

LIBRO SEGUNDO
CAPÍTULO PRIMERO
LA EJECUCIÓN DEL GRAN DUQUE SERGIO
SÉPTIMA PARTE


Kaliáev fue juzgado el 5 de abril de 1905, por el tribunal del Senado. Le defendieron los abogados Jdánov y Mandelstan. Jdánov, que conocía a Kaliáev desde la época en que éste estaba en Vologda, pronunció en su defensa uno de los mejores discursos que registra la historia de los procesos políticos rusos. Pero fue todavia más notable el discurso del propio Kaliáev:

Ante todo, he de hacer una rectificación: ante vosotros no soy un acusado, sino un prisionero de guerra. Somos dos bandos beligerantes, Vosotros, sois los representantes del gobierno imperial, unos servidores asalariados del capital y de la violencia. Yo, soy uno de los vindicadores populares, un socialista y un revolucionario. Nos hallamos separados por montañas de muertos, por centenares de miles de existencias humanas quebrantadas, por un mar de sangre y de lágrimas que inunda el país en una avalancha de horror y de indignación. Habéis declarado la guerra al pueblo, y nosotros hemos aceptado el reto. Al hacerme prisionero, podéis torturarme con una muerte lenta, podéis matarme; pero mi personalidad no podéis juzgarla. Entre nosotros no puede haber terreno para la reconciliación, como no puede haberlo entre la autocracia y el pueblo. Somos enemigos, y si, privándome de la libertad y de la posibilidad de dirigirme al pueblo, habéis organizado este juicio imponente, ello no me obliga en lo más mínimo a reconoceros como mis jueces. Que nos juzguen, no la ley disfrazada con la librea senatorial, los representantes serviles designados desde arriba, ni la vileza policíaca; que nos juzgue libremente la conciencia del pueblo. Que nos juzgue este gran mártir de la historia, la Rusia popular.

He ejecutado al Gran Duque, a un miembro de la familia imperial, y comprendería que me sometieran a un tribunal familiar los miembros de la casa reinante, en mi calidad de enemigo declarado de la dinastía. Esto sería grosero y monstruoso para el siglo xx. Pero, por lo menos sería franco. Pero, ¿quién es el Pilatos que, sin haberse lavado todavía las manos de la sangre del pueblo, os ha mandado aquí para levantar una horca? O, ¿es que acaso os habéis atribuído el derecho de juzgarme en nombre de una ley hipócrita y en su provecho? Sabed que no os reconozco a vosotros ni a vuestra ley. No reconozco las instituciones estatales centralizadas, en las cuales la hipocresía política cubre la cobardía moral de los gobernantes, y la represión cruel se efectúa en nombre de la conciencia humana ofendida, en aras del triunfo de la violencia.

Pero, ¿donde está vuestra conciencia? ¿Dónde termina vuestra autoridad ejecutiva venal y dónde empiezan a ser desinteresadas vuestras convicciones, aunque sean hostiles con respecto a mí? No olvidéis que no sólo juzgáis mi acto, sino que atentáis contra su integridad moral. El hecho del 4 de febrero no lo calificáis directamente de asesinato, sino de crimen, de maldad. Os atrevéis no sólo a juzgar, sino a condenar. ¿Qué es lo que os da derecho a ello? ¿No es cierto, honorables funcionarios, que no habéis matado nunca a nadie y que os apoyáis, no sólo en la ley de las bayonetas, sino también en el argumento de la moral? Como ese sabio profesor de la época de Napoleón III, estáis dispuestos a reconocer que existen dos morales: una para los simples mortales: no mates, no robes, y otra, una moral política para los gobernantes, la cual se lo permite todo. Y estáis efectivamente persuadidos de que todo os está permitido y de que nadie puede juzgaros .,.

Pero lanzad una mirada en torno vuestro: sangre y gemidos por doquier, guerra exterior e interior. Han chocado furiosamente dos mundos, enemigos irreconciliables entre sí: la vida palpitante y el estancamiento, la civilización y la barbarie, la violencia y la libertad, la autocracia y el pueblo. Y he aquí el resultado: la ignominia de una derrota militar inaudita, la quiebra financiera y moral del Estado, la descomposición política interna de la monarquía, paralelamente con el desarrollo natural de la tendencia a la autonomia política en los llamados pueblos alógenos, y por doquier el descontento general, los progresos de los partidos de oposición, la indignación abierta del pueblo obrero dispuesto a ir a una revolución prolongada en nombre del socialismo y de la libertad, y, sobre este fondo, los actos terroristas ... ¿qué significan estos fenómenos?

Es el juicio de la Historia contra vosotros. Es la agitación de una nueva vida, despertada por la tempestad que se estaba acumulando desde hacía mucho tiempo, es la agonía de la autocracia ... y al revolucionario de nuestro tiempo no le es necesario ser un político utopista para hacer descender del cielo a la tierra el ideal de sus sueños. El revolucionario suma, reduce a un común denominador y da forma únicamente a lo que existe en las manifestaciones de la vida, y, arrojando su odio como contestación al reto que se le lanza, puede gritar valerosamente a la violencia: yo acuso.

... El Gran Duque era uno de los representantes y directores más sobresalientes del partido reaccionario que domina en Rusia, Este partido sueña con un retorno a los tenebrosos tiempos de Alejandro III, el culto de cuyo nombre predica. La actuación, la influencia del Gran Duque Sergio están íntimamente ligadas con todo el reinado de Nicolás II, desde el principio hasta el fin. La horrible catastrofe de jodinkaya y el papel desempeñado en la misma por Sergio fueron el preludio de ese nefasto reinado. El marqués de Palen, que investigó en aquel entonces las causas de la catástrofe, dijo, como conclusión, que no se podía designar a personas irresponsables para cargos responsables. Por esto, la Organización de Combate del partido de los socialistas revolucionarios debía hacer responsable ante el pueblo al Gran Duque, irresponsable ante la ley.

Naturalmente, para caer bajo la sanción revolucionaria, el Gran Duque Sergio había de acumular y acumuló, innumerables crímenes ante el pueblo. Su actuación se manifestó en tres aspectos distintos. Como general-gobernador de Moscú deja un recuerdo ante el cual palidece el del famoso Zakrievski. El desprecio completo por la ley y la irresponsabilidad del Gran Duque convirtieron en realidad a Moscú en una especie de dominio privado de Sergio. La persecución de todas las iniciativas culturales, la clausura de las entidades de enseñanza popular, los atropellos contra los judios pobres, las tentativas de corrupción política de los obreros, las medidas represivas contra todos los que protestaban contra el régimen existente; he aquí cómo se manifestaba el papel del ejecutado en su calidad de pequeño autócrata de Moscú. En segundo lugar como persona que ocupaba un lugar importante en el mecanismo gubernamental, era la cabeza visible del partido reaccionario. el inspirador de todas las medidas represivas, el protector de los elementos más sobresalientes de la política de sofocación violenta de todos los movimientos populares y sociales. Plahve fue a ver al Gran Duque Sergio con objeto de consultarle antes de su famoso viaje al monasterio de la Trinidad, viaje al cual siguió la expedición punitiva contra los campesinos de Poltava y de Járkov. Sipiaguin era su amigo, Bogoliépov y después Zveriev fueron sus criaturas. Toda la orientación política del gobierno lleva el sello de su influencia. Luchó contra las tímidas tentativas de atenuación del régimen férreo realizadas por Sviatopolk-Mirski, declarando que esto era el principio del fin. Colocó en el puesto de Sviatopolk a sus criaturas Buliguin y Trepov, cuyo papel en los sangrientos acontecimientos de enero es suficientemente sabido. Finalmente el tercer aspecto de su actuación, en el cual desempeñaba el papel más considerable, aunque menos conocido, era el de la influencia personal sobre el zar El tío y amigo de los monarcas aparece aquí como el representante más despiadado e inexorable de los intereses de la dinastía.

Kaliáev terminó su discurso con las palabras siguientes:

Mi empresa se ha visto coronada por el triunfo. Y el mismo éxito alcanzará, a pesar de todos los obstáculos, la actuación del partido entero, que se asigna grandes fines. de trascenrlencia histórica. Estoy firmemente persuadido de ello, veo la libertad inminente de la Rusia trabajadora, de la Rusia popular, nacida a una nueva vida. Y estoy contento y me siento orgulloso de morir por ella, con la conciencia de haber cumplido con mi deber.

A las tres de la tarde fue pronunciada la sentencia: pena de muerte.

Vuestra sentencia me hace feliz -dijo a los jueces- y confío en que la ejecutaréis de un modo tan abierto a los ojos de todo el pueblo, como ejecuté yo la sentencia del partido de los socialistas revolucionarios. Aprended a mirar frente a frente a la revolución que se acerca.

Kaliáev presentó recurso de casación que fue sostenido en el Senado por el abogado V. V. Berenstam.

En dicho recurso Kaliáev decía:

Nací (1)) y crecí en Varsovia, mi madre era polaca, pero me he sentido siempre ruso. Mi padre procedia de unos campesinos siervos de la provincia de Riazan, y fue de él de quien heredé el amor al pueblo ruso. Del colegio ruso, el único que existía en Varsovia, salí con una especie de amor romántico por Rusia y con el anhelo de servirla en nombre de la humanidad. Pero el espíritu de observación y la tendencia al análisis de lo que me rodea, que existían en mí desde la infancia. me enseñaron pronto a apreciar de un modo crítico el régimen de mi país. Me pesaba la atmósfera de patriotismo oficial y de hostilidad nacional, y por este motivo no ingresé en la Universidad de Varsovia y me fui a Moscú. Paralelamente con el desarrollo de mis convicciones políticas se desarrollaron mis simpatías sociales. Mi padre fue inspector de Policía en Varsovia y más tarde empleado en la administración de la fábrica de V. Gantke. Era un hombre honrado, no aceptaba propinas, y por esto nos hallábamos en la mayor indigencia. Mis hermanos eran obreros. y yo fui el único que tuvo la suerte de poder llegar a la Universidad, Desde mi juventud me identifiqué con los intereses del trabajo y con la necesidad y no tardé en convertirme en socialista convencido. Tenía confianza en mis fuerzas, aspiraba exaltadamente a llegar a la instrucción superior y me asigné el propósito de ser un militante honrado, un luchador activo por la causa de mi pueblo. En este sentido me manifesté por primera vez, públicamente, durante el movimiento estudiantil de la Universidad de Petersburgo de 1899. Como resultado de ello, fuí excluido sin derecho a reingresar y desterrado por dos años, bajo la vigilancia de la policia, a Iekaterinoslav. Este fue un duro golpe para mí, que determinó para siempre mi destino. En Iekaterinoslav colaboraba en los periódicos, estudiaba la vida económica de Rusia, era miembro de la Comisión revisora de una entidad de cultura local, pero lamentaba perder mis años juveniles.

A todas las demandas que formulé de que me admitieran en la Universidad, aun después de terminar el período de vigilancia, se me contestó con una fría negativa. Mi contacto con los militantes revolucionarios social demócratas y la influencia de la literatura de La Libertad del Pueblo me indicaron una salida de la situación indefinida en que se encuentra un hombre cuando se le niega el derecho a vivir y a desarrollarse. Desde aquel momento me convertí en un revolucionario convencido. En diciembre de 1905, en vísperas de las manifestaciones de dicho mes, entré a formar parte del Comité del partido social demócrata. Los manifestantes fueron disueltos y agredidos por la policía. Yo estaba dispuesto a contestar a esta agresión con el atentado contra el entonces gobernador, marqués Keller, quien hacía de las suyas en la provincia, pero como me encontraba solo tuve que desistir de mi propósito. Las ideas terroristas arraigaron firmemente en mi espíritu, y busqué su solución en la práctica. Con el afán de saber, con el anhelo de emprender una actividad que me absorbiera, me fuí al extranjero, a Lvov, donde entré en la Universidad y dedicándome, además, al estudio de la literatura revolucionaria. Fue allí donde fijé definitivamente mi posición. El asunto Balmaschov fue, por decirlo así, obra mía; pero como estaba en contacto con la social democracia, decidí tomar parte en la actuación ilegal, con el fin de encontrar compañeros para la lucha revolucionaria abierta. En el verano de 1902, al pasar de Lvov a Berlín, fui detenido por la policía alemana en la Aduana de la frontera; se me ocuparon publicaciones revolucionarias y fui entregado a las autoridades rusas. Este episodio me obligó a aplazar un poco la realización de mis propósitos. Una vez terminado ese desagradable incidente, en octubre de 1903 salí para el extranjero. Desde entonces hasta el último día busqué la ocasión de actuar en calidad de terrorista. Mis sentimientos y mis ideas en este sentido se hallaban alimentados por las irritantes calamidades de que era víctima mi país. En el extranjero pude comprobar la actitud de desprecio de todos los europeos respecto a lo ruso, como si el nombre de ruso fuera oprobioso. Y no pude dejar de llegar a la conclusión de que el oprobio de mi país -la monstruosa guerra exterior y la guerra interior, esa alianza declarada del gobierno zarista con el enemigo secular del pueblo, el capitalismo- era la consecuencia de la política malvada que deriva de las tradiciones seculares de la autocracia.

En la parte jurídica de su recurso, Kaliáev, cumpliendo con su deber, se esfuerza en exponer rigurosamente el punto de vista del partido, como lo hizo ante el tribunal. Trató de la cuestión del regicidio y de la actitud del partido con respecto al anarquismo. En uno y otro caso no juzgó posible defender su punto de vista personal.

Si me refiriera a su majestad, diría que he obrado contra su majestad, y no tendría necesidad de ocultar mi pensamiento bajo la fórmula general contra la casa imperial. Mi fórmula tiene una significación limitada, y no se refiere en este sentido a su majestad como monarca reinante. Mi partido, tal como yo comprendo su política, no ha planteado la cuestión de la persona de su majestad. En mi declaración, como miembro del partido que tiene conciencia de su deber de velar por los intereses del mismo, no he dicho más que lo que me permitía la disciplina de aquél. Al hablar de la política de Alejandro III, etc., etc., me refería, no a la persona de su majestad, sino a la política reaccionaria en que los grandes duques toman la participación menos ventajosa para su majestad. Es lo que expresé por medio de las palabras: Si es cierto que ministros tales como Plehve llevan a la monarquía a la ruina, se puede decir con mucho mayor motivo que grandes duques tales como Sergio Alexandrovich arruinan el prestigio de la dinastía. Para aclarar esta manifestación considero un deber desarrollar mi pensamiento en el sentido de afirmar que ni el partido ni yo podemos ser declarados anarquistas. Por esto, a fin de evitar una interpretación errónea de mis pensamientos, protesto contra la inclusión de la fórmula tío de su majestad en la forma definitiva de la sentencia.

En la cuestión del Estado, el partido de los socialistas revolucionarios se coloca en el punto de vista de la Social Democracia europea, la cual sostiene la participación del pueblo obrero en la administración del Estado, mediante las elecciones al Parlamento. Nuestro partido, lo mismo que los social demócratas, presenta en la actualidad la demanda del sufragio universal, y se halla muy lejos de la negación anarquista del Estado popular. Puedo referirme al programa publicado en uno de los números de La Rusia Revolucionaria y asimismo a la declaración publicada con motivo de la ejecución de Plehve, en la cual se desolidariza completamente de los anarquistas, reiterando la declaración de La Rusia Revolucionaria.

El recurso de casación no fue aceptado, y el lunes 9 de mayo, en un vapor de la policía, Kaliáev fue trasladado de la fortaleza de Pedro y Pablo a Schigselburg. Por la noche, cerca de las diez, le visitó el cura Florinski. Kaliáev le dijo que era creyente, pero que no aceptaba ningún ritual. El cura se marchó. A las dos de la madrugada, cuando empezaba ya a amanecer, Kaliáev fue conducido al patio, en el cual se levantaba la horca. En el patio había representantes de los distintos estamentos, de la administración de la fortaleza, un pelotón de soldados y todos los suboficiales libres de servicio. Kaliáev subió al cadalso. Iba vestido de negro, sin abrigo, con un sombrero de fieltro.

De pie en el cadalso escuchó la lectura de la sentencia. Al acercársele el cura con el crucifijo. no lo besó, y dijo:

Le he dicho ya a usted que había terminado completamente con la vida y que estaba preparado para la muerte.

El sitio del cura lo ocupó el verdugo Filippov, el cual le echó la soga al cuello y apartó el taburete con el pie.

Kaliáev fue enterrndo fuera del recinto de la fortaleza, entre la muralla que bordea aquélla por la parte del lago y la torre real.



Nota

(1) En 1877.
Indice de Memorias de un socialista revolucionario ruso de Boris SavinkovLIBRO SEGUNDO - capítulo primero - Sexta parteLIBRO SEGUNDO - Capítulo segundo - primera parteBiblioteca Virtual Antorcha