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Memorias de un socialista revolucionario ruso

Boris Savinkov

LIBRO SEGUNDO
CAPÍTULO PRIMERO
LA EJECUCIÓN DEL GRAN DUQUE SERGIO
SEGUNDA PARTE


Después de haber discutido los estatutos y lanzar, junto con Gotz y Chernov, la cuarta Hoja Volante de La Rusia Revolucionaria (1), me marché a París. En París se estaba organizando un laboratorio para la fabricación de dinamita. Schvéizer alquiló, a nombre de Davujogro, comerciante griego, un piso en el barrio de Grenelle, donde se instaló, con Dora Briliant y el hermano pequeño de Azev, Vladimir, químico de profesión. En dicho laboratorio se preparaba dinamita para los atentados futuros, y se estableció una escuela para la enseñanza de la química de materias explosivas para preparación de bombas. Kaliáev, Dulébov, Borichanski, Moissenko y yo aprendimos, bajo la dirección de Schvéizer, la técnica de la dinamita. Al mismo tiempo que trabajaba en dicho laboratorio, Schvéizer estudiaba los nuevos descubrimientos químicos y electrotécnicos. Le parecía que sólo una vasta aplicación de los inventos científicos podía llevar al terror a la senda de la lucha victoriosa contra el Gobierno. Desgraciadamente, no tuvo tiempo de hacer nada importante en este terreno.

En política, Schvéizer sostenía concepciones moderadas. Me acuerdo que en cierta ocasión, por la noche, después de las lecciones en el laboratorio, salimos juntos a la calle y entramos en un café. Schvéizer pidió un periódico y se hundió en la lectura del mismo. De repente, dijo:

- El ministerio se halla en vísperas de caer.

Me volví sorprendido hacia él.

- ¿Qué ministerio?

- El francés, naturalmente.

- ¿El francés?, ¿y qué más da?

El me miró a su vez asombrado:

- ¿Cómo que lo mismo da? Son los radicales los que toman el Poder.

- ¿Y qué?

- Ya le he dicho a usted que serán los radicales los que tomarán el Poder.

Yo seguía sin comprender, y le dije:

- ¿Qué diferencia hay entre Méline, Combes o Clemenceau?

- ¿Qué diferencia? ¿No lo comprende usted? Es decir, ¿que es usted enemigo del Parlamento en general?

Le dije que, en efecto, no concedía gran importancia a la lucha de los partidos en los Parlamentos modernos y que no consideraba como una victoria de los trabajadores que Méline fuera sustituído por Combes o Clemenceau.

Schvéizer me preguntó:

- Así, ¿es usted anarquista?

- No. Lo único que hay es que, como ya le he dicho, no concedo gran importancia al Parlamento.

- Si yo tuviera sus convicciones no formaría parte del partido de los socialistas revolucionarios.

Kaliáev, Moissenko, Dulébov. Borichanski y Briliant eran asimismo unos anarquistas como yo. Coincidíamos también todos en que la lucha parlamentaria era impotente para mejorar la situación de las clases trabajadoras, éramos todos partidarios de la action directe y nos hallábamos tan lejos de la táctica de Jaures como de la de Vaillant. Había otro punto de divergencia todavía más importante entre nosotros y Schvéizer. Teníamos una concepción distinta de los fines del terror. Para Schvéizer el terror central no era más que una de las manifestaciones de la lucha sistemática del partido, y la Organización de Combate, sólo una de las instituciones del partido de los socialistas revolucionarios. Si bien Kaliáev, más tarde, en su discurso ante el tribunal, sostuvo este mismo punto de vista, en realidad tenía otro. Kaliáev consideraba, como nosotros, que el terror central era la labor más importante del momento histórico que atravesábamos; ante él palidecían todas las demás actividades del partido, y para el éxito del terror se podían dejar en segundo término todas las demás actividades. Y que la Organización de Combate, parte integrante del partido de los socialistas revolucionarios, afín a la misma por su orientación y fines, efectuaba al mismo tiempo una obra general de partido y aun superior a la de partido y se hallaba al servicio, no de tal o cual programa o de tal o cual partido, sino de la revolución rusa en su conjunto. Añadiré a esto que, no sólo Kaliáev, sino todos nosotros no nos considerábamos con derecho a proclamar públicamente ante el tribunal que al ingresar en el partido nos habíamos comprometido a defender nuestro punto de vista estricto de partido.

Me acuerdo de mi conversación con Kaliáev a propósito de la proclama de Comité Central, publicada después del 15 de julio, en Paris, en francés: A todos los ciudadanos del mundo civilizado. Dicha proclama contenía, entre otras cosas, la siguiente declaración:

La decisión obligada de nuestros medios de lucha no debe atenuar la verdad: condenamos más enérgicamente que nadie, como lo hacían siempre nuestros heroicos predecesores de la Narodnaya Volia (La Libertad del Pueblo), el terror como sistema táctico en los países libres. Pero en Rusia, donde el despotismo excluye toda posibilidad de lucha política abierta y no conoce más que la arbitrariedad, donde no hay modo de sustraerse a un Poder irresponsable, autocrático en todos los peldaños de la escalera burocrática, nos vemos obligados a oponer a la violencia de la tiranía la fuerza del derecho revolucionario.

Esta declaración indignó a Kaliáev.

- Yo no sé lo que haría si hubiese nacido francés, inglés, alemán. Es muy posible que no hiciera bombas ni me ocupara de política ... Pero, ¿por qué precisamente nosotros, el partido de los socialistas revolucionarios, esto es, el partido del terror, hemos de arrojar piedras contra los terroristas franceses e italianos? ¿Por qué hemos de ser precisamente nosotros los que reneguemos de Lunquen y Ravachol? ¿A qué obedece esta precipitación? ¿Por qué temer hasta tal punto la opinión europea? No somos nosotros los que debemos temer, sino que se nos debe respetar. El terror es una fuerza. No somos nosotros los que debemos declarar nuestra falta de respeto por el mismo ...

Contesté a estas palabras con lo que me dijo Schvéizer:

- Yanek, tú eres anarquista.

- No, pero tengo más fe en el terror que en todos los parlamentos del mundo. Yo no arrojaré una bomba a un café, pero no soy yo quien debo juzgar a Ravachol. Este es más compañero mío que aquellos para los cuales ha sido escrita la proclama.

Moiseenko estaba de acuerdo con Kaliáev; Dulébov y Borichanski se expresaban en forma más radical todavía. En su calidad de obreros, admitían todos los medios en la lucha contra el enemigo más peligroso, la burguesía. Dora Briliant aprobaba tácitamente este mismo punto de vista. Estas divergencias, naturalmente, repercutían muy poco en nuestras relaciones mutuas. En la organización seguía reinando el cariño y la amistad de antes.

En aquel tiempo se celebraron en París varias reuniones de nuestro Comité, dedicadas a la cuestión de la forma de actuación ulterior. Se decidió que la organización emprendería inmediatamente tres acciones: en Petersburgo, contra el general-gobernador Trepov; en Moscú, contra el general-gobernador Gran Duque Sergio Alexandrovich, y en Kiev, contra el general-gobernador Kleigels. La organización estaba integrada por los elementos que se hallaban entonces en el extranjero; Matseievski estaba en Rusia, y se ignoraba si tomaría una participación inmediata en la acción combativa. Además de él y de Azev, que se quedaba en el extranjero, la organización de combate estaba compuesta de Dora Briliant, Dulébúv, Borichanski, Kaliáev, Schvéizer, Moiseenko, Ivanóvskaya, yo y Tatiana Leontieva.

Tatiana Alexándrovna Leontieva, que vivía en Ginebra, ofreció sus servicios, por mediación de Brechkóvkaya, a la Organización de Combate. Tanto a mí como a Kaliáev nos produjo la misma impresión que Dora Briliant cuando la vimos por vez primera. A las primeras palabras daba la sensación de una abnegación inagotable por la revolución y de estar dispuesta a ir al sacrificio en aras de la misma. Gustó particularmente a Kaliáev, en cuyo instinto yo tenía confianza y, por esto, me pronuncié sin vacilar porque fuera admitida como miembro de la Organización. Leontieva podía ser útil a la causa del terror no sólo por su disposicion a dar la vida por ella. Hija del vice-gobernador de Yakutsk, aristócrata por la línea materna y relacionada, gracias a esta circunstancia, con el Petersburgo rico y en la esfera de los funcionarios, podía tener la esperanza de ser presentada en Palacio y, en caso de suerte, obtener el título de freulin. Vivía todavía legalmente, no había sido comprometida en ningún asunto revolucionario y no podía parecer peligrosa a los ojos de la policía. Su presencia en la organización nos daba la posibilidad de tener informaciones de buen origen, que nos eran necesarias, sobre los ministros y los grandes duques. Nuestro propósito consistía, por este motivo, en que su papel se redujera por el momento a reforzar dichas relaciones y a suministrarnos los datos de que teníamos necesidad.

Se decidió que Schvéizer marcharía a Petersburgo, poniéndose al frente del atentado contra Trepov. De los antiguos miembros de la organización tomarían parte en dicho atentado, junto con él, Dulébov e Ivanóvskaya, y de los nuevos, Leontieva y una serie de compañeros, en parte indicados en las conferencias mencionadas y en parte reclutados en Rusia por Schvéizer de acuerdo con la facultad que le había sido concedida en este sentido por el Comité. La sección petersburguesa de Organización de Combate incluyó más tarde entre sus miembros a Básov, CWlerov, Podvitski, Trofimov, Zagorodni, Márkov, Barikov y un obrero de Bielostok conocido con el nombre de Sacha de Bielostok. La misión de Schvéizer, ya muy difícil en sí, se complicaba por la circunstancia de que los miembros de la organización se conocían muy poco entre sí y la mayoría de ellos no tenía ninguna experiencia combativa. Además, Sacha de Bielostok resultó ser un hombre completamente inepto para la organización.

La sección de Kiev de la Organización de Combate fue confiada, a instancias de Azev, a Borichanski, a quien se otorgó asimismo el derecho de reclutar nuevos miembros, pero sólo en número de dos y escogidos entre los obreros bien conocidos de él en Bielostok. Borlchanski escogió al matrimonio Kazak.

Finalmente, a mí se me confió el atentado contra el Gran Duque Sergio Alexandrovich. Debían marchar a Moscú conmigo Dora Briliant, Kaliáev y Moiseenko. Yo tenía también el derecho de completar mi sección, pero sólo con un hombre más, indicado por Azev. Este me recomendó al otrero X..., viejo populista, sobre el cual -según él- podía informarme en Bakú.

Para las tres secciones fue adoptado el mismo plan de atentado que en el asunto Plehve. Se proyectaba establecer un servicio de vigilancia cerca de Trepov, del Gran Duque Sergio y de Kleigels y después matarlos en la calle. Para el servicio de observación o vigilancia debiamos valernos, como antes, de vendedores ambulantes y cocheros. En Moscú, el papel de cochero debían desempeñarlo Moiseenko y Kaliáev.

El éxito del asunto Plehve no nos dejaba la menor duda acerca de la realización de los atentados emprendidos. No prestamos atención a la circunstancia de que la sección petersburguesa estuviera compuesta de gente inexperimentada y que la de Borichanski fuera excesivamente reducida. Estábamos firmemente persuadidos de que nuestras empresas se verían coronadas por el éxito, si no había delación.

Después de la conferencia, Kaliáev y Moiseenko se marcharon a Bruselas y yo me quedé en París, con objeto de esperar el pasaporte y la dinamita. Los pasaportes que recibimos yo y Schvéizer eran ingleses, el mío a nombre de James Galley, el suyo a nombre de Arthur MacCollon. Más tarde, después de la muerte de Schvéizer, fueron juzgados en Londres, por los tribunales, MacCollon y Diadsford, que sirvió de intermediario entre él y nosotros, bajo la acusación de entrega ilegal de pasaportes a revolucionarios rusos. Ambos ingleses fueron condenados a una multa de 100 libras esterlinas. que hizo efectivas la Organización de Combate. En aquella época, la Organización de Combate disponía de recursos materiales considerables: los subsidios recibidos después de la muerte de Plehve ascendían a muchas decenas de miles de rublos. Una parte de dicho dinero la trasmitimos al partido para la labor general.

A principios de noviembre, los miembros de la Organización de Combate salimos para Rusia. La dinamita estaba ya preparada y la pasamos por la frontera debajo de nuestros trajes. Unos días después, Kaliaev,Moiseenko, Dora Briliant y yo nos encontramos en Moscú. Borichtmski y Schvéizer se repartieron la dinamita en Varsovia.



Nota

(1) En dicha Hoja, el articulo La muerte de von Plehve, impresiones y comentarios, pertenecía a Kaliáev.
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