Indice de Entrevista a Rosendo Salazar por Píndaro Urióstegui Miranda Los libros que ha escrito. La Huelga, ejemplo de su poesía revolucionariaBiblioteca Virtual Antorcha

ENTREVISTA
A ROSENDO SALAZAR

Píndaro Urióstegui Miranda


POESÍA LA HUELGA

Como cuando la mar se encrespa airada,
aventando sus olas a la arena,
porque la nube disparó en las ondas
centellas destructoras de tormenta;
como cuando el río ronca furioso,
arrastrando, implacable, en su carrera,
troncos de robles, ramas de eucaliptos
y aristas de fecundas sementeras,
porque la lluvia desplomó en el cauce
chorros de linfa y gritos de violencia;
como cuando el volcán se agita, bronco,
destrenzando el mechón de su fiereza,
de su fiereza que vomita fuego,
desgaja y troncha y decapita ceibas,
porque la lumbre le azotó la entraña,
o porque el viento le rozó la cresta;
así yo, proletario, carne herida,
manjar del rico, cosa, esclavo, bestia;
menos que bestia, pues la bestia misma,
no sabe de esta clase de cadenas;
cuando restalla en mis espaldas nobles
el látigo brutal de la proterva
casta de explotadores, casta impía,
casta de victimarios, casta negra,
siento que fosforecen mis pupilas
siento que mi cerebro se rebela,
que es un mar mi atrevido pensamiento.
que es un volcán mi sangre, y torrentera.
crecida, arrolladora, mi alma esclava,
alma de luchador, alma plebeya.
Ferrer, Malato, Kropotkin y Gorky.
Lorenzo, Bakunin y Malatesta,
¡qué buenos sois cuando exclamáis: obreros,
no durmáis, vigilad, estad alertas!
el burgués os espía: es un vampiro;
el burgués os acecha: es una fiera;
y como puede heriros, destrozaros,
¡obreros, no durmáis, estad alertas!
Sí, no hay que reposar, el rico
a todas horas nuestro cuerpo acecha,
a todas partes va y en todas partes
vive la misma vida que la hiena:
quebrando cráneos y rompiendo huesos,
rajando nervios y chupando médulas.
Abusos, atropellos, extorsiones,
multas, hambres y yugos y cadenas,
puntapiés, capataces, ¡cuánto lodo!
andrajos, opresiones, ¡qué miseria!
Y a costa de la sangre de los débiles,
y a costa del dolor de nuestras venas,
del copioso sudor de nuestras frentes
y del trabajo la fatiga austera,
el goce de los próceres mezquinos,
el derroche del oro y de la seda,
la confortable hahitación, el lujo,
el palacio que yergue sus almenas;
en fin, el aire, el sol, el campo, ¡todo!
mientras el artesano ¿qué le resta?
más que un triste rincón, sucio, malsano,
húmedo y apretado de impurezas,
donde un viejo jergón cubre a sus hijos,
niños sin más amor que la pobreza,
sin más lecho que el suelo, sin más cosa
que una piedra en que apoyar la cabeza;
y cuando no, cuando ni en ese obscuro,
apartado rincón de fea apariencia,
puede vivir el proletario, entonces,
entonces, ¡oh!, las cárceles, las celdas,
los cuarteles sin sol, los hospitales
que asfixian, que contagian, que envenenan.
¡Abajo, pues, la sociedad que infama;
la sociedad que atenaza y flagela;
la inmoral sociedad, que oprime y mata,
borracha de cognac y de cerveza!
¡brote el sol del amor, de la justicia
y de la libertad, tras las enhiestas
cumbres de la igualdad! ¡Truene la fusta,
que habrá de ser el arma de la gleba,
ya contra el asqueroso sibarita,
ya contra la canalla, torpe y necia,
y que resuene el himno de la vida,
el himno que ha de destruir diademas,
y la frase sonora, que a la postre,
bajo el polvo de oro de la fiesta,
repita, victoriosa e insinuante:
¡Libertad! ¡Igualdad! ¡Trabajo! ¡Tierra!
¡Abajo cetros, tronos y coronas!
¡Abajo espadas, dioses y banderas!
¡Abajo! ¡Abajo, y paso a la esforzada,
y oprimida y bendita clase obrera!

(Pág. 73 del libro Alma vibrante, de Rosendo Salazar).

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