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CARTAS DE RELACIÓN

CUARTA CARTA-RELACIÓN

DE HERNAN CORTÉS AL EMPERADOR CARLOS V

TENUXTITLÁN, 15 DE OCTUBRE DE 1524




(Segunda parte)


Habiéndome certificado más por esta nueva de la rebelión de los naturales de aquella provincia, y sabiendo las muertes de aquellos españoles, a la mayor prisa que yo pude despaché luego cincuenta de caballo y cien peones ballesteros y escopeteros, y cuatro tiros de artillería con mucha pólvora y munición, con un capitán español y otros dos de los naturales de esta ciudad con cada quince mil hombres de ellos; al cual dicho capitán mandé que con la más prisa que pudiese llegase a la dicha provincia, y trabajase de entrar por ella sin detener en ninguna parte, no siendo muy forzosa necesidad, hasta llegar a la villa de Santisteban del Puerto, a saber nuevas de los vecinos y gentes que en ella habían quedado, porque podría ser que estuviesen cercados en alguna parte, y darles ya socorro. Y así fue, y el dicho capitán se dio toda la más prisa que pudo, y entró por la dicha provincia, y en dos partes pelearon con él, y dándole Dios Nuestro Señor la victoria, siguió todavía su camino hasta llegar a la dicha villa, adonde halló veinte y dos de caballo y cien peones, que allí los habían tenido cercados, y los habían combatido seis o siete veces, y con ciertos tiros de artillería que allí tenían se habían defendido; aunque no bastaba su poder para más defenderse de allí, y aun no con poco trabajo; y si el capitán que yo envié se tardara tres días, no quedara ninguno de ellos, porque ya se morían todos de hambre, y habían enviado un bergantín de los navíos que el adelantado allí trajo a la Villa de la Vera Cruz, para por allí hacerme saber la nueva, porque por otra parte no podían, y para traer bastimento en él, como después se lo llevaron, aunque ya habían sido socorridos de la gente que yo envié.

Y allí supieron cómo la gente que el adelantado Francisco de Garay había dejado en un pueblo que se dice Tamiquil, que serían hasta cien españoles de pie y de caballo, los habían todos muerto, sin escapar más de un indio de la isla de Jamaica, que escapó huyendo por los montes, del cual se informaron cómo los tomaron de noche. Y hallóse por copia que de la gente del adelantado eran muertos doscientos y diez hombres, y de los vecinos que yo había dejado en aquella villa, cuarenta y tres, que andaban por sus pueblos que tenían encomendados. Y aun créese que fueron más de los de la gente del adelantado, porque no se acuerdan de todos.

Con la gente que el capitán llevó, y con la que el teniente y el alcalde tenían, y con la que se halló en la villa, llegaron ochenta de caballo y repartiéronse en tres partes, y dieron la guerra por ellas en aquella provincia en tal manera, que señores y personas principales se prendieron hasta cuatrocientos, sin otra gente baja, a los cuales todos, digo a los principales, quemaron por justicia, habiendo confesado ser ellos los movedores de toda aquella guerra, y cada uno de ellos haber sido en muerte, o haber muerto los españoles. Y hecho esto, soltaron de los otros que tenían presos, y con ellos recogieron toda la gente en los pueblos; y el capitán, en nombre de vuestra majestad, proveyó de nuevos señores en los dichos pueblos a aquellas personas que les pertenecfa por sucesión, según ellos suelen heredar. A esta sazón tuve cartas del dicho capitán y de otras personas que con él estaban, cómo ya (loado Nuestro Señor) estaba toda la provincia muy pacífica y segura, y los naturales sirven muy bien, y creo que será paz para todo el año la rencilla pasada.

Crea vuestra cesárea majestad que son estas gentes tan bulliciosas, que cualquier novedad o aparejo que vean de bullicio los mueve, porque ellos así lo tenían por costumbre de rebelarse y alzarse contra sus señores; y ninguna vez verán para esto aparejo, que no lo hagan.

En los capftulos pasados, muy católico señor, dije cómo al tiempo que supe la nueva de la venida del adelantado Francisco de Garay a aquel río de Pánuco, tenía a punto cierta armada de navíos y de gente para enviar al cabo o punta de Hibueras, y las causas que para ello me movían; por la venida del dicho adelantado cesó, creyendo que se quisiera poner en aposesionarse por su autoridad en la tierra. Y para se lo resistir, si lo hiciera, hubo necesidad de toda la gente. Y después de haber dado fin en las cosas del dicho adelantado, aunque se me siguió asaz costa de sueldos de marineros, y bastimentos de los navíos, y gente que había de ir en ellos, pareciéndome que de ello vuestra majestad era muy servido, seguí todavía mi propósito comenzado, y compré más navíos de los que antes tenía, que fueron por todos cinco navíos gruesos y un bergantín e hice cuatrocientos hombres, y bastecidos de artillería, munición y armas, y de otros bastimentos y vituallas y demás de lo que aquí se les proveyó, envié con dos criados mios ocho mil pesos de oro a la isla de Cuba para que comprasen caballos y bastimentos, así para llevar en este primer viaje como para que estuviesen a punto para en volviendo los navíos cargarlos, porque por necesidad de cosa alguna no dejasen de hacer aquella para que yo los enviaba; y también para que al principio, por falta de bastimentos, no fatigasen los naturales de la tierra, y que antes les diesen ellos de lo que llevasen que tomarles de lo suyo.

Con este concierto se partieron del puerto de San Juan de Chalchiqueca, a once días del mes de enero de 1524 años, y han de ir a la Habana, que es la punta de la isla de Cuba, adonde se han de bastecer de lo que les faltare, especialmente los caballos, y recoger allí los navíos, y de allí, con la bendición de Dios, seguir su camino para la dicha tierra. Y en llegando en el primero puerto de ella, saltar en tierra y echar toda la gente y caballos y bastimentos, y todo lo demás que en los navíos llevaban, fuera de ellos; y en el mejor asiento que al presente les pareciere fortalecerse con su artillería, que llevaban mucha y buena, y fundar su pueblo. Y luego los tres de los navíos mayores que llevan, despacharlos para la isla de Cuba, al puerto de la villa de la Trinidad, porque está en mejor paraje y derrota; porque allí ha de quedar el uno de aquellos criados míos para les tener aparejada la carga de las cosas que fuesen menester y el capitán enviase a pedir. Los otros navíos más pequeños y el bergantín, con el piloto mayor y un primo mío, que se dice Diego de Hurtado, por capitán de ellos, vayan a correr toda la costa de la bahía de la Ascensión en demanda de aquel estrecho que se cree que en ella hay, y que estén allá hasta que ninguna cosa dejen por ver, y visto, se vuelvan donde el dicho capitán Cristóbal de Olid estuviere; y de allí, con el uno de los navíos, me hagan relación de lo que hallaren y lo que el dicho Cristóbal de Olid hubiese sabido de la tierra y en ella le hubiese sucedido, para que yo pueda enviar de ello larga cuenta y relación a vuestra católica majestad.

También dije cómo tenía cierta gente para enviar con Pedro de Alvarado a aquellas ciudades de Uclacián y Guatemala, de que en los capítulos pasados he hecho mención, y a otras provincias de que tengo noticia, que están adelante de ellas; y como también había cesado por la venida del dicho adelantado Francisco de Garay, y porque ya yo tenía mucha costa hecha, así de caballos, armas y artillería y munición, como de dineros, de socorro que se había dado a la gente; y porque de ello tengo creído que Dios Nuestro Señor y vuestra sacra majestad han de ser muy servidos, y porque por aquella parte, según tengo noticia, pienso descubrir muchas y muy ricas y extrañas tierras y de muchas y de muy diferentes gentes, torné todavía a insistir en mi primer propósito, y demás de lo que antes al dicho camino estaba proveído, le torné a rehacer al dicho Pedro de Alvarado, y le despaché de esta ciudad a seis días del mes de diciembre de 1523 años; y llevó ciento y veinte de caballo, en que, con las dobladuras que lleva, lleva ciento y sesenta caballos y trescientos peones, en que son los cientos y treinta ballesteros y escopeteros. Lleva cuatro tiros de artillería con mucha pólvora y munición, y llevan algunas personas principales, así de los naturales de esta ciudad como de otras ciudades de esta comarca, y con ellos alguna gente, aunque no mucha por ser el camino tan largo.

He tenido nuevas de ellos cómo habían llegado a doce días del mes de enero, de la provincia de Teguantepeque, que iban muy buenos; plega a Nuestro Señor de los guiar a los unos y a los otros como él se sirva, porque bien creo que yendo enderezados a su servicio y en el real nombre de vuestra cesárea majestad no puede carecer de bueno y próspero suceso.

También le encomendé al dicho Pedro de Alvarado tuviese siempre especial cuidado de me hacer larga y particular relación de las cosas que por allá le aviniesen, para que yo la envíe a vuestra alteza.

Y tengo por muy cierto, según las nuevas y figuras de aquella tierra que yo tengo, que se han de juntar el dicho Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olid, si estrecho no los parte.

Muchos caminos de éstos se hubieran hecho en esta tierra y muchos secretos de ella tuviera yo sabidos, si estorbos de las armadas que han venido no los hubieran impedido. Y certifico a vuestra sacra majestad que ha recibido harto deservicio en ello, así en no tener descubiertas muchas tierras como en haberse dejado de adquirir para su real cámara mucha suma de oro y perlas; pero de aquí adelante, si otros más no vienen, yo trabajaré de restaurar lo que se ha perdido; porque por trabajo de mi persona, ni por dejar de gastar mi hacienda no quedará; porque certifico a vuestra cesárea y sacra majestad, que de más de haber gastado todo cuanto he tenido, debo, que he tomado del oro que tengo de las rentas de vuestra majestad, para gastos, como parecerá por ellos al tiempo que vuestra majestad fuere servido de mandar tomar la cuenta, sesenta y tantos mil pesos de oro, sin más de otros doce mil que yo he tomado prestados de algunas personas para gastos de mi casa.

De las provincias comarcanas a la villa del Espíritu Santo y de las que servían a los vecinos de ella, dije en los capítulos pasados que algunas de ellas se habían rebelado, y aun muerto ciertos españoles; y así para reducir éstas al real servicio de vuestra majestad como para traer a él otras sus vecinas, porque la gente que en la villa está no bastaba para sostener lo ganado y conquistar éstas, envíe un capitán con treinta de caballo y cien peones, algunos de ellos ballesteros y escopeteros y dos tiros de artillería, con recado de munición y pólvora. Los cuales partieron a 8 de diciembre de 523 años.

Hasta ahora no he sabido nueva de ellos, pienso harán mucho fruto, y que de este camino Dios Nuestro Señor y vuestra majestad serán muy servidos, y se descubrirán hartos secretos; porque es un pedazo de tierra que queda entre la conquista de Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olid, lo que hasta ahora estaba pacífico, hacia la mar del Norte. Y conquistado esto y pacífico, que es muy poco, tiene vuestra sacra majestad por la parte del Norte más de cuatrocientas leguas de tierra pacífica y sujeta a su real servicio, sin haber cosa en medio, y púr la mar del Sur más de quinientas leguas; y todo, de la una mar a la otra, que sirve sin ninguna contradicción, excepto dos provincias que están entre la provincia de Teguantepeque y la de Chinanta y Guaxaca, y la de Guazacualco en medio de todas cuatro; que se llama la gente de la una los zapotecas y la otra los mixes. Las cuales, por ser tan ásperas que aun a pie no se pueden andar, puesto que he enviado dos veces gente a las conquistar y no lo han podido hacer porque tienen muy recias fuerzas y áspera tierra, y buenas armas, que pelean con lanzas de a veinte y cinco y treinta palmos; y muy gruesas y bien hechas, y las puntas de ellas de pedernales; y con esto se han defendido, y muerto algunos de los españoles que allá han ido. Y han hecho y hacen mucho daño en los vecinos que son vasallos de vuestra majestad, salteándolos de noche y quemándoles los pueblos y matando muchos de ellos; tanto, que han hecho que muchos de los pueblos cercanos a ellos se han alzado y confederado con ellos.

Y porque no llegué a más, aunque ahora no tenía sobra de gente, por haber salido a tantas partes, junté ciento y cincuenta hombres de pie, porque de caballo no pueden aprovechar, todos los más ballesteros y escopeteros, y cuatro tiros de artillería con la munición necesaria; los ballesteros y escopeteros proveídos con mucho almacén, y con ellos, por capitán, Rodrigo Rangel, alcalde de esta ciudad, que ahora ha un año había ido otra vez con gente sobre ellos, y por ser en tiempo de muchas aguas no pudo hacer cosa ninguna, y se volvió con haber estado allá dos meses. El cual dicho capitán y gente se partieron de esta ciudad a 5 de febrero de este año presente. Creo, siendo Dios servido, que por llevar buen aderezo y por ir en buen tiempo, y porque lleva mucha gente de guerra diestra, de los naturales de esta ciudad y sus comarcas, que darán fin a aquella demanda; de que no poco servicio redundará a la imperial corona de vuestra alteza, porque no sólo ellos no sirven, mas aun hacen mucho daño a los que tienen buena voluntad. Y la tierra es muy rica de minas de oro: estando éstos pacíficos, dicen aquellos vecinos que lo irán a sacar allá, y éstos, por haber sido tan rebeldes, habiendo sido tantas veces requeridos, y una vez ofreciéndose por vasallos de vuestra alteza, y haber muerto españoles y haber hecho tantos daños, los pronunciar por esclavos; y mandé que los que a vida se pudiesen tomar los herrasen del hierro de vuestra alteza, y sacada la parte que a vuestra majestad pertenece, se repartiesen por aquellos que los fueron a conquistar. Bien puede, muy excelentísimo señor, tener vuestra real excelencia por muy cierto, que la menor de estas entradas que se van a hacer, me cuesta de mi casa más de cinco mil pesos de oro, y que las dos de Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olid me cuestan más de cincuenta en dineros, sin otros gastos de mis haciendas que no se cuentan ni asientan por memoria. Pero como sea todo para el servicio de vuestra cesárea majestad, si mi persona juntamente con ello se gastase, lo tendría por mayor merced; y ninguna vez se ofrecerá en que en tal caso yo la pueda poner que no la ponga.

Así por la relación pasada como por ésta, he hecho a vuestra alteza mención de cuatro navíos que tengo comenzados a hacer en la mar del Sur, y porque por haber mucho tiempo que se comenzaron le parecerá a vuestra real alteza que yo he tenido algún descuido en no se haber acabado hasta ahora, doy a vuestra sacra majestad cuenta de la causa; y es que, como la mar del Sur, a lo menos aquella parte donde aquellos navíos hago, está de los puertos de la mar del Norte, donde todas las cosas que a esta Nueva España vienen se descargan, doscientas leguas y aun más, y en parte de muy fragosos puertos de sierras, y en otros muy grandes y caudalosos ríos, y como todas las cosas que para los dichos navíos son necesarias se hayan de llevar de allí, por no haber de otra parte donde se provean, hase llevado y llévase con mucha dificultad. Y aun sobrevino para esto, que ya que yo tenía en una casa en el puerto donde los dichos navíos se hacen, todo el aderezo que para ellos era menester, de velas, cables, jarcia, clavazón, áncoras, pez, sebo, estopa, betumen, aceite y otras cosas, una noche se puso fuego y se quemó todo, sin se aprovechar más de las áncoras, que no pudieron quemarse. Ahora de nuevo lo he tomado a proveer, porque habrá cuatro meses que me llegó una nao de Castilla, en que me trajeron todas las cosas necesarias para los dichos navíos, porque temiendo yo lo que me vino, lo tenía proveído y enviado a pedir. Y certifico a vuestra cesárea majestad que me cuestan hoy los navíos, sin haberlos echado al agua, más de ocho mil pesos de oro, sin otras cosas extraordinarias; pero ya, loado Nuestro Señor, están en tal estado, que para la pascua del Espíritu Santo primera, o para el día de San Juan de junio, podrán navegar si betumen no me falta; porque, como se quemó lo que tenía, no he tenido de dónde proveerme, mas yo espero que para este tiempo me lo traerán de esos reinos, porque yo tengo proveído para que se me envíen.

Tengo en tanto estos navíos, que no lo podría significar; porque tengo por muy cierto que con ellos, siendo Dios Nuestro Señor servido, tengo de ser causa que vuestra cesárea majestad sea en estas partes señor de más reinos y señoríos que los que hasta hoy en nuestra nación se tiene noticia; a él plega encaminarlo como él se sirva y vuestra cesárea majestad consiga tanto bien, pues creo que con hacer yo esto no le quedará a vuestra excelsitud más que hacer para ser monarca del mundo.

Después que Dios Nuestro Señor fue servido que esta gran ciudad de Temixtitan se ganase, parecióme por el presente no ser bien residir en ella, por muchos inconvenientes que había, y paséme con toda la gente a un pueblo que se dice Cuyoacán, que está en la costa de esta laguna, de que ya tengo hecha mención. Porque como siempre deseé que esta ciudad se reedificase, por la grandeza y maravilloso asiento de ella, trabajé de recoger todos los naturales, que por muchas partes estaban ausentados desde la guerra, y aunque siempre he tenido y tengo al señor de ella preso, hice a un capitán general que en la guerra tenía, y yo conocía del tiempo de Mutezuma, que tomase cargo de la tomar a poblar, y para que más autoridad su persona tuviese, tornéle a dar el mismo cargo que en tiempo del señor tenía, que es Ciguacoatl, que quiere tanto decir como lugarteniente del señor. A otras personas principales, que yo también asimismo de antes conocía, les encargué otros cargos de gobernación de esta ciudad, que entre ellos se solían hacer. Y a este Ciguacoatl y a los demás les di señorío de tierras y gente, en que se mantuviesen, aunque no tanto como ellos tenían, ni que pudiesen ofender con ellos en algún tiempo. Y he trabajado siempre de honrarlos y favorecerlos y ellos lo han trabajado y hecho también, que hay hoy en la ciudad poblados hasta treinta mil vecinos, y se tiene en ella la orden que solía en sus mercados y contrataciones.

Y heles dado tantas libertades y exenciones, que de cada día se puebla en mucha cantidad, porque viven muy a su placer, que los oficiales de artes mecánicas, que hay muchos, viven por sus jornales entre los españoles: asf como carpinteros, albañiles, canteros, plateros y otros oficios; y los mercaderes tienen muy seguramente sus mercaderfas, y las venden; y las otras gentes viven de ellos de pescadores, que es gran trato en esta ciudad, y otros de agricultura, porque hay ya muchos de ellos que tienen sus huertas, y siembran en ellas toda la hortaliza de España de que acá se ha podido haber simiente, y certifico a vuestra cesárea majestad que si plantas y semillas de las de España tuviesen y vuestra alteza fuese servido de nos mandar proveer de ellas, como en la otra relación lo envié a suplicar, según los naturales de estas partes son amigos de cultivar las tierras y de traer arboledas, que en poco espacio de tiempo hubiese acá mucha abundancia, de que no poco servicio pienso yo que redundaría a la imperial corona de vuestra alteza, porque sería causa de perpetuarse estas partes y de tener en ellas vuestra sacra majestad más rentas y mayor señorío que en lo que ahora en el nombre de Dios Nuestro Señor vuestra alteza posee. Para esto puede vuestra alteza ser cierto que en mí no habrá falta, y que lo trabajaré por mi parte cuanto las fuerzas y poder me bastare.

Puse luego por obra, como esta ciudad se ganó, de hacer en ella una fuerza en el agua, a una parte de esta ciudad en que pudiese tener los bergantines seguros, y desde ella ofender a toda la ciudad si en algo se pudiese, y estuviese en mi mano la salida y entrada cada vez que yo quisiese, e hízose. Está hecha tal, que aunque yo he visto algunas casas de atarazanas y fuerzas, no la he visto que la iguale.

Y muchos que han visto otras más, afirman lo que yo, y la manera que tiene esta casa es que a la parte de ia laguna tiene dos torres muy fuertes con sus troneras en las partes necesarias. Y la una de estas torres sale fuera del lienzo hacia la una parte con troneras, que barre todo él un lienzo, y la otra a la otra parte de la misma manera. Y desde estas dos torres va un cuerpo de casa de tres naves, donde están los bergantines, y tienen la puerta para salir y entrar entre estas dos torres hacia el agua. Y todo este cuerpo tiene asimismo sus troneras, y al cabo de este dicho cuerpo, hacia la ciudad, está otra muy gran torre, y de muchos aposentos bajos y altos, con sus defensas y ofensas para la ciudad. Y porque la enviaré figurada a vuestra sacra majestad como mejor se entienda, no diré más particularidades de ella sino que es tal que con tenerla es en nuestra mano la paz y la guerra cuando la quisiéremos, teniendo en ella los navíos y artillería que ahora hay.

Hecha esta casa, porque me pareció que ya tenía seguridad para cumplir lo que deseaba, que era poblar dentro en esta ciudad, me pasé a ella con toda la gente de mi compañía, y se repartieron los solares por los vecinos, y a cada uno de los que fueron conquistadores, en nombre de vuestra real alteza, yo di un solar, por lo que en ella había trabajado, demás del que se les ha de dar como a vecinos, que han de servir, según orden de estas partes, y hanse dado tanta prisa en hacer las casas de los vecinos, que hay mucha cantidad de ellas hechas, y otras que llevan ya buenos principios.

Y porque hay mucho aparejo de piedra, cal y madera, y de mucho ladrillo, que los naturales labran, que hacen todos tan buenas y grandes casas, que puede creer vuestra sacra majestad que de hoy en cinco años será la más noble y populosa ciudad que haya en lo poblado del mundo, y de mejores edificios.

Es la población donde los españoles poblamos, distinta de la de los naturales, porque nos parte un brazo de agua, aunque en todas las calles que por ella atraviesan hay puentes de madera, por donde se contrata de la una parte a la otra. Hay dos grandes mercados de los naturales de la tierra, el uno en la parte que ellos habitan y el otro entre los españoles; en éstos hay todas las cosas de bastimentos que en la tierra se pueden hallar, porque de toda ella lo vienen a vender; y en esto no hay falta de lo que antes solía en el tiempo de su prosperidad. Verdad es que joyas de oro, ni plata, ni plumajes, ni cosa rica, no hay nada como solía; aunque algunas piececillas de oro y plata salen, pero no como antes.

Por las diferencias que Diego Velázquez ha querido tener conmigo, y por la mala voluntad que a su causa y por su intercesión don Juan de Fonseca, obispo de Surgos, me ha tenido, y por él y por su mandado los oficiales de la casa de la contratación de la ciudad de Sevilla, en especial Juan López de Recalde, contador de ella, de quien todo en el tiempo del obispo solía pender, no he sido proveído de artillería ni armas, como tenía necesidad, aunque yo muchas veces he enviado dineros para ello. Y porque no hay cosa que más los ingenios de los hombres avive que la necesidad, y como yo ésta tuviese tan extrema y sin esperanza de remedio, pues aquellos no daban lugar que vuestra sacra majestad la supiese, trabajé de buscar orden para que por ella no se perdiese lo que con tanto trabajo y peligro se había ganado, y de donde tanto de servicio a Dios Nuestro Señor y a vuestra cesárea majestad pudiera venir, y peligro a todos los que acá estábamos. Y por algunas provincias de las de estas partes me di mucha prisa a buscar cobre, y di para ello mucho rescate, para que más aína se hallase; y como me trajeron cantidad, puse por obra con un maestro que por dicha aquí se halló, de hacer alguna artillería, e hice dos tiros de medias culebrinas, y salieron tan buenas que de su medida no pueden ser mejores. Y porque aunque tenia cobre faltaba estaño, porque no se pueden hacer sin ello, y para aquellos tiros lo había habido con mucha dificultad, y me había costado mucho, de algunos que tenían platos y otras vasijas de ello, y aun caro ni barato no lo hallaba, comencé a inquirir por todas partes si en alguna lo había, y quiso Nuestro Señor, que tiene cuidado, y siempre lo ha tenido, de proveer en la mayor prisa, que topé entre los naturales de una provincia que se dice Tachco, ciertas piecezuelas de ello, a manera de moneda muy delgada, y procediendo por mi pesquisa, hallé que en la dicha provincia, y aun en otras, se trataba por moneda. Y llegándolo más al cabo, supe que se sacaba en la dicha provincia de Tachco, que está veinte y seis leguas de esta ciudad, y luego supe las minas, y envié herramientas y españoles, y trajéronme muestra de ello. Y de alli adelante di orden como sacaron todo lo que fue menester, y se sacara lo que más hubiere necesidad, aunque con harto trabajo. Y aun andando en busca de estos males se topó vena de fierro en mucha cantidad, según me informaron los que dicen que lo conocen.

Topado este estaño he hecho y hago cada dla algunas piezas, y las que hasta ahora están hechas son cinco piezas, las dos medias culebrinas y las dos poco menos en medidas, y un cañón serpentino y dos sacres, que yo traje cuando vine a estas partes, y otra media culebrina, que compré de los bienes del adelantado Juan Ponce de León. De los navíos que han venido, tendré por todas de metal, piezas chicas y grandes, de falconete arriba, treinta y cinco piezas, y de hierro, entre lombardas y pasavolantes y versos y otras maneras de tiros de hierro colado, hasta setenta piezas. Así que ya, loado Nuestro Señor, nos podemos defender.

Y para la munición no menos proveyó Dios, que hallamos tanto salitre y tan bueno, que podríamos proveer para otras necesidades, teniendo aparejo de calderas en qué cocerlo, aunque se gasta acá harto en las muchas entradas que se hacen. Y para el azufre, ya a vuestra majestad he hecho mención de una sierra que está en esta provincia, que sale mucho humo; y de allí, entrando un español setenta o ochenta brazas, atado a la boca abajo. se ha sacado con que hasta ahora nos habemos sostenido. Ya de aquí adelante no habrá necesidad de ponemos en este trabajo, porque es peligroso; y yo escribo siempre que nos provean de España, y vuestra majestad ha sido servido que no haya ya obispo que nos lo impida.

Después de haber dejado asentada la villa de Santisteban, que en el río de Pánuco se pobló, y haber dado fin en la conquista de la provincia de Tututepeque y de haber despachado al capitán que fue a los Impilcingos y a Colimán, que de todo en un capítulo de los pasados hice mención, antes de venir a esta ciudad fui a la Villa de la Vera Cruz y a la de Medellín, para visitarlas y proveer algunas cosas que en aquellos puertos había que proveer; y porque hallé que a causa de no haber población de españoles más cerca del puerto de San Juan de Chalchiquecan que la Villa de la Vera Cruz, iban los navíos a descargar a ella, y por no ser aquel puerto tan seguro como conviene, según los nortes en aquella costa reinan, se perdían muchos, y fui al dicho puerto de San Juan a buscar cerca algún asiento para poblar. Aunque al tiempo que yo allí salté se buscó con harta diligencia, y por ser todo sierras de arena que se mudan cada rato no se halló, y de esta vez estuve allí algunos días buscándolo; y quiso Nuestro Señor que dos leguas del dicho puerto se halló muy buen asiento con todas las cualidades que para asentar pueblo se requieren, porque tiene mucha leña y agua y pastos, salvo que madera ni piedra ni cosa para edificar no la hay sino muy lejos. Y hallóse un estero junto al dicho asiento, por el cual yo hice salir con una canoa para ver si salía a la mar o por él podr!an entrar barcas hasta el pueblo, y hallóse que iba a dar a un r!o que sale a la mar, y en la boca del río se halló una braza de agua y más; por manera que, limpiándose aquel estero, que está ocupado de mucha madera de árboles, pOdrán subir las barcas hasta descargar dentro en las casas del pueblo.

Y viendo este aparejo de asiento y la necesidad que había de remedio para los navíos, hice que la villa de Medellín, que estaba veinte leguas la tierra adentro, en la provincia de Tatactetelco, se pasase allí, y así se ha hecho, que se han pasado ya casi todos los vecinos y tienen hechas sus casas, y se da orden cómo se limpie aquel estero y se haga en aquella villa una casa de contratación, porque aunque los navíos se tarden en descargar, porque aunque han de subir dos leguas con las barcas aquel estero arriba, estarán seguros de perderse. Y tengo por cierto que aquel pueblo ha de ser, después de esta ciudad, el mejor que hubiera en esta Nueva España, porque después acá han descargado en él algunos navíos, y suben las barcas con las mercaderías hasta las casas del dicho pueblo, y aun asimismo bergantines; y en esto yo trabajaré de lo tener tan a punto que muy sin trabajo descarguen, y los navíos desde aquí adelante estarán seguros, porque el puerto es muy bueno.

Y asimismo se da mucha prisa en hacer los caminos que de aquella villa vienen a esta ciudad, y con esto habrá mejor despacho en las mercaderías que hasta aquí, porque es mejor camino y se ataja una jornada.

En los capítulos pasados he dicho, muy poderoso señor, a vuestra excelencia las partes adonde he enviado gente, así por la mar como por la tierra, de que creo, guiándolo Nuestro Señor, vuestra majestad ha de ser muy servido; y como tengo continuo cuidado y siempre me ocupo en pensar todas las maneras que se puedan tener para poner en ejecución y efectuar el deseo que yo al real servicio de vuestra majestad tengo, viendo que otra cosa no me quedaba para esto sino saber el secreto de la costa que está por descubrir entre el río Pánuco y la Florida, que es lo que descubrió el adelantado Juan Ponce de León, y de allí la costa de la dicha Florida, por la parte del Norte, hasta llegar a los Bacallaos, porque se tiene cierto que en aquella costa hay estrecho que pasa a la mar del Sur, y se hallase, según cierta figura que yo tengo del paraje adonde está aquel archipiélago, que descubrió Magallanes por mandado de vuestra alteza, parece que saldría muy cerca de allí, y siendo Dios Nuestro Señor servido que por allí se topase el dicho estrecho. Sería la navegación desde la Especería para esos reinos de vuestra majestad muy buena y muy breve; y tanto, que sería las dos tercias partes menos que por donde ahora se navega, y sin ningún riesgo ni peligro de los navíos que fuesen y viniesen, porque irían siempre y vendrían por reinos y señoríos de vuestra majestad, que cada vez que alguna necesidad tuviesen se podrían reparar, sin ningún peligro, en cualquiera parte que quisiesen tomar puerto, como en tierra de vuestra alteza.

Y por representárseme el gran servicio que de aquí a vuestra majestad resulta, aunque yo estoy harto gastado y empeñado, por lo mucho que debo y he gastado en todas las otras armadas que he hecho, así por la tierra como por la mar, y en sostener los pertrechos y artillería que tengo en esta ciudad y envío a todas partes, y otros muchos gastos y costas que de cada día se me ofrecen, porque todo se ha hecho y hace a mi costa, y todas las cosas de que nos hemos de proveer son tan caras y de tan excesivos precios, que aunque la tierra es rica no basta el interés que yo de ella puedo haber a las grandes costas y expensas que tengo; pero, con todo, habiendo respeto a lo que en este capítulo digo, y posponiendo toda la necesidad que se me pueda ofrecer, aunque certifico a vuestra majestad que para ello tomo los dineros prestados, he determinado de enviar tres carabelas y dos bergantines en esta demanda, aunque pienso que me costará más de diez mil pesos de oro, y juntar este servicio con los demás que he hecho, porque le tengo por el mayor si, como digo, se halla el estrecho, y ya que no se halle, no es posible que no se descubran muy grandes y ricas tierras, donde vuestra cesárea majestad mucho se sirva y los reinos y señoríos de su real corona se ensanchen en mucha cantidad. Y síguese de esto más utilidad, ya que el dicho estrecho no se hallase; que tendrá vuestra alteza sabido que no lo hay, y darse la orden como por otra parte vuestra cesárea majestad se sirva de aquellas tierras de la Especería y de todas las otras que con ellas confinan; y ésta yo me ofrezco a vuestra alteza que, siendo servido de me la mandar dar, ya que falte el estrecho, la daré con que vuestra majestad mucho se sirva y a menos costa. Plega Nuestro Señor que la armada consiga el fin para que se hace, que es descubrir aquel estrecho, porque sería lo mejor; lo cual tengo muy creído, porque en la real ventura de vuestra majestad ninguna cosa se puede encubrir, y a mí no me faltará diligencia y buen recaudo y voluntad para lo trabajar.

Asimismo pienso enviar los navíos que tengo hechos en la mar del Sur, que, queriendo Nuestro Señor, navegarán en fin del mes de jUlio de este año de 524 por la misma costa abajo, en demanda del dicho estrecho; porque si le hay, no se puede esconder a éstos por la mar del Sur y a los otros por la mar del Norte; porque éstos del Sur llevarán la costa hasta hallar el dicho estrecho o juntar la tierra con la que descubrió Magallanes, y los otros, del Norte, como he dicho, hasta la juntar con los Bacallaos. Así, por una parte y por otra no se deje de saber el secreto. Certifico a vuestra majestad que, según tengo información de tierras la costa de la mar del Sur arriba, que enviando por ella estos navíos yo hubiera muy grandes intereses, y aun vuestra majestad se sirviera; mas como yo sea informado del deseo que vuestra majestad tiene de saber el secreto de este estrecho, y el gran servicio que en le descubrir su real corona recibiría, dejo atrás todos los otros provechos e intereses que por acá me estaban muy notorios, por seguir este otro camino. Nuestro Señor lo guíe como sea más servido, y vuestra majestad cumpla su deseo, y yo asimismo cumpla mi deseo de servir.

Los oficiales que vuestra majestad mandó venir para entender en sus reales rentas y hacienda son llegados, y han comenzado a tomar las cuentas a los que antes tenían este cargo, que yo en nombre de vuestra alteza, para ello había señalado; y porque los dichos oficiales harán relación a vuestra majestad del recado que en todo hasta aquí ha habido, no me detendré en dar de ello particular cuenta a vuestra majestad, mas de remitirme a la que ellos enviarán, que creo será tal que por ella vuestra alteza conozca la solicitud y vigilancia que yo he siempre tenido en lo que toca a su real servicio. Y que aunque la ocupación de las guerras, pacificación de esta tierra, haya sido tanta cuanta el suceso manifiesta, que no por eso me he olvidado de tener especial cuidado de guardar y allegar todo lo que ha sido posible de lo que a Vuestra majestad ha pertenecido y yo he podido aplicar. Y porque, por la carta-cuenta que los dichos oficiales a vuestra cesárea majestad envían, parece, y verá vuestra alteza, que yo he gastado de sus reales rentas en las cosas que para la pacificación de estas partes y ensanchamiento de los señoríos que en ellas vuestra cesárea majestad tiene, sesenta y dos mil y tantos pesos de oro, es bien que vuestra alteza sepa que no se pudo hacer otra cosa, porque cuando yo comencé a gastar de ello fue después de no me haber a mí quedado qué gastar, y aun de estar empeñado en más de treinta mil pesos de oro, que tomé prestados de algunas personas; y como no se pudiese hacer otra cosa, ni en el real servicio de vuestra alteza se pudiese cumplir lo necesario y mi deseo, fue forzado gastarlo; y no creo que ha sido tan poco el fruto que de ello redunda y redundará que no sea más de mil por ciento de ganancia. Y porque los oficiales de vuestra majestad, puesto que les consta que de haberlo yo gastado ha sido muy servido, no lo reciben en cuenta, porque dicen que para ello no traen comisión ni poder, suplico a vuestra majestad mande que, pareciendo ello haber sido bien gastado, se me reciba y se me paguen otros cincuenta y tantos mil pesos de oro que yo he gastado de mi hacienda y que he tomado prestado de mis amigos. Porque si esto no se me pagase yo no podría cumplir con los que me lo han prestado y quedaría en mucha necesidad, y no tengo yo pensamiento que vuestra católica majestad lo permita, sino que antes, demás de pagárseme, me ha de mandar hacer muchas y grandes mercedes; porque, demás de ser vuestra alteza tan católico y cristianísimo príncipe, mis servicios por su parte no lo desmerecen, y el fruto que han hecho da de ello testimonio.

De los dichos oficiales y de otras personas que en su compañía vinieron, y por algunas cartas que de esos reinos me han escrito, he sabido que las cosas que yo a vuestra cesárea majestad envié con Antonio de Quiñones y Alonso de Ávila, que fueron por procuradores de esta Nueva España, no llegaron ante su real presencia, porque fueron tomados de los franceses, a causa del mal recado que los de la casa de la contratación de Sevilla enviaron para que los acompañase desde la isla de los Azores. Y aunque por ser todas las cosas que iban tan ricas y extrañas que deseaba yo mucho que vuestra majestad las viera, porque demás del servicio que con ellas vuestra alteza recibía, mis servicios fueran más manifiestos, me ha pesado mucho; mas también he holgado que las llevasen, porque a vuestra majestad harán poca falta, y yo trabajaré para enviar otras muy más ricas y extrañas, según tengo nuevas de algunas provincias que ahora he enviado a conquistar y de otras que enviará muy presto teniendo gente para ello.

Y los franceses y los otros príncipes a quien aquellas cosas fueren notorias conocerán por ellas la razón que tienen de se sujetar a la imperial corona de vuestra cesárea majestad, pues demás de los muchos y grandes reinos y señoríos que en esas partes vuestra alteza tiene, de éstas tan diversas y apartadas, yo, el menor de sus vasallos, tantos y tales servicios le puedo hacer.

Y para principio de mi ofrecimiento, envío ahora con Diego de Soto, criado mío, ciertas casillas que entonces quedaron por desecho y por no dignas de acompañar a las otras, y algunas que después acá yo he hecho, que aunque, como digo, quedaron por desechas, tienen algún parecer. Con ellas envío asimismo una culebrina de plata, que entró en la fundición de ella veinte y cuatro quintales y dos arrobas, aunque creo entró en la fundición algo de oro, porque se hizo dos veces, y aunque me fue asaz costosa, porque, demás de lo que me costó el metal, que fueron veinte y cUatro mil y quinientos pesos de oro, a razón de a cinco pesos de oro el marco, con las otras costas de fundidores y grabadores y de los llevar hasta el puerto, me costó más de otros tres mil pesos de oro; pero por ser una cosa tan rica y tan de ver, y digna de ir ante tan alto y excelentísimo principe, me puse a lo trabajar y gastar. Suplico a vuestra cesárea majestad reciba mi pequeño servicio, teniéndole en tanto cuanto la grandeza de mi voluntad para le hacer mayor, si pudiera merecer, porque aunque estaba adeudado, como a vuestra alteza arriba digo, me quise adeudar en más, deseando que vuestra majestad conozca el deseo que de servir tengo; porque he sido tan mal dichoso, que hasta ahora he tenido tantas contradicciones ante vuestra alteza que no han dado lugar a que este mi deseo se manifestase.

Asimismo envío a vuestra sacra majestad sesenta mil pesos de oro, de lo que ha pertenecido a sus reales rentas, como vuestra alteza verá por la cuenta que de ello los oficiales y yo enviamos; y hemos tenido atrevimiento a enviar tanta suma junta, asi por la necesidad que acá se nos representa que vuestra majestad debe tener con las guerras y otras cosas, como porque vuestra majestad no tenga en mucho la pérdida de lo pasado. Y después de esto se enviará cada vez que yo pudiere; y crea vuestra sacra majestad que, según las cosas van enhiladas y por estas partes se ensanchan los reinos y señorlos de vuestra alteza, que tendrá en ellas más seguras rentas y sin costa que en ninguno de todos sus reinos y señorios, si no se nos ofrecen algunos embarazos de los que hasta ahora aqui se nos han ofrecido. Digo esto, porque habrá dos dlas que Gonzalo de Salazar, factor de vuestra alteza, llegó al puerto de San Juan de esta Nueva España, del cual he sabido que en la isla de Cuba, por donde pasó, le dijeron que Diego Velázquez, teniente de almirante en ella, había tenido formas con el capitán Cristóbal de Olid, que yo envié a poblar las Hibueras en nombre de vuestra majestad, y que se habían concertado que se alzaria con la tierra por el dicho Diego Velásquez. Aunque, por ser el caso tan feo y tan en de servicio de vuestra majestad, yo no lo puedo creer, aunque por otra parte lo creo, conociendo las mañas que el dicho Diego Velázquez siempre ha querido tener para me dañar y estorbar que no sirva; porque cuando otra cosa no puede hacer, trabaja que no pase gente en estas partes; y como manda aquella isla, prende a los que van de acá que por alli pasan, y les hace muchas opresiones, y tómales mucho de lo que llevan, y después hace probanzas con ellos porque los dé libres, y por verse libres de él hacen y dicen todo lo que quiere. Yo me informaré de la verdad, y si hallo ser asi, pienso enviar por el dicho Diego Velázquez y prenderle, y preso, enviarle a vuestra majestad. Porque cortando la raíz de todos males, que es este hombre, todas las otras ramas se secarán y yo podré más libremente efectuar mis servicios comenzados y los que pienso comenzar.

Todas las veces que a vuestra sacra majestad he escrito, he dicho a vuestra alteza el aparejo que hay en algunos de los naturales de estas partes para se convertir a nuestra santa fe católica y ser cristianos; y he enviado a suplicar a vuestra cesárea majestad, para ello, mandase proveer de personas religiosas de buena vida y ejemplo. Y porque hasta ahora han venido muy pocos, o casi ningunos, y es cierto que harían grandísimo fruto, lo torno a traer a la memoria a vuestra alteza y le suplico lo mande proveer con toda brevedad, porque de ello Dios Nuestro Señor será muy servido y se cumplirá el deseo que vuestra alteza en este caso, como católico, tiene. Y porque con los dichos procuradores Antonio de Quiñones y Alonso Dávila, los concejos de las villas de esta Nueva España y yo enviamos a suplicar a vuestra majestad mandase proveer de obispos u otros prelados para la administración de los oficios Y culto divino, y entonces pareciónos que así convenía; ahora, mirándolo bien, hame parecido que vuestra sacra majestad los debe mandar proveer de otra manera, para que los naturales de estas partes más aína se conviertan, y puedan ser instruidos en las cosas de nuestra santa fe católica.

La manera que a mí, en este caso, me parece que se debe tener, es que vuestra sacra majestad mande que vengan a estas partes muchas personas religiosas, como ya he dicho, y muy celosas de este fin de la conversión de estas gentes, y que de éstos se hagan casas y monasterios por las provincias que acá nos pareciere que convienen, y que a éstas se les dé de los diezmos para hacer sus casas y sostener sus vidas, y lo demás que restare de ellos sea para las iglesias y ornamentos de los pueblos donde estuvieren los españoles, y para clérigos que las sirvan. Y que estos diezmos los cobren los oficiales de vuestra majestad, y tengan cuenta y razón de ellos, y provean de ellos a los dichos monasterios y iglesias; que bastará para todo, y aun sobra harto, de que vuestra majestad se puede servir. Y que vuestra alteza suplique a Su Santidad conceda a vuestra majestad los diezmos de estas partes para este efecto, haciéndole entender el servicio que a Dios Nuestro Señor se hace en que esta gente se convierta, y que esto no se podría hacer sino por esta vía. Porque habiendo obispos y otros prelados no dejarían de seguir la costumbre que, por nuestros pecados hoy tienen, en disponer de los bienes de la Iglesia, que es gastarlos en pompas y en otros vicios, en dejar mayorazgos a sus hijos o parientes; y aun seria otro mayor mal que, como los naturales de estas partes tenian en sus tiempos personas religiosas que entendlan en sus ritos y ceremonias, y éstos eran tan recogidos, así en honestidad como en castidad, que si alguna cosa fuera de esto a alguno se le sentía era punido con pena de muerte; y si ahora viesen las cosas de la Iglesia y servicio de Dios en poder de canónigos u otras dignidades, y supiesen que aquellos eran ministros de Dios, y los viesen usar de los vicios y profanidades que ahora en nuestros tiempos en esos reinos usan, sería menospreciar nuestra fe y tenerla por cosa de burla, y seria tan gran daño, que no creo aprovecharla ninguna otra predicación que se les hiciese.

Y pues que tanto en esto va, y la principal intención de vuestra majestad es y debe ser que estas gentes se conviertan, y los que acá en su real nombre residimos la debemos seguir, y como cristianos tener de ellos especial cuidado, he querido en esto avisar a vuestra cesárea majestad y decir en ello mi parecer; el cual suplico a vuestra alteza reciba como de persona súbdita y vasallo suyo, que así como con las fuerzas corporales, trabajo y trabajaré que los reinos y señoríos de vuestra majestad por estas partes se ensanchen y su real fama y gran poder entre estas gentes se publique, que así deseo y trabajaré con el ánima para que vuestra alteza en ellas mande sembrar nuestra santa fe. Porque por ello merezca la bienaventuranza de la vida perpetua, y porque para hacer órdenes y bendecir iglesias y ornamentos, y óleo y crisma y otras cosas, no habiendo obispos, seria dificultoso ir a buscar el remedio de ellas a otras partes. Asimismo vuestra majestad debe suplicar a su Santidad que conceda su poder y sean sus subdelegados en estas partes las dos personas principales de religiosos que a estas partes vinieren, uno de la Orden de San Francisco, y otro de la Orden de Santo Domingo, los cuales tengan los más largos poderes que vuestra majestad pudiere; porque, por ser estas tierras tan apartadas de la Iglesia romana y los cristianos que en ellas residimos y residieren tan lejos de los remedios de nuestras conciencias, y como humanos, tan sujetos a pecado, hay necesidad que en esto Su Santidad con nosotros se extienda en dar a estas personas muy largos poderes; y los tales poderes sucedan en las personas que siempre residan en estas partes, que sea en el general que fuere en estas tierras o en el provincial de cada una de estas órdenes.

Los diezmos de estas partes se han arrendado de algunas villas, y de las otras andan en pregón, y arriéndase desde el año de 23 a esta parte; porque de los demás no me pareció que se debla hacer, porque ellos en sí fueron pocos, y porque en aquel tiempo los que algunas crianzas tenían, como era en tiempo de guerras, gastaban más en sostenerlo que el provecho que de ello habían; si otra cosa vuestra majestad enviare a mandar, hacerse ha lo que más fuere su servicio.

Los diezmos de esta ciudad del dicho año de 23 y de este de 24 se remataron en cinco mil y quinientos y cincuenta pesos de oro, y los de las villas de MedelHn y la Vera Cruz andan en precio de mil pesos de oro; por los dichos años no están rematados, creo subirán más. Los de las otras villas no he sabido si están puestos en precio; porque, como están lejos, no he habido respuesta. De estos dineros se gastarán para hacer las iglesias y pagar los curas y sacristanes y ornamentos y otros gastos que fueren menester para las dichas iglesias; y de todo tendrá cuenta el contador y tesorero de vuestra majestad, porque todo se entregará al dicho tesorero, y lo que se gastare será por libramiento del contador y mío.

Asimismo, muy católico señor, he sido informado de los navíos que ahora han venido de las islas, que los jueces y oficiales de vuestra majestad que en la isla Española residen han proveído y mandado a pregonar en la dicha isla y en todas las otras que no saquen yeguas ni otras cosas que pueden multiplicar para esta Nueva España, so pena de muerte. Y hanlo hecho a fin que siempre tengamos necesidad de comprarles sus ganados y bestias y ellos nos lo vendan por excesivos precios. Y no lo debieran hacer asi, por estar notorio del mucho deservicio que a vuestra majestad se hace en excusar que esta tierra se pueble y se pacifique, pues saben cuánta necesidad hay en esto que ellos defienden para sostener lo ganado y ganar lo que más hay, como por las buenas obras y mucho noblecimiento que aquellas islas de esta Nueva España han recibido. Y porque en la verdad ellos allá tienen poca necesidad de lo que defienden, suplico a vuestra majestad lo mande proveer, enviando a aquellas islas su provisión real para que todas las personas que lo quisieren sacar lo puedan hacer, sin pena alguna. Y a ellos, que no lo defiendan; porque, demás de no les hacer a ellos falta, vuestra majestad seria de ello muy deservido, porque no podríamos acá hacer nada en conquistar cosa de nuevo ni aun sostener lo conquistado.

Y yo me hubiera pagado bien de esto, de manera que ellos holgaran de reponer sus mandamientos y pregones, porque con dar yo otro para que ninguna cosa que de aquellas islas se trajese, se descargase en esta tierra, si no fuese las que ellos defienden, ellos holgarían de dejar traer lo uno porque se les recibiese lo otro, pues no tienen otro remedio para tener algo sino la contratación de esta tierra, que antes que la tuviesen no había entre todos los vecinos de las islas mil pesos de oro, y ahora tienen más que en algún tiempo tuvieron. Mas por no dar lugar a que los que han querido mal decir puedan extender sus lenguas, lo he disimulado hasta lo manifestar a vuestra majestad, para que vuestra alteza lo mande proveer como convenga a su real servicio.

También he hecho saber a vuestra cesárea majestad la necesidad que hay que a esta tierra se traigan plantas de todas suertes, y por el aparejo que en esta tierra hay de todo género de agricultura, y porque hasta ahora ninguna cosa se ha proveído, torno a suplicar a vuestra majestad, porque de ello será muy servido, mande enviar su provisión a la Casa de la Contratación de Sevilla para que cada navío traiga cierta cantídad de plantas, y que no pueda salir sin ellas, porque será mucha causa para la población y perpetuación de ella.

Como a mí me convenga buscar toda la buena orden que sea posible para que estas tierras se pueblen, y los españoles pobladores y los naturales de ellas se conserven y perpetúen, y nuestra santa fe en todo se arraigue, pues vuestra majestad me hizo merced de me dar cuidado, y Dios Nuestro Señor fue servido de me hacer medio por donde viniese en su conocimiento, y debajo del imperial yugo de vuestra alteza, hice ciertas ordenanzas y las mandé pregonar, y porque de ellas envío copia a vuestra majestad, no tendré que decir sino que, a todo lo que acá yo he podido sentir, es cosa muy conveniente que las dichas ordenanzas se cumplan.

De algunas de ellas los españoles que en estas partes residen no están muy satisfechos, en especial de aquellas que los obligan a arraigarse en la tierra; porque todos, o los más, tienen pensamientos de se haber con estas tierras como se han habido con las islas que antes se poblaron, que es esquilmarlas y destruirlas, Y después dejarlas. Y porque me parece que sería muy gran culpa a los que de lo pasado tenemos experiencia, no remediar lo presente y por venir, proveyendo en aquellas cosas por donde nos es notorio haberse perdido las dichas islas, mayormente siendo esta tierra, como ya muchas veces a vuestra majestad he escrito, de tanta grandeza y nobleza, y donde tanto Dios Nuestro Señor puede ser servido y las reales rentas de vuestra majestad acrecentadas, suplico a vuestra majestad las mande mirar, y de aquello que más vuestra alteza fuere servido me envíe a mandar la orden que debo tener, así en el cumplimiento de estas dichas ordenanzas, como en las que más vuestra majestad fuere servido que se guarden y cumplan, y siempre tendré cuidado de añadir lo que más me pareciere que conviene, porque como por la grandeza y diversidad de las tierras que cada día se descubren, y por muchos secretos que cada día de lo descubierto conocemos, hay necesidad que a nuevos acontecimientos haya nuevos pareceres Y consejos, y si en algunos de los que he dicho, o de aquí adelante dijere a vuestra majestad, le pareciere que contradigo algunos de los pasados, crea vuestra excelencia que nuevo caso me hace dar nuevo parecer.

Invictísimo César, Dios Nuestro Señor la imperial persona de vuestra majestad guarde, y con acrecentamiento de muy mayores reinos y señoríos, por muy largos tiempos en su santo servicio prospere Y conserve, con todo lo demás que por vuestra alteza se desea.

De la gran ciudad de Temixtitan de esta Nueva España, 15 días del mes de octubre de 1524 años.
De vuestra sacra majestad muy humilde siervo y vasallo, que los reales pies y manos de vuestra majestad besa.

Hernando Cortés.



Sacra católica cesárea majestad. Porque demás de la relación que a vuestra majestad envio de las cosas que en estos nuevos reinos de vuestra celsitud se han ofrecido, después de la que llevó Juan de Ribera, donde doy a vuestra alteza de todo copiosa cuenta, hay otras de que conviene que vuestra majestad sea avisado particularmente, para que las mande proveer, como más a su imperial servicio convenga, me pareció ser bien manifestarlas a vuestra grandeza sin que el vulgo de ellas participe.

Y antes que a la narración de ellas venga, beso cien mil veces los reales pies de vuestra excelencia por las inmensas mercedes que ha sido servido de me mandar hacer, mandando que mis procuradores fuesen ante su real presencia oidos, por donde se confundió la maldad de mis adversarios y se manifestó mi limpieza y puro deseo al real servicio de vuestra majestad que fue causa que vuestra excelencia me conociese y mandase hacer tan crecidas mercedes, como me hizo en se querer servir de mí en estos sus nuevos reinos, donde pienso, guiándolo Nuestro Señor, dar a vuestra celsitud tal cuenta que sigan las mercedes recibidas y merezca las que más vuestra grandeza fuere servido de me mandar hacer.

Por un capítulo, muy católico señor, de los de la instrucción que vuestra excelencia me mandó enviar, me manda que se dé lugar a que los españoles que en estas partes residen tengan libremente contratación y comercio con los naturales de ellas, porque mediante este trato y familiaridad más aina serán convertidos a nuestra santa fe. Y muy notorio en esto y en todas las otras cosas que vuestra majestad acerca de este caso manda, se manifiesta el católico y santo propósito de vuestra alteza; mas como las cosas juzgadas y proveídas por ausencia, no puedan llevar conveniente expedición, por no poder comprender todas las particularidades del caso, hay en esto muy gran dificultad: por donde no se efectuó el real mandado de vuestra majestad hasta le ser consultado y humildemente a vuestra excelencia suplicado. Esto y lo que demás de esta calidad se hiciere, no me sea imputado a desobediencia, sino a mucha fidelidad y deseo de servir, como en la verdad lo es; porque de cada cosa semejante yo daré a vuestra celsitud descargo y cuenta de las causas que a ello me movieron, de donde resultará conocerse de mí tener a ello el propósito y deseo que arriba digo. Y porque de cada cosa particulares descargos son necesarios para que mejor se comprenda y entienda, llevaré esta orden.

Cuanto a lo en este capítulo contenido digo, muy poderoso señor, que la contratación y comercio de los españoles con los naturales de estas partes seria sin comparación dañosa, porque dándose lugar a que libremente la hubiese, los naturales recibirían muy conocido daño, y se les harían muchos robos, fuerzas y otras vejaciones; porque con estar prohibido y castigarse con mucha reguridad que ningún español salga de los pueblos que están en nombre de vuestra majestad poblados, para ir a los de los indios ni a otra parte alguna sin especial licencia y mandado, se hacen tantos males que aunque en otra cosa yo y las justicias que tengo puestas no nos ocupásemos, no se podría acabar de evitar, por ser la tierra, como es, tan larga.

Y si todos los españoles que en estas partes están y a ellas vienen fuesen frailes, o su principal intención fuese la conversión de estas gentes, bien creo yo que su conversación con ellas seria muy provechosa. Mas como esto sea al revés, al revés ha de ser el efecto que obrare; porque es notorio que la más de la gente española que acá pasa, son de baja manera, fuertes y viciosos, de diversos vicios y pecados; y si a estos tales se les diese libre licencia de se andar por los pueblos de los indios, antes por nuestros pecados se convertirian ellos a sus vicios que los atraerían a virtud, y sería mucho inconveniente para su conversión; porque oyendo los sermones de los religiosos y personas que en esto entienden, que por ellos les prohiben los vicios, y aconsejan el uso de las virtudes, y viendo las obras de éstos que en su conversación anduviesen ser contrarias a lo que de nuestra santa fe se les predica, seria tenerlo por cosa de burla, y creer que las palabras que los religiosos y personas buenas que en esto entienden, les dijesen eran por causa de su interés y no a efecto de la salvación de sus almas; y demás de esto haciéndoles agravios, sería causa que no pudiéndolos sufrir se rebelasen, y como ya más diestros de nuestras cosas podrían buscar muchos géneros de armas contra las nuestras para se defender, y ofender, que tienen para esto asaz habilidad; y como sean gentes sinnúmero, y nosotros en su comparación meaja, muy brevemente nos acabarían.

Y aun para esto habría más aparejo, porque con la codicia de robarlos los españoles se desparramarían por muchas partes, y haciéndoles los dichos daños los tomarían uno a uno, y sin ningún riesgo de ellos los matarían uno a uno, y aun sin que se supiese, como ha acaecido que lo han hecho a muchos que se han desmandado a se ir sin licencia por los pueblos de ellos, que nunca más han parecido, y aun a otros delincuentes que por temor de la justicia se han ausentado por los pueblos de los indios, y ellos la han ejecutado: y aun fíngeseme, y creo que no me yerro, que sería otro mayor daño, que por los muchos insultos y abominaciones que se harían, andando esta gente suelta, Dios Nuestro Señor permitiría en todos un gran castigo, y cesaría la más santa y alta obra que desde la conversión de los apóstoles acá jamás se ha comenzado: la cual, bendito Nuestro Señor, va en tales términos que si hubiese tantos obreros cuantos son necesarios por tan gran multitud de mies, muy en breve tengo esperanza que se plantaría en esta tierra otra nueva Iglesia, de que siendo vuestra excelencia el fundador, no podría carecer de gran premio. Así que por estas causas y por otras muchas que podría decir, que por no dar importunidad a vuestra majestad dejo, no me parece que conviene en ninguna manera la dicha conversación y comercio.

Y por otro capítulo de la dicha instrucción, invictísimo César, me manda vuestra grandeza que no reparta, encomiende ni deposite por ninguna manera los naturales de estas partes en los españoles que en ellas residen, diciendo no se poder hacer en conciencia; y que para ello vuestra celsitud mandó juntar letrados teólogos, los cuales concluyeron que, pues Dios Nuestro Señor los había hecho libres, no se les podía quitar libertad, según que más largo está en el dicho capítulo: y esto no solamente no se cumplió, como vuestra majestad lo envió a mandar, por los inconvenientes que diré, mas aun lo he tenido y tengo tan secreto que a nadie se ha dado parte, excepto a los oficiales de vuestra majestad y a los procuradores de las ciudades y villas de esta Nueva España, con juramento que no lo manifestasen a sus pueblos ni a otra persona por el gran escándalo que en ello hubiera. Y las causas de se hacer así son: la primera, que en estas partes los españoles no tienen otros géneros de provechos, ni maneras de vivir ni sustentarse en ellas sino por el ayuda que de los naturales reciben, y faltándoles esto no se podrían sostener, y forzado habían de desamparar la tierra los que en ella estuviesen, y con la nueva no vendrían otros, de que no poco daño se seguiría, así en lo que toca al servicio de Dios Nuestro Señor, cesando la conversión de estas gentes, como en disminución de las reales rentas de vuestra majestad, y perderse ya tan gran señorío como en ellas vuestra alteza tiene, y lo que más está aparejado de se tener, que es más que lo que hasta ahora se sabe del mundo.

Y lo otro: que la causa de no se repartir ni encomendar parece ser por la privación de libertad que a éstos allá parece que se hace; y ésta no solamente cesa; mas aun encomendándolos de la manera que yo los encomiendo, son sacados de cautiverio y puestos en libertad. Porque sirviendo de la manera que ellos a sus señores antiguos servían, no sólo eran cautivos, mas aun tenían incompatible sujeción; porque demás de les tomar todo cuanto tenían, sin les dejar sino aun pobremente para su sustentamiento, les tomaban sus hijos e hijas y parientes, y aun a ellos mismos para los sacrificar a sus ídolos; porque de estos sacrificios se hacían tantos y en tanta cantidad que es cosa horrible de lo oír; porque se ha averiguado que en sola la mezquita mayor de esta ciudad, en una sola fiesta de muchas que se hacían en cada año a sus ídolos, se mataban ocho mil ánimas en sacrificio de ellos, y esto todo cesa, sin otras muchas cosas que ellos dicen que les hacían, que son incomportables. Y ha acaecido, y cada día acaece, que para espantar algunos pueblos a que sirvan bien a los cristianos a quien están depositados, se les dice que si no lo hacen bien que los volverán a sus señores antiguos, y esto temen más que otra ninguna amenaza ni castigo que se les puede hacer.

Y lo otro, porque la manera y orden que yo he dado en el servicio de estos indios a los españoles es tal, que por ella no se espera que vendrán en disminución ni consumimiento, como han hecho los de las islas que hasta ahora se han poblado en estas partes; porque como ha veinte y tantos años que yo en ellas resido, y tengo experiencia de los daños que se han hecho y de las causas de ellos, tengo mucha vigilancia en guardarme de aquel camino, y guiar las cosas por otro muy contrario, porque se me figura que me sería aún mayor culpa, conociendo aquellos yerros, seguirlos, que no a los que primero los usaron; y por esto yo no permito que saquen oro con ellos, aunque muchas veces se me ha requerido, y aun por algunos de los oficiales de vuestra majestad; porque conozco el gran daño que de ello vendrá, y que muy presto se consumirían y acabarían. Ni tampoco permito que los saquen fuera de sus casas a hacer labranzas, como lo hacían en las otras islas, sino que dentro en sus tierras les señalan cierta parte donde labran para los españoles que los tienen depositados, y de aquello se mantienen y no se les pide otra cosa; y ésta antes me parece que es libertad y manera de multiplicar y conservarse, que no de disminución, Y porque non in solo pan e vivit homo.

Para que los españoles se sustenten y puedan sacar oro para sus necesidades, y las rentas de vuestra majestad no se disminuyan, antes se multipliquen, hay tal orden que con la merced que vuestra majestad fue servido que se hiciese a los pobladores de estas partes, de que pudiesen rescatar esclavos de los que los naturales tienen por tales, y con otros que sean de guerra, hay tanta copia de gente para sacar oro que, si herramientas hubiese, como las habrá presto, placiendo a Nuestro Señor, se sacaría más cantidad de oro en sola esta tierra, según las muchas minas que por muchas partes están descubiertas, que en todas las islas juntas y en otras tantas.

Y de esta manera se harán dos cosas: la una, buena orden para conservación de los naturales; y la otra, provecho y sustentamiento de los españoles; y de estas dos resultará el servicio de Dios Nuestro Señor y acrecentamiento de las rentas de vuestra majestad; y a mí me parece, y así es, que para dar a estas cosas de arriba inmortalidad, y que duren cuanto el mundo durare, conviene mucho que vuestra majestad mande que los naturales de estas partes se den a los españoles que en ellas están y a ellas vinieren perpetuamente, habiendo respeto a las personas y servicios de cada uno, quedando a vuestra excelencia la suprema jurisdicción de todo; porque de esta manera cada uno los miraría como cosa propia y los cultivaría como heredad que habrá de suceder en sus descendientes, y aquel cuidado que sólo ahora yo tengo, o ha de tener la persona que vuestra majestad fuere servido que gobierne estas partes, lo tendrían todos y cada uno en particular en lo que le tocase, y la diligencía que cada uno tiene en sacar de ellos todo lo que puede por todas las vías que alcanza que lo puede hacer, andando el tiempo que de ellos ha de gozar, se convertiría en especial cuidado de los sobrellevar, estando ciertos de la seguridad del uso y posesión de ellos.

Y junto con este capitulo, muy poderoso Señor, se sigue otro en la instrucción de vuestra majestad por el cual manda que a los naturales de estas partes se les haga entender el dominio que vuestra celsitud sobre ellos tiene, como supremo señor, y el servicio que ellos a vuestra excelencia son obligados, como súbditos y vasallos; y manda así mismo que en reconocimiento de esto se tenga forma con ellos como den y contribuyan a vuestra majestad certum quid en cada un año. Y porque en el dicho capítulo vuestra alteza me manda que esto lo comunique con sus oficiales, y aUn con los religiosos que en estas partes estuvieren, lo hice, y creo que todos los oficiales, y aun algunos de los religiosos, escriben a vuestra majestad sobre ello; y porque ellos dirán su parecer en sus cartas, no me detendré yo en más de decir el mío, que es que de ninguna cosa que acá se pudiere mandar vuestra alteza podría recibir mayor deservicio que en ponerse esto en obra, y las causas de ello son las siguientes:

La una porque sería imposible poner a estas gentes en esta orden de contribución, porque, aunque in agibílibus tienen muy buena manera de entendimiento, carecen de otras muchas cosas que serían necesarias para este efecto, y por esto sería muy dificultosa.

La otra porque ya que se pusiesen o pudiesen traer a esta orden de contribución, todo lo que dieren no podrá ser cosa de que vuestra majestad fuese servido; porque oro ni plata no había de ser, porque alguno que tenían antiguamente en joyuelas, ya lo han dado y se es acabado, y lo que podrían dar es lo que ahora dan a los españoles que los tienen, así como maíz, que es el trigo de que acá nos mantenemos; algodón de que hacen las ropas de que ellos se visten; pulque, que es un vino que ellos beben; hacer las casas en que los españoles moran; criar algunos ganados. Pues vea vuestra celsitud qué es el fruto que de esto se podría sacar, pues aun para los que lo recogen no bastaria para mantenerse, y la experiencia de esto se ha mostrado muy a la clara en ciertos pueblos, que al principio, no sabiendo las cosas ni habiéndolas experimentado, quise señalar para vuestra majestad, que fueron, en esta provincia, a Tezcuco con su tierra: los puertos abajo a Cempoal, Layata y Tatactetelco con su tierra; en la provincia de Guaxaca, a Coatlan con su tierra; en la mar del Sur, a Cacatula con su tierra, y estuvieron en poder de Julián Alderete, tesorero de vuestra majestad, más de un año, sin que se hubiese de provecho cien castellanos; y como estaban sin administración, cuando acordé en ello, casi perdidos y destruidos vi todos estos pueblos, como cosa de nadie, de manera que me fue forzado, para que no se perdiesen los pueblos y el fruto de ellos, encomendarlos a españoles, y con esto se han reedificado, y vale más lo que ha pertenecido a vuestra majestad de sus quintos y derechos que tres veces lo que antes daban con ser todo de vuestra alteza; porque si algún provecho había, era de aquellos que entendían en ellos. Así que de aquí adelante yo no pienso señalar ningún pueblo que se diga para vuestra majestad, pues todos son suyos, porque no conviene a SU servicio ni a sus rentas.

Y la provincia de Tascaltecal está debajo de nombre de vuestra alteza, no por el provecho ni renta que de ella se ha de seguir, sino porque como vuestra majestad por las relaciones ha visto, aquellos han sido harta parte de haberse conquistado toda esta tierra, aunque primero ellos fueron conquistados con harto trabajo; y por esto, porque parezca que tienen alguna más libertad, no los repartí como los otros; y porque tengan también la sujeción que conviene tanto como los demás, están en la dicha provincia dos o tres hombres en guarda de ellos, que les hacen sembrar maizales para vuestra alteza, y aun criar algún ganado, y hacer una fortaleza; y para que se tenga tal orden que en las demás ciudades y villas, he hecho hacer allí un monasterio, y están allí tres frailes que los instruyen en las cosas de nuestra fe, y de esto tiene cargo el factor de vuestra alteza.

Y lo otro porque, como arriba he dicho, habiendo de contribuir de esto a vuestra majestad habían de dar nada a los españoles, pues sin ellos no se podrán sostener; pues no teniendo con qué sostenerse forzado habrán de dejar la tierra, pues dejándola habránse de perder, y perdiéndose vea vuestra alteza el servicio que Dios Nuestro Señor y vuestra majestad recibirían. Y ya que allá se quiera decir que para sostener la tierra vuestra alteza tendría en ella gente a sueldo, esto no se piense en ninguna manera, porque para sostener lo ganado sin se pensar en acrecentar más, ni se conquistar más tierra, serán menester a lo menos mil de caballo y cuatro mil peones; éstos, ninguno de caballo se podría sufrir con que le diesen quinientos mil maravedís de prest, porque en un caballo se va más de la mitad, en especial ahora que los de la española han defendido que nos pasen acá yeguas de ninguna isla por vendemos los caballos más caros; y lo demás no bastaría para herraje, ni para vestirse, según valen las cosas.

De manera que con este partido les faltaría aun para comer, y eran para sólo los de caballo menester quinientos cuentos. Pues los peones, aunque se les diese el precio que se les da al menor, que son doscientos pesos de oro, pues cuatro mil veces doscientos pesos son ochocientos mil pesos, así que vea vuestra majestad qué bastaría para pagar esta suma, cuanto más que con darles esto no se hallarían, y ya que se hallasen, no era menester otra pestilencia para destruir la tierra sino ellos, y demás de esto, y lo que sería peor, era forzado que había de cesar la conversión de los naturales. Porque era menester con cada fraile que fuese a predicar a un pueblo, ir una guarnición, y ésta con tres dias que estuviese en el pueblo le dejaría asolado, y cierto en muy breve tiempo se acabaria la tierra.

Asimismo, muy cristianisimo principe, mándame vuestra grandeza por un capitulo de su instrucción, que en la elección de los alcaldes y regidores que se eligen en cada un año en todos los pueblos de esta Nueva España, se tenga tal orden que las ciudades y villas hagan su nombramiento o señalamiento de las personas que les parecen que lo deban ser, y asi hecho lo traigan ante mí, y yo con los oficiales de vuestra majestad escojamos las personas que nos pareciere, y a aquéllas se den los oficios y cargos. Y porque después que vino la dicha instrucción no se ha ofrecido elección alguna, por no haber llegado el tiempo en que se suelen elegir, que es el primero día de enero de cada un año, no se ha hecho cosa ninguna cerca de ello; y como en todas las cosas que yo hiciere o pensare hacer, cuando alguna duda tuviere; no las haré sin consultar a vuestra majestad sobre ello, para que más conforme a su real voluntad y servicio se haga, me pareció que en ésta que era de mucha importancia debía tener la misma orden, y asi digo, muy católico señor, que no conviene a su real servicio ni a la buena orden de la gobernación de estas partes que las tales elecciones se hagan por otra persona sino por el gobernador que vuestra majestad en ellas tuviere, por muchos inconvenientes y escándalos que se podrían seguir.

Y el uno es que viniendo los nombramientos de las villas hechos, sucedería que cada uno de los regidores o personas que hubieren de hacer el tal nombramiento, lo encaminarfa más a personas amigos y parientes suyos por el provecho e interés de ellos, que no a personas que mejor mirasen al bien de la República, y habiéndose de señalar de aquellos que ellos nombraren, no podría el gobernador, aunque otra cosa sintiese, poner personas provechosas al bien de la República. Y por esta misma causa no conviene que los oficiales en ella entiendan, porque es notorio que han de tener el mismo respeto y fin; y el gobernador, como cualquiera orden y concierto que haya en los regimientos redunda en honra suya, y si por el contrario en infamia, es notorio que tendrá más especial cuidado de lo que conviene, pues es todo a su cargo, que no aquellos que no les compite más de aquel interés. Y aun es otra cosa que se me figura de más inconveniente, que como el gobernador represente su real persona y jurisdicción, dando aquella mano a los pueblos y a otras personas parecería derogar su preeminencia real, y aun por tiempo la extendería a más, haciéndolo uso y costumbre. Así que por estos inconvenientes y otros muchos que se podrán seguir, yo pienso tener en esto la orden que hasta aquí he tenido, hasta que vuestra majestad otra cosa me envíe a mandar, porque me parece a su real servicio, y que haciéndose de otra manera sería grandísimo daño; y así suplico a vuestra excelencia lo mande mirar y enviarme a mandar aquello de que vuestra alteza más se sirva.

Los oficiales que vuestra majestad mandó venir a estas partes para entender en su hacienda son llegados, y yo los recibí, y les he hecho y hago aquel tratamiento y buena compañía que me parece que debo como a criados de vuestra majestad y como a personas que han de acudir a su servicio. Y se han tomado las cuentas a las personas que hasta aquella sazón habían tenido cargo de cobrar las rentas de vuestra alteza, y porque de esto y del recaudo que en todo se halló ellos escribirán a vuestra majestad y se verá por la carta-cuenta que envían, no tengo que decir más de remitirme a lo que ellos dijeren, sino que por la dicha carta-cuenta parece haber yo gastado de las rentas de vuestra majestad sesenta y dos mil y tantos pesos de oro en la conquista y pacificación de estas partes, demás de haber yo gastado todo cuanto tenía, que son más de otros cien mil pesos de oro, sin contar que estoy empeñado en más de otros treinta mil pesos, que ahora me han emprestado para enviar a esos reinos, para me proveer de cosas necesarias y otros gastos de mi casa.

Y los dichos oficiales, puesto que les constó todos los dichos gastos ser así, no me los recibieron en cuenta, porque dijeron que no traían para ello poder ni facultad; y aunque yo no les debiera dar la cuenta, pues que decían que no traían poder para me dar finiquito, se la quise dar, porque, como sea a todos tan notorio lo que yo he gastado y el fruto que de ello ha sucedido, y el daño que se hubiera hecho en no gastarse, y como yo tenga a vuestra majestad por tan cristianísimo, y tenga cierto que antes me ha de mandar hacer muchas mercedes que no permitir que me sea tomado lo mío, pues tanto ha sido servido de haberlo yo gastado; y no sólo ello, sino mi persona se haya empleado en su real servicio, no he recibido pena con la dilación que estos oficiales me han puesto. A vuestra alteza suplico mande que los dichos sesenta y tantos mil pesos de oro se me reciban en cuenta, y lo que más pareciere haber yo gastado se me pague, pues ellos y mi persona y la de mis deudos y amigos está ofrecida a su real servicio, y es Un depósito que vuestra majestad tiene muy cierto para todas las veces que de ello se quisiere servir y se ofreciere en que yo lo pueda gastar.

Y por la mala costumbre que en la isla española se ha tenido de haberse entremetido los jueces y oficiales que en ella residen en la gobernación, de donde ha resultado que no solamente a ella, mas aún a todas las otras y a Tierra-Firme ha destruido, y en tal manera que ya se hubiera acabado si no hubiera sido por el remedio que de esta tierra les ha ido, querrían estos oficiales que ahora vuestra majestad ha enviado, tener aquí la misma mano, y hanlo procurado algunas veces, si yo para ello les hubiera dado lugar. Y como yo, como arriba a vuestra majestad he dicho, haya tanto tiempo que estoy en estas partes, y tenga noticia de todas las causas de los daños que en ella ha habido, no querría que a mí me acaeciese de tal manera, pues me sería más culpa y sería digno de mucha punición y castigo. Y no he permitido ni pienso permitir que ellos se entremetan en otra cosa fuera de lo que tocare a sus oficios por el grande inconveniente que de ello se podría seguir, como se manifiesta por lo que se ha hecho y cada día se hace en la española.

No sé si de esto estarán algo descontentos, pero en la verdad ellos no tienen razón, porque en lo que toca y atañe a sus oficios, ellos han hallado y hallan en mi tanto aparejo y favor cuanto han querido recibir, y en el tratamiento y aprovechamiento de sus personas asimismo han hallado todo lo que han querido y se ha podido hacer con ellos; porque en la verdad demás de ser criados de vuestra majestad y estar acá en su servicio, sus personas de todos son tan honradas y hasta ahora ellos hacen también lo que a sus oficios conviene, que merecen de mí todo buen tratamiento y aprovechamiento, y que vuestra majestad les haga mercedes por la buena voluntad que de ellos he conocido a su real servicio. y porque de esto ellos no estén resabiados, ni me tengan algún odio, pensando que yo les quito alguna preeminencia de sus oficios, porque en la verdad yo deseo toda el amistad y conformidad con ellos, suplico a vuestra majestad les envíe a mandar la orden que en esto han de tener, y que no se entrometan en otras cosas fuera de sus oficios, y para más descargo me haga vuestra alteza merced de me enviar su provisión real para ello, porque, aunque la que tengo basta, es para más satisfacerlos y para que crean que no se les quita nada, antes por cierto en todas las cosas que me parece que debo comunicar las comunico y comunicaré con ellos, como a personas que tengo creído que me darán en todo lo que ellos alcanzaren el parecer que más al real servicio de vuestra majestad convenga: y esto suplico a vuestra majestad mande proveer con mucha brevedad, porque conviene mucho a su real servicio.

Y si todavía a vuestra alteza le pareciere que conviene a su servicio que ellos entiendan o sean parte en algo de lo que toca a la gobernación, a vuestra alteza suplico me haga merced de se la dejar a ellos toda, y ponga otra persona de quien vuestra alteza más se sirva, porque conozco que siendo así y gobernándose esta tierra por diversidad de pareceres, como las otras islas, parará en lo que las otras han parado. Y nunca Dios quiera que, pues Él fue servido de hacerme a mí medio para ganar estas tierras, que yo sea fin de perderlas, y en pago de mis servicios y de lo que más haré, queriendo vuestra majestad servirse de mi, yo me contento y me doy por muy pagado de que vuestra majestad los reciba por tales, y en esta tierra o en otra parte donde vuestra alteza más sea servido, me haga merced de alguna cosa donde sustente mi persona conforme a la manera que yo he tenido y tenga; y que no responda la merced a mis servicios, sino a la voluntad con que se hicieron y a vuestra majestad que es hacedor de ellas.

En la relación que envío a vuestra majestad de las cosas de estas partes hay un capitulo en que hago saber a vuestra alteza cómo yo envié a un Cristóbal de Olid, vecino de esta ciudad de Tenuxtitan, que pasó conmigo a estas partes, con cierta armada para que fuese a poblar el cabo o punta de Higueras, por la noticia que en la dicha relación digo que tenía de aquella tierra; después le torné a enviar a un primo mío, que se dice Francisco de las Casas, con otros cuatro navíos, gente y artillería, y hanme escrito desde la isla de Cuba adonde fue a abastecerse, y un criado mío le había de dar los bastimentos que hubiese menester, que allí se había confederado el tal Cristóbal de Olid con Diego Velázquez, y que iba con voluntad de no me obedecer, antes de le entregar la tierra al dicho Diego Velázquez y juntarse con él contra mí.

Y en la verdad Dios sabe el alteración que yo de esto sentí, porque demás de haber gastado más de cuarenta mil pesos de oro en la negociación, paréceme que si es verdad, es un gran deservicio de vuestra alteza y se hace muy gran daño, así en la dilación que habrá en poblarse aquellas partes y en los daños que los naturales de ellas recibirán, porque no se tendrá la orden que conviene, y por el impedimento que habrá en el servicio que estaba muy notorio que de allí vuestra majestad recibiera, como por el mal sonido que traerá en todas partes, y por la mala voluntad que pondrá así en mí, como en otras personas de estas partes que tienen voluntad de gastar parte de sus haciendas en descubrir y buscar tierras nuevas para vuestra majestad; porque como no lo puedan hacer todos con sus personas, y hayan por fuerza de enviar terceros, creerán o tendrán temor que les ha de acaecer así.

Y aún otra cosa me pena más, que los que saben poco de la negociación pasada entre Diego Velázquez y mi, dirán que es pena pecati, y pluguiera a Dios que ello así fuera, porque no pudiera yo tener queja ninguna; mas es al revés, que en lo otro ni en esto puedo quedar sin ella, porque ni el otro dijo verdad en decir que mi venida no había sido a mi costa, ni estotro la dirá, si dijere que en ella puso cosa alguna. Y teniendo pena de todas estas cosas, yo me determiné a ir por tierra hasta adonde está o puede estar el dicho Cristóbal de Olid para saber la verdad del caso, y si asi fuese, castigarle conforme a justicia; porque para ir, según soy informado, hay por tierra muy buen camino, y desde donde yo tengo poblado, que es desde Atlatlan o Guatemal, donde Pedro de Alvarado fundó aquella villa de que en la relación hago mención a vuestra majestad, hay poca distancia, y en muy breve tiempo pensaba ser con él; y así lo comencé a poner por obra y comencé a dejar recaudo en esta ciudad y en todas las otras partes que convenía ponerse, y apercibí a todas las personas principales de los naturales de esta tierra para los llevar conmigo para que quedase más seguro. Y platicado en ello con los oficiales de vuestra majestad les pareció que no lo debía hacer por algunos inconvenientes que para ello dieron, y puesto que todos o los más cesaban por las causas que yo les di, parecióme que, pues ya lo habían contradicho, que jamás lo aprobarían, y puesto que del saneamiento de mi intención yo estuviese satisfecho, porque no pueden los hombres comprender todo lo que puede suceder, en especial en largo camino, temí que la menor cosita de contrariedad que me acaeciese la empinarían de manera que se aprobase su consejo y reprobase mi determinación, y por esto, y porque aun de la verdad yo no estoy aún muy certificado, mudé el propósito, porque de cualquier manera que sea, yo espero nuevas de aquí a dos meses, y según fueren así proveeré lo que me pareciere que más convenga al servicio de vuestra majestad.

A vuestra alteza suplico humildemente que si por parte de Diego Velázquez o del dicho Cristóbal de Olid o de otra cualquier persona alguna relación fuere a vuestra alteza, mande saber la verdad antes que ninguna cosa provea, porque conozca que así en esto, como en lo pasado, nunca he discrepado de ella; ni nunca Dios quiera que yo a vuestra majestad diga mentira en ningún tiempo ni por ningún interés. Sabida esta verdad vuestra majestad, como de cosa suya proveerá lo que más convenga a su servicio, porque de aquello recibiré yo más señalada merced.

Y por una provisión de vuestra majestad vi la cantidad que vuestra alteza tuvo por bien de me hacer merced, así por mi salario como para el de otras gentes que yo tengo necesidad de tener siempre en mi compañía, así para guarda y amparo de la tierra como para salud de los españoles; y porque así lo uno como lo otro trajo tan baja estimación que no se podría sufrir, suplico a vuestra majestad lo mande ver Y proveer, como más su real servicio sea, porque en lo que toca a mi salario manda vuestra alteza por su provisión que se me den trescientos y tantos mil maravedís, y que éstos no se me paguen desde más tiempo que desde el día de la data de la dicha provisión; y cuanto a la suma de los dichos trescientos y tantos mil maravedís, si a cada uno de los oficiales que ahora vinieron se les dieron a quinientos y diez mil maravedís; no sé yo quién tasó que no merecía yo cuatro tantos que cada uno, pues tengo doscientas veces más costa que todos juntos. Pues también no sé a qué causa se me dejó de pagar desde el día que yo entré en la tierra, y a lo menos la poblé en nombre de vuestra majestad, porque certifico a vuestra majestad que desde entonces hasta hoy no se ha gastado ni perdido tiempo en vano, ni aun creo se gastará de aquí a veinte años, según lo que hay en que entender.

Así que suplico a vuestra majestad lo mande ver, y no permita que yo en esto reciba agravio, y porque mis procuradores lo pedirán ante vuestra majestad más largo, a ellos me refiero.

Invictísimo César: Dios Nuestro Señor la imperial persona de vuestra majestad guarde y con acrecentamiento de muy mayores reinos y señoríos por muy largos tiempos en su santo servicio prospere y conserve, con todo lo demás que por vuestra alteza se desea.

De la gran ciudad de Tenuxtitan de esta Nueva España, a 15 del mes de octubre de M. D. XXIV años.
De vuestra sacra católica majestad muy humilde siervo y vasallo que los reales pies de vuestra alteza beso.

Hernando Cortés.

Índice de Cartas de relación de Hernán CortésPrimera parte de la Cuarta Carta-Relación de Hernán Cortés al Emperador Carlos V, del 15 de octubre de 1524Primera parte de la Quinta Carta-Relación de Hernán Cortés al Emperador Carlos V, del 3 de septiembre de 1526Biblioteca Virtual Antorcha