Índice de El Proletariado Militante (Memorias de un internacionalista) de Anselmo de LorenzoAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO DÉCIMO OCTAVO

ARTÍCULOS DOCTRINALES

Si La Internacional como organización fracasó, no podía ocurrir lo mismo con el Proletariado Militante, que era como el espíritu inmortal de aquélla.

Los internacionales, interpretando el pensamiento predominante en su institución, obraban como si ésta hubiera de ser indestructible, considerándola, no sólo como medio revolucionario de lucha, sino también como fundamento científico de organización social.

Al efecto, las secciones y federaciones que en la sociedad del privilegio agrupaban los asalariados, los fortalecían con el vigor de la solidaridad, formaban estadísticas y organizaban la resistencia contra el capital, sobrevivientes luego al triunfo de la Revolución Social, habían de garantizar su persistencia imperecedera y proveer a la satisfacción de las necesidades del momento, hondamente perturbadas en la rápida transición del régimen propietario-capitalista al anarquista-igualitario.

Prevían que había de llegar un día en que el mercado burgués, donde, mediante el pago del importe total de producción, más el de la abusiva ganancia de los intermediarios, hallamos fácilmente cuanto necesitamos, había de desaparecer, y como la necesidad humana es tan apremiante que no permite aplazamientos, es indispensable tener preparada su substitución racional e inmediatamente práctica.

Claro es que asunto tan complejo difícilmente podía tener entonces solución satisfactoria, pero mucho era ya haber planteado con acierto el problema y adelantar ideas, que, si no dan la solución definitiva, la preludian sin establecer preocupaciones contrarias a la verdad ni a la justicia.

Posteriormente, con inspiración científico-revolucionaria, ha aportado Kropotkin en La Conquista del Pan materiales importantísimos para tan necesario estudio, que ningún revolucionario inteligente puede dispensarse de conocer y juzgar.

A este propósito es útil recordar el célebre discurso de M. Berthelot, pronunclado en el banquete del gremio de fabricantes de productos químicos, algunos años después de la época en que se desarrolla mi relato, del cual cito los párrafos más importantes por la grandiosa concepclon del porvenir de la humanidad que, en nombre del positivismo científico, en el mismo se desarrolla.

Dice M. Berthelot:

En el año 2000 no habrá agricultura, ni pastores, ni labriegos; el problema de la existencia por el cultivo del suelo estará suprimido por la química. No habrá minas de carbón, ni huelgas de mineros por consiguiente; ni combustibles, ni aduanas, ni guerras, sustituyéndolo todo por operaciones físicas y químicas, que contarán con las fuerzas productoras sacadas de los manantiales inagotables del calor solar y el calor central de nuestro globo.

Al fondo de pozos de tres o cuatro kilómetros irán a buscar los ingenieros el calor central, fuente de energía termo-eléctrica sin límites y renovaciones incesantemente. Quien dice fuente de energía calorífica o eléctrica, dice fuente de energía química. Con tal fuente, la fabricación de toda suerte de productos químicos es fácil, económica, en todo tiempo, en todo sitio, en cualquier punto de la superficie del globo.

Allí encontraremos la solución económica del problema más grande acaso cuya solución depende de la química: el de la fabricación de productos alimenticios. En principio, está ya resuelto: la síntesis de las grasas y de los aceites está realizada hace cuarenta años; la de los aceites y de los hidratos de carbono se lleva a cabo en nuestros dias, y no está lejana la síntesis de los cuerpos azoados. Así el problema de los alimentos no hay que olvidar que es un problema químico. El día en que esté lograda económicamente la energía, no se tardará mucho en fabricar alimentos completamente artificiales, con el carbono extraído del ácido carbónico, con el hidrógeno y el oxígeno sacados del agua, con el ázoe que da la atmósfera.

Entonces cada cual llevará en pastillas o en frasquitos su alimentación completa, fabricada económicamente, sin temor a la lluvia o a la sequía y sin microbios posibles.

Aquel día la química habrá realizado en el mundo una revolución radical de alcance incalculable.

No habrá campos cubiertos de mieses, ni viñedos, ni prados atestados de cabezas de ganado. El hombre adquirirá mayor dulzura y moralidad, porque ya no vivirá de la carnicería, de la matanza y de las criaturas vivas. No habrá distinción entre regíones fértiles y las regiones estériles. Aun es posible que los desiertos de arena sean punto predilecto de residencia de las civilizaciones humanas, porque serán más salubres que estos aluviones pestilenciales y estos llanos encharcados abonados con la putrefacción, que son hoy asiento de nuestra agricultura.

Y no desaparecerá por ello el arte, la belleza, si la superficie terrestre cesa de ser utilizada y, por qué no decirlo, desfigurada, como lo está hoy por los trabajos geométricos del agricultor, volverá a cubrirse de verdor, de bosque, de flores ... la tierra será un vasto jardin, en que reinará la legendaria edad de oro.

Para que la realidad se realice hay que trabajar, y por eso el hombre del año 2000 trabajará con celo, porque gozará del fruto de su trabajo, y en esta remuneración legítima e integral, todos los hombres encontrarán los medios para llevar al extremo su perfección intelectual, moral y estética.

Y termina su brindis con estas palabras:

¡Al trabajo, a la justicia, a la dicha de la humanidad!

Expuestas las anteriores consideraciones, vuelvo a mi propósito, iniciado al principio de este capítülo, insertando el siguiente artículo publicado por L' Internationale, de Bruselas, que recorrió en triunfo toda la prensa obrera de la época:

LAS ACTUALES INSTITUCIONES DE LA INTERNACIONAL CONSIDERADAS CON RELACIÓN AL PORVENIR

La Asociación Internacional de los Trabajadores lleva en sí el germen de la regeneración social.

Créese generalmente que si la Asociación logra realizar su programa, habrá instaurado efectivamente el reinado de la justicia; pero que ciertas instituciones actuales de La Internacional son tan sólo temporales y destinadas a desaparecer.

Queremos demostrar, por el contrario, que La Internacional ofrece ya el tipo de la sociedad futura, y que sus diversas instituciones, con las modificaciones apetecidas, constituirán el orden social que en adelante habrá de reinar.

Examinemos, pues, la estructura que presenta actualmente la Asociación, tomando por objeto de nuestro estudio sus tipos más completos, pues que son todavía muchas las secciones que no han alcanzado una organización perfecta.

La sección o sociedad obrera es el tipo del municipio. Reúnense allí los obreros de todos oficios, y allí deben ser tratados los asuntos de interés de todos los trabajadores sin distinción alguna.

Al frente de la sección hay un comité administrativo encargado de poner en ejecución los derechos de aquélla; de manéra que, contra lo que sucede en las actuales administraciones oficiales, en lugar de mandar, obedece a sus administrados.

El consejo federal está compuesto de los delegados de los diferentes gremos obreros, y a él incumben los asuntos de relación entre los diferentes oficios y de organización del trabajo. En este punto nótase una considerable laguna en nuestros actuales gobiernos, que lejos de ser la representación de los intereses comunes, solo consisten en turbas de individuos presupuestivoros sin más norte que sus bastardas ambiciones y su deseo de medro personal.

Las distintas sociedades adherentes al consejo federal son sociedades e resistencia, las cuales responden así a los fines del porvenir como del presente. Agrupando alrededor de sí los individuos de un mismo oficio les enseñan a discutir sus intereses, a calcular el precio de venta y el coste de los generos para basar sus pretensiones sobre el nivel de este último; y de este modo las sociedades de resistencia están destinadas a organizar el trabajo en el porvenir, mucho mejor que las de producción, que en el estado actual carecen de medios para extender su dominio. Por otra parte, nada más fácil que e transformar las sociedades de resistencia en talleres cooperátivos, cuando llegue el caso, es decir, cuando los obreros posean el grado suficiente de organización para exigir a la sociedad explotadora de hoy la liquidación y abono de perjuicios causados por sus constantes defraudaciones.

Las sociedades cooperativas de consumo establecidas en la mayor parte de las secciones, están llamadas a reemplazar un día el actual comercio de la clase media, lleno de fraudes y sofisticaciones, por medio de su transformación en bazares comunales, donde estarán expuestos los diferentes productos con indicación exacta de su precio de coste. Dicha agencia recibirá los pedidos del interior y se encargará de servirlos sin otro sobreprecio que el de los gastos de expedición.

Las cajas de socorros mutuos y de previsión tomarán más vasto desarrollo y llegarán a convertirse en sociedades de seguros universales, borrando el carácter de manantiales de miseria que hoy tienen las enfermedades, la ancianidad, la viudez y otras plagas. No más sociedades de beneficencia; la asistencia pública deshonra al obrero. No más hospitales donde la caridad sirve de máscara a los malvados; no más cuidados gratuitos; no más médicos de los pobres.

Ante la instrucción suministrada por las secciones desaparecerá otro de los manantiales de miseria, la ignorancia. No se trata de esa clase de instrucción reclamada a voz en grito por nuestros doctrinarios; sino de aquella que tiende directamente a formar hombres dignos; y como para ser tal es preciso ser trabajador e instruído a un tiempo, por ello es que los obreros reunidos en el Congreso de Bruselas en Septiembre de 1868 reclamaron la instrucción integral que comprende a la vez la ciencia y el aprendizaje industrial. Más esa instrucción no pueden hoy proporcionarla las secciones a causa de los estorbos materiales que a ello se oponen, y de aquí la necesidad de suplirla en cuanto cabe con la organización de meetings, conferencias y fundación de periódicos destinados a enseñar a los obreros los derechos del hombre y el camino de su reivindicación, destinados, en una palabra, a reunir los materiales para el edificio de la sociedad futura.

Las cajas de defensa han resuelto en el seno de La Internacional el problema de organización de la justicia. Esa institución tiene un punto de vista de actualidad, en cuanto al comité de defensa, después de examinar el negocio que motiva la querella de injusticia contra un patrón, resuelve acerca de si deberá ser defendido el obrero ante los tribunales; y tienen asimismo una mira al porvenir en cuanto el propio comité decide las querellas que se originan entre los miembros, por medio de un jurado nombrado por elección y amovible dentro de un corto plazo. En el porvenir no habrá intrigantes picapleitos, ni jueces, ni procuradores, ni abogados: el derecho igual para todos y la justicia basada, no ya como ahora sobre textos más o menos embrollados, que sirven de tema a interminables disputas, sino sobre la razón y la equidad.

A su vez las distintas secciones se reunen federalmente por comarcas y paises, conteniendo también en sí dichas nuevas agrupaciones, la federación por oficios, tal como existe en los municipios. Esto facilitará las relaciones entre diferentes grupos y la organización del trabajo, así en el seno de los municipios como del país entero.

Vastas instituciones de crédito serán como las arterias y venas de esta organización; crédito que, basado sobre la igualdad de cambio, puede decirse que no será cual hoy instrumento de ruina, sino que, basado sobre la igualdad de cambio, puede decirse que será el crédito a precio de coste.

Aun cuando no ha podido hasta hoy fundar La Internacional una institución de ese género, por lo menos ha discutido ya en sus principios y estatutos en los congresos de Lausana y de Bruselas, en el último de los cuales la sección bruselesa presentó un proyecto de Banco de cambio.

Por fin un consejo general internacional asegura las relaciones entre los diferentes países, y encierra el germen de la futura diplomacia, en la que no habrá agregados de embajada, ni secretarios de legación, ni diplomáticos, ni protocolos, ni guerras.

Una agencia central de correspondencia, informes y estadística, he aquí el único medio de realizar y mantener la unión de las naciones por un lazo fraternal inquebrantable.

Creemos haber demostrado que La Internacional encierra en sí el germen de todas las instituciones venideras; sólo falta ahora ir ensanchando el campo de su dominio hasta lograr que ni una sola población, ni un solo rincón de territorio, carezca de su benéfica influencia; entonces se verá desaparecer como por encanto la vieja sociedad, y florecer el orden nuevo que ha de regenerar el mundo.

Con elevación de miras y generosidad de sentimientos, los internacionales tuvieron empeño en demostrar que la Revolución Social, a pesar de cuantas quejas pudieran aducirse contra la iniquidad de los privilegiados, no era un acto de venganza, sino una reparación de justicia, impuesta, no por odio vindicativo de aquellos a quienes tocó siempre sufrir, sino como resultado final del perfeccionamiento progresivo de la humanidad.

Aquellos buenos y sencillos revolucionarios, que no querían el privilegio ni aun para sí mismos, no perdían ní un momento de vista el ideal, según el cual en el mundo ultrarevolucionario no pueden quedar clases preferidas, y contaban de hecho con la fraternidad universal sin distinción de antecedentes personales, pensando que la culpa de todo estaba en el régimen y no en la responsabilidad de los individuos.

Pronto demostraron los privilegiados que no tenían generosidad ni educación suficientes para merecer ese derecho a la fraternidad futura; la persecución contra los comunalistas de París, desbordamiento de odio y de crueldad sin precedente, vino a probarlo ¡y de qué manera! No he de repetír aquí los infinitos reproches que el Proletariado Militante ha lanzado a la culpable burguesía constantemente y cada año en la conmemoración del 18 de Marzo; escritos están, harto conocidos son y no necesito extralimitarme para ello del plan de este trabajo; pero sí recordaré que hallándome en París muchos años después, proscrito a consecuencia de otra iniquidad burguesa que pasará a la historia con el nombre de Proceso de Montjuich, visité en el cementerio del P. Lachaise el Muro de los Federados, donde, como resumen de crueldad, se obligó a los infelices condenados a muerte a cavar su propia sepultura, para después, colocados en su borde y fusilados, facilitar su entierro. Imaginándome aquella escena desgraciadamente histórica, regué aquella tierra con lágrimas que no sabré decir si eran de lástima, de admiración o de rabia rencorosa.

De todos modos a La Internacional corresponde la gloria de haber inspirado el siguiente artículo, ¡bendito sea su autor! que, traducido a todas las lenguas de la civilización moderna, publicaron los periódicos obreros órganos de la Asociación Internacional de los Trabajadores:

PAZ A LOS HOMBRES GUERRA A LAS INSTITUCIONES

Cuando se estudia la historia del género humano a la luz de las ciencias naturales; cuando se examinan con una crítica desapasionada los fenómenos complejos que se llaman revoluciones; cuando se busca la razón exacta de sus causas y de sus efectos, se observa que la voluntad individual ha jugado siempre un insignificante papel en los grandes sacudimientos que cambian la suerte de los pueblos, y se obtiene el conocimiento de las verdaderas causas, es decir, de la influencia de los medios.

Para el hombre que se ha colocado en este punto de vista, el odio hacia los individuos cesa de existir.

¿Quién se atreverá a hacer responsable de su envilecimiento a un desgraciado vagabundo, que, tratado desde su nacimiento como un paria por la sociedad, se ha visto fatalmente arrojado a la pereza y al vicio por la inhumanidad de sus hermanos; o a una desgraciada mujer que se vendió porque su trabajo no la producía un pedazo de pan? El sentimiento que produce en nosotros la degradación de uno de esos infortunados, no es la indignación contta ellos, sino contra un orden de cosas que produce tales resultados. Lo mismo sucede, aunque de un modo más general, con los individuos y clases cuyos actos estudiamos en la historia. Los vemos producirse y desenvolverse en circunstancias dadas; juzgamos y condenamos lo que lo merece, pero no nos inspiramos en el odio.

Tales son los sentimientos que nos animan en nuestra crítica de la clase media y de las instituciones por ella creadas. Nosotros creemos que la clase medía ejerce una dominación represiva, como toda dominación, que explota el trabajo, y que es un verdadero obstáculo al progreso de la humanidad. Decimos esto con calma, porque es una verdad científica y no el grito de la pasión ciega; y afirmamos, por lo tanto, que lo que conviene, lo que debemos hacer, es combatir las instituciones de la clase media, pero sin odio ni rencor hacia los individuos que la componen.

A poco que se reflexione, se verá que nuestros adversarios hacen todo lo contrario.

Los partidos políticos no buscan la justicia, se disputan el poder. Así es que los hombres políticos, lo mismo de un partido que de otro, y a nombre de esos mismos partidos, se aborrecen mutuamente, a pesar de que todos ellos, con corta diferencia quieren lo mismo. Se calumnian, se persiguen, se aprisionan, se acuchillan entre sí; pero todo pura y simplemente para apoderarse del poder; pero ni que lea Luis Felipe, Cavaignac o Bonaparte, Faci o Escher el que está al frente del gobierno, el pobre pueblo no deja de ser víctima de iguales abusos, que los gobernantes por su parte se guardan muy bien de destruir, porque esos mismos abusos son los que les permiten vivir.

Estamos bien seguros de que, si en vez de atacar las cosas, hubiéramos atacado a los hombres; si en lugar, por ejemplo, de atacar la religión, hubiéramos atacado tal o cual miembro del clero; si en lugar de atacar los privilegios de la clase media, hubiéramos atacado tal o cual individuo de esta misma clase, seguramente no hubiéramos levantado tan furiosa tempestad.

Como la mayor parte de los hombres de nuestra triste sociedad detestan cordialmente a sus vecinos, hubiésemos encontrado por cada uno de nuestros ataques individuales un grupo de aprobadores.

Pero nosotros amamos a los hombres y sólo odiamos la injusticia; por eso nuestra polémica no se parece en nada a la de nuestros periódicos políticos; y de aquí el que tengamos que resignarnos a no contar con las simpatías de aquellos de nuestros colegas que pertenecen a este número.

Se ha perdonado a Napoleón I el haber hecho matar dos millones de hombres, y no sólo se le ha perdonado, sino que hace cuarenta años ciertos liberales habían creído poder hacer de él la bandera de la causa popular.

Pero si Napoleón en 1814, para defender la Francia de la invasión extranjera, hubiese incendiado un barrio de París, ni Beranger, ni Víctor Hugo hubieran osado cantarle himnos de alabanza, y por el contrario, su nombre hubiera sido entregado a la execración general por espacio de medio siglo.

Tan cierto es que la destrucción de las cosas, siquiera sea de simples edificios, parece a ciertos espíritus mucho más criminal que la destrucción de hombres.

Sin embargo, el conocimiento de semejantes preocupaciones no logrará detenernos, y con el corazón lleno de amor a los hombres, continuaremos hiriendo sin piedad las malas instituciones.

Socialistas, seamos pacíficos y violentos.

Pacíficos para con nuestros hermanos, es decir, para todos los seres humanos. Tengamos compasión del débil, del supersticioso, hasta del perverso, porque las causas que contribuyeron a la formación de su personalidad fueron independientes de su voluntad. Acordémonos sin cesar de que no es matando a los hombres como se destruyen las instituciones, sino que por el contrario, destruyendo las instituciones es como se transforman y regeneran los individuos.

Pero seamos violentos para con las instituciones. En esto es preciso ser inquebrantables, hasta crueles; nada de cobarde transacción tratándose de la verdad y la justicia, no haya indulgencia para el error que nos conjura constantemente para que no deslumbremos sus ojos de murciélago con la resplandeciente luz de la justicia y la verdad, luz cuya claridad no puede resistir. Hagamos un San Bartolomé de errores, pasemos a cuchillo todos los privilegios, seamos, en una palabra, los ángeles exterminadores de todas las ideas falsas, de todas las instituciones dañosas.

Que nuestra consigna (palabra de orden) sea: Paz a los hombres y guerra a las instituciones.

Índice de El Proletariado Militante (Memorias de un internacionalista) de Anselmo de LorenzoAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha