Índice de El Proletariado Militante (Memorias de un internacionalista) de Anselmo de LorenzoAnteriorSiguienteBiblioteca Virtual Antorcha

CAPÍTULO DÉCIMO SEXTO

CONGRESO DE BARCELONA
Organización social de los trabajadores

DICTAMEN DE LA COMISIÓN SOBRE EL TEMA ACTITUD DE LA INTERNACIONAL CON RELACIÓN A LA POLÍTICA

Por poco que fijemos nuestra atención en los males que nos aquejan, por poco que nos detengamos a examinar las causas que los producen, no podremos dejar de convenir que se hacen necesarios grandes y eficaces remedios, y en la necesidad también de que el movimiento social que hoy se efectúa tenga por objeto algo más que asociar individuos, que federar grupos, que establecer solidaridad entre ellos, siquiera esto sea ya de no escasa importancia.

Nuestro programa, que ha de llevarse a cabo por medio de la Asociación federada y solidaria, ha de tener por objeto, a juicio de la Comisión, plantear las bases de un nuevo sistema económico, que nos garantice el derecho de usar libremente de los frutos de nuestro trabajo por medio de un estado social, cuyo único agente sea la representación directa del trabajo.

No perdamos de vista, mientras tanto, que hay que atemperar a la destrucción y a la guerra su acción revolucionaria, y que, hoy por hoy, no puede tener otra misión. Después de la revolución social, una vez dueño de la primera materia, y en su poder los instrumentos de trabajo, a la acción puramente destructiva que lleva en su seno, fácil será imprimirle otra positivamente productiva.

Por haber desconocido por tanto tiempo nuestro deber como revolucionarios; por haber establecido nada más que agrupaciones aisladas de obreros sin ningún fin social que llenar, se ha fatigado en vano la actividad nunca desmentida del trabajador hacia su propia redención.

Por haber querido partir, no de la revolución social, sino de las reformas paulatinas por medio del Estado, nos encontramos aún en el principio de nuestros trabajos, y en todo su apogeo la acción autoritaria de los gobiernos. Por haber desconocido hasta hoy, por más que nos venga indicado por la historia, que el trabajo debe ser el único encargado de la reconstitución de la Sociedad, hemos abandonado la realización de nuestras aspiraciones a nuestros más encarnizados enemigos que, una vez en el poder, han continuado santificando el privilegio de una base, que ha acrecentado su riqueza a proporción de nuestra miseria para mejor dominarnos. En una palabra, sin conciencia de nuestros derechos, ni de nuestra misión, hemos apelado al mismo recurso de nuestros actuales enemigos, ayudándoles a derribar a los hombres que nos señalaban como los únicos causantes de nuestros males, y después de haberlo conseguido, nuestra explotación ha continuado su marcha devastadora bajo el amparo de la nueva autoridad, representada por nuestros pretendidos redentores de ayer.

No, hermanos nuestros; basta de ceguera. Tiempo es ya de pensar seriamente en el porvenir del trabajo. Tiempo es ya de que no a la locura, a la ambición, a la intriga sino a la razón, a la ciencia, a la organización obrera sobre todo, rechazando con energía todo otro elemento a ella extraño, debemos encomendar los destinos de la gran revolución. No perdamos de vista, que si en nosotros subsiste aún la miseria y la ignorancia, débese a las instituciones y a las viejas ideas sociales, no a los hombres. El hacha revolucionaria debe, pues, atentar sola y exclusivamente contra ellas. La guerra al capital debe ser hoy la aspiración única, pero constante de la Asociación; que mañana, cuando los instrumentos de trabajo le pertenezcan por entero, ya tendrá ocasión de mostrar al mundo la fecundante vida que lleva en su seno. Tal debe ser la misión de La Internacional en esta sociedad de lucha. Tal será su importancia allende la liquidación social.

¿Tendrá ahora necesidad la Comisión de demostrar el porqué de que el movimiento socialista obrero se atempere a su sola organización, sin perder de vista un solo instante el elevado objeto que se ha propuesto llevar a cabo? ¿De demostrar que es un gran partido el partido del trabajo y que sus relaciones con todos los demás han de ser nulas, como nula es la consciencia que tienen de la igualdad y la justicia? ¿De demostrar aun, que entre un Estado que nace y el otro que se va, entre el colectivismo y la política, entre la igualdad y el privilegio, entre el trabajo y la holganza, entre media sociedad emancipada y otra media esclava, no cabe, no puede caber más pacto que la guerra?

Si, necesidad tendrá la Comisión, encargada por el Congreso de llevar a cabo este dictamen, de señalar a sus hermanos los motivos que tiene para que la organización obrera en nuestro país, y la obra regeneradora de La Internacional en el mundo civilizado se realicen independientemente de toda fuerza, de toda institución a ellas extraña, huyendo con especialísimo cuidado de adhesiones que no vengan debidamente legalizadas por el trabajo.

Selladas con sangre se hallan en la historia las laudables aspiraciones de los pueblos hacia su bienestar; pero fundadas constantemente en la conservación del Estado, han sido estériles los esfuerzos hechos para conseguirlo. Y es que el Estado no admite cambios de sistemas, ni reformas. Si pudiera volver a los tiempos que le dieron origen lo haría, a fin de tener más segura su existencia y más desarrollada su esfera de acción. Toda innovación le espanta, y solamente introduce alguna en la dirección de la sociedad que tiene a su cargo, cuando le obliga a ello una fuerza mayor, emanada de las capas inferiores o cuando los intereses de la clase que repreeenta lo exigen. En este último caso la innovación introducida es un eslabón más, añadido a la cadena del esclavo, que le hace suspirar por el stato quo de antes.

A los que, bastante ciegos, creen aún en las reformas por el Estado, podríamos preguntarles, en qué período, en qué época del tiempo trascurrido le han visto realizar una reforma, de la cual haya sido él el verdadero iniciador que sea capaz de conducirnos al progreso. Ya lo hemos dicho. Selladas con sangre de sus autores se hallan en la historia esas reformas. ¿Por que? Si está en su deseo de realizarlas. ¿Por qué castigar, y no recompensar a los que, celosos del bien de todos, se las indican? Si está interesado en el progreso ¿a qué impedir la libertad de pensar, de escribir y de asociarse? Si garantiza el derecho y la libertad de todos ¿por qué permitís qué se nos explote bajo un sistema social tan infame? ¿Por qué no haber fundado ya, en sesenta siglos que lleva de existencia, sobre los escombros de la antigua, una sociedad basada en la Igualdad y la Justicia? Digámoslo de una vez. Todo poder autoritario lleva en sí un deseo de dominio, y este deseo es precisamente la antítesis del progreso. ¿Qué pacto, más que la guerra, cabe ya entre el colectivismo y la política, entre la libertad y la autoridad?

Para aquellos, sin embargo, que creen que la Comisión, en su crítica fundada del Estado, sólo se dirige a una forma de gobierno, y nos recomiendan otra como medio de llegar a nuestra completa emancipación, haremos constar que, según la ciencia, la idea del poder es una: la de imposición, de autoridad, de mando. El Estado encierra sus diversas personificaciones en una sola manifestación, y esta manifestación tiene por objeto impedir el progreso. Bajo esas fórmulas o personificaciones pues, el Estado queda en pie, ejerciendo su odiosa tiranía, dueño aún de la inmensa fuerza que le presta el concurso de la clase dominante. Si el programa de la agrupación política, dueña del poder es contrario a ese poder mismo, y a la clase de cuyos intereses vive, sacrificará el programa. La vida del Estado y de la clase que le sostiene dirá, es antes que nada. El Estado no puede suicidarse en medio de la fuerza legal e ilegal que le alimenta. Si el derecho de asociación, pues, tiende a absorberlo para establecer en su lugar la libre federación de libres asociaciones de obreros agrícolas e industriales, lo suprimirá, y entonces sucederá que, o bien la federación obrera será bastante fuerte para imponerse, o lo suficientemente respetable para no dejarse arrebatar ese derecho, a fin de continuar en su obra de transformación completa.

Pensar ya que el Estado político puede servir de escabel al colectivismo, es desconocer completamente el origen del poder, sea cual fuere su fórmula.

Pensar que el gobierno, sea el que quiera, ha de ceder un día gratuitamente el poder al colectivismo, sería desconocer la noción del poder, conservador no más que de sí propio. Por último si el Estado, en circunstancias dadas, puede aceptar lo que le limita, no acepta jamás lo que le niega; y no esta en los hombres hacer que el Estado sea otra cosa de lo que es, ni en los principios de tal o cual agrupación política sustituir a su inmovilismo el progreso. Está precisamente en su antítesis, en la revolución social, y ésta es la que deseamos verificar.

Si después de lo dicho, y siguiendo los pasos de generaciones anteriores cargaramos todavía al Estado la realización de nuestro fin, sería preciso renunciar a toda idea de emancipación y libertad. De emplear ese coloso da poder y tirania como medio, nuestros trabajos, todos nuestros esfuerzos, no lo dudéis, desaparecerían ante el absolutismo de su idea. Volvemos a repetirlo. ¿Cabe entre nosotros y la sociedad actual, sostenida por él, otro pacto que la guerra?

Prestar, pues, nuestra aquiescencia al Estado sería ilógico y absurdo. Al paso que le destruiríamos por un lado le apoyaríamos por otro, y nuestros deseos de redención se quedarían en proyecto, no pasarían de deseos. Es necesario desenmascararle para saber hasta qué punto llega el derecho de asociación que nos concede, y esto lo conseguiremos a medida que la federación y la solidaridad vayan robusteciendo la organización obrera, base de la organización social futura.

No porque a la Comisión le quede ninguna duda acerca de las intenciones del Estado, pero es necesario saber por nuestros hermanos si nos lo concede sólo para hacer prevalecer ciertos principios políticos y para mantener a raya la tendencia a la baja de los salarios, o para sustraernos por completo a la explotación que se ejerse con nosotros por su medio. Esto lo sabremos en breve, adoptando una actitud verdaderamente revolucionaria, basada, con exclusión de todo otro elemento, de toda otra idea, en la formación rápida y directa de sociedades trabajadoras que no pierdan nuncá de vista el objeto para que fueron creadas, esto es, la destrucción del poder, ya en las bajas, ya en las altas esferas gubernamentales y administrativas. Y si este nuestro plan de asociación no le gusta, claro es que sólo nos lo habrá concedido en tanto no hayamos hallado por su medio la manera de sustraernos a su opresión.

Conocido nuestro objeto, el Estado, mostrando una vez más la índole de su origen, no se dará punto de reposo para exterminarnos, pero inútilmente.

Nosotros podemos haber hecho para entonces infructuosas sus perversas intenciones, oponiendo a su fuerza la fuerza inmensa de la asociación solidaria robustecida con la idea de emancipación que lleva en sí.

He aquí por qué la Comisión es de parecer, y por otras razones que enumera, que la realización directa es el único camino que seguir conviene a las secciones españolas de la Internacional. Causa de profundos odios entre nuestros hermanos, la política se opondría constantemente a que profesáramos en nuestro trato el principio amor, sin el cual nuestros trabajos se perderían en el desamor y en la fría indiferencia, dejando en el aislamiento los tan caros elementos que queremos agrupar. Y como quiera, por otra parte, que de ocuparnos en ella nos robaría un tiempo precioso y altamente necesario a la propaganda de nuestros principios, razón de más para que rechace la política de su seno, no sólo por inútil, sino como perjudicial. De esta manera, libres en nuestro campo del trabajo, desembarazados de todo sentimiento que no nos venga por él inspirado, podremos con más holgura y seguridad de buen éxito, dedicarnos directamente a dar a nuestras sociedades, el carácter de estabilidad y permanencia que deben tener, a fin de que los gobiernos, cuando intenten retirarnos el derecho de asociación, encuentren en nosotros, si no una potencia igual a la suya, decisión bastante para hacerle respetar nuestro derecho, que será el primer triunfo arrancado a esta sociedad, el cual deberá llevamos rápidamente a la consecución de todos los demás.

¿Cabrá decir ahora que podríamos realizar nuestro ideal a la sombra, bajo el asentimiento del Estado? No. Despréndese perfectamente de la historia sus tendencias opresoras. Demostrado queda que sigue su camino a remolque del progreso y a impulsos de profundos odios. Que instigado sólo por una revolución sangrienta, concede un derecho y al sancionarlo por medio de una ley, lo imita, negándolo más tarde por una de sus reacciones tan frecuentes. Que su único norte es la inmovilidad y el reposo. ¡Y qué! ¿Se pretendería hacerle salir de este marasmo brutal y tiránico de que le acusan los hechos, cuando no lo ha conseguido ninguna de nuestras generaciones predecesoras? ¿Se pretendería variar la ley constante e inmutable de su existencia? Eso sería pedir un imposible.

¿Cómo puede ser el Estado el defensor del trabajo, cuando precisamente en la ley contraria, en su explotación y esclavitud, fía su vida, y cuando en su fondo radica el parasitismo, al cual convergen y del cual nacen los demás parásitos de la sociedad? Y aun cuando así no fuera, ello nos probaría cuando más que después de haber presenciado un combate de clases, como el del 93 en Francia, continuaría sirviendo de escudo a la que hubiese salido vencedora para ser el azote de las que hubiesen quedado vencidas.

Hay que desengañarse. El Estado es una máquina cuyo continuo movimiento no puede expedir más que el privilegio. Pretender otra cosa sería romper los ejes de esta máquina, de cuya rotura nacería la igualdad y la libertad, y esto sólo puede hacerlo la revolución social.

Hay que considerar además que no porque le prestásemos nuestra aquiescencia y templásemos nuestros ataques, había de servir y secundar nuestra obra; que no porque nos quejásemos había de poner término a nuestras quejas. Precisamente es ley constante de su espíritu obrar todo lo contrario. Una larga y dolorosa experiencia nos muestra que nuestros males, si bien han servido de pretexto para encumbrar hombres y más hombres en el poder, éstos no han dejado de tener fin.

Urge, pues, apartamos cuanto antes de la perniciosa senda que hasta aquí hemos seguido. Otra educación fundada en el amor universal y en la ciencia, se hace necesaria: No más esfuerzos vanos, no más trabajos infructuosos, no más apóstatas ni traidores a la causa santa del trabajo. Consideremos que por haberla confiado a otras manos que a las nuestras nos hallamos aún en el comienzo de nuestras penalidades. Consideremos que sólo nuestra actitud digna y enérgica ha de poner a raya la codicia burguesa no menos que la tiranía del Estado. Consideremos, finalmente, que hacer política nacional, que abogar aún por el sostenimiento de este Estado, autor de nuestras desgracias, cuando nuestros hermanos del otro lado de la frontera se organizan internacionalmente, llevando en el corazón simpatía a fin de establecer la libre Asohación de trabajadores en todo el mundo, borrando razas, nacionalidades y fronteras, seria faltar al cariño que nos profesan, a la grandeza de los principios de La Internacional que proclaman, y a nuestra palabra, sobre todo, que un día les diéramos de caminar a la vanguardia de la civilización y del progreso.

Se hace, por tanto, necesario emplear toda nuestra constancia, toda nuestra actividad, ya en la organización obrera, ya en la inculcación radical y directa de nuestros pricipios dentro de ellas, despojados de toda dañosa idea politica, para estar prevenidos contra todo ataque a nuestros derechos, ya nos venga del poder, ya de la hidrofobia de los ricos, cuya seguridad garantiza y cuyos abusos tolera, y para llevar a cabo lo antes posible la revolución social.

Por estas razones, la Comisión adopta las siguientes resoluciones que somete a la deliberación del Congreso:

Considerando:

Que las aspiraciones de los pueblos hacia su bienestar, fundándose en la conservación del Estado, no sólo no han podido realizarse, sino que este poder ha sido causa de su muerte.

Que la autoridad y el privilegio son las columnas más firmes en que se apoya esta sociedad injusta, cuya reconstitución, fundada en la igualdad y en la libertad, se halla confiada a nosotros de derecho.

Que la organización de la explotación del capital, favorecida por el gobierno o Estado político, no es otra cosa que la explotación perenne y siempre creciente, cuya sumisión forzosa a la libre concurrencia burguesa, se llama derecho legal o jurídico, y por lo tanto obligatorio.

Que toda participación de la clase obrera en la política gubernamental de la clase media no podría producir otros resultados que la consolidación del orden de cosas existente, lo cual necesariamente paralizaría la acción revolucionaria socialista del proletariado.

El Congreso recomienda a todas las secciones de la Asociación Internacional de los Trabajadores renuncien a toda acción corporativa que tenga por objeto efectuar la transformación social por medio de las reformas políticas nacionales, y les invita a emplear toda su actividad en la constitucióp federativa de los cuerpos de oficio, único medio de asegurar el éxito de la revolución social.

Esta federación es la verdadera representación del trabajo y debe verificarse fuera de los gobiernos políticos.

La discusión de este dictamen fue animadísima y apasionada, y en ella llevamos parte muy principal los delegados madrileños: Morago, Mora y el que estas líneas escribe hicieron exposición histórica y doctrinal demostrando que el Estado, lejos de ser órgano y garantía del derecho, como pretenden sus partidarios, es una institución perturbadora que viene desviando a la humanidad de la senda progresiva y no sirve más que para defender y legalizar a los tiranos, usurpadores y explotadores. Por tanto, los partidos políticos, pretendidos renovadores del Estado incorregible, no tienen razón de ser ni justificación racional posible, y querer que los trabajadores se hagan políticos con la esperanza de que de ese modo repararán los males que sobre ellos pesan, es como tratar de hacerlos cómplices del crimen de que son víctimas.

Borrel, por su carácter particular, además de contribuír a nuestra obra doctrinal, se dedicó a desarmar a los adversarios, y al efecto pronunció un discurso rebosante de prudencia y de gracia replicando a Roca y Galés, con el que dejó a aquel vanidoso en rídiculo y excitó el entusiasmo revolucionario del Congreso.

Rubau Donadeu perdió su trabajo y las concesiones que hizo en las discusiones de los temas anteriores. Habiendo dejado su propósito hasta la última hora, se encontró que por haber sido secretario en la sesión administrativa de la mañana no tuvo tiempo de escribir un dictamen o voto particular para presentarlo por la tarde, no quedándole más recurso que lamentarse en vano, coreado por las risas de los delegados, de haber llegado tarde para imponer la República a los trabajadores reunidos en el Congreso.

En las proposiciones generales, después de varios acuerdos de relativa importancia, se acordó que el segundo Congreso obrero se celebrase en Valencia; dirigir un mensaje a los trabajadores portugueses invitándoles a contribuir a la obra de federación y solidaridad internacional; que el Consejo federal de la región española residiese en Madrid, siendo elegido por unanimidad para constituirle los compañeros Tomás González Morago, Enrique Borrel, Francisco Mora, Anselmo Lorenzo y Angel Mora, y por último, que los asuntos pendientes pasasen al Consejo federal para que los trasmitiera al Congreso obrero siguiente.

Francisco Tomás declaró la clausura del Congreso en sentidas y entusiastas frases, quedando todos satisfactoriamente impresionados y disfrutando de la gran alegría de haber contribuído a obra tan trascendental y meritoria.

Una manifestación pública y un té fraternal en el Teatro de Novedades para la despedida de los delegados, puso término a aquel Congreso en que quedó constituido de modo indestructible el Proletariado Militante español.

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