Índice de El programa del Partido Liberal Mexicano de 1906 y sus antecedentes Recopilación y notas, Chantal López y Omar CortésArtículo anteriorEscrito siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

MANIFIESTO

Apenas se hubo constituido la Confederación de Clubes Liberales, cuyo fin como todos saben, es velar por el cumplimiento de la ley y hacer pacífica propaganda liberal, cuando se desataron contra los Clubes que la forman las más injustas persecuciones por parte de los dos poderes que ha conciliado la funesta política actual: el gobierno y el clero.

Conocidos como son en todo el país los atentados de que han sido víctimas los liberales de distintas partes de la República, y así, nada extraño es que al largo catálogo de injusticias que ya existe, se haya aumentado con otra más que perjudicó, no sólo a los miembros del Club Liberal Ponciano Arriaga, sino a otros individuos que sin serlo asistieron a la conferencia pública del Club, el viernes 24 de enero actual.

La injusticia patente; el atropello a las garantías individuales es un hecho; y al mismo tiempo que salta a la vista la premeditación y alevosía de los que prepararon los sucesos, se comprende la carencia absoluta de ingenio, la monumental estupidez con que se fraguó el plan de una emboscada, cuyos resultados han demostrado el abuso incalificable, brutal, de la fuerza contra el derecho.

Fácil es comprenderlo así, cuando se ve la relación exacta de los hechos, que es la siguiente:

El Club Liberal Ponciano Arriaga había anunciado su segunda conferencia pública para la noche del viernes 24 de enero.

Ese día, como a las 3 de la tarde, el señor Heriberto Barrón, acompañado del teniente Amado Cristo,. se presentó en la casa del señor Camilo Arriaga, con el pretexto de comprar 3 ejemplares de Renacimiento, que le fueron regalados. Preguntó si el Club celebraba todavía sesiones y si en ellas podía hablar cualquiera. El señor Arriaga le contestó que el Club anunciaba sus sesiones y que a ellas sólo asistían los socios; que a las conferencias públicas podía asistir el pueblo, pero que en ellas sólo hablaba el orador designado. Barrón y su acompañante se retiraron prometiendo asistir a la conferencia de esa noche. Y en efecto, como a las ocho y media se presentaron en el salón de sesiones en el que había bastante público. Cerca de ellos tomaron asiento individuos que parecían del pueblo a juzgar por su traje, eran un grupo de sargentos del 150. Batallón disfrazados. El más conocido fue el sargento 1° Emilio Penieres, que llevaba quizá la comisión más inícua.

A las ocho y tres cuartos el ciudadano Presidente tocó el timbre abriendo la sesión, y el señor Julio B. Uranga se levantó para declamar su discurso teniendo que esperar unos momentos todavía, mientras que entraban y tomaban sitio algunas personas sospechosas que se presentaron al escuchar el timbre.

Una vez que reinó el silencio, el señor Uranga empezó su peroración, cuyo tema era la influencia del clero sobre el pueblo, la sociedad y el gobierno en general, pero sin hacer ninguna alusión personal, ni insultar en lo más mínimo a los Poderes Federales ni del Estado y sin dirigir tampoco ningún elogio al Club Liberal o a cualquier persona de nuestras ideas.

Su estilo fue reposado y los aplausos que conquistó no fueron arrancados por la vehemencia del lenguaje, sino por la verdad y solidez de los argumentos que expuso a los dogmas con que el clero explota la ignorancia del pueblo.

Al terminar el señor Uranga su discurso, el presidente tocó el timbre levantando la sesión, pero en ese instante Barrón se levantó de su asiento, diciendo: Señor Presidente, pido la palabra, y sin esperar a que se le concediera como era de orden, empezó a hablar elogiando primero al señor Uranga y llamándose hipócritamente liberal, pero degenerando después en una serie de insultos absolutamente personales al señor Arriaga, a quien dijo entre otras cosas que él (Barrón) como servidor del actual gobierno, preguntaba si era un liberal o un sedicioso y si presidía reuniones en que se ilustrara al pueblo o en que se le indujera a insultar a lo más sagrado de nuestra patria: como el señor Presidente de la República y como el señor Ministro de la Guerra; observaciones enteramente inoportunas y forzadas, puesto que no se habían hecho ningunas alusiones personales, ni había el menor motivo para considerar como sediciosas, reuniones que siempre fueron pacíficas y tranquilas.

El señor Árriaga lejos de rebajarse a dar explicaciones a su vulgar insultador, al que nadie contestó, y precisamente para evitar el escándalo que se comprendió trataba de promover Barrón, tocó el timbre para indicarle que dejaba de tener uso de la palabra, y para llamarlo al orden, pero éste, que ante la pacífica y correcta actitud de los presentes veía frustrado su plan, se apresuró a lanzar un ¡Viva el general Díaz! que fue secundado por su compañero el teniente Cristo y por los sargentos disfrazados que habían sido llevados para el caso, quienes a imitación de sus jefes arrojaron sobre la concurrencia las sillas en que estaban sentados. Acto continuo Barrón se acercó a la puerta de salida, y disparó un tiro de revólver.

Los miembros de la Junta Directiva salieron del salón al sonar el timbre del señor Arriaga, de no hacerlo así hubieran sido vilmente asesinados, pues en el momento en que Barrón produjo el escándalo, el sargento Emilio Penieres estaba a punto de disparar sobre el personal de la Mesa cuando el señor Carlos Uranga, hermano del orador, se abalanzó sobre el sargento, desviándole el arma y trabando una lucha desigual de la que el valiente señor Uranga resultó herido en la cabeza, por un pistoletazo que le dio Penieres, y golpeado en todo el cuerpo por los esbirros que se cebaron en él.

No había pasado medio minuto desde que Barrón disparó el tiro cuando la policía se presentó en número abrumador, cual si obedeciera a una señal convenida, pues llegaron como cuarenta o cincuenta gendarmes, todos sin linternas, mucha policía secreta, el jefe político, Gustavo Alemán, el mayor Macías, y poco después el general Kerlegand, siendo poco más tarde invadidas las calles por la fuerza federal.

Algunos de los que salieron por la casa particular del señor Arriaga, cuya puerta queda a la espalda de la del salón de sesiones fueron aprehendidos por varios gendarmes, también sin linterna, que indudablemente estaban apostados esperando esta salida.

Una vez aprehendidas unas veinte personas fueron conducidas a la cuadra, en medio de numerosos gendarmes que llevaban las pistoláS en la mano, haciendo extraño e inútil alarde de rigor. Heriberto Barrón y el teniente Amado Cristo iban departiendo amigablemente con el jefe político, cerca de ellos iba Macías y diseminados entre los prisioneros cuatro o cinco oficiales a caballo.

Al sargento Ramírez y compañeros la policía tuvo buen cuidado de no aprehenderlos, a pesar de que ellos fueron los escandalosos y los que amenazaron con sus pistolas. En cuanto al discurso del señor Uranga que se quedó sobre la mesa al salir la Junta Directiva, la autoridad debe haberlo recogido y se hará perdedizo, pues con él, que se tomó como cuerpo del delito quedaría comprobada la calumnia de sedición y demostrado plenamente que no se insultaba al gobierno, ni menos personalmente al Presidente o al Ministro Reyes, defendidos sin necesidad por Barrón.

Los presos excepto los verdaderos culpables Barrón y Cristo, a quienes se puso en inmediata libertad, fueron conducidos a un cuarto inmundo, pestilente, asqueroso. El capitán Zurbarán, ayudante del gobernador Escontría y que no sabemos qué funciones desempeñaba en ese momento, presenció el registro que se hizo a los consignados de los cuales ninguno absolutamente ninguno llevaba arma, Zurbarán, abusando de su posición frente a los inermes prisioneros, los insultó con el lenguaje más soez y patibulario que darse pueda.

Media hora después fueron llevados al mismo repugnante local otros cinco de los ahora llamados sediciosos, y entre 11 y 12 de la noche fue introducido un individuo que parecía estar en el último grado de ebriedad pero que a poco rato se levantó intempestivamente y agredió primero al señor Juan Sarabia y luego al señor Carlos Uranga, haciendo ademán de sacar arma. Al ver tal ademán, sujetaron al individuo los amagados liberales y le quitaron una pistola de muy buena clase que entregaron a los policías que guardaban la puerta, los que sacaron inmediatamente al sospechoso, es del advertir que a ese lugar de detenidos no se introduce a nadie sin hacerle un escrupuloso registro y quitarIe hasta el más insignificante cortapluma.

La noche fue un suplicio para las víctimas de este atropello sin nombre, que sin embargo tenían que sufrir más vejaciones todavía. Pidieron agua para lavar la herida del señor Carlos Uranga, pero les fue negada por el carcelero que no conforme con esto recogió y se guardó con el mayor descaro varias cartas que sus familias inquietas y afligidas enviaron a los prisioneros.

Casi asfixiados por la atmósfera de aquel lugar nauseabundo dirigieron como a las 11 de la mañana un ocurso al gobernador, solicitando se les cambiara a un lugar habitable, cerca de la una de la tarde de ese día 25, llegó una compañía de soldados del 150. Batallón en medio de los cuales fueron conducidos los atropellados ante el Juez de Distrito, quien tomó nota de sus nombres y los consignó a la Penitenciaría, con el aparato de fuerza de que hablamos, los liberales fueron nevados a dicha prisión pasándolos por frente al Palacio de Gobierno y por las calles más céntricas de la ciudad; uno de ellos, haciéndose intérprete del sentimiento unánime, y como para manifestar que no eran delincuentes, se puso en el hombro un papel en el que de lejos podía leerse con letras grandes y claras: POR LIBERALES.

El señor Heliodoro Gómez, preguntó a un cabo de los que los llevaban, si a él (al cabo) lo habían mandado también a la conferencia de la noche anterior, y el cabo cándidamente le contestó que no había sido él, que habían mandado nada más a los sargentos.

Como a las 2 de la tarde y sin que su ánimo decayera en lo más mínimo a pesar de tantos atropellos y vejaciones, los liberales quedaron instalados en la penitenciaría.

Entre tanto el señor Arriaga era víctima de otros atropellos, su casa fúe materialmente sitiada la noche de los sucesos por las fuerzas federales entre las que había rurales, soldados del 15° Batallón y del 2° Regimiento, los patios interiores, la cocina, una casa contigua en construcción y el local de una imprenta de su propiedad, que hasta la fecha está ocupada por soldados, todo esto que está en comunicación con el salón de las conferencias por una puerta que de la imprenta da acceso a ese salón, fue invadido por la tropa, verificándose un verdadero allanamiento de morada.

Durante la noche la manzana en que está la casa del señor Arriaga fue recorrida por patrullas que molestaron a su sabor y aterrorizaron a los tranquilos vecinos que no se explicaban cómo puede inspirar tal desazón a nuestro gobierno, el presidente de una agrupación bien conocida como propagandista pacífica de los principios liberales y cuyos actos son pública y claramente ajustados a la ley.

Nadie tampoco se lo explica; pero ... (ilegible en el original, señalamiento de Chantal López y Omar Cortés) sin que se permitiera entrar o salir a criados que pudieran llevar los alimentos. Como tal estado de cosas se hacía indefinido el día 25 como a las l0 a. m. el señor Arriaga dirigió un ocurso al gobernador, pidiéndole garantías y preguntándole la causa del bloqueo y diciendo que se presentaría ante la autoridad que lo requiriera aun cuando no había cometido ningún delito, el gobernador contestó la instancia, diciendo que eran dictadas por el Juez de Distrito las disposiciones de que se quejaba; al fin, como a las 12 fue levantado el cerco, presentándose el mayor Juan Macías con una orden del Juez de Distrito, y pidiendo, se le permitiera registrar la casa, lo que fue concedido por el señor Arriaga, a quien acompañaba el señor profesor Librado Rivera, siendo este señor aprehendido y llevado a la Jefatura Política, donde, se le dejó incomunicado. Inútil es decir que después del registro el mayor Macías no encontró a nadie.

Como a las 4 de la tarde el señor Arriaga fue llamado a la jefatura y de allí conducido en un coche a la Penitenciaría en donde llegó al mismo tiempo que el señor Rivera que fue traído en otro coche; sus amigos ya presos los recibieron afectuosamente, y todos se hacían comentarios sobre las injusticias con ellos cometidas. Poco después el señor Arriaga fue llamado por el Juez de Distrito que había venido a la Penitenciaría y ante quien declaró sin apasionamiento alguno los hechos que presenció, quedando detenido.

Durante los días 26 y 27 Y hoy 28 por la mañana, los demás detenidos fueron llevados en grupo entre soldados al Juzgado de Distrito de la ciudad, a hacer sus declaraciones. Y este último día a la 1 p. m. aproximadamente, el secretario del juzgado se presentó en la Penitenciaría a notificar las resoluciones del Juez.

En el auto formulado no sabemos con qué datos, pues era contrario en absoluto a la verdad y a la justicia, se notificó su formal prisión a los señores Camilo Arriaga, Librado Rivera y Juan Sarabia y su completa libertad a los demás, que firmaron declarando enérgicamente ante el secretario que estaban conformes sólo en lo que a su libertad se refería y no con el auto en general,que era completamente falso e injusto, sobre todo en lo referente a la culpabilidad de los señores Arriaga, Rivera y Sarabia.

Los compañeros de los que quedaban presos se retiraron indignados, y éstos se quedaron tranquilos, como tranquila estaba su conciencia. La celda de las víctimas se encuentra constantemente llena de amigos y correligionarios, que vienen a visitarlos asegurándoles que por todas partes se comprende la injusticia de su prisión y se espera con ansia la defensa que aclare los hechos, ya que el juez los condenó en un auto en donde todo lo que consta es contrario a las verídicas declaraciones rendidas por los aprehendidos y en que se acumulaban sobre ellos los más absurdos cargos sin hacer la menor alusión al diputado Barrón, al teniente Cristo, al sargento Penieres y demás acompañantes que son los únicos culpables y a quienes todos los vejados acusaron.

Esta es la verdadera, parcial y exacta relación de los hechos que fácilmente se comprobará y que está en la conciencia pública en esta ciudad.

Vea toda la nación cómo se hace justicia o cómo se hace escarnio de la justicia de nuestra pobre patria.

Los comentarios a que se presta la narración anterior, son los más desfavorables para nuestro Gobierno General y para el del Estado; para el diputado Barrón y para el ejército, representado por el teniente Cristo y los sargentos. Lo primero que viene a la mente es el recuerdo de los atropellos de Lampazos y el negro asunto de Arnulfo Arroyo, con los que el nuestro tiene grande analogía.

Absteniéndonos de consideraciones, nos concretamos a hacer notar los siguientes hechos que llamaron la atención a todo San Luis.

La llegada providencial de Barrón, diputado y reservista que algunos aseguran venía con el Ministro Reyes, quien lo dejó en esta ciudad a su paso para Monterrey; la visita de Barrón al señor Arriaga y su intención de hablar en la conferencia, claramente expresada; su estancia en el Cuartel General, donde no iría seguramente a arreglar sus famosos asuntos comerciales; el constante acompañamiento del teniente Cristo que nada tiene de comerciante; el haber visto muchos que desde las 6 de la tarde comenzaron a llegar gendarmes al Teatro de la Paz, donde se ocultaron con el jefe político; (ilegible en el original anotación de Chantal López y Omar Cortés) y en tan crecido número, de la policía, que en esos casos de importancia no esperados tarda indefinidamente en acudir y hace pésimo servicio; el no traer linterna ninguno de los gendarmes, como la traen por la noche los de punto; el no traer arma ninguno de los detenidos y sí portarla los que no lo fueron, la no aprehensión del heridor sargento Penieres ni de sus compañeros, al paso que se efectuó la del herido señor Uranga; el disfraz de pelado de los sargentos que estaban de huarache, sarape y sombrero huichol; la circunstancia de que el teniente Cristo tampoco fuera de uniforme, contrariando expresa disposición de la Secretaría de Guerra y de no haber sido detenido, ya que Barrón quedó libre por su fuero de diputado; el haber estado apuntando los sargentos a la Mesa Directiva; los exageradamente inicuos tratamientos a los liberales y el inútil y aparatoso lujo de fuerza desplegada con ellos; el auto del Juez de Distrito en que parece que sólo se tomó en cuenta el dicho falso y calumnioso de Barrón, contradictorio a las honradas declaraciones de todos los aprehendidos, etc.

Pasamos a la nación este minucioso relato para que deduciendo las consecuencias comprenda la situación en qUé nos hayamos colocados, y a los Clubes Liberales les rogamos se sirvan no enviar sus Delegados al Segundo Congreso Liberal, porque no podemos recibirlos, pero excitamos a nuestros dignos correligionarios a no desmayar en sus trabajos siempre dentro del orden y la ley, en favor de nuestra noble causa.

Nada importan las vejaciones y los atropellos que sólo sirven para justificar nuestras quejas y para templar la fuerza moral de los hombres honrados, pero no para matar las convicciones de los que como nosotros, luchan por la razón y la justicia.

La justicia y la razón están de nuestra parte y esperamos que ellas triunfen sobre la fuerza.

Reforma, Unión y Libertad.

San Luis Potosí, 28 de enero de 1902.

Camilo Arriaga, Presidente; Juan Sarabia, Tercer Secretario; José C. Sánchez, Librado Rivera, Rosalío Vargas, Celso Heyes, Cayetano González Pérez, David González, José Mlllán, Eduardo Islas, Heliodoro Gómez, Luchas García, Humberto Macías Valadés, Armando Lozano, Carlos Uranga.

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