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NOTA EDITORIAL

El Manifiesto y Programa expedidos el l° de julio de 1906 por la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano llegaron a constituirse en uno de los documentos políticos más importantes de la historia de México. Su elaboración necesitó de un prolongado y doloroso proceso de seis largos años durante los cuales la participación de miles de mexicanos fue estructurando poco a poco, casi imperceptiblemente, la columna vertebral de este documento.

Tal vez parezca exagerado el señalar a miles de mexicanos en su formación, mas no lo es. Efectivamente, no obstante que personajes de la talla de Ricardo y Enrique Flores Magón, Juan Sarabia, Camilo Arriaga, Librado Rivera, Antonio I. Villarreal, Antonio Díaz Soto y Gama, Rosalio Bustamante, aparecen como firmantes en los diversos documentos que constituyen el proceso de elaboración del Manifiesto y Programa de 1906, debemos considerar que no estaban solos; que su labor representaba el sentir de un conglomerado sumamente amplio del pueblo mexicano, así como la colaboración de miles de mexicanos en una inmensa gama de actividades que abarcaban desde la cooperación económica pasando por la labor de enlace en la correspondencia interpartidaria hasta la participación en actividades de abierta propaganda.

Por consiguiente, puede afirmarse que el Manifiesto y Programa de 1906 es la síntesis de una labor colectiva, hasta cierto punto anónima y de aquí su grandeza.

Con acierto, los integrantes de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano afirmaban que un programa de gobierno no es cosa que una persona cualquiera pueda lanzar cuando le venga en gana: los programas de gobierno los lanzan colectividades que tienen la resolución y la fuerza suficiente para cumplirlos, y no personas aisladas que, por muy enérgicas y talentosas que se les suponga, nunca podrían realizar, ellas solas, la liberación de un pueblo y la radical transformación de un país.

También puntualizaron que fácilmente pudo la Junta formular un programa desde que se instaló, pues naturalmente tiene ideas sobre la manera de mejorar las pésimas condiciones actuales de la patria; pero no hizo tal cosa porque no se considera con derecho a hacerla, porque no quiso faltar al espíritu democrático que ha sido la norma de sus actos. El Programa del Partido Liberal tenía que ser formulado por todos los liberales y no sólo por la Junta, puesto que todos los liberales, y no la Junta sola, serán quienes lo realicen. Sin el concurso del pueblo, nada podría hacer la Junta. Y ese programa, producto de una labor colectiva, representa la apoteosis de una lucha revolucionaria que no comenzó el 20 de noviembre de 1910, como se suele afirmar, sino muchos años antes. Al respecto, queremos hacer hincapié en la notoria diferencia existente entre los términos revolución y lucha armada.

Expliquémonos: la lucha armada significa tirar balazos, formar ejércitos, idear excelentes estratagemas militares para derrotar al oponente y esta labor la pueden hacer tanto los que buscan el triunfo de una revolución como los más acérrimos enemigos de la misma. Por el contrario, el término revolución implica transformación en el plano económico, social, político, jurídico, vivencial, cotidiano y, para que pueda concretarse en hechos, es precisa la existencia de un plan esbozado, de un programa preconcebido. Ese papel le correspondió, en su tiempo, al Manifiesto y Programa del Partido Liberal Mexicano, ya que en él, se conforma un nuevo concepto de país, se delinea la participación de los diferentes sectores de la población mexicana, se ponen las bases fundamentales para la construcción de un orden jurídico acorde con las necesidades sociales y políticas del país. De hecho, este documento presentaba un plan de gobierno que desbordaba por completo al del régimen porfirista. Así, sin temor a equivocamos, podemos afirmar que se constituyó en la revolución misma o, si se prefiere, en el espíritu de la revolución que tendría inevitablemente que imponerse. Basta una sola prueba de lo que decimos: ni en el corto periodo de lucha armada contra el porfirismo, ni tampoco en el largo lapso de lucha de facciones que siguió a la caida de Porfirio Díaz, hubo algún programa o proyecto ideado por cualquiera de las facciones en pugna que lograse superar en proyección y contenido al Manifiesto y Programa del Partido Liberal Mexicano de 1906.

Chantal López y Omar Cortés

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