Índice de Lecciones de historia patria de Guillermo PrietoTERCERA PARTE - Lección XXTERCERA PARTE - Lección XXIIBiblioteca Virtual Antorcha

LECCIONES DE HISTORIA PATRIA

Guillermo Prieto

TERCERA PARTE

Lección XXI

Gobierno de Calleja, 60° Virrey.


Llamado Venegas a España, entregó el mando a Calleja, quien tomó posesión el 4 de marzo de 1813.

Antes de ocuparnos de los primeros actos de Venegas, dirijamos una rápida ojeada al estado que guardaba el país en su conjunto en los últimos días del año de 1812.

La rencorosa enemistad entre Venegas y Calleja se había hecho sensible, produciendo divisiones entre los españoles.

La vuelta de Calleja a México, del sitio de Cuautla, había sido desairada. Disolvióse el ejército del Centro, y en todas direcciones aparecía un jefe insurgente y un perseguidor español.

Castillo y Bustamante, destinado a combatir a Rayón, se hizo notable en el rumbo de Toluca y Lerma por las ejecuciones sangrientas del doctor Carballo, Puente, el poeta Cuéllar, etcétera.

La Junta Americana, de que era presidente Rayón, con actividad ardiente enviaba a que agitase Liceaga Guanajuato, Verduzco Michoacán; y Rayón, situado en Tlalpujahua y desplegando tanta previsión como energía, establecía fábrica de cañones y fusiles, alistaba municiones y fomentaba la publicación del Semanario Patriótico y El Ilustrador Americano, que divulgaban en muchos escritos elocuentísimos los derechos del pueblo, justificando la independencia.

En un principio, estas publicaciones se hicieron con caracteres de madera, forjados por el sabio doctor Cos, y después Rayón, con el auxilio de la heroína Leona Vicario, se procuró una imprenta.

El Pensador Mexicano y don Carlos María Bustamante, en México, se aprovechaban de las concesiones a la imprenta, y desafiando todo género de peligros, defendían los derechos del pueblo.

El sur estaba interceptado por fuerzas que obedecían a Morelos, privando al gobierno de los recursos de Acapulco. En oriente Guadalupe Victoria obstruía el paso a los convoyes, otra de las fuentes de recursos.

Terán imperaba en Puebla.

Osorno, entregado al pillaje, asolaba al Estado de México, y todo el país ardía en embestidas y represalias desordenadas y sangrientas.

En Guanajuato comisionó Hidalgo a López y a Armenta para que fuesen a promover la revolución a Oaxaca. Sin duda penetraron a la provincia sin las precauciones debidas y se dirigieron a un señor Calderón; los sospechosos fueron aprehendidos y Armenta entregó los despachos de Hidalgo, fundamento bastante para que los fusilasen, y a Calderón también, exponiendo las tres cabezas en la cuesta de San Juan del Rey.

A poco tiempo, dos jóvenes atolondrados, Tinoco y Palacios proyectaron una sublevación, y fueron igualmente fusilados.

Pero si estas medidas parecían sofocar la revolución en la capital de la provincia, la insurrección se propagaba ardiente en Jamiltepec, Pinotepa del Rey y otros pueblos de la costa de Jicayan.

La parálisis de los negocios, el hambre, la peste, los horrores de todo género, devoraban las entrañas del país.

Venegas seguía su sistema de rigor, el menos conveniente, pero que cuadraba a su carácter áspero y a su inteligencia mezquina. Sin embargo, era próvido, y no tienen comprobación alguna los vicios que se le echan en cara.

El nombramiento de Calleja para Virrey, no pudo ser más desacertado, por su desprestigio y por su carácter.

Calleja, a su entrada al poder, exigió un préstamo a los comerciantes ricos de México; creó una junta permanente de arbitrios, estableció economías y combinó un plan de campaña que le dio buenos resultados.

Verduzco aparecía en Michoacán con fuerzas superiores, pero su ignorancia en el arte militar le expuso a continuas derrotas.

Liceaga corría una suerte semejante en Guanajuato, a pesar de estar a su lado el doctor Cos, hombre aunque de durísimo carácter altamente dotado, así para la guerra como para el gobierno.

Descollaba en la Nueva Galicia como hombre de guerra el general don Pedro Celestino Negrete, hombre activo, probo y de excelentes cualidades personales. Éste se encargó, por medio de Merino, de la persecución de Torres (el amo Torres), quien siempre diligente y heroico, combatía, aunque con su fuerza muy disminuida. Herido en una de esas acciones y hecho prisionero, Cruz, en medio del escarnio, le mandó conducir a Guadalajara en una carreta tirada por un buey y un asno; después de haberle hecho sufrir horriblemente le mandó ahorcar y dispuso se le hiciera cuartos, mandando cada uno a cuatro puntos de la ciudad. Torres sufrió sus tormentos sin desmentir su alta dignidad y nobleza, confirmando con su conducta el inmortal título de gloria que le habían conquistado sus hazañas. Torres murió en junio de 1812, y los puntos en que estuvieron expuestos sus despojos cuarenta días, fueron Zacoalco, garita de Mexicaltzingo, el Carmen y San Pedro.

En este tiempo apareció la junta de Jaujilla, y desapareció pocos años después en medio de la impotencia y el escándalo.

Los reveses de los jefes insurgentes Verduzco, Liceaga y los Rayones, habían producido desconfianzas y hostilidades. Los dos primeros declararon traidor a don Ignacio Rayón e hicieron armas en su contra; don Agustín Iturbide se aprovechó de esas circunstancias, y en Salvatierra derrotó a Rayón celebrando el bárbaro su victoria obtenida el viernes santo, con el sacrificio de veintiocho prisioneros, que dijo oficialmente, que enviaba a los infiernos para agradar a Dios en el gran día de la Redención. Este hecho valió a Iturbide el nombramiento de coronel del ejército español.

Morelos, después de dictar muy importantes providencias en Oaxaca y de dejar a Matamoros en Yanhuitlán con mil quinientos hombres, salió de aquella ciudad el 7 de febrero de 1814, siguiendo el camino de la Mixteca hasta llegar a Acapulco en medio de mil dificultades y privaciones.

En principios de abril llegó Morelos a las inmediaciones de Acapulco y formalizó el sitio heroicamente sostenido por el castellano Vélez, hasta el mes de agosto que se rindió cuando no le quedaba otro recurso.

Este triunfo de Morelos no fue de la importancia que se creía, y tuvo que retirarse a Chilpancingo, como mejor teatro de operaciones.

Reguera, compañero de Paris, que había muerto en Acapulco, se encontraba en la Palizada; Guerrero, teniente coronel entonces, fue atacado por Reguera, y el insurgente lo rechazó.

En toda la extensión del país seguían empeñándose combates con varia fortuna.

Morelos, que había sabido con profunda amargura la desunión de los miembros de la junta de Zitácuaro, aceleró y llamó a los miembros de esa junta a Chilpancingo, donde con otros patriotas esclarecidos se instaló el Congreso de su nombre el día 13 de septiembre.

El 6 de noviembre hizo el Congreso la solemne declaración de Independencia, dando así programa, bandera, forma y vida a la nacionalidad mexicana; firmaron ese documento glorioso, a nombre del Congreso, los individuos siguientes: licenciado Andrés Quintana Roo, licenciado José Manuel Herrera, licenciado Carlos María Bustamante, doctor José Sixto Verduzco, José María Liceaga, licenciado Cornelio O. de Zárate, secretario.

Rayón pretendía, a pesar de haber firmado el acta, que se siguiese reconociendo a Fernando VII, a lo que Morelos se opuso con la mayor decisión.

Calleja y sus secuaces procuraban atenuar los efectos de las publicaciones de los independientes promulgando decretos y medidas benéficas de las cortes españolas; pero estos actos, así como las elecciones, caían, al nacer, en completo descrédito.

Entretanto, en la frontera, don Bernardo Gutiérrez de Lara, refugiado en Béjar con su familia, por sí solicitaba auxilios de los norteamericanos, pero habiendo puesto éstos la condición de que se les anexionasen aquellos pueblos, rechazó la propuesta, y al frente de algunos aventureros mexicanos proclamó la independencia y batió con el mejor éxito a los jefes realistas Arredondo y Elizondo, el que traicionó en Baján, y murió en Texas asesinado por un loco.

En el interior del país se iba a abrir una época funesta y de fatales trascendencias.

Matamoros se unía a Morelos; presentando ambos batalla en las inmediaciones de Valladolid a Iturbide y Llano quienes le hicieron sufrir una terrible derrota.

A pesar de ella, Morelos con los dispersos acampó en Puruarán en 5 de enero de 1814, donde fue decisiva y completa la derrota de Morelos. Dieciocho jefes insurgentes que cayeron prisioneros fueron pasados por las armas, entre ellos el esclarecido Matamoros, honra de las armas y gloria de la patria.

Morelos se levantó más grande y más entero de entre las ruinas de su ejército. Escribía a un amigo en carta confidencial, hablando de la derrota de Puruarán:

Aún queda mucho de Morelos y Dios todo entero.

Después de la derrota de Puruarán, Mocelos logró reunir algunos dispersos y se situó en el pueblo de Tlacotepec.

Casi al mismo tiempo que era derrotado Morelos, Armijo, jefe español, a quien se había confiado la división del sur, obtenía triunfo sobre don Víctor Bravo, y se puso en marcha para Chilpancingo para perseguir al Congreso.

En los miembros de aquel cuerpo habían estallado discordias; Rayón, a quien hemos visto disentir de Morelos, fue nombrado para Oaxaca. Morelos quedó en ejercicio del Poder Ejecutivo, y los miembros del Legislativo que permanecieron unidos, marcharon a encontrarlo en Tlacotepec.

La fuerza real defensora del Congreso fue de cuatrocientos hombres de Guerrero; a Morelos se le quiso quitar el mando y se le redujo a servir de custodio o escolta del Congreso.

Armijo se dirigió a Tlacotepec a sorprender al Congreso; Galeana, Guerrero y los Bravos le disputaron el paso en la Hacienda del limón, y fueron totalmente derrotados.

Armijo llegó a las inmediaciones de Tlacotepec el 25 de febrero. El 22 se habían puesto en marcha los miembros del Congreso con Morelos, su escolta y unos trescientos hombres desarmados. La caballería de Armijo penetró en Tlacotepec y recogió el archivo y sellos del Congreso. Los diputados se pusieron en salvo, y Morelos, merced a la heroica intrepidez con que lo defendió el coronel Ramírez, pudo libertarse y regresar a la ciudad de Acapulco.

Los individuos que entonces componían el Congreso eran:

José María Liceaga - Guanajuato.
Carlos María de Bustamante - México.
Ignacio López Rayón - Nueva Galicia.
Sixto Verduzco - Michoacán.
José María Morelos - Nuevo León.
José María Cos - Zacatecas.
Sabina Crespo - Oaxaca.
José Manuel Herrera - Tecpan.
Manuel Alderete y Soria - Querétaro.
Andrés Quintana Roo - Yucatán.
Camelio O. de Zárate - Tlaxcala.
José Sotero Castañeda - Durango.
José Ponce de León - Sonora.
Francisco Argándar San Luis Potosí.
Antonio Sesma - Puebla.
S.S. Martín - (?).

Llano mandaba en Michoacán; Iturbide perseguía algunas partidas de insurgentes en el Bajío, y el coronel Melchor Álvarez, después de derrotar a Rincón, entraba sin resistencia en Oaxaca.

Rayón trataba de organizar fuerzas en Michoacán; Rossains se había situado cerca de Veracruz.

En distintos puntos del país se sucedían los combates, con varia fortuna, dominando por sus recursos los realistas, pero brotando por donde quiera insurgentes que mantenían la agitación y exaltaban el espíritu de independencia.

En el sur especialmente, las luchas eran constantes, sostenidas por los bravos Galeana, don Juan Álvarez y jefes de las fuerzas de Armijo y Avilés, que no tenían momento de descanso.

Morelos se dirigía a Tecpan.

Avilés presentó en Coyuca combate al invencible Galeana, a pesar de la desventajosa posición de éste, de sus pocas fuerzas y de las dificultades que ofrecía el terreno a su caballería se multiplicaba este jefe, valía un ejército; rechazó varias veces al enemigo que lo cercaba y sucumbían al esfuerzo de él y sus valientes; pero en un movimiento rápido que tuvo que emprender dio en una rama con su frente, cayó derribado del caballo, y caído le asesinaron. Habiéndole cortado la cabeza, las soeces mujeres de la plebe quisieron escarnecerla, mofarla, pero el jefe español, lleno de ira atajó aquel desorden y mandó llevar la cabeza a la iglesia y colocarla con honra y respeto, diciendo:

Ésa es la cabeza de un hombre honrado y valiente.

La muerte de Galeana acaeció el 27 de junio de 1814.

El Congreso se ocupaba activamente en la formación de la Constitución, notándose la tendencia de los unos de conciliar las tradiciones coloniales en las libertades de la Constitución de 1812, y en otros la de la adoptación (sic) de las instituciones americanas, huyendo de los peligros de la anarquía.

Los individuos del Poder Ejecutivo, Morelos, Liceaga y el doctor Cos, se esforzaba con todo patriotismo en reanimar el espíritu público por medio de las acertadas providencias, para desterrar la anarquía que se había apoderado de la nación.

Rayón acababa de ser derrotado cerca de Teotitlán del Camino; las fuerzas que estaba organizando Terán en Tehuacán se dispersaron, y Rocha desapareció de la escena.

Rayón y Crespo andaban errantes: Hevia, jefe español, regresó a Puebla con los honores del triunfo, puesto que sus subordinados habían logrado pacificar aquellos rumbos, inclusive Rocha que se convirtió en un bandido.

Rayón abandonó Zongolica al aproximarse Hevia; Rossains, que estaba fortificándose en Huatusco, huyó también entregando la población a las llamas.

Estos desastres se produjeron esencialmente por la enemistad entre Rayón y Rossains.

Rayón, después de varios encuentros, se retiró a Tehuacán, donde estableció una maestranza.

Rossains, desembarazado de Rayón se dirigió a la costa, sometiendo las guerrillas de Maravatío, y haciendo que se le subordinaran todos los insurgentes de ese rumbo. Rincón tomó el mando de la costa de barlovento, y don Juan Pablo Anaya y don Guadalupe Victoria unidos, hacían fructuosas expediciones auxiliados por los jarochos patriotas.

Rossains siguió en sus hostilidades contra Rayón, y rompió con Arroyo, uno de sus mejores auxiliares. El Congreso quiso poner término a aquella desavenencia, pero Rossains se alejó de todos, combatiendo por su cuenta y sin sujeción a nadie.

Sesma, entretanto, en las Mixtecas propagaba la revolución con el mejor éxito; pero desavenido con Guerrero, éste se refugio en el cerro de Papalotla para ponerse al abrigo del mismo Sesma y de los realistas.

En aquel punto fue atacado Guerrero por los realistas, de los que alcanzó victorias con su corta fuerza, armada de piedras y garrotes. Presentósele Rossains hostilizándole; las tropas de ambos caudillos se pusieron frente a frente, posesionándose de cercanas alturas. Púsose bandera de parlamento; Rossains y Guerrero solos descendieron a la llanura; el primero hizo notar al segundo que llegaba armado; entonces Guerrero arrojó la espada, victorió a la nación, y al oír que le secundaban las fuerzas todas, se puso a las órdenes de Rossains, a quien podía haber despedazado, y el entusiasmo renació al soplo del héroe del sur.

Rossains volvió a Tehuacán persiguiendo a Rayón, tomó algunos prisioneros y los fusiló con barbarie.

En este periodo el desenfreno de la anarquía había llegado a su colmo; Rayón combatía y abandonaba Zacatlán. Concha y Ordónez, jefes realistas, llevaban por todas partes el exterminio. Salgado agitaba la Nueva Galicia. El doctor Cos tenía el mando de Michoacán y Guanajuato. Llano, Andrade y Negrete, jefes realistas, desbarataban partidas de insurgentes, empapando el suelo en sangre sus hOrribles ejecuciones.

Don Ramón Rayón, después de destruir varias partidas de realistas, unido a Atilano y a Epitacio Sánchez, se instaló en San Pedro de Cóporo.

Iturbide casi había sofocado la revolución; pero por todas partes realistas e insurgentes peleaban, teniendo con frecuencia ataques sangrientos.

En tales circunstancias llegó a México la noticia de la vuelta de Fernando VII a España, que tan funesta fue a los intereses de la monarquía: todos estaban en la inteligencia de que subsistia en vigor la Constitución de 1812 que se había proclamado entre las más ardientes demostraciones de regocijo; pero cuando en agosto de ese año se publicaron en México las restricciones que equivalieron a su caída, en medio del estusiasmo de los serviles, el desprestigio de Fernando no tuvo limites, y el descontento del comercio se manifestó de un modo provocativo y ostensible.

La división del partido realista de México alentó muchísimo a los insurgentes y dio vigor a la declaración de Independencia hecha en Chilpancingo, favorecida por los más contradictorios afectos en los serviles, por ofrecer apoyo y refugio el antiguo régimen en América; en los patriotas por acelerarle con tales desaciertos la consumación de la misma independencia.

La conducta injustificable de Rossains produjo la discordia; sus oídos contra asomo y las represalias de éste frustraron la derrota de Márquez Donallo y le procuraron una tremenda derrota en Soltepec.

Osorno mandó fusilar a un coronel sólo porque había servido a las órdenes de Rossains; Arroyo y Calzada, jefes de Osorno, mandaron azotar a los fugitivos de Soltepec.

El canónigo Velasco incendió Chalchicomula; Rossains empapaba en sangre Cerro Colorado, y sus subordinados temblaban a la vista de la Palma del Terror; Osorno, Arroyo y Calzada no cesaban de perseguirle, y Victoria mismo hostilizaba sus partidas.

Por fin, después de haber intentado la fuga, abandonado por sus secuaces, se le puso preso y se envió al Congreso para que lo juzgara: habiéndose escapado a sus custodios en las inmediaciones de Chalco, solicitó indulto del Virrey y se le concedió tal gracia el día del cumpleaños del monarca de Castilla. Rossains fue pasado por las armas en tiempo del gobierno del general Bustamante, como conspirador.

En todo ese tiempo la única acción notable por ese rumbo fue la conocida con el nombre de Tortolitas, dada por el cabecilla asomo al jefe español don José Barradas.

Los insurgentes victoriosos se acercaron a la capital. Osorno fue proclamado generalisimo y se contentó con dar pomposos nombramientos a sus camaradas, siguiendo en su carrera de asesinatos y depredaciones.

De otro carácter eran los avances de Guerrero en las mixtecas, resultado de la buena organización, moralidad y disciplina de sus fuerzas.

Don Ramón Rayón se hallaba fortificado en el cerro de Cóporo, y cedió el mando a su hermano don Ignacio cuando éste llegó a aquella fortaleza.

Calleja, que no consentía que los insurgentes se hiciesen fuertes en parte alguna, envió tres mil hombres sobre Cóporo a las órdenes de Llano, Iturbide y don Manuel Concha.

Defendían el cerro setecientos hombres y treinta y cuatro cañones.

Todo el mes de febrero pasaron los sitiadores en reconocimientos y tentativas infructuosas.

Fastidiado Llano de su inacción, dio orden terminante para el asalto. Iturbide se resolvió a cumplirla con quinientos infantes y doscientos caballos. Filisola fue el encargado del punto más peligroso, pero a pesar de sus esfuerzos heroicos y de la oportunidad con que lo auxilió una segunda columna, le fue forzoso retirarse con pérdidas considerables. Llano levantó el sitio el 6 del mismo mes.

A! retirarse, dejó una fuerza al mando de don Matías Aguirre, para que en las inmediaciones de Cóporo inquietase a los rebeldes. Aguirre marcó sus pasos con toda clase de horrores.

El Virrey reprobó la conducta de Llano, atribuyendo a sus desacertadas disposiciones el mal éxito del sitio de Cóporo.

El Congreso, que había concluido y sancionado la Constitución, la publicó en Apatzingán, donde residía, el 22 de octubre de 1814.

La ira de Calleja y los oidores no tuvo límites. Mandóse quemar la Constitución por mano de verdugo; a los que la ocultasen se les amenazó con pena de muerte, y confiscación de bienes al que la defendiese de palabra o por escrito.

La Inquisición que no podía ser fría espectadora al tratarse de actos de barbarie, expidió un edicto de excomunión contra todos los miembros del Congreso.

A Iturbide, con independencia de Llano, se destinó investido de amplísimas facultades, para que persiguiera al Congreso.

Los miembros de esta asamblea estuvieron a pique de ser aprehendidos en Ario por Iturbide, que marcaba su camino diezmando las poblaciones, matando mujeres y niños, y escandalizando a la mísma barbarie con sus atrocidades.

Volvió a reunirse el Congreso en Uruapan. A Cos, por una de aquellas anomalías de su carácter inflexíble, se le separó y fue necesario reducirlo a rigurosa prisión.

Entretanto, Claverino, con cuatrocientos hombres, perseguía las partidas de insurgentes de Michoacán; Concha recorría con el mismo objeto desde las montañas de Temascaltepec hasta las inmediaciones de México; la división de Oriente derrotaba a los insurgentes en Rincón de Ortega; y por último Iturbide, situado entre Celaya y Chamacuero, condenaba al exterminio cuanto pudiese sospecharse siquiera que favorecía la independencia.

Los insurgentes, no obstante, luchaban, y el prestigio de la causa nacional se extendía, demostrando cuán efímeros son los triunfos de la fuerza bruta contra los fueros de la justicia y la razón.

Deseoso Morelos de poner al Congreso a cubierto de un golpe de mano, se dirigió a Tehuacán, donde el general Terán tenía buenos elementos de defensa.

Concha supo de este movimiento por una delación traidora, y el 5 de noviembre, al pasar Morelos entre Tesmacala y Coesala, fue sorprendido por dos gruesas divisiones realistas.

Morelos confió los miembros del Congreso a la custodia del señor don Nicolás Bravo, presentando acción a sus enemigos con su escolta. Hizo esfuerzos de valor sorprendentes, pero le aprehendió al fin un miserable que había sido soldado suyo, Matías Carranco, y cargado de cadenas lo condujeron a la presencia de Concha.

El jefe español lo envió a México en compañía de un padre Morales que cayó con él prisionero.

Encerráronle a su llegada en la Inquisición, la que ostentó su abominable crueldad en el acto de la degradación, y se le envió en seguida, mientras se formaba su proceso, a la Ciudadela de México.

Morelos en su prisión, en su proceso, en todos sus actos, fue digno y noble, no exhaló una queja ni comprometió a nadie en sus declaraciones; asumió por completo la responsabilidad de aquella situación; mostró cada vez fe más enérgica en los derechos del pueblo y supo, con su grandeza de alma, conciliarse la veneración y respeto de sus más encarnizados enemigos (1).

Morelos fue fusilado en San Cristóbal Ecatepec, el 22 de diciembre de 1814.

Con su muerte se desligaron de un modo doloroso y brusco las fracciones del partido insurgente. Pero así como los partidos personalistas mueren con la desaparición de su caudillo, las revoluciones de principios y de ideas se eclipsan, pero viven y reaparecen más resplandecientes después de cada catástrofe.

Terán y Guerrero, desde la tumba del héroe y del hombre extraordinario que había perdido la causa de la libertad, lanzaron gritos de esperanza y mantuvieron el fuego sagrado de la Independencia.

Terán se vio en la necesidad de disolver el Congreso por lo embarazoso de semejante cuerpo, cuando sólo se trataba de activas operaciones militares, y se formó un Poder Ejecutivo compuesto de Terán mismo, don Ignacio Alas y Cumplido.

La disolución del Congreso disgustó a muchos, figurando Bravo a la cabeza de los descontentos.

En esta sazón, el comercio español proporcionó recursos para que se persiguiese a don Guadalupe Victoria, que en el puente del Rey interceptaba toda comunicación entre México y Veracruz; y después de una obstinada resistencia, se dispersaron los insurgentes.

El brigadier Mayares, que desembarcó en Veracruz en junio de 1815, fue el vencedor de Victoria.

Concha obligó a Osorno a refugiarse con Terán después de haber destruido sus fuerzas, y Guerrero se mantenía en el sur luchando día a día contra las tropas de Araujo.

Tal era el estado de las cosas en los últimos días del sangriento gobierno de Calleja.



Notas

(1) Hablando del gran Morelos, dice el eminente biógrafo don Francisco Sosa, página 697 de sus Mexicanos distinguidos:

Si como Guerrero ocupa el primer puesto entre los caudillos de la Independencia, como hombre político ocupa lugar distinguido. Débese a su iniciativa el acta de Independencia de Chilpancingo; organizó un gobierno que no existía, y se convirtió en centro de los esfuerzos aislados...

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