Índice de Lecciones de historia patria de Guillermo PrietoSEGUNDA PARTE - Lección VIIISEGUNDA PARTE - Lección XBiblioteca Virtual Antorcha

LECCIONES DE HISTORIA PATRIA

Guillermo Prieto

SEGUNDA PARTE

Lección IX

Cuitlahuatzin pretende oponerse al paso de Cortés. Alianza de varios pueblos. Combates parciales. Triunfos de Cortés. Sandoval en Veracruz. Derrota de Salcedo. Peste de viruelas. Muerte de Cuitlahuatzin. Sube al trono Cuauhtemotzin. Marcha de Ordaz a España. Sube al trono acolhua Coatnacoatzin. Marcha de Cortés a México. Llegada a Texcoco. Adhesión de Ixtlilxóchitl a los españoles. Ataque a Iztapalapa. Alianza de Cortés con varios pueblos enemigos de México.


Las tropas que quedaron guarneciendo a Segura de la Fontera se retiraron de ella a causa del gran número de enemigos que la cercaron. Al tiempo de retirarse distinguieron en las alturas del pueblo de Coahquecholan un numerosísimo ejército de mexicanos, y supieron que en persona lo mandaba Cuitlahuatzin con el objeto de impedir el paso a Cortés.

Coahquecholan era una ciudad considerable, muy amena y no menos fortificada por la naturaleza que por el arte. Por un lado la defendía un monte elevado y escabroso, y por el otro dos ríos poco distantes entre sí. La ciudad estaba circundada de un fuerte muro, no pudiéndose penetrar sino por cuatro puertas perfectamente colocadas, de modo que no debilitaban la defensa.

El señor de Coahquecholan, amigo de Cortés, envió una embajada declarándose vasallo del Rey de España y pronto a servirle, pero que se lo impedía la presencia de aquel ejército formidable y enemigo, al que combatirían si recibían algún auxilio.

Cortés se mostró reconocido y envió a Cristóbal de Olid con unos cuantos soldados españoles y cerca de treinta mil indios aliados.

Olid, al marchar al desempeño de su comisión, recibió a los huejotzincas que espontáneamente se le incorporaron; pero sean sus antiguos desengaños, sean algunas apariencias, Olid temió una celada, mandó aprehender a los huejotzincas y que se le remitiesen a Cortés.

Olid quedó a la expectativa con sus tropas en gran. desaliento; Cortés hizo las averiguaciones correspondientes, y probada la inocencia de sus aliados, los llenó de consideraciones y se determinó él mismo a dar cima a aquella expedición.

Dio el aviso respectivo a sus amigos y se puso en marcha: luego que supieron los de Coahquecholan la proximidad de Cortés, embistieron contra los mexicanos con tal furia y con tan buen éxito, que le salieron a recibir conduciendo cuarenta prisioneros. Los mexicanos no se rendían; hubo varios combates parciales en los que peleando hasta el último trance perecieron todos los mexicanos.

Tres días descansaron las tropas victoriosas de sus fatigas, y al cuarto se dirigieron a Itzocan, hoy Izúcar, pueblo fertilísimo guarnecido por cinco o seis mil hombres de tropas mexicanas.

Los de Izúcar opusieron alguna resistencia a la llegada de las fuerzas españolas, pero fueron vencidos.

El señor de Izúcar, abandonando sus tropas, se puso en marcha para México, lo que visto por aquella nobleza, que sin duda no le era muy afecta, nombró, bajo los auspicios de Cortés, un nuevo gobernador, que adicto a los españoles, recibió a poco tiempo el bautismo.

Las victorias de los españoles hicieron que varios pueblos fueran a rendirles homenaje; entre éstos se cuentan Cuixtlahuaca y parte de la dilatada provincia de Mixtecpan.

Cortés volvió a Tepeyácac cargado de despojos y lleno de honores.

Entretanto, Sandoval en Veracruz vencía a los enemigos de Xalatzingo.

Salcedo, por orden de Cortés, acudió a combatir a los que se habían levantado por el Papaloapan, pero fue envuelto por los enemigos y derrotado tan completamente, que sólo un hombre quedó vivo, y ése fue quien llevó la noticia a Cortés.

Lleno de sentimiento y deseoso de vengarse, envió a los capitanes Ordaz y Ávila, con algunos caballos y muchos aliados, los cuales tomaron la ciudad e hicieron destrozos en sus enemigos. Pero lo grave del revés de Salcedo fue realmente el descontento que se propagó entre las tropas, al extremo de esparcirse rumores de rebelión al tiempo que los que la promovían insistían obstinadamente en volver a Veracruz.

Cortés, después de madura reflexión, no sólo prometió a los soldados descontentos el regreso a Veracruz, sino que les dejó en libertad de que volvieran a Cuba, prefiriendo disminuir sus tropas a contar entre ellas elementos de desorden. Las pérdidas que con este motivo tuvo Cortés, fueron remplazadas muy ventajosamente con las tropas que en auxilio de Narváez mandaba Velázquez y se le incorporaron gustosas, y con otras fuerzas enviadas por el gobernador de Jamaica al reconocimiento, y que se agregaron al ejército de Cortés.

Los estragos que por este tiempo hacían las viruelas, enfermedad desconocida en el Nuevo Mundo, importada a nuestro suelo por un negro del ejército de Narváez, dejó vacantes los gobiernos de algunos Estados como Cholula, Ocotélotl y Tlaxcala; los pueblos acudieron a Cortés para que eligiese gobernantes, reconociéndole como árbitro de los destinos de estas tierras.

De la enfermedad terrible de que hablamos murió el intrépido y heroico Cuitlahuatzin, sucesor de Moctezuma, después de tres meses de Reinado.

Sucedióle en el mando Cuauhtemotzin, sobrino de Cuitlahuatzin, por no quedar ya hermanos de Moctezuma.

Era Cuauhtemotzin un joven de veinticinco años, valiente y lleno de inteligencia, aunque poco experto en la guerra, de grandes y generosos sentimientos.

Casóse con la viuda de Cuitlahuatzin y procuró seguir en un todo las huellas de su ilustre antecesor.

Cortés, antes de regresar a Tlaxcala, envió a Ordaz a la corte con relación minuciosa de lo acaecido, y pidió por medio de Ávila auxilios a la isla de Santo Domingo para la conquista de México, despachándole con las instrucciones correspondientes.

Hecho esto, y después de asegurar perfectamente el camino de Veracruz, emprendió la marcha a Tlaxcala, donde entraron sus tropas de duelo y él vestido de luto por la muerte de Mexicatzin, a quien había debido muy importantes servicios y a quien profesaba especial cariño.

Nombró Cortés a don Juan Mexicatzin, sucesor de don Lorenzo, armándole caballero según la usanza de Castilla.

Murió también por aquellos días Cuicuitzcatzin, Rey de Acolhuacan, elegido por Cortés y Moctezuma, y subió al trono Coanoatzin, enemigo de los españoles.

No desperdiciaba Cortés un solo instante para realizar su pensamiento único, que era la conquista de México.

Infatigable emprendió la construcción de bergantines para botarIos al lago de Texcoco; se proveyó de maderas del monte de Matlacueye y mandó acarrear la jarcia y los útiles que dejó en Veracruz de las naves incendiadas al principio.

Hizo, con ayuda de sus aliados, que momento por momento engrosaban sus filas, inmensa provisión de víveres; alentó a sus tropas, moralizó a sus amigos, y todo a punto, anunció su marcha para México.

Dividió su corta caballería en cuatro partes y la infantería en nueve compañías con sus secciones de mosquetes, ballestas, espadas, rodelas y picas.

Cortés a caballo, al frente de sus tropas, les arengó con persuasiva y conmovedora elocuencia, cuidando de revestir su empresa con todos los atractivos de la religión y con todos los encantos del patriotismo y la fortuna.

Sus palabras produjeron aclamaciones apasionadas de entusiasmo; llegó al delirio el amor a su jefe y su fe en la victoria.

Por su parte los tlaxcaltecas, que procuraban imitar a los españoles, quisieron hacer ostentación de sus fuerzas delante de Cortés.

Rompían la marcha las músicas y los cuatro jefes de la República con sus espadas y escudos y sus penachos de hermosísimas plumas.

Seguían cuatro escuderos sosteniendo en sus manos los estandartes de la República; después, en secciones de veinte en veinte pasaron las tropas bien ordenadas, dejando percibir de trecho en trecho los estandartes particulares de las compañías. El conjunto formaba un ejército de más de sesenta mil hombres, según afirman Herrera y Torquemada.

Xicoténcatl también arengó a sus tropas, exhortándolas a la fidelidad a los españoles, avivando su rencor con los mexicanos y ensalzando la perspectiva de gloria que tenían alcanzando el triunfo.

Cortés, de acuerdo con los principales señores de Tlaxcala, publicó un bando prohibiendo, bajo penas severas, las faltas contra la religión, el robo, la riña, las violaciones contra las mujeres y las extorsiones de los indios. Cortés llevó a cabo con toda energía lo ordenado, tanto que mandó ahorcar dos negros de su comitiva que violaron sus prescripciones.

El 28 de diciembre, después de haber oído misa Cortés y su ejército, marcharon con gran número de sus aliados rumbo a Texcoco.

Pasó el ejército por Texmelucan; el 30 volvieron a ver el hermoso valle de México, según creemos, desde Venta de Córdoba. Descendieron, penetraron en Coatepec, y al siguiente día se dirigieron a Texcoco.

En el camino encontraron sin armas y en son de paz, cuatro mensajeros del Rey Coanoatzin, quienes invitaron a Cortés a pasar a la corte, suplicándole que se abstuviese de toda hostilidad.

Al mismo tiempo presentaron al conquistador una bandera que pesaba 32 onzas de oro.

A pesar de estas exterioridades, Cortés desconfiando echó en cara a los mensajeros la crueldad para con los españoles de los indios de Soltepec, quienes les dieron muerte colgando sus pellejos del templo, después de martirizarlos. Añadió que ya que las vidas no podían recobrarse, las compensasen con oro, intimándoles hicieran la restitución.

Los de Texcoco se disculparon con los mexicanos y ofrecieron desagraviar a Cortés.

Entró Cortés en Texcoco y fue alojado en uno de los magníficos palacios de Nezahualpilli. Muy a poco de estar en Texcoco, notó Cortés la frialdad de aquellos habitantes, la ausencia de las mujeres y de los niños, y otros síntomas amenazadores.

No quedó duda de la disposición del pueblo; efectuóse la fuga del Rey en una barca, burlando la vigilancia de Cortés, que bien hubiera querido apoderarse de Coanoatzin como aprehendió a Moctezuma.

Luego que se divulgó la muerte del Rey, se presentaron a Cortés los señores de Huexotla, Coatlinchan y Ateneo, a ofrecer sus servicios al conquistador, quien los acogió benigna mente brindándoles su protección.

Los mexicanos echaron en cara a estos señores su mal manejo y les amenazaron con crueles castigos; pero ellos, lejos de amedrentarse, se apoderaron de los mensajeros y los enviaron a Cortés.

Recibió a los mensajeros Cortés y les preguntó, como si nada sospechase, el objeto de su viaje; ellos le dijeron que sabiendo que los señores que los remitían tenían buenas relaciones con Cortés, habían ido a solicitar su mediación para implorar gracia para los mexicanos. Cortés dijo que los trataría como amigos, pero que a la menor hostilidad les haría sentir el peso de su enojo.

La alianza de las tres grandes ciudades que acabamos de mencionar fue de suma importancia para Cortés y aumentó al extremo su poderío y recursos.

El conquistador, desde su llegada a Texcoco, se mostró dulce y complaciente con la nobleza y con el pueblo; exploró con sagacidad la opinión, y conociendo que Ixtlilxóchitl tenía allí cierto prestigio, le mandó traer con gran pompa de Tlaxcala, donde se hallaba preso, y le hizo coronar Rey con las mismas formalidades y ceremonias que si fuese un Rey legítimo.

Era Ixtlilxóchitl un joven de veinte años, que desde que conoció a los españoles se adhirió a ellos apasionadamente; su prisión en Tlaxcala después de la derrota de Otompan, debe más bien atribuirse a precaución prudente que a hostilidad.

La exaltación de Ixtlilxóchitl al trono, aunque irregular, surtió a Cortés los mejores efectos. El príncipe no fue en el poder sino un fiel súbdito y un dócil instrumento de los españoles. Adoptó sus costumbres, recibió el bautismo y se llamó Fernando Cortés' Ixtlilxóchitl, tomando el nombre de su padrino Cortés. Cuando se trató de la reedificación de la ciudad, después de haber prestado en la guerra servicios importantísimos, procuró arquitectos, albañiles y materiales para las obras que emprendió Cortés.

Ixtlilxóchitl murió en 1523, joven todavía, y le sucedió en el trono su hermano Carlos, de quien a su tiempo haremos mención.

Cortés fijó su cuartel general y se fortificó en Texcoco, lugar, como sabemos, abundantísimo en víveres y recursos, que confinaba con Tlaxcala, y que, situado a la orilla del lago, le abría ancha vía de comunicación con México, sin exponer en nada sus tropas.

Después de los arreglos que hemos indicado, resolvió Cortés atacar a Iztapalapa, y dejando a Sandoval en Texcoco con una guarnición de más de trescientos españoles y muchos aliados, marchó con doscientos de los suyos, tres mil tlaxcaltecas y muchos aliados de Texcoco.

Antes de llegar a Iztapalapa los españoles, les salieron al encuentro algunas tropas, combatiéndoles ya por tierra, ya por agua, y huyendo como vencidos a refugiarse en la ciudad.

Empeñados los españoles y tlaxcaltecas en perseguir estas fuerzas, penetraron en desorden en la ciudad, cuyas calles encontraron casi desiertas por haber huido muchos ciudadanos, mujeres y niños, llevándose sus bienes a unas islas del interior del lago. Entregáronse españoles y tlaxcaltecas al júbilo que les producía tan fácil victoria; derramáronse por la ciudad, saqueándola e incendiándola. Era muy entrada la noche cuando a la luz del incendio percibieron que las aguas del lago penetraban en la ciudad por diferentes canales, cundiendo, inundando y amenazando por todas partes.

Participaron a Cortés el inminente peligro en que se encontraban; tocóse retirada y se abandonó precipitadamente el pueblo; pero al llegar a cierto lugar de salida, las corrientes eran tan impetuosas, que sólo las pudieron vencer con trabajo infinito, pereciendo muchos hombres, y dejando todos sepultados en las aguas el botín riquísimo.

Si la detención en la ciudad -dice Cortés- hubiera sido siquiera de tres horas, no hubiera quedado uno solo vivo de los invasores y de los aliados.

Al siguiente día regresaron los españoles por la orilla del lago, insultados y perseguidos por los de Iztapalapa.

Esta expedición produjo sumo disgusto entre los españoles, no obstante que sus pérdidas fueron de dos hombres y un caballo, y que de los de Iztapalapa perecieron sobre seis mil hombres.

Cortés, con sumo tino y explotando infatigable los odios que habían sembrado los mexicanos, aumentaba su dominio y alianzas.

Los señores de Otompan uniéronse a los españoles después de los sucesos de Iztapalapa; lo mismo los de Chalco, después de una sangrienta batalla en aquellas inmediaciones.

Estos chalquenses colmaron de presentes riquísimos a Cortés y al señor del lugar, que murió de viruelas; antes de expirar recomendó a sus dos hijos sumisión y fidelidad a los conquistadores.

Los mexicanos hacían frecuentes correrías y castigaban cruelmente a los pueblos que se habían aliado con los españoles. Cortés por su parte auxiliaba eficazmente a sus aliados. En aquellos días los chalquenses pidieron con mayor insistencia el auxilio de Cortés; pero éste, teniendo ocupadas sus fuerzas en custodiar el acarreo de madera para la construcción de los bergantines que proyectaba botar al lago para el asalto de México, propuso a los chalquenses se uniesen a los de Huejotzingo para resistir a los mexicanos. Rehusaron los chalquenses, por antiguos resentimientos, pero al fin los unió el común peligro, siendo la unión en lo futuro consecuente y sólida, y sirviendo ella de apoyo poderoso a Hernán Cortés.

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