Índice de Lecciones de historia patria de Guillermo PrietoSEGUNDA PARTE - Lección VISEGUNDA PARTE - Lección VIIIBiblioteca Virtual Antorcha

LECCIONES DE HISTORIA PATRIA

Guillermo Prieto

SEGUNDA PARTE

Lección VII

Combate del templo. Muerte de Moctezuma. Son rechazados los españoles. Asciende Cortés. Incendio. Noche. Incendio de casas. Salida de Iztapalapa. Armisticio. Honores a Moctezuma. Salida el 10 de julio. Marcha Sandoval a la vanguardia. Alvarado a la retaguardia. Tropas de Tlaxcala, Cholula y Zempoala. Pintura del combate. Primer foso. Segundo foso. Salto de Alvarado. Mueren cuatrocientos cincuenta españoles. Mueren todos los cholultecas. Pérdida de la artillería. Muere V. de León. Popotia. Llanto de Cortés.


Los combates se sucedían: el foso abierto alrededor de la mansión de Cortés, que hacía resentir a los españoles los horrores del hambre, y la buena posición que habían tomado los indios desde el Templo Mayor que dominaba los cuarteles en que estaban las tropas de Cortés, todo hacía que el conflicto para éste tocase sus últimos extremos.

Acosado así por su situación, pero muy lejos de dar cabida en su pecho al desaliento, resolvió apoderarse del templo y emprendió con lo más escogido de sus soldados la acción temeraria.

Ya recordamos el patio del templo, compuesto de piedrecitas tan tersas y bruñidas como si fueran planchas de mármol; en nuestra memoria deben representarse aquellos cinco pisos con sus elevadas escaleras, dispuestas de tal modo que se tenía que rodear todo el edificio para el ascenso y descenso.

Como decía, se emprendió el ataque: una nube de piedras y de flechas recibió a los españoles; el templo parecía animado y moverse como un monstruo de millares de cabezas y de brazos. Llenos de desesperación, los españoles se esfuerzan por ascender, y al fin, son rechazados con pérdidas horribles. Cortés, que presenciaba este descalabro, hizo un nuevo esfuerzo; púsose al frente de las tropas, embrazó su rodela, empuñó su espada y ascendió con temeridad: los indios resistían palmo a palmo; se disputaba el terreno, descendiendo a raudales la sangre y cubriéndose de cadáveres el suelo; algunos se precipitaban de uno a otro piso para despeñarse abrazados de sus enemigos. En medio de la refriega se levantó la llama y quedó el edificio gigante convertido en inmensa hoguera que reproducían las aguas de los canales y de los lagos, hoguera de entre cuyas llamas salían lamentos y gritos que parecía que brotaban de un infierno.

Aunque al fin victorioso Cortés en este encuentro espantoso, quedó tan mal parado, que entró en serias deliberaciones con algunos de sus capitanes sobre el partido que se necesitaba tomar.

En uno de los más serios ataques a la habitación de Cortés, Moctezuma, por sus instancias, había salido a la azotea del palacio a arengar a su pueblo; pero éste, lejos de sosegarse, le llenó de improperios y le lanzó piedras y flechas en medio de un borrascoso tumulto.

Una de las mil piedras que lanzaron contra Moctezuma, le hirió en la sien. El monarca se sintió hondamente apesadumbrado, rehusando todo auxilio y resistiendo toda curación; porque mostró la decisión de no sobrevivir a la afrenta de que se le había cubierto con aquel ultraje.

Después de tres días de agonía que sobrellevó el monarca mexicano con estoica resignación, murió asesinado por los españoles, según unos; pero lo niegan otros. Esto no lo menciona Bernal Díaz del Castillo.

La lucha siguió con encarnizamiento; Cortés se resolvió a abandonar la ciudad, preparando su salida por la amplia calzada de Iztapala, pero a las primeras indicaciones de su intento se despertó el furor de los mexicanos y se renovó la lucha a muerte de los días anteriores; logró, sin embargo, el conquistador penetrar hasta uno de los puentes, empeñando lances terribles.

Diéronse señales de que se quería un armisticio y se acordó éste. En él pidieron los indios a Cortés el cuerpo de Moctezuma para hacerle los honores fúnebres, como lo verificaron, sepultando el cadáver en Chapultepec, según las tradiciones más acreditadas.

Aquella tregua fue momentánea; los ataques se repitieron con mayor ardor, comenzando los incendios notables, y al fin los españoles determinaron salir una noche, que fue la del 10 de julio de 1520.

Ordenóse con el mayor cuidado la marcha de las tropas; ocupó la vanguardia el intrépido Sandoval, la retaguardia Pedro de Alvarado, al centro los heridos y las tropas aliadas.

Después de separados los caudales del Rey, que se decidió a llevar Cortés, repartió entre sus tropas y aliados las riquezas inmensas del palacio que iba a desocupar.

Señalóse para la marcha la vía recta de Tacuba.

Apenas dieron los primeros pasos los españoles fuera del palacio, como un mar inmenso se agitó la ciudad entera, rompiendo los puentes, defendiendo los fosos, cayendo como una avalancha sobre los españoles; éstos se defendían hundiéndose en las aguas, atropellando en las calzadas con su caballería a sus enemigos, derramando por todas partes la muerte en el colmo del furor y la desesperación; oíanse en las tinieblas gritos espantosos y lamentos desgarradores; hombres con hachas corrían en todos sentidos dando al campo el aspecto de una insurrección de furias. Estalla el incendio, la llama se propaga, y en calzadas y fosos y puentes se ostenta la matanza con todo el lujo de la rabia y la desesperación.

Habían pasado el primer foso los españoles con grandes pérdidas; en el segundo fue tan espantosa la carnicería, que los cadáveres cegaron el foso, al punto de que pudo pasar fácilmente la retaguardia.

Según la tradición, en el tramo que existe entre la iglesia de San Hipólito y lo que se llama Puente de Alvarado, en el lugar que ocupa el Tívoli del Elíseo, frente al número 4 de esa calle, fue lo más encarnizado de la pelea. Ardían las casas, corría a torrentes la sangre, hombres y caballos se ahogaban en las acequias y en los fosos; muertos los cholultecas, perdida la artillería, fuera de combate más de la mitad de las fuerzas de Cortés, pues habían perecido más de cuatrocientos hombres, y siendo mucho el número de heridos, Alvarado hizo un esfuerzo supremo; protegió hasta el último trance la retirada de sus tropas, y se salvó merced al supuesto salto prodigioso que inmortalizó el lugar de sus más heroicas hazañas, y tiene hoy el nombre del Salto de Alvarado.

Cortés, que había acudido a todos los peligros, que se había centuplicado, alentando a unos; salvando a los otros, y derramando a su paso la muerte y el terror, emprendió el camino entre los restos de su ejército, en medio de los horrores de la más completa derrota.

Hizo alto en Popotla, y dicen que se sentó en una piedra, como anonadado por el infortunio. Los soldados que osaron acercársele, dicen que por la primera vez le vieron llorar.

Esa tremenda jornada conserva en la historia el nombre de Noche Triste.

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