Índice de Lecciones de historia patria de Guillermo PrietoSEGUNDA PARTE - Lección IVSEGUNDA PARTE - Lección VIBiblioteca Virtual Antorcha

LECCIONES DE HISTORIA PATRIA

Guillermo Prieto

SEGUNDA PARTE

Lección V

Auxilio a los totonacas. Muerte de Escalante. Marcha de Cortés a México. Derrotero. Aviso a Moctezuma. Visita del Rey de Texcoco. Encuentro de Cortés y Moctezuma. Comitiva del monarca azteca. Hospedan a Cortés en el suntuoso palacio de Axayácatl.


Mientras pasaban en Cholula los tremendos acontecimientos que hemos referido, en las costas de Veracruz Quaupopoca, señor de Nautla, recibió orden de Moctezuma para perseguir a los totonacos; hizo varias felices correrías. Escalante acudió en auxilio de los totonacos y derrotó a sus enemigos, aunque perdiendo la vida de resultas de sus heridas.

Ocultó Cortés semejante desgracia cuidadosamente, y después de dejar en el mejor arreglo Cholula y de procurar la reconciliación de cholultecas y tlaxcaltecas, emprendió la marcha para México, objeto de sus ensueños más halagadores.

La marcha se emprendió en el mejor orden, haciéndose notable, para los pueblos por donde atravesaba el conjunto del ejército español con su artillería formidable, sus caballos y jinetes, y marchando con ellos los aliados aguerridos, orgullosos por hacer la campaña con los españoles.

Siguieron su camino entre los dos volcanes, haciendo parada en Izcoalco, desde donde pudieron descubrir el panorama encantador de México, con su ciudad inmensa rodeada de mil pueblos y caseríos, como flotando en las aguas sus árboles y calzadas, y su conjunto encantador que conocemos.

En este tránsito y hasta su llegada a México, Cortés recibió víveres y obsequios, así como escuchaba quejas contra la tiranía de Moctezuma, y ofrecía remedio para todos los males que sufrían, aumentando el número de sus aliados.

Consultando Cortés el camino que debería de seguir, después de escuchar varios pareceres, se decidió por el que le señalaban como el más peligroso.

Antes de salir Cortés de Cholula, envió a Moctezuma recado, mostrándole extrañeza por ciertos manejos, instando en que le repugnaba que con insistencia tenaz pretendiese disuadirle a pasar a México, objeto de su viaje, y de cuyo intento no prescindiría en manera alguna, obedeciendo las órdenes de su gran soberano.

Moctezuma entretanto, lleno de inquietud, atormentado por presentimientos funestos, en zozobra perpetua por las defecciones de sus súbditos, con verdadero horror por las relaciones de las batallas y por la hecatombe espantosa de Cholula, se retiró a hacer austera penitencia a su palacio llamado Telitancamétlatl, para implorar el auxilio de sus dioses; hizo nuevos y más valiosos presentes a Cortés, ofreciéndole amistad a su Rey, pero rogándole se abstuviese de pasar adelante.

Los pueblos del valle y sus inmediaciones corrían como ríos caudalosos al encuentro del ejército; la muchedumbre formaba muro a las orillas de los caminos, y el asombro se pintaba en todos los semblantes.

Siguió Cortés su marcha y recibió en Ayotzingo la visita del Rey de Texcoco.

Llegó éste en su litera, sobre la cual flotaban riquísimas plumas, y le acompañaba respetuosa la nobleza; y observó un ceremonial tan circunspecto y culto, que asombró a los españoles.

Siguió su viaje el conquistador de Ayotzingo a Cuaunáhuac, hoy Cuernavaca, donde a cada paso más maravillados los españoles, contemplaban la exuberante vegetación de nuestra tierra caliente. De este lugar se dirigieron a Iztapalapa, la de los hermosos jardines, el cesto de flores colocado a las orillas de nuestro lago.

En Iztapalapa obsequió a Cortés Cuitlahuatzin, hermano y sucesor de Moctezuma; detúvose la comitiva numerosa en Coyoacán y luego, tomando la amplia y cómoda calzada de Iztapalapa que conducía hasta la puerta sur del Templo Mayor, marcharon para México.

La multitud que desembarcaba de las canoas; la que en avenida impetuosa llenaba las calzadas, desbordándose los habitantes en puertas, ventanas y azoteas, todos acudían a ver el tránsito de los seres para ellos sobrenaturales que visitaban aquellas regiones.

En un lugar llamado Xolo, poco distante de la ciudad, hizo alto Cortés para recibir las felicitaciones de la nobleza.

Cercano al lugar referido, se presentó Moctezuma.

Llegaba precedido por tres heraldos, que con sus largas varas de oro en las manos anunciaban la llegada del Rey.

Iba éste conducido en una magnífica litera cubierta de placas de oro y coronada de penachos de vistosas plumas.

Al verlo llegar Cortés, arrogante y apuesto se apeó de su caballo y se dirigió a la litera. Moctezuma descendió de ella apoyado en los brazos de sus parientes Ixtlilxóchitl y Cuitlahuatzin; coronaba su cabeza la pequeña mitra de oro y el penacho de plumas que conocemos; pendía de sus hombros un rico manto, y calzaba cacles que tenían las plantas de oro finísimo, atados a sus pies con unas correas cuajadas de piedras preciosas.

Estrechó su mano Cortés; quiso abrazarle, pero los de su comitiva lo impidieron, porque la demasiada cercanía al Rey se veía como un acto de irreverencia (Este encuentro se verificó frente al lugar en que esta hoy la entrada del Hospital de Jesús).

Después de cambiarse algunas palabras y de obsequiarse recíprocamente, Cortés con un collar de cuentas de vidrio que puso al cuello de Moctezuma, éste con una soga que contenía cangrejos pequeños de oro, que fueron en aquel tiempo admiración de España, indicaron su camino al ejército que se dirigió y alojó en el suntuoso palacio de Axayácatl; allí los esperaba Moctezuma; dijo a Cortés que estaba en su propia casa y se retiró, dejándolo en posesión de ella.

El suntuoso palacio podía contener hasta siete mil personas, Cortés concentró allí su ejército, distribuyó sus fuerzas, abocó sus cañones como le pareció más conveniente, y se puso en actitud de defensa, como si temiera ser atacado.

Los nobles mexicanos sirvieron a Cortés un banquete magnífico, y al mismo tiempo distribuyeron abundantes víveres al ejército.

Para solemnizar esta entrada, Cortés mandó hacer con gran aparato una salva de artillería, que llenó de espanto y de asombro a la población.

Esta solemne entrada se verificó el 8 de noviembre de 1519, siete meses después de la llegada de Cortés al país de Anáhuac.

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