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La inconveniencia de la gratitud
Los abusos de los poderosos, las miserias del pueblo, las injusticias que sangran la espalda de los oprimidos, el hambre y la explotación que fabrican ancianidades prematuras y prostituciones dolientes, llaman un día a la puerta de la sensibilidad de un hombre fuerte y justo; sus sueños de libertad se vuelven deseos vehementísimos; sus aspiraciones de mejoramiento social erectan sus energías convirtiendo en acción el idealismo y ese individuo, temperamento guerrero, apóstol o filósofo, a veces reuniendo a los tres en su persona, y brega, batalla, lucha con la fuerza del cerebro y del puño, hasta perecer o conquistar la victoria de su causa; pero o alcanza la victoria ayudado de otros hombres como él determinados a las grandes luchas por los grandes ideales. Si lo primero, o pasa a la sombra como un olvidado o el fetichismo de las masas lo sienta en el ridículo pedestal de los ídolos. Si lo segundo, si sobrevive al triunfo, la admiración y el agradecimiento de las multitudes desvían sus tendencias justicieras, lo instituyen árbitro de los destinos públicos y acaban por transformarlo en glorioso tirano. La gratitud de los pueblos es la más fecunda y creadora de los despotismos. Malea los hombres buenos y abre el camino del poder a los ambiciosos.
Trabajadores recios, luchadores constantes y desinteresados socavan la base granítica de una fuerza que siembra el terror y la muerte sobre las llanadas que gimen a su pie; la mole cruje, se estremece, los sillares se agrietan, la ruina del gigante se anuncia más y más próxima a cada golpe de zapa, va a caer, pero los cavadores de aquel cimiento están débiles, sus manos sangran, sus frentes chorrean sudor, la fatiga amenaza reventar sus pechos; detiénese un segundo para preparar el final impulso; el decisivo, el que abatirá al mounstro que vacila a la orilla de su tumba: es el momento propicio del oportunismo ambicioso; disfrazado de redentor y de héroe surge un hombre del montón de espectadores que se burlaron de aquella obra o la estorbaron cuanto pudieron antes de verla próxima a terminar y da el último picazo que le conquista la gratitud general, que hace de los escombros del viejo despotismo el trono del nuevo, que se encumbra con el libertador por cálculo político. Al calor de una libertad fugaz se forjan nuevas cadenas. Agustín de Iturbide es un ejemplo típico del REDENTOR oportunista.
En los dos casos: en el del hombre sincero que lucha por la satisfacción de sus propias aspiraciones de justicia, que busca la felicidad de él mismo en el bienestar de quienes lo rodean, y en el individuo convertido en HEROE y SALVADOR, por mero oportunismo utilitario, la gratitud del pueblo es inmotivada y sin razón plausible que la justifique. Hay acciones merecedoras de estimación, pero no de agradecimiento. La gratitud hace de una suposición falsa, origen también de la inicua justicia autoritaria: la suposición del libre albedrío en los individuos. Y resulta inconveniente en sus manifestaciones, ocupando lugar principalísimo entre las causas de la esclavitud. Ella hace que las naciones paguen muchas veces una libertad ilusoria con la pérdida de sus derechos y libertades verdaderas, y que encaramen tontamente sobre sus hombros todavía llagados por el azote de un señor derribado, el poderio titánico de sus libertadores, que desde ese momento dejan de serIo y asumen el papel de compradores de esclavos, no importa que la moneda con que hizo la transacción haya sido de sus padecimientos y su sangre.
Y lo que es la gratitud para los pueblos es también para los individuos; cuerda que ata más fuerte que la del terror y parálisis que hace desfallecer el brazo del derecho; mordaza en la boca de la justicia y barrera para la serena crítica, que es el génesis de todas las reformas.
La gratitud es una flor de servilismo; el libertario la rechaza porque tienen olores de ergástula.
La admiración que es una gran reclutadora de rebaños, ayuda a la gratitud, que es una gran forjadora de cadenas, a perpetuar los yugos.
Los pueblos no deben gratitud a sus libertadores, como no deben amor a sus tiranos.
Práxedis G. Guerrero
Regeneración, N° 4 del 24 de Septiembre de 1910. Los Angeles, California.
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