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CAPÍTULO LXXIX

Tercer sitio de Puebla

Del 9 al 31 de marzo de 1867

Con la fuerza organizada de Huamantla emprendí la marcha sobre la plaza de Puebla, a donde llegué por el 9 de marzo de 1867 y ocupé sin resistencia el cerro de San Juan, donde establecí mi Cuartel General, tomando en el mismo día posesión del Convento de San Fernando sin que el enemigo intentara defenderlo. La casa del señor licenciado Don Manuel María de Zamacona, situada en la cima del cerro de San Juan, me sirvió de alojamiento durante todo el sitio, y recibí en ella marcadas pruebas de franca y cordial hospitalidad. El señor Zamacona mandó a su familia a Cholula, en donde él pasaba las noches; pero el día lo empleaba en procurar hacerme cómoda y agradable mi permanencia en su casa.

Seguí extendiendo mi línea envolvente, ocupando los suburbios de la ciudad por el sur y por el oriente, sin cerrar el sitio por la parte norte, porque me lo impedían los cerros de Loreto y Guadalupe, que el enemigo tenía ocupados y perfectamente artillados, sin embargo de lo cual, ocupé casi todo el barrio de la Luz y el Alto; y aunque no pude incomunicar los cerros con la ciudad, establecí con mi caballería, completa incomunicación de los cerros para afuera.

Estando en el sitio de Puebla, y pocos días antes del asalto, se me incorporó el General Don Diego Álvarez con cosa de seiscientos hombres de Fuerzas del Sur y el Coronel Don Mucio Maldonado con 400 caballos de Texcoco.

Siguieron las operaciones con objeto de reducir el perímetro ocupado por el enemigo al grado de avanzar nuestra línea por la parte occidental de la ciudad hasta la plazuela de San Agustín, teniendo nosotros los tres lados de esa plazuela, occidente, norte y sur, y el enemigo el lado de oriente y de allí continuaba toda nuestra línea rectamente hasta el Convento de La Merced; ocupando nosotros en todas esas calles las aceras del occidente y el enemigo las de oriente. Por el sur ocupábamos la línea de manzanas en que estaba la Aduana y todas las siguientes hasta el barrio de la Luz donde nuestra línea volteaba hacia los cerros por el puente de la Luz.

Cosa de ocho o diez días antes del asalto de Puebla, que tuvo lugar el 2 de abril, el Teniente Coronel Domínguez, Oficial tan arrojado como imprudente, emprendió un ataque vigoroso en la manzana que hace frente al mesón llamado Nobles Barones, con objeto de desalojar al enemigo que ocupaba la mitad de la manzana. Como se hizo muy nutrido el fuego de fusilería en aquel lugar, y general el cañoneo en toda la línea, el General González, cuya línea comprendía la manzana ocupada en parte por Domínguez y en parte por el enemigo, acudió al lugar, siendo el fuego tan nutrido, que en el momento de salir a la azotea, fue herido del brazo derecho, por un tiro que le destrozó el codo. Yo que también había oído fuego muy nutrido, acudí y entré en momentos en que bajaban por una escalera al General González. Después de dar las órdenes conducentes para contener una abundante hemorragia que hacía peligrosa su herida, corrí al sitio del combate con algún refuerzo que de antemano había mandado traer, y la manzana fue en esa noche ocupada por nosotros.

En uno de los últimos días del sitio, el enemigo incendió una tienda en la manzana que ocupaba el General Don Francisco Carreón, cuya tienda contenía mucha madera, pues estaba allí todo un armazón y además todos los muebles de la familia que, había abandonado esa casa.

Inmediatamente que tuve conocimiento del hecho, acudí al lugar del incendio para apagarlo, y comencé por la pieza contigua a la tienda que también ardía. Hice poner al efecto una mesa en el centro del cuarto y sobre ella coloqué un caldero del rancho de la tropa, el cual lo mandé llenar de agua, constantemente renovada por la que acarreaban los soldados. Mientras yo, parado sobre la mesa, con una jícara arrojaba agua del caldero a las vigas del techo, el del piso superior, que me dijeron que ya había caído, se desplomó, y las vigas del inferior, medio carbonizadas ya, no resistieron el golpe y cayeron sobre mí. Al oír el primer estruendo brinqué desde la mesa para la puerta de salida, y allí me encontré con el licenciado Juan José Baz, única persona que se atrevía a darme valor y a quien con mi choque arrojé fuera del peligro; pero el techo siempre me alcanzó y quedé cubierto de escombros de medio cuerpo para abajo. Cayeron en seguida las puertas de las ventanas que estaban ardiendo y me descubrieron ante el enemigo que me lanzaba sus fuegos de enfrente, atraviéndose después hasta llegar a meter sus fusiles por las rejas de hierro, que eran las únicas que quedaban, para hacerme fuego a quemarropa; pero en esos momentos Carreón salió por los balcones de las piezas que no ardían y desalojó al enemigo, quien me hacía, sin embargo, fuego de enfrente.

Yo, entre tanto, quedé en una trampa, y Luis Terán para sacarme de esa situación me jalaba de tal manera de los brazos que temía yo que me los arrancara, porque Terán era muy nervioso y cuando había dificultades se ponía peor pero un ayudante fue a traer una palanca de maniobra de una pieza de sitio, y con esa me sacó, levantando las vigas que estaban sobre mí, y Terán que no aflojaba, logró sacarme metiendo la palanca a las vigas que soportaban los materiales que yo tenía encima; pero mis botas quedaron entre los escombros.

Sufrí unas quemaduras en los muslos; me paré, vi que mis piernas estaban buenas, y me fui en seguida a los baños de Carreto que quedaban en la misma manzana y mandé que fueran a traerme ropa porque la que tenía estaba toda quemada.

Como se empezó a propalar en mi campamento que yo había muerto en ese incendio, recorrí en seguida la línea para que me vieran todos los soldados, y luego me fui al cerro de San Juan, en donde estaban acampadas las reservas.

Yo incendié también al enemigo algunas casas. Puse un mortero, y a las granadas de a doce les amarraba en la espalda un alambre con un pedazo de brin empapado en aguarrás; así incendié el circo de Chiarini, que era de madera, lo mismo que las casas inmediatas a dicho circo, hasta conseguir por este medio tomar la manzana contigua a San Agustín, que era de las más difíciles, porque esa línea central estaba defendida eficazmente por las alturas de la Iglesia y Convento de San Agustín.

Durante el sitio de Puebla, el General Escobedo, que a la sazón sitiaba a Querétaro, me pidió algún auxilio y le mandé al General Juan N. Méndez con parte de su División y ordené que se le unieran las Fuerzas de Pachuca que mandaba el General Martínez y las que mandaban los Generales Vicente Jiménez, Vicente Riva Palacio y Coronel Florentino Mercado, y esto permitió que llegara el General Méndez a Querétaro con un total de más de seis mil hombres y diez obuses dé montaña.

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