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CAPÍTULO LIII

Comitlipa

4 de diciembre de 1865

Tuve una fiebre palúdica que no duró más de dos o tres días; pero teniendo el Coronel Visoso noticia de mi enfermedad se aproximó a una distancia de seis o siete leguas, con cuyo motivo engañando yo a los míos, afecté una gravedad que no tenía y Visoso vino entonces a situarse hasta el pueblo de Tepetlapa, en donde yo podía, forzando la marcha en una noche, darle un golpe al amanecer, que era probablemente lo mismo que él intentaba hacer conmigo.

Así lo hice, y el 3 de diciembre en la noche sin dar ningún toque y de la manera más sigilosa, levanté y organicé mis fuerzas y emprendí la marcha con la cautela necesaria hacia el pueblo de Tepetlapa, cuyas entradas y caminos conocía yo muy bien.

Llegué a Tepetlapa y allí supe que Visoso había marchado a las 9 de la noche por Comitlipa, que no está muy lejos e aquel pueblo.

Aunque todavía faltaba mucho para que amaneciera, seguí mi marcha para Comitlipa sin dificultad alguna. Al llegar, en la madrugada del 4 de diciembre de 1865, a un lugar del camino desde donde se descubre el pueblo de Comitlipa, ví en un pequeño cerrito que está casi a tiro de pistola de la plaza, una gran fogata y comprendí que allí había una guardia de observación, y como aún no amanecía no podía yo ser visto. En un reconocimiento que practiqué con dos o tres hombres, dejando toda mi fuerza en el camino, pude comprender que el enemigo no tenía ninguna avanzada por el lado del camino en que yo estaba y que sólo ocupaba el centro del pueblo, esto es, la plaza y Casa Municipal y la colina. Bajé entonces mi infantería y la oculté en Unos espesos carrizales y arboleda que había a muy corta distancia de las primeras casas, y la dejé allí a las órdenes del Capitán Don José Guillermo Carbó y del Teniente Coronel Don Juan José Cano y volví al punto elevado del camino en donde había quedado mi caballería. Esperé a que amaneciera, y cuando ya hubo luz, emprendí la marcha con la fuerza haciéndome visible en el camino y ví perfectamente que bajó un hombre corriendo de la colina, sin duda a avisar a Visoso. Creí que éste saldría a mi encuentro, pero no fue así, y tuve que llegar hasta la plaza a tirotearla para que saliera a perseguirme.

Como los del cerro habían podido ver y hasta contar la fuerza de caballería que yo traía y que apenas llegaría a 100 hombres, Visoso se animó a perseguirme y salió briosamente tras de mí. Cuando hubo rebasado el carrizal, le rompieron los fuegos el Capitán Carbó y el Teniente Coronel Cano, cortándole el camino el primero y batiéndolo el otro por un costado, en los momentos en que yo con la caballería le cargaba rudamente por la llanura de su izquierda, a donde corría su gente en desorden al sentir los fuegos a quemarropa que salían del carrizal.

Fue derrotado completamente Visoso y huyó sólo con unos 20 o 30 hombres de caballería, dejando 81 muertos, entre los cuales había tres Oficiales, y prisionera a casi toda su infantería que me sirvió para formar con el piquete de Cabos y Sargentos oaxaqueños que había encontrado en La Providencia, el Batallón Fieles de Oaxaca, cuyo mando tomó desde luego el Capitán Don José Guillermo Carbó a quien ascendí a Mayor con ese objeto.

Por mi parte tuve once muertos, entre los cuales estaba el Teniente Coronel Tomás Sánchez, y nueve heridos, entre ellos el Capitán Bonifacio Valle, que lo había sido también en el encuentro de Tulcingo, y cuya herida aún no estaba cicatrizada.

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