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CAPÍTULO XLIX

Piaxtla

23 de septiembre de 1865

Con esa fuerza me dirigí al día siguiente a Piaxtla y Chinautla que son dos pueblos unidos, situados también en el Estado de Puebla, en busca de algunos fondos que me proponía sacar exclusivamente del cura; porque hay allí muchos santos que entonces eran dueños de varios manantiales de agua salobre, cuyas cosechas de sal constituían los fondos de cada santo, destinados a costear los gastos de sus respectivas fiestas anuales. Era seguro por esta razón que el Cura no podría negarme esos fondos, pues en los libros de contabilidad de cada cofradía debía constar la existencia como en efecto constaba; y aunque mi petición al cura fue modesta porque le pedí a cada santo la mitad de su existencia, me manifestó que no tenía dinero en caja porque para no conservarlo sin producto, lo había repartido en el comercio a interés. Lo obligúé sin embargo a recoger la cantidad pedida y anduvo haciendo esa colecta en el comercio, tardándose lo más que podía, con objeto de dar tiempo a que viniera de Acatlán un escuadrón de traidores que mandaba un Teniente Coronel Carpintero.

Aunque yo no sabía el objeto de la dilación del cura, sí sospechaba algo de él y no quise pernoctar en el pueblo de PiaXtla; y cuando ya comenzaba a anochecer emprendí la marcha diciéndole al cura que al día siguiente volvería por el resto de la cuota que le había solicitado. No era mi propósito tomar la vía de Acatlán, pero la tomé para desorientar al cura y al vecindario.

Casi en los suburbios de Piaxtla me encontré con el escuadrón del Teniente Coronel Carpintero, y batiéndolo con los pocos hombres, bien montados, que había entre los que formaban mi fuerza, logré derrotarlo y llevarlo por toda la vía semicarretera, encerrado por dos cercas de mampostería seca o cercas de piedra suelta que formaban los lados del camino. Por consiguiente ni ellos ni nosotros podíamos salir de aquel carril, y los llevé en derrota por dos o tres millas, recogiendo muchas armas y caballos ensillados, pues para salir fuera del cercado tenían los derrotados que abandonar sus caballos, habiendo capturado cosa de 60. Temiendo que en Acatlán hubiera fuerza superior a la mía, y comprendiendo que el botín me ponía en mala condición para combatir, marché rápidamente al pueblo de Tecomatlán con objeto de dar algún reposo a mis soldados y caballada; lugar a propósito puesto que quedaba el Río Mixteco que estaba bastante crecido, entre Acatlán y Tecomatlán.

Al día siguiente se me incorporó el Teniente Coronel Don Juan José Cano, procedente de Tlapa, con 78 infantes, y bajo un gran chubasco pasé el río a la altura del pueblo de Tepetlapa, pueblo que era muy amigo mío, y permanecí en él tres o cuatro días más porque no cesaba de llover ni de día ni de noche. En Tepetlapa me alcanzó y se puso a mis órdenes con treinta caballos, el guerrillero Tomás Sánchez que murió poco después, en la acción de Omitlipa.

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