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CAPÍTULO XXXI

Primera evasión de Puebla

Del 19 al 23 de mayo de 1863

Como al rehusarme a firmar el acta manifesté por escrito que no podía hacerlo porque tenía deberes que cumplir, incompatibles con el compromiso que el acta entrañaba, me consideré con el derecho de evadirme si podía hacerlo, puesto que el enemjgo había tomado todas sus precauciones para tenernos perfectamente seguros, al grado de tener apostado un centinela en la puerta de los cuartos en donde dormíamos. Así pues, el 21 de mayo, víspera de nuestra marcha para Veracruz, me quité mi uniforme a todo riesgo, en los momentos en que entraban y salían los deudos y amigos de los prisioneros para despedirse de ellos y para arreglarles algunos negocios.

Comprendí que era fácil que no me distinguieran entre los entrantes y salientes; bajé resueltamente la escalera embozado en un plaid, cosa que no era notable porque hacia mucho frío; y para que el centinela no me marcara el alto y me hiciera pasar por un reconocimiento, como lo hacian con todos los que salían aunque fueran paisanos, pense que sería bueno dirigir algunas palabras al oficial de guardia, para que el centinela, al verme salir después de haber hablado con el oficial, tuviera menos sospecha. Con esta intención llegué al zaguán; pero encontré que el Comandante de la guardia que estaba allí en pie, era el Capitán Galland, el 3° de zuavos, que habiendo sido prisionero nuestro, había hecho conmigo alguna amistad. En consecuencia ya no le dirigí la palabra sino que simplemente lo saludé y salí para la calle sin que me conociera, aunque probablemente sospechó algo, porque en seguida subió a ver si estaba yo al lado de mis compañeros. Varios de éstos lograron también evadirse de la prisión, ya en Puebla, ya en el camino y muy pocos salieron para Europa.

Tuve muchas dificultades en mi salida porque las caIles de Puebla estaban vigiladas por fuerzas de traidores; pero afortunadamente encontré a un amigo que me llevó a su casa, y casualmente era la misma en que se había refugiado el General Berriozábal, quien contaba con el apoyo de uno de los oficiales traidores, que le facilitó la salida de la ciudad, obteniendo el santo y seña, y pasándolo con los suyos como si perteneciera a su patrulla, en virtud de una remuneración pecuniaria que Berriozábal le pagó. El Dr. Cacho, que era de los que acompañaban al General Berriozábal, se quedó en Puebla para que yo pudiera salir en su lugar y hacer uso de su caballo.

Caminamos toda la noche por los montes, por evitar el Camino Real, nos perdimos, y al amanecer del día siguiente nos encontramos otra vez frente a Puebla, oyendo los alertas de los traidores que estaban fuera de la ciudad. Nos dirigimos al pueblo de San Miguel Canoa, y suponiéndonos oficiales de los traidores, porque sabíamos que el cura era amigo de Almonte, quien había pasado varios días en su casa, le suplicamos que nos diera un guía que nos llevara a Tlaxcala. De allí nos dirigimos a la Hacienda de Techalote y después a Apam, en donde encontramos la fuerza de caballería que protegió nuestro arribo a la capital.

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