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CAPÍTULO III

Lucha por la vida

1852 a 1853

Con el transcurso del tiempo aumentaban las dificultades de mi madre para sostener a su familia, las cuales pesaban ya sobre mí, por ser yo el hijo varón de más edad y por tener el deseo de auxiliarla. Mi madre había dejado ya el Mesón de la Soledad y vendido las dos pequeñas casas y terrenos que dejó mi padre. Agotados estos recursos, todo el peso de la casa gravitaba sobre mí, débilmente auxiliado por algunos trabajos de mujer que hacían mis hermanas.

Aguijoneado por la necesidad y con el deseo de obtener recursos para subvenir a los gastos de mi familia, solicité por conducto de mi madre, cuando estudiaba yo Lógica en el Seminario, de Don Joaquín Vasconcelos, comerciante acomodado de Oaxaca, que me empleara como dependiente en alguna de sus tiendas. El Sr. Vasconcelos ofreció resolver después de tomar informes de mí, y sea porque no quisiera emplearme o porque creyera que me convenía más acabar mi carrera literaria, contestó que era preferible que siguiera yo mis estudios, y me auxilió regalándome un ejemplar de la obra de Jaquier que servía de texto en ese año y a los dos siguientes de mis cursos, y un barragán que los estudiantes del Seminario tenían obligación de usar y que era para mí artículo muy caro, y por lo mismo difícil de adquirir.

Como éramos muy pobres y no teníamos criados, mi madre hacía los servicios de la casa; mi hermano Félix por su edad nos era gravoso, y yo procuraba ayudarme para los gastos de la casa con mis lecciones que me producían poco, porque solamente las daba al fin del año escolar, pues los padres de familia generalmente ocurren a pagar profesor particular a sus hijos, a fin de año para facilitarles sus exámenes. Para obtener más recursos me dediqué a hacer algunos trabajos de mano y comencé por hacer los zapatos de mi familia.

El zapatero, Don Nicolás Arpides, tenía su taller frente al Instituto, y en mis ratos de ocio iba a platicarle y a verlo trabajar; después le compré algunos de sus útiles y los usaba en mi casa. Un día que él me visitó, vio que había en mi casa obra de zapatería y me preguntó quién hacía zapatos allí; le dije que yo, y entonces inquirió quién me había enseñado ese oficio. Le contesté que él, y le expliqué cómo los hacía. Examinó la obra y aunque le puso algún defecto, la aprobó en lo general como buena.

Con retazos de paño y pedazos de suela que entonces costaban muy poco, hacía yo los zapatos de las mujeres, y regularmente en vacaciones hacía muchos pares para tener más tiempo libre en el resto del año que dedicar a otros trabajos. Después hice zapatos para mí y para mi hermano. Llegué a hacer zapatos finos, botas buenas, y naturalmente a mucho menos costo del que tenían compradas en la zapatería.

Era yo también muy afecto a las armas y a la caza, y como no podía disponer de lo necesario para adquirir un arma, por humilde que fuese, compré de los fierros viejos que se vendían en el portal del Señor, de la Plaza de Armas de Oaxaca, un cañón viejo de escopeta y una llave de chispa. La llave era de pistola y apenas le hacía al cañón de la escopeta. Me fui a la casa de un amigo que hacía guitarras y tenía alguna herramienta de carpintería, y me puse a hacer una mala caja de escopeta. Me dediqué después con empeño a hacer obras de madera y logré así tener un nuevo recurso para la vida. Llegué a hacer mejores útiles y me puse a hacer buenas armas para mí y para mi hermano, porque me costaban poco, y al ir a las cacerías, en las inmediaciones de Oaxaca; me encontraba con indios cazadores del Valle Grande, a quienes les agradaba mi escopeta, y me daban las suyas, se las componía y arreglaba a su gusto y al domingo siguiente se las llevaba, recibiendo el pago respectivo.

Me gustaba mucho trabajar la madera y después me hice de una herramienta imperfecta e incompleta y llegué a fabricar mesas, sillas y otros objetos. Me faltaban muchos instrumentos: no tenía, por ejemplo torno y para sustituirlo, me valí de unos muelles sostenidos del techo, que movía con el pie, y en la misma forma reemplazaba otros varios instrumentos de carpintería.

Esos eran los recursos con los que yo contaba, además de las lecciones, que no me producían gran cosa, pues se pagan de dos a cuatro pesos al mes. Por el año de 1854 fui bibliotecario del Instituto, como substituto de Don Rafael Unquera a quien daba yo la mitad de los veinticinco pesos mensuales asignados a este empleo. Este fue el primer sueldo que tuve, y él, aunque pequeño, vino a mejorar grandemente mi situación pecuniaria. Por ser desafecto al Gobierno del General Santa Anna, tuve que renunciar a la biblioteca del Instituto. Después me encargué por poco tiempo como pasante o profesor interino, de la clase de Derecho Natural y de Gentes por ausencia del profesor propietario Don Manuel Iturribarría.

Me dediqué entonces, ya como pasante, a la práctica del foro, bajo la dirección de Don Marcos Pérez, lo cual me produjo algunos recursos. Después de dos años de práctica que prescribía la ley y que hice en el gabinete del mismo, Don Marcos Pérez, pasé mi examen general de Derecho; pero los sucesos posteriores no me permitieron recibirme de abogado. Hice viajes a Zimatlán, a Ocotlán, a Ejutla y a otros juzgados foráneos, con el objeto de abrir informaciones referentes a negocios judiciales que seguía mi maestro, y esto me producía más que cualquiera otro trabajo. Al fin tuve el poder del pueblo del Valle Nacional que me fue lucrativo porque entonces se pagaban viáticos además de los honorarios, que eran dobles por tratarse de comunidad.

Varias veces vi al señor Juárez antes de que fuera desterrado por la administración del General Santa Anna, y siempre en la casa de Don Marcos Pérez. Como en ella se me trataba como amigo, el día de alguna fiesta de familia concurría yo y allí encontraba al señor Juárez, quien tuvo siempre gran cariño y predilección por mí, hasta que desgraciadamente nos separaron los sucesos políticos.

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