Índice de Por el poder de la cruz. Una breve reflexión sobre la Primera Cruzada de Chantal López y Omar CortésCapiítulo anteriorBibliografía consultadaBiblioteca Virtual Antorcha

A manera de conclusión

La cruzada representó la versión latina del Djihad musulmán, el grito de guerra santa del catolicismo plasmado en los coros del ¡Dios lo quiere!, de Clermont, y los frenéticos gritos de ¡Cruces, dadnos cruces! pronunciados ante Bernardo de Claraval.

Ideológicamente encubierta por un objetivo de carácter liberatorio de los considerados lugares santos, ubicados en Medio Oriente, la cruzada marcó el inicio del ascenso del papado romano en cuanto institución de dominio universal.

Con la cruz, los papas romanos elaboraron su escudo de armas, y con los soldados cruzados conformaron su ejército.

La toma de Jerusalén, concebida como el principal objetivo de la guerra santa católica, en vez de haberse constituido como el fin del largo peregrinaje de la cruzada señorial fue, por el contrario, el inicio de un proceso histórico que durante dos siglos protagonizarían los soldados de la cruz en los territorios del Oriente medio.

Con la cruzada se generó, además de un encuentro religioso y cultural de la Europa latina con las milenarias culturas de Medio Oriente, el choque estrepitoso con la poderosa religión de la hermandad del Islam. Dos concepciones religiosas de similar carácter beligerante y expansionista se mantuvieron, frente a frente, desde finales del siglo XI hasta principios del siglo XIV. La cruz católica y la media luna islámica disputaron, a lo largo de dos siglos, cada metro de los desérticos territorios de Siria, Palestina y Egipto.

Como consecuencia de la cruzada, animada y azuzada por el papado romano, se produjo el inevitable desmoronamiento del Imperio bizantino, auténtica muralla que durante siglos protegió a la Europa latina de las incursiones turcas que la hubiesen destrozado. Pero el desmoronamiento imperial no aconteció por pura casualidad, ya que en la Roma de los papas ese era uno de los objetivos que la empresa de la cruz debía, tarde o temprano, lograr.

Para el papado romano, la existencia del Imperio bizantino, que representaba la legítima continuación de la grandeza imperial romana, constituía el más poderoso dique para sus mundanos objetivos de dominio universal. La Roma de los papas católicos ya no era la capital del Imperio, ya que ese honor correspondía a la esplendorosa ciudad de Constantinopla, la única y exclusiva capital imperial de aquel entonces. Destruir al Imperio bizantino fue uno de los más deseados objetivos de los papas, y aún ahora, a más de novecientos años del inicio de la cruzada, una de las calumnias por ellos esparcida para restarle valor y mérito al esplendor imperial bizantino, es comúnmente repetida en la expresión, discusión bizantina, para calificar toda discusión inicua y baladí.

Desconfiando de su original ejército, los papas de Roma terminaron sustituyendo al ejército cruzado por otro de más confiabilidad sometido directa y únicamente a su autoridad. Así surgieron las órdenes monásticas militares como la más viva encarnación de los sueños de los papas. Tiempo después conformarían sus odiosos tribunales inquisitoriales, estableciendo la mil veces maldita institución de la Santa Inquisición.

Así, escudados tras el símbolo cristiano de redención humana concretizado en la cruz, fueron poco a poco entretejiendo las bases de su amada dictadura universal para acabar sometiendo a todo y a todos bajo su aborrecible dominio, aterrorizando, torturando, quemando o empalando a todo aquél que contradijese lo absurdo de sus dictados. Su malevolencia no tuvo límite, y fueron hipócritas, convenencieros y aduladores, traicionando y vendiendo a sus antiguos sostenedores, como ocurrió con la orden de los templarios.

La cruzada no fue, definitivamente, una empresa liberatoria, sino una auténtica guerra de conquista planeada para elevar al papado romano a la cúspide del poder universal.


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