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7. El reinado de Balduino I.

Tal vez el vocablo Reino resulte grandilocuente para designar aquellos territorios compuestos por la cordillera central de Palestina, la planicie Esdraelon y algunas pocas fortalezas regadas aquí y allá, con un clima nada benéfico para el habitante de la Europa latina. Esos territorios conformantes del pomposamente llamado Reino de Jerusalén, con sus extrañas enfermedades y su extremoso clima; su insoportable carencia de agua y su tierra poco propicia para los tradicionales cultivos europeos; sus enormes e interminables desiertos y sus cordilleras exageradamente áridas; poblados por extraños seres que hablaban idiomas y dialectos desconocidos en Europa, con sus usos nómadas, su particular cultura y raros hábitos alimenticios. Definitivamente esas tierras muy lejos se encontraban de representar un paraíso para el visitante europeo, y tan sólo la superchería pseudoreligiosa que le otorgaba a aquellos paisajes lunares el atributo de la santidad, constituía el único factor de peso para que en Europa se estuviese atento a lo que ahí ocurría. El llamado Reino de Jerusalén constituía un símbolo político e ideológico para Occidente, y en ello radicaba su importancia, puesto que ningún Rey europeo, aún el más mediocre, estaría dispuesto a cambiar su Reino por el de Jerusalén. Era la aureola simbólica del triunfo de la cristiandad sobre el mundo infiel, pregonada a los cuatro vientos por el papado romano, lo que otorgaba importancia a aquel pedregoso territorio.

El reinado de Balduino I se caracterizó por un conjunto de campañas militares, unas de carácter ofensivo que buscaban la ampliación territorial del Reino, y otras de carácter defensivo para frenar los ímpetus de reconquista de los fatimitas, y el peligroso avance de los damascenos de Duqaq.

En el plano financiero, Balduino I salvó la desastrosa situación económica del gobierno, mediante decomisos a las caravanas de los comerciantes árabes, cobrando rescate por los prisioneros tomados en campañas militares, y por el tributo cobrado a los emires menores de la región.

En cuanto a sus relaciones con la representación papal, Balduino I recibió, en abril de 1101, a Mauricio, cardenal obispo de Oporto, el representante pontificio enviado por el Papa Pascual II, que llegó al puerto de Jaffa acompañado por una guardia genovesa. Con su arribo, pudo Balduino I deshacerse del intrigante Damberto.

La iglesia latina de Jerusalén se encontraba, al momento de su coronación, profundamente dividida entre los partidarios del depuesto Patriarca Arnulfo de Robes, y el Patriarca en funciones, Damberto, arzobispo de Pisa. La actitud de Arnulfo y Damberto con la población cristiana no católica, o sea con los ortodoxos, los georgianos, los jacobitas y los nestorianos, les condujo a la toma de una serie de medidas deleznables que incluían el destierro de poblaciones enteras y su implacable persecución. Y aunque no todos los clérigos radicados en Tierra Santa comulgaban con aquellos irracionales odios, eran impotentes para oponerse a tan bestiales medidas.

Así, en la primera reunión que tuvo Balduino I con el cardenal obispo de Oporto, le presentó todas las quejas que sobre Damberto tenía, ofreciendo, a manera de prueba, la carta interceptada que el Patriarca había enviado a Bohemundo. La reacción de Mauricio ante tan contundente fundamento fue censurar a Damberto, prohibiéndole oficiar mientras tomaba una decisión. El Patriarca, sintiéndose perdido, fue de inmediato ante Balduino I a implorar su perdón, pero al ver que sus súplicas no conmovían al Rey, directamente le sobornó ofreciéndole trescientos besantes a cambio de que intercediera en su favor frente al representante papal. El Rey aceptó el soborno e intercedió por él ante Mauricio, pidiéndole que le levantara el castigo, a lo que el representante papal accedió.

Viendo Balduino I lo fácil que le había resultado hacerse de trescientos besantes, convirtió el original soborno en un chantaje perpetuo, pidiéndole dinero a Damberto a cambio de su silencio. Llegó el momento en que el Patriarca, buscando ya no darle más dinero, le mintió a Balduino I diciéndole que tan sólo le quedaban doscientos besantes. Pero el Rey terminó percatándose de que el arzobispo de Pisa le mentía cuando éste ofreció un lujoso y costosísimo banquete en honor del representante del Papa, banquete al que también Balduino I asistió. Relatan los cronistas que en esa ocasión, en pleno banquete, el Rey censuró de manera dura y directa a Damberto, frente a Mauricio, calificando el festejo como un despilfarro de las arcas patriarcales, señalando que mientras los soldados de la cruz pasaban toda clase de privaciones, el Patriarca desperdiciaba el dinero en fastuosos banquetes.

El representante papal buscó intervenir para calmar los ánimos del encolerizado Rey, pero su intervención fue inútil.

Tiempo más tarde, Damberto cometería el error que le costaría ser depuesto como Patriarca de Jerusalén. En efecto, para el otoño de 1101, arribó a Jerusalén un enviado del Príncipe Roger de Apulia con un gran donativo de mil besantes que deberían ser entregados al Patriarca, para que éste los repartiera dando un tercio a la Orden de los Hospitalarios de San Juan, otro tercio a los guardianes del Santo Sepulcro, y el último tercio para los gastos de administración del Reino, pero Damberto se apropió la totalidad del donativo. Así, cuando se conoció el robo que el Patriarca había realizado se generó un escándalo de tan grandes proporciones que obligó la intervención del representante papal, quien optó por deponerle como Patriarca de Jerusalén. Damberto buscó la manera de salvar su situación abandonando Jerusalén para trasladarse a Antioquía, en donde fue recibido por Tancredo que terminó confiándole el cuidado de la riquísima iglesia de San Jorge. Damberto permanecería en Antioquía, esperando el momento idóneo para recuperar el patriarcado de la Santa Ciudad.

El representante papal, Mauricio, moriría durante la primavera de 1102, dejando de nuevo vacante la representación de los intereses papales.

Cuando el Papa Pascual II recibió la noticia del fallecimiento de Mauricio, nombró, como a su nuevo representante, al cardenal de París, Roberto, quien arribaría a la Ciudad Santa a mediados de otoño para presidir un sínodo convocado por el Rey Balduino I. Ese sínodo sería el primero celebrado por jerarcas eclesiásticos latinos en Tierra Santa. En él se ratificaría la destitución de Damberto como Patriarca de Jerusalén, designándose a Evremaro de Teronanne como Patriarca de la Santa Ciudad.

Por su parte, el Rey de Jerusalén hizo un conjunto de pactos y alianzas con los genoveses que habían acompañado a Mauricio, para que le ayudasen en sus campañas militares, ofreciéndoles, a cambio, un tercio del botín que se obtuviera, y una concesión para que estableciesen un barrio en cada una de las ciudades conquistadas. Así, los genoveses se convirtieron en el pilar de la fuerza naval del ejército de Balduino I.

La primera gran campaña que efectuó Balduino I, fue la que culminó con la toma de las ciudades de Arsuf a finales de abril de 1101, y de Cesarea, el 17 de mayo de 1101.

Otras acciones militares realizadas por el segundo Rey de Jerusalén lo fueron:

1. La heroica defensa, en el mes de mayo de 1102, de Ramleh, en la que perderían la vida muchos soldados de Cristo, destacándose las muertes de Esteban de Borgoña, Hugo de Lusignan y Godofredo de Vendone.

2. La campaña, en mayo de 1103 que culminó con la toma de la ciudad de Acre.

3. La defensa, en el otoño de 1105, de los territorios del Reino contra la invasión de las fuerzas islámicas comandadas por el visir al-Afdal y su hijo Sina al-Mulk Jussein, que culminó con la célebre batalla de Ramleh el 27 de agosto de 1105 y la derrota de los ejércitos musulmanes.

4. La toma, en el invierno de 1109, de Trípoli.

5. La invasión, en 1116, de Egipto, interrumpida por la enfermedad que llevaría a la tumba a Balduino I, el 6 de agosto de 1119.


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