Índice de Por el poder de la cruz. Una breve reflexión sobre la Primera Cruzada de Chantal López y Omar CortésCapiítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

7.5.3. El camino a Antioquía.

Después de cuatro meses de recorrido, los ejércitos de la cruz llegaron a Antioquía, la ciudad fundada en el año 300 a.C. por el sirio Sileuco I, así llamada en honor a su padre. La que en su momento fuera la tercera ciudad más importante de la antigüedad, fue divisada por los cruzados el día 20 de octubre de 1097.

Para la cristiandad, Antioquía representaba mucho más que una importante, rica y estratégica ciudad, porque en ella fue donde se les llamó cristianos a los continuadores de las enseñanzas de Jesús de Nazaret, y también fue ahí que el apóstol Pedro consolidó el primer obispado. Su historia, plagada de guerras, complots y traiciones, era en realidad desconocida para los soldados de Cristo, y tan sólo algunos de los altos mandos cruzados la conocían, como, por ejemplo, Adhemar de Montiel, obispo de Puy. Los señores sólo estaban enterados de la toma de la ciudad por los turcos en 1085, y de la traición de Yaghi-Siyan para hacerse gobernante de Antioquía. El arribo del ejército cruzado alarmó de sobremanera al soberano turco, por lo que sin demora mandó correos ante los jefes islámicos de la zona, pidiéndoles ayuda. Pero la dispersión, los frecuentes enfrentamientos y traiciones que caracterizaban el comportamiento de las fuerzas del Islám, impedían la rápida consolidación de alianzas entre emires, sultanes y califas.

Antioquía era una espaciosa ciudad sólidamente amurallada, capaz de resistir larguísimos sitios por contar con espacio suficiente para albergar numeroso ejército al igual que gran cantidad de agua y provisiones. Situada a orillas del río Orontes, a unos pasos del mar, su importancia estratégica era tal, que resultaba imposible al alto mando cruzado, sacarle la vuelta y continuar su camino hacia Jerusalén. Forzosamente Antioquía debía ser tomada si se quería coronar con el éxito el avance hacia el objetivo final.

A su arribo, los ejércitos de la cruz se instalaron al noreste de las murallas. Las fuerzas de Bohemundo quedaron frente a la llamada Puerta de San Pedro; los seguidores de Raimundo IV, frente a la Puerta del Duque, sin cubrir la Puerta del Puente y la de San Jorge. De inmediato iniciaron los trabajos para la construcción de torretas, puentes, escalinatas, catapultas, y otros instrumentos bélicos de asalto.

El primer objetivo del supremo consejo confederado cruzado, se centró en la toma del pueblo de Talenki, que se encontraba junto a Antioquía protegido por el río Orontes. Las fuerzas al mando de Godofredo de Bouillon fueron comisionadas para preparar el asalto al pueblo, por lo que se pusieron a construir barcazas y puentes móviles con el objeto de cruzar las aguas del río, y establecer una vía de comunicación con Alejandreta y el estratégico puerto de San Simeon.

El jefe turco instruyó a sus fuerzas para que se mantuviesen en alerta máxima, ante la eventualidad de un ataque masivo. En el supremo consejo confederado se discutía la manera de apoderarse de la ciudad. Dos opiniones, la de Raimundo IV y la de Bohemundo de Tarento, fueron las predominantes. El Conde de Tolosa planteaba un ataque masivo mientras Bohemundo sugería esperar el surgimiento de fuertes desavenencias entre los sitiados para aprovechar una inevitable traición. Este planteamiento, aunque arriesgado por la incertidumbre del tiempo que habría qué esperar, no era descabellado, puesto que existía infinidad de antecedentes de deslealtades en el mundo islámico. Finalmente, el supremo consejo confederado se inclinó por aceptar la propuesta de Bohemundo, lo que acarrearía a los cruzados enormes calamidades.

Al llegar el invierno comenzaron a escasear las provisiones creándose una hambruna tal que obligó al supremo consejo a reunirse para solucionarla. En esa reunión surgieron dos opciones: la del obispo Adhemar de Montiel, quien se comprometió a establecer contacto con el Patriarca de Jerusalén asilado por aquel entonces en la isla de Chipre, y con los monjes armenios para solicitarles ayuda, y la de Bohemundo, quien planteaba marchar hacia el sur para conseguir, por las buenas o las malas, los víveres.

Las dos opciones serían puestas en práctica. Adhemar de Montiel consiguió ayuda del Patriarca de Jerusalén y de los monjes armenios, mas sin embargo fue insuficiente para las necesidades del ejército de la cruz. Por su parte, Bohemundo, acompañado por Roberto de Flandes, se puso en marcha al frente de un numeroso ejército con el objeto de conseguir, a como diera lugar, los ansiados víveres.

Hasta Yagui-Siyan llegó la noticia de la partida de las fuerzas de Bohemundo, y el jefe islámico consideró llegado el momento de dar una lección al ejército cruzado. Así, ordenó a su ejército que atacara a los soldados de Cristo, y durante la noche del día 29 de diciembre, los turcos iniciaron el combate, pero la atinada reacción de Raimundo IV evitó que resultase victorioso, obligando a las fuerzas del Islam, no sin grandes pérdidas, a volver al interior de la ciudad.

Mientras tanto, las fuerzas comandadas por Bohemundo y Roberto de Flandes, despreocupadas se dirigían rumbo al sur en busca de pueblos y aldeas para conseguir los víveres necesarios, sin tener conocimiento de que un numeroso contingente islámico, enviado por Duqaq de Damasco, a punto estaba de darles alcance. Sería el 31 de diciembre cuando ambas fuerzas chocarían estrepitosamente habiendo un gran número de bajas en ambos bandos. El combate terminó con la retirada de los islámicos, pero las maltrechas fuerzas cruzadas se vieron obligadas a volverse sobre sus pasos, regresando al campamento que sitiaba Antioquía. Al llegar, se enteraron de que el día 30 de diciembre se había producido un fortísimo terremoto que en mucho alarmó a los soldados de Cristo, los que interpretando aquel fenómeno natural como un castigo divino, se encontraban muy perturbados deseando abandonar el sitio.

Nuevamente el supremo consejo confederado se reunió para buscar la manera de enfrentar la situación. Levantar los decaídos ánimos del ejército de la cruz, mantener la disciplina interna y evitar, en lo posible, las deserciones, fueron los temas tratados. Sin embargo, todas las medidas tomadas resultaron baladíes ante la tragedia que ya estaba provocando la carencia de alimentos, muriendo de hambre no pocos de los cruzados, e infinidad de caballos. Y ante tan grave situación, las deserciones se multiplicaban sin que se pudieran impedir.

A principios del mes de febrero de 1098, Taticio, el jefe bizantino que acompañaba a los abanderados de la cruz, decidió abandonar el campamento dirigiéndose a Chipre. Esa decisión fue duramente criticada por los jefes cruzados, quienes no tuvieron el menor reparo en tacharla de cobarde huida; sin embargo, a Bohemundo, esa decisión le pareció como un auténtico milagro, puesto que anhelando con fervor la posesión para él de la ciudad de Antioquía, al marcharse el representante imperial, ello le favorecía en sus planes, ya que la desaparición de la molesta presencia imperial le dejaba libre el camino para la realización de sus planes.

Dos victorias lograrían levantar los caídos ánimos de los soldados de la cruz: la primera, obtenida durante la segunda semana de febrero sobre las tropas musulmanas comandadas por Ridwan de Alepo, Sogman el Ortoquida y el emir de Hama; y, la segunda, el 6 de marzo de 1098 sobre el ejército que acudía en ayuda de Yagui-Siyan. Mas no obstante el haber recobrado el ánimo perdido, volvió a cundir el pánico entre los cruzados cuando les llegó la noticia, a finales del mes de abril, de que un poderoso ejército al mando de Kerbogha, había iniciado su marcha para auxiliar Antioquía. Bien se conocía la ferocidad de ese jefe turco y el gran número de efectivos que le acompañaban. Para fortuna de los sitiadores, Kerbogha cometió el error de tratar de tomar la ciudad de Edesa, deteniendo por más de tres semanas su avance. A fin de cuentas, Kerbogha no pudo tomar la ciudad defendida por Balduino, lo que le obligó a levantar el sitio y continuar su marcha.

El 2 de junio, Esteban de Blois, acompañado por algunos contingentes, decidió abandonar el sitio de Antioquía, embarcándose, en el puerto de San Simeon, rumbo a Tarso. Ese mismo día se produjo la tan esperada traición que permitió a los cruzados tomar la ciudad. Fue un jefe militar turco llamado Fircuz, encargado de la custodia de la torre de las dos hermanas, que, molesto con el jefe supremo de la ciudad porque le había amonestado y castigado por ocultar víveres, decidió, a manera de venganza, entregar la ciudad a los soldados de Cristo. Entró en contacto con Bohemundo comunicándole su plan, según el cual el jefe de la cruz debería, por la noche de ese día, fingir el retiro de las tropas que se encontraban junto a los muros de Antioquía, para regresar una horas después situándose junto a la torre de las dos hermanas, en donde encontraría escalinatas colgantes por donde debería trepar él y su ejército.

El jefe cruzado convocó a reunión al supremo consejo confederado, y ahí dio a conocer que por la noche los ejércitos de la cruz penetrarían en Antioquía. El supremo consejo elaboró un detallado plan con el objeto de que todos los soldados de Cristo participaran en la acción. Y en la madrugada del 3 de junio de 1098, Antioquía cayó en poder de los cruzados. Cuentan los cronistas que toda la población turca fue exterminada, sin perdonar a los ancianos, mujeres o niños. Yagui-Sayan intentó huir, pero fue capturado y decapitado en el acto. El saqueo y pillaje se extendió hasta ya entrada la tarde del día 4. La ciudad, a decir de los cronistas, presentaba un panorama de muerte y desolación. Por todas las calles y callejones se apilaban montones de cadáveres, que eran minuciosamente revisados por los abanderados de la cruz para despojarles de todo objeto de valor.

El frenético entusiasmo que la toma de Antioquía causó entre los cruzados, desaparecería al tener éstos conocimiento del arribo de los ejércitos de Kerbogha.

Los antiguos sitiadores se convirtieron en sitiados, cuando las fuerzas islámicas se presentaron frente a las murallas de la ciudad. El supremo consejo confederado se abocó a organizar la defensa de Antioquía. Ante lo crítico de la situación, buscó conseguir ayuda externa enviando pequeños núcleos expedicionarios capaces de rebasar las líneas enemigas.

El 10 de junio, mientras las fuerzas turcas completaban el sitio de la ciudad, uno de los grupos enviados en busca de ayuda, logró rebasar las líneas turcas, dirigiéndose al puerto de San Simeon, de donde se transportaron con rumbo a Tarso lugar en el que entrarían en contacto con Esteban de Blois, al que comunicaron todo lo sucedido desde el momento de su partida. Esteban solicitó la ayuda del Emperador Alejo I, enviando una embajada, pero el Emperador, haciendo caso de los rumores que indicaban la derrota de los cruzados, y la recuperación de Antioquía por los turcos, ordenó a sus tropas que no realizasen ningún movimiento pera apoyar una causa que creía perdida.

Por supuesto que cuando la actitud de Alejo I se conoció en Antioquía, causó gran desánimo entre los sitiados. El supremo consejo confederado llegó a la conclusión de la apremiante necesidad de romper el sitio. Y fue entonces que entre los sitiados se generó un curioso fenómeno. De pronto comenzó insistentemente a rumorearse sobre apariciones y de la transmisión, a ciertos escogidos personajes, de órdenes divinas, mediante sueños o místicas experiencias.

Hubo quien divulgó el mito de que San Andrés le había indicado donde estaba enterrada la lanza con la que un soldado romano había herido en un costado a Jesucristo; se trataba de un siervo de nombre Pedro Bartolomé. Después, un sacerdote llamado Esteban, salió con el cuento de que se le había aparecido el mismísimo Jesucristo, la virgen María y un número indeterminado de ángeles. El Señor le había advertido que las penurias por las que atravesaban los cruzados, se debían al pésimo comportamiento de la tropa, por lo que era necesario cambiaran su actitud para que pudiesen contar con la protección celestial.

Hubo otros que, viendo una caída de aerolitos, la interpretaron como mensaje divino; y otros más, entretenidos en buscarle forma a las nubes, llegaban a extrañas interpretaciones. Sin embargo fue aquél conjunto de supercherías lo que logró levantar el ánimo de los soldados de Cristo.

Por otra parte, en el lado de los sitiadores, las fuerzas turcas amenazaban con desintegrarse debido a múltiples roces y desavenencias entre los jefes islámicos. Tan sólo la autoridad de Kerbogha mantenía una frágil unión. Ante esa realidad, el jefe turco sabía que de no tomar en una semana a Antioquía, su acción militar zozobraría en una vergonzante derrota.

Dos veces intentó Kerbogha romper la defensa cruzada, y en ambas fue rechazado.

El supremo consejo confederado cruzado planeó una temeraria incursión militar masiva para romper el sitio. La empresa tenía el riesgo de que si no lograba su objetivo, Antioquía quedaría irremediablemente perdida.

La acción consistía en atacar desde seis puntos diferentes, a las fuerzas turcas, y se basaría en el factor sorpresa y en la coordinación de movimientos de los seis ejércitos. Antes de emprender esa desesperada empresa, el supremo consejo envió una embajada, encabezada por Pedro el Ermitaño y el francés Herluin, para persuadir a Kerbogha de abandonar el sitio. La reunión tuvo lugar el 27 de junio, y como era de esperarse, no se logró convencer al jefe turco, por lo que en la madrugada del día 28, se puso en práctica el plan de ataque.

Los seis ejércitos fueron divididos de la siguiente manera: el primero, compuesto por franceses y flamencos, quedaría al compartido mando de Hugo de Vermandois y Roberto de Flandes; el segundo, integrado por loreneses estaría bajo las órdenes de Godofredo de Bouillon; el tercero, bajo la dirección del Duque Roberto, estaría conformado por normandos; el cuarto agruparía tolosanos y provenzales encabezados por Adhemar de Montiel, obispo de Puy; el quinto y el sexto, compuestos por normandos italianos, quedarían bajo las órdenes de Bohemundo y Tancredo. Raimundo IV, por encontrarse enfermo, no participó en el ataque. La acción salió como se había planeado, lográndose una contundente victoria sobre los ejércitos de Kerbogha que fueron desperdigados. Así, Antioquía quedó en poder de los abanderados de la cruz.

Pero la toma y defensa de Antioquía no trajo la tranquilidad a los soldados de Cristo. Muy por el contrario, se convirtió en la manzana de la discordia entre dos de sus principales jefes: Raimundo IV, Conde de Tolosa y Bohemundo de Tarento.

Serían las reuniones del supremo consejo confederado, el lugar en el que se ventiló la disputa. Raimundo IV y el obispo de Puy, proponían el envío de una embajada que fuera a entrevistarse con el Emperador bizantino para hacerle entrega de la custodia de la ciudad, y ultimar los detalles del traslado de Alejo I, o de una autoridad por él nombrada, a Antioquía para que las fuerzas de la cruz hiciesen la formal entrega. Pero Bohemundo se oponía argumentando que debido a la retirada de Taticio y a la falta de apoyo imperial en la toma y defensa de Antioquía, el Imperio había perdido todo tipo de derechos sobre ella. Una y otra vez, recordó a los jefes cruzados el cúmulo de penalidades y pérdidas sufridas en la toma y defensa de la milenaria ciudad, sin que el Imperio hubiese arriesgado absolutamente nada. Adhemar de Montiel recordó el juramento de fidelidad que habían realizado ante Alejo I, y fue su intervención la que decidió al supremo consejo confederado enviar una embajada encabezada por Hugo de Vermandois, quien ya había manifestado su deseo de abandonar la empresa de la cruz y regresar a sus dominios en Occidente, para que tratase la entrega de la ciudad al Emperador bizantino.

Otro importante acuerdo tomado en aquella reunión, fue la decisión unánime de los jefes cruzados de permanecer en Antioquía hasta el 1º de noviembre de 1098, con el objeto de recuperar fuerzas y esperar el arribo de nuevos expedicionarios que engrosaran los diezmados ejércitos de la cruz para después marchar a Jerusalén.

De lo ocurrido durante la estancia de los cruzados en Antioquía, cabe destacar una epidemia que afectó a los ejércitos de la cruz provocando una gran mortandad, sobresaliendo el fallecimiento, ocurrido el 1º de agosto de 1098, del representante papal Adhemar de Montiel, obispo de Puy, así como el del obispo de Orange, quedando vacante la representación papal en la empresa libertadora. También, la carta enviada por el supremo consejo confederado al Papa Urbano II, solicitando su presencia o la de un representante suyo, en Antioquía, constituyó otro importante hecho, y de igual trascendencia fue el nombramiento por Raimundo IV, del sacerdote Pedro de Narbona, como obispo de la ciudad musulmana de Albara.

Varias incursiones militares realizadas por muchos de los jefes cruzados en los alrededores de Antioquía, para establecer feudos y dominios territoriales, así como las constantes fricciones entre Raimundo IV y Bohemundo, caracterizarán ese periodo.

No fue sino hasta el 13 de enero de 1099, que parte del ejército cruzado, encabezado por Raimundo IV, inició su marcha rumbo a Jerusalén, acompañado por los contingentes de Roberto de Normandía y de Tancredo. Bohemundo de Tarento permanecería en Antioquía, donde instalaría la capital de su Principado, emergiendo el segundo dominio territorial latino en tierras de Medio Oriente. Godofredo de Bouillon y Roberto de Flandes permanecieron en Antioquía, indecisos sobre lo que debían hacer. Un mes más tarde se decidirían a unirse con las fuerzas de Raimundo IV, Roberto de Normandía y Tancredo.

El Emperador Alejo I recibió con gran disgusto la noticia de la conformación del dominio Occidental en Antioquía, reservando los derechos del Imperio sobre esos territorios, en espera del momento oportuno para hacerlos valer.


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