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7.5.1. La marcha sobre Nicea.

Forzosamente, el primer objetivo de los expedicionarios de la cruz tendría que ser la toma de la ciudad de Nicea, debido a su importancia estratégica. Si esa ciudad no era tomada, existía el riesgo de que el avance de los abanderados del ejército de Cristo quedase amenazado al no contar con resguardo alguno en su retaguardia, interrumpiéndose la comunicación con el Imperio bizantino. Así pues, el supremo consejo que se formó con los jefes de las diferentes expediciones, constituyéndose en una especie de alto mando militar confederado, decidió la marcha sobre Nicea. Un destacamento bizantino comandado por Manuel Butumites, se agregó a las fuerzas de la cruz.

La ciudad de Nicea, en ese entonces capital de los turcos seldyucidas, era el lugar de residencia de la esposa e hijos del emir Kelij Arslan I. Ubicada en las costas del lago Ascanio, cerca del mar de Marmara, con sus grandes murallas y torretas previsoras de cualquier ataque enemigo, estaba resguardada por una guarnición turca. El emir Kelij se encontraba, en esos momentos guerreando en Armenia contra los danishmend, disputándoles los territorios de Melitene. Al emir no le preocupaban los ejércitos cruzados, e incluso los menospreciaba. Así, el máximo jefe seldyucida se permitió el lujo de abandonar la capital de su Imperio, confiado en la incompetencia militar de los cruzados, y no se preocupó de ellos hasta que recibió información sobre la gran concentración militar que en el Bósforo estaban realizando los soldados de Cristo. Temeroso por el altísimo número de combatientes que se aprestaban a marchar sobre Nicea, se trasladó con el grueso de su ejército para apoyar la ciudad, pero su tardía reacción resultó ineficaz.

Para mediados del mes de mayo, los ejércitos cruzados iniciarían el sitio de la ciudad, y al arribo de las fuerzas comandadas por Kelij, quien acudía en auxilio de los sitiados, se generaron combates entre los dos ejércitos, siendo los turcos derrotados y obligados a retirarse. El emir turco enviaría un mensaje a los sitiados dejándoles en absoluta libertad para actuar como lo juzgaran conveniente, señalándoles que él, junto con sus tropas, optaba por retirarse. Obvia el señalar los devastadores efectos que en el ánimo de los defensores de Nicea produjo aquel comunicado. Las fuerzas sitiadas supieron de inmediato que estaban perdidas. Temerosos y desconfiados de los ejércitos cruzados, al ignorar su comportamiento con las fuerzas que se rendían, los altos mandos militares turcos encargados de la defensa de Nicea, en quienes recaía la responsabilidad de la ciudad, prefirieron actuar conservadoramente. Así, guiados por la máxima que versa más vale malo por conocido que bueno por conocer, entraron de inmediato en conversaciones con las fuerzas imperiales bizantinas para concretar los términos de su rendición. Sabedores de que el Emperador Alejo I siempre actuaba diplomáticamente despreciando las acciones vengativas y siendo magnánimo para con los vencidos, decidieron poner en sus manos su destino.

El alto mando del consejo supremo de los cruzados, había ya decidido el ataque a Nicea el 19 de junio, pero para fortuna de los sitiados, durante la noche del día 18 concretaron, con los representantes imperiales, las condiciones de su rendición, por lo que al día siguiente los azorados soldados de Cristo, que ya se alistaban para asaltar las murallas de Nicea, pudieron percatarse del cúmulo de banderas imperiales izadas en los torreones que indicaban la capitulación de la ciudad que quedaba bajo la tutela del Emperador. Cuentan los cronistas que eso causó enojo y resentimiento entre los cruzados, ya que lo consideraron como una traición y una absoluta falta de respeto del Emperador por no haberles puesto al corriente sobre los acuerdos tenidos con los turcos.

La población no fue saqueada ni se produjo el menor acto de venganza, y los altos mandos de las fuerzas turcas fueron tratados en consideración a sus rangos.

Alejo I, con la clara intención de calmar los enardecidos ánimos de los jefes de la cruz, les obsequió cuantiosos regalos, dejándoles, a la mayoría de ellos, muy satisfechos.

Nicea quedó ocupada por fuerzas imperiales, y los soldados de Cristo pudieron percatarse del considerable número de bajas sufridas en el sitio, debiendo lamentar la irreparable pérdida de Balduino, Conde de Gante, quien pereció en el campo de batalla. La primera acción militar de la cruzada señorial había resultado benéfica para el Emperador Alejo I, quien recuperó una importante ciudad para su Imperio.

En el bando de la cruz, la victoria levantó el ánimo de los combatientes de Cristo, y los jefes enviaron sus informes a Occidente relatando sus hazañas. Las noticias fueron bien acogidas en la Europa latina, logrando que las ciudades que no se habían preocupado por participar en la expedición libertadora, comenzasen a tomar en serio esas campañas militares.


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