Índice de Por el poder de la cruz. Una breve reflexión sobre la Primera Cruzada de Chantal López y Omar CortésCapiítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

8. El símbolo de la Cruz y la organización de la cruzada.

Ya nos hemos referido a la valorización del símbolo de la cruz en cuanto distintivo cristiano a través del legendario sueño del Emperador romano Constantino el Grande, el cual encaja a la perfección con la no menos mítica leyenda de la búsqueda y encuentro de la cruz en la que supuestamente murió Jesucristo, realizada por Elena, la madre del Emperador Constantino. Ahora bien, con los preparativos para la conformación de la expedición supuestamente libertadora que a la historia pasaría con el nombre de la cruzada, se efectúa una revalorización de la cruz en cuanto símbolo exclusivo del poder papal.

En efecto, mediante la realización de la cruzada, el símbolo de la cruz se particulariza como distintivo de las milicias papales, de los vasallos o siervos de la Roma espiritual. La cruz ya no será concebida como la manifestación simbólica del sufrimiento y muerte del redentor, sino como un objeto mágico protector del ejército de los Papas; una marca con la cual el papado expresaba la fuerza de su poder universal ante señores, Reyes y Emperadores. La cruz, así concebida, abandonará su potestad en cuanto representación de un ideal religioso de redención, convirtiéndose en un simple escudo de armas de un poder político y militar, hipócritamente camuflado tras el manto de la religión predicada por Jesucristo.

La innoble apropiación de un símbolo, ciertamente universal en cuanto distintivo de la religión cristiana, convertido en pertenencia única y exclusiva de la arrogancia papal, resulta algo francamente repulsivo.

Un símbolo de redención, de liberación, que representaba a la vez que el cumplimiento de una antiquísima profecía, el triunfo de la vida sobre la muerte, devendrá, en cuanto objeto mágico distintivo de las tropas del Papa, no en elemento liberador, sino en pretexto a través del que se justificará la flagrante violación de lo ordenado en el quinto mandamiento. El no matarás será desoído, violado, transgredido con la complacencia y la bendición papal, en aras de la consolidación del tan anhelado dominio universal por parte del pontífice romano.

La cruz, bajo esta óptica, ya no será más el símbolo de la esperanza y la redención, sino muy por el contrario, el símbolo de la angustia, la esclavización y la destrucción. No representará ya nunca más el triunfo de la vida sobre la muerte, sino el de la muerte sobre la vida. Escudados tras el símbolo del martirio del redentor, los cruzados pillarán, violaran y asesinarán a todo aquel que tenga la desgracia de atravesar por su camino sin comulgar con su religión promotora del odio, de la destrucción, y la antropofagia; recibiendo por tan cristianas acciones, indulgencias y bendiciones sin fin otorgadas por un malnacido que al haber sido nombrado Papa, se cree infalible, se piensa irresistible, y se ve, a si mismo, como seguro vencedor.

Amarás a tu prójimo como a ti mismo, reza un mandamiento cristiano, uno más que igualmente sería transgredido y violado con aquellas campañas militares de carácter netamente expansionista.

Así, con el fin de tranquilizar conciencias atormentadas y poner coto a cualquier género de dudas que aquella loca aventura militar pudiera despertar en las huestes del ejército del Papa, ardientemente se trabajaba, en abadías y monasterios, particularmente en los clunicianos, aunque también en los propios del movimiento eremita, elaborando un sin fin de justificantes que suavizaran la cruda realidad del llamado bélico pronunciado por Urbano II.

El distintivo de la cruz, que según el llamado papal se convertiría en el santo y seña de todos aquellos que habiendo prestado oídos a su llamado, acudiesen presurosos con el objeto de sumarse a la expedición militar, fue meticulosamente sopesado y valorizado en el seno del movimiento monacal. Por supuesto que tanto clunicianos como eremitas, fueron sumamente cuidadosos en la elaboración de su particular interpretación del uso de la cruz en cuanto distintivo propio de la empresa militar expansionista.

Revalorizando el símbolo de la cruz como representación del suplicio sufrido por Jesucristo, clunicianos y eremitas encontraron el tramposo camino que justificaba su acción.

La cruz fue rescatada por esos monjes, en cuanto símbolo de castigo romano contra los enemigos de Roma. La crucifixión era usada para ajusticiar tan sólo a los enemigos de Roma, y no como generalmente se ha divulgado, para ejecutar ladrones o asesinos vulgares. Únicamente eran merecedores de la pena de la crucifixión, los no romanos, incluidos, por supuesto, los esclavos, acusados del delito de rebelión, sedición o motín contra Roma, sus intereses o sus representantes. La crucifixión era el castigo que la metrópoli infligía a los pueblos o etnias subyugados que osaban enfrentársele. Así, la revalorización de la cruz caía como anillo al dedo para justificar la aventura militarista de la cruzada. En efecto, eremitas y clunicianos deseaban fervorosamente el ascenso del papado en cuanto institución universal indiscutible, que rigiera tanto en el campo terrenal como en el espiritual. En resumen, una institución que representase el resurgimiento o renacimiento imperial romano, entonces, ¿qué mejor símbolo que el de la cruz para abanderar los ejércitos papales en tanto representación del castigo infligido por Roma a quienes osaban desafiar al poderío pontificio? Claro está que tanto eremitas como clunicianos fueron lo suficientemente cautelosos en la manera en que encubrieron el uso de la cruz para sus bélicos fines. Conscientes de que no resultaba conveniente el difundir que la pena de la crucifixión utilizada por los romanos tenía como destinatarios a los enemigos de su autoridad e intereses, ocultaron tal realidad, enfocándose única y exclusivamente al campo de la significación teológica de la crucifixión del redentor, e igualmente en este terreno fueron muy cuidadosos pasando por alto la representatividad del símbolo de la cruz en el devenir histórico de las antiguas religiones. Ni una sola palabra de la diosa egipcia Sekhet y su cruz ansata, el antiguo símbolo egipcio conocido como clave o llave de la vida, que representaba la inmortalidad. Igual silencio acerca de la denominada cruz de brazos iguales, o símbolo de Anu, el supremo dios del cielo babilónico que junto con Ea, dios de las aguas y Enlil, dios de la tierra, conformaba una divina trinidad. Total mutismo en torno a la svástica y a la sanvástica, los antiquísimos símbolos cuyos nombres devenían del sánscrito y que significaban, en el caso de svástica, estar bien, y que en el hinduismo representan los principios masculino -svástica-, conocida igualmente como cruz gamada o gamadeón por estar formada de cuatro letras -gamma-; y femenino -sanvástica-, también llamado >fylfot. Ningún comentario o alusión a la llamada cruz de Tao, símbolo propio y exclusivo de una particular secta judaica acérrima enemiga de Roma, cuyo objetivo primordial era la expulsión total y definitiva de las legiones romanas de los territorios judíos. La cruz de Tao era representada así: T, y constituía un símbolo hermético mediante el cual se reconocían los partícipes o partidarios iniciados en esa sociedad secreta. Según el decir de algunos historiadores de los símbolos religiosos, la cruz de Tao sería una seña mágica con la que un ángel apocalíptico marcaba la frente de los escogidos. Los romanos acostumbraban utilizarla para efectuar la crucifixión, en los territorios judíos ocupados, quizá como burla y advertencia a los adherentes de esa sociedad hermética. No cabe la menor duda de que de haber sido verídica la crucifixión de Jesucristo fue ejecutada en una cruz de Tao, y no, como generalmente se ha divulgado, en una cruz latina, ni mucho menos en la llamada cruz de San Andrés, representada por una X.

Eremitas y clunicianos partirán, para la recuperación del símbolo de la cruz como distintivo de las milicias papales, de lo señalado en diferentes capítulos y versículos de los textos evangélicos escritos por los apóstoles Mateo, Lucas y Marcos en relación a la particular prédica de Jesucristo que señalaba: Si alguien quiere seguirme, debe renunciar a sí mismo, tomar su cruz y venir conmigo. Los cruzados, aquellos que renunciando a sí mismos tomarían su cruz y seguirían al Señor, deberán estar dispuestos a aceptar el calvario que les esperaba en la expedición militar supuestamente libertadora, en cuanto obligada penitencia para redimir a los cristianos de Medio Oriente de los peligros y amenazas representadas por los infieles (los turcos seldyucidas). La cruzada será, a su vez, un peregrinaje de purificación cuyo objetivo último constituirá la liberación de los santos lugares, concretamente del llamado Santo Sepulcro y de las ciudades santas, en particular, Jerusalén. La cruz de los cruzados no será, bajo esta engañosa interpretación de los monjes de Cluny y de los eremitas, un símbolo propio y exclusivamente militar, sino de reconocimiento entre los componentes del ejército de Cristo, nombre con el que se bautizaría al ejército papal que actuaría en el Medio Oriente recuperando santos lugares y santas ciudades. Así, la cruz terminaba convirtiéndose en el símbolo exclusivo del papado romano y todo se encontraba listo para el encumbramiento de la institución papal al poder universal.


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