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HISTORIA DE LA PIRATERÍA

APÉNDICE III

LA EVASIÓN DE JACHIMOSKY




Encontramos en un pequeño libro español muy raro la apasionante narración de una fuga a bordo de un buque de guerra turco, cuya traducción sigue aquí:

RELATO

Sobre la captura de la galera almirante de Alejandría en el puerto de Metellin, debida a los esfuerzos del capitán Marco Jachimosky, uno de los esclavos de dicha galera, y la liberación de doscientos esclavos cristianos, ocurridas el 18 de julio de 1628.

Impreso en Roma.
Traducido del italiano al español por Miguel de Santa Cruz

La feliz captura de un buque almirante de Alejandría y la liberación de doscientos veinte cristianos, ocurrida el 18 de julio de 1628, se produjo en las siguientes circunstancias:

Mehemet, el hermano menor de Rasimbech, gobernador de Damiata y Rosero, que era capitán de cuatro galeras destinadas a cruzar y vigilar los parajes de Alejandría y cuya almirante era tripulada por 220 cristianos, de los cuales 3 eran griegos, 2 ingleses, uno solo italiano y el resto rusos (llamados comúnmente moscovitas), salió de Constantinopla acompañado, además de por su mujer y su familia, por Jusuf Cadi, un turco que acababa de ser nombrado juez de Alejandría, por la corte otomana que llaman el Diván. Hicieron escala en el puerto de Metellin, donde, debido al mal tiempo que hacía agitarse el mar, la capitana quedó separada de sus tres guardacostas por una distancia de una milla aproximadamente. El 18 de julio, el capitán Mehemet desembarcó en tierra con una tropa de unos sesenta turcos. Había a bordo, además de los soldados y oficiales, ciento cincuenta pasajeros. Entre los esclavos tripulantes se encontraba un tal Marco Jachimosky, vasallo del rey de Polonia y oriundo de Baro. Era un hombre de buena familia y diestro en todos los ejercicios militares, hecho prisionero por los turcos al invadir Polonia. Viendo que el capitán había bajado a tierra con muchos turcos, Jachimosky se encomendó a Dios y resolvió recuperar su libertad y la de sus compañeros. A tal efecto, comunicó su plan a otros dos esclavos, Esteban Satanovsky y Stolcina, proponiendo quitarse mutuamente las cadenas que los sujetaban al banco de remeros; así podrían circular libremente por el barco. Aquéllos, estimando que tal aventura no podía ser coronada nunca por el éxito, trataron de disuadirle. Así y todo, puso manos a la obra (no le faltaba nunca valor frente a la divina providencia) y procedió a hacer sus preparativos. Desprovisto de armas, sustrajo al cocinero del barco un leño del que se confeccionó una porra, y al descubrir aquél el hurto le mató con un golpe en la cabeza. Luego, el audaz Marco se deslizó hacia la popa, donde había almacenadas gran cantidad de armas y encontrándose con que un soldado griego se oponía a su paso, le derribó con una cuchilla, que había robado también en la cocina, de tal manera que le dejó muerto. Marco tomó entonces el mando de la parte trasera del buque y distribuyó las armas entre sus compañeros; después, blandiendo barras de hierro, leños y todos los pesados objetos que estuviesen a mano, se lanzaron sobre sus enemigos. A continuación, pasaron a proa, donde estaba el capataz de la tripulación, abrigado debajo de una tienda que le había impedido ver lo que sucedía, de suerte que tomaba el ruido que oía por el ruido habitual de los esclavos. Viendo acercarse a Marco y a los otros, cogió dos navajas, una en cada mano, pero no fue lo bastante veloz, pues Marco le atravesó el pecho haciendo que cayese muerto al agua. Los turcos, en un intento de adueñarse de los esclavos cuya mayor parte había sido armada por Marco, habían cortado los rebenques y las lanzaban sobre ellos. Pero los esclavos luchaban sin flaquear, y después de dar muerte y arrojar al agua al mayor número de turcos, cortaron los cables que sujetaban las anclas a la galera, pusieron en movimiento los remos y se alejaron del puerto en medio del fuego de los cañones de la ciudadela y los barcos presentes en la rada. Se evadieron sin sufrir daño alguno, y la galera alcanzó alta mar, mientras los turcos gritaban furiosos y se arrancaban la barba. Los cristianos fueron perseguidos por los tres guardacostas desde las tres de la tarde, durante toda la noche y buena parte del día siguiente, hasta que los turcos se vieron detenidos por la niebla, el viento y la lluvia, pues el mal tiempo los obligó a regresar a Metellin y dejadr escaparse a los cristianos.

Librados del ataque de los infieles y habiendo vencido los peligros de la tempestad, los cristianos llegaron a los quince días a Mesina y, puesto que el tiempo había mejorado, continuaron hasta Palermo, obedeciendo una orden del rey de Sicilia. Después de haber recuperado su querida libertad, sin perderse la vida de un solo cristiano, quitaron los cadenas a los veintiún turcos a los que habían atado al banco de remeros, y los soltaron deseándoles suerte; luego hicieron lo mismo con Ramer Cadenne, la mujer del juez Yusuf a quien habían dejado en Metellin, aunque hubiesen podido venderla por mucho dinero. Tenía a su servicio cuatro jóvenes esclavas cristianas, dos llamadas Ana, otra se llamaba Catalina y una cuyo nombre era Margarita. También había a bordo otra esclava que había sido vendida en Constantinopla, una cristiana en extremo bella y graciosa. Esta mujer se llamaba también Catalina.

El noble y valiente Marco, nombrado capitán por sus compañeros, la desposó y las otras cuatro esclavas se casaron con tres de sus jefes.

Finalmente, cediendo la galera al virrey de Sicilia, el desde entonces famoso Marco, no queriendo aceptar el obsequio de mil quinientos escudos que le ofrecía el virrey, recibió un bergantín y le prestaron una carroza para conducirle a Roma, hacia donde partió con las cinco damas y treinta de sus compañeros el 25 de agosto.

Al día siguiente, como testimonio de su gratitud hacia Dios por tan grande triunfo y también para manifestar su agradecimiento al vicario de Cristo, depositaron a los pies de Su Santidad el estandarte real del buque insignia, hecho de seda blanca adornada con bordados de cuatro crecientes y de caracteres árabes. Asimismo le ofrecieron una linterna de bronce de estilo morisco, incrustada con oro y maravillosamente cincelada. Otros pabellones los suspendieron en las demás iglesias, especialmente en la iglesia de San Estanislao de Polonia y en Santa Susana, con tal que al quedar acabada la iglesia de San Caro, Papa y mártir, las banderas fuesen transferidas allí.

Y recibieron en San Jerónimo una hospitalidad liberal, debida a la bondad del cardenal Barrino. Todos se confesaron y recibieron la santa comunión para cOronar tan feliz acontecimiento.

Gloria a Dios.

Autorizado en Barcelona: en casa de Esteban Liberos. Calle de Santo Domingo, 1628.

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