Índice de Ocho mil kilómetros en campaña de Álvaro ObregónCAPÍTULO VII -Segunda parteCAPÍTULO VIII - Primera parteBiblioteca Virtual Antorcha

Ocho mil kilómetros en campaña

Álvaro Obregón

CAPÍTULO SÉPTIMO

tercera parte


Las opiniones de los jefes citados eran diversas: el general Murguía se inclinó siempre por tomar la ofensiva; el general Castro era del mismo parecer; el general Diéguez opinaba que, después de los combates del día 22, el enemigo no intentaría un nuevo ataque, y que, en consecuencia, tocaba a nosotros emprenderlo; en tanto que el general Hill se inclinaba por la defensiva, hasta que tuviéramos pertrechos suficientes para asegurar el éxito de un movimiento ofensivo por nuestra parte. Sin embargo de tal divergencia de opiniones, todos los jefes estuvieron siempre dispuestos a secundar mi plan general, consistente en agotar lo más posible al enemigo en sus continuos ataques sobre nuestras posiciones, y tomar la ofensiva cuando se tuviera la seguridad de un éxito completo, táctica que ya había sido coronada por el éxito en los combates de Celaya.

Como para entonces el enemigo había evacuado ya las plazas de Monterrey y Saltillo, y reconcentrado todas las fuerzas con que había principiado su ofensiva en la frontera Norte del país, hacía ascender su efectivo en León y en sus atrincheramientos frente a nuestras líneas, a un número aproximado de 35,000 hombres, con 24 piezas de artillería.

El general Benecio López me rindió parte de que el combate entablado la noche anterior, entre sus avanzadas, en Puerto de Bermúdez, con los villistas que trataban de apoderarse de aquella posición, había durado cuatro horas, al cabo de las cuales el enemigo fue obligado a replegarse en dispersión, sufriendo muchas bajas.

Por la noche, el coronel Siurob, Gobernador y Comandante Militar de Guanajuato, me rindió parte urgente, comunicándome que al mineral de La Luz, situado sobre la sierra de Guanajuato, como a 10 kilómetros al poniente de estación Nápoles, había llegado una fuerza de caballería enemiga, de 150 hombres; y que sus avanzadas, por el camino de dicho mineral, habían avistado enemigo superior, a larga distancia, haciendo un movimiento con el mismo rumbo. Inmediatamente comuniqué la noticia al general Murguía y al general Castro, que se encontraban acampados en Nápoles, a fin de que mandaran ejercer estricta vigilancia, para evitar una sorpresa.

Con esas novedades, terminó el día.

La noche pasaba en relativa calma, dejándose oír solamente disparos aislados de fusil, en distintos puntos de la línea de uno y otro campamento, que, como señales de ¡alerta!, daban por la noche las tropas, cuando no se combatía.

A las tres de la mañana, fuimos despertados por el fuego que el enemigo abría por nuestro flanco izquierdo, generalizándose rápidamente en toda nuestra línea, aunque siendo un poco menos intenso en nuestro flanco derecho.

La forma en que ese combate se inició, me hizo suponer desde luego, que se trataba de un combate general, y desde aquel instante se empezó a sentir inusitada actividad en nuestro campamento. Los toques de clarín de asaltantes y defensores se dejaban oír distintamente hasta el Cuartel General, ordenando siempre: ¡Fuego! ¡Fuego!, y en pocos momentos, la acción tomó las proporciones que yo esperaba.

Cuando amaneció, el combate era reñidísimo, haciéndose incesante el fuego de ametralladoras, fusilería y cañones, pudiendo, entonces, notar que una columna de caballería hacía un movimiento sobre nuestra extrema izquierda.

Al iniciarse el combate, lo comuniqué a los generales Murguía y Castro, a fin de que estuvieran enteramente listos para recibir órdenes, y al notar el avance de la columna de caballería sobre nuestro flanco izquierdo, para amagar nuestra retaguardia por Santa Ana, ordené al general Murguía que, con toda actividad, se movilizara con las fuerzas de su División a aquella hacienda, y al general Castro, que con su División, marchara a acamparse en la hacienda Los Sauces.

El cambate continuó, con igual encarnizamiento, hasta las nueve a. m., hora en que las columnas de infantería enemigas se replegaban a sus posiciones, muy diezmadas, pues habían dejado en el campo gran número de muertos y heridos; continuando un fuego menos intenso, y a una distancia que lo hacía casi ofensivo. La artillería enemiga continuaba haciendo fuego nutrido sobre nuestras posiciones.

A esa hora, recibí un parte del general Jesús S. Novoa, comunicándome que la hacienda Santa Ana empezaba a ser atacada por una columna enemiga, y que otra columna, más numerosa, hacía un movimiento envolvente, a distancia, amagando colocarse a su retaguardia. Ese parte lo comuniqué al general Murguía para que activara su marcha a Santa Ana.

A las diez de la mañana se me informó de Silao y de Nápoles que una fuerte columna de caballería enemiga avanzaba sobre aquellas estaciones, y que estaba ya a la vista el grueso de dicha columna. En aquellos momentos quedaron interrumpidas las comunicaciones, pues los villistas quemaron las estaciones de Silao y Nápoles, y todos los puentes de aquel tramo, destruyendo también la línea telegrafica.

El general Maycotte, que se había incorporado procedente de Puebla, el día 29 de mayo, y que todavía se encontraba curándose de la herida que recibiera en el combate del día 12 del mismo mes, estaba en Silao con 200 hombres de su brigada. Encontrándose también en el hospital de Silao, algunos heridos y enfermos de nuestras infanterías, entre ellos, el coronel Francisco R. Noriega, jefe del 2° Batallón de Sonora, quien al tener conocimiento de la aproximación del enemigo, abandonó su cama, y se hizo seguir de ocho heridos más, que se encontraban aún en condiciones delicadas, saliendo, pie a tierra, resueltos, hasta las orillas de la población, donde tomaron posiciones en tiradores, y resistieron con admirable heroísmo, hasta que todos ellos fueron muertos en sus respectivos sitios. En el hospital de Silao se encontraban también el teniente coronel Cenobio Ochoa, con dos de sus oficiales, y éstos lograron escapar, haciendo su marcha a Trinidad, a pie, por lejanos caminos que les ofrecieron más seguridades. El general Maycotte logró salir de la plaza con la mayor parte de su gente, batiéndose en retirada rumbo a Irapuato.

El sacrificio del coronel Noriega y sus valientes compañeros no fue estéril, pues su actitud desconcertó al enemigo, que, al sentir resistencia, empezó a tomar dispositivos de combate, perdiendo con esto el tiempo, que hábilmente era aprovechado por el capitán Palma, jefe de trenes militares, para sacar todos los trenes que había en la estación, conteniendo provisiones, pertrechos, pagaduría y hospitales; habiendo quedado, solamente, dos carros con impedimentas y mujeres de los batallones de juchitecos, y un carro que era taller para fabricación de bombas para los tubos lanza-bombas Mariñelarena y que, por lo tanto, contenia materias explosivas. Esos tres carros fueron incendiados por los villistas, habiendo muerto quemadas algunas de las personas que los ocupaban y que no tuvieron tiempo de escapar, las que, afortunadamente, fueron en muy corto número.

El enemigo posesionado de la plaza pasó por las armas a algunos de nuestros heridos, que cayeron en su poder, así como a nuestros soldados y oficiales que fueron hechos prisioneros y al telegrafista Vicente Coria, de la sección telegráfica de mi Cuartel General, quien atendía la oficina telegráfica de la estación de Silao en los momentos del asalto. Los telegrafistas militares Benito Ramos, Sra. Macrina Lara y Pedro R. Torres, que también estaban de servicio en Silao, en aquellos momentos, se vieron en grave peligro de caer en poder del enemigo y sólo por circunstancias casuales lograron escapar. El comportamiento de todos ellos fue digno de elogio, pues mantuvieron la comunicación hasta los precisos momentos en que el enemigo llegaba a la estación, cuando ya la ciudad estaba en su poder, y aun cuando hubieran podido escapar oportunamente en algunos de los trenes que salieron rumbo a Irapuato.

El enemigo incendió la estación, los carros que en ella se encontraban y los depósitos de aceite, y, dejando una regular guarnición, marchó a incorporarse al grueso de la columna, que a las órdenes directas del llamado general Villa, atacaba a nuestras caballerías en Nápoles.

A esa hora, y cuando las columnas de humo que levantaban los incendios en Silao, indicaban al enemigo atrincherado a nuestro frente que nuestra retaguardia había sido cortada por sus compañeros, reanudaron sus asaltos sobre nuestras posiciones del frente; asaltos en que siempre fueron rechazados por nuestras infanterías, causando fuertes pérdidas a los traidores.

Como a las 10.30 a. m. el combate había tomado su mayor proporción, entrando en acción, excepto pequeñas fracciones, todos los contingentes de ambos Ejércitos; pero a poco, las infanterías que atacaban nuestro frente y nuestros flancos, ya muy quebrantadas y diezmadas en sus inútiles esfuerzos por tomar nuestras trincheras, empezaron a desistir de su empeño, replegándose a sus antiguas posiciones.

Continuaba encarnizado el combate que libraban nuestras caballerías, desde la hacienda Santa Ana y la de La Loza, hasta los cerros que quedan al sur de estación Nápoles, adonde las caballerías habían sido ya rechazadas por el enemigo, después de desalojarlas de sus posiciones, en la vía del ferrocarril, y de la hacienda de Nápoles.

A poco, nuestras caballerías eran atacadas vigorosamente en los cerros al sur de estación Nápoles, obligándolas a batirse desesperadamente en retirada, palmo a palmo, hacia la hacienda Santa Ana.

Para proteger la retirada de los generales Murguía y Castro, de la que tuve conocimiento por parte que me rindió el general Murguía diciéndome que era tal el ímpetu con que cargaban los villistas, que era difícil contenerlos, ordené la movilización de la brigada de caballería del general Pedro Morales, reforzada con el regimiento a las órdenes del coronel Cirilo Elizalde, cuya fuerza llegó hasta la hacienda La Loza.

Por nuestro frente y nuestro flanco izquierdo había perdido intensidad el combate, y sólo el fuego de artillería continuaba incesante.

Nuestras caballerías terminaron su reconcentración en Santa Ana a las seis de la tarde, siendo allí reforzadas con las brigadas de los generales Rómulo Figueroa, Porfirio G. González y Jesús S. Novoa, procediendo, desde luego, a reorganizarse y tomar posiciones tras las cercas de piedra que existen en la misma finca, para resistir cualquier ataque del enemigo, que quedó acampado a corta distancia. Por la noche, las fuerzas del general Pedro Morales, que habían sido situadas en La Loza, fueron atacadas por el enemigo, y ordené que se reconcentraran al rancho de San Gregorio, y de allí a Santa Ana.

En la retirada de nuestras caballerías tuvimos que lamentar muy serias pérdidas, figurando entre los muertos, los coroneles Díaz Couder, de la División del general Murguía, y Cirilo Elizalde, de la Brigada Antúnez.

Al obscurecer, el enemigo tomó posiciones, formando un semicírculo a la hacienda Santa Ana, dejando sólo en descubierto la parte que quedaba frente a la línea que del cuadro de infantería ocupaba el coronel Enríquez, con el batallón Supremos Poderes.

Ese día, ordené al teniente coronel Salinas que mandara emplazar, dentro de nuestro cuadro y trente a San Gregorio, (pequeño rancho, que forma un triángulo con Santa Ana y La Loza), 4 cañones. (El teniente coronel Salinas era ya el Comandante general de la artillería expedicionaria, por disposición del Cuartel General, dictada el 24 de mayo, para substituir al general Kloss, quien fue comisionado para salir a Guadalajara, a encargarse de la fabricación de granadas para nuestra artillería).

Con el dominio de nuestras caballerías por la columna de caballería enemiga, la situación se había hecho bastante crítica, y me presentaba un problema de difícil solución: tomar la ofensiva al siguiente día era casi imposible, debido a las condiciones en que habían quedado nuestras caballerías; evacuar la hacienda Santa Ana y reconcentrar las caballerías, dentro del cuadro de las infanterías, para darles descanso y municiones, era inconveniente, dada la necesidad que teníamos de conservar aquella hacienda, por ser una de las posiciones más ventajosas, así como porque, en nuestro campamento, se carecía en absoluto de forrajes, y era escasa el agua para un número tan crecido de hombres y caballos; mandar refuerzos de infantería a Santa Ana era posible solamente retirando algunos batallones de la línea de fuego; y, de cualquier manera, dejar en peligro dicha hacienda, era provocar un fracaso. En esa difícil disyuntiva, resolví, al fin, evacuar la hacienda El Resplandor, y retirar las infanterías que se encontraban tendidas desde esa hacienda hasta frente a Santa Ana, para reforzar, con ellas, esta última, que es una posición que domina perfectamente el valle, y con ella estábamos en condiciones ventajosas para iniciar desde allí la ofensiva, cuando el enemigo hubiera ocupado las posiciones que evacuarían nuestros soldados esa noche.

Tomada tal resolución, inmediatamente di las órdenes para que esa misma noche se llevara a cabo la retirada de nuestras tropas de El Resplandor, y se hiciera su reconcentración a Santa Ana; y como se tratara de un movimiento tan delicado e importante, comisione al teniente coronel Aarón Sáenz y al capitán 1° Benito Ramírez G., ambos de mi Estado Mayor, para que, personalmente, vigilaran la ejecución de mis órdenes, hasta quedar terminada la reconcentración a Santa Ana de los Batallones 8° y 20° de Sonora, que deberían retirarse de El Resplandor.

Ese movimiento se llevó a cabo con todo sigilo y rapidez, durante la noche, hasta las dos de la madrugada.

Aquella misma noche llegaron a mi Cuartel General los generales Murgula y Castro, y después de narrar, con entereza y claridad, los acontecimientos del día, se regresaron a sus campamentos, yendo satisfechos de la determinación tomada por mí de reforzarlos con infanterías para que, aunque fuera por partes, dieran el necesario descanso a sus caballerías. En la misma noche, el general Murguía me hizo un pedido de cartuchos y provisiones, habiéndole remitido reducidas cantidades de unos y otras, debido a que estos elementos empezaban ya a escasearse en nuestros depósitos.

En el transcurso de la noche, fueron continuos, y a veces muy nutridos, los tiroteos en distintos puntos de la línea, aunque no llegaron a tener las proporciones de un ataque formal. Nuestras posiciones de Santa Ana no fueron hostilizadas.

En el día de los acontecimientos relatados, pudimos darnos exacta cuenta del efectivo del enemigo, debido a que de los puntos dominantes en que estaba emplazada nuestra artillería, y de las posiciones del general Martínez, observamos perfectamente bien los movimientos y la importancia de las columnas que los hacían.

Al amanecer del dla 2, los villistas cargaban sobre Santa Ana, haciéndolo con tal brío, que lograron llegar muy cerca de las posiciones que ocupaban nuestros soldados, dejando un gran número de muertos, al ser rechazados por el 20° Batallón de Sonora, colocado allí de antemano por el general Murguía.

Al darse cuenta el enemigo de que la hacienda El Resplandor había sido evacuada por nuestras tropás, se posesionó de ella, y extendió sus líneas por donde estaba la nuestra, hasta frente a Santa Ana.

El combate en Santa Ana continuaba, aunque con menor intensidad que el día anterior, y no dejaba de hacer fuego la artillería que el enemigo tenía emplazada frente a la nuestra, que estaba al poniente de estación Trinidad, dirigiendo sus disparos sobre nuestras posiciones y sobre nuestros trenes, aunque menos nutrido que el día anterior.

A las 12 m. el enemigo empezó a hacer un serio movimiento sobre nuestro flanco derecho, reconcentrando un gran número de fuerzas de las tres armas en la hacienda de Duarte, y procediendo, desde luego, a emplazar su artillería frente a las posiciones que ocupaban los batallones 1° y 21° de la Primera División, y el 5° y el 16° de la Segunda División.

Como nuestro movimiento de ofensiva habría de iniciarse por la hacienda Santa Ana, ordené al general Hill que movilizara más infanterías a dicha hacienda, y, al efecto, dispuso desde luego, que fracciones de diferentes batallones, sumando 600 hombres, marcharan, a las órdenes del teniente coronel Fernando F. Félix, jefe del 17° batallón Alfredo Murillo.

Como el general Murguía manifestara su deseo de atacar al enemigo que tenía enfrente, le dirigí la siguiente comunicación:


Estoy preparando un plan de ataque, que llevaremos a cabo pasado mañana, y que acabaré de resolver mañana, en vista de las fases que tome el combate. En tal virtud, se servirá usted no efectuar el movimiento ofensivo que tenía pensado desarrollar mañana, sobre el enemigo. Con el teniente coronel Fernandó F. Félix remito a usted 600 infantes, y mañana temprano pasaré a esa a cambiar impresiones, respecto al plan que pienso desarrollar.

Hago a usted presentes las seguridades de mi distinguida consideración y particular aprecio.

Constitución y Reformas.
Cuartel General en Estación Trinidad, Gto., a 2 de junio de 1915.
El General en Jefe. Álvaro Obregón.

Al C. General Francisco Murguía, Jefe de la 2a. División de Caballería del Noroeste.
En su campamento en hacienda Santa Ana del Conde, Gto.


A pesar de que la situación era para nosotros muy comprometida, por estar completamente sitiados por un enemigo. de indiscutible superioridad numérica, siendo dueños solamente de una llanura en que no había más elementos que los que habíamos logrado acumular del Sur, antes de ser cortada nuestra retaguardia, los que rápidamente iban agotándose, nuestros soldados se conservaban en magnífico estado de ánimo y con una fe inquebrantable en el triunfo sobre sus adversarios.

Por la noche, pudo notarse que el enemigo retiraba gran parte de sus contingentes que tenía a retaguardia de Santa Ana, cargándolos a nuestro flanco derecho para reforzar las tropas que desde el día anterior se habían reconcentrado en la hacienda de Duarte; y, de esa manera, fue posible la salida de emisarios de nuestro campamento, llevando pliegos míos para los generales Maycotte, Amaro y Quiroga (este último marchaba de Guadalajara a nuestro campamento, cuando fue ocupado Silao por el enemigo, y yo suponía que estuviera reconcentrado en Irapuato), que debían encontrarse en Irapuato, en cuyos pliegos les daba instrucciones de reunir sus fuerzas y marchar a nuestro campamento por el camino de Romita, para ordenarles un movimiento sobre Silao, en la forma que fuera conveniente.

Esa misma noche mandé recado al general Murguía, confirmándole mi aviso de que, a las primeras horas del día siguiente, me transladaría a la hacienda Santa Ana, para ultimar, en detalle, la forma en que debería emprenderse el movimiento de ofensiva, que ya teníamos concertado.

Decidido a emprender la ofensiva el día 4, en la misma noche del 2 ordené que se trazara un cuadro de 300 metros por lado, teniendo como centro la estación, y que se abrieran loberas sobre las líneas de dicho cuadro, para cubrirlo con la fuerza que debería quedar como resguardo de nuestros trenes, al iniciar nosotros la ofensiva, para el caso de que el enemigo que quedaba a restaguardia pretendiera apoderarse de ellos. Para distraer el menor número posible de nuestras tropas de ataque, la guardia para nuestros convoyes sería completada con todOs los miembros de la columna que no tuvieran servicio en las trincheras, tales como: ambulantes del servicio sanitario, telegrafistas militares, ordenanzas del Cuartel General, personal de la Proveeduría y de la Pagaduría, etc., etc., quienes, gustosos, se aprestaron a tomar colocación en las loberas en que habían de repeler cualquier intento del enemigo sobre nuestros trenes.

El día 3, muy temprano, marché a Santa Ana, acompañado del general Diéguez y algunos jefes y oficiales de nuestros respectivos Estados Mayores. Llegamos a dicha hacienda a las 7 a. m., y en seguida de desmontar, subimos al torreón de la finca principal, que sirve de mirador, donde ya se encontraban los generales Murguía, Castro y Alejo González. Aquel sitio ofrecía un magnífico punto de observación, de donde podían ser vistos, con toda claridad, los movimientos y colocación del enemigo. Este había suspendido sus asaltos a la hacienda, y se concretaba a hacer fuego, poco nutrido, por el frente, y con algo más de intensidad por el poniente de la hacienda. Sin embargo, la situación allí se hacía cada vez más crítica, por la absoluta falta de agua; pues aunque la bomba que proveía de este líquido a la hacienda, y que estaba instalada en el valle, había sido puesta en funcionamiento por los nuestros, el agua no llegaba a la finca, porque un tramo de la tubería que la conducía quedaba sobre el nivel del suelo y había sufrido, por los proyectiles, un sinnnúmero de perforaciones, por las que se escapaba el agua.

Habíamos resuelto ya la hora y forma en que debería efectuarse el asalto sobre el enemigo, y dábamos por terminada la observación, siendo un poco antes de las nueve de la mañana, cuando descubrimos una columna que se aproximaba a paso veloz, y pocos momentos después pudimos distinguir claramente que era artillería la que con tanta precipitación hacían avanzar los villistas rumbo a la hacienda.

Como en aquellas posiciones no teníamos artillería, y ellas ofrecían un magnífico blanco al enemigo, comprendí, desde luego, que sus fuegos serían eficaces, por lo que ordené a los generales Murguía y Castro que hicieran salir violentamente todas las caballerías e impedimentas que había en las cuadras de la finca, y cuyo número pasaba de mil dragones.

Descendimos luego del torreón, para que cada quien tomara su colocación, pues teníamos ya la certeza de la proximidad de una seria batalla.

Las caballerías e impedimentas empezaron a hacer su retirada con toda actividad, marchando el general Castro adonde se encontraban sus tropas, y el general Murguía hacia la línea de fuego, al Oeste de la hacienda, cubierta por el 20° Batallón de Sonora; mientras. que el general Diéguez se dirigla a Trinidad, y yo mandaba retirar nuestros caballos a retaguardia de las casas de la hacienda. Entonces, seguido del general Serrano, del coronel Piña, de los tenientes coroneles Jesús M. Gana y Aarón Sáenz, de los capitanes Ezequiel Ríos y Rafael Valdés, y de algunos otros miembros de mi Estado Mayor, me dirigí a las trincheras del frente, que estaban ocupadas por soldados del 8° Batallón de Sonora. El tiempo empleado por nosotros para hacer ese recorrido fue reducidísimo; pero el enemigo obró con tal diligencia e impunidad, porque no teníamos artillería con que obligarlo a conservar la suya a larga distancia, que había emplazado ya sus cañones a distancia no mayor de 1,200 metros de nuestra línea. El fuego no se hizo esperar, pues cuando nos faltaban unos setenta metros para llegar a nuestras trincheras, explotó cerca de nosotros la primera granada y a ésta siguieron otras, que eran dirigidas sobre el grupo que formábamos, en tanto que seguía yo avanzando con el coronel Piña, el teniente coronel Garza y los capitanes Ríos y Valdés.

Faltaban unos veinticinco metros para llegar a las trincheras, cuando, en los momentos en que atravesábamos un pequeño patio situado entre ellas y el casco de la hacienda, sentimos entre nosotros la súbita explosión de una granada, que a todos nos derribó por tierra. Antes de darme exacta cuenta de lo ocurrido, me incorporé, y entonces pude ver que me faltaba el brazo derecho, y sentía dolores agudísimos en el costado, lo que me hacía su ponerlo desgarrado también por la metralla. El desangramiento era tan abundante, que tuve desde luego la seguridad de que prolongar aquella situación en lo que a mí se refería era completamente inútil, y con ello sólo conseguiría una agonía prolongada y angustiosa, dando a mis compañeros un espectáculo doloroso. Impulsado por tales consideraciones, tomé con la mano que me quedaba la pequeña pistola Savage que llevaba al cinto, y la disparé sobre mi sien izquierda, pretendiendo consumar la obra que la metralla no había terminado; pero mi propósito se frustró, debido a que el arma no tenía tiro en la recámara, pues mi ayudante, el capitán Valdés, lo había bajado el día anterior, al limpiar aquella pistola. En aquel mismo momento, el teniente coronel Garza, que ya se había levantado y que conservaba su serenidad, se dio cuenta de la intención de mis esfuerzos, y corrió hacia mí, arrebatándome la pistola, en seguida de lo cual, con ayuda del coronel Piña y del capitán Valdés, me retiró de aquel sitio, que seguía siendo batido vigorosamente por la artillería villista, llevándome a recargarme contra una de las paredes del patio, donde a mis oficiales les pareció que quedaría menos expuesto al fuego de los cañones enemigos. En aquellos momentos llegó el teniente Cecilio L6pez, Proveedor del Cuartel General, quien sacó de su mochila una venda, y con ella me ligaron el muñón.

Cerca del sitio donde yo caí, permanecía tirado aún el capitán Ezequiel Ríos, de mi Estado Mayor, quien había sido seriamente herido por dos balines de la misma granada. Fue luego recogido por algunos de los miembros de mi Estado Mayor allí presentes, mientras que yo, ayudado por el teniente coronel Garza y el coronel Jorge Blum, médico de la División del general Murguía, que había sido llamado por el teniente coronel Aarón Sáenz, me dirigía, por mi propio pie, a la casa de la hacienda, adonde llegué y me recosté en un sillón que había en una de las habitaciones. A poco se presentó el general Murguía, a quien el teniente coronel Sáenz había ido a comunicar la noticia de mi herida.

La abundancia de sangre había sido tal, que creí que mi vida no podría prolongarse por muchas horas, por lo que llamé al general Murguía y le dije: Diga usted al Primer Jefe, que he caído cumpliendo con mi deber, y que muero bendiciendo la Revolución, y le indiqué la conveniencia de que se reunieran él y los generales Hill, Diéguez y Castro, para que nombraran mi sucesor, como Jefe del Ejército de Operaciones. Me dirigí también a los miembros de mi Estado Mayor, recomendándoles que continuaran al lado de quien fuera designado mi sucesor, con la misma lealtad y abnegación con que habían servido conmigo.

Poco después se improvisaba una camilla de un catre de campaña, y fui colocado sobre ella, para transladarme al Cuartel General, que distaba 10 kilómetros de la hacienda Santa Ana; y como en el trayecto tuviéramos que pasar por la línea de fuego, en un tramo regular, el general Murguía ordenó que una fuerza de caballería de su División se colocara en el valle, cubriendo uno de los flancos de nuestra marcha, mientras que el otro lo cubría la parte de mi escolta que me había acompañado a Santa Ana, a fin de sostener cualquier ataque del enemigo, mientras pasaban conmigo al campamento.

Emprendieron conmigo la marcha hacia Trinidad, marcha que se hacía muy pesada, debido al ardoroso sol de aquella hora y también a que el terreno estaba en su mayor parte surcado, y esto hacía difícil que los camilleros uniformaran su paso.

Habíamos caminado una corta distancia cuando nos encontró el teniente coronel médico de mi Estado Mayor, Enrique C. Osornio, que había sido llamado por el subteniente Gustavo Villatoro para que me atendiera en Santa Ana. El doctor Osomio se limitó a reconocer ligeramente el vendaje que me había sido puesto por el doctor Blum, y me hizo tomar un líquido, para atenuar el dolor que me causaba la mutilación. Así continuamos hasta la línea del flanco izquierdo de nuestro campamento, donde se encontraba el coronel Enríquez, a quien llamé para saludado, y cambiar con él algunas palabras.

Después de mi breve conversación con el coronel Enríquez, continuamos la marcha, empezando yo a notar alguna confusión en mis ideas, que a poco degeneró en la pérdida completa de mis facultades, debido, en parte, al anestésico que me había hecho apurar el doctor Osomio.

Mientras tanto, el combate se había generalizado sobre la hacienda Santa Ana, y se hacía también muy rudo a nuestro flanco derecho, por donde el enemigo batía con furioso cañoneo las posiciones que ocupaban el general Martínez, con el ler. Batallón, y el teniente coronel Sobarzo, con el 21°, pareciendo, más bien, que el enemigo queria hacer gala de los elementos con que contaba para aniquilarnos.

Después de las cuatro de la tarde, cuando había terminado la operación quirúrgica que me fue practicada, y me había sido retirado el cloroformo, recobré mis facultades, hallándome en el gabinete de mi carro Siquisiva. Permanecía a mi lado el teniente coronel Osornio, y éste, a preguntas que le hice, me informó que el enemigo había sido rechazado con grandes pérdidas.

Durante toda la tarde, seguía escuchando fuego de artillería y fusilería, y durante la noche se sucedieron los tiroteos y disparos aislados de artillería, fases éstas que ya se habían hecho casi reglamentarias durante las noches.

Al siguiente día se libraron combates parciales, con más o menos rudeza, en distintos puntos de nuestra línea.

El día 5 se inicio el movimiento de ofensiva, haciéndose, desde luego, arrollador el avance de nuestras fuerzas.

Durante toda la mañana estuve recibiendo en mi gabinete la visita de los miembros de mi Estado Mayor, quienes iban a notificarme, con satisfacción, la marcha de los acontecimientos, diciéndome que el enemigo era rechazado en toda la línea, y que nuestros soldados se batían con bizarría y entusiasmo.

Después del mediodía, se me comunicó la toma de León, y la completa dispersión de los reaccionarios, habiendo estado yo informado de todas lás fases de la lucha por las noticias que me daban los miembros de mi Estado Mayor, quienes prestaron eficaz ayuda al general Hill, en el desarrollo de las operaciones, desde la fecha en que yo había quedado imposibilitado para dirigirlas.

Posteriormente, el C. general Benjamín G. Hill, que había quedado como Jefe Accidental del Ejército de Operaciones, me rindió el siguiente parte:


Tengo el honor de informar a usted que a raíz del penoso incidente ocurrido el 3 de junio próximo pasado, en que una granada enemiga, al herir a usted, lo puso fuera de combate, transcribí a los generales Manuel M. Diéguez, jefe de la 2a. División de Infantería del Cuerpo de Ejército del Noroeste, Cesáreo Castro y Francisco Murguía, jefes respectivamente, de la 1a. y 2a. Divisiones de Caballería del Cuerpo de Ejército del Noroeste, la disposición de usted, comunicada el 29 de marzo del presente año, en San Juan del Río, Qro., por la Orden General de la Jefatura del Ejército de Operaciones, que a fa letra dice: Dispone el C. General en Jefe: Que el C. General de Brigada Benjamín G. Hill tome el mando directo de las infanterías del Cuerpo de Ejército del Noroeste, y que, a falta del C. General en Jefe, el citado General Benjamín G. Hill asumirá el mando del Ejército de Operaciones. Todos contestaron mi comunicación relativa, manifestando que no tenían ninguna objeción que hacer a la superior disposición de usted, y que desde luego, me reconocían como Jefe Accidental del Ejército de Operaciones.

El siguiente día (4), el enemigo sostuvo un constante fuego de artillería sobre las posiciones ocupadas por los generales Carpio y Martínez, en nuestro flanco derecho, dando asaltos parciales sobre los diferentes puntos de nuestra línea, lo que era una continuación de la situación del día anterior. En la noche del mismo día 4, llegaron al campamento de Trinidad los generales Murguía y Castro, y como se tratara ya de reunirnos, para acordar la forma en que deberíamos emprender, al siguiente día, el ataque sobre el enemigo, llamé también al general Diéguez, y reunidos todos en el carro que servía de oficina a mi Cuartel General, con asistencia también de los CC. general Francisco R. Serrano, jefe del Estado Mayor de usted, y los tenientes coroneles Jesús M. Garza y Aarón Sáenz, de la misma corporación, se propusieron y discutieron distintas formas de efectuar dicho ataque, llegando a la conclusión de que seguiríamos el plan general que usted, de antemano, había iniciado y sometido a nuestra consideración; con la sola modificación, propuesta por el general Murguía y apoyada por el general Castro, de que una columna de caballería, fuerte en dos mil hombres, partiendo de Santa Ana, trazando un semicírculo, para salvar las líneas enemigas, marchara a destruir la vía del ferrocarril a retaguardia del enemigo, en San Francisco del Rincón.

Esa modificación no dio lugar a ser discutida, porque los mismos generales proponentes informaron que la columna propuesta había salido ya, al mando del general Alejo G. González, y compuesta de fuerzas de las brigadas de él y de los generales Porfirio G. González y Pedro Morales.

El plan general era el siguiente: El general Murguía, con todas las caballerías de su División y parte de las del general Castro, y con las infanterías del 8°, 17° y 20° de Sonora, más las que se juzgara necesario de la 5a. Brigada al mando del general Gavira, emprendería un ataque sobre la extrema derecha de la línea enemiga, apoyado por dos piezas de artillería de 75 mm., que se habían llevado a Santa Ana.

Al iniciar su avance el general Murguía, emprenderían el ataque, por el frente, las fuerzas que se encontraban frente a la hacienda El Resplandor, y cuando el combate se generalizara por aquel flanco, el general Diéguez iniciaría un movimiento de ofensiva, por nuestra extrema derecha, haciendo todo esfuerzo por tomar las posiciones del cerro de la Capilla y la hacienda de Otates, para evitar que el grueso del enemigo, que ocupaba toda aquella región, auxiliara a los que eran batidos por las fuerzas del general Murguía. Se dejarían fuerzas suficientes en la hacienda Santa Ana, y en nuestra línea de retaguardia, para rechazar cualquier ataque que intentara el núcleo enemigo que quedaba en Nápoles y Silao.

De conformidad con ese plan, al siguiente día (5 de junio), a las cinco de la mañana, el general Murguía inició su ofensiva en la siguiente forma: el general Rómulo Figueroa, con dos mil hombres de caballería, partió de Santa Ana, dando un rodeo a los cerros que están a la izquierda de la hacienda citada, y llevando a sus órdenes, como jefes, a los CC. general Jesús S. Novoa y coroneles Pablo González, Heliodoro T. Pérez, Eduardo Hernández y Miguel S. González; atacó, por sorpresa, al enemigo, haciéndole, desde luego, un verdadero estrago, y obligándolo a replegarse, habiendo continuado en su persecución, batiéndolo, por las haciendas San jósé, Jagüeyes, La Sandía y San Cristóbal.

A la misma hora, 5 a. m., cuando el general Figueroa inició su ataque, la artillería emplazada en Santa Ana abrió fuego sobre el enemigo, y bajo la protección de estas piezas, el general Murguía, con el 17° batallón, dos compañías de la infantería del general Gavira, el 20° batallón, el 8° batallón y dos escuadrones de caballería de la brigada del coronel José Murguía, emprendió su avance por el frente, en dirección a El Resplandor.

El empuje de nuestros soldados obligó al enemigo a emprender su retirada, poseído de verdadero pánico, rumbo a León.

La persecución, por aquel flanco, se había generalizado, y cuando el general Murguía llegaba a la altura de El Resplandor, ordené el movimiento por nuestro frente y ala izquierda, cubiertos con fuerzas de los generales Manzo, Contreras y Jaimes, y de los coroneles Amado Aguirre y Melitón Albáñez; aquéllos de la 1a. División de Infantería, y los últimos, de la 2a. División de la propia arma, logrando, desde luego, empezar a desalojar al enemigo, el que oponía menos resistencia, al darse cuenta del desastre que había sufrido por su derecha y de la huida de sus compañeros perseguidos por el general Murguía.

Cuando todo nuestro frente había tomado las primeras posiciones del enemigo, inició el general Diéguez un nuevo movimiento, sobre un grueso núcleo de reaccionarios, que permanecían atrincherados a nuestra retaguardia y flanco derecho.

Dicho movimiento lo hizo el teniente coronel Mancillas, con fuerzas del batallón de su mando, y una fracción de las del coronel Abascal.

Entretanto, el general Gavira, con las fuerzas de su brigada y caballerías del coronel José Murguía, hacía una batida eficaz al enemigo, que se encontraba en las haciendas Loza de Barrera y Sotelo, desalojándolo de aquellas posiciones.

Cuando el teniente coronel Mancillas asaltaba y tomaba las primeras trincheras del enemigo, el general Diéguez ordenó al general Eugenio Martínez que con las tropas de su mando y el 5° batallón de la 2a. División, avanzara sobre el enemigo, que tenía frente a sus posiciones. Ese movimiento fue tan enérgico, que los nuestros lograron desalojar a los reaccionarios, obligándolos a replegarse a la sierra de La Luz, que corre de Sur a Norte, yendo los traidores en completa dispersión, por los caminos que conducen a San Felipe y Dolores Hidalgo.

El avance de nuestros soldados continuó por los distintos sectOres, y después del mediodía, reunidos ya en las cercanías de León, los generales Figueroa y Murguía, éste, con las infanterías que a sus órdenes directas partieron de Santa Ana, atacaban rudamente al enemigo, que trataba de hacerse fuerte en aquella plaza, logrando desalojarlo de sus últimas posiciones y ponerlo en fuga.

El teniente coronel Félix había tomado, con parte de las infanterías de su mando, el cerro de Jerez, que está frente a León, y allí fue vigorosamente atacado por un enemigo en número abrumador, viéndose obligado a replegarse hasta donde encontró a las infanterías que hacían el avance general, habiendo sufrido serias pérdidas, entre ellas al mayor Guarizapa, de la fracción del 15° batallón, quien resultó muerto.

La persecución al enemigo cóntinuó en todas direcciones, hasta el obscurecer, reconcentrándose después nuestras tropas en León y en el campamento de Trinidad.

Nuestras tropas capturaron al enemigo la artillería que tenía emplazada frente a la hacienda Santa Ana, así como la que, tenía frente a El Resplandor, por nuestra ala izquierda, al comenzar el movimiento; y los batallones 5° y 16° de la 2a. División del Noroeste, al hacer su avance sobre la derecha, capturaron también dos cañones con 11 granadas.

El general Martínez, al ocupar con sus fuerzas la hacienda de Otates, donde Villa tenía establecido su Cuartel General, capturó grandes cantidades de provisiones, parque, elementos sanitarios, etc., que allí habían reconcentrado los villistas.

Estimo que en esta jornada, el enemigo dejó en poder de los nuestros más de 300,000 cartuchos de 7 mm., más de 3,000 rifles, así como 20 ametralladoras y 6 cañones, e igualmente, grandes cantidades de provisiones de boca, medicinas y objetos varios.

Las bajas del enemigo ascendieron a más de 5,000, entre muertos y heridos, prisioneros y dispersos, calculando las nuestras, durante los días 3, 4 y 5, en 700, entre muertos y heridos, correspondiendo las dos terceras partes a las caballerías y el resto a la infantería.

Entre nuestros heridos, figuran el coronel Amado Aguirre, de la 2a. División del Noroeste, quien recibió una grave herida en la cabeza, y se encuentra en estado de suma delicadeza, y el teniente coronel Sobarzo, quien recibió dos heridas en la caja del cuerpo, aunque no son de gravedad.

El enemigo logró hacer escapar sus trenes, donde tenía impedimentas y alguna artillería, debido a que la columna que se había destacado para cortar la vía a su retaguardia no llegó con la oportunidad necesaria.

Debo hacer notar que, a excepción del movimiento encomendado al general Alejo González, todos los detalles del plan general de ofensiva, acordado la noche del 4, fueron puestos en ejecución con toda exactitud, y desarrollados con entero éxito, por lo cual la Jefatura que accidentalmente tenía a mi cargo, no vio necesario dictar ningunas órdenes en sentido de modificar la forma de nuestra ofensiva.

Con respecto al C. general Cesáreo Castro, debo manifestar que, habiendo sido fraccionada su División, marchando una parte con el general Alejo González, a hacer el movimiento a retaguardia del enemigo, y otra con el general Murguía, en el movimiento ofensivo sobre León, quedando otra parte con el general Maycotte, cortada a nuestra retaguardia; el general Castro, con algunos de los miembros de su Estado Mayor, permaneció en la hacienda de Santa Ana, observando los movimientos del enemigo a nuestra retaguardia y flanco izquierdo, incorporándose en la tarde del día 5 a nuestro campamento de Trinidad.

Considero que no hay lugar a hacer mención especial de algunos de los miembros de nuestro Ejército, puesto que todos, y cada uno, cumplieron a satisfacción, desempeñando con toda eficacia y valor las comisiones y servicios que se les encomendaron.

Felicito a usted, y por su digno conducto, al C. Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, por este completo triunfo de nuestras armas sobre los reaccionarios, protestándole mi atenta consideración y respeto.

Constitución y Reformas.
Encarnación, Jal., julio 2 de 1915.
El General en Jefe de la 1a. División de Infantería del Cuerpo de Ejército del Noroeste.
Benjamín G. Hill.


Tomada la plaza de León por nuestras fuerzas, después de la completa derrota y dispersión de los reaccionarios que la defendían, continuaban ocupadas por el enemigo, a nuestra retaguardia, las plazas de Silao y Guanajuato; y para recuperar esas plazas, encontrándome aún en estación Trinidad, el día 6 comuniqué órdenes directas al general Amaro, que ya se había puesto en contacto con mi Cuartel General por Romita, para que, en combinación con los generales Maycotte y Quiroga, que se encontraban al Sur de Silao, atacaran al enemigo que se encontraba posesionado de aquella plaza y procedieran, desde luego, a la reparación de la vía del ferrocarril, en los tramos en que hubiera sido destruida, al Norte y Sur de Silao.

Ese movimiento se efectuó desde luego, y a las seis de la tarde del mismo día, nuestras fuerzas ocuparon la plaza de Silao, donde los villistas no intentaron hacer resistencia, pues conociendo el desastre que sus compañeros habían sufrido por nuestro frente, sólo procuraron escapar a la batida de los nuestros, huyendo precipitadamente hacia la sierra de Guanajuato.

Por la noche, ordené que los generales Maycotte y Quiroga marcharan con sus fuerzas a incorporarse al campamento de Trinidad, batiendo a las partidas de villistas dispersos, que hubieran quedado cerca de la vía; debiendo permanecer en Silao el general Amaro, para que, en combinación con las fuerzas del general Benecio López y del coronel José Siurob, que se les incorporarían, procedentes de Irapuato, marchara a ocupar la ciudad de Guanajuato que, según informes recibidos en mi Cuartel General, continuaba en poder de los reaccionarios, mandados por Natera, Bañuelos, Máximo García y otros.

El día 7 me transladé con el Cuartel General a la ciudad de León, y como allí recibiera informes contradictorios respecto a la situación de la plaza de Guanajuato, unos, los más verídicos, manifestando que el enemigo la había evacuado, dividiéndose en dos columnas, y que una de ellas había marchado rumbo a Irapuato, con ostensible intención de destruir la vía al sur de dicha plaza, ordené al general Amaro que se concretara a vigilar por la seguridad de la vía al sur, estando pendiente de los movimientos que, por el rumbo de Irapuato, llegara a hacer el enemigo, a fin de batirlo con toda oportunidad.

El día 8, el general Amaro me rindió parte de que, efectivamente, un núcleo villista había salido de Guanajuato; que intentó aproximarse a la vía del ferrocarril, habiendo sido batido y obligado a replegarse, por las fuerzas del general Benecio López, en la hacienda de Guadalupe.

Con esa derrota, el enemigo desistió de sus intentos de causar daño en la vía del ferrocarril, retirándose de aquella zona, con rumbo a Dolores Hidalgo, abandonando entonces la plaza de Guanajuato, la que el día 12 fue ocupada por fuerzas del general Amaro, al mando del general J. Espinosa y Córdoba, y las del coronel Siurob, Gobernador y Comandante Militar del Estado.

Con las batallas a que se refiere el presente parte, se consumó uno de los más importantes triunfos de las armas Constitucionalistas sobre la reacción, pues el enemigo durante esas diferentes acciones perdió más de diez mil hombres, entre muertos, heridos, prisioneros y dispersos, incluyendo, en el número de estos últimos, a más de dos mil hombres que, en grupos más o menos numerosos, y con sus armas y demás pertrechos, se disgregaban del grueso del ejército reaccionario, después de cada fracaso que sufrían; unos para ir a operar aisladamente, por su propia cuenta, en distintas regiones, y otros, para deponer las armas y regresar a sus hogares, convencidos ya de la inutilidad de luchar contra los verdaderos ideales y ejército del pueblo.

Las deserciones del enemigo se acentuaron más a raíz de la toma de León por nuestras fuerzas, pues casi todos los rebeldes de Jalisco se internaron a aquel Estado, separándose del ejército de Villa.

La pérdida de elementos por parte del enemigo fue también muy importante, pues, como lo consigna el parte rendido por el general Hill, al hacer nuestros soldados el asalto de sus posiciones, capturaron, casi íntegros, sus depósitos de pertrechos, provisiones de boca, etc.

Me satisface poner, en el superior conocimiento de usted que las heridas que recibí el 3 de junio, y que causaron la pérdida de mi brazo derecho, no me impidieron continuar el avance al Norte, con el Ejército de Operaciones.

El total de bajas que experimentó nuestro Ejército, en todas las operaciones a que se contrae el presente parte, fue alrededor de 1,700, entre muertos y heridos, según el Estado General, que va incluso.

Me es honroso felicitar a usted por el nuevo triunfo alcanzado por nuestro Ejército sobre las armas de la reacción; renovándole las seguridades de mi respetuosa subordinación y aprecio.

Constitución y Reformas.
Aguascalientes, Ags., 17 de julio de 1915.
El General en Jefe. Alvaro Obregón.

Al C. Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo de la Nación.


EXPEDICIÓN DE LA COLUMNA DEL CORONEL GUERRERO

Al día siguiente del en que nuestras tropas abatían a los reaccionarios y tomaban la ciudad de León, una fracción del Ejército Constitucionalista se sacrificaba heroicamente: El general Enrique Estrada, que era Comandante Militar del Estado de Jalisco, al tener conocimiento de que el enemigo nos tenía cortada nuestra retaguardia al sur de Trinidad, destacó de Guadalajara una columna de 250 hombres, al mando del coronel Miguel Guerrero, con instrucciones de acercarse lo más posible a la vía del ferrocarril entre León y Lagos, para vigilar los movimientos del enemigo por aquel rumbo y, al ser factible, causar daños en la misma vía, para llamar la atención de los reaccionarios que estaban frente a Trinidad y en la plaza de León. El coronel Guerrero, en su marcha con ese destino, atacó y tomó la población de San Miguel el Alto, del Estado de Jalisco, derrotando a la guarnición villista que la defendía, y que era en número aproximado de trescientos hombres; pero al día siguiente, el 6 de junio, un fuerte núcleo enemigo, al mando de Parra y Caloca, en número aproximado de mil quinientos hombres, fue a batir a nuestra pequeña columna, poniendo sitio a la plaza de San Miguel el Alto. El coronel Guerrero se aprestó a resistir el ataque, a pesar de su escaso contingente, y se entabló un reñido combate, en que los nuestros iban siendo diezmados y reducidos cada vez a un perímetro menor, dentro de la ciudad, hasta que les quedó como último reducto el templo del lugar; donde siguieron luchando bizarramente, hasta que una bala enemiga dio fin a la vida del valiente coronel Guerrero, y los pocos hombres que le quedaban ya exhaustos de parque y acosados por los numerosos reaccionarios, se dispersaron, logrando salvarse unos y cayendo prisioneros otros. El coronel Guerrero era hijo del Estado de Sonora, habiendo abrazado la causa de la revolución en Tepic, donde, siendo teniente del ejército federal, se rebeló contra el usurpador Huerta. Al ocurrir su muerte, Guerrero contaba sólo 27 años de edad.


ANEXO NÚMERO 1
ESTADO GENERAL DE FUERZA DEL EJÉRCITO DE OPERACIONES AL INICIARSE LA BATALLA DE TRINIDAD, DEL 1° AL 5 DE JUNIO DE 1915

Primera División de Infantería del Noroeste. Su Jefe: General de Brigada Benjamín G. Hill; Su efectivo, en Jefes, Ofíciales y soldados, 6,482.
Segunda División de Infantería del Noroeste. Su Jefe: General de Brigada Manuel M. Diéguez; Su efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 4,532.
Primera División de Caballería del Noroeste. Su Jefe: General de Brigada Cesáreo Castro; Su efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 4,998.
Segunda División de Caballería del Noroeste. Su Jefe: General de Brigada Francisco Murguía; Su efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 5,000.
Batallón Supremos Poderes. Su Jefe: Coronel Ignacio C. Enríquez; Su efectivo, en Jefes. Oficiales y soldados, 600.
Batallón de Ferrocarrileros. Su Jefe: Mayor Carlos Caamaño; Su efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 280.
Brigada de Caballería Triana. Su Jefe: General de Brigada Martín Triana; Su efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 380.
Brigada de Caballería Guillermo Prieto. Su Jefe: General Brigadier Pedro Morales; Su efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 1,236
Primer Regimiento de la Brigada de Caballería Antúnez. Su Jefe: Coronel Juan Torres; Su efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 324.
Cuarto Regimiento de la Brigada de Caballería Antúnez. Su Jefe: Coronel Vidal Silva; Su efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 312.
Quinto Regimiento de la Brigada de Caballería Antúnez. Su Jefe: Coronel Cirilo Elizalde; Su efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 274.
Escolta del Cuartel General. Su Jefe: Teniente Coronel Lorenzo Muñoz; Su efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 220.
Escolta del C. General Benjamín G. Hill. Su Jefe: Teniente Coronel Doroteo Urrea; Su efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 114.
Artillería Expedicionaria. Su Comandante: Teniente Coronel Gustavo Salinas; Su efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 346 Piezas: 13 cañones de diversos calibres.
Primer Regimiento de Ametralladoras. Su Jefe: Teniente Coronel Abraham Carmona; Su efeCtivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 263.
Cuerpo de Dinamiteros. Su Jefe: Teniente Coronel Bernardino Mena Brito; Su efectivo, en Jefes, Oficiales y soldados, 65 Piezas: (tubos lanzabombas) 29.

Aguascalientes, Ags., 17 de julio de 1915.
El General en Jefe. Alvaro Obregón.


ANEXO NÚMERO 2
PERSONAL DEL CUARTEL GENERAL DEL EJÉRCITO DE OPERACIONES EN LAS BATALLAS DE TRINIDAD Y LEÓN, GTO., DURANTE EL MES DE MAYO Y PRIMEROS DíAS DE JUNIO DE 1915

Jefe del Ejército de Operaciones: C. General de División Alvaro Obregón.

Estado Mayor

Jefe: General Brigadier Francisco R. Serrano.
Teniente Coronel Aarón Saenz.
Teniente Coronel Jesús M. Garza.
Capitán Primero Alberto G. Montaño.
Capitán Primero Adolfo Cienfuegos y Camus.
Capitán Primero Benito Ramírez G.
Capitán Segundo Ezequiel Ríos.
Capitán Segundo José Lozano reyes.
Capitán Segundo Carlos Roel.
Subteniente Enrique Garza.
Subteniente F. Gustavo Villatoro.
Subteniente Arturo de Saracho.

Servicio Sanitario

Teniente Coronel Médico de E. M., Enrique C. Osornio.
Practicante, Teniente Faustino Gómez.
Secretario del Cuartel General, C. Manuel Vargas.
Jefe de la Escolta, Teniente Coronel Lorenzo Muñoz.

Notas:

Incorporados al Estado Mayor, durante los combates, estuvieron los siguientes jefes y oficiales:

Coronel Miguel Piña, hijo, Pagador General del Cuerpo de Ejército del Noroeste.
Mayor Josué Sáenz, Pagador del Cuartel General.
Capitán Primero Rafael Valdés, Ayudante del General en Jefe.
Capitán Segundo Cecilio López, Proveedor del Cuartel General.

Concurrieron también a las batallas, desempeñando algunas comisiones, aunque sin carácter militar, los CC.:

Ingeniero Alfredo C. Acosta.
Agustín Ortiz.
Fotógrafo Agapito Casillas.
Agente Especial Carlos R. Díaz.

Accidentalmente estuvieron agregados al Cuartel General y presentes durante las batallas, los CC.:

Adolfo de la Huerta, Oficial Mayor de Gobernación.
J. M. Alvarez del Castillo (Lic.).
Salvador Escudero.

Quienes constituían una Comisión de Propaganda Revolucionaria, enviada de Veracruz, por la Primera Jefatura, para laborar de acuerdo con el Cuartel General, en las plazas controladas por el Ejército de Operaciones.

C. Jesús H. Abitia. Quien con mucho arrojo y en circunstancias verdaderamente peligrosas, se dedicaba a tomar vistas cinematográficas de los combates.

Sección Telegráfica

Jefe: Mayor Telegrafista Luis G. Zepeda.
Sub-Jefe: Mayor Telegrafista José Acosta Díaz.
Telegrafista Benito Ramos.
Telegrafista Pascual Vieyra.
Telegrafista Benjamín González.
Telegrafista José Alarcón.
Telegrafista Pedro Torres.
Telegrafista Ignacio A. Dávila.
Telegrafista Sra. Macrina Lara.
Telegrafista Vicente Coria (muerto en Silao).
Celador Paulino Cera.
Celador Patricio Torres.
Celador Jesús Ortiz.

Pagaduria General

(Instalada en el Convoy del Cuartel General, que fue constantemente cañoneado por el enemigo durante los combates).

Contador General: Manuel Bonfiglio.
Ayudantes: Rafael Leyva.
José Juan Ortega.
Manuel Zubillaga.
Federico Celayo.
Inspector de Pagadurías: Gonzalo Quintana.

Sección de Ferrocarriles

Jefe de trenes: Mayor Paulino Fontes.
Ayudante: C. Jesús C. Villarreal.

Tripulación del tren del Cuartel General

Conductor: C. Ernesto Olendorff.
Maquinista: C. Valentín Máinez.
Fogonero: C. Justino Pérez.
Garroteros: C. Jesús de León.
C. Alberto Gutiérrez.
C. Eduardo Machado.

Proveeduria General

Depositario y distribuidor: Capitán Primero Fernando Araiza.

Almacenes de Equipo

Depositario y distribuidor: Capitán Primero José Obregón.

Depósitos de Parque

Depositario y distribuidor: Teniente Coronel Doroteo Urrea.

Servicio de Información

Durante toda nuestra campaña en el Bajío, el servicio de información confidencial estUvo desempeñado por el C. Alejandro Iñigo, quien proporcionaba al Cuartel General importantes datos sobre los movimientos y efectivo del enemigo, datos que él obtenía en el mismo campo villista, adonde con frecuencia penetraba.

En esos servicios corría grande peligro la vida de nuestro Agente, pero éste pudo salir siempre avante de sus difíciles sitUaciones, debido a su sangre fría e ingeniosidad, ayudándole grandemente su apariencia de extranjero y la circunstancia de que posee a la perfecci6n varios idiomas. La veracidad de los informes de nuestro Agente Confidencial quedó siempre comprobada por lo que su labor fue de mucha utilidad en nuestra campaña y es de justicia hacer aquí su elogio.


ANEXO NÚMERO 1
ESTADO GENERAL DE BAJAS DEL EJÉRCITO DE OPERACIONES EN LOS COMBATES QUE PRECEDIERON A LA TOMA DE LEÓN, GTO.

27 de abril de 1915: 9 muertos y 14 heridos de la Brigada del general Maycotte.
29 de abril de 1915: 6 muertos y 10 heridos de la Escolta en tren explorador del General en jefe.
29 de abril de 1915: 80 elementos entre muertos y heridos de la Brigada del general Maycotte y otros cuerpos de caballería.
30 de abril de 1915: 19 muertos y 14 heridos, entre éstos últimos un Mayor y dos Capitanes de la División del General Murguia.
3 de mayo de 1915: 120 entre muertos y heridos, contándose entre los heridos, los Generales Maycotte y Pedro Morales, el Coronel Juan Torres y el Teniente Coronel M. Fernández de Lara.
8 de mayo de 1915: 250 entre muertos y heridos. Entre los muertos 1 oficial y 8 soldados artilleros.
12 de mayo de 1915: 50 entre muertos y heridos.
13 de mayo de 1915: 15 entre muertos y heridos. Entre los heridos: Coroneles J. Fernández de Lara y Enrique espejel.
14 de mayo de 1915: 67 entre muertos y heridos, de los batallones 9° y 20°. Entre los muertos: Capitán 2° Ricardo Vidal; Teniente Cristobal López y Subteniente Narciso Amistrón, del 9° batallón.
22 de mayo de 1915: 330 entre muertos y heridos, correspopndiendo 144 a la División de Caballería del General Castro, 20 al personal de Artillería y el resto a otras fuerzas. Entre los heridos: 1 Coronel de la División del General Murguia, el Mayor Francisco Flores, del 20° Batallón, General Juan Cruz, Jefe Mayo, y el Teniente Ramíro Diéguez, del Estado Mayor del General Diéguez. Entre los muertos: 1 Mayor y 4 Oficiales de las caballerías del General Castro.
23 de mayo de 1915: 4 muertos y 11 heridos de las infanterías de la 1a. División del Noroeste.
1° de junio de 1915: 9 muertos, Coronel Francisco R. Noriega, Jefe del 2° Batallón de Sonora y 8 soldados.
Del 1° al 5 de junio de 1915: 700 entre muertos y heridos, correspondiendo las dos terceras partes a las Caballerías. Entre los muertos: Coroneles Díaz Couder y Cirilo Elizalde, Mayores Dolores Guarizapa y Antonio Murrieta. Entre los heridos General en Jefe Alvaro Obregón y el Capitán del Estado Mayor Ezequiel Ríos, Coronel Amado Aguirre, de la 2a. División de Infantería del Noroeste y Tenientes Coroneles J. Manuel Sobarzo y Abelardo Rodríguez, de la 1a. División de Infantería del Noroeste.
Total de bajas: 1708.

Aguascalientes, Ags., 17 de julio de 1915.
El General en Jefe. Alvaro Obregón.

Índice de Ocho mil kilómetros en campaña de Álvaro ObregónCAPÍTULO VII -Segunda parteCAPÍTULO VIII - Primera parteBiblioteca Virtual Antorcha