Índice de Ocho mil kilómetros en campaña de Álvaro ObregónCAPÍTULO IV -Segunda parteCAPÍTULO IV - Cuarta parteBiblioteca Virtual Antorcha

Ocho mil kilómetros en campaña

Álvaro Obregón

CAPÍTULO CUARTO

Tercera parte


PREPARATIVOS DE EJECUCIÓN Y BAILE OBSEQUIADO POR EL ESTADO MAYOR A LOS JEFES DE LA DIVISIÓN DEL NORTE

Al entrar en la habitación en que Villa se encontraba, éste se levantó de su asiento, sin ocultar su indignación, y desde luego me dijo:

-El general Hill está creyendo que conmigo van a jugar ...; es usted un traidor, a quien voy a mandar pasar por las armas en este momento.

Y dirigiéndose entonces a su secretario, señor Aguirre Benavides, que estaba en la pieza contigua presenciando estos hechos, le dijo:

-Telegrafíe usted al general Hill, en nombre de Obregón, que salga inmediatamente para Casas Grandes.

Luego se dirigió nuevamente a mí, y me preguntó:

-¿Pasamos ese telegrama?

A lo que contesté:

-Pueden pasarlo.

En seguida de obtener mi respuesta, Villa se dirigió a uno de sus escribientes ordenándole:

-Pida por teléfono veinte hombres de la escolta de Dorados, al mando del mayor Cañedo, para fusilar a este traidor.

Entonces me dirigí a Villa diciéndole:

-Desde que puse mi vida al servicio de la Revolución, he considerado que será una fortuna para mí perderla.

Aguirre Benavides, que había previsto los acontecimientos, había llamado violentamente al general Madero, y éste se encontraba ya también en la pieza contigua, dándose cuenta de los hechos relatados.

A propósito del mayor Cañedo, que debería mandar la escolta para mi ejecución, debo consignar que, anteriormente, había pertenecido al Cuerpo de Ejército de mi mando, del que, por disposición mia, fue dado de baja, expulsándolo de Sonora, por indigno de pertenecer a nuestro ejército.

En los momentos en que yo replicaba al amago de Villa, y cuando quizás estuve en peligro de ser asesinado por él mismo, como en muchos casos llegó a hacerlo con otros, se introdujo en la pieza contigua el llamado general y doctor Felipe Dussart -individuo a quien yo en Sonora había destituido de nuestras filas, por indigno de pertenecer al Ejército Constitucionalista-, quien haciendo a Villa una señal, empezó a aplaudirlo, dando algunos saltos, para demostrar su regocijo por mi próxima ejecución, y exclamando:

-¡Bravo, bravo, mi general ...!; así se necesita que obre usted.

Fue tal la indignación que Villa experimentó contra aquel ser despreciable que iba a festejarse con mi ejecución, que llevó sobre él su furia diciéndole:

-¡Largo de aquí, bribón, fantoche; porque lo corro a patadas!

Mientras se registraba aquel sainete entre Villa y Dussart, yo continuaba paseando a lo largo del cuarto.

Cuando Villa hubo lanzado fuera a Dussart, volvió a mi compañía, y los dos seguimos dando vueltas por la pieza.

La furia de aquel hombre lo estaba haciendo perder el control de sus nervios, y a cada momento hacía movimientos que denunciaban su excitación.

A mí no me quedaba más recurso que llevar al ánimo de Villa la idea de que me causaría un bien con asesinarme, y con este propósito, cada vez que él me decía:

Ahorita lo voy a fusilar.

Yo le contestaba:

-A mí, personalmente, me hace un bien, porque con esa muerte me van a dar una personalidad que no tengo, y el único perjudicado en este caso será usted.

La escolta había llegado ya.

A mis oficiales los tenían detenidos en la pieza que se me había preparado como recámara, y sólo faltaba la última palabra de Villa.

Éste continuaba, a mi lado, paseándose por la pieza, cuando repentinamente se separó, dirigiéndose hacia el interior de la casa.

Al cuarto contiguo, donde se encontraba al principio Aguirre Benavides y el general Madero, habían llegado Fierro y algunos otros satélites de Villa, de los que -como Fierro- se distinguieron siempre por su afición al crimen.

El tiempo transcurría, y nuestra situación no variaba en nada.

Cuando todo estaba listo para nuestra ejecución, llegó el agente especial del Gobierno de los Estados Unidos, Mr. Canova, seguramente con intención de entrevistar a Villa; pero tuvo que regresarse sin hacerlo, porque no le permitieron franquear la puerta de la casa.

La noticia de la orden para nuestro fusilamiento había cundido ya por toda la ciudad, y grupos de curiosos se reunían en los contornos de la casa de Villa para presenciar las ejecuciones.

Había transcurrido una hora, cuando Villa hizo retirar la escolta y levantar la guardia que teníamos a la puerta.

Como a las 6.30 p. m., entró en la pieza y, tomando asiento, me invitó a que me sentara a su lado.

Nunca había estado yo más consecuente en atender una invitación. En seguida tomé asiento en el sofá que Villa me señaló al invitarme.

Villa, con una emoción que cualquiera hubiera creído real, en tono compungido, me dijo:

-Francisco Villa no es un traidor; Francisco Villa no mata a hombres indefensos, y menos a ti, compañerito, que eres huésped mío. Yo te voy a probar que Pancho Villa es hombre, y si Carranza no lo respeta, sabrá cumplir con los deberes de la Patria.

Aquella emoción tan bien fingida continuó en creciente, hasta que el llanto apagó su voz por completo, siguiéndose a esto un silencio prolongado, el que vino a turbar un mozo, que de improviso entró en la habitación y dijo:

-Ya está la cena.

Villa se levantó y, enjugando su llanto, me dijo:

-Vente a cenar, compañerito, que ya todo pasó.

Confieso que yo no participaba de la opinión de Villa de que todo había pasado, pues en mí no sucedía lo mismo, porque el miedo ni siquiera empezaba a declinar.

Inmediatamente después de la cena, los oficiales comisionados por la mañana de be día para preparar el baile, y que habían sido ya puestos en libertad, así como los que formaban la Comisión de recepción, se transladaron al salón del Teatro de los Héroes, para que principiara la fiesta.

Villa se excusó de asistir al baile, diciendo estar indispuesto, y yo me presenté en el teatro a las nueve de la noche.

La fiesta estuvo muy animada, y bailamos hasta las primeras horas de la mañana del siguiente día.

La mayor parte de los concurrentes estaba al tanto de los acontecimientos que habían tenido lugar durante la tarde, y se formaban mil conjeturas al vernos entregados al baile sin hacer ningunos comentarios.


COMISIÓN AL MAYOR JULIO MADERO.
NEGATIVA DE HILL A LAS ÓRDENES DE VILLA

Al mayor Julio Madero, de mi Estado Mayor, le recomendé salir por El Paso y transladarse a Douglas, para informar confidencialmente al señor Francisco S. Elías, agente del Gobierno ConstitUcionalista, y al general Benjamín G. Hill, sobre la sitUación en que estaba yo en Chihuahua, y hacer a éste la advertencia de que no debería atender las órdenes transmitidas en mi nombre por la oficina particular del general Villa. Al mismo tiempo, entregué a Julio Madero la cantidad de veinte mil pesos en billetes de Banco, suplicándole depositarlos en la casa del señor Francisco S. Elías e instruir a éste, en mi nombre, para que hiciera de ellos una equitativa distribución entre las familias de loS miembros de mi Estado Mayor, si éstos, como yo creía, eran asesinados juntamente conmigo, por Villa.

El general Hill contestó el mensaje de Villa, en sentido de que no atendería ninguna orden que fuera firmada por mí, mientras yo permaneciera en Chihuahua.

Villa, en el colmo de la indignación por la contestación de Hill, ordenó inmediatamente la salida de dos mil hombres, al mando del general José R,odríguez, por vía Ciudad Juárez y Casas Grandes, dizque para someter a Hill.

Se habían recibido ya noticias de que Cabral había sido mal recibido por Maytorena, quien se negó a entregarIe el gobierno y la Comandancia Militar de Sonora; y en estas circunstancias, se consideró inútil todo esfuerzo para solucionar las dificultades en aquel Estado.

El día 18, ya muy tarde, se me presentó el agente consular de Estados Unidos, Mr. Canova, a decirme que él y otras personas habían conseguido de Villa que se me pusiera en libertad y se me mandara a Ciudad ]uárez, hasta dejarme en territorio norteamericano, ofreciéndose él (Mr. Canova), bondadosamente, a acompañarme.

A esta oferta, contesté:

-Agradezco sinceramente sus gestiones, y puede usted también expresar mi agradecimiento a Villa y a las personas que acompañaron a usted ante él, para influir en su ánimo a tomar tal resolución; pero no puedo permitir que se me arroje del país a buscar seguridades para mi vida en territorio extranjero. Si yo soy un bandolero o un traidor, debo ser ejecutado aquí mismo, en Chihuahua; pero si no lo soy, debo ser puesto en libertad, y regresar a México, a dar cuenta de la comisión que me confirió el Primer Jefe.

El día 21, después de una serie de juntas y discusiones, Villa y sus generales llegaron a la siguiente resolución: Villa permanecería en Chihuahua, mientras que todos sus generales concurrirían a la Convención, en la capital de la República, y que, a fin de no perder tiempo, saldrían desde luego, en mi compañía, los generales Eugenio Aguirre Benavides y José Isabel Robles, en tanto que se reunieran en Chihuahua los demás jefes de la División del Norte para marchar a México.


SALIDA DE CHIHUAHUA Y REGRESO A MÉXICO

En la tarde de ese mismo día, salí de Chihuahua, acompañado de los generales Aguirre Benavides y Robles.

Durante el camino, los generales que me acompañaban y yo hablamos ya con entéra libertad; y entonces, con verdadera satisfacción, conocí las protestas de éstos contra las tendencias de Villa y sus consejeros, de envolver al país en una nueva lucha.

Llegamos a estación Ceballos, y nuestro tren hizo alto.

Momentos después, entraban en mi gabinete los generales Aguirre Benavides y Robles, trayendo el segundo un telegrama, que le acababan de entregar en la estación. Robles, moviendo la cabeza en señal de disgusto y dirigiéndose a mí, dijo:

-Mire usted el telegrama que acaba de dirigir el general Villa.

El telegrama había sido depositado en Chihuahua, firmado por Villa y dirigido a los generales mencionados, diciendo su texto:

Sírvanse ustedes regresarse inmediatamente, trayendo consigo al general Obregón.

No se necesitaban facultades de profeta, para anunciar lo que seguiría a mi regreso a Chihuahua.

Robles y Aguirre Benavides habían tomado asiento, y los tres permanecíamos callados.

Al fin Robles rompió el silencio y, poniéndose en pie, me dijo:

-Díganos usted en qué forma podemos servirle, y estaremos enteramente a sus órdenes. Cuente usted con nosotros.

Yo comprendí que la situación de aquellos hombres era muy comprometida, dadas las confidencias que mutuamente nos habíamos hecho y las que serían interpretadas por Villa como complicidad conmigo, si llegaba a conocer esa circunstancia, y dada también la indignación que ellos habían manifestado por tan execrable proceder de Villa. Por lo tanto, no queriendo hacerles más comprometida aquella sitUación, me limité a decir a Robles:

-Agradezco el ofrecimiento de ustedes, y voy a aceptarlo, solamente suplicándoles me ofrezcan, bajo su palabra de honor, que no permitirán que se me insulte, ni que se me ultraje, y que si Villa, como creo, me manda fusilar a mi llegada a Chihuahua, ustedes influirán por que lo haga sin detalles humillantes.

Aquellos hombres, profundamente conmovidos, se pusieron en pie, y, tendiéndome la mano, me juraron no permitir que se cometiera ultraje alguno conmigo en mi ejecución.

El tren se puso en marcha de regreso.

Durante el camino, Robles y Aguirre Benavides no trataban de ocultar su contrariedad, ofreciendo que, si Villa me asesinaba, ellos regresarían inmediatamente a Torreón, en donde estaban las fuerzas de su mando, y serían los primeros en batirlo.

Cuando nos aproximábamos a Chihuahua, llamé a mi gabinete al periodista Mr. Butcher y, entregándole un veliz, que contenía una cantidad de dinero en billetes de Banco, le dije:

-Ya vamos a llegar a Chihuahua, y es probable que después de nuestro arribo a la estación, no nos volvamos a ver. Quiero entregar a usted este dinero, que no me pertenece, y que es de la Nación, para que haga usted entrega de él al señor Francisco S. Elías, agente comercial de mi Gobierno, para que él dé cuenta de este entero.

(La cantidad entregada al señor Butcher ascendía a treinta mil pesos.) Butcher, sin ocultar su emoción, recogió el veliz con los fondos, pronunciando algunas palabras con que trató de desvanecer mi pesimismo, y se retiró a su departamento.

Nuestro tren llegaba a la estación de Chihuahua a la madrugada del día 23.

La estación estaba desierta, y nosotros permanecimos en nuestro carro.

A las siete de la mañana, llegó a nuestro carro un oficial de Villa, con el automóvil particular de éste, para conducirnos a su casa.

Cuando llegué a la casa de Villa, éste se encontraba enfurecido; pero toda su ira la manifestaba contra el señor Carranza, a quien calificaba duramente.

Me saludó muy nervioso, y luego me mostró el telegrama que el día :anterior había dirigido al Primer Jefe, desconociéndolo, en nombre de la División del Norte, y rebelándose abiertamente contra su autoridad. A continuación, se reproduce el texto de dicho telegrama.

Índice de Ocho mil kilómetros en campaña de Álvaro ObregónCAPÍTULO IV -Segunda parteCAPÍTULO IV - Cuarta parteBiblioteca Virtual Antorcha