Índice de Ocho mil kilómetros en campaña de Álvaro ObregónCAPÍTULO III -Segunda parteCAPÍTULO III - Cuarta parteBiblioteca Virtual Antorcha

Ocho mil kilómetros en campaña

Álvaro Obregón

CAPÍTULO TERCERO

Tercera parte


TOMA DE LA CIUDAD DE CULIACAN, CAPITAL DEL ESTADO DE SINALOA

Tengo el honor de comunicar a usted que siguiendo las instrucciones que verbalmente se sirvió darme en esa capital, emprendí la marcha hacia este Estado con la columna Diéguez y 100 hombres del 4° Batallón de Sonora, habiéndome incorporado a Bamoa el 24 de octubre, pasando personalmente a la ciudad de Sinaloa, donde se encontraban el general Iturbe y el general Hill con su columna. Desde luego tomé el mando de las fuerzas de Sonora y Sinaloa, quedando como segundo jefe el C. general Iturbe, a quien di órdenes para que al siguiente día la columna Diéguez continuara su marcha, en el mismo tren en que venía, hasta el río de Mocorito, frente a la estación de Guamúchil. El puente del ferrocarril sobre este río se halla destruido, pues los federales le prendieron fuego en tres partes, quemándose largos tramos, y ordené que con toda actividad se procediera a su reparación, quedando comisionados para dirigir los trabajos el C. mayor, jefe de trenes militares, J. L. Gutiérrez, bajo las órdenes del C. general Diéguez, cuya gente sería la que trabajara.

El 29 de octubre quedó terminado el nuevo puente que hubo de construirse, y esa misma noche pasó hacia el Sur el tren militar de la columna Diéguez, acampándose en Guamúchil. Ordené entonces la incorporación a esa misma estación del general Hill y de las fuerzas sinaloenses que se encontraban en la ciudad de Sinaloa.

En Guamúchil se encontraba ya el 3er. Regimiento de Sinaloa, comandado por el C. general Blanco, y di órdenes para que éste avanzara hacia el Sur, practicando reconocimientos, a fin de asegurar nuestros movimientos.

En la mañana del 31 se incorporó el general Hill a Guamúchil y ese mismo día di órdenes al general Iturbe para que dispusiera que el 1° y el 2° regimientos de Sinaloa, que se hallaban respectivamente en Angostura y Mocorito al mando de los coroneles Gaxiola y Mezta, marcharan a la hacienda de Pericos.

De Guamúchil me puse en comunicación con el general Mariano Arrieta, que se encontraba en un lugar cercano a Culiacán, dándole órdenes de que permaneciera inactivo hasta recibir nuevas instrucciones. También tomé contacto con el mayor Herculano de la Rocha y, por conducto del general Iturbe, le di órdenes para que se incorporara también a Pericos.

Había al sur de Guamúchil algunos otros puentes quemados, aunque no de gran significación, y el general Diéguez continuó la reparación de ellos, logrando pasar los trenes hasta Estación Retes, en la mañana del 3 del actual.

El 4 se continuó la marcha hasta Estación Caimanero, previa reparación de pequeños puentes quemados y haciéndose avanzar las fuerzas de caballería por el camino carretero, y en tren las de infantería.

Di instrucciones al general Iturbe para que procediera a disponer que el general Blanco, con 40 hombres de caballería, marchara de Caimanero a las 5 p. m. del mismo día 4 a apoderarse de Limoncito, estación del Ferrocarril Occidental entre Navolato y Altata, de donde debería marchar a Navolato y atacar la plaza.

En la tarde del mismo día 4 marché con todas las fuerzas hasta Estación Culiacancito, en dos trenes militares, yendo el resto pie a tierra. Terminaron de incorporarse las tropas a dicha estación, a las diez de la noche e inmediatamente di órdenes para que a las 3 a. m. del 5 estuviera lista toda la gente para emprender la marcha a Estación San Pedro, distante 16 kilómetros de Culiacán, sobre la vía del Ferrocarril Occidental.

Me incorporé con todas las fuerzas a San Pedro, a las ocho de la mañana del 5, y poco después recibí parte del general Blanco, por conducto del general Iturbe, de que se habían apoderado de la plaza de Navolato, después de dos horas de combate esa misma mañana, haciendo al enemigo que la defendía 11 muertos y 23 prisioneros, contándose entre los primeros el capitán federal Contreras, jefe de la guarnición; sin ninguna pérdida por nuestra parte. Comunicaba también que en el Limoncito se había apoderado del tren que hacía el servicio entre dicha estación y Altata.

A las nueve de la noche, después de librar las órdenes correspondientes para emprender la marcha la mañana siguiente, trasmití un telefonema al agente consular de los Estados Unidos en Culiacán, en que poco más o menos dije lo siguiente:

Me permito notificar a usted, suplicándole que a su vez lo haga con todos sus nacionales y, si es posible, con los demás extranjeros residentes en esa capital, que deberán salir de ella en un plazo de 24 horas, contadas desde el recibo de este telefonema; en el concepto de que cualquier perjuicio que reciban al ser atacada esa plaza, no siendo en sus personas, estamos dispuestos a repararlo.

Otra nota dirigí al comandante federal de la plaza, invitándole a que permitiera la salida de todas las familias y personas no combatientes, para librarlas de las consecuencias del ataque. Ninguna de estas notas fue contestada, y quedó interrumpida la comunicación con Culiacán.

En la madrugada del 6 emprendí la marcha con las fuerzas a Bachihualato, de donde destaqué al teniente coronel Antonio A. Guerrero con el capitán segundo Aarón Sáenz y el teniente Jesús M. Garza de mi Estado Mayor, y la escolta del Cuartel General al mando del capitán segundo Fernando F. Félix, a practicar un reconocimiento hasta las cercanías de Culiacán, regresando después de reconocer las posiciones del enemigo, rindiendo parte detallado de ellas.

En la tarde del mismo 6 se incorporó al campamento de Bachihualato el general Arrieta, con una escolta, dando parte de que sus tropas se encontraban en El Barrio, o lado oriente de Culiacán, listas para entrar en acción. Se incorporó también el mayor Herculano de la Rocha con 60 de tropa.

De Bachihualato emprendí la marcha para Palmito a la mañana siguiente, llevando la vanguardia las fracciones de caballería que mandaban los capitanes Candelario Ortiz y Alejandro de la Vega, quienes desde Caimanero se habían incorporado a la columna, prestando importantes servicios en exploraciones y reconocimientos.

Por la vía telefónica, pues había hecho reparar la línea hasta cada campamento que íbamos estableciendo, recibí parte del general Blanco, en que comunicaba haber tomado posesión de puerto de Altata, que fue evacuado por los federales cuando sintieron su aproximación. En Altata se capturaron mercancías por valor aproximado de sesenta mil pesos. Di entonces instrucciones al general Blanco para que procediera con toda actividad a la reparación del puente de Limoncito, a fin de pasar el tren que estaba en dicha estación.

El general Arrieta regresó a su campamento de El Barrio, después de haberle sido entregados 31,000 cartuchos para dotación de sus fuerzas.

Procedí en Palmito, que dista un kilómetro de Culiacán, a tomar posiciones, y al establecimiento de puestos avanzados y de vigilancia, ordenando que, con las debidas precauciones, se acamparan nuestras fuerzas. El general Iturbe, con el celo y actividad que le son reconocidos, cuidaba empeñosamente del exacto cumplimiento de las disposiciones.

El Cuartel General quedó establecido en la casa de Palmito, a una distancia de más o menos 1,000 metros de los fortines federales, y a una no mayor de 3 kilómetros de las trincheras en que el enemigo tenía emplazada su artillería.

Acompañado de los generales Iturbe y Diéguez, de los miembros de mi Estado Mayor, de los mayores Mérigo y Breceda y de la escolta del Cuartel General, hice un reconocimiento por la loma que queda frente a Culiacán y entre esta plaza y Palmito, estableciendo una cadena de tiradores sobre ella, de Norte a Sur, con fuerzas del general Diéguez. Continuamos nuestro reconocimiento, buscando el sitio más apropiado para emplazar nuestras piezas de artillería, y fue designado un lugar dominante a la vez sobre la población y sobre la capilla de Guadalupe, en cuya loma los federales tenían sus principales posiciones. Di órdenes al general Diéguez para que se abriera una brecha por donde conducir las piezas, sin que el enemigo se apercibiera de ello, trabajo que se emprendió desde luego y regresé al Cuartel General sin que los federales nos hicieran más fuego que una descarga cuando estábamos al descubierto, en observación, sobre la casa de la sección ferrocarrilera de Palmito.

En la tarde del mismo día 7, acompañado también de mi Estado Mayor, de los generales Iturbe y Diéguez y del mayor Brecega, y con la escolta del Cuartel General, marché por las lomas que son continuación de las que habían sido exploradas por la mañana y que quedan al sureste del sitio en que estaba establecido el Cuartel General, hasta ponernos a la vista de las fortificaciones federales de la capilla de Guadalupe, pudiendo notar en este reconocimiento que los federales tenían algunos fortines en lo alto de cada una de las lomas que circundan la de la capilla.

Volví en la mañana del 8, acompañado de los mismos jefes y del teniente coronel Manzo, a practicar un nuevo reconocimiento sobre las lomas recorridas en la tarde anterior, hasta fijar con precisión las posiciones enemigas. En este reconocimiento fuimos acompañados por el señor gobernador Riveros.

Teniendo ya conocimiento exacto de las posiciones que ocupaban los federales, dispuse un plan general de ataque sobre la plaza y reuní a todos los jefes, por la tarde del mismo día 8, a fin de dárselos a conocer; y todos estuvieron conformes con él, apoyándolo. Los jefes que estuvieron presentes, fueron: el señor Gobernador, general Felipe Riveros; los generales Ramón F. Iturbe, Manuel M. Diéguez y Benjamín Hill; coroneles Claro Molina, Manuel Meztas y Macario Gaxiola; tenientes coroneles Miguel M. Antúnez, Francisco R. Manzo, Gustavo Garmendia, Carlos Félix, Antonio A. Guerrero y Antonio Norzagaray y mayores Emilio Ceceña, Alfredo Breceda, Juan José Ríos, Esteban B. Calderón, Camilo. Gastélum, Juan Mérigo y Pablo Quiroga.

El general Iturbe propuso que se modificara el plan general en el sentido de que por el frente, o sea por la derecha del Ferrocarril Occidental y en línea paralela de ésta, atacaran las fuerzas de los coroneles Meztas y Gaxiola, proposición que desde luego fue admitida, quedando definitivamente el plan de ataque, de la manera siguiente:

Las tropas que operaban en los alrededores de Culiacán quedarían divididas en 5 columnas, como sigue: columna al mando del general Diéguez, compuesta de la segunda columna expedicionaria de Sonora y 300 hombres del general Arrieta; 1a. Columna Expedicionaria de Sonora, al mando del general Hill; Columna de Durango, al mando del general Arrieta, compuesta de las fuerzas de aquel Estado que comanda este general, excepción de los 300 hombres que se incorporarían al general Diéguez; fracciones del 1°, 2° y 3er. regimientos de Sinaloa, al mando del general Blanco; fracciones del 1°, 2° y 3er. regimientos de Sinaloa, que militan como infantería, bajo las órdenes del coronel Gaxiola. Independiente de estas columnas operaría la sección de artillería al mando del C. mayor Juan Mérigo, bajo las órdenes directas del Cuartel General, quedando, como sostén de ellas, las fuerzas del mayor Herculano de la Rocha.

El asalto deberían iniciarlo las columnas Arrieta, Hill y Gaxiola a las 4 a. m. del día 10, en el siguiente orden: la Columna Arrieta emprendería el asalto sobre la línea oriente de la población, desde el río Tamazula hasta el Panteón Nuevo, reforzando especialmente las posiciones que quedan frente al camino para Mazatlán; la Columna Hill asaltaría por el oeste de la plaza, llevando como objetivo desalojar al enemigo, que estaba fortificado sobre la vía del Ferrocarril Sur Pacífico; la Columna Gaxiola atacaría por el Suroeste, penetrando por la colonia Almada y llevando como objetivo desalojar al enemigo de la vía del Ferrocarril Occidental e interceptar el paso entre la ciudad y la capilla de Guadalupe. Los movimientos de estas dos últimas columnas los dirigía personalmente el general Iturbe.

Cuando la luz del día permitiera fijar puntería, se abriría fuego con dos piezas de montaña sobre la capilla de Guadalupe, y la Columna Diéguez emprendería el asalto sobre esas posiciones, para lo cual debería quedar colocada, desde la misma noche del 9, en la forma siguiente: una fracción de sus fuerzas en la loma inmediata a la de la capilla, que queda al poniente de ésta, y que personalmente habíamos reconocido el día anterior, cuya fracción debería fortificarse en dicha loma para que desde allí abriera sus fuegos a la hora indicada, protegiendo el avance de la que emprendería el asalto; ésta quedaría en el lugar conveniente para que a la hora señalada emprendiera el avance sobre la loma, continuación de la que ocupa la capilla.

El número de gente que integrarían estas fracciones quedó al criterio del general Diéguez, y el objetivo de toda su columna sería apoderarse de la capilla.

El general Blanco quedaría como reserva para reforzar la línea de fuego en caso necesario o emprender la persecución del enemigo, excepción de 50 hombres que, de su columna, se destacaron en la tarde del 9 sobre el camino de San Antonio y Tierra Blanca, donde harían demostraciones para llamar la atención del enemigo.

Las dos piezas de artillería de batalla quedarían emplazadas frente a la casa de la estación de Palmito, hacia el río, y harían fuego sobre la capilla de Guadalupe o las posiciones federales de la población, según fuera ordenado, y los cañones Sufragio y Cacahuate dirigirían sus fuegos sobre las trincheras enemigas de la vía del ferrocarril.

El Cuartel General continuaría establecido en la casa de Manuel Clouthier, en que se encontraba. Todas las fuerzas que entrarían en el asalto deberían ir sin sombrero, y se ordenó a los jefes y oficiales recomendado de una manera especial a sus subalternos, por haber sido la única contraseña que se adoptó en el ataque.

Todos los jefes de columna, excepción del general Arrieta, rendirían parte al Cuartel General cada dos horas, y el general Arrieta lo haría cada tres.

A medida que nuestras fuerzas fueran avanzando y tomando posiciones, colocarían en cada una de ellas un asta con un sombrero en el extremo superior, de manera que fuera fácil distinguirlo desde lejos.

Todos los jefes deberían reunir el día 9 a sus oficiales, previniéndoles que quedaba bajo su estrecha responsabilidad cualquier desorden que se cometiera por las fracciones de fuerzas a su mando, al tomar la plaza, quedando autorizados para obrar con toda energía y emplear los medios que fueren necesarios para evitarlo.

Estas disposiciones fueron entregadas por escrito, acompañándose un plano de esta capital, a cada uno de los jefes de columna, y se publicaron en la Orden General del 9 al 10 de noviembre.

En la mañana del 9, el general Diéguez comenzó a movilizar sus fuerzas con objeto de tomar las posiciones que prevenían el plan de ataque y a fin de alistarse a emprenderlo en su oportunidad. Las fuerzas de la Columna Hill formaron en una larga cadena de tiradores. desde las orillas del río hasta frente a la casa de la Sección.

Intempestivamente, y como a las 9: 30 de la mañana, se dejó oir en el campamento un nutrido fuego de fusilería en dirección al lugar fijado para el emplazamiento de la artillería. Inmediatamente salí a caballo, acompañado de mi Estado Mayor al sitio en que el fuego era más nutrido, y donde se encontraba ya el general Iturbe; en tanto que sobre algunas de nuestras posiciones y sobre el campamento mismo caía una verdadera lluvia de proyectiles. Pude, desde luego, observar que en el terreno mismo, ocupado por los nuestros, se luchaba en confusión, hasta cuerpo a cuerpo, entre federales y nuestros soldados. Allí me sentí herido en una pierna. Algunos soldados de artillería se presentaron con 3 ex-federales prisioneros, cogidos cuando éstos se creían entre los suyos, y lanzaban vivas al 8° Batallón.

Casi una hora duró el fuego cerrado, en aquella confusión, al cabo de la cual se me dio parte de que los federales se habían apoderado de dos cierres de las piezas de batalla que aún no habían sido emplazadas, y estaban sin el retén correspondiente, en camino para el sitio que se había acordado para su emplazamiento. Los federales, en número de 150, salieron por la mañana a practicar un reconocimiento por entre el monte espeso; y cuando, sin esperarlo, se vieron dentro de nuestra línea, haciendo esfuerzos por reconcentrarse a la plaza, abrieron el fuego nutrido de que he hablado, yendo por casualidad, en retroceso, a parar al lugar en que se encontraban las dos piezas sin sostén, de lo que se aprovecharon para quitar los cierres. Pasaron en seguida por donde estaban las otras dos piezas debidamente escoltadas, y allí sintieron el empuje de nuestros bravos soldados que los hicieron continuar de huida su reconcentración a sus posiciones, haciéndoles 6 muertos, que unidos a 18 que se recogieron en otros lugares, suman 24 muertos los que los federales dejaron en su huida, y 29 prisioneros que quedaron en poder de los nuestros. Todavía en la tarde, fue traído de San Pedro un ex-federal de los llamados voluntarios, que se presentó en dicho pueblo y manifestó que aprovechando la confusión que reinó entre los federales, al verse entre los nuestros, pudo escaparse, y refirió detalladamente el extravío que sufrieron y fue causa de ir a dar, por verdadera casualidad, al lugar en que estaban los cañones.

Nosotros lamentamos ese día la muerte de 6 soldados, tres de ellos de artillería y los otros tres de las fuerzas del coronel Meztas, que había ocurrido con toda prontitud al lugar en que se desarrollaron los hechos, y un oficial de artillería y 3 soldados más, heridos.

Al regresar al campamento, y a pesar de que sentía mi pierna inmóvil, pude ver que la herida que había sufrido no era de importancia, pues la bala se había atravesado, sin penetrar, quizá por haber chocado antes en algún objeto. El mal se reducía sólo a un golpe que produjo la inflamación de la pierna.

Di órdenes para que el 4° Batallón, al mando del teniente coronel Manzo, cubriera la línea frente a las casas de Palmito, prolongando la cadena de tiradores de la Columna Hill. Continuando la línea del 4°, fueron colocadas las fuerzas de los coroneles Meztas y Gaxiola. Ordené también que fueran retirados los dos cañones que habían quedado sin cerrojos, y procedí a tomar el dispositivo de combate, modificando el plan en lo que era preciso con la pérdida sufrida en la artillería, por la mañana. El mayor De la Rocha, que aún no se había hecho cargo de custodiar la artillería, pasó a reforzar las posiciones del coronel Meztas.

Recibí a la sazón comunicación del general Blanco, por teléfono, en que decía que se avistaba en Altata un buque de guerra. Pedí mayores datos, y resultó ser el Morelos, que pretendía desembarcar las tropas que traía a bordo, y hasta logró poner en tierra una fracción. Como debía destruirse la partida de federales que viniera con esa dirección, ordené al general Blanco, por conducto del general Iturbe, que dispusiera sus tropas para batirla, retrocediendo de Altata y haciendo a los federales que se internaran por tierra a la mayor distancia posible del puerto, sin presentarles combate, hasta hacerlos llegar al lugar que se le designara. Para asegurar el éxito en estas operaciones, suspendí el ataque sobre la población sin levantar, por esto, el sitio.

Comunicó el general Blanco que los capitanes Ortiz y Tiburcio Morales habían marchado con 80 hombres hasta frente al Robalar, vipilando la costa y logrando descubrir una partida de federales que hablan desembarcado por aquel rumbo, a la que tirotearon y obligaron a replegarse inmediatamente, reembarcándose.

Dirigí, ese mismo día, una comunicación al general Arrieta, dándole instrucciones para que dejara 500 de sus hombres en las posiciones que tenía ocupadas por el oriente de la población, y que el resto de sus fuerzas se reconcentrara al campamento de Palmito, y en la noche del mismo 9, cumplimentando esta disposición, se incorporó al campamento.

El general Blanco, entretanto, continuaba con toda actividad la reparación del puente de Limoncito, operación que era de gran interés para poder disponer del tren a fin de utilizarlo en conducir provisiones al campamento.

Durante el día 10, nuestras fuerzas conservaron las posiciones que habían tomado, y por la noche del mismo día, el enemigo pretendió echarse sobre la cadena de tiradores, formada por tropas del coronel Meztas, frente a la Casa Redonda, siendo rechazado vigorosamente.

El Morelos, en tanto, continuaba bombardeando la playa, pero sin que las tropas que había desembarcado se atrevieran a internarse en tierra.

Por conducto del general Iturbe, el día 11 recibí parte del general Blanco en que comunicaba que el enemigo había procedido a reembarcarse en Altata, y no siendo ya necesaria la presencia del general Blanco en la costa con toda su gente, ordené que dejara sólo 50 hombres al mando del capitán Tiburcio Morales en los alrededores de Altata y, con el resto, emprendí por tren la marcha a Palmito, pues había terminado ya la reparación del puente.

En la tarde del mismo día 11, hablé con el general Iturbe para que comunicara instrucciones a todos los jefes de columna, a fin de que en la madrugada del 12 se emprendiera el ataque sobre la plaza en las mismas condiciones que las fijadas en el plan comunicado para el día 10, por lo que se refería a las fuerzas de los generales Hill y Diéguez y coroneles Gaxiola y Meztas; quedando el general Arrieta con la tropa que tenía en Palmito como reserva, y las fuerzas de este mismo general que quedaron en El Barrio conservando las mismas posiciones.

A las 5 a. m. del 12 nuestras fuerzas emprendieron su avance simultáneo sobre las posiciones federales, entablandose un combate reñido, logrando los nuestros apoderarse de las trincheras enemigas que quedaban a su frente, siendo de las principales: los fortines de la Casá Redonda, que fueron ocupados por las fuerzas de los coroneles Gaxiola y Meztas, teniente coronel Félix y mayor De la Rocha. Por la izquierda de estas posiciones avanzaron fuerzas del teniente coronel Félix, al mando de los tenientes Crescencio Limón y Ramón Inzunza, que se apoderaron de las posiciones de la Bomba, sobre la vía del ferrocarril, lamentando la muerte del teniente Inzunza. El teniente coronel Antúnez avanzó con sus fuerzas hasta desalojar al enemigo de las posiciones que ocupaba por el lado del canal y La Ladrillera, tomando posesión de ellas. Por el lado del puente, las mismas fuerzas cargaban valientemente sobre el enemigo, pero por las condiciones ventajosísimas en que se encontraba, no fue posible desalojarlo. El teniente coronel Antúnez resultó herido de un hombro, muy cerca de la clavícula izquierda, y se negó a retirarse de la línea de fuego, continuando al frente de sus tropas, tan luego como se le hizo la primera curación.

A la misma hora, se incorporó al campamento, en un tren militar, el general Blanco con sus fuerzas, y en seguida se ordenó su avance en el mismo tren hasta adelante de la casa de la Sección, protegido por fuerzas del coronel Meztas, al mando del mayor Emilio Ceceña. Serían como las once de la mañana cuando, por falta de agua en la locomotora, se ordenó que retrocediera el tren, habiendo hecho todos estos movimientos bajo un fuego nutridísimo de los federales, que nos ocasionó algunos heridos a bordo del tren, entre ellos el capitán Francisco Moncayo.

Mientras se desarrollaban estos acontecimientos por el frente e izquierda, el general Diéguez había emprendido también el avance por la derecha, destacando al 4° Batallón a apoderarse de uno de los fortines que quedaban frente a la capilla, y al 5° Batallón al asalto de otro fortín, que era el principal de los que tenía al frente la capilla. El fuego se había entablado desde luego muy nutrido, y como a las nueve de la mañana que llegaba el 5° Batallón al fortín con su jefe, el teniente coronel Gustavo Garmendia, a su frente, desalojando, en una lucha encarnizada, a los federales que se hacían fuertes en él; cayó Garmendia herido en una pierna por bala expansiva, que le produjo una intensa hemorragia, y a pesar de haber sido desde luego ligado fuertemente y sacado del sitio en que con tanta bizarría se batía, sobrevino la muerte en medio de una serenidad que impresionó a los presentes, y antes de que pudiera llevársele a un lugar en que se le impartieran auxilios médicos. Su cadáver fue conducido al Cuartel General, donde se le hicieron guardias de jefes y oficiales, y a la mañana siguiente fue trasladado a Navolato, dándosele sepultura con los honores debidos.

Por la tarde, a las 4, cuando la fracción del 5° que quedó resguardando el fortín se encontraba debilitada por haberse destacado gente a proveer de agua y provisión de que se había carecido todo el día, resintiéndose especialmente la falta de la primera, fueron sorprendidos los nuestros y desalojados del fortín por una numerosa tropa federal. En la resistencia hecha por el 5° Batallón resultó herido en un ojo el mayor Esteban B. Calderón, que había quedado como jefe accidental del cuerpo. Esa fuerza se vio oblipada a replegarse, parte al campamento y parte a las trincheras que tema el resto de la columna del general Dieguez.

El mismo general Diéguez destacó una compañía del Cuerpo de Voluntarios de Cananea a reforzar al 4° Batallón, que desde la mañana siguiente se batía bizarramente, disputando al enemigo el magnífico fortín de que estaba apoderado, sufriendo la herida del capitán primero Cenobio Ochoa y uno de tropa. En la tarde fue preciso reconcentrar esa gente al campamento, en virtud de que se le agotó por completo la dotación de parque que llevaba.

Un nuevo empuje dio el general Blanco con sus fuerzas, por la tarde, posesionándose de algunas trincheras, que no abandonó más, a pesar de las frecuentes y bravas tentativas que hicieron los federales por desalojarlo.

Por la noche, los federales cargaron con ímpetu sobre las posiciones ocupadas por los nuestros, sin conseguir que retrocedieran un palmo, pues tanto los coroneles Meztas y Gaxiola; el general Blanco y el mayor De la Rocha, que desde que lograron apoderarse de las trincheras que ocupaba el enemigo entre la capilla, la Casa Redonda y la vía del ferrocarril, estuvieron inconmovibles, como los tenientes coroneles Félix; y Antúnez, de las fuerzas del general Hill, que habían tomado posiciones desde la Casa Redonda hasta la Bomba y el canal, no fueron movidos de los puntos que ocupaban.

En la misma noche, el general Diéguez, con fuerzas de Cananea y otras fracciones de su columna, usando especialmente bombas de dinamita, logró desalojar al enemigo del fortín que por la mañana le disputaba el 4° Batallón, y se apoderó de él, resistiendo el nutrido fuego, tanto de artillería como de fusilería, que desde la capilla y otros lugares hacíanle los federales.

Nuestra artillería había funcionado con regularidad, disparando en la mañana desde la casa de la Sección de Palmito, y en la tarde, desde las posiciones que ocupaban las fuerzas del general Hill, haciendo que muchos disparos perforaran los carros blindados que sobre la vía del Sur Pacífico tenían los federales y batiendo, a intervalos, las posiciones enemigas de la capilla. Los cañones Cacahuate y Sufragio funcionaron también durante todo el día, y es digno de aplaudir el valor temerario demostrado por los oficiales que los manejaban, muy especialmente el del primero, teniente Praxedis Figueroa, que al alcance de la fusilería enemiga, y bajo el nutrido fuego de ésta, constantemente avanzaba con su pieza.

Durante la mañana del 13, el fuego continuó por ambas partes, cerrándose a intervalos y siendo siempre rechazados los federales cada vez que intentaban desalojar a los nuestros, protegiéndose con disparos de artillería.

Por la tarde, el general Diéguez tomó dispositivo para apoderarse de nuevo del fortín que había tenido el 5° Batallón, y esa misma noche fue ocupado, desalojando a los federales, con fuerzas al mando del mayor Ríos.

Las fuerzas del coronel Laveaga relevaron en sus posiciones a las del teniente coronel Antúnez, sosteniéndolas con el mismo brío que las de éste, a pesar de los esfuerzos que hacían los federales por recuperarlas. El general Arrieta con sus fuerzas estuvo, en tanto, reforzando la línea de fuego por el frente, protegiendo así a los nuestros que ocupaban las posiciones de la Casa Redonda y sus alrededores.

Desde el oscurecer de esa noche fueron notables las cargas dadas por el enemigo, pretendiendo desalojar a los nuestros, entablándose a intervalos nutridísimo fuego de fusilería y ametralladoras, hasta cerca de las 2 a. m., en que el enemigo comenzó a retirarse. Momentos después, y apenas se hubieron dado cuenta los nuestros de que los federales abandonaban sus posiciones, pasaron a ocuparlas; en seguida se internaron a la población, siendo de los primeros en penetrar a la ciudad el teniente coronel Muñoz, de las fuerzas del general Blanco, los coroneles Gaxiola y Meztas, el mayor De la Rocha, los tenientes coroneles Félix y Antúnez y el resto de las fuerzas del general Blanco.

Al amanecer del 14, el general Diéguez, con sus tropas, tomó posesión de la capilla, acampándose allí, y en la mañana del mismo día todas las fuerzas hicieron su entrada a la ciudad, en correcta formación, no registrándose más acto de desorden que el cometido por dos soldados de las fuerzas de Durango, que se introdujeron a una casa habitación y que fueron aprehendidos por uno de los piquetes que patrullaban las calles, y pasados por las armas, por orden del general ItUrbe. En seguida reinó un completo orden que se ha conservado hasta la fecha.

No es posible precisar el número de bajas del enemigo, debido a que éste, durante los días del sitio, estuvo dando sepultura a sus muertos, y al abandonar la plaza se llevaron a sus heridos; pero por los datos recogidos hasta hoy, y contando los dispersos que se refugiaron en la población, y que han estado siendo recogidos por nuestras tropas, puede calcularse en 150 el número de muertos por parte de los federales y poco más de 100 el de prisioneros, incluyendo en los últimos el capitán ex-federal Miguel Guerrero, que se encuentra herido de una pierna.

El total de nuestras bajas fue: un jefe, 5 oficiales y 30 soldados muertos, y 2 jefes, 4 oficiales y 75 de tropa heridos.

Como rasgos dignos de especial mención, debo relatar el del teniente Francisco Nevárez, que con un puñado de sus valientes soldados, cuando desalojó a los federales de las posiciones cercanas al puente del ferrocarril, se mantuvo en ellas por dos días y una noche, careciendo en lo absoluto de provisiones de boca. Los coroneles Gaxiola y Meztas y mayor De la Rocha permanecieron siempre en sus posiciones, sin mostrar la necesidad que tenían de que se les proveyera de alimentos y agua para ellos y sus fuerzas.

El general Iturbe se mantuvo constantemente en la línea de fuego, dando muestras de una energía y actividad inquebrantables; sin descuidar ningún detalle, recorría siempre las posiciones avanzadas, celoso de que nuestras tropas guardaran la actitud que les correspondía.

Merece también muy especial recomendación el general Diéguez que estuvo activo y bizarro como siempre; los coroneles Gaxiola y Meztas, a cuyo valor y tenacidad se debe gran parte del éxito alcanzado, lo mismo que los tenientes coroneles Manzo, Antúnez y Muñoz, y mayor De la Rocha.

Los demás generales, jefes y oficiales estuvieron todos a la altura de su deber, distinguiéndose especialmente el capitán primero Climaco Coronado y los tenientes Francisco Nevárez y Praxédis Figueroa. En general, la tropa y oficialidad son dignos de todo elogio, pues, como siempre, dieron altas pruebas de gran valor y abnegación.

Por separado, encontrará usted un Estado de generales, jefes y oficiales que tomaron parte en esta jornada, con expresión de los que fueron muertos y heridos.

Por disposición del general Iturbe, marchó, en la mañana, el coronel Laveaga con sus fuerzas en persecución del enemigo, a fin de que temara contacto con él e informara con precisión la ruta que siguiera, para ordenar la salida de una fuerza competente. A las 11 a. m. del mismo día 14, por escrito comuniqué orden al general Iturbe a fin de que dispusiera que el general Blanco marchara inmediatamente con sus tropas a Limoncito, donde tenía su caballada, y allí emprendiera la marcha, trazando una diagonal por el Robalar, con objeto de evitar que los federales se embarcaran en aquella' playa, si llevaban intento de hacerlo. En la misma orden dispuse que el general Arrieta marchara con sus fuerzas de caballería por el camino carretero rumbo a Mazatlán, paralelo a la vía del ferrocarril, y el general Diéguez, con 1,000 hombres de infantería, marcharía por el centro, por la vía del ferrocarril, esa misma tarde.

También ordené que, con propio violento, se comunicara al general Carrasco, que se encontraba asediando a Mazatlán, que las fuerzas federales que se fugaron de Culiacán marchaban en aquella dirección, y recomendándole que dispusiera lo conveniente, con objeto de batirlas, en combinación con las que ya salían persiguiéndolas.

Por la tarde, marchó la escolta del Cuartel General, al mando del capitán segundo Fernando F. Félix, a incorporarse al coronel Laveaga, y el mayor Elías Mascareñas, con fuerzas de caballería, debería también incorporarse a dicho jefe. Comuniqué órdenes al mismo coronel Laveaga, a fin de que con toda frecuencia rindiera parte, por extraordinario, de los movimientos que efectuara y de la ruta que sigujera el enemigo.

El general Diéguez marchó en un tren, con sus fuerzas, compuestas de las siguientes fracciones: 4° Batallón de Sonora, Batallón Libres de Sonora, 1er. Batallón de Sonora y una fracción del 2° Regimiento de Sinaloa, bajo las órdenes directas del teniente coronel Francisco R. Manzo, y 5° Batallón de Sonora y 1° y 2° cuerpos de Cananea, a las inmediatas órdenes de los mayores Juan José Ríos y Pablo Quiroga. Este tren militar llegó en la mañana del 15 al kilómetro 597 de la vía del ferrocarril, donde encontró un puente recientemente quemado, y habiendo ordenado el general Diéguez echar pie a tierra, se continuó la marcha para Quilá, distante 4 kilómetros, y donde se suponía que se encontraba el enemigo.

El capitán Ortiz, que había estado recorriendo la región de El Dorado y Robalar, se incorporó al coronel Laveaga en las cercanías de San Rafael, dando muestras de la misma actividad y empeño con que siempre se había distinguido.

Como en la mañana del 15 todavía no recibía ninguna información sobre la persecución del enemigo, salí violentamente con el teniente coronel Herculano de la Rocha, a quien le completé 200 hombres con fracciones del 1° Y 2° regimientos de Sinaloa, en un tren rumbo al Sur, habiendo llegado al puente quemado del kilómetro 597 a las 6 p. m. de ese día, de donde continuamos nuestra marcha a pie, por no haber querido, a nuestra salida de Culiacán, perder siquiera el tiempo necesario para el embarco de nuestros caballos. El teniente coronel De la Rocha nos acompañaba también a pie, a pesar de su avanzada edad, y dando muestras de especial empeño en cooperar a la persecución.

Desde luego me apercibí de un tiroteo que se oía con rumbo al puente de ferrocarril sobre el río de San Lorenzo, y marché con aquella dirección. Era que el general Diéguez, habiendo dado alcance al enemigo en Quilá, y habiendo éste emprendido de nuevo la fuga, marchó sobre él y lo obligó a presentar resistencia en los bordes del río, en cuyo lugar lo batía desde mediodía. El fuego cesó ya entrada la noche, y a esa hora pude hablar con Diéguez, ordenándole que a fin de dar descanso a la tropa y aprovisionarla en lo posible, se reconcentrara a Quilá; pues ya el enemigo había proseguido su marcha hacia el Sur, según informaban el teniente coronel Manzo y el mayor Ríos, que practicaron un reconocimiento hasta las primeras casas de Oso, donde el enemigo se había hecho fuerte. El coronel Laveaga, con los capitanes Félix y Ortiz, se habían incorporado al general Diéguez en los últimos momentos del combate.

A mi vez, me incorporé a Quilá con las fuerzas al mando del teniente coronel De la Rocha y el teniente coronel Guerrero, los capitanes Serrano, Arvizu, Robinson y Muñoz que me acompañaban, llegando a dicho pueblo a las 10 p. m.

Desde luego traté de comunicarme con el general Blanco, por teléfono, y tras de muchas dificultades, se obtuvo la comunicación de El Dorado, de donde informaron que ningunas noticias tenían de dicho general, ni de sus fuerzas. Desde mi llegada al kilómetro 597 había regresado el tren a Culiacán con un mensaje urgente para el citado general, que debería serle trasmitido por teléfono a Limoncito, y de allí, hacerlo llegar, con propio, a sus manos, ordenándole que inmediatamente emprendiera su marcha a Quilá. pues la caballería nos era absolutamente indispensable para la eficacia de la persecución.

Al amanecer del 16, el coronel Laveaga, con los capitanes Ortiz y Félix, salió sobre las huellas del enemigo y se procedió a levantar el campo, encontrándose 9 cadáveres de ex-federales, como resultado del combate de la tarde anterior, y algunos dispersos, entre ellos, un capitán segundo, que desde luego fue ejecutado por orden del teniente coronel Manzo. Esos dispersos daban clara muestra de las condiciones de cansancio y aniquilamiento en que caminaba el enemigo, pero nuestra infantería se hallaba por completo extenuada, pues las fatigas y privaciones tenidas desde el principio del ataque a esta capital, y muy especialmente las de los dos días anteriores, habían dejado a nuestros soldados imposibilitados para continuar la marcha, y dispuse que permaneciera parte de las fuerzas del general Diéguez en la citada estación de Oso, adonde nos habíamos incorporado por la mañana, para que de allí se regresara a Culiacán en tren, tan pronto como terminara la reparación del puente quemado, en cuya obra se trabajaría empeñosamente.

De nuevo hice inútiles esfuerzos por comunicarme con el general Blanco, sin lograr siquiera saber su paradero, y como no habían sido aún reparadas las vías telegráficas entre Culiacán y Quilá, y carecía de caballos para mí y los oficiales de mi Estado Mayor que me acompañaban, resolví regresarme esa misma noche a esta capital, con objeto de activar desde aquí la marcha del general Blanco, habiéndome incorporado a ésta al amanecer del 17.

Al mediodía del mismo 17, se incorporó a Quilá el general Blanco y poco después el general Arrieta con sus respectivas fuerzas de caballería, y comunicó, este último, que le era imposible continuar la marcha por impedírselo el mal estado en que se encontraban sus caballos.

El general Blanco continuó en la misma tarde su marcha hacia el Sur, por el camino que llevaban los federales y que era el que seguía también el coronel Laveaga. Entretanto, este jefe había dado nuevamente alcance al enemigo en Abuya, de donde emprendió la huida tan pronto como sintió su aproximación, dejando algunos dispersos que fueron recogidos por Laveaga. Como se tuviera allí conocimiento de que por la vía del ferrocarril marchaba una partida de federales, que iba dejando también gran número de dispersos, el coronel Laveaga con el capitán Félix y 10 hombres de sus fuerzas marchó por ese camino, encontrando, en efecto, bastantes dispersos que recogió, desarmándolos, y ordenó al resto de su fuerza que continuara la marcha por el camino carretero que llevaban los federales.

En la tarde del 19, al llegar a La Cruz, donde se encontraba el enemigo, el coronel Laveaga, con los pocos hombres que lo acompañaban, sostuvo un tiroteo con él, mientras se incorporaba el resto de su fuerza, que fue ya entrando la noche. A esa misma hora se incorporó el general Blanco con su caballería, tomando desde luego el mando de toda la fuerza perseguidora. El enemigo había abandonado La Cruz a las 7 p. m. y los nuestros entraron a dicha estación momentos después.

A la mañana siguiente continuó el general Blanco su marcha sobre el enemigo, que había tomado rumbo a la costa, y en la tarde, la vanguardia, formada por los capitanes Félix y Ortiz, le dio alcance en un punto llamado San Dimas, distante 4 kilómetros de Las Barras, adonde los federales se encaminaron inmediatamente que sintieron la aproximación de los nuestros. Tan pronto como se incorporó el grueso de las fuerzas del general Blanco y del coronel Laveaga, se prosiguió la marcha sobre Las Barras, lugar en que el enemigo había procedido a embarcarse en un buque que lo esperaba, entablándose un ligero tiroteo como de dos horas, hasta que, habiendo cerrado la noche, el general Blanco ordenó el regreso a San Dimas.

Mientras tanto, el general Diéguez había dado fin a la reparación del puente quemado en el kilómetro 597 y había continuado por ferrocarril hacia el Sur, con los cuerpos de Voluntarios de Cananea, una fracción del 5° Batallón y las fuerzas del teniente coronel De la Rocha, teniendo que reparar algunos puentes pequeños en el trayecto, hasta llegar el día 21 a La Cruz, donde lo detuvo la destrucción que hicieron los federales del puente sobre el río de Elota.

El general Blanco permaneció desde el 20 hasta el 22 en San Dimas, no emprendiendo ningun nuevo ataque sobre los federales que seguían embarcándose en Las Barras, hasta la tarde de ese día, en que habiéndosele solicitado auxilio por el general Carrasco, que desde en la mañana se encontraba atacando al enemigo con fuerzas que había desprendido del asedio a Mazatlán, marchó a incorporarse a dicho general, retirándose poco después, para emprender su regreso hasta esta capital, en virtud de que los federales se habían embarcado ya, retirándose por mar.

No puede darse el número exacto de las bajas hechas al enemigo en esta persecución, debido a que en todo el trayecto, por distintas fracciones, y en diversas circunstancias, se recogieron dispersos, y aún hoy mismo están siendo recogidos muchos de ellos; pero como datos elocuentes sobre la eficacia de la persecución, pueden servir los hechos de que de Culiacán salieron 1,200 federales, y en Las Barras se han embarcado poco menos de 600. El resto ha quedado en nuestro poder con armas y las pocas municiones que les quedaban. Por nuestra parte, tuvimos que lamentar en la persecución 4 soldados heridos de las fuerzas del general Diéguez, en el combate del río de San Lorenzo.

Me permito hacer muy especial mención del coronel Miguel Laveaga y de los capitanes Fernando F. Félix Y Candelario Ortiz, por la incansable actividad que demostraron.

Me es altamente honroso felicitar a usted por el nuevo éxito alcanzado por las armas de la legalidad, renovándole las seguridades de mi muy atenta subordinación y respeto.

Sufragio efectivo. No reelección.
Culiacán, Sin., noviembre 23 de 1913.
El general en jefe. Álvaro Obregón.

Al C. Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, D. Venustiano Carranza.
Hermosillo.

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