Indice de Toda una vida de lucha. Homenaje a Mollie Steimer de Chantal López y Omar Cortés Palabras para Julia de José Agustín Goytosolo A Mollie, de Chantal López y Omar CortésBiblioteca Virtual Antorcha

TODA UNA VIDA DE LUCHA
(Homenaje a Mollie Steimer)

Recopilación y comentarios,
Chantal López y Omar Cortés

VIBRACIÓN DEL MUNDO. HA MUERTO MOLLIE STEIMER
PROUDHON CARBÓ




El nombre de Mollie Steimer es mucho más que un nombre. Es un símbolo. Una larga vida consagrada íntegramente al ideal, entregada, como se entrega una ofrenda, al anarquismo. Un temperamento prodigiosamente activo y dinámico; un carácter dotado de una cordialidad tan exuberante y arrebatadora que atraía en forma irresistible y conquistaba la voluntad. Era literalmente imposible hablar con Mollie sin caer prisionero del embrujo de su voz. Sin embargo, bajo ese exterior sutil y delicado, en esa pequeña figura, se ocultaba una formidable voluntad gigante, una auténtica naturaleza de hierro. Amenazas, hambres, persecuciones, terror policiaco, ergástulas, cadenas, destierros, fueron incapaces de doblegar, ese terco empeño heroico de navegar contra la corriente, de avanzar siempre, con la cabeza erguida, fija la mirada en el lejano horizonte por donde un día, ¿cuando?, habrá de aparecer la anhelada aurora.

Mollie Steímer ha sido -seguirá siendo- un asombroso ejemplo de constancia, de fidelidad a los principios, de esperanza que no sabe desesperar. Nacida en Rusia en 1897, emigro con su familia a los Estados Unidos, impulsados por el temor a los frecuentes pogroms, cuando era todavía una niña. Apenas llegada a la pubertad, ingreso al turbulento mundo del trabajo y al campo del anarcosindicalismo, y robando tiempo al descanso, después de las agotadoras jornadas impuestas por una burguesía voraz y despíadada que no tenía mas ley que su voluntad, se entregó apasionadamente a la lectura y al estudio. Y cuando, en 1917, estalló la revolución rusa, que tantas esperanzas frustradas despertó en el mundo de los parias y en cuantos soñaban con el advenimiento de un mundo mejor, Mollie se lanzó, con toda la vehemencia de sus profundas convicciones libertarías y todo el ímpetu de sus veinte años, contra el Estado americano, contra el coloso que encabezaba la sombría coalición internacional que inténtaba ahogar en sangre -como ocurrió con la revolución francesa- el desesperado intento de manumisión de uno de los pueblos mas explotados y miserables de la Tierra: el pueblo ruso. Y sintió sobre ella todo el peso del inmenso aparato represivo al servicio de la plutocracia mas prepotente, arrogante y feroz del mundo. Fue perseguida, vejada, encarcelada; y finalmente juzgada y condenada a quince años de presidio por el delito mas grave en que puede incurrir un ser humano en el mundo del odio: predicar la fraternidad; defendida por el notable abogado americano Harry Weinberger -el mismo que luchó con auténtica pasión, pero sin éxito, para lograr la excarcelación de Ricardo Flores Magón- obtuvo, después de tres años de encierro, la posibilidad de opción entre cumplir la condena o el destierro. Optó por la deportación.

Y fue así como, en 1921, llegó a Rusia, siendo recibida con beneplacito por las autoridades soviéticas, en atención a sus antecedentes revolucionarios. Poco después, sin embargo, terminó esa fugaz luna de miel. Pronto se manifesto en Mollie su profundo sentimiento libertario, su implacable aversión a todas las dictaduras, aunque llevasen la falsa etiqueta de proletarias. Y exteriorizó, sin poner velos a su pensamiento, su abierta oposición a la trayectoria, cada día mas despótica y absolutista, del Partido Comunista y del gobierno.

Y Mollie, -ya al lado de Simón Fleshin, colaborador de Makhno en Ukrania y destacado luchador anarquista que había de ser hasta el fin el compañero de su vida- trató de establecer contacto con los viejos cuadros libertarios ya perseguidos y dispersos; pero cayo en las garras de la policía política comunista, y revivió en su tierra natal, en un sombrío ambiente de terror y de muerte, el calvario que poco antes había ensombrecido en los Estados Unidos sus primeros años de luchadora.

Después de varios meses de auténtica agonía, y gracias a la providencial intervención de algunos de los delegados extranjeros a un Congreso Internacional Sindical que por entonces se efectuó en Moscú, y a gestiones de la compañera de Maximo Gorki, Mollie Steimer y Simón Fleshin pudieron eludir el confinamiento a Siberia a cambio de su salida de Rusia.

El fiscal americano, al decretar la expulsión de Mollie de los Estados Unidos, recalcó con saña: ¡For ever!

El fiscal ruso, en Moscú, al señalar a Mollie, con índice iracundo, la puerta de la sala del tribunal y del país, gritó también: ¡Navsiegda!

¡Para siempre! ¡Para siempre!

Después vino la dolorosa peregrinación por los caminos de Europa: Holanda, Alemania, Francia, con demasiados breves y a veces maravillosos interludios de paz y esperanza, en Berlín, en París. Pero pronto de nuevo la angustia, la persecución, la tragedia. Aparece Hitler en Alemania. Huír, huír de nuevo, siempre con el fantasma del odio siguiéndole a uno los pasos; y nuevamente la guerra y sus horrores; y la visión implacable de los barrotes carcelarios, y de las celdas de tortura, y los campos de exterminio. ¡For ever! ¡Navsiegda!. Para siempre.

Finalmente, el abra de salvación, el remanso de paz, la playa acogedora y cordial donde embarrancar la barca, y plegar las velas y rendir la última singladura después de la tormenta. México. Y aquí, veinte años de entrega apasionada al trabajo, a la creación, al arte. Simón Fleshin, que ya había triunfado plenamente como fotógrafo en Berlín y en París, y celebrado con éxito grandes exposiciones en esas dos capitales, así como en Londres y en Madrid, triunfó nuevamente en México, siempre con la estrecha colaboración de Mollie.

Por su estudio desfilaron todos los nombres destacados de nuestro mundo del arte, de la ciencia, de la política, de la cultura, entre los años 1940 y 1960.

Retirados a Cuernavaca por motivos de salud, su casa se convirtió pronto en una especie de Meca; a donde llegaban peregrinos de todas partes del mundo; a conocer a Mollie y Senya, o a evocar con ellos viejos recuerdos comunes de luchas pasadas, o a documentarse en esas dos paginas vivientes de la historia moderna, o en busca de orientación y consejo en medio del torrente de violencia y sórdido materialismo que se esfuerza por arrastrarnos al baratro sin fondo. Y siempre los acogía la sonrisa maravillosa de Mollie, y su palabra, que parecía descender de algún ambito misterioso y encantado.

Conocíamos a los dos desde hace casi medio siglo, y siempre tuvimos algo así como la vaga impresión de que Mollie no era un ser humano, de que había descendido milagrosamente de una estrella.

El miércoles 23 de julio de 1980, Mollie dejo de existir. Un ataque al corazón cerró para siempre esos ojos cuya luz brilló, como una llama de bondad, de amor y de dulzura, durante ochenta y tres años. Y selló para la eternidad esos labios que supieron a la faz de los esbirros, gritar su pasión por la justicia y la libertad en tantos idiomas.

Proudhon Carbó
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