Vito Alessio Robles


Matanza de tranviarios
en la ciudad de México
1° de febrero de 1923

Primera edición cibernética, octubre del 2011

Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés

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INDICE


Presentación de Chantal López y Omar Cortés.

Introducción.

Una huelga de tranviarios.

Una gran manifestación de obreros rojos.

La manifestación frenta al diario El Demócrata.

Palabras del director de El Demócrata.

La sospechosa conducta de Guati Rojo.

Dos pesas y dos medidas.

Una batalla y un asalto.

Gran inquietud.

Entrevista con el general Gómez.

La libertad de los tranviarios.

La culpabilidad de Guati Rojo.




PRESENTACIÓN


El corto ensayo del notable periodista, político e historiador mexicano, Vito Alessio Robles, Matanza de tranviarios en la ciudad de México. 1° de febrero de 1923, que fue publicado en el periódico El Día, en su edición del 20 de noviembre de 1935, constituye un revelador documento que cuestiona severamente la actitud de los vencedores militares del proceso revolucionario mexicano: los sonorenses Plutarco Elias Calles y Alvaro Obregón, para con el elemento obrero progresista de la ciudad de México presente en las filas sindicales de la Confederación General del Trabajo.

Los acontecimientos se desarrollan durante el regimen presidencial del denominado general invicto de la Revolución Mexicana, el señor general Alvaro Obregón, el que no acostumbraba tentarse el corazón para ponerle en la torre a cualquiera que se atreviese a contradecirle en lo que fuese. Por supuesto que la firme actitud del gremio de los tranviarios que luchaban por defender sus derechos y manifestar su presencia, jamás fue vista con buenos ojos por el invicto General, lo que explica la tragedia de lo ocurrido, tragedia que pudo ser mayor, de no haber mediado la actuación del entonces director del periódico El Demócrata, señor Vito Alessio Robles, para evitar el fusilamiento de los tranviarios detenidos.

Este valioso ensayo que ahora colocamos en los estantes de nuestra Biblioteca Virtual Antorcha sirve, igualmente, de muestra para intentar comprender la situación que enfrentaron las organizaciones progresistas de trabajadores de cara a los primeros gobiernos emergidos del proceso revolucionario mexicano.

Chantal López y Omar Cortés

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INTRODUCCIÓN
LA MATANZA DE TRANVIARIOS
EN LA AVENIDA URUGUAY
1923


El 1° de febrero de 1923 marca una fecha luctuosa en los anales del proletariado mexicano. En pleno corazón de la capital de la República, unos obreros tranviarios fueron muertos y otros heridos, y entre el traquetear de la fusilería, las oficinas de la Confederación General de Trabajadores fueron asaltadas a sangre y fuego por soldados federales.

Más de un centenar de trabajadores tranviarios fue reducido a prisión; el Presidente de la República, general Alvaro Obregón, hizo declaraciones preñadas de graves amenazas; las calles de la capital eran recorridas por patrullas de soldados y, para agravar la inquietud, presagio de graves males, el general Obregón, acompañado del Secretario de Gobernación, general Plutarco Elías Calles, y del Secretario de Guerra y Marina, general Francisco R. Serrano, partió apresuradamente, ese mismo día, para el Estado de Michoacán.

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UNA HUELGA DE TRANVIARIOS

Días antes los tranviarios habían declarado una huelga. El tránsito de tranvías había sido suspendido en lo absoluto, pues había sido imposible llegar a un arreglo entre los patrones y los trabajadores. Se habían efectuado tempestuosas reuniones de tranviarios y hasta se había marcado claramente una escisión entre ellos, traducida en graves cargos que imputaban al Comité de Huelga, el cual fue destituido y nombrado otro en su lugar. El nuevo, de una manera intempestiva y festinada, había celebrado arreglos con la compañía para el regreso al trabajo de los huelguistas.

La casi totalidad de los obreros y empleados de la Compañía de Tranvías pertenecía en aquel entonces a la Confederación General de Trabajadores, que nunca había querido supeditarse a la Confederación Regional Obrera Mexicana, regenteada omnipotentemente por el fastuoso líder don Luis N. Morones, en gran privanza en aquella época con el Presidente Obregón y sobre todo con el ministro Calles.

Eran evidentes las tendencias de la CROM para dominar de una manera decisiva a aquel fuerte núcleo de obreros que, junto con otros bien organizados, habían escapado a la férula de Morones, y era natural que se aprovecharan los críticos momentos de una huelga para sembrar la división y la desorientación. Así lo hicieron los directores de la CROM, apoyados por el Poder Ejecutivo de México.

Con tan fuertes auxiliares y contando con la impunidad más absoluta, lograron que un grupo de tranviarios desconociera al Comité Ejecutivo de la CGT y que ese grupo disidente, patrocinado por un tal J. Guati Rojo, celebrase arreglos con la Compañía de Tranvías, arreglos que convertían a aquellos trabajadores, quizás engañados, en verdaderos esquiroles o rompehuelgas.

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UNA GRAN MANIFESTACIÓN DE OBREROS ROJOS

El 31 de enero estaban acuarteladas todas las tropas de la guarnición de México. La farsa de las resoluciones adoptadas en una reunión preparada por Samuel o. Yúdico en el Teatro Principal, con la anuencia y con el apoyo del general Celestino Gasca, gobernador del Distrito Federal, había exasperado a los tranviarios, quienes para protestar enérgicamente y para demostrar su fuerza y su número, organizaron una gran manifestación que se dirigió al Palacio Nacional a entrevistar al general Obregón. Eran más de dos mil que cubrieron todo el frente del antiguo caserón de los virreyes y nombraron una comisión que se acercase al Presidente de la República.

En esos momentos salía de Palacio el general Obregón, quien al ver a los comisionados y a los manifestantes detuvo su coche frente a la puerta de honor. En síntesis, los comisionados manifestaron al Presidente:

Que las agrupaciones sindicalistas rojas, con motivo de la actitud observada por el gobierno en el caso de los tranviarios, tenían el convencimiento de una hostilidad manifiesta por parte del mismo, lo que, en su opinión, equivalía a haber sido traicionados los principios de la Revolución y las prevenciones de la Carta Magna.

El general Obregón escuchó lo anterior con manifiesta nerviosidad, y en forma violenta respondió que el gobierno, como tal, tenía obligación de impartir garantías a los obreros que estaban dispuestos a trabajar, máxime cuando esas garantías descansaban sobre la necesidad de evitar perjuicios a la sociedad; que si ellos estaban dispuestos a trabajar, esas garantías serían impartidas por igual a ellos mismos. Terminó diciéndoles que los dos grupos de tranviarios celebraran una asamblea para resolver ellos mismos sus cuestiones y tomar una decisión por mayoría, a la que se sujetaran los que fueran menos.

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LA MANIFESTACIÓN FRENTE AL DIARIO
EL DEMÓCRATA

Los obreros rojos visiblemente indignados por las palabras del Presidente Obregón, se dirigieron a las oficinas de El Demócrata. Este diario, en su edición del 1° de febrero de 1923, relató lo ocurrido en la forma siguiente:

Sonaban en el reloj las catorce horas y media del día de ayer, cuando después de presentarse en manifestación ante el C. Presidente de la República, para poner en su conocimiento los burdos procederes que los acólitos del gobernador del Distrito han usado para dividir y desorientar a los tranviarios, y la actitud que éstos asumirán para hacer respetar sus derechos, hacía alto frente a las oficinas de El Demócrata un núcleo formado por dos mil miembros de la Federación de Obreros y Empleados de la Compañía de Tranvías, como una demostración tangible de su fuerza y a la vez para protestar enérgicamente ante la dirección de El Demócrata, por la participación del señor Guati Rojo en la mascarada trágica del sábado 27, en el Teatro Principal.

Una comisión integrada por los obreros Adolfo Guadarrama, Víctor Enciso, Agustín García, Rodolfo Aguirre, Porfirio Vargas, José Rodríguez, José Lona, Isidro González, Juan Mendoza, Pedro Núñez, José de Jesús Márquez, Ramón Aguilar, Juan Aguilar y Ramón Estrada, desprendiéndose de los manifestantes, penetró hasta la Secretaria de Redacción de El Demócrata, solicitando hablar con el director, señor ingeniero Vito Alessio Robles, que minutos antes había abandonado sus labores; pero a quien se les ofreció llamar por teléfono, mientras algunos de los comisionados dirigían la palabra a los manifestantes.

Los obreros Rodolfo Aguirre, Víctor Enciso y Adolfo Guadarrama hicieron uso de la palabra desde los balcones del edificio de El Demócrata, y analizando el movimiento huelguista de los tranviarios, asentaron terminantemente que de tiempo atrás los traidores Morones, Gasca y compañía venían tramando la disgregación de la Confederación General de Trabajadores, y que habiendo encontrado en la actual huelga una oportunidad para realizar su traición, valiéndose de las azarosas condiciones económicas porque vienen atravesando los tranviarios, no les fue difícil reunir un grupo de pusilánimes, de los que nunca faltan en los movimientos libertarios, para que fueran éstos los iniciadores de la división entre los huelguistas y el primer paso formal hacia la destrucción de la CGT.

Acusaron al redactor de este diario, señor Guati Rojo de servir incondicionalmente a las maquinaciones del nefando grupo de la vaqueta capitaneado por Morones y Gasca, y añadieron que no solicitaban nada de la prensa; pero que, como anunciadora de la verdad de los acontecimientos sociales, le exigían por justicia, la información verídica a que tenían derecho los lectores de la prensa diaria.

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PALABRAS DEL DIRECTOR DE
EL DEMÓCRATA

Nuestro director ingeniero Vito Alessio Robles, que había llegado al llamado de los manifestantes, y que conferenciaba con la comisión de tranviarios, en los momentos en que terminó de hablar el obrero Guadarrama, se dirigió a los tranviarios desde uno de los balcones, en los siguientes términos:

Estaba yo comiendo con mi esposa y mis hijos, cuando recibí el aviso de que un grupo numeroso de manifestantes del elemento rojo, para el cual siempre he tenido una profunda simpatía, porque conozco de sus rudas pujanzas en pro del mejoramiento social, se encontraba frente a El Demócrata, solicitando hablar conmigo. E inmediatamente he venido a vuestro llamado, porque tengo la íntima convicción de que se ha tratado de resolver en una forma injusta la huelga decretada por la Federación de Obreros y Empleados de los Tranvías. Tristeza me causó ayer el hecho de ver a los obreros libres custodiados por soldados, manejando los contados tranvías que, sin pasajeros, recorrían el Distrito Federal, cuando en huelgas pasadas sostenidas por agrupaciones de la Regional Obrera, hemos contemplado, precisamente, el hecho contrario; el de ver la bandera rojinegra de la Regional guardada por las fuerzas de caballería dependientes del gobernador don Celestino Gasca. Y aunque ya lo presumía, fue hasta ayer cuando pude convencerme de que los dignos productores mexicanos eran tratados con la innoble tasa de las dos pesas y las dos medidas. Pero vosotros debéis estar satisfechos si la causa tiene por origen la falta de dirección de un Morones que insulta la miseria del proletariado nacional con la ostentación de costosísimos brillantes. De este Morones que viaja con una magnificencia que envidiaría el Príncipe de Gales. Si lo es porque os falta como líder un Yúdico que no desdeña ser policía secreto de los Ferrocarriles Nacionales para fiscalizar y espiar a los trabajadores. Este Yúdico, actual Secretario General del Partido Laborista, que traiciona cobardemente a los trabajadores de Coahuila, apoyando a ese tiranuelo vulgar que conoce la República con el nombre de Arnulfo González, hoy que los vigorosos mineros y campesinos de mi Estado natal pugnan por derrocar a ese individuo.

Los elementos rojos siempre han sido idealistas en sus pugnas y en ello deben cimentar su orgullo. Yo soy senador por Coahuila, mi Estado natal. Fueron los trabajadores organizados los que me elevaron a ese puesto, y nadie más que yo debe ponerse de parte de la justicia obrera para responder con mi actitud a la camaradería que me dispensan los sufridos productores coahuilenses.

Existe sí, en este periódico, ese empleado que se llama José y se apellida Guati Rojo, que ha tomado una activa participación en el fallido desmembramiento de la Federación de Tranviarios y cuya actuación he sido el primero en reprobar porque ella abate los firmes ideales enderezados hacia el mejoramiento humano basado en la acción de las organizaciones obreras. Pero estad tranquilos, José Guati Rojo dejará hoy mismo de pertenecer al cuerpo de redacción de El Demócrata.

Después hablaron el obrero Miguel Jiménez, secretario tesorero de la Federación de Obreros y Empleados de la Compañía de Tranvías y de la Confederación General de Trabajadores y el obrero Ramón Estrada, retirándose los manifestantes.

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LA SOSPECHOSA ACTITUD DE GUATI ROJO

La actitud de Guati Rojo se había hecho muy sospechosa. Comenzó su carrera periodística como corrector de pruebas de El Demócrata, y poco después había ocupado una plaza vacante de redactor, comisionándosele para que buscara noticias en los centros obreros. Siendo redactor de dicho diario, se formó el Sindicato de Redactores y Guati Rojo fue electo Secretario General.

Aunque no se tenían pruebas fehacientes en su contra, la dirección de El Demócrata, entonces a mi cargo, pudo observar que Guati Rojo llevaba notas apasionadas que favorecían en todo y por todo a los esquiroles y a la Compañía de Tranvías. Supo de buena fuente que el mismo Guati Rojo había sido visto en un restorán de chinos en unión de Samuel O. Yúdico, entonces Secretario General de la CROM y lugarteniente de Morones.

Queriendo cortar por lo sano, y a petición de numerosos miembros de la CGT que en numerosa manifestación acusaron a Guati Rojo, éste fue cesado; el cese apareció publicado en un cuadro, en primera plana de El Demócrata, y para evitar conflictos le fueron pagados tres meses de sueldo. Las pruebas de su culpabilidad fueron obtenidas después.

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DOS PESAS Y DOS MEDIDAS

Cuando se trataba de una huelga de obreros afiliados a la CROM, los soldados y policías protegían a los huelguistas. Cuando de obreros de la CGT, entonces las tropas y la gendarmería protegían a los esquiroles. Este último caso fue el que se registró en esta huelga, y fue el precursor de las sangrientas represiones registradas el 1° de febrero de 1923.

Los esquiroles rompieron la huelga presentándose a los talleres y depósitos de la Indianilla, protegidos por fuertes escoltas de soldados, bien armados. El general Obregón puso estas fuerzas a disposición del general don Celestino Gasca, antiguo obrero, en esos días gobernador del Distrito Federal y uno de los más allegados de Morones.

La CGT tenía sus oficinas generales en la Avenida Uruguay número 25. En la mañana se efectuó una importante reunión de los huelguistas, justamente indignados por la actitud de los esquiroles y de las autoridades. Se atacó rudamente al general Obregón, a Morones y a Gasca por su actitud antiobrerista y, caldeados los ánimos, se disolvió la reunión.

Los primeros tranviarios que salieron de la tempestuosa asamblea vieron venir un tranvía de Tacubaya custodiado por seis soldados del 16° Batallón, y quisieron detenerlo.

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UNA BATALLA Y UN ASALTO


Los soldados, cumpliendo con la consigna cruel que habían recibido, hicieron fuego sobre los huelguistas. Los obreros se lanzaron sobre los carros, y en plena Avenida Uruguay se trabó sangrienta batalla con triste saldo: cuatro muertos y ocho heridos. De éstos un soldado muerto y tres heridos, y tres tranviarios muertos y cinco heridos.

Los tranviarios, que no habían salido de las oficinas de la Confederación se atrincheraron en el edificio. La mayoría o todos estaban desarmados. No obstante eso, el edificio de la Confederación fue acribillado a balazos por fuerzas que acudieron prontamente. Pertenecían al 3i° Batallón y estaban mandados por el mayor José Ortiz. Acudieron también destacamentos de la Gendarmería Montada y las imaginarias de las demarcaciones de policía. Los obreros no presentaban ninguna resistencia y, sin embargo, el fuego continuaba como si se tratara del asalto de una fortaleza. Al fin uno de los obreros trepó a la azotea e hizo ondear un lienzo blanco.

Los soldados y los polizontes entraron con miles de precauciones al edificio expugnado y aprehendieron a más de cien tranviarios que fueron conducidos a los sótanos de la Inspección de Policía.

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GRAN INQUIETUD

Se restableció el orden, pero la ciudad era recorrida por patrullas de caballería. Grupos de soldados de infantería y de policías evitaban la formación de grupos. El general Obregón, poco después de los luctuosos acontecimientos, hizo trágicas y amenazadoras declaraciones, diciendo que los huelguistas habían sobrepasado los límites de la prudencia y habían agotado la del Gobierno, éste se encontraba resuelto a solucionar el conflicto, acudiendo también a las armas, si así era necesario. Estas palabras parecían copiadas de las que en Orizaba pronunció el general Rosalino Martínez con motivo de la huelga de Río Blanco. Obregón, como Rosalino Martínez, también habló de la necesidad de impartir garantías a la sociedad y dictar las medidas necesarias para imponer el orden.

Pero vino a aumentar aquella terrible inquietud el hecho de que, de una manera intempestiva e inesperada, el Presidente Obregón acompañado por los Secretarios de Gobernación y Guerra, partió de la capital a las ocho de la noche. El tren presidencial iba precedido por un tren explorador con gran número de soldados de la guardia presidencial.

La ciudad de México -se decía en los cotarros- se ha quedado sin autoridades. Obregón -agregaban-, para escurrir el bulto, se ha marchado a Michoacán y ha dejado como única y suprema autoridad al general Arnulfo R. Gómez con instrucciones terminantes para que reprima con mano de hierro cualquiera actividad de los huelguistas, y para que mande ejecutar sumariamente a los tranviarios detenidos.

La ciudad de México parecía en estado de sitio. Como funesto augurio, los locales de la Confederación, en la Avenida Uruguay, y el del Sindicato de Panaderos, en las calles de Nezahualcóyotl, estaban ocupados militarmente por fuertes destacamentos militares.

La ansiedad por la suerte de los detenidos era enorme. Después de las nueve de la noche se presentaron en las oficinas de la dirección de El Demócrata varios tranviarios. Me expusieron sus temores de que algunos de sus compañeros fueran pasados por las armas, y me rogaron hablara al general Gómez, jefe de la Guarnición de la Plaza, intercediendo por ellos.

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ENTREVISTA CON EL GENERAL GÓMEZ

A pesar de lo avanzado de la hora y de que yo no conocía al general Gómez y nunca había cambiado una palabra con él, accedí desde luego. Me costó gran trabajo localizarlo. Al fin me informaron que se encontraba de visita en una residencia de la Avenida de la Reforma. Allá me dirigí.

La primera impresión que tuve fue la de que el general Gómez se había molestado con mi visita. Secamente se puso a mis órdenes; me excusé por la libertad que habíame tomado, por lo apremiante del caso, y le hice saber que iba en representación de los tranviarios que temían que se hicieran algunas ejecuciones durante la noche.

El general Gómez contestó con vehemencia:

- Es necesario castigar severamente a los infractores y a los responsables de los acontecimientos de la Avenida Uruguay. El señor Presidente me ha ordenado que proceda con toda energía para hacer un escarmiento.

Entonces yo contesté con energía:

- Señor general: yo sé que usted antes de ser soldado fue obrero, y sé que como revolucionario siempre ha sido un paladín de la causa de los obreros. La revolución no puede mancharse con el asesinato de obreros; la revolución y los soldados de la revolución no pueden imitar a los soldados que ejecutaron las matanzas de Río Blanco, que han sido execradas por todos los revolucionarios sinceros. Usted no puede manchar sus antecedentes de soldado revolucionario con ejecuciones de obreros.

El general Gómez me escuchó atentamente, y ya con tibieza manifiesta, como si estuviera enteramente convencido de la verdad de mis palabras, redarguyó débilmente:

- Pero usted sabe que la misión del ejército es la de dar garantías a la sociedad, y los huelguistas agredieron a los soldados y han gritado mueras al ejército y mueras al Presidente ... Es preciso castigar a los responsables.

- Creo que lo malo ha provenido del hecho de que soldados federales fueran en los carros de la Compañía de Tranvías para proteger a los esquiroles, éstos auspiciados por la CROM.

Discutimos un buen rato, y al fin el general Gómez trató de comunicarse, sin resultado, con el general Pedro J. Almada, Inspector General de Policía. Entonces me dijo que podía comunicar a los tranviarios que no sería tocado ninguno de sus compañeros y que al día siguiente dispondría que fueran puestos en absoluta libertad. Me pidió que le diese el número de mi teléfono y me ofreció que al día siguiente, luego que localizara al general Almada, me hablaría para que juntos fuésemos a la Inspección General de Policía.

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LA LIBERTAD DE LOS TRANVIARIOS


Los tranviarios me esperaban en las oficinas de El Demócrata y allí les comuniqué el resultado de mi entrevista. Como lo había ofrecido el general Gómez, el día siguiente, a las diez en punto de la mañana, me comunicó por teléfono que me esperaba en las oficinas de la Jefatura de la Guarnición de la Plaza, a las que me trasladé presuroso. De allí fuimos juntos a las oficinas de la Jefatura de Policía, y mandó traer a su presencia a los tranviarios detenidos.

Díjoles que él había sido obrero antes de entrar a la revolución y que sentía grandes simpatías por los trabajadores, pero que era necesario que comprendieran que no debían alterar el orden porque, en caso contrario, los soldados tendrían que cumplir con su deber. Les exhortó a que se condujeran con serenidad y les manifestó que desde ese momento los ponía en absoluta libertad para que todos juntos discutieran las condiciones en que habría de terminar la huelga.

Uno de los huelguistas expresó que las oficinas de los sindicatos estaban ocupadas por soldados, y entonces el general Gómez agregó que iba a dejar los soldados para que les dieran garantías y para que no permitieran la entrada de agitadores profesionales enemigos de la Confederación General de Trabajo. Ellos mismos podrían indicar a los oficiales a quiénes debería impedirse la entrada.

Los obreros se retiraron muy satisfechos. Se despidieron cordialmente del general Gómez y ese mismo día quedó solucionada la huelga, gracias a las gestiones atinadas de don Adolfo de la Huerta, Ministro de Hacienda, secundadas eficazmente por el mismo general Gómez.

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LA CULPABILIDAD DE GUATI ROJO

Ya se ha hablado de las ligas entre Samuel Yúdico, lugarteniente de Morones, y Guati Rojo, que había sido despedido de la redacción de El Demócrata desde el 31 de enero. Aunque no se tenían pruebas en su contra, las sospechas contra él eran demasiado vehementes. El mismo se encargó de proporcionar aquellas pruebas después de ocurridos los luctuosos acontecimientos de la Avenida Uruguay, con una carta enviada el 2 de febrero al director-gerente de la Compañía de Tranvías, y de la cual antes de que llegara a su destino me fue entregada copia fotostática que conservo. Dice así:

México, D. F., a 2 de febrero de 1923.

Señor G. R. G. Conway.
Director Gerente de la Compañía de Tranvías de México, Sociedad Anónima.
Presente.

Muy señor mío:

La persona que entregará a usted esta carta lleva instrucciones y amplia documentación para comprobar que como consecuencia de la actuación con el conflicto de esa empresa con su personal, he sido primero objeto de persecuciones y después de un cese en el cargo de periodista que ostentaba en el diario El Demócrata.

Durante las noches del 31 de enero y 1° de febrero ha sido rondada mi casa por personas desconocidas a quienes la policía no ha podido aprehender y esto me ha obligado a alojarme en un hotel, de donde salgo en casos de urgente necesidad y desde donde he estado dirigiendo los pasos del grupo que a estas horas ha hecho desaparecer entre los tranviarios las figuras de los agitadores y que, seguramente, en trabajos sucesivos, llevará a la nueva agrupación de tranviarios por senderos más pacíficos y más cordiales con esa empresa.

Quiero aprovechar la oferta que el señor Oficial Mayor se sirvió hacerme la noche que por última vez nos reunimos en el Gobierno del Distrito, para emprender un viaje fuera de esta capital; nada más que en lugar de hacerlo a Necaxa, donde soy perfectamente conocido por el elemento trabajador, quiero llegar a un punto distante de esta capital, cercano a la frontera con los Estados Unidos y, si es posible hasta San Antonio, Texas, llevando consigo (sic) a mi familia, pues no podría dejarla a merced de mis enemigos que podrían descargar en ella sus odios y sus rencores.

Quiero también al volver a esta capital, dentro de dos meses a lo sumo, tengamos una conferencia personal usted y yo para ver hasta donde es posible establecer un límite a toda futura dificultad entre esa empresa y sus trabajadores. Es posible que para ello necesite pasar a prestar mis servicios a la Compañía de Tranvías, a fin de tener derecho a inmiscuirme en los asuntos de su personal y evitar en beneficio de la misma toda actividad huelguística en su contra. Esto, desde luego, bajo la mayor reserva para obtener el mejor éxito.

En espera de verme complacido y deseoso de estrechar nuevamente su mano, me reitero de usted muy atto. amigo y S. S.

J. Guati Rojo.
(Firmado.)

Tal fue la actitud de J. Guati Rojo en la deposición del Comité de Huelga de los tranviarios y las anteriores líneas pueden constituir una página histórica en la lucha del proletariado, que quizá le sirva de enseñanza y experiencia sobre la actitud de ciertos líderes que han medrado con los sufrimientos y con la sangre de los trabajadores.

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