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III

El juicio de los mártires

A consecuencia de los sucesos que acabamos de reseñar, se inició el correspondiente proceso. El día 17 de mayo se reunió el Gran Jurado.

Desde Chicago se dirigió a un periódico de Nueva York un telegrama que decia:

El jurado es de los mejores y podemos asegurar que la anarquía y el crimen no tendrán cuartel en manos de los que componen aquella corporación. Es indudable que Spies, Parsons, Schwab y otros agitadores seran acusados.

Y en efecto, el jurado se componía de elementos predispuestos contra los socialistas y anarquistas, y los principales propagandistas y escritores de esas ideas fueron acusados.

La acusación contenía sesenta y nueve cláusulas, complicando en el asesinato del policía Degan a Augusto Spies, Michael Schwab, Samuel Fielden, Adolfo Fischer, George Engel, Luis Lingg, Oscar W. Neebe, Rodolfo Schmaubelt y William Seliger.

El último hizo traición vendiéndose villanamente a la policía.

Schmaubelt y Parsons no se hallaban en poder de la policía, pero el segundo, cuando llegó el momento preciso, seguro de su inocencia, se presentó en el banco de los acusados para ofrecer con sus compañeros la vida en holocausto de las ideas.

El día 21 de junio tuvo lugar el examen de los jurados ante el juez Joseph F. Gary. Fueron interrogados más de mil individuos, entre Ios cuales sólo había cinco o seis obreros, que recusó el Ministerio Público. En cambio fueron admitidos hombres que declaraban previamente que tenían un prejuicio desfavorable acerca de los anarquistas y socialistas, como clase; hombres que afirmaban estar previamente convencidos de la culpabilidad de los acusados. En los autos constan estas declaraciones, y a pesar de las oportunas protestas, los acusados tuvieron que conformarse a poner su vida en manos de gentes que desde luego los creían criminales.

Cuando la defensa pidió que se instruyese de nuevo el sumario, se hizo constar por medio de declaración jurada que el alguacil especial Henry Ryce había dicho a varias personas muy conocidas en Chicago, que al efecto se citaban, que él había sido el encargado de prepararlo todo de tal modo, que no formaran parte del jurado más que hombres desfavorables a los acusados y éstos hubieran de ser así condenados forzosamente. ¡He ahí la pureza de la justicia federal de los Estados Unidos!

El examen de los jurados duró veintidos días. El 15 de julio, Grinnell, como representante del Estado, empezó su acusación complicando a los comparecientes con los delitos de conspiración y asesinato y prometiendo probar quién había arrojado la bomba de Haymarket.

Fundaba la acusación en que los procesados pertenecian a una sociedad secreta que se proponía hacer la revolución social y destruir por medio de la dinamita el orden establecido. El l° de mayo era el día señalado para realizar el movimiento, pero causas imprevistas lo impidieron. Así quedó aplazado para el 4 en Haymarket. Lingg era, según Grinnell, el encargado de comprar dinamita y confeccionar bombas. Schmaubelt, cuñado de Schwab, era el que había arrojado la bomba de Haymarket con ayuda de Spies. El plan de acción había sido preparado por este último. Grinnell acusó de cobarde a Spies porque no asistió a la refriega de Mc. Cormicks, pero más adelante, a fin de sentenciarlo a muerte, acumuló sobre él toda clase de horrores, apoyándose en el testimonio de un tal Gilmer, que afirmó haber visto al cobarde prender fuego a la mecha de una bomba arrojada en Haymarket. La vasta asociación secreta denunciada era obra de La Internacional. Los miembros de dicha asociación se dividían en grupos encargados unos de la propaganda revolucionaria, otros de la fabricación de bombas y otros de preparar en el manejo de las armas a los afiliados.

Todo lo que pudo probar el representante del Estado, es que si cuanto relato fuera cierto, hubiera indudablemente estallado en Chicago una terrible rebelión de los trabajadores. Demostró además que los acusados eran todos anarquistas o socialistas, partidarios de la revolución; pero no pudo probar su participación directa en el delito que se les imputaba.

Los testimonios más importantes para el ministerio fiscal, tampoco pudieron probar nada en concreto contra los procesados.

Waller, Schrader y Seliger, antes compañeros de los acusados, depusieron contra los mismos, por temor a las consecuencias del proceso o por obtener el cumplimiento de las promesas que la policía les había hecho. Waller pretendió probar la conspiración, y se vió obligado a declarar que en el mitin de Haymarket ni siquiera se esperaba a la policía y que en la reunión preparatoria para convocarlo no habló nada de la dinamita. Waller se vendió miserablemente a la policía, pues su hermana Paulina Brandes declaró, cuando ya habían sido ejecutados nuestros amigos, ante el juez Eberhardt, que todo lo dicho por su hermano era falso.

Schrader había de comprobar lo dicho por Waller, pero su testimonio fue tan favorable a los acusados, que el procurador del Estado, perdiendo la calma, gritó, dirigiéndose a la defensa: ¡Este testigo no es nuestro; es vuestro!.

Gilmer declaró que había visto a Schmaubelt arrojar la bomba asistido por Fischer y Spies. Pero se probó que Fischer estaba en Zept-Hall en el momento en que se arrojó la bomba, Spies en la tribuna de los oradores y que la descripción del acto no se ajustaba a la situación y aparición de Schmaubelt. Su irresponsabilidad fue denuncida por un gran número de testigos.

Seliger quiso probar que Lingg había fabricado la bomba de Haymarket, pero no pudo probar sino que Lingg hacía bombas, lo cual no era contrario a las leyes de aquel país, sin que consiguiese demostrar que existía alguna conexión entre la bomba de Haymarket y las fabricadas por Lingg. La defensa presentó dos testigos que negaban el testimonio de Seliger, pero la sala los recursó con la imparcialidad de siempre.

Para comprobar el delito de conspiración, el ministerio fiscal acudió a la prensa anarquista, presentando trozos de artículos y discursos de los procesados, anteriores con mucho a los sucesos origen del proceso. El objeto de semejante prueba era bien claro. A pesar de no ser nuestras locuciones contra el actual orden de cosas tan duras como las que usa la prensa burguesa de la República modelo cuando pide la matanza de los obreros, se presentaron convenientemente para aterrorizar a los jurados, ya mal dispuestos contra los socialistas y anarquistas como clase. Esta apelación a las pasiones de los jurados se extremó hasta el punto de exhibir armas, bombas de dinamita y ropas ensangrentadas que se decía pertenecientes a los polizontes asesinados.

La teoría del representante del Estado quedó, a pesar de todo, completamente destruida, porque no se consiguió establecer una relación evidente entre la bomba arrojada en Haymarket y los anarquistas procesados.

Los hechos, sólo los hechos quedaron en pie. Degan primero y siete policías más después habían muerto; otros sesenta habían sido heridos; los acusados habían empleado duras palabras contra el actual orden de cosas, contra la irritante distribución del trabajo y de la riqueza, contra las leyes y sus mantenedores, contra la tiranía del Estado y el privilegio de la propiedad, y era necesario tomar vida por vida y ahogar en sangre la naciente idea anarquista. Los ocho procesados fueron sentenciados.

El 20 de agosto se hizo público el veredicto del jurado. Augusto Spies, Miguel Schwab, Samuel Fielden, Alberto R. Parsons, Adolfo Fischer, George Engel y Luis Lingg, fueron condenados a muerte; Oscar W. Neebe a reclusión por 15 años.

Ocho hombres condenados por ser anarquistas, y condenados siete de ellos a muerte en la libre y feliz República Federal Norteamericana: he ahí el resultado final de una comedia infame, en la que no hubo procedimiento indigno a que no se apelase ni falsedad ni perjurio que no se admitiese. He ahí las ventajas que los trabajadores pueden esperar de las repúblicas. He ahí la demostración evidente de que la lucha de clases se sobrepone a la lucha política.

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